Me la ponen toda y me encanta
¡Roberto me pone toda cardíaca!
En vacaciones e invitada por sus tíos, la presencia próxima del hombre tan deseado hizo correr como la pólvora la pasión. Con sus mejores prácticas supo atraerlo, para acabar en algo de lo más placentero y que esperaba pronto repetir…
Pues sí amig@s, tal como el título del relato indica Roberto me pone cardíaca a rabiar. Una pasión irrefrenable, algo superior a mí y que desde largo tiempo atrás me resulta imposible de evitar. Unos dos años bien, bien hace ya que esta locura mía por él empezó. Roberto me excita, me fascina, me chifla y embelesa haciéndome perder el sentido con su voz ronca y grave a la que tan difícil resulta resistir. Aunque esté mal el decirlo y confesarlo, ¡cuántas y cuántas veces me he masturbado y obsequiado con su solo pensamiento!
El problema y grande según se mire es que Roberto es mi tío. Hermano menor de mi madre y casado con la tía Adela, una completa bobalicona aunque al parecer más que bien productiva tal como os contaré. Pero eso a mí, en mi locura de juventud poco o nada me preocupaba, inmersa como me encontraba en mi deseo e interés total por el hombre muchos años mayor por el que beber los vientos.
De unos treinta y largos casi cuarenta, a mis apenas diecinueve años como comprenderéis era mucho más de lo que podía imaginar y desear. Los chicos tontos e inmaduros de mi edad para nada me interesaban, puestos solo los ojos en alguien como Roberto mucho mayor y experto como lo era.
Soñaba y fantaseaba con él y en mis sueños húmedos y profundos, su persona y recuerdo me torturaban una y otra vez. Le deseaba, deseaba sentirlo y tenerlo a mi lado. Que me tomara e hiciera suya hasta acabar completamente entregada y hecha mujer.
Yo lo flipaba con su sola presencia. Las visitas a casa cuando venían a comer o íbamos a la suya. Algún encuentro en la ciudad para pasear, tomar algo en una terraza y disfrutar de la mañana o la tarde en el fin de semana. Los encuentros entre ambos hermanos eran habituales, mi madre le tenía en gran estima como su hermano menor que era.
Pues como digo, Berto me ponía toda loca y en la soledad de mi habitación jugaba con mis juguetes y conmigo misma masturbándome furiosa. Corriéndome los dedos la humedad y lo muy lubricado de mi sexo hecho un puro fuego. Nombraba su presencia en voz baja y a cada momento en el silencio de mis sofocantes pensamientos. ¡Bendita locura era aquella!
Todo un frenesí imparable corriéndome por dentro, tan solo pensaba en el momento en que entregarme a él. Suspiraba porque eso se diera, tan atractivo, guapo y seguro de sí mismo como para mí le contemplaba. En la cama y en un tímido susurro mascullaba su nombre, en voz baja y con sumo cuidado para que mis padres no pudieran oírme.
Algo salvaje con lo que sentirme mujer, recorrer el mundo entero a su lado y arrancar con mis uñas las sábanas revueltas al entregarme hecha un lamento.
Mis tíos con cuatro hermosos hijos a las espaldas, yo no podía más que verlo como el semental incansable que seguramente debía ser. En mi fuero interno, moría por conocer todo lo bueno e inagotable que al parecer guardaba. La primera noche en el apartamento de la playa, los escuché cuchichear y jugar al otro lado de la pared.
– Para cariño, está Marta al otro lado.
– A la mierda Marta, quiero follarte y follarte ahora.
Así les escuché en sus juegos y caricias de matrimonio enamorado. Pese a los intentos de mi tía por evitar el gritar y sollozar de forma sonora, la imaginación por lo que se daba en la habitación contigua me llevó a masturbarme furiosa, fantaseando era yo la que lo disfrutaba y sufría.
Al fin y para mi fortuna todo aquello se dio. Fue al día siguiente cuando al fin me lié la manta a la cabeza, aprovechando la escapada a la playa que ambos tuvimos. Me habían invitado a pasar unos días en el apartamento nuevo de la playa que hacía pocos meses habían comprado y, tal como les contaba, tenían cuatro hijos que habían quedado en la ciudad con los abuelos.
El feliz matrimonia iba camino del quinto retoño, embarazada la tía Adela de cinco meses como estaba. Desde luego no perdían el tiempo, eran fecundos y prolíficos en la materia. Al parecer Berto era un fenómeno en eso de la natalidad, últimamente tan poco común en la sociedad que vivimos.
Al segundo día por la mañana todo acabó por darse. Sin sospecha alguna por su parte, de seguro bien tranquila por lo muy ocupado que lo tenía, mi tía quedó en casa mientras ella misma era quien nos animaba a gozar y disfrutar felices del agua y el sol. Y evidentemente de otras muchas cosas, como para su desgracia pronto veréis.
– Marchad tranquilos cariño, yo me quedo en casa descansando –la sonrisa radiante de mujer feliz y enamorada de su hombre. Enséñale la zona a Marta y pasadlo bien en la playa. Os espero para comer, por la tarde bajaremos a la piscina.
Un beso de despedida entre el feliz matrimonio y bajamos los dos las escaleras al parking, cargado Roberto con la pequeña bolsa y nada más. Enseguida me vi en el coche a su lado, las gafas de sol puestas aceleró mi tío camino a una de las playas de la zona.
– Verás que te gustará, el paisaje es bonito y agradable… y las playas una maravilla.
– Seguro que sí –tan solo afirmé lo que me decía.
La mañana de aquel martes había amanecido radiante bajo el fluir de los rayos solares, ideal para una buena mañana de playa y sol. Tras desayunar los tres en el mostrador de la pequeña cocina-bar, Roberto cogió las pocas cosas y pronto me vi con él en el coche una vez nos despedimos de la tía. Los dos veraniegos como correspondía al soleado día. Roberto un polo gris y un pantalón corto azul marino y yo una diminuta camiseta corta en forma de top y unos igualmente diminutos shorts tejanos por encima de la braguilla del bikini.
Hablando de una y otra cosa el viaje se hizo rápido. Preguntándome poco o nada, la verdad Roberto resultó delicado y discreto hacía mí. En menos de media hora nos encontrábamos en la playa, dispuestos a un rato de sol y un buen chapuzón que nos calmara de la calorina. Poca gente había, aquella zona según me dijo era por fortuna poco visitada, así que el placer y el poder elegir sitio resultaban mayores.
