Una noche con amigas en donde deberíamos estudiar, termina convirtiéndose en un trío increíble
Hay situaciones que, sencillamente, ocurren. Ni son premeditadas ni mucho menos se han previsto. Esa sorpresa que provoca lo inesperado convierte la situación casi en un acontecimiento. Y, ni qué decir tiene, ese acontecimiento imprevisible se recuerda con el paso del tiempo; y como ocurre con todos los recuerdos, sobre todo los agradables, se van retocando, se añaden detalles, se transforman en una experiencia mucho más placentera de lo que realmente fue; y lo fue mucho.
Estaba en cuarto de carrera y habíamos quedado a estudiar en mi piso de estudiante dos compañeras y yo. A la hora de la cena, sólo estábamos Marta y yo. Esperábamos a Eva más tarde, porque había quedado con su novio. Marta y yo cenamos y sacamos los apuntes. Era sábado por la noche. El examen era el lunes, y la verdad es que no era demasiado complicado; así que estuvimos un par de horas haciendo ejercicios y resolviendo problemas y nos dimos por satisfechos.
Entonces sonó el timbre de la calle. Abrí. Era Eva, que llegaba de tomar unas copas con su novio. En una mano llevaba una carpeta y en la otra una botella de whisky. Venía con un par de tragos de más, y estaba dicharachera y simpática, más aún de lo que realmente era. Como venía de fiesta, estaba preciosa, con un vestido de tirantes negro y una chupa de cuero encima. Nos besamos y enseguida supimos que no íbamos a estudiar.
Saqué tres vasos y una cubitera. Serví las copas y brindamos. Eva traía los ojos brillantes, y supuse que se debía a lo que había bebido y fumado y al polvo que había echado con su novio en el coche. Era una morena de ojos enormes, dientes preciosos y unas caderas que siempre me habían atraído. Los tres éramos amigos desde primero, y tal vez por ello nunca había habido ningún rollo entre ellas y yo más allá de algún comentario sobre los ligues que teníamos y algún juego en la playa donde nuestros cuerpos entraban en contacto.
Marta era una muchacha más rotunda en todos los aspectos. Unos labios carnosos y un cuerpo del que siempre se quejaba por los kilos de más pero que a mí me resultaba muy atractivo. Por qué no decirlo, las había imaginado follando con sus novios o algún ligue y me había hecho más de una paja fantaseando con que era yo quien las disfrutaba.
Yo también tenía una especie de novia, algo más joven. Era virgen. Nuestras relaciones sexuales se limitaban a masturbaciones y sexo oral. Yo me daba por satisfecho y no quería forzar la situación.
Eva levantó el vaso y brindó por nosotros. Nos bebimos la primera copa y serví una segunda.
A los veintipocos años el alcohol se sube a la cabeza con una facilidad pasmosa. Fue Marta, después de una mirada muy cómplice con Eva que no me pasó desapercibida la que me preguntó si tenía una baraja.
Claro- dije, y saqué el mazo de cartas. Lo puse en el centro de la mesa. Eva dijo que nos tomáramos la segunda copa de un trago. Así lo hicimos.
-Vamos a jugar a algo divertido -dijo Marta. -Estoy hasta el moño de los problemas.
Eva enseguida dijo que sí, y yo me sumé a la propuesta mientras servía la tercera copa.
-Jugamos a la carta más alta, y el que saque la más baja paga la prenda del que haya sacado la superior -dijo Marta.
Empecé a imaginar cosas que ni en mis fantasías más masturbatorias había pensado.
-Vamos allá -dijo Eva.
Barajó las cartas y repartió tres. Una sota para mí, un caballo para Marta y un seis para ella. Estaba claro que Marta tenía que ponerle el castigo a Eva. Se quedó pensativa un instante, reconcentrada. Al fin, dijo:
-Eva, cariño, quítate las bragas y ponlas encima de la mesa.
Me atraganté con el sorbo que estaba dando. Eva, obediente y sin la menor protesta, se puso de pie, se subió un poco el vestido, metió las manos por debajo y se sacó las bragas. Eran blancas, ligeramente transparentes en la parte delantera. Pude darme cuenta de que la parte de la toallita, la que está en contacto con el coño, estaba manchada. Mi mente empezó a ponerse en funcionamiento a una velocidad diabólica.
En el siguiente turno, y con otra copa en el cuerpo, perdí yo ya ganó Eva. Ambas rieron y por un momento pensé que se pondrían a cuchichear. Sin embargo, Eva me miró con la mirada un poco extraviada que le daba un toque de golfa fascinante, y me dijo:
-Dale un morreo a Marta durante un minuto. Y luego bájate los pantalones a ver cómo estás.
