Corazones Gemelos – Cpítulo 02

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Tras haberme dado placer apreciando la desnudez de mi hermana gemela sin su consentimiento, no pude sacar de mi cabeza la gloriosa imagen de su curvada silueta exaltada por la satisfacción. Desgraciadamente, tal evento fue completamente fortuito, pues varias noches habían transcurrido desde aquello y no he podido volver a gozar con un pecaminoso panorama igual al de esa velada.

Me he visto en la necesidad de contentar mi libido con las capturas visuales que pude retener a la perfección en mi memoria; la pornografía ya no me era suficiente, había abierto la puerta a algo mucho más excitante, más morboso; algo completamente prohibido e inmoral.

Solo rememorar la imagen de los duros pezones en las ominosas tetas de mi hermana, rebotando al ritmo de las embestidas proferidas por su pelvis en búsqueda de los delicados dedos que ingresaban constantemente en lo más profundo de su ser, impregnándose de la esencia de su sexo. Nada más eso podía generar en mí la suficiente emoción como para culminar mis momentos de autosatisfacción.

Todos los días, al encontrarnos en la mesa del comedor para desayunar o al tropezar el uno con el otro en la escuela, mis ojos se sentían en la obligación de escudriñar cada centímetro de su cuerpo, imaginando la desnudes de su piel bajo las capas de tela; más se demoraba en ella en saludarme que yo en desnudarla con la mirada recreando en mi imaginación todas las posiciones lascivas con las que me atrevería a penetrarla sin contemplación, ni clemencia.

La fantasía de mis deseos pecaminosos se prolongaba solo hasta encontrarme con la inocente sonrisa que me dedicaba su angelical rostro.

De inmediato mis burdos delirios sexuales eran apagados por una asfixiante sensación de culpa y remordimiento, pues había profanado la imagen de la persona que más admiro, transformándola en nada más que un trozo de carne destinado a inspirar mis más perniciosas ilusiones.

El efímero gozo dio paso a una gran campaña de autodesprecio, ya que muy en mi interior sabía que no era justo mancillar la hermosa imagen de mi hermana, quien había sido la única en tratarme con respeto durante los últimos años. Más doloroso fue saber después que ella seguía viendo en mí ese fiel compañero de aventuras infantiles.

Por suerte y aunque suene extraño, agradecí la llegada de la temporada de exámenes en la escuela porque restó mi atención a cualquier otra preocupación aparte de los estudios.

Era la última jornada de pruebas previa a nuestra graduación, por lo que necesitaría de toda mi concentración, ya que a diferencia de mi muy aplicada gemela a la que no se le daba difícil conseguir un 10 sobre 10 en todas las materias, yo debía hacer un esfuerzo casi sobre humano para obtener las mínimas calificaciones de probación.

No era frecuente que nos topáramos de frente en la casa por esas épocas, ella prefería estudiar con amigos iguales de aplicados que ella, mientras que yo me dedicaba a memorizar lo básico encerrado en el taller. Aunque siempre me ofreció su ayuda, desde hace un par de años había decidido no depender de ella para no retrasarle y arrastrarla conmigo a una vida de mediocridad, para mí estaba claro quién debía dar la cara por la familia y convertirse en la doctora que tanto deseaba ser.

Los exámenes transcurrieron como era de esperarse, notas perfectas para ella y las básicas en mi caso con una que otra grata sorpresa.

Algo que nunca llegue a comprender es la gran emoción que generaba en mis pares el celebrar tras un periodo de exámenes. Mientras que yo prefería recomponer las energías que me arrebataban los temas académicos, ellos no demoraban en organizar fiestas y reuniones con pretextos absurdos que camuflaban las verdaderas intenciones de libertinaje e inhibición; las celebraciones no eran más que meros pretextos para consumir alcohol y drogas sin control a la vez que se practicaba sexo sin limitación alguna.

Puede que mis sentimientos de aversión se formularan por la envidia de nunca ser invitado, o realmente podría ser que le tuviera pánico a conocer hasta qué grado de inhibición podían llegar los participantes, pues sabía que mi hermana siempre era invitada y en ocasiones asistía con su grupo de amigos.

