Comprendiendo el dolor y placer que sentí cuando me violaron
Ese día estaba muy enojada contigo. Habíamos pasado a discutir por casi todo desde que me enteré que tu “desaparición” de 4 horas fue por un almuerzo con tu ex. “Fue un almuerzo casual, no pasó nada” me dijiste, pero igual mi hembra territorial se sentía invadida y quería venganza. No podía tolerar esto. trataste de tomarlo a broma y mi rabia solo aumentó, colocándonos en un punto en el cual sólo guardábamos silencio para no herirnos.
Esa noche en búsqueda de una solución te apareciste en mi casa, sabías que estaría sóla ese fin de semana pues mi familia se había marchado a visitar a otros familiares en una ciudad cercana. Yo acababa salir de la ducha y me había puesto una camiseta de pijama que te encantaba vérmela puesta y me había preparado un cóctel con la idea de alivianar mi molestia y conseguir conciliar el sueño esa noche, llevaba el cabello recogido en una cola y como es mi costumbre no llevaba ropa íntima para dormir. Tocaste a mi puerta y te dejé pasar a sabiendas que vendría una gran pelea y efectivamente así fue. Tenías olor a licor, se notaba que habías bebido bastante pero te veías igual de guapo que siempre, con tu cabello perfecto y la chaqueta sport que te había regalado yo por tu cumpleaños.
Empezamos hablar y pronto la conversación se tornó en una terrible discusión, comenzamos a recriminarnos todo, la desconfianza, la falta de apoyo, la mentira, el desamor… todo lo que teníamos callado que nos generaba frustración y dolor.
Llegué a decirte que te odiaba, que no te quería más en mi vida y empecé a empujarte con la intención de echarte de mi casa, trataba de empujarte hacia la puerta pero me superabas mucho en tamaño y en fuerza pero eso no me amilanaba para seguirte empujando. Trataste de abrazarme para calmar a la fiera en la que me había convertido, lo que provocó que mi rabia se acrecentara y tratara de golpearte para zafarme de tus brazos que me aprisionaban. Te molestaste por mis golpes y me empezaste a apretar aún más fuerte. Yo casi no podía moverme y de pronto con una mano me tomaste del cabello y echando mi cabeza hacia atrás tratabas de besarme mientras te gritaba mil insultos, me recostaste contra una pared mientras yo trataba de darte patadas y me sacudía como si tuviera electricidad en mi cuerpo. Estando en esa posición y sin dejar de controlarme agarrada por mi cabellera pusiste tus piernas abiertas a mi alrededor dejándome prácticamente inmóvil, mientras procedías a romperme mi pijama y así acceder a mis senos y empezar a mordérmelos y chupármelos salvajemente. Dejé de luchar contigo para empezar una pugna interna conmigo misma, me estaba dejando llevar (una vez más) por tu sensualidad y mis ganas de ser tuya. Sintiéndome presa de todo tu cuerpo que me aplastaba literalmente contra la pared trataba con menos fuerza ya de soltarme y diciendo en voz alta, más para mí que para ti, que esto no iba a pasar, que debías irte ya porque te odiaba.
Sordo a mis gritos, continuabas acariciando mi cuerpo de manera brusca y controlando mis movimientos con el tuyo. Sin dejar de aprisionarme contra la pared, me juntaste las manos poniendo mis brazos sobre mi cabeza e inmovilizándolos con tu mano fuerte mientras que con la otra frotabas mi clítoris que se debatía ansioso entre dejarse controlar por mis piernas que trataba de mantener apretadas y mi vagina que ansiaba ser penetrada por tus dedos que sabían exactamente donde estaba mi punto G.
Pronto mi cuerpo se rebeló a mi mente que aún estaba enojada contigo y se entregó al placer extraño que me dabas. Sin darme cuenta mis piernas se abrieron e intentaron treparse por tu cadera buscando tu pene que erecto en toda su magnífica extensión esperaba paciente para entrar en mi cálido y húmedo sexo. Jadeando te repetía que te odiaba, que esto no iba a pasar mientras tu sonreías y metiéndome tu falo me decías “¿Esto no va a pasar? ¿estás segura?”
