Dos jóvenes que encuentran su ruina en una tía demasiado cachonda

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NUESTRA RUINA

El sexo como cualquier otra droga no solo provoca el síndrome de abstinencia cuando el que la consume con frecuencia se ve privada de ella, sino que inmuniza, haciendo que el adicto necesite dosis más frecuentes, potentes… y obscenas. Eso lo sé porque durante años aproveché mi condición de joven abogado de éxito en un prestigioso bufete de abogados de la ciudad para montármelo siempre in crescendo a medida que lo normal se convertía en rutinario y con el tiempo lo extraordinario se volvía tedio. Y es que si algo aprendemos los que tenemos la suerte de caer en gracia entre el bello sexo es que un culo, por bonito que sea no deja de ser un culo, y vistos cincuenta, seamos sinceros… vistos todos. Sin embargo, no por eso, uno deja de buscar con ahínco ese “algo más” que vuelva a ponérsela como la de un toro sin necesidad de estímulos espirituosos o farmacológicos. Y en ese incansable empeño, yo solía hacerme acompañar por un chico de negro llamado Joshua con el que trabé amistad cuando entramos juntos de pasantes en el bufete y con quien había ido ascendiendo en el escalafón hasta nuestra privilegiada situación actual.

Si tuviese que contar las mil y una andanzas sexuales que hemos vivido juntos en los locales más exclusivos de la ciudad, necesitaría más tomos que una enciclopedia. Sin embargo, puesto que me he impuesto la tarea de relatar algo extraordinario de verdad, esa… la verdad es que nada aportan.

La historia, y me meto ya en harina, sucedió en una exclusiva discoteca de la ciudad, o tal vez sería más exacto decir que comenzó, pues fue allí donde conocimos a la chica más sexualmente atractiva y atrayente, que jamás de los jamases hubiese soñado conocer.

Se llamaba Barbara y en cuanto la vimos supimos que no podía ser más que ella. Y debía serlo por algo más que su escultural figura de metro setenta y cinco que invitaba a pensar que se ganaba la vida como modelo, su salvaje melena castaña o sus enormes ojos pardos. Había algo en sus ademanes que atraía; algo así como cierto grado de altanería contenida que sin palabras decía… “Si me quieres vas a tener que sudar para ganártelo” Y ese reto siempre es un aliciente para cualquier gallito que se crea de vuelta de todo… nosotros lo éramos.

Por eso no la perdimos de vista mientras seducía en la pista a propios y extrañas moviéndose sensual al ritmo de la música, sabiéndose observada y deseada por cuantos la veían bailar. Menudo espectáculo; y si os digo que, en un momento dado, incluso dejó que una rubia de pelo corto muy sexy la abrazase por detrás y acompasase el movimiento de sus caderas a los suyos, meneándolas al unísono a un lado y al otro para disfrute del personal, comprenderéis que más de un pobre cabrón que se sabía sin ninguna posibilidad con ella, dejó la pista de baile a toda prisa para meneársela como un mono en los lavabos. Sin embargo, ella parecía andar en busca de otra cosa, por eso, en cuanto la chica quiso ir más lejos y comenzó a besarla en el cuello, ella se apartó y se despidió con una de esas sonrisas de… ¡lo siento! Y se encaminó a la barra dejando allí, un sin fin de pollas duras y coños húmedos abandonados a su suerte.

Como ya os habréis, en cuanto se hubo sentado en un taburete nos abalanzamos sobre ella temerosos de que algún otro gallito se hiciese con la presa.

Ella, con esa tranquilidad propia de las mujeres hermosas que están acostumbradas a que les entren mil veces en una noche, nos dijo que se llamaba Barbara y tras unos minutos de charleta de contacto, la invitamos a una copa. En un segundo, su mirada nos reveló que tras sopesarlo a la velocidad del rayo había decidido darnos la oportunidad de seducirla y aceptándola, nos invitó a sentarnos.

