Había dejado de sentirme atraída hacia mi novio, pero un día todo cambio. Volvieron las ganas y follamos sin parar

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– Entonces, ¿quieres que vaya?

– ¡Que siiiiii!

– ¿Seguro?

– ¡Ya te he dicho que sí! Y si me lo preguntas de nuevo cambiaré de opinión, no te abriré la puerta y tendrás que aliviarse tú solito. Así que, ya sabes… vuela.

– ¡Voy para allá! – Dijo Damián entusiasmado.

– Pero no montes un escándalo como siempre.

– Ya sabes que ese ascensor tuyo me tiene manía.

– ¡Tú, que eres un torpe! – Apuntó la jovencita alegremente.

– Torpe… para según qué cosas. Je, je, je.

Claudia esbozó una sonrisa algo forzada, no quería que Damián se sintiese ofendido por su apatía al verla a través de la video-llamada. Preparó su habitación para el inminente encuentro amoroso: recogió sus apuntes del instituto, salió de la aplicación, apagó el ordenador y arregló su cama. También se dispuso a cerrar el enorme ventanal de su habitación situada en uno de los barrios más tradicionales de Madrid pero se lo pensó mejor y lo dejó abierto de par en par. Jamás lo había hecho hasta ese día, ella era una joven prudente por naturaleza y tímida hasta rayar lo patológico. Cuando comenzó su relación con Damián pasaron varios meses hasta que tuvo el valor de hacer el amor con la luz encendida. No obstante, el calor de aquel agosto era agobiante y, si ya tenía pocas ganas de sexo, hacerlo en un ambiente cerrado y claustrofóbico todavía le resultaba menos apetecible. Además, la única posibilidad de que alguien les viese mientras se daban placer era haciéndolo desde el balcón de enfrente, en el punto opuesto del estrecho patio de luces y hacía meses, por no decir años, que aquella pensión de mala muerte había cerrado sus puertas por falta de clientela.

Una vez acondicionado el nidito de amor era el turno de ponerse guapa. No se esmeró demasiado; se quitó la ropa deportiva que llevaba puesta, tomó una ducha rápida y se colocó un pijamita corto color crema con su correspondiente top de tirantes. Era el preferido de Damián. Él decía que era porque con él puesto la encontraba muy bonita pero Claudia sabía que los verdaderos motivos eran las transparencias que tenía en la zona de los pezones.

Esa fue la única concesión que le hizo al muchacho ya que ni siquiera se arregló el pelo o se maquilló mínimamente. No quería mirarse al espejo, cada vez que veía su reflejo se sentía triste y, lo que era mucho peor, culpable. Culpable por no sentir lo mismo que antes. El calor que otrora consumía su interior se había transformado en una leve llama que languidecía.

Unos meses atrás, en esa misma situación, Claudia hubiera realizado todos aquellos preliminares dando saltos de alegría y con un buen humor desbordante. Sin duda y aun a costa de recibir un buen castigo, hubiese tomado prestado el perfume caro de su mamá, el maquillaje de marca de su hermana mayor y utilizado la lencería fina que el chaval le había regalado de manera clandestina y le hubiera esperado ansiosa con la mirada fija en la puerta y el coño hecho gelatina. Pero aquellos días de pasión, desenfreno y lujuria habían terminado. Damián seguía con el mismo ímpetu del primer día en cambio ella ya no sentía lo mismo que antes. Había perdido algo por el camino y no sabía el motivo.

Claudia intentaba por todos los medios mantener las apariencias pero algo había cambiado. Amaba a Damián por encima de todo, ese no era el problema. Seguían divirtiéndole sus constantes despistes, su torpeza infinita y su carita de niño, tan poco acorde con sus casi dos metros de humanidad Nibelunga. Ella adoraba cada pequita que surgía caprichosa a lo largo de su piel, sus ojos marrones y vivarachos que iluminaban su cara y su cabello rojizo imposible de dominar. El asunto que la comía por dentro tampoco era relativo al afecto sino a otro relacionado también a su relación de pareja: el deseo.