Fuerte calor aquella mañana hacía, el sol picaba de lo lindo. Calor y humedad en demasía, notaba el cuerpo sudoroso bajo las pocas prendas que me cubrían. No tardamos en deshacernos de las ropas. En un rápido vistazo y teniéndolo de espaldas, gocé el fijarme en su cuerpo fibrado y delgado.
Al volverse, el corto slip no podía evitar el mostrar el bulto bajo el mismo. Imposible el poder hacerlo, así como su culo prieto y duro en el que buscar empapar la mirada cada vez que tuviera ocasión. Para mi emoción, en una de esas y mientras dejábamos las toallas estiradas, le cacé la mirada recorriéndome el cuerpo apenas tapado por el pequeño bikini amarillo y blanco.
Como digo poca gente visitaba la playa a esa hora, no más de quince personas entre dos parejas de matrimonios, alguna otra pareja madura todavía de buen ver, dos parejas más de jóvenes y algunos otros hombres y mujeres sueltos.
– ¿Vienes al agua? –en una carrera escapé. Echando la mirada atrás y saltando por la arena le provoqué con mi risilla graciosa.
– Claro, deja que te pille –le escuché decirme, corriendo al momento detrás.
En el agua reímos y nos divertimos, chapoteamos en la misma, jugando y buscando los roces inevitables sin rehuirlos para nada. Al fin y al cabo era algo normal ente ambos. En la piscina y con la tía al lado, el día anterior lo hacíamos igual sin que ella sospechara ni imaginara nada por ello. ¡Qué ingenua la pobre! Como digo, Roberto supo bien seguirme el juego entre risas y bromas por parte de ambos.
En el agua y en un golpe de sorpresa me tomó de las piernas, para lanzarme arriba y dejarme subida a sus hombros. El vientre pegado a la piel curtida y mojada de los hombros y el cuello, no dejaba de reír y pedirle más. Luego, en un chapuzón de cabeza al agua de la que salir cual sirena gozosa.
Miles de diminutas gotas corriéndonos los cuerpos. El roce de mis piernas contra las suyas, de manera rápida y medio disimulado, no puedo negar que empezó a excitarme sobremanera. Aquel torso desnudo de vellos blancos y oscuros, aquellos brazos mucho más desarrollados y fuertes que los débiles míos. El roce continuo por encima y debajo del suave oleaje de la mañana. El tenerlo tan cerca, tan próximo y los dos solos allí en la playa.
Enganchándole por la espalda, con las piernas le rodeé por delante entre las risas y jadeos entrecortados que lanzaba. Pegada a él como una lapa, me dejaba llevar por lo húmedo y leve del movimiento de las olas. Los pechitos pegados a su espalda, respirándole encima tan próximos como nos encontrábamos. De nuevo y con sus fuertes brazos, me levantó por los aires hasta verme clavada a sus hombros.
Yo le tiraba agua a la cara, las manos caídas a sus cabellos oscuros y de primeras canas en las sienes que tan interesante le hacían. El pecho le juntaba cada vez que podía, seguro que le gustaba aunque nada decía ni ningún gesto se le notaba. Todo muy natural como debía ser entre tío y sobrina.
Yo sin embargo, no podía evitar el sentir la emoción crecerme. El hombre por el que tanto suspiraba, con el que tanto y tanto había soñado y fantaseado en mis instantes de soledad. Saltaba y me removía en el agua entre risas y bromas, las manos masculinas corriéndome el cuerpo con lo que hacérmelo mucho más difícil. Tan lejos de la tía y sin parar de disfrutar el rozar continuo entre uno y otro.
La mañana divertida avanzaba casi sin darme cuenta. Tan a gusto y junto a Roberto me encontraba. Salimos afuera y estuvimos un rato tomando el sol. Cada uno en su toalla, boca abajo mi tío mientras yo me dejaba tostar echada arriba. No pude evitar el echarle la mirada, algo superior a mí era aquello.
Aquella espalda recia y bien cuidada, las piernas largas y velludas, el culo que el pequeño slip invitaba la mirada a echarle. Tuve que retirar los ojos o no sabía si respondía de mí. En la mejor compañía, tomamos los sándwiches preparados el día anterior. Un refresco con que acompañarlo y enseguida terminamos el pequeño tentempié.
Diez minutos después, ahora fue él quien me animó a volver al agua. La mirada clavada en aquel culo que corría delante, moría por sobárselo y mordisquearlo. Así volvimos a los inevitables roces, cuerpo contra cuerpo, haciendo el agua romper alrededor. Y fue entonces cuando, en una de esas y como al descuido, noté el inicio de erección rozarme la pierna. El roce sorpresivo, leve pero bien sentido y que me hizo estremecer de la cabeza a los pies. Un grito de sorpresa y tan juntos quedamos parados.
– Per… perdona, lo siento –trató Berto como pudo de disculparse.
– No, no pasa nada… tranquilo –busqué ofrecerle la mayor naturalidad posible.
– ¿Eso es por mí? –sin embargo y al momento la pregunta vino a mí.
– Lo siento Marta… lo siento pequeña… no pude evitarlo.
– De acuerdo tranquilo, no pasa nada. Es natural en vosotros –exclamé quitando hierro a la situación planteada.
Sin embargo y como no podía ser menos, algo en mí cambió a partir de ese momento. Como cambió en los dos. Menos risas entre ambos, Roberto confundido por lo ocurrido sin duda no tardamos en escapar fuera del agua. Pero para mí había sido aquello toda una declaración largamente deseada. El reconocerlo excitado por mi proximidad y frotamientos constantes. El hombre mayor por el que tanto suspiraba y conocer en él aquella respuesta alentadora. Unos segundos tardó en rebajarse la hinchazón bajo el slip.
Taciturno por lo sucedido, sin que se percatara no resistí la tentación de echar los ojos al voluminoso promontorio. Los dos callados, le vi echarse abajo en busca de descanso. Ninguno hablábamos, algo nuevo entre los dos se había dado. Algo nuevo y desconocido en forma de conocer el deseo por parte del hombre. No sabía hasta qué punto un deseo real, pero aquel abultamiento sorpresivo desde luego no engañaba. Fuera lo que fuera, los roces constantes, los cuerpos tan pegados, el caso es que había conseguido aquella respuesta firme y furibunda en su persona.