El horror perfectamente podía radicar en haber escuchado innumerables veces a mis compañeros hombres, comentarse entre ellos las proezas sexuales que habían realizado con quienes eran sus parejas y con quienes no lo eran. El escuchar las depravaciones que habían cometido entre todos, sin importar los vínculos afectivos, no me importaban en absoluto hasta hace poco, solo cuando comenzó mi insipiente interés por Alejandra empecé a prestar más atención a los comentarios que hacían referentes a su sensualidad.

Para entonces ya había tenido que escuchar en silencio y apretando los puños, cómo mis compañeros la denigraban y fantaseaba con el culo y las tetas de ella, jactándose de las perversiones que le harían a su boca y cuanto orificio se les ocurriera si llegaban a tener la oportunidad esa misma noche en la fiesta.

Mientras más se acercaba la hora de salida del colegio, más me impacientaba en huir del sitio, pues los murmullos y cuchicheos acerca de las profanaciones a mi hermana hacían cada vez más eco en mis oídos al punto de ser insoportables con el paso del tiempo, y peor fue mi sensación a llegar a casa y descubrir que Alejandra se estaba alistando para asistir a la tan aberrante reunión.

Se colocó un atuendo que al decir provocador me quedo corto. Una minifalda negra que cubría solo lo necesario con relación a su pronunciado culo, las rosadas comisuras de sus nalgas y muslos eran fácilmente visibles ante cualquier movimiento de su caminar; la más leve agachada revelaría a la perfección su sugestiva ropa interior de encaje color violeta que debelaba de forma traslúcida la tersa piel de su culo.

Una estrecha camisa negra muy pegada a su piel exponía a la perfección el descomunal escote que obviamente nadie estaba acostumbrado a ver bajo el uniforme escolar, sus tetas rebosaban y ponían a prueba la capacidad de estiramiento de la tela. Estoy seguro de que el más mínimo detonador de excitación haría que los duros pezones se elevaran muy evidentes por sobre la ovalada silueta de su busto.

Una sexy chaqueta de cuero escondía sus delicados hombros, pero acentuaba sus ubres, una junto a la otra, casi exprimiéndolas en el centro.

Su sensual clavícula descubierta y el largo de su cuello de tono perlado emanaban un dulce olor floral.

El maquillaje la hacía ver mayor y el cabello suelto adornado por una trenza élfica la hacía un deleite para los ojos.

Era raro verla sin medias que cubrieran sus largas y blandas piernas, pero por primera vez la vi con unas botas largas de tacón alto que cubrían desde sus pies hasta las inmediaciones de sus rodillas, haciéndola ver mucho más esbelta y sugerente.

Un fuerte escalofrío recorrió mi cuerpo; una rara sensación cruzó por mi corazón al momento de verla tan sensual y provocativa. Francamente, quise detenerla y pedirle que no fuera a esa fiesta; quería a evitar que se expusiera a esos depredadores sexuales que no dudarían en deleitarse, devorándola sin descanso, pero hice gala de mi carente valentía y permanecí en silencio viéndola partir.

Me odié aún más por eso, ya que frases como:
«Quien tenga sexo con ella esta noche será muy afortunado»
«Quiero cogérmela»
«Alguien que no soy yo la va a disfrutar»
«Quiero cogérmela»
«Ella va a gemir un nombre que no será el mío»
«Quiero cogérmela…»
Me atormentaron toda la noche y lo que hice a continuación sinceramente no me da nada de orgullo.

Era la noche de un jueves, mis padres tampoco llegarían a casa temprano, estaba en medio de la oscuridad únicamente acompañado por las pervertidas ilusiones de mi mente que desgarraban mi corazón al imaginarme las manos de otro hombre recorriendo las suaves curvas de mi hermana; sucias bocas deleitándose con la exquisita textura de los pezones de sus senos, rodeados por las diminutas y excitantes glándulas que sobresalen de las oscuras areolas; asquerosas lenguas profanando y saciándose con el dulce néctar que emanan los bordes vaginales de la estrecha entrepierna de Alejandra.