Hacer el amor con él cada vez que sus papás no estaban en casa, lejos de ser una fiesta como antaño, se había convertido en una auténtica tortura. La joven buscaba constantes excusas para no hacerlo y, cuando accedía a consumar el acto, era a costa de fingir y simular un orgasmo, un clímax, un éxtasis que hacía tiempo no sentía. Aquella mentira constante la estaba consumiendo, tanto por dentro como por fuera: su físico juvenil se resentía.

Damián estaba tan ciego de amor, tan coladito por su chica, que era incapaz de darse cuenta de tal circunstancia. Ni siquiera se percató de que Claudia había perdido algo de peso de un tiempo a aquella parte. Nada escandaloso, pero sí lo suficiente como para que su ropa ajustada le estuviese algo más holgada que de costumbre. Sus pechos, a pesar de la disminución de su volumen, seguían siendo la perfección hecha carne, grandes en relación a su menudo cuerpo. La curva de su cadera nunca había sido lo suficiente pronunciada como para que se notase la diferencia de kilos a simple vista. En cambio su rostro reflejaba claramente el conflicto que corroía su alma. Sus ojos grises, casi albinos, aparecían ojerosos y la palidez de su rostro era más nívea que de costumbre. Aun así seguía manteniendo su exultante belleza juvenil con su cabello negro azabache, largo hasta las caderas y su dentadura impoluta con las palas superiores sutilmente separadas.

El nerviosismo de Claudia crecía por momentos durante la espera; no estaba segura de poder seguir con aquella farsa durante mucho tiempo. Aun así, cuando el timbre de la puerta que daba acceso a la escalera de su vivienda sonó, sacó fuerzas de flaqueza, respiró profundamente varias veces y, tras accionar el dispositivo de apertura, se dispuso a interpretar una vez más su papel de amante complaciente.

Claudia no pudo evitar esbozar una sonrisa al escuchar, a través de la puerta, el juramento de Damián intentando salir del ascensor. El habitáculo era tan reducido y su humanidad tan grande que el chaval se las veía y deseaba cada vez que tenía que enfrentarse con el vetusto elevador.

– ¡Pero no hagas ruido! – dijo la muchacha riéndose abiertamente al abrir la puerta -. ¡Se van a enterar todos los vecinos!

– ¡Es este mierda de cacharro, que me tiene frito!

– ¡Venga, pasa! ¡Date prisaaa!

– Voy, voy…

Apenas atravesó la puerta, el muchacho elevó a Claudia como a una pluma y le regaló uno de esos besos que tanto gustaban a la chica mientras ambos daban vueltas en el recibidor.

– Hola, pequeña.

– ¡Bésame otra vez!

El tiempo se paraba para ambos en momentos como aquel. Eran besos pausados, suaves, pero con abundante intercambio de jugos y roces apasionados. La joven se relajó, le encantaba sentir los labios de Damián juguetear con los suyos y la forma que él tenía de succionar su lengua. Le había costado mucho enseñarle a besar a su gusto pero tenía que reconocer que el alumno se había aplicado tanto en la tarea que superaba a la maestra. Sin dejar de intercambiar fluidos, ella se aferró al corpachón de su amante, cerró los ojos y pensó que ojalá que aquello no terminase nunca. Le habría encantado pasarse la tarde de ese modo, sintiéndose segura en los brazos de su chico y comiéndose a besos mutuamente pero sabía que tarde o temprano aquello terminaría, dando paso al momento que tanto la angustiaba.

– ¡Uhm… se te nota ansiosa! – Dijo él con la percepción de la realidad anulada por la dureza de su pene.

Claudia no respondió. Se aferró a él como una anaconda y a buscar sus besos con mayor avidez en busca de una lubricación extra en su vulva que no terminaba por llegar de forma natural. Una vez más Damián malinterpretó el mensaje y, agarrándola con firmeza debajo del pantaloncito, la llevó en volandas hacia la habitación del pecado.