Al principio intentamos que la conversación no decayese echando mano de los sempiternos temas comunes a los que recurren las personas cuando se acaban de conocer y que tan socorridos pueden llegar a ser si lo que pretendes es que una chica te encuentre agradable y divertido, pero ella parecía más interesada en que le hablásemos de nuestro trabajo. Sobretodo cuando, tras preguntarnos a qué nos dedicábamos, le dijimos que trabajamos en un prestigioso bufete de abogados.

Media hora después de copas y anécdotas de abogados en las que, no desaprovechamos la oportunidad de dejarle claro que ganábamos pasta de la buena, ella expresó su deseo de meterse unos tiritos de coca. Y sin pensármelo dos veces, le lancé a Joshua una mirada cómplice y me fui en post de un camello de lujo amigo nuestro que solía hacer su agosto los fines de semana vendiendo su mercadería a los yupis y pijitos que cada fin de semana lo dan todo en discos como esa.

Veinte minutos después volví con cinco frasquitos de dos gramos cada uno que me costaron una pasta que ahora no quiero ni puedo recordar.

Ellos ya no estaban en la barra, sino de pie cerca de la puerta del lavabo de caballeros.

Joshua la sujetaba de la cintura, reteniéndola a escasos centímetros de su cuerpo. Algo que a ella no parecía desagradarle ya que no solo se lo permitía, sino que parecía incitarle, mirándole fijamente regalándole una sonrisa dulce mientras charlaban, acercando su boca a la suya siempre que tomaba la palabra.

En cuanto me vieron abriéndome paso entre la gente se separaron unos centímetros, los justos para incluirme en su intimidad, y al llegar a junto a ellos, Barbara me sonrió mientras me susurraba al oído ¡Vaya, que rápido!

Sin perder ni un segundo, Joshua abrió la puerta de los lavabos y desapareció en su interior mientras que yo, caballeroso le cedi el paso a ella, posando mi mano en su espalda baja, lo que me permitió sentir el triángulo de su tanga bajo mis dedos… y ni que decir tengo que aquello me provocó una erección de inmediato.

El lavabo estaba atestado de gente que presumiblemente estaba allí para lo mismo que nosotros y entre escenas de cierto desfase de tres rombos que podían intuirse en la intimidad de algunos retretes, el personal iba y venía sin reparar en que, en una esquina, dos rubitas de rostro angelical se la chupaban a uno de los negrazos que trabajaban de portero, seguramente a cambio de que el tipo fingiese que se creía que eran mayores de edad.

En fin que, tras unos minutos de espera en la que ambos hicimos lo posible por no apartar la mirada demasiado de Barbara para disfrutar del espectáculo que llevó a más aquel negrazo de unos dos metros y aproximadamente ciento diez kilos de puro músculo cuando asiendo del brazo a una de aquellas rubitas que no debían pasar del metro cincuenta y cinco, la puso en pie, le bajo bruscamente los leggins, le dio la vuelta y comenzó a follarla por detrás como lo haría un gorila macho adulto con una hembra joven que apenas a alcanzado la edad de procrear, mientras la otra, arrodillada a sus pies, esperaba sumisa, miraba el rostro de dolor de su amiga como si se preguntase si ella también correría la misma suerte.

Y por suerte o por desgracia, uno de los retretes del fondo opuesto se quedó libre antes de que el negrazo reparase en ella… y nos metimos de inmediato.

Allí estábamos deliciosamente apretujados; Joshua sentado en el retrete manipulando la mercadería, con Barbara de pie entre sus piernas contemplándole paciente y yo tras ella, sintiendo el tacto de sus musculosas nalgas rozando mi paquete.

En cuanto tuvo las rayas listas sobre un espejito que ella llevaba en el bolso se lo ofreció y ni corta ni perezosa, se metió tres rayas de una sentada. Luego cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a frotarse la nariz para habituarse a la sensación, momento que aproveche para asirla por la cintura, y tras darle un suave beso en el hombro preguntarle ¿Estás bien? A lo que ella, sin dejar de frotarse la nariz, ni abrir los ojos respondió ¡Joder, de maravilla!

Su respuesta animó a Joshua a agarrarla también de la cintura para luego darle un cariñoso beso en el bajo vientre, eso si, por encima del vestido.