Esas lucidas imágenes me herían tanto como me excitaban, se hacía prácticamente imposible concentrarme en mis actividades con la madera.

Nuevamente, la bestia lujuriosa de mi interior venció mi cordura y me desplace con premura a la habitación de mi hermana, sin importarme nada en absoluto, vacíe los cajones repletos de ropa íntima sobre la cama y me lance sobre ella para autosatisfacerme palpando y experimentando las texturas de las tangas y brasieres que rozan día a día las partes más erógenas de mi gemela.

Me dispuse boca arriba jalando y recogiendo con exaltación mí ya pegajoso prepucio, cerré los ojos y comencé a imaginarme la figura de mi hermana frente a mí. En mi fantasía la tomé agresivamente de la cintura, estrechando mis manos con fuerza alrededor de su cintura y acercando de un jalón su pubis a mi alargado pene, penetré su vagina sin precaución o delicadeza.

Repasé con especial morbosidad cada expresión de placer que ya había visto en su rostro, sabía las caras que era capaz de hacer mi hermana y me imagine siendo la razón de la pérdida de su razón al agarrar sus tobillos y muslos para evitar que su pubis escapara de mis embestidas.

La penetré con más fuerza en cada ingreso e imaginé su abdomen y entrañas retorciéndose de placer mientras sus caderas ondulaban con la intención de absorber aún más mi verga, la forma esponjosa y suave de sus tetas rebotando al unísono y sus sonoros gemidos faltos de pudor me provocaron querer introducir hasta mis testículos en su interior. Me conformé con un par de dedos dentro de su boca, acariciando levemente su paladar, acallando los quejidos y bufidos provenientes de sus profundidades, de una zona muy cercana a los órganos sexuales que se revolvían con mi duro pene dentro de ella.

Le jalé el pelo y la ahorqué un poco; sinceramente quería destruirla en compensación por abandonarme e irse con esa banda de inadaptados que no la veían como yo lo hacía, para ellos solo era un juguete, para mí era una musa; una ninfa que había hechizado mis sentidos con sus prominentes caderas y abultados senos, mismos que no paraban de menearse esparciendo nuestro sudor entremezclado por toda la cama.

Mi cerebro hizo el mayor de los esfuerzos tratando de evocar las mismas palabras que ya había escuchado y combinarlas con diálogos de mi autoría. Vívidamente escuché:
«Dámelo Alex, más duro… dame así, rico… Ah… Ah… »

Carajo, sus ojos brillosos llenos de lágrimas, su boca exclamando placer, sus mejillas coloradas, al igual que sus duras mamas y sus carnosas piernas que se estiraban contraían con la constancia de los espasmos que generaba cada una de mis penetraciones a su empapado coño, me hacía querer llegar cada vez más profundo en su estrecho conducto.

Solamente fue hasta que la escuché diciendo:
«lléname por completo con tu leche calentita»
Que la tomé nuevamente de la cintura y la jale tanto hacia mí que sentí como mi uretra besaba su cuello uterino, inyectándola rápidamente con toda la carga que albergaban mis bolas, no retrocedí hasta no vaciarme completamente en ella.

Su irreal imagen se fue diluyendo hasta que volví nuevamente a mi verdadero entorno, me encontré rodeado de delicadas prendas femeninas empapadas de toda clase de fluidos impregnados con mi olor. Decidí descansar un rato allí acostado, desnudo sobre el lecho de mi gemela para recobrar fuerzas e ir a limpiar ese desastre.

Mi mente estaba en blanco, pero como si de una avalancha de karma se tratara, las imágenes de Alejandra desnuda en pleno acto carnal volvieron a mi mente, pero ahora quien la penetraba no era yo. Sin poder detener la maquiavélica proyección de mi inconsciente, implante sin querer la cara de cada compañero del curso en la silueta del hombre que penetraba sin clemencia a mi hermana gemela.

Lloré por un rato largo y me fui de allí, esa noche, aunque me quedé despierto hasta tarde, no escuché que mi hermana regresara a casa.

 

Continuará…

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