Un relato para mujeres que entienden, para mujeres que tienen en claro que es lo que quieren de un hombre, que es lo que deben esperar como mínimo de un macho

Valorar

Hace años a una mujer de 45 años o más la llamaban “madurita”, y venía relacionado con el concepto de fruta: no de madurez. A día de hoy en el segmento de los 40 a los 55 hay un montón de acepciones: MQMF, soccer mom, mamita, etc… A mi me gusta llamarlas de otra forma: me gusta llamarlas “mujeres que entienden”. Quiero viajar a una definición menos machista y más real, y a la vez hacer una coña de la frase “hombres que entienden” de connotación gay.

Quizá las “mujeres que entienden” formen parte de ese público con apariencia inaccesible, pero que una vez te las has ganado te ofrecen la mejor cara del sexo. Refinemos el concepto un poco más: para este relato concreto se habla de “mujeres que entienden” cuando se quiere decir mujer con mucha experiencia, mayor de 40, atractiva, sexualmente activa y no necesariamente madre. No quiero relacionarlo con una edad concreta puesto que hay mujeres de 40 años con aspecto mucho más envejecido que algunas con 55.

Hay “mujeres que entienden” que te cautivan. No sé si el hecho que hoy día se tenga esta devoción al cuerpo hace que se cuiden mucho más y que sean cada vez más apetecibles. Por eso este relato va dedicado a ellas. En concreto va dedicado a una que me tiene loco por entrar en sus bragas. A ver si este relato le ablanda el corazón y me da permiso.

El estilo, para algunos, os resultará más lento y más descriptivo. Quiero experimentar nuevos estilos. Hay que tener claro que es un relato para «mujeres que entienden», por eso he intentado seguir los consejos que ellas me han dado, es decir su opinión de lo que esperarían en un relato así: ser correcto en el lenguaje, ser correcto en las formas -”galante” citando textualmente sus palabras-, ir lento y desarrollar más la historia.

————————————————————

– A ver, becario, traigame un café.
– Sí señor director.

«… puto viejo. 26 años, una carrera de biología y un máster sacados con nota y aquí estoy sirviendo cafés a un imbécil.»

Eduardo apuró su paso hacia la puerta del despacho y, una vez pasado el arco, giró su mirada a Elena mientras cerraba la puerta lentamente. Él siempre hacía igual. Necesitaba una mirada de complicidad de esa mujer para sentirse vivo.

Eduardo se consideraba un chico del montón. Ha dedicado buena parte de su vida a estudiar biología, se especializó en microbiología y se lanzó a trabajar para una fundación público-privada para la investigación de medicamentos en su ciudad natal: Barcelona. Tal como está el panorama en España se consideró afortunado al entrar a trabajar para tal entidad, pero se dió de golpe con una pared al ver cómo se estaban haciendo las cosas allí dentro. En realidad aquello era una fábrica de captación de subvenciones públicas.

Él es de estatura media (1,75), joven y atlético, pues practica deporte diariamente, moreno, con una cara de formas definidas y pelo corto. No tenía ningún tatuaje ni pendientes puesto que el consideraba que su ornamentación era su manera de vestir: informal pero elegante. Eduardo sabía cuidarse y tenía una cultura del esfuerzo muy arraigada, sus músculos estaban bien definidos y sus proporciones eran armoniosas. De hecho, su culo ha atraído bastantes miradas de sus compañeras de trabajo (pese a que él no era consciente).

Lo que en un principio era su línea de investigación fue truncada por falta de inversiones (dinero que se quedaba el director para las «matinées»: orgías habituales que se llevaban a cabo en su segunda residencia). Por ello se le ha relegado a un trabajo de administrativo. Pese a su reticencia, ¿qué motivo le obliga a continuar allí? Elena.

Elena era una empleada administrativa del centro, secretaria del director, que en realidad hacia de todo: de secretaria, de recepcionista, de administrativa, de coach personal… Nunca le faltaba una sonrisa, siempre servicial para con todos. Eduardo consideraba que ella era el verdadero motor de la empresa.

Elena era relativamente alta (1,70) y delgada. Tenía 50 años, cara alargada, melena larga, pelo lacio y suave y una sonrisa permanente. Su cuerpo era espectacular y ella lo sabía, aunque no hacía uso de ello: por ello vestía discreta. Siempre caminaba erguida y elegante, tenía un gesto seguro y es que interiormente ella se sentía muy segura de sí misma.

Sus formas eran preciosas, piernas largas y delgadas, unas caderas y unas tetas de proporciones perfectas y un culo que hipnotizaba. ¿Cuántas veces Eduardo perdió su mirada en aquel escote? Se imaginaba unas tetas tersas y suaves, redondas y con pezones rosados apuntando hacia arriba.

Eduardo hacía todo lo posible para no comérsela con la mirada, pero ella sabía perfectamente como la miraba Eduardo, qué deseo había tras de él. Elena permanecía neutral, nunca le alentó a conquistarla pero tampoco levantó un muro infranqueable entre ellos dos.

– Hoy no está de buen humor ¿eh?
– Nunca lo está, o quizá soy yo, que no me traga. – dijo Eduardo.
– No seas así, sabes perfectamente que no eres tú el culpable. – le confortó Elena

Eduardo marchó de su lado para avanzarse a la máquina de cafés mientras Elena miraba de reojo su culo. Aparentemente Elena sabía mantener mucho mejor las distancias que Eduardo -la experiencia es un grado- y por ello Eduardo jamás sospechó que pudiera parecer atractivo a Elena.

Eduardo apareció de nuevo por el despacho del director, que ocultó rápidamente la ventana de porno del navegador y miró de manera inquisitiva a Eduardo, cargado con dos cafés y cuatro donuts. Emilio, el director, era un tipo gordo, sudoroso, con grandes manos y mucho pelo por todo el cuerpo. Era relativamente bajo (1,65), calvo, con pelo negro y corto en las sienes, con gafas y mal afeitado. Vestía habitualmente un traje beige hecho a mano: no habían muchos trajes de su talla para elegir. Tenía cerca de los 63 años y ya quería jubilarse.

La actitud acosadora de Emilio repugnaba a todos los de la oficina. Su objetivo más directo era su secretaria, Elena, pero nunca se conformaba con ella y siempre lanzó sus garras sobre las becarias, a quines agasajaba para pasar un fin de semana con él en su residencia privada para follárselas con sus populares «matinées».

Más de una vez Elena abría la puerta de su despacho descubriendo a Emilio masturbándose tras la pantalla con cara de pervertido. A su jefe le encantaba que su secretaria le descubriese en ese momento: le miraba por encima de sus gafas con una sonrisa sucia a la vez que la conminaba a acercarse a él con un «…que quieres guapa?».

No se apresaba en guardar su minúsculo miembro, pues Emilio se creía superior jerárquica y moralmente. Elena, guardando las distancias bajaba la vista y se estremecía pensando en la sucia actitud de quien se creía su amo. Ella, por su parte, mantenía su compostura y nunca le hizo un ademán de asco. Aún siendo ella una persona variable de carácter mantenía su distancia y su trato cordial.

A las once y media de la mañana, con un donut en la boca y cara triunfante el señor director fue a buscar un papel en la fotocopiadora-impresora y lo levantó delante de toda la oficina.

– ¡A ver, a todos! Podemos respirar tranquilos seis años más. Nos han concedido otra subvención de un importante lobby privado farmacéutico.

Sonidos de alivio inundaron la oficina y los laboratorios circundantes.

– Pero estos cabrones de la farmacéutica no sólo nos obligan a llevar el logo impreso sino que nos obligan a montar un torneo deportivo para promocionar sus putas pastillas de colágeno.
– Nos llegarán unas cajas de pastillas y en treinta días se celebrará un torneo de pádel en un club deportivo que hay en la playa de… de…. ¿Como coño se llama ese puto pueblo a medio camino de Mataró, becario? ¡Responde!
– ¿Vilassar de Mar? – Respondió Eduardo con timidez.
– ¡Bien! Pues ahí vamos. Os envío un mail con la convocatoria. ¡A currar!

Llegó el mail con la convocatoria al día siguiente. Rezaba así:

—-
Viernes 30 de Junio a las 6 de la tarde hay un torneo de pádel mixto de la empresa. He hecho los emparejamientos, los tenéis al final del correo. Tenéis que venir todos, no puede faltar nadie o hablaremos de la paga extra. Encontraréis las camisetas con la publicidad de la farmacéutica en las cajas de la entrada. El que gane se lleva 300 euros de la promoción directo a la nómina.
¡Ah! Y comed las pastillas de colágeno,
Emilio.
—-

Eduardo se encontraba al lado de Elena, que vestía una camisa rosa pálido floreada. Los dos se pusieron a leer el mail en la pantalla de Elena y, mientras, el desviaba momentáneamente la atención hacia el escote de Elena, completamente tapado. Ella, sin desviar la vista y completamente consciente de la situación juntaba sus brazos y alzaba su pecho mientras miraba a la pantalla con una sonrisa. Eduardo no podía resistirse a balancear su cuerpo con el objetivo de poder ver la parte superior de los pechos de Elena.

Era un espectáculo precioso, los pechos, separados entre sí, estaban perfectamente recogidos en un discreto sujetador. Los pezones se mostraban a través del tejido y irrumpían en la línea curva de sus pechos como un punto de obligada parada. Eduardo se puso de cuclillas para obligarse a sí mismo a no ver su escote: las tetas de Elena quedaban a su izquierda, a la altura de sus ojos.

«…madre mía, que tetas tiene.»

Elena, sentada en su silla de despacho, apoyó los brazos sobre los reposabrazos y sacó pecho de tal manera que si Eduardo giraba su cabeza tenía visión directa a sus tetas. Para Eduardo sólo bastó con mirar de reojo para disfrutar de este momento: respiró hondo para oler su perfume mientras su excitación iba en aumento.

Inadvertidamente, a Eduardo se le infló su polla hasta quedar bien erecta. Era imposible concentrarse en el texto y decidió, en un momento determinado, levantarse para poder escapar de su calenturienta imaginación. Al levantarse Elena pudo comprobar cuan animado Eduardo estaba.

– ¡Oh! La lista de emparejamientos… – Intentó desviar la atención Eduardo, sin mucho éxito.