-Eso son dos prendas -protesté. Pero claramente estaba en minoría. Sólo con la idea de darle ese morreo a Marta, mi polla había empezado a dar señales de vida. Separé la silla de la mesa e invité a Marta a que se sentara en mis piernas. La muy pendona lo hizo a horcajadas, con sus tetas bien apretadas a mi pecho. Nos metimos las lenguas en la boca y empezamos a morrearnos. Eva no perdía detalle mientras nos iba avisando del tiempo que faltaba. Marta había rodeado mi cuello con sus manos y se frotaba en mi polla moviendo el culo, despacio. Yo tenía las manos en su cintura.
-Ya -dijo Eva.
Marta se levantó y regresó a su silla. Me tocaba bajarme los pantalones. Cuando me puse de pie, era tan evidente mi empalme que las dos rieron sin dejar de mirarme la entrepierna. Traté de hacer un torpe striptease y me quedé en slips. Mi polla quedaba a un lado, muy perfilada, gruesa, con el capullo a punto de salirse por un lateral.
-Vaya con Fernando, qué callado te lo tenías… -dijo una de ellas.
Otra ronda de copas y otra tirada de cartas. Perdió otra vez Eva y gané yo. No pensaba cortarme un pelo.
-Eva – dije – súbete el vestido hasta la cintura, enséñanos el coño, date la vuelta y sepárate las nalgas.
Lo tenía como imaginaba. Con un vello negrísimo, igual que su pelo. Se había puesto de pie y había dado un par de vueltas antes de volver a sentarse sin bajarse el vestido.
-Parece que Fernando es más mirón que otra cosa -dijo Eva.
Otra tirada, ganó Marta y perdí yo.
-Vamos a poner esto interesante – dijo. -Eva, pon los pies sobre la mesa y tú, Fernando, cómele el coño durante un minuto.
Eva obedeció enseguida. Estaba obscena y preciosa, con las piernas abiertas dejando ver los labios bajo el vello. Me puse de pie con la verga como una piedra y me arrodillé entre las piernas de Eva. Le dije que se separara los labios y me dediqué a lamerle el clítoris. Movía el culo y me acariciaba el pelo mientras se lo hacía. Marta estaba al lado, observando como si estuviera viendo un experimento.
-¿Te lo hace bien? – le preguntó.
-¿No pueden ser dos minutos? – fue la respuesta de Eva.
-Tiempo.
A la siguiente tirada, con otra copa en el cuerpo, perdió Marta y ganó Eva.
-Por fin – dijo aquella.
Eva pensó un momento. Yo tenía el sabor de su coño en mi paladar, y juraría que en ese coño alguien había eyaculado esa noche. Marta llevaba puestos unos vaqueros y una camisa.
-Quítate los pantalones, siéntate en la mesa, por las piernas en los hombros de Fernando y hazte un dedo por encima de las bragas, metiéndotelas en el coño. Minuto y medio.
Marta se quitó los tejanos, llevaba unas bragas blancas bastante bajas, porque por la parte superior le asomaba un poco de vello. La visión me puso cardíaco. Sin pensarlo, apretó dos dedos en sus bragas y las metió dentro de su coño. La raja se le marcaba perfectamente, y se le notaban manchas de humedad. Mientras lo hacía, Eva se levantó y se puso a mi lado, con su coño a menos de un palmo de mi cara. Ambos mirábamos a Marta, que parecía estar cachondísima. El minuto y medio se nos pasó volando.
Antes de tirar las cartas, nos servimos la última copa, abundante. La botella se había acabado. Estábamos bastante pedos los tres. Nos divertía y desinhibía al tiempo.
En la siguiente tirada hubo un empate. Ganó Eva y perdimos Marta y yo. Nunca he olvidado la cara de vicio que se le puso. Hasta se frotó las manos. Estaba lanzada, como todos.
-A ver – se hizo la pensativa, caminando a nuestro alrededor con el vestido por la cintura y el coño y el culo a la vista. -Veamos. Marta, quítate la camisa y quédate en bragas y suje.
Marta obedeció dejando ver un sujetador de aros que le constreñía las tetas dibujando un canalillo que no aprecié cuando la veía en la playa.
-Ponte delante de Fernando, y tú Fernando, quítate la camisa, y pásale las tetas desde la cara hasta la polla. Los dos de pie. Dos minutos. Venga.