– Volvamos a casa, tenemos que pasar a por unas cosas para la comida.
– Claro Berto… recogemos las cosas y nos vamos –poniéndome en pie al instante.
En silencio y cada uno por su lado, recogimos las cosas con rapidez para con la misma rapidez coger camino del coche. La bolsa al maletero, enseguida tomamos asiento uno junto al otro.
– Perdona Marta, perdona… sé que no debió ocurrir –echado adelante, las llaves en la mano buscaba poner el coche en marcha.
– Ssshhhh calla… Tranquilo Berto, no pasa nada… -acercándole el rostro y rozándole apenas los labios por encima de la mejilla.
Eso le hizo temblar, tan solo con el contacto mínimo de mis labios. Evidentemente lo noté al instante. Lo muy nervioso que se encontraba, lo callado que se mostraba como si me estuviera rehuyendo desde lo de la playa. Parecía mentira, pero en mi juventud al parecer tenía que ser yo la que le calmara y buscara respuesta positiva en él.
Nunca entre ambos se había dado algo así, aunque en verdad durante largo tiempo lo había deseado con todas mis fuerzas. Y supe bien que debía ser yo quien le provocara, quien lo atrajera con mis caricias y encantos. Era mi oportunidad y debía aprovecharla.
– Perdona pequeña, perdona… no sé qué me ocurrió –Berto seguía con lo mismo.
– Sshhhh calla, no pasa nada… Ven aquí –y tan cerca como nos encontrábamos le busqué la boca para besarle de forma suave y delicada.
– ¿Ves que fácil? –sonriéndole al abrir ambos los ojos.
– Pero, pero… no puede ser… eres mi sobrina… ¿qué pasará si tus padres se enteran.
– Oh, calla quieres… ven aquí y bésame anda –ofreciéndole tentadora la boca para que la tomara.
Y me besó ahora apasionado, perdido al fin el poco control que parecía quedarle. Imposible resultó para el hombre el poder resistir la cercanía y tentación de una joven ufana, pizpireta y malvada. Y allí empezó todo entre nosotros, en el aparcamiento lejos de la playa y a pocos metros de la carretera. Nadie allí nos conocía así que nada nos frenó en el deseo y pasión que nos movía.
En el aparcamiento y con la fuerza del sol que nos abrasaba, abandonados nos besamos y comimos las bocas como enamorados. Morreándonos y mordiéndole yo los labios con lo que hacerlo más sensual. Los labios jugosos de uno y otro, la mano en su cuello para atraerlo. Nos besamos y comimos una y otra vez, comenzando los primeros gemidos y murmullos leves a escaparme los labios.
Me sentía cachonda ante la positiva respuesta por parte de mi tío. Abriendo los labios para que los envolviera, acallando mis susurros. Jadeantes los dos por la creciente pasión que envolvía la escena. Las manos del hombre no pudieron evitar el caerme encima. La una en la cadera y por encima del pequeño short mientras la otra me recorría de arriba abajo, dueño de mi persona reconociéndome los pechitos la piel desnuda hacia abajo.
– Para, para pequeña… ¿qué pasará si nos descubren?
– Calla y bésame, olvídate de eso quieres… solo ámame y bésame –era yo la que en mi locura le animaba a seguir.
Y llevándole la boca al cuello, se lo comí y chupé viciosa por encima del cuello del polo. Aquel furibundo ataque tuvo la virtud de acabar con las últimas reservas que pudiera guardar. El pobre no sabía lo muy guarrilla y viciosa que su encantadora sobrina podía llegar a ser. No tardé en hacérselo saber.
– Vamos a otro sitio más tranquilo, quieres –un susurro tembloroso mi voz.
– ¿Qué… qué quieres decir? –su voz igual de temblorosa y jadeante.
– ¿Tú qué crees? Vamos, llévame de aquí, no tenemos mucho tiempo… quiero que me hagas el amor –enganchándole la mano con decisión para llevarla sobre mi muslo.
Y de ese modo y ahora sí Roberto completamente convencido, salimos disparados carretera adelante. Por el camino y en una parada de semáforo no olvidó enviar un mensaje a su querida mujer, avisando nuestro retraso. La infidelidad ya estaba consumada, lo reconocí esta vez sí totalmente mío.
Roberto era quien conocía la zona, así que fue él quien buscó donde encontrar intimidad y acomodo. A los pocos kilómetros y por una de las salidas, tomamos la carretera que llevaba interior adelante. Entre riscos y pinares, el paisaje se hizo poco a poco agradable y lleno de verdor. Poco después, un par de kilómetros más y le vi tomar un camino sin asfaltar que se adentraba en la floresta. Tras unos altos arbustos que nos resguardaran de posibles miradas indiscretas, enseguida frenó echando el freno de mano a continuación.
Y nos enzarzamos llevados por la pasión. Besándonos y casi mordiéndonos las bocas, logrando él hacerme parar en un momento de lucidez. Iniciamos ahora el camino de besos más suaves y delicados. Las salivas mezcladas en el fundir de labios. Dándole la boca sin reservas, notando la de Berto envolver mis labios en un beso largo y sin guardarse nada.
Era buen amante como en el apartamento había escuchado tras la pared. Me susurraba en voz baja al oído, como yo lo hacía demostrándole lo muy excitada que estaba. Las manos de uno y otro se pusieron pronto en acción. Tomada por la cintura me apreté a él, jadeante al abrir la boca y pidiéndole más.
Me lo dio claro, todo lo que quise y le pedía con mi voz entrecortada y alterada por la emoción. Lanzada en mi delirio y tomándome la libertad, no pude evitar llevarle la mano de forma peligrosa al muslo. Roberto no la retiró ni hizo ademán de querer hacerlo.
– Eres una guarrilla –la mano apretándole el muslo le hizo confirmar.
– Lo soy… ¿y eso te sorprende?
– Bueno, en verdad no tanto. Las chicas de ahora sois así.
– ¿Has estado con alguna otra?
– No, no –carraspeó seguramente cogido en falta.