Elena sintió unas cosquillas en su estómago al intuir todo su miembro aprisionado. En aquel momento tuvo dos sentimientos diferentes: el de madre sabia pensando «juventud divino tesoro…» y el de mujer pecaminosa pensando «…si estuviera sola, te dejaba seco».

Mirando la lista de emparejamientos Emilio no se adjudicó a su secretaria como compañera. ¿Por qué? La respuesta era obvia: se había emparejado con una becaria que era instructora de tenis y que compaginaba su trabajo con el de la entidad. Por ello Eduardo quedó emparejado con Elena, a quien pareció aliviarle esta situación. Emilio quería ganar esos trescientos euros a toda costa, así que se buscó a la mejor raqueta de la oficina.

Los treinta días pasaron sin pena ni gloria y finalmente se acabó montando un grupo de gente, via mensajería instantánea, para ir juntos en tren hasta Vilassar.

Allí coincidió con Elena y con Érica, la chica con la que el jefe le tocaba jugar de compañera.

– Érica, ¿cómo lo llevas? – La inquirió Elena
– Nerviosa, creo que se quiere llevar los trescientos euros y me va a tocar correr como una loca. – Contestó Érica hecha un manojo de nervios.
– Que corra él… que le vendrá bien – Dije con desprecio mirando a través de la ventanilla del tren.
– No seas así, Eduardo. – Comentó en tono conciliador Elena.
Eduardo miró primero a Érica y luego a Elena y les comentó en voz baja:
– ¿Sabéis que en realidad el premio de la empresa son 1000 euros para cada miembro del equipo, y 500 para cada uno de los finalistas?
– ¡No lo dices en serio! – Exclamó Érica con los ojos como platos.
– Se va a llevar todo el dinero y te va a dejar con 300 miserables euros si ganáis. – Masculló Eduardo con el ceño fruncido.
– ¿Cómo lo sabes? – Dijo Elena sorprendida.
– Porque un amigo trabaja allí y se ha enterado de todo. He informado a este colega y él al lobby farmacéutico: jugaremos el torneo y luego se desatará la tormenta. – Comentó Eduardo como si con él no fuera el problema.
– Buf… – lanzaron un soplido de suspense las dos chicas a dúo.

A punto de llegar a la estación Elena le comenta a Eduardo:

– ¿Tu has jugado al pádel Eduardo?
– Pues… no. Pero te prometo que correré todo lo que pueda. Comentó Eduardo con tono de humor.
– Estoy segura que eres un crack. – dijo Elena previo a lanzar una amplia sonrisa a Eduardo.
– Ja ja. A la crack ya la han elegido. ¿Tu ya sabes con quien juegas Elena?
– Por supuesto. Al menos daremos guerra… y seguro que, al final, lo habremos pasado bien. – Comentó Elena guiñando un ojo al acabar la frase.

«…esta mujer es optimista. Érica va a ganar todos los partidos y nosotros acabaremos perdiendo y cansados. Al menos me podré tomar un refresco con ella, espero que perdamos pronto.»

Al llegar al destino todos se fueron al vestuario. El club tenía ya años pero estaba relativamente bien reformado. Había piscina y unos campos de pádel y de tenis: todo al aire libre. Los vestuarios eran amplios y estaban separados por sexos. La persona encargada de la limpieza, Elías, nos guió amable hasta el vestidor. Allí apoyado sobre la fregona, este veterano limpiador de 56 años, moreno, pelo canoso, fibrado, delgado y menudo se me quedó mirando para comentarme:

– Espero que esté limpio de tu agrado. – Dijo con mirada pícara y maneras dulces.
– Seguro que ambos vestuarios están perfectos Elías.
– ¡Ay! …que cielo – Comentó Elías con una sonrisa en la boca, mostrando los pocos dientes que le quedaban.

Mientras se desnudaba Eduardo notaba la mirada insistente de Elías. Eduardo, de espaldas a Elías miró instintivamente hacia atrás para ver como Elías, se mordía el labio inferior mientras veía el culo de Eduardo. Al bajar la vista vió como el paquete de Elías estaba pegado al palo de la fregona y era difícil de distinguir entre uno o otro: Elías calzaba una polla descomunal y su pantalón de lino ajustado lo delataba.

* Nota a los lectores: si os creíais que no iba a meter un pollón en el relato, lo lleváis claro. *

Con mucha motivación -y con la aprobación de Elías- Eduardo salió a la pista a buscar a Elena.

– ¿Preparada? – Le dijo Eduardo con una sonrisa.
– Claro que sí. ¡Esa es la actitud! – Exclamó Elena alegre.
– ¡Pues vamos!

La gente empezó jugando lo mejor que sabían, a todos les venía bien ganar esos 300 euros. Sin embargo la pareja que ganaba todos y cada uno de los partidos era Érica y Emilio: ella correteaba a lo largo de toda la pista y él babeaba mirando el sudor enganchado a su camiseta.

Elena hacía lo que podía y Eduardo, con su buen fondo físico, llegaba a todos lados y respondía las pelotas que podía. Aún así, consiguieron ganar todos los partidos hasta llegar a la temida final: Érica y Emilio contra Elena y Eduardo.

– Érica, vamos a ganarles a estos dos los 300 euros. Je je je. – Gruñía Emilio

Érica ni se giró: estaba cansada y emitió un gesto de desaprobación hacia nosotros. Eduardo se giró hacia Elena buscando un gesto de aprobación y de ánimo y seguidamente guiñó un ojo a Érica quien le respondió con una tímida sonrisa.

El partido fue duro pero cada punto era celebrado por Elena y Eduardo efusivamente. Cuando había un error, Eduardo daba un suave golpe en el hombro de Elena animándola a continuar. Elena no cejaba en su empeño y Eduardo estuvo a la altura. En un momento determinado, en el último set Érica gritó:

– ¡Basta! ¡Estoy haciendo todo lo que puedo! ¡Esto no es tenis y yo tengo un límite físico! ¡Y además necesito alguien que me ayude: jugamos en equipo!
– ¡Bueeeno! ¡Ya está la niña! Venga, que pongo delante y esto lo remontamos. – Vociferaba Emilio inundado de sudor y respirando sonoramente.

Emilio se movía lentamente y Eduardo aprovechó toda la rabia acumulada para humillarle más aún. Érica no se podía mover viendo gesticular a Emilio, que parecía un maniquí tras los reveses de Eduardo. Hastiado hasta la extenuación, llegó el final del partido con una justa victoria del equipo de Elena y Eduardo.

– ¡Hemos ganado! – Gritaba Elena llena de júbilo.
– ¡No me lo puedo creer! – Exclamaba Eduardo con una sonrisa.
– Felicidades pareja. – Comentó Érica con la alegría de dejar de una vez por todas de oír los lamentos de Emilio.

Emilio estaba en el suelo, como un niño con una rabieta. Era incomprensible lo que decía porque su respiración no le dejaba articular palabra.

Eduardo, sin pensar en nada más que en el partido se abrazó a Elena con firmeza, y ella, que pensaba más allá del partido recibió ese abrazo con calidez y disfrutando de la rocosa dureza del cuerpo de Eduardo. Fue en ese instante cuando las mallas de Eduardo delataron sus instintos y los dos cuerpos se alejaron mirando al suelo, como avergonzados.

– Va, te invito a un refresco. – Dijo Eduardo.
– ¡Acepto encantada!

El resto de personas, ya duchadas se iban despidiendo de los ganadores en la terraza del bar del club deportivo. El club deportivo cerraba a las 9 y ellos estaban apurando hasta el último minuto, saboreando su victoria. El jefe, Emilio, estaba solo en la pista de pádel, aún recuperándose.

– Espero no haberte incomodado, Elena.
– ¿A qué te refieres Eduardo?
– Te he dado un abrazo, así, sin pensar. Y quizá te sientas incómoda, como compañera de trabajo.
– No me puedo creer que me digas esto. ¿Tan poca confianza me tienes? – Dijo Elena sonriendo.
– ¡Al revés! Me ha salido así.
– Entonces era lo que tenías que hacer: guíate de tus instintos. – Dijo Elena muy segura de lo que decía.
– Te tomo la palabra. – Comentó Eduardo con cierta sorna.

El jefe se levantó del campo de pádel bajo la atenta mirada de Elías y se fue al vestuario.

– Deberíamos ir tirando, Elena.
– Con lo fresquito que se está aquí.

Unos instantes de cómodo silencio y breves miradas entre los dos…

– Aunque quizá podríamos cenar juntos – Musitó Eduardo mirando fijamente a la mesa y haciendo bailar el vaso de refresco.
– Me parece per-fec-to. – Pronunció lentamente Elena mirando fijamente a Eduardo.

«…que cachondo me estoy poniendo, incluso el tono en que ha pronunciado estas palabras ¡me ha puesto a mil! Joder que nervios. No la cagues Eduardo…»

Elena ya sabía como iba a acabar la noche, ella se sentía segura de sí misma: no le importaba lo más mínimo que Eduardo fuera su compañero de trabajo. Probablemente él se iría a otro sitio a trabajar mientras ella continuaría en su actual posición. «Si todo va mal, tenemos fecha de caducidad. ¿Porqué no?» se preguntaba ella.

Se levantaron los dos de la mesa con sus respectivas raquetas y Eduardo, gentilmente, le acompañó la espalda reposando su mano durante un breve instante como señal de ánimo. Ella caminaba lentamente hacia el vestuario.

Se acontecía la noche y el club estaba a punto de cerrar así que Elías les esperaba abajo de las escaleras hacia los vestuarios esperándoles.

– Felicidades a los campeones – Guiñó un ojo a Eduardo.
– ¡Gracias! Esto merece una ducha fresquita
– Lo siento encanto, ¿no te importa ducharte con los caballeros?. El vestuario de mujeres lo acabo de limpiar. – Dijo Elías con cara dulce.

Tras un incómodo silencio.

– Vaya… pues… de acuerdo. – Dijo Elena en voz baja.
– No te preocupes, tienes el ala derecha del vestuario para tí sola. No dejaré que este tigre se te acerque… Roaorr – Elías imitó el rugido de un tigre. – Vuestro jefe debe estar dentro, pero de ese tigre no hay que estar temeroso. ¡Ji ji ji!