Estaba de pie, esperando. Me di cuenta de que el slip tenía gotas de líquido preseminal. Estaba cachondo y empalmado como solo se puede estar a los veinte años y en una situación parecida. Para restregarme las tetas por la cara me hizo sentarme y, cuando llegó al pecho, me levanté. Mientras me recorría el torso y el vientre me tenía agarrado por el culo, y cuando llegó a mi polla, las frotó con tal ímpetu que el capullo se me salió al fin del slip. Faltaba poco para los dos minutos cuando vi a Eva masturbándose mientras nos miraba. Tiempo.
Otra tirada. Gané yo y perdió Marta.
-Túmbate en la mesa y quítate las bragas. Separa bien las piernas. Tú, Eva, ponte encima de ella y haced un 69. Tres minutos.
No sé si alguna vez se habían enrollado, pero ninguna de las dos protestó. La cabeza de Eva estaba entre las piernas de Marta, y su coño justo encima de su boca. En slips, con media polla fuera, me dediqué a dar vueltas a la mesa. Se comían los coños con ansia, endureciendo las lenguas, casi follándoselos. Era el mayor espectáculo del mundo.
-Os falta minuto y medio -dije.
Fue como una contraseña, porque las dos aceleraron los movimientos de sus lenguas y se metían dos dedos en los coños. Sus culos empezaron a moverse y jadeaban. Faltaban menos de treinta segundos, pero no iba a privarlas de esa corrida. Se vinieron casi a la vez. Eva se tumbó sobre Marta, recuperando el resuello. Me costaba horrores no tocarme, pero las reglas eran las reglas. Cuando se separaron, las dos tenían las bocas y las caras brillantes del flujo de sus respectivas corridas. Pocas cosas me gustan más en el mundo que un coño abierto, con vello oscuro y mojado. Y eso estaba viendo en ese momento. Por partida doble.
Volvimos a sentarnos. Nos mirábamos como si quisiéramos acabar con el juego y empezar a desenfrenarnos.
La última mano la perdí. Y Marta y Eva empataron. Me sentí como un conejillo de indias con el que se iba a experimentar. Cuchichearon entre ellas. Eva sacó del bolso un pañuelo y me tapó los ojos con él.
No veía nada. Noté como unos dientes me bajaban los slips y mi rabo saltaba como un resorte. Qué duro estaba, santo cielo.
-Te vamos a chupar la polla sin manos, treinta segundos cada una. Si aciertas, tendrás premio. Si no, también – dijo Eva entre carcajadas.
Note una boca envolviendo mi capullo, succcionándolo. Bajaba por el tronco hasta los huevos y volvía a subir. Le tocó el turno a la segunda, que se dedicó a pasar la lengua por el frenillo y meterla en el agujero.
-La primera ha sido Marta -dije.
-Ganaste.
-¿Y mi premio?
-Tienes que poner las manos detrás, sin tocar. Una de nosotras dirigirá tu polla al coño de la otra, que estará con las manos apoyadas en la mesa y el culo en pompa. Nos follarás a cada una durante un minuto.
Una mano me agarró la polla y la dejó a la entrada de un coño. Mientras empujaba, movió el culo y entró hasta los huevos. Me quedé quieto un momento agradeciendo las copas que llevaba encima y evitaban que me corriera. Sacaba la polla hasta la punta y volvía a empujar. El culo se movía en círculos. Tiempo.
Con la segunda fue igual. Tal vez tuviera el coño un poco más estrecho o era mi verga que estaba más gorda aún. Un minuto delicioso. Se escuchaba el chapoteo a cada movimiento, tan mojada estaba. Tiempo. No la saques aún. Sin dejarme que adivinara, Marta me quitó el pañuelo, miré hacia abajo y vi mi polla dentro de Eva, su culo y esas caderas que tanto me gustaban.
Marta me dio un morreo mientras me acariciaba los cojones. Yo metí mi mano entre sus piernas y empecé a pajearla. Apretó los muslos. Su lengua se retorcía loca dentro de mi boca, y Eva no paraba de mover el culo y tocarse el clítoris. Los tres éramos un único gemido.
-Vamos a decirnos guarradas – dijo Eva. – Cómo me gusta tu polla, cabrón.
-¿Más que la de tu novio? – me atreví a preguntar. -Porque te lo has follado esta noche, ¿verdad?
En lugar de responder empezó a moverse en un mete y saca frenético. Su mano en el clítoris no paraba de moverse.