– ¡Espera! ¡Tranquilo! – suplicó ella en un intento desesperado por darle la enésima oportunidad a su cuerpo.

– ¡Estoy a mil! ¡No puedo más! Hace más de un mes que no lo hacemos…

Aquellas palabras entristecieron todavía más a Claudia. Mientras era trasladada a través del pasillo se sintió culpable por haber tenido desatendido tanto tiempo al amor de su vida. Dejó de oponer resistencia, un mes de demora era mucho tiempo y más teniendo en cuenta que, al principio de su relación, lo hacían prácticamente a diario. Una vez más decidió ocultar sus sentimientos y prestar su cuerpo para que él obtuviese el placer ansiado. Que ella no sintiera nada no importaba, tan sólo quería mantenerlo a su lado a toda costa.

– ¡Ay! – Protestó Claudia al verse lanzada hacia su cama con rudeza.

– Perdona, ¿te hice daño?

Ella sonrió de la forma más convincente que pudo y negando con la cabeza prosiguió:

– Te lo crees todo, tonto… – dijo abriendo completamente los brazos, invitándole a acercarse.

– ¿Tonto? ¡Te vas a enterar!

– ¡No… eso no! – suplicó la joven, adivinando las intenciones del muchacho -. ¡Sabes que no me gusta…!

Claudia se retorcía mientras los enormes dedos de su novio atacaban sus zonas más sensibles. Tenía cosquillas, y muchas, tantas que comenzó a chillar durante el ataque.

– ¡Shssss! ¡Se van a enterar los vecinos! – susurró Damián entre risas, sin detener su maniobra.

– ¡Ya vale, ya vale!

– ¿Te rindes?

– ¡Me… me rindo…!

– Está bien.

Y, aprovechando su situación ventajosa, el chaval desvistió la parte inferior del cuerpo de la muchacha, dejando a la vista su sexo: un bultito rosado, completamente lampiño y coronado con un más que notable clítoris.

Claudia no pudo evitar torcer el gesto mientras su ropa volaba por los aires y se estrellaba contra el espejo. Su suerte estaba echada. Por fortuna para, ella los ojos de Damián sólo tenían un objetivo que no era otro que su entrepierna. Si la hubiese mirado a los ojos su angustia la habría delatado.

– Eres perfecta… – dijo Damián mientras sus enormes manos abrían lentamente las piernas de la jovencita.

Ella cerró los ojos, sabía lo que iba a ocurrir: su tormento estaba a punto de comenzar. Tras el besito de rigor en su parte más intima sintió una lengua golosa recorriendo sus pliegues más íntimos. Era un movimiento rápido e intenso que, sin llegar a ser brusco, denotaba con nitidez el ansia y el deseo retenido por su novio durante mucho tiempo. Damián se dio un festín de coño, lamiendo, chupando, succionando cada gotita del escaso jugo que brotaba del interior de la muchacha. Pero lo que para él era una delicia para su amante suponía una tortura. Claudia aguantó el envite como pudo, agarrando las sábanas con fuerza. Estuvo varias veces a punto de explotar, deseaba cerrar las piernas y terminar con aquello pero su amor por el chaval era tan fuerte que se contuvo. Dejó que su sexo fuese devorado sin impedimento alguno, pese a que nada le apeteciese menos en aquel momento de tortura.

– ¡Ah! – Gimoteó Claudia, fingiendo un placer que para nada sentía.

– ¿Te gusta?

– ¡Sí! ¡Sigue, no te detengas…! – Contestó la joven, rota por dentro, girando la cabeza a un lado.

Y para ocultar mejor su engaño, agarró del cabello al muchacho, apretó la cabeza a su coño y comenzó a realizar ligeros movimientos pélvicos acompasados al ritmo de la lengua que recorría cuerpo.

– ¡Qué delicia! – Mintió, deseando realmente gritar de impotencia al no sentir nada.