Marcharon Elena y Eduardo riendo, cada uno hacia una ala del vestuario. A Eduardo el mero de pensar en Elena desvestida le hacia que su polla quedase dura como una piedra. Afortunadamente no había nadie en el vestuario y le importó poco si alguien le veía así. Mientras él se desvestía, iba asomando la cabeza por detrás del armario para ver si podía cazar a Elena hacia las duchas.

Su curiosidad podía con todo, cada vez tenía menos miedo a ser descubierto. En un instante, el ruido de las chanclas contra el suelo le hizo saltar como un resorte hacia la esquina de las taquillas mirando esquivamente el pasillo de las duchas. Eso le dió una maravillosa perspectiva de la espalda de Elena tapada con su toalla contoneando sus caderas hacia las duchas.

El pasillo de las duchas era oscuro y la luz muy tenue. Apenas Elena entró Eduardo ya la perdió de vista. Ella caminó hasta el fondo del pasillo y se metió en una de las duchas. Seguidamente, con su polla a punto de explotar y con un corazón a punto de salir por la boca caminó hacia las duchas con indecisión. Sólo se oía una ducha al fondo: Eduardo pensó que eran ellos dos quienes únicamente estaban en las duchas.

Sus sentidos estaban a flor de piel. Eduardo quería aprovechar ese momento para poder verla, y la oscuridad del pasillo era su mejor aliado. El ruido sordo del agua cayendo sobre el suelo era música para él. Se veía a Elena con el agua resbalando en su piel, con su larga cabellera mojada, con el moreno cuerpo brillante. Sostenía la toalla con su mano izquierda mientras caminada con sigilo, desnudo, a través del pasillo. A ambos lados del pasillo había duchas y ninguna de ellas tenía luz interior. La portezuela solo tapaba una ínfima parte de su extensión y una persona de estatura media podía ver lo que había en el interior. Su rabo estaba tieso y saltaba a cada latido de su corazón de manera impaciente.

Sonaba el agua de la ducha proviniente del fondo del pasillo con un ruido intermitente, como si el flujo del agua variase porque una persona lo movía. La excitación de Eduardo incrementaba a casa paso y él mismo se acariciaba los huevos mientras caminaba sigilosamente en una clara señal de lujuria desbordada.

Llegó a un paso de la última ducha y se arrimó a la esquina. Su cabeza se iba ladeando lentamente hacia la puerta mientras su mirada escudriñaba con atención para poder discernir la figura de Elena. El ruido del agua no cesaba y su corazón estaba completamente revolucionado. Segundos que parecían eternos. Ella no aparecía en la ducha.

Casi convencido que ella no estaba en esa ducha, que le habían pillado, movió la cabeza rápidamente para poder ver completamente la ducha pensando que allí no había nadie, que había quedado al completo descubierto.

Para su sorpresa, en un rincón de la ducha, con las manos tapando sus senos y su sexo, Elena estaba apoyada con la mirada perdida en el infinito y una sonrisa. Eduardo abrió la boca sorprendido: ese espectáculo era exactamente el que él esperaba. Elena estaba aguardando ese momento desde que supo que entraba en la ducha de caballeros: ella era lista, se aseguró que no quedaba nadie en el vestuario ni en las duchas más que ellos dos: era como una depredadora esperando su presa con paciencia, con deleite, con la plena confianza de lo que iba a ocurrir. Eduardo ya sabía que su rol sería inicialmente de presa, pero una vez cazado, no invirtió ese rol y se dejó guiar.

Elena enfocó su visión hacia Eduardo y sonrió. Se inclinó hacia adelante y abrió el pestillo mientras la puerta se abría de manera natural dejando a Eduardo la visión completa del cuerpo de Elena. Él empujó la puerta lentamente, con muchísima suavidad, y ella alargó un brazo desde su posición hasta tocar su firme pecho. Su gesto mostraba una actitud más que dispuesta hacia Eduardo que no dudó un instante en aprovecharlo.

Pasos lentos hacia Elena, que no ofreció resistencia alguna al cortejo de Eduardo. Las manos de Eduardo se posaron a ambos lados de Elena, y con una de las manos acariciaba su cabellera húmeda. Bajó la vista y pudo apreciar dos tetas ligeramente ladeadas con preciosos pezones marrones claros de los que rezumaba el agua de la ducha cayendo gota a gota. El tamaño era perfecto, su mano se deslizó por el cuerpo de Elena hasta posarse en su seno, cubriendo todo él.

Elena bajó la vista, no en señal de vergüenza, sino en acto de exploración de un cuerpo que le volvía loca. Su vista paró en los abdominales de Eduardo y acompañó la mano de su pecho hacia éstos. La sensación de firmeza le produjo un suspiro que la dejó con una sensación de calidez y excitación a partes iguales. El cuerpo de Eduardo resbalaba con el agua de la ducha, además, el hecho de estar completamente rasurado y de sentir el contacto piel con piel acrecentaba la lujuria de Elena que, instintivamente, abrió su mano completamente para hacerla bajar hacia el pubis de Eduardo, haciendo que su pene inflado y duro golpeara en su estómago mientras ella, con la palma de la mano, acariciaba su base hasta bajar a la altura de sus huevos.

Eduardo notaba como su prepucio quedaba al aire y se le puso la piel de gallina al notar como Elena acariciaba sus testículos. Procedió a aprisionar a Elena hacia la pared en la que estaba apoyada mientras que le ladeaba la cabeza suavemente con una mano para besar su cuello. Elena, con la otra mano deslizaba su cabello hacia el hombro opuesto dejando libre su cuello.

Elena sentía como el rabo de Eduardo tocaba su cuerpo y quedaba entre sus dos estómagos. Era un pene duro, suave, ancho pero de longitud normal. Le gustaba ese tacto resbaladizo que le confería el agua.

Haciendo un ademán de rechazo, Elena empujó suavemente a Eduardo, que le miraba sorprendido por el gesto. Cuando lo tuvo a unos 20 centímetros de distancia, lo justo para que el pene de Eduardo no la tocase, cerró su mano alrededor del prepucio de Eduardo. Eduardo, sonriente, apoyó las manos sobre la pared de la ducha haciendo una jaula de la que Elena no podía escapar. Muy al contrario, Elena deslizaba suavemente su mano sobre el pene de Eduardo, empezando una masturbación delicada y sensible.

Elena no podía apartar su mirada del aparato de Eduardo y incrementaba el ritmo. Tenía una morbosa curiosidad por ver cómo sus huevos se movían en los vaivenes. Eduardo, con los ojos cerrados, no podía hacer otra cosa que dejarse ir. Sentía tal excitación que tuvo que hacer esfuerzos para no eyacular de inmediato. Elena transformó su movimiento suave en una sucesión rápidas sacudidas mientras los huevos de Eduardo se movían a una velocidad vertiginosa.

Eduardo estaba en pleno clímax mientras su pelvis acompañaba con movimientos contrarios a los de la mano de Elena, haciendo una simulación de penetración sobre su mano, que pese a sus largos dedos, no podía abarcar toda la envergadura de la polla de Eduardo. En un momento de máximo movimiento Eduardo empujó su pelvis violentamente hasta el punto que su glande tocó el breve recodo púbico de Elena y se deslizó hacia el ombligo de ella mientras sus cuerpos se unían. El cortísimo vello púbico de ella le ocasionaba unas deliciosas cosquillas sobre la base de su pene mientras se deslizaba hacia arriba.

» …¡Oh! Qué maravilla. Necesito penetrarla ahora mismo… ¡Quiero hacerla mía!»

Elena rodeó la cabeza de Eduardo con sus delgados brazos y le hizo un beso húmedo en los labios buscando el máximo contacto con su cuerpo. Eduardo, equivocadamente pensó que la presión que ejercían las manos de Elena sobre su cabeza era una señal clara. Eduardo fue bajando su cabeza sin dejar de besar el cuerpo de Elena hasta llegar a sus pechos. Allí se entretuvo un minuto lamiendo las areolas de Elena con total delicia mientras sus pezones, erectos, ofrecían cada vez más resistencias a sus lametadas. Él aprovechaba su constante goteo de agua de la ducha para beber, pues los nervios le habían dejado la boca seca. Ella sintió como sorbía líquido de sus erectas tetas y sintió una sensación de amamantar sexualmente que jamás tuvo con ningún hombre.

Los flujos del coño de Elena eran imperceptibles entre la fina lluvia producto de la ducha. Él ya estaba a la altura de su pubis cuando usando asió las caderas de Elena levantándola al aire mientras quedaba apoyada en la pared de la ducha a la vez que separaba sus piernas y dejaba todo su sexo expuesto a escasos milímetros de la boca de Eduardo.

Una breve mirada lasciva entre ellos y Eduardo se lanza sobre su coño para lamerlo como un poseso. Eduardo encontró un sabor dulzón en el fondo de la vagina de Elena, lo que le animaba a llegar cada vez más lejos y chupar con más fuerza. Elena, por el contrario, puso los ojos como platos al verse alzada por los aires mientras le comían el coño con glotonería. En ese momento cerró sus ojos y se dejó llevar: reposó sus manos sobre la cabeza de Eduardo y lo apretó contra su coño.

Elena acompañaba las lamidas de Eduardo con un suave movimiento de caderas. El vaivén iba en incremento gracias a la excitación de ambos hasta el punto que Elena parecía estar dominando a Eduardo haciendo que su pubis chocase con su boca, como si ella le estuviera follándole la boca. Esa mezcla de educación y comportamiento salvaje impresionó a la vez que excitaba a Eduardo. Elena era una mujer muy experimentada con otros hombres, pero jamás tuvo a un joven tan enérgico a la vez que inocente bajo sus garras. Ese hecho hacia que Elena se comportase sin tapujos, sin el corsé de tener que lidiar con un follador experimentado.

– ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! – Gemía ella mientra movía sus caderas.
– Slurp, ñam, slap – Lamía Eduardo sin parar.

Elena se paró de golpe y empezó a convulsionar del orgasmo mientras Eduardo miraba hacia arriba con sorpresa y arrimaba su boca hacia el chocho de Elena. Las manos de Elena agarraban con firmeza la cabeza de Eduardo y la apretaba hacia su pubis.

– Qué gustazo. Eres maravilloso. – Comento con gozo y suavidad Elena.

Esa fue la primera frase que se lanzaron entre los dos. Eduardo sonrió y dejo las piernas de Elena en el suelo de nuevo. Agachado, la volteó de manera que manera que ahora Elena estaba aprisionada de cara a la pared.