Tu burla me confundía, no sabía si enojarme más o reírme y disfrutar de aquella delicia que me erotizaba y me encantaba.
No sé cómo me acostaste en el piso y me abriste las piernas dejando muy expuesta mi vagina mojada y me dijiste:
“¿Aún estás molesta conmigo?” respondí que si, que aún te odiaba, a lo que contestaste:
“¡Bien! entonces esto tampoco va a pasar ¿verdad?” y empezaste a lamer dulcemente mi clítoris que hinchado por la excitación disfrutaba de una mamada única de tu boca que bien sabía como tocarlo para volverme loca.
Traté de cerrar las piernas y evitar tu contacto en un último esfuerzo por imponer mi carácter, pero con la fuerza de tus brazos lo impediste y me decías “No te resistas que igual te voy a coger, aunque tú no quieras te voy a coger” sentí una mezcla de miedo y morbo y refuté “Eso suena a violación, puedo denunciarte por eso” mientras trataba infructuosamente de incorporarme pues tu impedías mis movimientos.
Me miraste muy serio y me dijiste: ”¿Violación? no creo, estás tan mojada que ni el mejor forense encontraría signos de violencia en tu cuca. Pero si lo deseas…“ y diciendo esta última frase te subiste sobre mí y sin piedad enterraste tan fuertemente tu verga en mi vagina que el dolor se hizo presente a pesar de estar muy lubricada.
Te pedí que por favor no fueras tan brusco y me dijiste
“Soy tu violador ahora, no pidas compasión”
Esa imagen me excitó mucho y sólo podía sentir tus empujones fuertes en mi cuca que resonaban cuando tu cuerpo chocaba con el mío y que provocaban pequeños gritos entrecortados por mi parte manifestando dolor y deseo.
No fuiste esa vez el amante dulce y complaciente, simplemente fuiste una bestia excitada cogiéndome sin piedad ni sentimientos.
Me diste la vuelta poniéndome a horcajadas en el frío y duro piso, “Me lastimas las rodillas” te dije y no te importó, solo sentí como escupías en el medio de mis nalgas y procedías a meter de un tirón tu dedo profundamente en mi ano, lo que hizo que arqueara la espalda en una mezcla de dolor y gusto. “No quiero eso M, ¡ya basta!” y tu seguías taladrándome mi culo primero con un dedo y luego con dos más. Sentí que me reventaba por dentro, sentía como un ardor incontrolable se apoderaba de mi ano mientras sollozaba perdida entre ese dolor nuevo para mí y un gozo que despertaba en mi sexualidad. Sin sacarme los dedos procediste a meter tu falo ardiente de deseo en mi vagina de nuevo, bombeándome como la bestia desatada que eras, sintiendo como cada empujón lograba sacar el aire de mis pulmones.
Sentí que te acercabas al orgasmo, te conozco muy bien para saber exactamente cuando dispararas tu leche en mí y quise dejarme llevar por mi orgasmo particular, tratando de alcanzar mi clítoris y estimularlo mientras era penetrada, pero impediste que me tocara inmovilizando mis brazos con los tuyos y diciéndome:
“Ódiame, ódiame con todas tus fuerzas”.
Jamás imaginé que esas palabras llegaran a excitarme al punto de tener un delicioso orgasmo que provocó mis lágrimas, lágrimas de dolor ante la invasión anal que había sufrido, lágrimas de rabia por desear tanto a un hombre que odiaba.
Caíste rendido sobre mí jadeando mientras yo trataba de escapar de la prisión en la que tu cuerpo se había convertido la ultima hora. Me dolía la vagina, el ano, las rodillas, la espalda y los pezones.
Como pude me levanté del piso, busqué los jirones de mi pijama y acercándome a ti que descansabas semidesnudo en el piso boca arriba te di un puntapié suave en tu costado y te dije: “Te odio”