Sin embargo, la cosa no tardó en ir a más y es que ella parecía la clase de chica que se pone muy cachonda cuando se mete unos tiritos y supongo que el hecho de que además lo estuviese haciendo a costa de nuestros bolsillos la llevó a la conclusión de que debía dejarse magrear algo más de lo debido. Tal vez por eso, no puso reparos cuando, estando yo abrazándola por detrás mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja derecha y ella lo disfrutaba con los ojos cerrados frotando su culo contra mi paquete, Joshua le metió mano bajo el vestido y le bajo el tanga hasta las rodillas.

Solo cuando se aventuró a comerle el coño, ella le apartó con delicadeza no sin antes dejar que lo probase por unos segundos.

¡Aquí no quiero llegar hasta el final! – dijo sensual, pero sin tomarse la molestia de subirse el tanga.

Así, seguimos alrededor de media hora, en la que ella, tanga por las rodillas seguía aspirando cocaína como una posesa y dejándonos bien claro lo que tenía que ofrecer si jugábamos bien nuestras cartas y al final la convencíamos de que se fuese de la disco con nosotros. Ni corta ni perezosa, desprovista de toda mojigatería, se dejaba sobar el culo a placer, incluso a ratos, introducir los dedos entre sus nalgas para alcanzarle el agujero del culo y frotárselo con fruición, se desparramaba coca por el escote para que la aspirásemos al unísono mientras nos acariciaba el pelo, o se besaba con ambos a la vez, agarrándose bien a nuestros culos y atrayéndonos hacia ella con fuerza para besarse con ambos a la vez, con maestría y pasión, haciendo que su lengua culebrease de mi boca a la de Joshua, una y otra vez hasta que al final, casi lo hacíamos fundidos en unos solo. Llevándonos a un grado de excitación como nunca antes habíamos experimentado. Sin embargo, dueña ya por completo de la situación, Barbara no nos permitía ir más lejos, y siempre que Joshua volvía a subirle el vestido para comerle el coño, ella le paraba los pies, salvo en una ocasión en la que le permitió saborearlo más de lo debido y al verlo, ni corto ni perezoso me arrodillé tras ellas, metí la cara entre sus nalgas y comencé a comerle el culo.

Aquello la cogió por sorpresa y durante unos instantes que debieron rondar el minuto, ella nos dejó hacer hasta que recobró el dominio de si misma, y meneando las caderas para zafarse de nosotros, se subió el tanga, arregló el vestido y nos reprendió ¡Ya está bien! He dicho que aquí no… Y ahora vamos que me apetece bailar.

¡Asunto zanjado!

Salimos del retrete y en seguida se coló otro grupo de juerguistas.

En el lavabo ya no había rastro del negrazo y las rubitas. Sin embargo, nos las encontramos charlando coquetas con los dos pijitos con los que presumiblemente habían quedado esa noche… si supiesen lo que habían tenido que hacer para que las dejasen entrar…

En fin, que no metimos en la pista y bailamos durante más de una hora antes de irnos a reponer fuerzas con un copazo y unos tiritos y de nuevo al tajo. Aquello parecía encantarle a Barbara que no dejaba de frotarse contra nosotros en la pista sin importarle cuantas miradas pudiese atraer. Y así seguimos hasta que ella decidió que era el momento de irnos a su casa.

Sin perder un segundo, pagamos la cuenta en la barra, y nos abrimos paso entre la gente en busca de la salida sin dejar de sobarle el culo en plan brutal, metiendo a ratos los dedos entre sus nalgas como ya hiciéramos en los lavabos, para acariciarle el ojo del culo… algo que a ella no parecía importarle ya demasiado.

En cuanto logramos salir, nos apresuramos a alejarnos del bullicio y nos metimos por la primera calle tranquila que cogía la dirección a su casa y al dejar atrás el ir y venir de juerguistas y extenderse ante nosotros aquel sin fin de calles solitarias, la cosa comenzó a desmadrarse.