– Jaja, seguro que sí… no pasa nada, tranquilo que no diré nada –reí divertida viéndole de nuevo tan nervioso y alterado con aquello.
Cachondona, cachonda como me encontraba los oscuros pezones se marcaban duros como piedras bajo la fina tela rosa. Roberto, conocedor de la situación que se le presentaba, supo bien como aprovecharla. De esa manera, me dejé llevar por él y su experiencia.
– ¿Tienes goma? –excitada me atreví a preguntarle.
– Claro, siempre llevo –con rapidez le vi echar mano a la guantera del coche.
– Genial, muero porque me folles.
– Eres directa –exclamó sorprendido por mis palabras.
– Me pones mucho, hace tiempo que me masturbo pensando en ti –confesé de un solo tirón.
– ¿No tienes ningún chico por ahí?
– No, qué va. Son todos unos idiotas e inmaduros.
– Ya –le escuché confirmar mis palabras.
Pero primero me puso a tono. Echado el asiento atrás y tumbándome a lo largo del mismo, entre las piernas me cogió haciendo bajar el pantalón. Todo facilidades le puse, sollozante y comenzando a gemir deseaba tanto y tanto que lo hiciera. Nuevos besos con los que ir entrando más en calor si es que eso era ya posible. Muy pegadas las caras, le sonreí mimosa al notarle el dedo cogerme por la barbilla.
Abrí la boca regalándosela una vez más. La sonrisa cómplice también en él, me dejó ver los dientes blancos del hombre experto. Unimos las bocas, con lo que hacer resonar el beso delicado y con el principio de pasión que deseábamos. Temblé toda bajo el roce de sus labios gruesos y con inconfundible sabor a sexo. Le deseaba, le deseaba y así se lo hice saber.
– Sí Berto, te deseo… hazme el amor… bésame cariño…
Las bocas juntas continuamos a lo nuestro. Sin duda, una vez iniciado no podíamos parar. Mientras me tomaba del pelo, yo le dejaba caer la mano en el brazo poderoso y viril. Y seguimos con los besos, uno y otro y otro más. Devorándonos las bocas, succionando los labios de uno y otro con el mayor placer. Y de ahí a hacerme caer atrás fue todo uno.
Abierta de piernas, quedé a su disposición para que hiciera de mí lo que quisiera. Las piernas dobladas por lo estrecho del espacio, gimoteé tirando yo misma la braguilla a un lado. Roberto lo contempló con ojos turbios y brillantes, un puro fuego en ellos.
– Sí, sí… cómemelo cariño… cómemelo todoooo…
Las piernas abandonadas y una de ellas levantada, noté sus labios correrme el muslo. Echada la cabeza adelante, pronto le vi hundido el rostro. Y empezó a lamer y sorber del interior de la vagina. Besando la entrada y luego la lengua a lo largo de la raja. Un murmullo sonoro llenó el coche. Removida con la caricia, la mano caída en el pelo tan solo rozándoselo por encima. La boca entreabierta mientras lo hacía, le vi cruzar la mirada con la mía.
– Ummm, está jugoso… estás empapada Marta.
– Es por ti… te deseo… vamos, hazlo, hazlo…
Eso le puso más loco. Que se lo pidiera sin tapujos, mis palabras de total entrega, mi cuerpo joven y de piel erizada por el delirio. La lengua sin parar de chupar y lamer, rozándome los abultados labios, pasándola con lentitud y malicia por encima de los mismos. Empapado de mi persona, bebía los jugos que en buena cantidad empezaban a brotar. Arriba y abajo, adelante y atrás la lengua sentí hundirse en mi carnoso conejito. Pegué un respingo y un grito de triunfo, tan pronto aquella caricia se hizo más profunda entrándome vagina adentro.
– Sigue, sigue sí… uffff, cómemelo cariño, có… memelo Berto…
Con lentitud y parsimonia de quien sabe bien cómo hacerlo. Cerrados los ojos en la deliciosa labor que se daba. Ayudado de los dedos, que metió uno y otro después con lo que iniciar el lento remover. Una soflamada de calor me subió el cuerpo, había imaginado tantas y tantas cosas a su lado pero no sabía si tanto como aquello. Caída la cabeza ahora atrás, lo disfrutaba y reconocía en cada nuevo roce. Hipaba y sollozaba dichosa, si el inicio era así cómo sería el resto.
Acariciaba con la mano yo misma la teta por encima de la fina tela, gimoteando, gruñendo mi completa desazón. Reía hecha un mar de nervios, susurraba sonidos deslavazados de alivio. Apretaba finalmente los labios fundidos uno con otro. Y la lengua deliciosa y tan deseada allí seguía, saboreando el dulce néctar de la juventud. Removida en lentos y cortos circulillos encima de la raja.
Reclamando seguir, le pedía más y más y que por nada del mundo me dejara. Amándome a su total placer, no podía hacer otra cosa que remover el vientre contra aquella boca maravillosa. Se lo daba a probar, apretadas las piernas provocando en el hombre la falta de respiración. Por fortuna las abrí sino no sé qué podría haber ocurrido con mi querido tío.
Escapando un segundo en busca de aire, los dedos tomaron el relevo a lo largo del vientre. La mano subida a la fina piel de la barriguilla, sintiéndome erizada y excitada por demás. Luego los dedos lentamente abajo, resbalaban los muslos a los lados para enseguida reunir las manos próximas a mi sexo.
Y de nuevo dos de los dedos introducidos vagina adentro con lo que sacarme un débil gritito de emoción. Removiéndolos adentro y afuera, favorecido por lo muy mojada que estaba. Sacándolos, el muy bribón me los dio a probar.
– Toma nena, tómalos y saborea los muchos jugos.
– Ummmmm –el murmullo respondió a sus palabras, mientras limpiaba los húmedos dedos ofrecidos.
De nuevo tirada atrás, apretaba los dientes haciéndolos rechinar. Mascullando palabras sordas y sin sentido. Entonces el ataque por su parte se hizo mucho más furibundo si cabe. Sin dejar de masturbarme adelante y atrás, acompañó la caricia de los labios y la lengua con los que chupar y lamer el botón de mi feminidad.
Ufff, no debió hacerlo de tan loca como me puso con ese roce intenso. Tomada por sus manos, pataleé sintiéndome morir, gritando ahora con fuerza hecha un puro lamento. Enganchándole la cabeza con las manos, para que siguiera y no abandonara aquello.