– Voy a tener que cachearte. – Dijo con sorna Eduardo.

Y empezó a usar su lengua en la parte anterior de los muslos de Elena, besuqueándolos en círculos mientras se dirigía al culo. Allí, después de un pícaro mordisco en la nalga uso su lengua para lamer la raja de su culo, pasando por su ano con deleite. Apretaba con las manos las nalgas de Elena mientras la separaba con suavidad pero con decisión. Ella gemía dulcemente.

– ¡Uh! ¡Mmmh! Despacio cariño…

Eduardo se entretuvo unos minutos chupando las redondas nalgas de Elena, abultadas y respingonas, morenas y suaves, con el punto justo de grasa que las confería un movimiento trémulo y sensual. Eduardo movía su cabeza entre las nalgas de Elena de izquierda a derecha ocasionando un movimiento de golpeo suave y constante sobre las nalgas de ella, ocasionando que sus nalgas oscilaran.

Poco a poco subió por su espalda con muchos besos para acabar metiendo su polla por entre las piernas de Elena. Ella notó un rabo duro y ancho que se encontraba contenido en medio de su sexo. Mientras él la besaba su cuello con la mano apuntó hacia el ano de Elena y comenzó a empujar. Elena, consciente de esto cedió unos primeros instantes, hasta que tenía el glande insertado, para luego decirle:

– Cielo, me encantaría que probaras mi coño primero. – Susurró a Eduardo cerca de su oído.
– ¡Oh! Elena, estoy tan cachondo que te follaría todo. – Sollozó con tono de lujuria.

Elena se volvió hacia él y levantó una pierna ofreciendo su coño a Eduardo. Los labios exteriores de la vagina de Elena tocaban el glande Eduardo, que sin pensárselo, usó su brazo para mantener levantada la pierna de Elena que ya estaba de pie sobre una pierna y apoyada en la pared de la ducha. El otro brazo de Eduardo comprimía suavemente una teta de Elena, a la vez que le servía de apoyo.

El rabo tieso de Eduardo no encontró dificultad alguna para penetrar su chocho. Elena enrolló su brazo sobre el cuello de Eduardo a la vez que lo atraía para ser penetrada más profundamente. El ancho pene de Eduardo la volvía loca, podía sentir en su coño toda la rugosidad de la venas hinchadas de Eduardo, que comenzó a bombear enérgicamente.

– ¡Dame más! ¡Que dura está!
– ¡Me encanta tu coño! ¡Que caliente está!
* ¡Plaf!, ¡Plaf!, ¡Splash!

Salpicaba el agua en todas direcciones mientras Eduardo penetraba salvajemente a Elena, que se encontraba envuelta en un trance de lujuria y pasión. Las tetas de Elena oscilaban a cada vaivén de la pareja y cada embestida tenía un punto más enérgico.

– ¡Dame fuerte! ¡Que bien mueves las caderas!
– ¡Toma, toma toma! – Rugía sordamente Eduardo mientras la follaba desenfrenadamente.

Eduardo tenía una mezcla de cansancio y de ansia que le impedía seguir el creciente ritmo de embestidas. Su hambre de sexo no se saciaba fácilmente y esto lo empujaba a penetrar a Elena hasta desfondarse.

– ¿Te gustan mis tetas? – Inquirió Elena.
– ¡Me vuelven loco! – Gritó Eduardo.
– Chúpalas, mientras me follas… ¡te lo suplico!

Eduardo, en un gesto de increíble flexibilidad, y ayudado por Elena, alcanzó con su boca la teta más cercana y se la llevó a la boca succionando entero todo el pezón.

– Mmmmmh – Gemía Eduardo con la boca llena.
– ¡Ah! ¡Aaaah! ¡Así! – Sollozaba lascivamente Elena.

Sus embestidas disminuyeron dada la imposible postura y esto acabó por hacer parar la penetración por completo. Esto permitió a Eduardo descansar brevemente: brevemente porque enseguida Elena le incitó a por más sexo.

– No voy a permitir que bajes la guardia. Mi chocho está exigiendo una ración de ese precioso rabo. – Dijo Elena con una sonrisa en la boca.

A Eduardo le excitaba mucho oír las sucias palabras de la boca de Elena, siempre tan elegante y tan educada. Elena se hincó de rodillas y llevo a la boca la polla de Eduardo, reconociendo sus flujos enganchados. El sabor dulzón del coño de Elena le traía recuerdos los sabores que pasaban por su boca de las múltiples orgías en las que participó antaño: momentos pasados y muy bien aprovechados.

La polla de Eduardo reaccionó al momento: volvió a ser lustrosa, hinchada y rugosa, con todas la venas llevando sangre a un miembro que aún tenía que dar más de sí. Elena sabía como chupar una polla, desde la base hasta el glande y tragando toda la longitud hasta el pubis. Elena disfrutaba de comer un rabo ancho, que le llenaba la boca y que le ofrecía una textura deliciosa.

Jamás ha tenido Eduardo la oportunidad de follar con una mujer así, y él sabía que tenía que aprovechar esta oportunidad, así que se dejó guiar nuevamente por Elena quien lo empujó hasta quedar estirado en el suelo. Con la polla erecta, moviéndose acompasadamente a los latidos del corazón de Eduardo, Elena cogió el bote de leche hidratante y se la aplicó a lo largo de la parte inferior de su rabo. Se agachó y expandió la crema lentamente como si le hiciera una paja, y mientras le miraba alos ojos le dijo a Eduardo.

– Espero que esto te guste: ahora déjate guiar.

Elena se puso en cuclillas sobre el rabo de Eduardo y guió el resbaladizo pene hasta su ano. Allí Elena se dejó caer lentamente. Para que Eduardo no perdiera la erección, Elena iba dando pequeños saltos sobre el pene de Eduardo, de tal manera que le iba entrando cada vez más adentro de su ano. Eduardo cogió los brazos de Elena para que ella tuviera más sujeción mientras ella disfrutaba de un rabo tieso penetrando su ano.

– ¡Que estrecho! ¡Que caliente! – Musitaba Eduardo

Elena iba bajando cada vez más hasta que su perineo tocó el pubis de Eduardo. Eduardo notaba la estrechez del ano su amante a la vez que la crema untada permitía el paso de su ancho pene a través de su cavidad anal. En ese mismo instante Elena miró hacia arriba y lanzó un gritó, corto pero elevado.

– ¡Ooh! – Exclamó ella.

«…impresionante. Parece que lo haya hecho toda la vida. ¡Es una verdadera máquina sexual!»

Elena era increíble: parecía un resorte dando saltos sobre Eduardo hasta el punto que cada salto le abarcaba toda la longitud del pene, tal era la destreza de ella. Los vaivenes duraron más de 10 minutos y no parecía que Elena mostrase signos de debilidad o de cansancio: aquello era ejercicio aeróbico puro. Increíble. Los gemidos ya eran completamente despreocupados: si había alguien en el vestuario seguro que ya les había oído. Aquello les excitaba, quizá, aún más.

– ¡No pares Elena! – Rogaba Eduardo con la voz temblorosa de un momento previo orgasmo.
– ¡Me encanta que me perfores el culo con este pollón!

Todo el esfuerzo sobrehumano de Elena pareció dar resultado. El rabo de Eduardo parecía estallar: la presión de la cavidad anal y su excitación se conjuraron para explotar en un sonoro orgasmo.

– ¡Ooooorgh! – Rugió Eduardo.
– ¡Mmmmmh! – Gimió Elena.

Elena fue parando poco a poco hasta quedarse sentada sobre el pubis de Eduardo, con su rabo expulsando toda la leche que le quedaba. Un minuto más tarde, Elena se levantó poco a poco: cansada como estaba, le costaba incorporarse. De su culo iba cayendo semen y se agolpaba sobre el estómago de Eduardo. Una vez de pie ella le ofreció su mano para que él se incoporara: una vez incorporado y con una sonrisa ella bajó hasta el miembro flácido de Eduardo, que goteaba semen. Usando su lengua Elena lamió des del glande hasta el estómago acumulando toda la gran cantidad de leche que eyaculó Eduardo, para acabar metiéndose todo el miembro en la boca y concluir:

– Delicioso. Es el sabor que esperaba.

Por su parte Eduardo estaba impresionado por lo que acababa de vivir. Jamás se imaginó poder tener a una mujer como ella y mucho menos disfrutarla de esa manera. Nunca se hizo una imagen de la verdadera Elena hasta este día: poco le importaba la diferencia de edad, ella era una mujer espectacular en todos los sentidos.

«Increíble… en mi vida he tenido semejante orgasmo. ¡Quiero repetir!»

– ¡Tenemos que repetir! ¡Ha sido brutal! – Dijo él mientras la acompañaba con el brazo para hacer que Elena se incorporase tras meterse el miembro en la boca.

Con la barbilla llena de semen y una risa tímida, Elena asintió con total convencimiento. Ella, a pesar de no haberlo mostrado abiertamente, también había disfrutado con locura, y obviamente quería repetir.

Se acabaron de duchar los dos y accedieron a irse juntos hacia el vestuario cuando en el pasillo de las duchas oyeron ruidos sospechosos.

– Mmmh. ¡Mmmmh!

Mirándose extrañados, ambos caminaron sigilosamente hasta llegar a la altura del origen del ruido. Pensando que estarían solos, no cayeron en la cuenta del error hasta que abriendo la portezuela de la ducha vieron a Emilio, su jefe, chupándole el enorme miembro a Elías, que sonreía con los pocos dientes que le quedaban diciendo:

– ¡Uuuuy! ¡Qué sorpresa, parejita! Lo estamos pasando bien ¿verdad?

La mirada del jefe en una posición tan delicada hizo que Eduardo y Elena se miraran incrédulos y con una mueca que ocultase su risa. Emilio les miró con ojos misericordes mientras el pollón de Elías tapaba una parte de la cara de Emilio. Era evidente que a Emilio la escena le incomodaba y que eso repercutiría en su reputación si se hiciese público.

– No pares ahora, maricón, que te voy a dar tu trofeo. – Dijo Elías de modo amanerado.

Cerrando la portezuela la pareja se marchó dando las buenas noches de manera burlona.