Por más esfuerzos que hizo, por más que intentó que su cuerpo reaccionase como antaño, no consiguió su objetivo. Es más, la ausencia de placer se transformó poco a poco en dolor. Cada caricia, cada roce, cada beso en su sexo parecían cortantes heridas causadas por la más fina y afilada hoja de afeitar. Llegó un momento en el que ya no pudo más y, en su desesperación, adoptó otra estrategia: abandonó su pasividad habitual y pasó a la acción.

– Qui… quiero hacerlo yo. Déjame… déjame… a mí. Me apetece chupar. Quiero chuparte la polla, por favor.

Damián abrió los ojos de par en par. Aquello suponía para él una grata novedad. Claudia no era muy dada a realizar sexo oral y mucho menos por iniciativa propia.

– Vale… – Contestó él sin rechistar.

Pese a no prodigarse demasiado, Claudia era buena, muy buena con la boca; el chico lo sabía por eso no se lo pensó dos veces a la hora de aceptar su propuesta. Se desnudó a la velocidad del rayo y, colocando su enorme cuerpo junto a la muchacha, se dispuso a disfrutar de aquel momento mágico. Parecía un enorme osito de peluche esperando a ser acariciado, su humanidad era tan grande que sus pies colgaban por la parte inferior del colchón.

– Me encanta cómo huele tu polla. – Musitó Claudia en el tono sensual que le fue posible, acariciando lentamente el falo con una mano mientras la otra jugueteaba con las hermosas pelotas del chaval.

Conocía lo suficientemente a su novio como para saber lo mucho que le gustaba que le dijese cosas sucias en esos momentos de pasión y lujuria.

– ¡Uhmmm!

– Es enorme.- Prosiguió la joven, jalándose la punta del cipote con dulzura, sin dejar de masturbarlo con suavidad.

Esa fue una de las pocas verdades que salió de la boca Claudia durante aquella tarde. En efecto, el gigantón estaba muy bien dotado, el tamaño de su falo era acorde con el resto de las dimensiones de su voluminoso cuerpo.

– ¡Mírame! ¡Mírame mientras lo haces…! – Suplicó el mastodonte.

Ella, asumiendo su papel de sumisa, le complació. Sus extraordinarias pupilas grises se clavaron en las del chaval mientras el miembro viril transitaba a sus anchas a través de sus labios. Los mofletes de la joven se hinchaban como globos durante la entrada y formaban un par de hoyuelos en la salida, proporcionando una sensación de vacío tremendamente placentera al cipote del muchacho a la vez que un espectáculo sublime su la vista.

– ¡Uff! ¡Joder! ¡Me vas a matar de gusto! – Dijo Damián con los ojos casi en blanco.

– ¿Qué pasa? ¿Ya estás a punto? – murmuró la joven, dándose un respiro entre chupada y chupada -. Yo quiero más… tengo hambre… hambre de polla…

Y, como si de un helado se tratase, propinó un intenso lametón al miembro viril que, partiendo de los testículos, recorrió por completo la barra de carne, finalizando en una profunda y húmeda felación en su punta.

– ¡No, no! Sigue… no pares… – Gimió Damián a punto de entrar en éxtasis.

Claudia estuvo tentada a consumar el final feliz utilizando sólo su boca. No le hubiese supuesto problema alguno, sabía muy bien el terreno que pisaba. Le sobraba experiencia ya que llevaba haciéndolo desde el comienzo de su adolescencia y tenía una facilidad natural para dar placer a los chicos con sus labios. Por si fuera poco, tragar esperma no le era desagradable, pero no le pareció justo calmar las ansias de Damián con una simple mamada: su chico no se lo merecía. Aunque le supusiese un martirio, ella iba a darle eso que tanto deseaba, eso que había ido a buscar aquella tarde y no un sucedáneo, por muy agradable que éste fuese.

– La quiero dentro… – proclamó Claudia y, continuando con su farsa, prosiguió – y la quiero ya. Déjame arriba esta vez. Te quiero montar.

– ¡Uff…! ¡Sí! Eso estará genial.

Con la agilidad propia de un felino, la joven se colocó sobre él dándole la espalda, frente a frente con el ventanal abierto.

