Fue una tarde cualquiera cuando conocí a mi nueva vecina, a pesar de ser una madura sabia como moverse

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Tras unas semanas muy ocupado, estaba nervioso por el momento en el que llegara el trío. No quería decepcionar a Sonia y Alicia, así que me puse a leer consejos en diversas webs, una cosa llevó a la otra y acabé viendo porno. En media paja, sonó el timbre de mi casa.

En cuanto abrí la puerta, encontré una madura increíble. Su cara era de por sí una delicia; ojos verdes y labios carnosos. No pude evitar fijarme también en sus pechos, presionando por salir de un ajustado vestido de flores.

Ella debió fijarse en mi erección, que se disimulaba mal por culpa de la vista sorpresa.

– Vaya. Supongo que tú no eres el que me vende el piso…

– ¿El piso? ¿Quién vende…? -La sangre no me llegaba al cerebro, así que no entendí bien la situación

– Perdona cariño. Soy Vanessa. Creo que vamos a ser vecinos… No es el ático primera, ¿Verdad?

– No… no. Es un piso más arriba. ¿Te mudas hoy?

-Si, no te molesto más y te dejo continuar con lo que hacías. -rió- Ya nos iremos viendo.

Se dió la vuelta y subió por las escaleras mientras me fijaba en su culo contonearse. No me esperé y acabé mi paja pensando en ella.

Al cabo de dos días, la encontré picando a mi puerta justo cuando salí del ascensor, me dijo que me traía un plato con tarta típica de su pueblo. Le agradecí el gesto y la invité a pasar, pero dijo que tenía prisa. Volvió a subir por las escaleras y me deleité de nuevo con los gestos de su cadera en unos apretados leggings.

Estuve pensando todo el día en ella, no podía quitármela de la cabeza. Bajé a comprar una caja de bombones, cambié la tarta de plato y lavé el de Vanessa. Hice un poco de ejercicio y me asee, listo para subir. Piqué a su puerta y me abrió en una fina bata.

– Te traigo el plato. Estaba deliciosa.

– Gracias cariño. ¿Quieres pasar y te pongo otro trozo?

– No quiero molestarte, solo te traía un pequeño detalle de bienvenida…

– ¡No hacía falta! Y no es molestia, anda, pasa.

Me hizo sentar en un sofá rojo mientras cortaba un poco de tarta en la encimera de la cocina. Nos pusimos a hablar de trivialidades, hasta que me preguntó por la edad y yo pregunté por la suya; 48 años.

– Pues estás muy bien para…

– Eres patético. Me estás desnudando con la mirada todo el rato y no se te ocurre mejor que ese viejo truco.

– Perdona, yo no quería…

– ¿No querías, que? ¿No querías que yo dijese que me veo vieja para que tú me adulases? No estás en mi piso por casualidad. ¿Quieres hacerme una pregunta de verdad o vas a ser un niño que no da la talla?

Estuve unos segundos en silencio, me había roto todos los esquemas, pero si quería ser directa, lo sería.

– Tus tetas. ¿Son de verdad?

– No. Cuando era niña tenía complejo y me las quité, pero luego me arrepentí. Me toca. Eres el típico que cree que lo sabe todo sobre sexo cuando se ha tirado a 10 chiquillas de su edad pero nunca ha probado una madura experta. Te crees que lo sabes todo por haber hecho sexo anal o un trío cuando no puedes hacer que se corran con un buen cunnilingus.

Volvió a dejarme mudo.

– ¿Y cuál es la pregunta? Eh… Que sepas que sí que he probado a una mujer madura.

– Uy, perdone, ha probado una mujer madura. La pregunta es si tú tienes alguna pregunta de verdad, no quiero perder el tiempo.

– Está bien. Dices que no sé comerme un coño. Enséñame.

– Joder, por fin despiertas, -rió- pero vamos a ir más despacio.