– ¡Sigue, sigue… oh sí. me matas… sigue, sigue no pares!
Los gritos y lamentos resonaban en el pequeño espacio del vehículo. Temblando toda, los labios igualmente trémulos por todo lo que me hacía. Por todo aquello desconocido hasta entonces con el hombre tan querido. Supe que me corría, los diabólicos dedos y la boca sin darme descanso y mi pobre vulva un río de fuego, con el clítoris encendido y endurecido en extremo.
Berto bebía y bebía mis jugos, la lengua resbalando los labios. Enterrada al interior para luego mezclar los abundantes jugos con sus babas. La cálida respiración de mi hombre cubriéndome encima, respirando Berto los aromas y efluvios que en abundancia mi coñito producía. Yo no podía más que sollozar y gozarlo, el contacto rasposo de la lengua experta envuelto en la vorágine de la pasión desmedida.
Y me corrí en un orgasmo salvaje y brutal. Creí que me meaba de gusto, de tanta tensión acumulada como llevaba encima. De tanto placer y tan bien que me lo había hecho. Derrotada e hipando flojamente quedé en el asiento, acompañándole con la mano en los cabellos el exquisito lamer y devorar el jugo amargo que le entregaba.
– Uffff joder, qué bueno –grité con descaro al hacerle saber lo mucho que me había gustado.
– ¿Qué tal nena, todo bien? –subiendo arriba, acabó acallando mis jadeos con uno de esos besos cortos con los que hacerme vibrar.
Cansada y gozosa no pude más que asentir. Retorcida por el placer recibido me dejé tomar por sus manos bajándome y subiéndome el cuerpo. Los muslos, las caderas, los costados a los lados y más arriba, agarrados con fuerza los pechos. Lanzada a por él, le besé y volví a besar en agradecimiento por tan tremendo orgasmo.
La voz sugerente y tan masculina del hombre me acogió en el adelanto y avance del siguiente de nuestros juegos. Ronronéandole mimosa tan próxima como me hallaba, le busqué bajo las ropas. Metida la mano bajo el polo de algodón, reconocí el torso allí donde pude. Dejándome enlazar por su mano, atraída a su rostro hasta caer en un nuevo beso morboso.
– Ven aquí, ven aquí preciosa –autoritario me llevó a él.
– Ummmm, te deseo… te deseo tanto… déjame probarte…
– ¿Probarme? –una sonrisa en su rostro, seguramente por la forma de decírselo.
– Bueno, ya sabes… conocerte mejor. Conocer todo de ti –temblaron mis labios al soltarlo.
– Bien, claro –aceptó la petición, tumbándose seguidamente atrás.
Se la comí despacio, sin prisa alguna. Era la primera vez que lo tenía y no quería desperdiciarlo con prisas tontas. Roberto ya estaba duro pero lo puse aún más. Desnudándole aprisa, con urgencia le deshice del pantalón y a continuación del slip ayudada por él al levantar el trasero.
Un largo suspiro emití nada más ver el mango que gastaba. Largo, grueso y todavía no en su total esplendor. Seguramente eso lo dejaba a mi conocimiento y sapiencia. Varias había comido y probado, pero el saber que era la de Roberto me animó a lanzarme a tan ardua tarea.
Evidentemente estaba más que excitado, tanto como yo lo estaba. Una joven como yo pero ya hecha una mujer, desde luego debía resultarle todo un bombón apetecible de probar y devorar. Yo suspiraba porque me poseyera e hiciera suya.
Como digo se la comí despacio y sin prisa alguna. Una vez hecha al tamaño considerable del miembro curvado y erecto, al momento me lancé a lamerlo y degustarlo. Los ojos cerrados y envuelto con los labios, de primeras tragué solo el glande grueso e hinchado. Quedé allí parada, jugando con la lengua por debajo con lo que notar la cabeza palpitar. Unos segundos de juego con la lengua, la piel sensible agradecía el suave roce.
Afuera a continuación y enfrentada al amoratado glande, lo dejé descansar un breve instante. Poco muy poco, para enseguida abrir la boca y volver a tragarlo esta vez un tanto más. Empecé a chupar y succionar del mismo, grueso y muy elevado como se encontraba. Murmuraba gozosa, menuda barra tenía mi querido tío. No me extraña que la tía Adela fuera tan productiva.
Los cabellos echados atrás con un golpe de dedos, me entretuve en el lento y agradable chupar. Me encantaba aquella polla. Recia, gruesa y de buen tamaño, al menos perfecta para mí. Parada como me encontraba, tragué mucho más llenándome la boca hasta donde me daba. Ciertamente me ahogaba, pero no por ello dejé de mantenerla parada entre los labios.
Sin necesidad de las manos, unos segundos estuve así, aguantando la respiración lo que pude. Y la saqué de la boca todo lo larga que era, ronroneando cual gatita y dándole un tierno besito de agradecimiento.
– Joder, qué enorme es –no pude menos que ponderar.
– Es para ti pequeña, toda para ti… saboréala y disfruta de ella.
– Sí, joder…
Brillante y parada, curvada y apuntando arriba, amenazante la vi frente a los ojos. Sin necesidad de las manos, de nuevo adentro iniciando el deslizar de labios. Despacio, muy despacio abrí los labios cuanto pude. Enganchando un buen trozo de carne jugosa. Era tremenda, la sentía en la boca y me ahogaba mantenida en las fauces, Pero no la solté hasta unos segundos después en que la dejé correr afuera. Quieta en el capuchón quedé, sin soltarlo y jugando con él. La lengua trabajándolo en el interior de la boca, por debajo peleando con el recio grosor.
– Sigue pequeña, sigue… qué bien lo haces –la voz débil de Berto apenas escuché.
Una y otra vez continué de aquel modo, con los ojos cerrados y manteniéndola en la boca sin parar de saborearla y succionar de ella. Entre murmullos placenteros, musitaba tímidos ruidos con el constante chupar. Fuera de la boca, las babas le dejé correr encima del glande. Y de una vez toda adentro, tragándola poco a poco, centímetro a centímetro con lo que las quejas del hombre hacerse más evidentes.