Cachondos como monos, y envalentonados por su permisividad y la tranquilidad de aquellas calles, hicimos varios intentos de follárnosla en plena calle; entre dos coches o en un portal bastante amplio y oscuro en el que estuvimos a punto de lograr que ella no las chupase.

Sin embargo, siempre acababa negándose, aumentando así nuestro frenesí. Un frenesí que ella se ocupaba de mantener en su punto más álgido dejándose meter mano, endulzando nuestros oídos con la promesa de dejarse follar del modo que quisiésemos en cuanto llegásemos a su casa, a lo que nosotros locos de lujuria le respondíamos que podía tener por seguro que, en cuanto la metiésemos en la cama, le follaríamos el coño, la boca y el culo sin darle un respiro. Eso la encendí y hacía reír, aumentando nuestra lujuria llevándonos al punto de ebullición.

Y así, entre besos, obscenidades y magreos, zigzagueamos por las calles de la ciudad hasta boca calle que quedaba cerca de su portal. Allí ella decidió hacer un alto que nosotros aprovechamos para frotarnos contra ella como dos perros en celo.

El lugar estaba desierto, solo el eco lejano de los gritos y risas de grupos de capullos que se movían por los alrededores de vuelta a casa, rompía a ratos la pesada calma que reinaba en el ambiente.

No sabría precisar cuanto tiempo estuvimos detenidos en aquella esquina y tampoco por qué. La verdad es que estábamos demasiado ocupados en lo nuestro; Joshua intentando sacarle un pecho por el escote para chupárselo, yo restregándome contra su culo mientras hundía la cara en su pelo, lamía su cuello y mordisqueaba su oreja derecha a la espera de que me sobreviniese el valor suficiente como para ponerme de rodillas, subirle la falda y volver a comerle el culo como ya hiciera en los lavabos de la disco sin que importase un carajo que estuviésemos expuestos a las miradas de cualquiera que decidiese pasar por allí o asomarse a una ventana para chismorrear o fumarse un cigarro. Pero ocurrió que, en un momento dado, mientras mordisqueaba suavemente el lóbulo de su oreja, totalmente entregado a la causa, me dio por abrir los ojos y mirar por encima de su hombro… y lo que vi me dejó ojiplático. Porque en ese tiempo, ella le había bajado los pantalones a Joshua y ahora desnudarle a, sacándole la camisa por la cabeza mientras él, totalmente entregado, la dejaba hacer, limitándose a mover los pies para acabar de zafarse del pantalón, con su enorme y palpitante rabo negro, meneándose de un lado a otro como un caballo desbocado.

En cuanto logró quitarle la camisa, la tiró al suelo, se giró hacia mi y comenzó a desabrocharme el pantalón ¿De qué iba aquello? Pensé confuso al recordar su reticencia a dejarse follar en el lavabo y los portales del caminó. Aun así, no protesté y me limité a intentar besarla una y otra vez, pero ella apartaba su rostro mientras lidiaba con los problemas que le daba mi cremallera. Y así siguió con lo suyo sin que yo me atreviese a hacer nada por impedirle que me dejase como Dios me trajo al mundo en mitad de la calle. Y ya lo había hecho de cintura para abajo cuando Joshua intentó reclamar su atención tirando de su brazo.

Aquello no pareció gustarle un pelo y se zafó con brusquedad y sin dejar de desabotonarme la camisa, le miró de soslayo y le susurró autoritaria:

-¡Espera un momento, cariño! No seas ansioso.

Primer aviso para que Joshua entendiese que allí mandaba ella y no convenía hacerla enfadar.

Él pareció entenderlo, al menos de momento, se limitó a posar sus enormes manazas en su cintura y contemplar por encima de su hombro como me acababa de dejar en cueros.

En cuanto lo hizo, pensamos que ella nos permitiría desnudarla o al menos se levantaría el vestido se haría el tanga a un lado, y apoyándose en un coche, nos ofrecería el culo para que la montásemos desde atrás por turnos como si fuésemos perros en celo. Pero no fue así. En su lugar, ella se puso en cuclillas y ambos pensamos que había decidido chupárnosla, así que dimos un paso al frente y le ofrecimos nuestras pollas desesperados de lujuria y pasión.