– ¿Así? – Dijo extrañado por la postura adoptada -. ¿Hacia atrás?

– ¿No… no te parece bien?

– ¡Sí, sí! Como tú quieras. Te noto muy caliente hoy.

– Lo estoy.

La joven había pensado que, colocada de esa manera, le sería más sencillo ocultar su falta de ganas y su sentimiento de culpa durante la cópula. Decidida a terminar con aquello cuanto antes, agarró el cipote por la base, dirigiendo la punta hacia su entrada delantera, teóricamente lubricada y predispuesta gracias al tratamiento oral recibido.

El primer intento resultó fallido, el extremo del glande resbaló por el sexo en lugar de entrar en él, retorciéndose bruscamente.

– ¡Cu… cuidado! –Murmuró Damián algo alarmado.

– Perdón.

La joven se enfureció consigo misma por su falta de pericia y, de manera más decidida, volvió a la carga con decisión. Iba a clavársela sí o sí, le doliese o no.

– Tranquila – Apuntó él, ayudándola con sus brazos al notar que la chica pasaba por alguna dificultad -. Sé que te mueres de ganas, pero no hay prisa. Tus papás no vienen hasta tarde. Sobre todo no te hagas daño.

– Sí, sí. Ahora… ahora entrará… entrará hasta el fondo, ya lo verás.

En efecto, Claudia luchó contra su menudo cuerpo y, no sin sufrimiento, logró que su vulva cediese ante el empuje del ariete. El tamaño del mismo era enorme pero durante los primeros meses de relación esto nunca había supuesto un gran problema para ella. En los primeros coitos, llenos de desenfreno y lubricación desmedida, las paredes de su vagina se dilataban generosamente, y albergaban en su interior, si no todo, al menos una buena parte del miembro erecto de Damián. Pero aquella tarde de verano las circunstancias eran bien distintas: tres centímetros de polla en el interior de su vulva bastaron para hacerle ver las estrellas, y no de placer precisamente.

– ¡Es… es genial! Lo tienes tan apretado como el primer día.

– ¡Sí! – gimió la muchacha rota de dolor-. Es… es una gozada.

Al comenzar la danza del vientre, la cosa empeoró todavía más. La nula lubricación de Claudia convertía a la cópula en una tortura pero ella no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente. Tragó saliva, entornó los ojos y lo montó con furia. Fue lo más parecido a una cuchillada trapera. Le dolió tanto que a punto estuvo de perder el sentido entre cabalgada y cabalgada pero no cejó lo más mínimo en su empeño de dar placer al muchacho y siguió adelante. En uno de los peores momentos, en los que creyó que algo se le había roto por dentro, respiró muy profundo y abrió los ojos buscando desesperadamente un milagro que aliviase su amargura.

Entonces le vio.

Al principio ella creyó que sus ojos la engañaban, que era un producto de su imaginación motivado por su doloroso martirio pero no tardó mucho en comprobar que aquel hombre de mediana edad, de aspecto de lo más convencional y anodino, era real y que estaba ahí, en el balcón de enfrente, mirándola fijamente… y tocándose.

En efecto, aquel hombre no se limitaba a espiar a la joven pareja de amantes sino que, verga en mano, se daba placer lentamente a escasa media docena de metros de una Claudia realmente sorprendida y turbada. Su desconcierto inicial se transformó en otra cosa. No era indignación, ni miedo, ni siquiera vergüenza. Era un sentimiento diferente al que ella no lograba identificar pero su vulva sí ya que comenzó a lubricar de manera espontánea. La joven se excitó como por arte de magia.

A Claudia le costó un rato asimilarlo pero, después del desconcierto inicial, logró averiguar que su calentura no era causada por no por la polla de su novio ni por lo que estaba haciendo aquel pervertido… sino por lo su mera presencia en ese lugar y, sobre todo, por la manera lasciva con la que la miraba.