Intentaba tragarla toda pero no podía, un tanto largo para mi pobre boquita era el badajo aquel. Arcadas me dieron y tuve que abandonarla un instante para disgusto de ambos. ¡Tanto y tanto me gustaba aquello! Respiré hondo y volví a hacerlo, resbalando y golpeándome ahora el pómulo.
– Aguanta, aguántala ahí… suavecito, suavecito…
Y el sufrimiento para Berto se hacía extremo. Sin prisa pero con movimiento constante, el miembro respondía a la perfección cada vez que la dejaba correr. Tal vez era eso lo que tanto le gustaba. Que se lo hiciera muy lentamente y de aquel modo tan profundo. La boca abierta, le dejé resbalar las babas tronco abajo al iniciar un nuevo remover de cabeza.
Y con la lengua le devoraba por abajo, golpeándole el tronco en el interior de la boca con pequeños golpecillos golosos. Él bufaba, respiraba hondo, era evidente lo mal que lo pasaba. Cogido entre los dedos, tiernos y cariñosos besitos con que complacer al terrible animal. Olvidada por entero de donde estábamos, tan solo concentrada en su miembro y sin pensar en nada más.
Empecé a tomar velocidad, no mucha pero con algo más de ritmo. Él gemía y murmuraba de manera apenas perceptible. Toda para adentro una vez más, buscaba en mi locura el conseguir meterla toda. Pero resultaba imposible. Al fin entre las manos húmeda y brillante de las babas, le masturbé y pajeé a mi placer. Rozaba el glande con los labios, al tiempo que con la mano le masturbaba arriba y abajo de forma lenta y premiosa.
– Bufff… joder, qué bueno Marta.
– ¿Qué tal… te ha gustado? –sonreí perversa como forma de provocarle más.
– Ha sido fantástico, pequeña.
– Aguantaste bien, pensé si a lo mejor te corrías… eso me gusta –mordiéndome el labio inferior buscando el sosiego necesario.
Incorporada atrás y sin parar de pajearle, era hora de pasar a otra cosa todavía mucho más agradable para los dos. Era hora de entregarme a Berto, de que me follara e hiciera suya. Sin buscar el móvil ni mirar la hora, no perdimos tiempo alguno.
– Coge goma, vamos… ¿mejor, no crees? –en un cálido y morboso susurro le indiqué.
– Mejor sí –confirmó mis palabras, echada con rapidez la mano a la guantera.
Así me lo pasó, desgarrando el plástico entre los dientes. Metido en la boca, entre los labios lo desplegué haciéndolo correr hasta la base. No era el primero que ponía y sabía bien lo mucho que aquello les gustaba. Berto no fue una excepción. Una vez puesto, le di libertad con el remover de los dedillos arriba y abajo.
– Bien, ya estás listo… -fruncí el gesto deseosa por empezarlo todo.
Y en el mismo coche, en aquel idílico y bucólico espacio de naturaleza, tan lejos del mundanal ruido me entregué a él. Con ganas infinitas por parte de ambos, los gestos y miradas de Roberto no engañaban. Me folló de todas las formas que el interior del coche le ofrecía.
Montada primero encima, llevándola a la entrada me la clavó de un golpe arrancándome un largo lamento satisfecho. Yo me acariciaba el coño con los dedos mientras la polla infame comenzaba a taladrarme y darme sin descanso. Adentro y afuera, llenándome con toda su potencia.
Caído el rostro al suyo, me sentí traspasar en un largo sollozo entrecortado. Era muy grande, un buen rabo desde luego con el que perder el aliento. La mirada en blanco y tomada de la nalga, comenzamos el lento remover. Envuelto el miembro entre los labios, no tardé en amoldarme al tamaño horrible. Arriba y abajo, acompasados ambos en el lento cabalgar.
– ¡Joder… joder, qué grande! –no pude evitar exclamar.
Las manos del hombre en los muslos, subidas luego a las nalgas y de ahí a la espalda. Abrazados el uno al otro, yo le gimoteaba pegados los labios al hombro. Murmuraba, gruñía sordamente, mantenido el ritmo que Berto me marcaba. Abarcaba mi sexo el volumen grueso del falo percutor. Dejándome follar, sin moverme solo abrazada por las manos masculinas que enganchada a él me tenían. Arriba y abajo, removía el culillo con lo que acompañar el mejor de los placeres.
– Fóllame, fóllame Roberto –sin querer llamarle tío pese a saber bien que lo era.
Me dolía, notaba el sexo arder por la presión horrible que el miembro ejercía. La vagina tragándolo cuanto daba, resbalándome al fondo hasta sentirme llena de él. Y seguimos así, incorporada arriba con las manos atrapándole el rostro alterado y descompuesto por el esfuerzo. Como seguramente debía aparecer el mío, los ojos tan pronto cerrados por completo como ligeramente entreabiertos al segundo y luego nublados por la angustia al instante siguiente.
En blanco quedaron al sentir el fuerte golpe de riñones con que me atravesó, viéndome completamente llena. Un grito, mitad dolor mitad placer infinito me brotó los labios. Así le caí encima, buscándole la boca para que amortiguara el intenso dolor. Nos besamos de manera suave, un mínimo piquillo pero que me sirvió de alivio y descanso.
Cogida bien de las nalgas, hizo que le cabalgara de forma lenta pero precisa. Los ojos abiertos ahora al mezclarlos apasionados con los suyos. El culillo y las caderas a un mismo ritmo, atrapadas estas últimas por las poderosas manos del macho. Despacio, muy despacio sacamos uno y otro lo mejor del otro. Las manos atraparon mis tetas, apretándolas y manoseándolas amoroso entre los dedos.
– Muévete pequeña, muévete… vamos Marta, fóllate tú misma.
– Sí, sí… cógeme las tetas…
Las manos no cesaban de corrernos los cuerpos, arriba y abajo, adelante y atrás. El torso velludo de Berto, los brazos igualmente velludos y tan varoniles, mis pechos duros y de pezones oscuros, gruesos y endurecidos así como las ancas que empezaban ya a crecerme en volumen. Y no paraba de ordeñarle, montándole a mi total placer. Sacando de mi hombre todo lo mejor de él. Ciertamente arrebatador, me encantaba y así se lo hacía saber con mis palabras.