Ella no les hizo ni caso y se limitó a rebuscar entre nuestra ropa cualquier objeto de valor que meter en su bolso. Así se hizo con nuestros móviles y carteras sin que nosotros hiciésemos nada por impedírselo pues si aquel era el precio que debíamos pagar para que ella nos permitiese gozar del placer de meternos entre sus piernas, estaba más que dispuestos a pagarlo. Ni si quiera cuando, tras esquilmar nuestra ropa, se puso en pie y comenzó a despojarnos de nuestros relojes, anillos y una gruesa cadena de oro que Joshua siempre llevaba encima desde que tengo memoria de nuestra amistad.

En esas creí morir cuando, al no poder hacerse con el sello de oro que Joshua llevaba en el dedo índice de su mano derecha, ella decidió lubricarlo chupándoselo como sin duda chuparía una polla mientras paseaba una mirada provocadora entre nosotros que ya estábamos a punto de babear.

Acabada la rapiña, hizo un ovillo con nuestra ropa y zapatos y ni corta ni perezosa lo tiró todo a un contenedor de basura cercano, luego nos agarró autoritaria de las pollas y tiró de ellas para llevarnos hasta su portal.

Ni que decir tiene que aquello bastó para que nos corriésemos como perros, algo que a ella le provocó una risita de colegiala maléfica, que no le impidió, sin embargo, seguir tirando de nosotros hasta llegar a la puerta del edificio. Allí, ella se percató de que no podría sacar las llaves del bolso sin pringarlo todo con nuestro semen así que decidió ofrecernos sus manos para que se las limpiásemos a lametones, algo que hicimos sin pensarlo mientras contra su cuerpo como posesos, metiéndole mano bajo el vestido para hacernos con su culo, con sus pechos, con su coño.

Aquello pareció encenderla como antes de que decidiese que había llegado el momento de cobrarnos el peaje y volvió a pasear su boca entre la de Joshua y la mía, mientras susurraba obscenidades y mantenía nuestras pollas a raya, meneándolas con fuerza, azotándolas hasta arrancarnos algún gemido furtivo de dolor y placer.

Así cruzamos el portal, y así nos tambaleamos hasta el ascensor, intentando que ella se dejase al menos subir el vestido hasta la cintura o sacar los pechos por el escote, pero no hubo manera. Cualquier intento de dejar su culo al descubierto hacia que apartase nuestras manazas con un autoritario manotazo, seguido de una leve bofetada de advertencia y un ¡No sin mi permiso!, que sin bien no pasaba nunca de ser un susurro entrecortado me hacia sospechar que hablaba muy muy en serio. Sin embargo, Joshua cometió el error de creer que solo se hacia de rogar y que sería cuestión de insistir hasta que ella accediese a dejarse desnudar antes de lo que tenía previsto. Y así ocurrió, que ya en el ascensor, mientras ella mordisqueaba con cierta violencia uno de mis pezones y estrujaba mis nalgas con fuerza, estando yo con las manos cruzadas a la espalda en señal de total entrega y sumisión pues cuando había comenzado a juguetear con mi pezón, creí que podría acariciarle el pelo mientras lo hacía, ella había apartado mi mano con un violento manotazo que me hizo saber que ya no estaba para más coñas, Joshua se atrevió a levantarle el vestido para luego intentar penetrarla sin más. Eso provocó ella se revolviese con violencia y gritando ¡No sin mi permiso! le arrease una bofetada tan fuerte que el pobre cabrón debió creer que había vuelto a la época del colegio.

Joshua, retrocedió confuso hasta que su espalda golpeo contra la pared del ascensor, y antes de que pudiese frotarse el cachete ella le arreó otro guantazo.

-¿Es que no lo he dejado suficientemente claro?- rugió- ¿Cuántas veces tengo que decirlo?

En mitad de la noche, sus gritos debían de esta oyéndose hasta en el último piso, pero aquello carecía de importancia. Y si después de todo, aquella imprudencia daba al traste con la que parecía la mejor noche de sexo de nuestras vidas.