La vieja Claudia, la tímida y recatada Claudia, aquella joven que gozaba follando con su novio cada tarde en la intimidad de su cuarto hubiese dado un salto de terror y un alarido de tales dimensiones capaz de alertar a todos los vecinos del barrio al saberse observada. Pero la nueva Claudia, a la que le costaba un mundo excitarse con las caricias de su chico, la que estaba desesperada por darle placer, se limitó a detener la cópula, con los ojos fijos en el furtivo voyeur mientras un ligero cosquilleo recorría su espalda y humedecía su entrepierna.

Tras un primer vistazo Claudia llegó a la conclusión de que no era para nada atractivo, ni siquiera estaba bien dotado: nada en su ser le hacía apetecible pero sin embargo estaba cada vez más cachonda. El mirón era relativamente viejo, de aspecto triste, mal afeitado y algo regordete; la antítesis de su ideal masculino, pero aun así la chica notó que, frente a él, su vulva se tornaba gelatina. La joven comprobó tal circunstancia en sus propias carnes, ya que el generoso pene de su amado lentamente en ella hasta profundidades nunca exploradas gracias al mágico embrujo provocado por aquel desconocido sin necesidad de movimiento alguno.

Claudia fue la primera sorprendida ante tal inesperado giro de los acontecimientos.

– ¡Joder, qué bien se siente ahí adentro!– Exclamó Damián extasiado y a la vez extrañado por el parón por lo que preguntó – ¿Qué sucede?

Desde su posición era imposible divisar al intruso. Claudia se tomó un poco de tiempo antes de responder, las contracciones de su vagina le hacían difícil articular palabra alguna. Sentía su flujo brotar de su entraña como jamás lo había hecho antes:

– Nada – dijo con voz entrecortada mientras reanudaba la cópula con su amado frente a aquel pervertido -. No sucede nada…

– ¡Uff! Sigue… estás que te derrites…

– ¡Sí! – Dijo ella mordiéndose el labio inferior, rota de placer.

El tipo se supo descubierto de inmediato pero pese a su aspecto apocado era audaz y, lejos de amilanarse o disimular su presencia, todavía la hizo más evidente separando las cortinas por completo, mostrando a la adolescente su falo endurecido y erecto. Ella no se amilanó, correspondió el gesto indecente abriéndose más de piernas y arqueando su cuerpo hacia atrás para exhibiendo frente al extraño la penetración completa de su sexo juvenil.

A Claudia el pene de aquel tío le traía sin cuidado, era el brillar de aquellas pupilas el que la hipnotizaba. Llevó al límite la flexibilidad de su cuerpo, incrementó el ritmo y rompió a sudar sin dejar de mirarle: estaba desatada, cachonda, ardiente como hacía tiempo.

– ¡Joder! – Exclamó Damián realmente complacido por la intensa follada a la que estaba siendo sometido, ajeno totalmente a lo que estaba sucediendo realmente.

Tan a gusto estaba que decidió poner de su parte. Cada arremetida recibida era contestada por un seco movimiento de cadera ascendente y, como consecuencia del mismo, la muchacha se llenaba de polla hasta la empuñadura, lo que provocaba gemidos cada vez más fuertes saliendo de su boca. El falo lijaba el interior de la vagina de la adolescente, haciendo que su abundante esencia saliese hacia el exterior de su cuerpo y bañase las pelotas del muchacho ante la atenta mirada de aquel tipo indecente.

– ¡Agrrr! – Exclamaba Claudia una y otra vez, totalmente fuera de sí.

Por primera vez en muchos meses estaba en la gloria, empalada por completo delante de un desconocido. Las sensaciones que su sexo le regalaba eran de una intensidad hasta entonces desconocida para ella. Los gemidos se tornaron gritos cada vez más intensos, esta vez sin necesidad de fingir nada el absoluto.

– ¡Aguanta, no te corras, no te corras! – Suplicó la joven como nunca antes lo había hecho.

– Tran… tranquila.