– ¿Sabes qué, Elena? creo que vamos a tener un aumento de sueldo.
– ¡Vamos a celebrarlo con una buena cena! – Dijo alegre Elena.
– Por lo que se ve… ¡a Emilio ya se la están dando!
Hace años a una mujer de 45 años o más la llamaban “madurita”, y venía relacionado con el concepto de fruta: no de madurez. A día de hoy en el segmento de los 40 a los 55 hay un montón de acepciones: MQMF, soccer mom, mamita, etc… A mi me gusta llamarlas de otra forma: me gusta llamarlas “mujeres que entienden”. Quiero viajar a una definición menos machista y más real, y a la vez hacer una coña de la frase “hombres que entienden” de connotación gay.

Quizá las “mujeres que entienden” formen parte de ese público con apariencia inaccesible, pero que una vez te las has ganado te ofrecen la mejor cara del sexo. Refinemos el concepto un poco más: para este relato concreto se habla de “mujeres que entienden” cuando se quiere decir mujer con mucha experiencia, mayor de 40, atractiva, sexualmente activa y no necesariamente madre. No quiero relacionarlo con una edad concreta puesto que hay mujeres de 40 años con aspecto mucho más envejecido que algunas con 55.

Hay “mujeres que entienden” que te cautivan. No sé si el hecho que hoy día se tenga esta devoción al cuerpo hace que se cuiden mucho más y que sean cada vez más apetecibles. Por eso este relato va dedicado a ellas. En concreto va dedicado a una que me tiene loco por entrar en sus bragas. A ver si este relato le ablanda el corazón y me da permiso.

El estilo, para algunos, os resultará más lento y más descriptivo. Quiero experimentar nuevos estilos. Hay que tener claro que es un relato para «mujeres que entienden», por eso he intentado seguir los consejos que ellas me han dado, es decir su opinión de lo que esperarían en un relato así: ser correcto en el lenguaje, ser correcto en las formas -”galante” citando textualmente sus palabras-, ir lento y desarrollar más la historia.

————————————————————

– A ver, becario, traigame un café.
– Sí señor director.

«… puto viejo. 26 años, una carrera de biología y un máster sacados con nota y aquí estoy sirviendo cafés a un imbécil.»

Eduardo apuró su paso hacia la puerta del despacho y, una vez pasado el arco, giró su mirada a Elena mientras cerraba la puerta lentamente. Él siempre hacía igual. Necesitaba una mirada de complicidad de esa mujer para sentirse vivo.

Eduardo se consideraba un chico del montón. Ha dedicado buena parte de su vida a estudiar biología, se especializó en microbiología y se lanzó a trabajar para una fundación público-privada para la investigación de medicamentos en su ciudad natal: Barcelona. Tal como está el panorama en España se consideró afortunado al entrar a trabajar para tal entidad, pero se dió de golpe con una pared al ver cómo se estaban haciendo las cosas allí dentro. En realidad aquello era una fábrica de captación de subvenciones públicas.

Él es de estatura media (1,75), joven y atlético, pues practica deporte diariamente, moreno, con una cara de formas definidas y pelo corto. No tenía ningún tatuaje ni pendientes puesto que el consideraba que su ornamentación era su manera de vestir: informal pero elegante. Eduardo sabía cuidarse y tenía una cultura del esfuerzo muy arraigada, sus músculos estaban bien definidos y sus proporciones eran armoniosas. De hecho, su culo ha atraído bastantes miradas de sus compañeras de trabajo (pese a que él no era consciente).

Lo que en un principio era su línea de investigación fue truncada por falta de inversiones (dinero que se quedaba el director para las «matinées»: orgías habituales que se llevaban a cabo en su segunda residencia). Por ello se le ha relegado a un trabajo de administrativo. Pese a su reticencia, ¿qué motivo le obliga a continuar allí? Elena.

Elena era una empleada administrativa del centro, secretaria del director, que en realidad hacia de todo: de secretaria, de recepcionista, de administrativa, de coach personal… Nunca le faltaba una sonrisa, siempre servicial para con todos. Eduardo consideraba que ella era el verdadero motor de la empresa.

Elena era relativamente alta (1,70) y delgada. Tenía 50 años, cara alargada, melena larga, pelo lacio y suave y una sonrisa permanente. Su cuerpo era espectacular y ella lo sabía, aunque no hacía uso de ello: por ello vestía discreta. Siempre caminaba erguida y elegante, tenía un gesto seguro y es que interiormente ella se sentía muy segura de sí misma.

Sus formas eran preciosas, piernas largas y delgadas, unas caderas y unas tetas de proporciones perfectas y un culo que hipnotizaba. ¿Cuántas veces Eduardo perdió su mirada en aquel escote? Se imaginaba unas tetas tersas y suaves, redondas y con pezones rosados apuntando hacia arriba.

Eduardo hacía todo lo posible para no comérsela con la mirada, pero ella sabía perfectamente como la miraba Eduardo, qué deseo había tras de él. Elena permanecía neutral, nunca le alentó a conquistarla pero tampoco levantó un muro infranqueable entre ellos dos.

– Hoy no está de buen humor ¿eh?
– Nunca lo está, o quizá soy yo, que no me traga. – dijo Eduardo.
– No seas así, sabes perfectamente que no eres tú el culpable. – le confortó Elena

Eduardo marchó de su lado para avanzarse a la máquina de cafés mientras Elena miraba de reojo su culo. Aparentemente Elena sabía mantener mucho mejor las distancias que Eduardo -la experiencia es un grado- y por ello Eduardo jamás sospechó que pudiera parecer atractivo a Elena.

Eduardo apareció de nuevo por el despacho del director, que ocultó rápidamente la ventana de porno del navegador y miró de manera inquisitiva a Eduardo, cargado con dos cafés y cuatro donuts. Emilio, el director, era un tipo gordo, sudoroso, con grandes manos y mucho pelo por todo el cuerpo. Era relativamente bajo (1,65), calvo, con pelo negro y corto en las sienes, con gafas y mal afeitado. Vestía habitualmente un traje beige hecho a mano: no habían muchos trajes de su talla para elegir. Tenía cerca de los 63 años y ya quería jubilarse.

La actitud acosadora de Emilio repugnaba a todos los de la oficina. Su objetivo más directo era su secretaria, Elena, pero nunca se conformaba con ella y siempre lanzó sus garras sobre las becarias, a quines agasajaba para pasar un fin de semana con él en su residencia privada para follárselas con sus populares «matinées».

Más de una vez Elena abría la puerta de su despacho descubriendo a Emilio masturbándose tras la pantalla con cara de pervertido. A su jefe le encantaba que su secretaria le descubriese en ese momento: le miraba por encima de sus gafas con una sonrisa sucia a la vez que la conminaba a acercarse a él con un «…que quieres guapa?».

No se apresaba en guardar su minúsculo miembro, pues Emilio se creía superior jerárquica y moralmente. Elena, guardando las distancias bajaba la vista y se estremecía pensando en la sucia actitud de quien se creía su amo. Ella, por su parte, mantenía su compostura y nunca le hizo un ademán de asco. Aún siendo ella una persona variable de carácter mantenía su distancia y su trato cordial.

A las once y media de la mañana, con un donut en la boca y cara triunfante el señor director fue a buscar un papel en la fotocopiadora-impresora y lo levantó delante de toda la oficina.

– ¡A ver, a todos! Podemos respirar tranquilos seis años más. Nos han concedido otra subvención de un importante lobby privado farmacéutico.

Sonidos de alivio inundaron la oficina y los laboratorios circundantes.

– Pero estos cabrones de la farmacéutica no sólo nos obligan a llevar el logo impreso sino que nos obligan a montar un torneo deportivo para promocionar sus putas pastillas de colágeno.
– Nos llegarán unas cajas de pastillas y en treinta días se celebrará un torneo de pádel en un club deportivo que hay en la playa de… de…. ¿Como coño se llama ese puto pueblo a medio camino de Mataró, becario? ¡Responde!
– ¿Vilassar de Mar? – Respondió Eduardo con timidez.
– ¡Bien! Pues ahí vamos. Os envío un mail con la convocatoria. ¡A currar!

Llegó el mail con la convocatoria al día siguiente. Rezaba así:

—-
Viernes 30 de Junio a las 6 de la tarde hay un torneo de pádel mixto de la empresa. He hecho los emparejamientos, los tenéis al final del correo. Tenéis que venir todos, no puede faltar nadie o hablaremos de la paga extra. Encontraréis las camisetas con la publicidad de la farmacéutica en las cajas de la entrada. El que gane se lleva 300 euros de la promoción directo a la nómina.
¡Ah! Y comed las pastillas de colágeno,
Emilio.
—-

Eduardo se encontraba al lado de Elena, que vestía una camisa rosa pálido floreada. Los dos se pusieron a leer el mail en la pantalla de Elena y, mientras, el desviaba momentáneamente la atención hacia el escote de Elena, completamente tapado. Ella, sin desviar la vista y completamente consciente de la situación juntaba sus brazos y alzaba su pecho mientras miraba a la pantalla con una sonrisa. Eduardo no podía resistirse a balancear su cuerpo con el objetivo de poder ver la parte superior de los pechos de Elena.

Era un espectáculo precioso, los pechos, separados entre sí, estaban perfectamente recogidos en un discreto sujetador. Los pezones se mostraban a través del tejido y irrumpían en la línea curva de sus pechos como un punto de obligada parada. Eduardo se puso de cuclillas para obligarse a sí mismo a no ver su escote: las tetas de Elena quedaban a su izquierda, a la altura de sus ojos.

«…madre mía, que tetas tiene.»

Elena, sentada en su silla de despacho, apoyó los brazos sobre los reposabrazos y sacó pecho de tal manera que si Eduardo giraba su cabeza tenía visión directa a sus tetas. Para Eduardo sólo bastó con mirar de reojo para disfrutar de este momento: respiró hondo para oler su perfume mientras su excitación iba en aumento.

Inadvertidamente, a Eduardo se le infló su polla hasta quedar bien erecta. Era imposible concentrarse en el texto y decidió, en un momento determinado, levantarse para poder escapar de su calenturienta imaginación. Al levantarse Elena pudo comprobar cuan animado Eduardo estaba.

– ¡Oh! La lista de emparejamientos… – Intentó desviar la atención Eduardo, sin mucho éxito.

Elena sintió unas cosquillas en su estómago al intuir todo su miembro aprisionado. En aquel momento tuvo dos sentimientos diferentes: el de madre sabia pensando «juventud divino tesoro…» y el de mujer pecaminosa pensando «…si estuviera sola, te dejaba seco».