– -Me encanta… clávamela, clá… vamela toda. ¿Todo esto es lo que le das a la tía? Joder, qué bueno…
Me daba morbo hablarle de ella, recordársela mientras me amaba del modo bronco en que lo hacía. Todo eso le daba un plus de vicio a nuestro primer encuentro.
– Muévete, mué… vete zorrita –le escuché hablarme así por vez primera. Eres mala Marta, eres mala…
Yo sonreí en el rictus de placer que sin duda era mi rostro. El escucharle aquellas palabras, no podía más que hacerme subir por las nubes la autoestima. Que un hombre mucho más mayor, el hombre prohibido y tan deseado y por el que tanto tiempo suspirar me dijera aquellas cosas, no podía más que hacerme sentir completamente dichosa y feliz. Continuamos de aquel modo, entre suspiros y lamentos agarrada a su cuello sin parar de subir y bajar.
Los gemidos se hacían sordos, no me veía con fuerzas de más. Tan solo el disfrutar el correr del largo miembro entre las paredes de la vagina. Lentos y tranquilos, sin avanzar en velocidad, solo el rozar una y otra vez la húmeda entrada buscando el interior. Volví a besarle como forma de acallar los débiles sollozos.
Con fuerza y decisión Roberto se alzó con dificultad, enlazada por la cintura como me tenía. Yo me dejé elevar un instante por los aires. Buscándole la boca, riendo divertida en espera del siguiente movimiento por su parte. Pronto supe lo que quería.
En el asiento de atrás, se dispuso a follarme a cuatro patas. Haciéndoselo fácil, me abrí cuanto pude tirando el culo arriba. Esperé su proximidad con respiración anhelante. ¡Deseaba tanto y tanto que siguiera amándome! Con mi total entrega y bien abiertas las piernas, lo noté pegarse. El largo miembro entre sus dedos, la mirada echada atrás lo vi tan próximo al encuentro.
– Métemela… vamos, métemela –en un suspiro descontrolado le reclamé.
– Claro nena, enseguida…
Y me la enchufó de nuevo, cubierta la espalda por su tremenda humanidad. Sudorosos ambos por el esfuerzo y lo estrecho del coche. Cubriéndome Berto la parte alta de la espalda, con un corto y delicado besito con el que hacerme agitar. Gemí largamente tan pronto le tuve nuevamente adentro. El tronco grueso y punzante, comenzando el lento ritual de la copula.
Lentamente lo fui sintiendo entrarme hasta acabar por hacer tope. Las bolas pegadas, quedamos ambos parados disfrutándolo en lo sensual del momento.
– Ahhhhhh, te siento… cómo te siento tan adentroooo.
– Sí muchacha, sí… toda dentro de ti, toda dentro zorrita.
– No me digas eso, por favor no me lo digas –le pedí vuelta a él, costándome horrores el poder hablar.
– ¿Te molesta… acaso no te gusta que te diga esas cosas? –noté los labios caerme en la mejilla.
– Bueno, como quieras… no pasa nada –pensé mejor el decirle aquello.
Y de nuevo volvió el lento percutir, provocándome el sollozar y quejarme. Los ojos cerrados y el ceño fruncido con la cabeza echada abajo. Adentro y afuera, resbalándome una y otra vez. Con fuerza y potencia desmedidas. Brusco, muy brusco ahora con lo que creer romperme por dentro. Escuchándose el rítmico flop-flop del continuo follar.
– No te pares, vamos fóllame toda… clávamela hasta el final.
– Sí pequeña, toda para ti… ¿quieres rabo, eh?
– Sí, sí –mi voz un lamento entre el continuo fluir de ayes e hipidos.
Sin parar de quejarme y pedir más, los ojos en blanco fijos en lo sucio del cristal trasero. Y la polla acusadora martilleaba sin descanso, en el poder irrefrenable que el macho se daba. Fácil, muy fácil en el movimiento constante que miembro y vulva mojada y lubricada en su completa fusión se marcaban. Resultaba todo tan fácil y conmovedor.
– ¡Rómpeme, rómpeme toda… sí, jódeme Berto! –en mi locura me atreví a decirle.
Y entonces el follar se hizo bien duro y salvaje, mucho más duro si cabe, Animado por mi deseo, el del hombre creció de manera exponencial con lo que hacer el movimiento desgarrador y brutal. Y de ese modo me tuvo un rato, rebotándome sin descanso las nalgas con su rápido golpear. Entre los cachetes lo reconocía entrarme, pegado a las nalgas y de nuevo tirado atrás.
La respiración caída encima, lo sentía bufar y bramar con cada nueva entrada. Hablándome bajo al oído, reconocía sobre mí el cálido torrente de expresiones y palabras sucias. Eso hacía subir el ardor de ambos. No me importaba lo que pudiera decirme, tan solo el gozar y saberme entregada al hombre amado. Adentro y afuera, adentro y afuera, para mi emoción y desvarío aquello parecía no tener fin.
Adentro bien adentro, aquella polla se sentía enorme en lo irritado de mi coñito. Sin parar de darme, incansable en su cadencia y velocidad endiabladas. Me corrí una vez más, no sabía cuántas pero seguro habían sido muchas. El coñito me dolía, irritado como digo por el continuo resbalar. Mojada y empapada, me notaba los flujos correrme entre las piernas.
– Dame, dame con fuerza… dámela toda, toda… la quiero todaaa.
– Sí zorrita, ¿eso querías eh? –de nuevo esa palabra sucia en sus labios.
Derrotada en el respaldo del asiento, un nuevo respiro en forma de pequeño descanso. Parado detrás, lo escuchaba bramar y gruñir cual animal herido. Con todo su peso pegado, sudábamos a mares por la mucha tensión acumulada. Buen polvo debo reconocerlo, para nada me defraudaba mi querido Berto. La pierna doblada para coger fuerza, de un golpe todo al fondo y la mirada me quedó de nuevo perdida.
Apretados los dientes, haciéndolos rechinar y con la cabeza echada a lo ardiente del asiento. Gimoteaba, sollozaba herida, perdía el sentido de mí misma pero solo quería continuar y continuar y que no acabara nunca. ¡Dios, qué follada me daba! En silencio y apoyado en mis nalgas, el movimiento le resultaba cómodo con lo muy lubricada que me hallaba. Los labios abiertos, lo absorbía adentro para al momento dejarlo ir. Y de nuevo adentro llegándome al fondo de mi ser.