Claudia avivó el ritmo de la cabalgada, transformándola de un ligero trote hasta un desenfrenado galope. La cama crujía, el cabecero golpeaba de manera contundente la pared maestra y los gritos de los dos amantes cada vez eran más notorios y acompasados. Era imposible que los vecinos de al lado no fuesen conscientes de lo que estaba pasando en la habitación de mosquita muerta de la vecinita pero eso era lo que menos les importaban en aquel momento. Estaban gozando del sexo y ambos querían más.

Durante la cópula Claudia sintió cómo sus pezones endurecidos le pedían guerra. Eran uno de sus puntos más erógenos y, hasta ese momento, habían permanecido ocultos bajo la fina tela que los cubrían. La joven satisfizo tanto su lujuria por mostrar como la de su desconocido admirador por ver y, alzándose el top, intentó abarcar sus senos por completo y ofrecérselos al voyeur pero le fue imposible hacerlo: eran demasiado grandes para sus minúsculas manos. No obstante, la chica conocía su cuerpo y sabía que, cuando estaba cachonda como en ese momento, bastaba con acariciarse levemente las areolas o, a lo sumo, pellizcarse con suavidad los pezones para obtener un placer desmedido.

En aquel momento Claudia, la frígida Claudia era puro fuego, exhibiéndose y tocándose ante el mirón furtivo que se masturbaba mirándola. Follaba de manera tan intensa que parecía estar violando al bueno de su novio. Éste, lejos de estar molesto por tan intensivo tratamiento, se moría de gusto.

– No… no puedo más… – anunció él con voz entrecortada al sentir que estaba a punto de eyacular-. ¡Quítate ya…!

Sabía lo poco que le gustaba a su chica que se corriese en su interior y no quería hacerla enfadar.

– ¡Ni…ni hablar! ¡No se te ocurra sacarla de ahí! ¡Hazlo dentro, joder! – dijo Claudia con un lenguaje impropio de ella, a punto de llegar al orgasmo más sublime de su corta vida.

– ¿E… estás segura?

Una vez más Claudia obvió las palabras y pasó a los hechos, no había tiempo para andarse con contemplaciones. Ella también quería saborear las mieles del clímax. El tercero en discordia estaba a punto de darlo todo: el rubor de su rostro, los ojos en blanco y el frenético ritmo a la hora de machacarse el miembro viril así lo indicaban. Varios movimientos secos de la cadera de la jovencita, acompañados de las intensas contracciones de su vulva al correrse, fueron más que suficientes para destrozar la nimia resistencia de Damián. Él explotó en el interior de la nínfula de manera excesiva, rellenando su vientre de esperma caliente y recién exprimido, que se juntó con los jugos de la muchacha fundiéndose en una mezcla abundante y viscosa. El joven eyaculó soltando un enorme alarido.

– ¡Joder! – gritó el chaval con su pene inserto en la chica, esputando babas a diestro y siniestro y con el corazón a mil por hora.

– ¡No… no te muevas! Todavía… no.

La joven tenía sus razones para que Damián no se desacoplase. La primera, y quizás la más importante, era que su vulva todavía no había dicho su última palabra y le estaba regalando una sucesión de orgasmos menos intensos que el primero pero para nada desdeñables. Y la segunda, y más vergonzante, era que el pervertido de enfrente, pese a que ya hacía un rato que se había corrido, seguía tocándose con la mano goteando esperma y no parecía dispuesto a desaparecer.

– ¿Ya?

– ¡S… sí! – Dijo Claudia cerrando los ojos, concentrada en el placer que brotaba de su ingle.

– ¡Ven aquí!

Las enormes manazas del chico agarraron a Claudia por sus hombros, atrayéndola hacia así de manera amorosa. El pene de Damián, ya menos endurecido, abandonó su lugar en las entrañas de la chica. Al desacoplarse, un enorme borbotón de esperma mezclado con jugo femenino brotó de su coño todavía dilatado, creando una enorme mancha en la cama que crecía por momentos.

– ¡Has… has estado increíble! – Le susurró Damián al oído al tiempo que le besaba el cuello y le acariciaba las tetas con delicadeza.

– ¡Tú también! – contestó ella con los ojos cerrados, sin poder quitarse de la cabeza a aquel extraño de la casa de enfrente.