Vanessa se sentó sobre mi a horcajadas. Puso mis manos en su pelo negro y nuestras bocas se fusionaron en besos llenos de lujuria. Se restregaba sobre mi entrepierna poniéndome a mil mientras sus manos levantaban poco a poco mi camiseta. Al mismo lento ritmo, yo iba bajando las manos hasta llegar a su culo. Una vez allí, apreté fuerte su cuerpo contra el mío, quedando sus pechos a la altura de mi boca. Los empecé a devorar por encima de la ropa.

Ella aprovechó para deshacerse de su bata y el top que llevaba para tumbarse en el sofá con las piernas abiertas. Me quité yo también la camiseta mientras me invitaba moviendo su dedo índice, pero cuando me dirigí a su sexo, me detuvo con un pie en mi hombro.

– Primer fallo, empieza desde arriba y luego baja.

Le hice caso y volví a sus labios para ir bajando lentamente recorriendo todo su cuerpo. Saboreé sus muslos mientras le miraba a los ojos desafiante. Finalmente su mano me empujó a sus otros labios. Empecé a devorarla pero me paró.

-No tienes que ir a lo loco como un perro hambriento, tómate tu tiempo.

Le hice caso y comencé de nuevo una comida en aquella madura. Gemía y se retorcía hasta que me pidió que escribiese su nombre con mi lengua en su interior a la vez que bajó su mano para ayudarme. De nuevo obedecí y ella explotó eyaculando sobre mi cara. No esperaba aquello, así que me retiré mientras ella se empezó a reír.

– ¡Sorpresa! ¿Nunca habías visto un squirt?

– Joder, no me lo esperaba. Nunca lo había provocado.

– No lo hacen todas, pero ya te iré ayudando. Ahora que ya me has hecho disfrutar de verdad, te haré llorar de placer.

Vanessa me desabrochó los pantalones y bajó los calzoncillos. Admiró mi polla unos segundos y escupió en ella, restregando su saliva con una paja lenta.

– No me quiero arriesgar ya que es muy tentador, ¿Pero últimamente has tenido algún problema en esta preciosidad?

– Nunca he tenido problemas.

Ella se sentó sobre el reposa cabezas del sofá y llevó mi verga hacia su coño. Yo la miré extrañado ya que pensaba que me tocaba disfrutar en solitario.

-Cariño, si me la meto en la boca, no me aguantas ni dos minutos. Deja que haga.

Se abrazó a mi cuello y me rodeó con sus piernas. Directamente empecé fuerte, no quería esperar. Yo no podía dejar aquellos labios carnosos, los mordía y besaba sin parar. La levanté del sofá y continuamos con su cuerpo en el aire. Caminé un par de metros hasta llegar a la encimera de la cocina, que era de estilo abierto. La deposité allí y ella se puso a cuatro patas.

Continúe mis embestidas mientras azotaba su culo.

– ¡Avísame! Lo quiero en la boca.

– Pues no creo que aguante mucho más joder.

Ella se puso boca arriba, dejando caer su cabeza. Me agarré a sus pechos y llené su boca con mi polla. Ella se agarró a mis nalgas, llevando el ritmo. Podía ver y notar como su garganta daba paso a mi verga. Apreté sus pezones justo cuando noté que ya no aguantaba más, descargando todo dentro de ella. Me apoyé exhausto mientras ella se relamía. Se incorporó con sus piernas abiertas de nuevo.

– No creas que esto ha acabado, tienes que hacerme disfrutar el doble.

– Dame un rato que me recupere.

– ¡Te voy a enseñar a usar los dedos! Ven aquí.

Vanessa cogió mi maño y me chupó dos dedos. Luego me miró y los introdujo hasta su garganta. Entendí el mensaje y repetí lo mismo. Llevé los mismos dedos a su coño y sin dejar de mirarla a los ojos, empecé a masturbarla. Ella levantaba un poco su culo y gemía más que antes. Fue a llevar una mano a su tesoro, pero la agarré y se la coloqué detrás de su cabeza. Aumenté mi ritmo, notando como me ardía el antebrazo. Finalmente ella volvió a correrse.

– Esto te lo tenías escondido. Se te da mucho mejor.

Nos fundimos en otro increíble beso. Aquella noche Vanessa me enseñó unas cuantas lecciones más, prometiéndome que sería mi profesora por mucho tiempo.