Los dedillos en mi vagina, fue cuando sentí el pulgar suyo rozarme tímido la entrada del agujero posterior. ¿Acaso pretendía probármelo también? Pero por fortuna fueron solo unos simples toques, embebido en el otro agujero como se encontraba. Yo pensé que mejor así, ya habría tiempo si la ocasión se presentaba. Los dedillos resbalándome furiosos por encima de la raja, me corrí una vez más con el rápido remover de cuerpos.
Era tiempo de acabar, por desgracia el tiempo se nos echaba encima aunque ninguno de los dos lo queríamos. Hubiera estado así el día entero, que me follara y follara sin esperar un final. Acomodados y buscándonos nuevamente la mejor posición, quedó encima con lo que entrarme por enésima vez. La agradable posición del misionero dio inicio al instante.
– Tómala nena, tómala toda…
– Sí, si joder… fóllame fuerteeee.
Y lo hizo claro. Tomada la confianza ya ganada, polla y coño hacía tiempo eran ya solo uno. Las piernas rodeándole por detrás, las manos enganchadas a la espalda le dejé correr las uñas a lo largo de la misma. Le escuché gritar de dolor, pero no por ello escapó ni abandonó lo que hacía. Caído a mi lado, respiraba hondo y cansado. Al oído y en voz baja, lo suficiente para que me oyera, le supliqué que siguiera amándome.
La polla entrándome y saliendo lenta, la cabeza se veía brillante e hinchada junto a la entrada. Y al momento la vi desaparecer camino de mi cálido conducto. La cabeza echada a un lado, sollozante y con la mano abandonada sobre el pecho me notaba extenuada y devorada por el cansancio. Los labios apretados y quejicosa como un instante antes, cruzamos los dedos mano sobre mano.
Las piernas enlazadas y luego arriba y abiertas, pegado a mí amoroso empezó a hundirse. Entregada al movimiento brusco y seco, protestaba exaltada cada vez que me abandonaba al tiempo que jadeaba complacida al sentirlo llegarme al final.
– Sigue, sigue cariño… me matas pero muero porque lo hagas.
– Uffffff –el aliento cansado de Berto, sin posibilidad alguna de responder.
La polla se hundía y enterraba hasta el fondo, una y mil veces en un continuo aguijonazo ardiente y atroz. La piel erizada por la pasión, el constante correr de lamentos no tardaría en explotar una vez más. Golpes duros y secos, apoyado el pie donde pudo para darse mayor empuje. Toda la fuerza salvaje del macho furibundo y conocí que se corría al fin.
– ¡Me corro pequeña, me corroooooo Marta! –escapó atrás, buscando deshacerse del preservativo a la carrera.
– Sí, sí… dámelo… dámelo todo, todoooooo –el momento tan deseado al fin había llegado.
Y se corrió encima, agarrada a su brazo la cara y las tetas recibieron el abundante surtidor de lefa. Un primer lefazo sobre las tetas y un segundo y tercero fueron a parar directos al rostro por encima de la nariz y los labios. Pese a lo acontecido con su mujer la noche anterior, había recuperado buena cantidad del líquido reparador. No puedo negar el quedar gratamente sorprendida.
La leche viscosa y blanquecina corriéndome el rostro, los labios y el mentón, con los dedos entre las piernas me masturbé furiosa. Necesitaba correrme una vez más y correrme en ese mismo momento. Uno y otro dedo por encima del excitado botón, enseguida adentro los metí en el coñito para sacándolos probar lo caliente de mis jugos. Estaba muy perra, perra y cachonda y con ganas infinitas de correrme de nuevo. Berto, con las manos en mis tetas goteantes de grumos, el falo cansado y agotado echado a un lado buscó ayudarme con el último de mis éxtasis.
– Córrete Marta, córrete preciosa… qué cachonda y excitada estás.
– Sí, sí –sin parar de masturbarme, tan pronto los dedos en mi vagina como encima del clítoris, con dificultad extrema traté de sonreírle.
Próxima al orgasmo, no más de veinte segundos debí tardar. Retorcida en el asiento trasero del coche, temblándome las piernas y un fuego subiéndome por ellas me corrí entre gritos y lamentos desconsolados. Llenándome Berto la boca con la suya, tratando de acallar mi fatigoso final.
– Joder… joder, qué bueno… ha sido perfecto –un bisbiseo feliz pude exhalar.
– ¿Qué tal pequeña… cómo fue, te encuentras bien? –los ojos oscuros clavados en los míos.
– Ufff, de maravilla… eres un gran amante… ha sido genial –reconocí en mi entera turbación.
– Ven aquí, pequeña… deja que te bese.
Y dándole los labios para que los tomara, me besó dulce y cariñoso. Un simple apoyar los labios, pero que me pareció del todo punto delicioso.
Todavía acalorados y recogiendo las ropas desperdigadas por el coche, al acabar el móvil de Roberto comenzó a sonar y resonar insistente una y otra vez. Era mi querida e ilusa tía que preguntaba cuándo llegábamos. Quitándosela de encima como pudo y nada más colgar, cubrí los labios de Roberto con los míos reconociéndole temblar por la pasión que aún le consumía.
– Tranquilo Berto, tranquilo… me ha encantado, me ha gustado mucho –tomado el rostro con las manos, dulce y cariñosa volví a besarle.
Por la tarde y en la piscina tras la comida, las dos en bikini y Roberto en bañador, como pudo consiguió disimular frente a su mujer. Eso me reconfortó horrores y me hizo acumular las ganas y el deseo por él. El volver a estar juntos y poco a poco atraerlo con mis encantos de joven hermosa y lozana.
Deseosa del hombre, de la misma forma disimulada y cuando podía, los cabellos húmedos y tumbada en la toalla tras salir de la piscina le provocaba con mis sonrisillas perversas y miradas nubladas de ojos entrecerrados.
Por sus miradas huidizas tratando de evitarme la mirada, esas miradas que no engañaban supe que no tardaría en tenerlo una vez más. Bajo la braguilla del bikini el chichi me ardía y escocía con el recuerdo ardiente de la mañana. Tuve que hacerme un dedo más tarde. En mi terrible maldad, tenía que ver la forma de agenciármelo nuevamente…