Allí desnudo, con la polla más dura que nunca, los huevos de corbata y temiéndome lo peor, me atreví a intervenir. Me acerqué a ella por detrás, posé tímidamente mis manos en su cintura y tras besarla suavemente en el hombro le rogué ¡Vamos, cariño, déjalo correr!

En aquella situación, ella podría haber dado la noche por terminada dejándonos a dos velas, sin ropa y sin blanca, incluso podría habernos pateado el culo sin que ninguno de los dos hiciese nada por defenderse, sin embargo, ella también tenía ganas de juerga y mi intervención pareció aplacarla, incluso le gustó el modo sumiso en el que la había aplacado y quiso seguir por ahí.

Con Joshua castigado en el rincón y el ascensor dirigiéndose ya hasta su apartamento ella me beso y luego con una mezcla de expectación morbosa y divertida me pregunto:

¿Quién manda aquí?

-Tú, cariño- me apresuré a responderle con la voz entrecortada por la lujuria.

-¿Quién manda aquí? – volvió a preguntar con una sonrisa socarrona.

-Tú, cariño- volví a responder a punto de correrme de nuevo- aquí mandas tú. Haremos lo que tu quieras cuando quieras y del modo en que quieras.

Ella sonrió satisfecha y volvió a premiarme con un beso.

Fuera de mí, y apostándolo todo a la idea de afianzar su estatus de superioridad me atreví a arrodillarme tras ella, y tras unos segundos de vacilación en los que me limité a acariciarle las piernas, le subí lentamente el vestido, le hice el tanga a un lado, y tras hundir la cara entre sus nalgas comencé a lamerle el agujero del culo en señal de total sumisión.

Ella dejó escapar una carcajada ronca, echó una mano atrás para acariciarme el pelo. Luego, con esa misma mano, le indicó a Joshua que se acercase, le acaricio la mejilla, y acto seguido le introdujo dos dedos en la boca para que los chupase y el sumiso del todo, se dejó hacer.

Así llegamos a su piso, conmigo lamiéndole el culo y Joshua chupando sus dedos como si de una polla se tratase.

En cuanto el ascensor se detuvo, ella abrió la puerta y salió dejándonos en mitad de la faena. Pero eso no nos importó. En cuestión de segundos ya la seguíamos pegados a su culo como dos perritos falderos; literalmente pegados a su culo; mientras abría la puerta, y luego cruzaba el pasillo hasta el dormitorio, donde nos esperaba la última sorpresa de la noche… su novio durmiendo a pierna suelta. Pero eso no pareció estar fuera de lo previsto y es que ella se limitó a quitarle la sábana que le cubría y tras darle unos cachetes en el culo para despertarle le dijo cariñosamente ¡Vamos, cariño, vete a dormir al sofá!

El tipo ni se sorprendió ni protestó. Se limitó a levantarse, recoger la sábana del suelo y a salir del dormitorio cerrando la puerta tras de sí… y ahí comenzó lo bueno de verdad.

Decir que nos la chupó como una auténtica profesional sería quedarse corto. Ni en nuestros mejores sueños podríamos habernos imaginado que una tía pudiese proporcionar ese grado de placer con una simple mamada y quienes hayan tenido la desgracia de estar con alguna mujer que, a pesar de sus esfuerzos te obligan a imaginar que estás con otra porque no es capaz de trabajarla como es debido, sabe de lo que hablo.

Era tan buena, joder, que en apenas un minuto nos vimos luchando por retener el orgasmo mientras ella nos daba caña, pasando de una a otra sin darnos tregua, obligándonos, encorvados sobre ella, la sujetarla por el pelo en un vano intento por controlar la voracidad de sus embestidas.

Por suerte, ella supo dejarlo antes de que explotásemos en un orgasmo de proporciones ciclópeas.

Se puso en pie y comenzó a quitarse el vestido y nosotros, loco de lujuria y pasión, no perdimos un segundo, nos arrodillamos tras ella, le quitamos el tanga y nos lanzamos a comerle el culo como dos perros hambrientos que se disputan el derecho a meter el hocico en el plato.

