Dos gemelas la pasan a lo grande con su nuevo mozo

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La familia de Don Gregorio San Román o lo que quedaba de ella, habían venido de países de América del Sur allá fueron de los terratenientes, más acaudalados. Se decía que estos tenían más de 1000000 de hectáreas en sus dominios puntos cuando una parte de esta familia se vino a la Península Ibérica, en ella continuaron comprando grandes extensiones. Dinero tenían en cantidad. Al cabo de casi medio siglo de aquella familia solo quedaron dos hermanas gemelas, ambas solteras, sin compromiso, y gozadoras. Ellas, con un carácter como sus antepasados, aquella gran hacienda con mano firme tanto más aquellos. Y si no se casaron no lo necesitaban.  Inteligentes cómo eran además de sabrosonas, prefirieron que para contentar sus inquietas vaginas tener a mano algún empleado de la hacienda bien dotado y caliente, y así no tener divorcios sus vidas, mi hijos revoltosos e incontrolables. 

Las lecciones de la vida aprendidas. Ella es cuando se querían divertir a lo grande embarcaban avión con rumbo a París o Roma. Allí tenían lo que necesitaban y cuando terminaban ah, pagaban lo que se les requería y se volvían a la hacienda. En sus ratos de ocio una tocaba el arpa la otra el clarinete. En sus ratos de ocio una tocaba el arpa y la otra el clarinete. Aunque desafinasen a ellas no les importaba, la cuestión era sentirse bien con ellas mismas. A aquella sesión musical le seguía una tocada de campana sí, para que el mozo que tenía en las caballerizas se presentarse ante ellas. Este ya sabía para que se le requería. Cuando aquel mozo oía a qué se le llamaba, sabía que tenía que lavarse las manos y ponerse alpargatas limpias sus dueñas no querían que, en aquella gran casa, entrase con las alpargatas viejas que pisaban la mierda de los caballos.  y tenían razón. 

Una vez allí, ante ellas, y como buenas hermanas que eran tiraban una moneda al aire para saber cuál era la primera que llevarse a que el mozo a su habitación. Una vez allí por lo que se supo a este le hacían hacer cosas que nunca las contó porque le daba vergüenza. Además, que lo hubieran despedido sin contemplaciones. 

En cuanto esté les arreglaba los bajos y sus Cuevecitas, el mozo pasaba a las manos de la segunda sí este estaba en la hacienda, y bien pagado, era porque antes había sido seleccionado entre otros porque entre las piernas tenía una cosa que parecía un arcabuz de los que emplearon los piratas por aquellos mares del Caribe cientos de años antes. Pues de estas prestaciones a aquel mozo, un día de fiesta que se repusieron, y una gallina para que se hiciese un buen caldo. Lo que éste tenía prohibido ir a tener novia. Las dos hermanas lo querían bien descansado 

Fue precisamente el día que estás cumplieron 54 años y que lo celebraron solas en casa, después de una opípara comida acompañadas de buenos caldos, cuándo decidieron dar un concierto con sus instrumentos preferidos. Cargadas como iban, en vez de un concierto, aquello más bien parecía una olla de grillos. Dejando el arpa un lado y el clarinete, implicaron las 2, en hacer sonar la campana que nunca desafinaba. Pero aquel mozo no acudió aquel día ni ningún otro. Este se había marchado sin despedirse. 

Para las dos hermanas fue un duro golpe. A este lo tenían tan bién enseñado que les dolió su marcha. Ahora tendrían que encontrar a otro y también enseñarlo concienzudamente. No todos estos mozos estaban bien dotados, ni sabían, ni podían saber para que los contrataban. Como tampoco sabían cómo se tocaba con profesionalidad y eficacia las cuevecitas femeninas. 

Para no perder el tiempo en inútiles búsquedas, pusieron un anuncio en el periódico en donde se pedía: » mozo para caballerizas y otros menesteres, que entendiese de yeguas». Retribución a convenir y que tuviese virilidad. 

Solo 3 días después llegada a la hacienda un mozo que dijo llamarse Celestino y que entendía de todo. Que igual ha arreglado un enchufe que domaba una yegua, a que el mozo se le veía muy despierto y con ganas de complacer. » Este, además de sus aplicaciones laborales daba sensación de ser muy cumplidor sí, mucho. Cuando esté dijo que era de puente Genil, las dos hermanas ya se lo tomaron más en serio. Y cuando dijo que ahora no tenía novia, más aún. Para que esté les contase más cosas recurrieron a lo que nunca fallaba con ciertos hombres. Después de una copa de jerez dulce y mientras hablaban, se pusieron otra, ella también. En llevaban media docena cada uno, y habían abierto una segunda, entre bromas, y risas, le preguntaron qué número calzaba, Celestino con la inocencia de un niño dijo que 40. No… No… es este el número por el cual preguntamos, le dijo una de ellas, es esto que los hombres lleváis entre las piernas. Celestino también riendo, les contesto que un 25. 

El celestino que aún no terminaba de comprender el porqué de esta pregunta, añadió: en puente Genil tengo un amigo que le mide 3 cm más. 

A este las chicas, de allá, lo apodan “picha loca”. 

La tarde acabo con dos botellas más, vacías. Al Celestino, trabajosamente, lo pusieron en la cama, y i después le desvistieron. Este no les había engañado. Todo y estando dormido como su poseedor, aquel príapo era de los pocos vistos. Tan contentas estaban haber encontrado aquel el tesoro, que, con torpes pasos de tanto Jerez dulce, se fueron a tocar el arpa y la otra el clarinete. Después de aquel concierto desafinado, se fueron a dónde dormía el celestino, y quitándose la ropa se acostaron una a cada lado. Y era un nuevo día cuando el celestino despertó sorprendido, de que le hubiese crecido tanto la barba, incluso dentro de su boca, se notaba pelos. Cuando consiguió despertarse del todo se dio cuenta que frente a su cara tenía el chocho de una de ellas. 

La hermana dormir en el suelo encima de la alfombra. Celestino para entretenerse hasta que despertasen, metió su lengua por aquella frondosa abertura. Su aliento, mezclado con el aroma de Jerez y el olor que despedía aquel chocho lo volvieron a adormecer plácidamente. 

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