Tan satisfecha estaba intentando recobrar el aliento que no previó el rápido movimiento de su chico que saltó de improviso de la cama sin darle opción a reaccionar. Quiso detenerlo pero ya era demasiado tarde, pilló al mirón en plena faena onanista.

– ¡Pero qué cojones…! – Exclamó Damián al ver a aquel tipo con la polla en la mano -. ¡Será pervertido el hijoputa ese que se la está pelando! ¡Eh, tú, imbécil, como te pille en la calle te voy a inflar a hostias, te enteras! – Gritó muy enojado mientras bajaba con furia la persiana, dando por clausurado el show veraniego.

Tan cabreado estaba que se quedó con la manecilla de la puerta en la mano.

– ¡Será cabronazo! ¡Mirón de mierda…! ¡El mejor polvo de mi vida y me lo ha estropeado ese gilipollas! – dijo meneando la cabeza muy cabreado, tirando el objeto metálico al suelo– Lo que no entiendo es cómo no lo has visto tú antes. ¡Si estaba ahí mismo, joder! ¡Era imposible no verlo!

Damián buscó una explicación que no obtuvo. Al darse la vuelta y ver a su chica acurrucada en su cama, hecha un ovillo y con las manos ocultando su cara, se dio cuenta de que algo iba mal.

– ¿Estás lista?

– ¡Sí!

– ¿Seguro que quieres hacerlo?

– Sí… ¿y tú?

– También.

El tono de Damián no era muy convincente pero amaba a Claudia por encima de todo y estaba decidido a seguir adelante con aquella locura.

– ¿De dónde sacaste mi carnet falso? – Preguntó Claudia algo inquieta.

– Da igual. Ha dado el pego y nos han permitido actuar. Es lo que querías, ¿no?

– El antifaz me queda un poco grande… espero que no se me caiga.

– Estás genial, de verdad. Ese disfraz de cuero negro te sienta genial.

– Gra… gracias. De verdad – dijo Claudia agachando la cabeza, un poco avergonzada por haber arrastrado a su chico hasta esa situación tan poco común -. Tú… tú también estás muy bien.

El aspecto de esclavo sumiso del chico también era imponente.

– No hay de qué. Estamos juntos en esto, lo hacemos porque queremos, ¿vale?

– ¡Vale!

– Hacemos lo que dijimos: probamos una vez y, si no nos convence… pues lo dejamos.

– Sí. Ese es el trato, está bien. Una vez y, si no mola, olvidamos el asunto y seguimos como siempre.

– Eso es.

Escondidos entre bambalinas escucharon el estruendoso aplauso de la pareja que los precedía. El maestro de ceremonias apareció de improviso se dirigió a ellos con una enorme sonrisa de oreja a oreja:

– ¡Venga chicos, es vuestro turno! Hacedlo como en el ensayo y todo irá bien. Sois geniales, de verdad. No lo digo por decir, vuestro número es sencillamente impresionante. No te ofendas chaval, tú das la talla, no hay duda, pero es que tu chica… la manera de follar de tu chica es espectacular.

– Ok, sin problemas – Contestó Damián despojándose de su albornoz, tendiendo después el extremo de la correa que rodeaba su cuello a la chica.

– ¿Perdona? – Preguntó Claudia con un hilito de voz.

– Dime, princesa. ¿Qué sucede?

– ¿Hay… hay mucha gente?

– ¿Gente? – Dijo el hombre con una enorme sonrisa -. Aquí la noche de sexo amateurs es todo un éxito. Está abarrotado. Hay un montón de personas que no te van a quitar ojo hoy, incluyéndome a mí, por supuesto. Eres una ricura.

– ¿Cuántas, aproximadamente?

– ¡Qué sé yo! Hoy habrá unas trescientas personas o así. .

Mientras se dirigían al escenario, Claudia no dejaba de repetir para sí aquella mágica cifra.

– “Trescientas personas, trescientas personas…”

Su vulva era un charquito de flujos incluso antes de abrirse el telón.

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