Mirando la lista de emparejamientos Emilio no se adjudicó a su secretaria como compañera. ¿Por qué? La respuesta era obvia: se había emparejado con una becaria que era instructora de tenis y que compaginaba su trabajo con el de la entidad. Por ello Eduardo quedó emparejado con Elena, a quien pareció aliviarle esta situación. Emilio quería ganar esos trescientos euros a toda costa, así que se buscó a la mejor raqueta de la oficina.

Los treinta días pasaron sin pena ni gloria y finalmente se acabó montando un grupo de gente, via mensajería instantánea, para ir juntos en tren hasta Vilassar.

Allí coincidió con Elena y con Érica, la chica con la que el jefe le tocaba jugar de compañera.

– Érica, ¿cómo lo llevas? – La inquirió Elena
– Nerviosa, creo que se quiere llevar los trescientos euros y me va a tocar correr como una loca. – Contestó Érica hecha un manojo de nervios.
– Que corra él… que le vendrá bien – Dije con desprecio mirando a través de la ventanilla del tren.
– No seas así, Eduardo. – Comentó en tono conciliador Elena.
Eduardo miró primero a Érica y luego a Elena y les comentó en voz baja:
– ¿Sabéis que en realidad el premio de la empresa son 1000 euros para cada miembro del equipo, y 500 para cada uno de los finalistas?
– ¡No lo dices en serio! – Exclamó Érica con los ojos como platos.
– Se va a llevar todo el dinero y te va a dejar con 300 miserables euros si ganáis. – Masculló Eduardo con el ceño fruncido.
– ¿Cómo lo sabes? – Dijo Elena sorprendida.
– Porque un amigo trabaja allí y se ha enterado de todo. He informado a este colega y él al lobby farmacéutico: jugaremos el torneo y luego se desatará la tormenta. – Comentó Eduardo como si con él no fuera el problema.
– Buf… – lanzaron un soplido de suspense las dos chicas a dúo.

A punto de llegar a la estación Elena le comenta a Eduardo:

– ¿Tu has jugado al pádel Eduardo?
– Pues… no. Pero te prometo que correré todo lo que pueda. Comentó Eduardo con tono de humor.
– Estoy segura que eres un crack. – dijo Elena previo a lanzar una amplia sonrisa a Eduardo.
– Ja ja. A la crack ya la han elegido. ¿Tu ya sabes con quien juegas Elena?
– Por supuesto. Al menos daremos guerra… y seguro que, al final, lo habremos pasado bien. – Comentó Elena guiñando un ojo al acabar la frase.

«…esta mujer es optimista. Érica va a ganar todos los partidos y nosotros acabaremos perdiendo y cansados. Al menos me podré tomar un refresco con ella, espero que perdamos pronto.»

Al llegar al destino todos se fueron al vestuario. El club tenía ya años pero estaba relativamente bien reformado. Había piscina y unos campos de pádel y de tenis: todo al aire libre. Los vestuarios eran amplios y estaban separados por sexos. La persona encargada de la limpieza, Elías, nos guió amable hasta el vestidor. Allí apoyado sobre la fregona, este veterano limpiador de 56 años, moreno, pelo canoso, fibrado, delgado y menudo se me quedó mirando para comentarme:

– Espero que esté limpio de tu agrado. – Dijo con mirada pícara y maneras dulces.
– Seguro que ambos vestuarios están perfectos Elías.
– ¡Ay! …que cielo – Comentó Elías con una sonrisa en la boca, mostrando los pocos dientes que le quedaban.

Mientras se desnudaba Eduardo notaba la mirada insistente de Elías. Eduardo, de espaldas a Elías miró instintivamente hacia atrás para ver como Elías, se mordía el labio inferior mientras veía el culo de Eduardo. Al bajar la vista vió como el paquete de Elías estaba pegado al palo de la fregona y era difícil de distinguir entre uno o otro: Elías calzaba una polla descomunal y su pantalón de lino ajustado lo delataba.

* Nota a los lectores: si os creíais que no iba a meter un pollón en el relato, lo lleváis claro. *

Con mucha motivación -y con la aprobación de Elías- Eduardo salió a la pista a buscar a Elena.

– ¿Preparada? – Le dijo Eduardo con una sonrisa.
– Claro que sí. ¡Esa es la actitud! – Exclamó Elena alegre.
– ¡Pues vamos!

La gente empezó jugando lo mejor que sabían, a todos les venía bien ganar esos 300 euros. Sin embargo la pareja que ganaba todos y cada uno de los partidos era Érica y Emilio: ella correteaba a lo largo de toda la pista y él babeaba mirando el sudor enganchado a su camiseta.

Elena hacía lo que podía y Eduardo, con su buen fondo físico, llegaba a todos lados y respondía las pelotas que podía. Aún así, consiguieron ganar todos los partidos hasta llegar a la temida final: Érica y Emilio contra Elena y Eduardo.

– Érica, vamos a ganarles a estos dos los 300 euros. Je je je. – Gruñía Emilio

Érica ni se giró: estaba cansada y emitió un gesto de desaprobación hacia nosotros. Eduardo se giró hacia Elena buscando un gesto de aprobación y de ánimo y seguidamente guiñó un ojo a Érica quien le respondió con una tímida sonrisa.

El partido fue duro pero cada punto era celebrado por Elena y Eduardo efusivamente. Cuando había un error, Eduardo daba un suave golpe en el hombro de Elena animándola a continuar. Elena no cejaba en su empeño y Eduardo estuvo a la altura. En un momento determinado, en el último set Érica gritó:

– ¡Basta! ¡Estoy haciendo todo lo que puedo! ¡Esto no es tenis y yo tengo un límite físico! ¡Y además necesito alguien que me ayude: jugamos en equipo!
– ¡Bueeeno! ¡Ya está la niña! Venga, que pongo delante y esto lo remontamos. – Vociferaba Emilio inundado de sudor y respirando sonoramente.

Emilio se movía lentamente y Eduardo aprovechó toda la rabia acumulada para humillarle más aún. Érica no se podía mover viendo gesticular a Emilio, que parecía un maniquí tras los reveses de Eduardo. Hastiado hasta la extenuación, llegó el final del partido con una justa victoria del equipo de Elena y Eduardo.

– ¡Hemos ganado! – Gritaba Elena llena de júbilo.
– ¡No me lo puedo creer! – Exclamaba Eduardo con una sonrisa.
– Felicidades pareja. – Comentó Érica con la alegría de dejar de una vez por todas de oír los lamentos de Emilio.

Emilio estaba en el suelo, como un niño con una rabieta. Era incomprensible lo que decía porque su respiración no le dejaba articular palabra.

Eduardo, sin pensar en nada más que en el partido se abrazó a Elena con firmeza, y ella, que pensaba más allá del partido recibió ese abrazo con calidez y disfrutando de la rocosa dureza del cuerpo de Eduardo. Fue en ese instante cuando las mallas de Eduardo delataron sus instintos y los dos cuerpos se alejaron mirando al suelo, como avergonzados.

– Va, te invito a un refresco. – Dijo Eduardo.
– ¡Acepto encantada!

El resto de personas, ya duchadas se iban despidiendo de los ganadores en la terraza del bar del club deportivo. El club deportivo cerraba a las 9 y ellos estaban apurando hasta el último minuto, saboreando su victoria. El jefe, Emilio, estaba solo en la pista de pádel, aún recuperándose.

– Espero no haberte incomodado, Elena.
– ¿A qué te refieres Eduardo?
– Te he dado un abrazo, así, sin pensar. Y quizá te sientas incómoda, como compañera de trabajo.
– No me puedo creer que me digas esto. ¿Tan poca confianza me tienes? – Dijo Elena sonriendo.
– ¡Al revés! Me ha salido así.
– Entonces era lo que tenías que hacer: guíate de tus instintos. – Dijo Elena muy segura de lo que decía.
– Te tomo la palabra. – Comentó Eduardo con cierta sorna.

El jefe se levantó del campo de pádel bajo la atenta mirada de Elías y se fue al vestuario.

– Deberíamos ir tirando, Elena.
– Con lo fresquito que se está aquí.

Unos instantes de cómodo silencio y breves miradas entre los dos…

– Aunque quizá podríamos cenar juntos – Musitó Eduardo mirando fijamente a la mesa y haciendo bailar el vaso de refresco.
– Me parece per-fec-to. – Pronunció lentamente Elena mirando fijamente a Eduardo.

«…que cachondo me estoy poniendo, incluso el tono en que ha pronunciado estas palabras ¡me ha puesto a mil! Joder que nervios. No la cagues Eduardo…»

Elena ya sabía como iba a acabar la noche, ella se sentía segura de sí misma: no le importaba lo más mínimo que Eduardo fuera su compañero de trabajo. Probablemente él se iría a otro sitio a trabajar mientras ella continuaría en su actual posición. «Si todo va mal, tenemos fecha de caducidad. ¿Porqué no?» se preguntaba ella.

Se levantaron los dos de la mesa con sus respectivas raquetas y Eduardo, gentilmente, le acompañó la espalda reposando su mano durante un breve instante como señal de ánimo. Ella caminaba lentamente hacia el vestuario.

Se acontecía la noche y el club estaba a punto de cerrar así que Elías les esperaba abajo de las escaleras hacia los vestuarios esperándoles.

– Felicidades a los campeones – Guiñó un ojo a Eduardo.
– ¡Gracias! Esto merece una ducha fresquita
– Lo siento encanto, ¿no te importa ducharte con los caballeros?. El vestuario de mujeres lo acabo de limpiar. – Dijo Elías con cara dulce.

Tras un incómodo silencio.

– Vaya… pues… de acuerdo. – Dijo Elena en voz baja.
– No te preocupes, tienes el ala derecha del vestuario para tí sola. No dejaré que este tigre se te acerque… Roaorr – Elías imitó el rugido de un tigre. – Vuestro jefe debe estar dentro, pero de ese tigre no hay que estar temeroso. ¡Ji ji ji!

Marcharon Elena y Eduardo riendo, cada uno hacia una ala del vestuario. A Eduardo el mero de pensar en Elena desvestida le hacia que su polla quedase dura como una piedra. Afortunadamente no había nadie en el vestuario y le importó poco si alguien le veía así. Mientras él se desvestía, iba asomando la cabeza por detrás del armario para ver si podía cazar a Elena hacia las duchas.