Ella nos dejó hacerlo mientras acababa de desnudarse, luego se tumbó en la cama y se abrió totalmente de piernas. Gateamos hasta ella, y nos hicimos con su coño. Se lo trabajamos a la vez, turnándonos para comérselo sin olvidarnos de darle algún que otro repaso esporádico a su culo. Y en cuanto pareció que ya estaba caliente como una perra en celo me metí entre sus piernas y comencé a embestirla sin compasión. Ella me acogió con un gemido ronco de placer y tras unos segundos en los que se limitó a recibir mis furiosas embestidas, comenzó a azotarme y a follarme el culo con tanta violencia como la que empleaba yo en follarla a ella mientras me rujía ¡Vamos, cabrón, no pares! ¡Ni se te ocurra correrte porque te mato! ¿Me oyes? ¡Te mato! Y eso estaba a punto de hacer sin poder evitarlo cuando Joshua vino en mi ayuda. Me aparté de ella dando gracias al cielo y fui en busca de la coca que quedaba en mi cartera. Ella no puso objeciones, y sobre un espejito que convenientemente tenía en la mesita de noche, preparé unas rayas. Para cuando acabé de hacerlas, Joshua la había puesto a cuatro patas y la follaba a toda máquina rugidos y carcajadas de lujuria desenfrenada.

Le ofrecí el espejo y sin que Joshua dejase de montarla como un animal, ella se pimpló las cuatro rayas como si se tratase de rapé, y luego giró la cabeza para mirarle mientras la follaba mientras le urgía ¡Vamos, mi negro, fóllate a la chica blanca, fóllate a la chica blanca, fóllate a la chica blanca!

Aquello fue demasiado para el pobre cabrón, que se corrió como un cerdo, dando un alarido de placer, lo que provocó que ella se corriese también, uniendo su alarido de placer al suyo.

Joshua cayó sobre la cama, como muerto. Pero a ella aun le quedaba mucha marcha, así que me empujó para tumbarme en la cama, se subió sobre mí y comenzó a cabalgarme salvajemente.

En un intento por abstraerme y no correrme antes de lo debido, gire la cabeza en dirección a la puerta para no verla moviéndose como una culebra sobre mi y me pareció que su novio estaba tras la puerta, contemplando el espectáculo a través del ojo de la cerradura. De ser así, el tío seguro que se la estaría pelando como un mono, ¿Quién podría reprochárselo? Y me dio por pensar que, si Barbara lo descubría, no hubiese dudado un segundo en saltar de la cama e ir en su busca para darle una buena paliza antes de volver a la cama para acabar de follarme.

Pensar en aquello fue un error pues solo sirvió para que me llegase un orgasmo tan intenso que casi dejo los ojos en blanco. Por suerte, al igual que ocurriese con Joshua, en cuanto sintió mi semen inundándola, ella se corrió de nuevo, dándose por satisfecha de momento.

Ni que decir tiene que ahí no se quedó la cosa. Barbara nos exprimió durante toda la noche. Tanto es así que, para cuando ya amanecía, no se si despertando o recobrando la consciencia, tras el cuarto o quinto polvo, pude ver como, al otro lado de la cama, Joshua estaba tumbado inerme boca arriba, con los brazos abiertos y sin dar señales aparentes de vida y a ella chupando su enorme polla flácida en un desesperado intento por ponerle en marcha de nuevo. Justo cuando se dio por vencida, se giró y me sorprendió mirándola. En el acto, se abalanzó sobre mi e intento meter la cabeza entre mis piernas. Yo intenté apartarla, pero ya no me quedaban fuerzas suficientes y ella parecía conservar las suyas como si hubiese acabado de comenzar la juerga, así que no pude evitar que me tumbase sobre la cama y se hiciese con mi maltrecho rabo para chuparlo en un vano intento de volver a ponerme en marcha. Incapaz de evitar que hiciese de mi lo que quisiese, me limité a sujetarla por el pelo para al menos controlar la fuerza con la que me succionaba la polla y los huevos. Pero no hubo manera. Durante unos dolorosos cinco minutos ella lo intentó con ahínco y cuando se dio por vencida, incapaz de aceptar la idea de quedarse sin último orgasmo, se sentó sobre mi cara y comenzó a menearse como si me estuviese cabalgando.