-Me voy a correr otra vez – gritó. -Me estoy corriendo…
Una cantidad considerable de flujo salió de su coño, bajando por sus muslos. Marta no paraba de moverse con mis dedos dentro de ella. Le comía las tetas, metía la cabeza entre ellas… Bendito whisky.
-Déjamelo un poco, guarra – le dijo a Eva.
Me separó de ella y me sentó en la silla. Se puso a horcajadas sobre mí, con los pies bien apoyados en el suelo. Acopló mi capullo a la entrada de su coño, puso las manos sobre mis hombros y se dejó caer, poco a poco, con los ojos cerrados, la boca entreabierta y una cara de perra maravillosa.
-Qué cara de perra pones, golfa – le dije.
No se movía, sólo los músculos del coño, que me daban un gusto loco.
-Cómeme los pezones y méteme un dedo en el culo – dijo.
Obedecí. Su coño me comprimía la verga en una sensación desconocida. Se frotaba en mi pelvis. Empezó a jadear.
-Joder, tío, qué gusto. Cuánto tiempo sin una polla dentro de mí.
Eva la morreaba de vez en cuando. La animaba a disfrutar.
-Córrete como me he corrido con este cabronazo – dijo. -Vamos nena, córrete. Llénale la polla con tu corrida como he hecho yo. Mira como tengo los muslos de flujo.
Después de tanta guarrada yo estaba casi a punto, y me costaba concentrarme en no acabar. Pensaba en cosas raras, cosas que retrasaran mi corrida.
-Voy a correrme -dijo Marta. -Dame tu lengua.
Eva le metió la lengua en la boca y Marta se descontroló. Sus movimientos eran espasmódicos. Mi polla estaba aprisionada y hacía unos esfuerzos enormes por no venirme. Le di varias palmadas en las nalgas y entonces se vació. Se apretaba tanto contra mí que me daba la sensación de que mi verga le iba a salir por la boca. Tuvo un orgasmo larguísimo, sin dejar de morrearse con Eva, que se pajeaba y estaba también a punto.
-Marta -gemí. – Estoy a punto.
Se salió de mí como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Se arrodilló y se metió mis huevos en la boca. Eva se acercó y me rodeó el capullo con sus labios.
-Venga, cabronazo, córrete a gusto que te lo has ganado.
Sólo acerté a decir:
-Cómeme el culo o méteme un dedo.
Cuando sentí la punta del dedo de Marta en mi ano, ya no había vuelta atrás. Le dije a Eva que me venía. Cuando vi que no apartaba la boca, todavía tuve tiempo de decirle:
-Golfa, te voy a llenar de leche hasta atragantarte.
Y solté una corrida descomunal. Tanto tiempo empalmado, tantas cosas nuevas, tantas palabras obscenas se habían acumulado en mis huevos hasta echar dos o tres chorros que me dejaron exhausto. Eva no se la sacó en ningún momento. Todavía me salía leche, ahora en espesas gotas. Durante mi corrida noté cómo me temblaban las piernas, cómo se agitaba mi abdomen, cómo sentía eso que los franceses llaman la petite mort.
Cuando dejé de eyacular, aún me esperaba una sorpresa. Eva se levantó y abrió la boca mostrando la leche que no se había podido tragar.
-Vamos a hacer la última guarrada – dijo Marta con los ojos brillantes.
Eva acercó su boca a la mía y se unió Marta. Nuestras tres lenguas se enredaron y compartimos mi leche hasta que no quedó nada.
Nos miramos como si no creyéramos lo que había pasado. Nos abrazamos de pie, besándonos y tocándonos alternativamente.
Sin separarnos, dije:
-¿Os lo habíais hecho antes entre vosotras?
Me miraron y dijeron a la vez:
-No.
-¿Sabéis qué? – pregunté. -No os podéis hacer una idea de la cantidad de pajas que me he hecho pensando en vosotras. Pero nunca había llegado a imaginar esto.
Eva dijo que ella también se había masturbado pensando en mí. Y que hacía unas horas, mientras follaba con su novio en el coche, se había corrido imaginando lo que podía pasar cuando se reuniera con nosotros con la botella en la mano.
-Pero qué guarra eres – rio Marta.
Y enseguida dijo que ella se masturbaba a diario, pero sin pensar nunca en nadie en concreto. Solo dejando llevar por las sensaciones y el placer.
-A partir de ahora – añadió- el recuerdo de esta noche me va a inspirar buenos orgasmos.
Como me los sigue inspirando a mí más de veinte años después.