Su curiosidad podía con todo, cada vez tenía menos miedo a ser descubierto. En un instante, el ruido de las chanclas contra el suelo le hizo saltar como un resorte hacia la esquina de las taquillas mirando esquivamente el pasillo de las duchas. Eso le dió una maravillosa perspectiva de la espalda de Elena tapada con su toalla contoneando sus caderas hacia las duchas.

El pasillo de las duchas era oscuro y la luz muy tenue. Apenas Elena entró Eduardo ya la perdió de vista. Ella caminó hasta el fondo del pasillo y se metió en una de las duchas. Seguidamente, con su polla a punto de explotar y con un corazón a punto de salir por la boca caminó hacia las duchas con indecisión. Sólo se oía una ducha al fondo: Eduardo pensó que eran ellos dos quienes únicamente estaban en las duchas.

Sus sentidos estaban a flor de piel. Eduardo quería aprovechar ese momento para poder verla, y la oscuridad del pasillo era su mejor aliado. El ruido sordo del agua cayendo sobre el suelo era música para él. Se veía a Elena con el agua resbalando en su piel, con su larga cabellera mojada, con el moreno cuerpo brillante. Sostenía la toalla con su mano izquierda mientras caminada con sigilo, desnudo, a través del pasillo. A ambos lados del pasillo había duchas y ninguna de ellas tenía luz interior. La portezuela solo tapaba una ínfima parte de su extensión y una persona de estatura media podía ver lo que había en el interior. Su rabo estaba tieso y saltaba a cada latido de su corazón de manera impaciente.

Sonaba el agua de la ducha proviniente del fondo del pasillo con un ruido intermitente, como si el flujo del agua variase porque una persona lo movía. La excitación de Eduardo incrementaba a casa paso y él mismo se acariciaba los huevos mientras caminaba sigilosamente en una clara señal de lujuria desbordada.

Llegó a un paso de la última ducha y se arrimó a la esquina. Su cabeza se iba ladeando lentamente hacia la puerta mientras su mirada escudriñaba con atención para poder discernir la figura de Elena. El ruido del agua no cesaba y su corazón estaba completamente revolucionado. Segundos que parecían eternos. Ella no aparecía en la ducha.

Casi convencido que ella no estaba en esa ducha, que le habían pillado, movió la cabeza rápidamente para poder ver completamente la ducha pensando que allí no había nadie, que había quedado al completo descubierto.

Para su sorpresa, en un rincón de la ducha, con las manos tapando sus senos y su sexo, Elena estaba apoyada con la mirada perdida en el infinito y una sonrisa. Eduardo abrió la boca sorprendido: ese espectáculo era exactamente el que él esperaba. Elena estaba aguardando ese momento desde que supo que entraba en la ducha de caballeros: ella era lista, se aseguró que no quedaba nadie en el vestuario ni en las duchas más que ellos dos: era como una depredadora esperando su presa con paciencia, con deleite, con la plena confianza de lo que iba a ocurrir. Eduardo ya sabía que su rol sería inicialmente de presa, pero una vez cazado, no invirtió ese rol y se dejó guiar.

Elena enfocó su visión hacia Eduardo y sonrió. Se inclinó hacia adelante y abrió el pestillo mientras la puerta se abría de manera natural dejando a Eduardo la visión completa del cuerpo de Elena. Él empujó la puerta lentamente, con muchísima suavidad, y ella alargó un brazo desde su posición hasta tocar su firme pecho. Su gesto mostraba una actitud más que dispuesta hacia Eduardo que no dudó un instante en aprovecharlo.

Pasos lentos hacia Elena, que no ofreció resistencia alguna al cortejo de Eduardo. Las manos de Eduardo se posaron a ambos lados de Elena, y con una de las manos acariciaba su cabellera húmeda. Bajó la vista y pudo apreciar dos tetas ligeramente ladeadas con preciosos pezones marrones claros de los que rezumaba el agua de la ducha cayendo gota a gota. El tamaño era perfecto, su mano se deslizó por el cuerpo de Elena hasta posarse en su seno, cubriendo todo él.

Elena bajó la vista, no en señal de vergüenza, sino en acto de exploración de un cuerpo que le volvía loca. Su vista paró en los abdominales de Eduardo y acompañó la mano de su pecho hacia éstos. La sensación de firmeza le produjo un suspiro que la dejó con una sensación de calidez y excitación a partes iguales. El cuerpo de Eduardo resbalaba con el agua de la ducha, además, el hecho de estar completamente rasurado y de sentir el contacto piel con piel acrecentaba la lujuria de Elena que, instintivamente, abrió su mano completamente para hacerla bajar hacia el pubis de Eduardo, haciendo que su pene inflado y duro golpeara en su estómago mientras ella, con la palma de la mano, acariciaba su base hasta bajar a la altura de sus huevos.

Eduardo notaba como su prepucio quedaba al aire y se le puso la piel de gallina al notar como Elena acariciaba sus testículos. Procedió a aprisionar a Elena hacia la pared en la que estaba apoyada mientras que le ladeaba la cabeza suavemente con una mano para besar su cuello. Elena, con la otra mano deslizaba su cabello hacia el hombro opuesto dejando libre su cuello.

Elena sentía como el rabo de Eduardo tocaba su cuerpo y quedaba entre sus dos estómagos. Era un pene duro, suave, ancho pero de longitud normal. Le gustaba ese tacto resbaladizo que le confería el agua.

Haciendo un ademán de rechazo, Elena empujó suavemente a Eduardo, que le miraba sorprendido por el gesto. Cuando lo tuvo a unos 20 centímetros de distancia, lo justo para que el pene de Eduardo no la tocase, cerró su mano alrededor del prepucio de Eduardo. Eduardo, sonriente, apoyó las manos sobre la pared de la ducha haciendo una jaula de la que Elena no podía escapar. Muy al contrario, Elena deslizaba suavemente su mano sobre el pene de Eduardo, empezando una masturbación delicada y sensible.

Elena no podía apartar su mirada del aparato de Eduardo y incrementaba el ritmo. Tenía una morbosa curiosidad por ver cómo sus huevos se movían en los vaivenes. Eduardo, con los ojos cerrados, no podía hacer otra cosa que dejarse ir. Sentía tal excitación que tuvo que hacer esfuerzos para no eyacular de inmediato. Elena transformó su movimiento suave en una sucesión rápidas sacudidas mientras los huevos de Eduardo se movían a una velocidad vertiginosa.

Eduardo estaba en pleno clímax mientras su pelvis acompañaba con movimientos contrarios a los de la mano de Elena, haciendo una simulación de penetración sobre su mano, que pese a sus largos dedos, no podía abarcar toda la envergadura de la polla de Eduardo. En un momento de máximo movimiento Eduardo empujó su pelvis violentamente hasta el punto que su glande tocó el breve recodo púbico de Elena y se deslizó hacia el ombligo de ella mientras sus cuerpos se unían. El cortísimo vello púbico de ella le ocasionaba unas deliciosas cosquillas sobre la base de su pene mientras se deslizaba hacia arriba.

» …¡Oh! Qué maravilla. Necesito penetrarla ahora mismo… ¡Quiero hacerla mía!»

Elena rodeó la cabeza de Eduardo con sus delgados brazos y le hizo un beso húmedo en los labios buscando el máximo contacto con su cuerpo. Eduardo, equivocadamente pensó que la presión que ejercían las manos de Elena sobre su cabeza era una señal clara. Eduardo fue bajando su cabeza sin dejar de besar el cuerpo de Elena hasta llegar a sus pechos. Allí se entretuvo un minuto lamiendo las areolas de Elena con total delicia mientras sus pezones, erectos, ofrecían cada vez más resistencias a sus lametadas. Él aprovechaba su constante goteo de agua de la ducha para beber, pues los nervios le habían dejado la boca seca. Ella sintió como sorbía líquido de sus erectas tetas y sintió una sensación de amamantar sexualmente que jamás tuvo con ningún hombre.

Los flujos del coño de Elena eran imperceptibles entre la fina lluvia producto de la ducha. Él ya estaba a la altura de su pubis cuando usando asió las caderas de Elena levantándola al aire mientras quedaba apoyada en la pared de la ducha a la vez que separaba sus piernas y dejaba todo su sexo expuesto a escasos milímetros de la boca de Eduardo.

Una breve mirada lasciva entre ellos y Eduardo se lanza sobre su coño para lamerlo como un poseso. Eduardo encontró un sabor dulzón en el fondo de la vagina de Elena, lo que le animaba a llegar cada vez más lejos y chupar con más fuerza. Elena, por el contrario, puso los ojos como platos al verse alzada por los aires mientras le comían el coño con glotonería. En ese momento cerró sus ojos y se dejó llevar: reposó sus manos sobre la cabeza de Eduardo y lo apretó contra su coño.

Elena acompañaba las lamidas de Eduardo con un suave movimiento de caderas. El vaivén iba en incremento gracias a la excitación de ambos hasta el punto que Elena parecía estar dominando a Eduardo haciendo que su pubis chocase con su boca, como si ella le estuviera follándole la boca. Esa mezcla de educación y comportamiento salvaje impresionó a la vez que excitaba a Eduardo. Elena era una mujer muy experimentada con otros hombres, pero jamás tuvo a un joven tan enérgico a la vez que inocente bajo sus garras. Ese hecho hacia que Elena se comportase sin tapujos, sin el corsé de tener que lidiar con un follador experimentado.

– ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! – Gemía ella mientra movía sus caderas.
– Slurp, ñam, slap – Lamía Eduardo sin parar.

Elena se paró de golpe y empezó a convulsionar del orgasmo mientras Eduardo miraba hacia arriba con sorpresa y arrimaba su boca hacia el chocho de Elena. Las manos de Elena agarraban con firmeza la cabeza de Eduardo y la apretaba hacia su pubis.

– Qué gustazo. Eres maravilloso. – Comento con gozo y suavidad Elena.

Esa fue la primera frase que se lanzaron entre los dos. Eduardo sonrió y dejo las piernas de Elena en el suelo de nuevo. Agachado, la volteó de manera que manera que ahora Elena estaba aprisionada de cara a la pared.

– Voy a tener que cachearte. – Dijo con sorna Eduardo.