Cuando por fin se corrió se tumbó entre nosotros y ahí acabo la noche.

Al día siguiente despertamos y no había nadie el la casa. Sin embargo, al pie de la cama había ropa de su novio, y sobre la mesita de noche una nota que decía:

“Pese a todo habéis estado de fábula”, y un número de teléfono.

Por supuesto, la llamamos ese mismo día y así comenzamos una relación de sexo salvaje que ninguna mujer a podido igualar ni de lejos.

Como era de esperar, cada salida con Barbara nos suponía un gasto de entre mil, mil quinientos euros por cabeza, entre cenas, club, copas, coca y demás caprichitos. Después de un tiempo, nosotros le pagábamos el móvil, el alquiles, las tasas universitarias y cuantos gastos tuviese la princesita. Y aun así, las más de las veces, tras una noche de juerga, coca y desenfreno, cuando tocaba irnos a su casa a por nuestro premio, sin un céntimo en las carteras, ella nos ponía a cien mil por hora por el camino, y al llegar a las inmediaciones de su edificio, repetía la jugada de dejarnos de desnudarnos en plena calle y en un cajero cercano nos obligaba a sacar todo el dinero que nos permitiese el límite de nuestras tarjeras.

En siete meses nos dejó pelados y no volvimos a saber de ella hasta que tiempo después me encontré con su novio en un centro comercial. Caballeroso, me acerque a saludarle ya que, aunque no nos había vuelto a ver, habíamos llegado a trabar, si no amistad, si cierto grado de relación social y siendo sincero, que menos que interesarte por alguien a quien hace tiempo que no ves, sobre todo si te has pasado más de medio año montándote a su novia con su consentimiento.

Nos sentamos en un café y departimos sobre lo divino y lo humano y cuando sentí que ya había pasado el tiempo prudencial que impone la cortesía, le pregunté por Barbara.

Sin tan si quiera inmutarse, supongo que lo esperaba, me comentó que ella le había abandonado momentáneamente para irse a vivir con un vejestorio millonario al que le volvía loco verla follar con negros.

Al parecer el tipo la había visto en la pista de baile de un club muy exclusivo, y algo debió intuir en ella porque, en cuanto abandonó la pista y se sentó en la barra del bar, é se acercó y ni corto ni perezoso se ofreció a pagarle cinco mil euros si ella accedía a dejar que le comiese el culo mientras se la chupaba a su chofer nigeriano.

Como Barbara es cualquier cosa menos una pardilla, supo en el acto que allí había pasta larga, así que no solo accedió a hacerlo allí mismo, el los baños del local, sino que por el mismo precio dejo que el vejestorio se la metiese por el culo mientras ella acababa el trabajito.

Eso acabo de enganchar a la momia degenerada, y le ofreció pasar el resto de la noche con ellos en su mansión. Y ella, sabedora de que había picado el anzuelo, aceptó.

Según le comento Barbara a su chico, y él a mí, aquel negrazo descomunal tenía un rabo capaz de partir por la mitad a cualquier actriz porno por curtida en mil batallas que estuviese, pero Barbara es mucha Barbara y supo resistirle y agotarle tras horas de sexo salvaje en el dormitorio de aquel vejestorio que, hasta el culo de viagra, y arrodillado junto a la cama, no paro de meneársela extasiado durante toda la noche.

Desde ese día, Joshua, él y yo, quedamos con frecuencia en su casa y nos pasamos la tarde meneándonosla mientras vemos los videos caseros que ella le manda de sus juergas con los sirvientes negros del vejestorio millonario.

Más allá de eso, trabajamos a destajo haciendo todas las horas extras del mundo con el fin de reunir la mayor cantidad de dinero posible en previsión de que, a su vuelta quiera volver a dejarnos pelados.

¡Ojalá!