Un Angel En El Quinto Sueño, Amor prohibido entre cuñados, polvazo de magnitudes inenarrables

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Amor prohibido entre cuñados, polvazo de magnitudes inenarrables.

-No sigas, por favor, que esto está mal- susurraba al oído de él al tiempo que sus manos, rebeldes, lo seguían acariciando con vehemencia. Claudio por su parte comprendía también que aquello era una locura, pero sabía que ya no podrían detenerse. La abrazaba con pasión desbordada aprovechando cada resquicio de sus ropas para acercarse a la fuente de su miel. Nancy, lejos de obedecer sus propias palabras, se entregaba también a la frenética labor, palpando ansiosa el vértice de las piernas de aquel hombre.

Si iban a hacerlo debía ser en silencio. En los otros cuartos, esposa e hijo respectivos dormían afables, mientras la sala ardía, en inmoral y obscena escaramuza de cuñados. Nancy, madre soltera presa de la crisis económica, se había refugiado en el hogar fraterno, equivocadamente quizás, por la mutua atracción que desde siempre su cuñado y ella habían tenido.

Se encontraban en estas circunstancias, luego de que el azar los hizo hallarse insomnes en la sala, intranquilos por sus correspondientes grescas personales. Para los dos, la presencia del otro pareció un oasis, una oportunidad para el alivio. Comenzaron a platicar. Aquella añeja y recíproca atracción comenzó a manifestarse. La pláticas de ambos sensibilizaron al otro, y aquel cariño mutuo fue tornándose en deseo.

Las ropas de dormir les invitaron a la lujuria. Aquel cuerpo que Claudio admiraba, hoy estaba a medias descubierto. Aquellos senos generosos y bellos se dejaban apreciar tras el inexistente grosor de la bata, pequeña, casi nula. Para Nancy, aquellos años de continencia sexual obligada, mitigada tan solo por la eventual atención de sí misma, habían sido demasiados. El bulto entre las piernas del atractivo cuerpo de su cuñado se hacía cada vez más notorio y producía en ella mayor excitación. No se alejó cuando su interlocutor redujo la distancia entre ellos. Sabía que debía detener aquello, pero algo con más poder que los escrúpulos la obligaba a seguir adelante.

Finalmente ocurrió. Claudio tomó entre sus brazos el cuerpo dócil y anhelante de Nancy, quien vanamente quiso ocultar su deseo. La besó con la pasión propia de la primera vez, y recibió a cambio una mujer entregada, en cuerpo y alma. La recostó sobre el sofá y retiró con ansia sus pantaletas, liberando para sí aquel escondido tesoro que sólo un imbécil pudo abandonar años atrás. Abrió aquellas hermosas piernas y se dio a la tarea de saborear el delicioso almíbar que de entre ellas emanaba.

Para Nancy fueron momentos sublimes. Jamás un hombre se había entregado en esa forma a ella. Cada movimiento de aquella bendita lengua le generaba inéditos pulsos de placer, opacados tan solo por el sentimiento de culpa que le acompañaba por estarlo haciendo con el marido de su hermana.

Aquella lengua subió a la boca de la chica. Como consecuencia, sus senos comenzaron a ser rosados deliciosamente por el afelpado pecho de su compañero y su entrepierna sintió la presencia de un erguido ariete desesperado por ingresarla. No pudo más. Tomó entre sus manos aquella maravillosa creación celestial y, afanosa, la dirigió puntualmente hacia su entrada. El ayuno de Nancy terminó. Aquellos amantes se sumergieron en afanoso vaivén, colmado de placer y ausente de recato.

El silencio que debería acompañar su entrega se ausentó. Gemidos y crujidos viajaron indiscretos por aquel hogar, amenazando con despertar a la anfitriona. No parecía importarles. El embeleso en el que ambos estaban sumergidos era tal, que la intuición no cabía. Su pasión desbordada era lo único que gobernaba sus acciones. Ambos se estaban entregando como no lo habían hecho en mucho tiempo, después de todo los dos estaban disfrutando de un fruto prohibido cuyo deseo se remontaba a varios años atrás.

Finalmente llegó su momento culminante. Claudio descargó con frenesí su savia dentro de aquel tesoro abandonado, detonando en Nancy su mejor clímax en muchos años. Los impúdicos gemidos de la chica pudieron apenas ser reprimidos por la mano en su boca del ahora preocupado amante.

Permanecieron en prolongado abrazo hasta que el sentido com&uacute

;n pudo retornar a sus mentes. Entonces, sus miradas se tornaron parcialmente afligidas y parecieron preguntarse mutuamente “¿qué hemos hecho?”. No obstante, un prolongado beso posterior pareció contestar: “algo de lo que no podríamos arrepentirnos”.

Por fin se levantaron y acudieron cada uno a su respectiva recámara. Preocupado, Claudio entró a su aposento con el temor natural ante la posibilidad de que sus esposa se hubiera percatado de la situación. Para su fortuna, se encontró con lo que bien podría haber sido un ángel en el quinto sueño. Descansó entonces. Desconocía en ese momento que aquella buena mujer estaba plenamente enterada de lo que había pasado, y que, tras dudar qué hacer, había decidido soslayar lo ocurrido, entendiendo que se trataba de la felicidad de dos seres a los que amaba profundamente. Después de todo, siempre había deseado que su hermana encontrara un hombre como el que ella había tenido la fortuna de hallar, y por otro lado, siempre había procurado y disfrutado el placer de su marido.

Tal fue el inicio de una hermosa relación que ni convencionalismos sociales, ni una sociedad puritana han sido capaces de destruir. Nancy, su hermana Paula y Claudio viven desde entonces la época más feliz de sus vidas, compartiendo sueños, logros y placeres.

Este relato está dedicado con cariño a Paula, quien amablemente me compartió su caso, por su ejemplar capacidad de amor y tolerancia.

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