Y empezó a usar su lengua en la parte anterior de los muslos de Elena, besuqueándolos en círculos mientras se dirigía al culo. Allí, después de un pícaro mordisco en la nalga uso su lengua para lamer la raja de su culo, pasando por su ano con deleite. Apretaba con las manos las nalgas de Elena mientras la separaba con suavidad pero con decisión. Ella gemía dulcemente.

– ¡Uh! ¡Mmmh! Despacio cariño…

Eduardo se entretuvo unos minutos chupando las redondas nalgas de Elena, abultadas y respingonas, morenas y suaves, con el punto justo de grasa que las confería un movimiento trémulo y sensual. Eduardo movía su cabeza entre las nalgas de Elena de izquierda a derecha ocasionando un movimiento de golpeo suave y constante sobre las nalgas de ella, ocasionando que sus nalgas oscilaran.

Poco a poco subió por su espalda con muchos besos para acabar metiendo su polla por entre las piernas de Elena. Ella notó un rabo duro y ancho que se encontraba contenido en medio de su sexo. Mientras él la besaba su cuello con la mano apuntó hacia el ano de Elena y comenzó a empujar. Elena, consciente de esto cedió unos primeros instantes, hasta que tenía el glande insertado, para luego decirle:

– Cielo, me encantaría que probaras mi coño primero. – Susurró a Eduardo cerca de su oído.
– ¡Oh! Elena, estoy tan cachondo que te follaría todo. – Sollozó con tono de lujuria.

Elena se volvió hacia él y levantó una pierna ofreciendo su coño a Eduardo. Los labios exteriores de la vagina de Elena tocaban el glande Eduardo, que sin pensárselo, usó su brazo para mantener levantada la pierna de Elena que ya estaba de pie sobre una pierna y apoyada en la pared de la ducha. El otro brazo de Eduardo comprimía suavemente una teta de Elena, a la vez que le servía de apoyo.

El rabo tieso de Eduardo no encontró dificultad alguna para penetrar su chocho. Elena enrolló su brazo sobre el cuello de Eduardo a la vez que lo atraía para ser penetrada más profundamente. El ancho pene de Eduardo la volvía loca, podía sentir en su coño toda la rugosidad de la venas hinchadas de Eduardo, que comenzó a bombear enérgicamente.

– ¡Dame más! ¡Que dura está!
– ¡Me encanta tu coño! ¡Que caliente está!
* ¡Plaf!, ¡Plaf!, ¡Splash!

Salpicaba el agua en todas direcciones mientras Eduardo penetraba salvajemente a Elena, que se encontraba envuelta en un trance de lujuria y pasión. Las tetas de Elena oscilaban a cada vaivén de la pareja y cada embestida tenía un punto más enérgico.

– ¡Dame fuerte! ¡Que bien mueves las caderas!
– ¡Toma, toma toma! – Rugía sordamente Eduardo mientras la follaba desenfrenadamente.

Eduardo tenía una mezcla de cansancio y de ansia que le impedía seguir el creciente ritmo de embestidas. Su hambre de sexo no se saciaba fácilmente y esto lo empujaba a penetrar a Elena hasta desfondarse.

– ¿Te gustan mis tetas? – Inquirió Elena.
– ¡Me vuelven loco! – Gritó Eduardo.
– Chúpalas, mientras me follas… ¡te lo suplico!

Eduardo, en un gesto de increíble flexibilidad, y ayudado por Elena, alcanzó con su boca la teta más cercana y se la llevó a la boca succionando entero todo el pezón.

– Mmmmmh – Gemía Eduardo con la boca llena.
– ¡Ah! ¡Aaaah! ¡Así! – Sollozaba lascivamente Elena.

Sus embestidas disminuyeron dada la imposible postura y esto acabó por hacer parar la penetración por completo. Esto permitió a Eduardo descansar brevemente: brevemente porque enseguida Elena le incitó a por más sexo.

– No voy a permitir que bajes la guardia. Mi chocho está exigiendo una ración de ese precioso rabo. – Dijo Elena con una sonrisa en la boca.

A Eduardo le excitaba mucho oír las sucias palabras de la boca de Elena, siempre tan elegante y tan educada. Elena se hincó de rodillas y llevo a la boca la polla de Eduardo, reconociendo sus flujos enganchados. El sabor dulzón del coño de Elena le traía recuerdos los sabores que pasaban por su boca de las múltiples orgías en las que participó antaño: momentos pasados y muy bien aprovechados.

La polla de Eduardo reaccionó al momento: volvió a ser lustrosa, hinchada y rugosa, con todas la venas llevando sangre a un miembro que aún tenía que dar más de sí. Elena sabía como chupar una polla, desde la base hasta el glande y tragando toda la longitud hasta el pubis. Elena disfrutaba de comer un rabo ancho, que le llenaba la boca y que le ofrecía una textura deliciosa.

Jamás ha tenido Eduardo la oportunidad de follar con una mujer así, y él sabía que tenía que aprovechar esta oportunidad, así que se dejó guiar nuevamente por Elena quien lo empujó hasta quedar estirado en el suelo. Con la polla erecta, moviéndose acompasadamente a los latidos del corazón de Eduardo, Elena cogió el bote de leche hidratante y se la aplicó a lo largo de la parte inferior de su rabo. Se agachó y expandió la crema lentamente como si le hiciera una paja, y mientras le miraba alos ojos le dijo a Eduardo.

– Espero que esto te guste: ahora déjate guiar.

Elena se puso en cuclillas sobre el rabo de Eduardo y guió el resbaladizo pene hasta su ano. Allí Elena se dejó caer lentamente. Para que Eduardo no perdiera la erección, Elena iba dando pequeños saltos sobre el pene de Eduardo, de tal manera que le iba entrando cada vez más adentro de su ano. Eduardo cogió los brazos de Elena para que ella tuviera más sujeción mientras ella disfrutaba de un rabo tieso penetrando su ano.

– ¡Que estrecho! ¡Que caliente! – Musitaba Eduardo

Elena iba bajando cada vez más hasta que su perineo tocó el pubis de Eduardo. Eduardo notaba la estrechez del ano su amante a la vez que la crema untada permitía el paso de su ancho pene a través de su cavidad anal. En ese mismo instante Elena miró hacia arriba y lanzó un gritó, corto pero elevado.

– ¡Ooh! – Exclamó ella.

«…impresionante. Parece que lo haya hecho toda la vida. ¡Es una verdadera máquina sexual!»

Elena era increíble: parecía un resorte dando saltos sobre Eduardo hasta el punto que cada salto le abarcaba toda la longitud del pene, tal era la destreza de ella. Los vaivenes duraron más de 10 minutos y no parecía que Elena mostrase signos de debilidad o de cansancio: aquello era ejercicio aeróbico puro. Increíble. Los gemidos ya eran completamente despreocupados: si había alguien en el vestuario seguro que ya les había oído. Aquello les excitaba, quizá, aún más.

– ¡No pares Elena! – Rogaba Eduardo con la voz temblorosa de un momento previo orgasmo.
– ¡Me encanta que me perfores el culo con este pollón!

Todo el esfuerzo sobrehumano de Elena pareció dar resultado. El rabo de Eduardo parecía estallar: la presión de la cavidad anal y su excitación se conjuraron para explotar en un sonoro orgasmo.

– ¡Ooooorgh! – Rugió Eduardo.
– ¡Mmmmmh! – Gimió Elena.

Elena fue parando poco a poco hasta quedarse sentada sobre el pubis de Eduardo, con su rabo expulsando toda la leche que le quedaba. Un minuto más tarde, Elena se levantó poco a poco: cansada como estaba, le costaba incorporarse. De su culo iba cayendo semen y se agolpaba sobre el estómago de Eduardo. Una vez de pie ella le ofreció su mano para que él se incoporara: una vez incorporado y con una sonrisa ella bajó hasta el miembro flácido de Eduardo, que goteaba semen. Usando su lengua Elena lamió des del glande hasta el estómago acumulando toda la gran cantidad de leche que eyaculó Eduardo, para acabar metiéndose todo el miembro en la boca y concluir:

– Delicioso. Es el sabor que esperaba.

Por su parte Eduardo estaba impresionado por lo que acababa de vivir. Jamás se imaginó poder tener a una mujer como ella y mucho menos disfrutarla de esa manera. Nunca se hizo una imagen de la verdadera Elena hasta este día: poco le importaba la diferencia de edad, ella era una mujer espectacular en todos los sentidos.

«Increíble… en mi vida he tenido semejante orgasmo. ¡Quiero repetir!»

– ¡Tenemos que repetir! ¡Ha sido brutal! – Dijo él mientras la acompañaba con el brazo para hacer que Elena se incorporase tras meterse el miembro en la boca.

Con la barbilla llena de semen y una risa tímida, Elena asintió con total convencimiento. Ella, a pesar de no haberlo mostrado abiertamente, también había disfrutado con locura, y obviamente quería repetir.

Se acabaron de duchar los dos y accedieron a irse juntos hacia el vestuario cuando en el pasillo de las duchas oyeron ruidos sospechosos.

– Mmmh. ¡Mmmmh!

Mirándose extrañados, ambos caminaron sigilosamente hasta llegar a la altura del origen del ruido. Pensando que estarían solos, no cayeron en la cuenta del error hasta que abriendo la portezuela de la ducha vieron a Emilio, su jefe, chupándole el enorme miembro a Elías, que sonreía con los pocos dientes que le quedaban diciendo:

– ¡Uuuuy! ¡Qué sorpresa, parejita! Lo estamos pasando bien ¿verdad?

La mirada del jefe en una posición tan delicada hizo que Eduardo y Elena se miraran incrédulos y con una mueca que ocultase su risa. Emilio les miró con ojos misericordes mientras el pollón de Elías tapaba una parte de la cara de Emilio. Era evidente que a Emilio la escena le incomodaba y que eso repercutiría en su reputación si se hiciese público.

– No pares ahora, maricón, que te voy a dar tu trofeo. – Dijo Elías de modo amanerado.

Cerrando la portezuela la pareja se marchó dando las buenas noches de manera burlona.

– ¿Sabes qué, Elena? creo que vamos a tener un aumento de sueldo.
– ¡Vamos a celebrarlo con una buena cena! – Dijo alegre Elena.
– Por lo que se ve… ¡a Emilio ya se la están dando!

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *