Mis dos alumnos me chantajearon, para evitar que me arruinaran tuve que dejarme follar por todos lados. Termine disfrutando más de lo que esperaba

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No os he contado todavía que durante una temporada me dediqué a dar clases a chicos con problemas. A falta de un trabajo fijo, me ganaba unas pesetas con las clases privadas. Tenía 26 años cuando me contrataron para recuperar a dos chicos, dos gemelos de 18 años, a quienes les gustaba de todo menos estudiar, dos tarambanas sin solución. Sus padres tenían dinero y un chalé en una buena zona de Madrid. Aquel verano iba por la tarde a su casa y me pasaba dos horas con aquellos dos chicos traviesos y maleducados. Siempre estaban con bromas y tratando de que habláramos de cualquier cosa menos de sus asignaturas.

—Anita, ¿tú tienes novio? –me preguntó un día Juanito. Su hermano se llamaba Arturo. Los dos eran larguiruchos y desgarbados.

—Sí, sí.

—¿Y te lo pasas bien con él?

—Sí, sí. Es un buen chico.

—¿Te toca las tetas?

—Eso a vosotros no os importa –los dos chavales estaban siempre con preguntas procaces y alborotando.

—Dice Arturito que le gustaría que nos dejases tocarte un día las tetas.

—Dejad de decir tonterías.

—Nosotros no hemos tocado todavía las tetas a ninguna chica… ¿Tú nos dejarías? ¿Y verte un poco el chochete? Eso nos volvería locos.

—No y no quiero que sigáis con esta conversación.

—Venga, enséñanoslas solo un poquito, sólo los pezoncitos.

Dije que no, que no y que no, pero todas las tardes seguían con la misma historia.

—Venga, Anita, no seas rancia.

—Estoy harta de vosotros.

—Si hoy no hay peligro, nuestros padres se han ido a cenar con unos amigos y no vendrán hasta la madrugada.

—Me da igual cuando vengan.

—Venga, Arturito, porque no le enseñas eso a Laurita para ver si se anima –le dijo Juanito a su hermano.

—¿Qué es lo que vas a enseñarme?

—Mira.

Arturito se bajó los pantalones y los calzoncillos. Tenía una polla grande y gorda, espectacular. Yo me quedé con los ojos abiertos de par en par.

—Y yo tengo otra como esa.

—No me interesa para nada. Ponte los pantalones y deja esas bobadas.

Arturito no me hizo caso. Empezó a acariciarse la polla lentamente. Yo no sabía qué hacer. Se le puso dura y seguía frotándose con las manos. Yo me acerqué para tratar de que se estuviera quieto de una vez. Y el agarró mi mano y se la colocó sobre esa polla tremenda. Entonces escuché a su hermano, a Juanito.

—Ya está. Ha salido perfecto –dijo—

—¿Qué es lo que ha salido perfecto? –le pregunté.

—La foto. Mira.

Juanito nos había hecho una fotografía en la que yo aparecía junto a Arturito. No parecía un forcejeo, sino que yo estaba masturbando al chico.

—Esto le va a encantar a mi madre –dijo Juanito.

—¿A tu madre? Esa imagen la tienes que borrar inmediatamente.

—Se me está ocurriendo una cosa –dijo Arturito.

—¿Qué…?

—Si Anita nos enseña las tetas, nos olvidamos de la foto.

—Vosotros estáis locos. Trae ese móvil.

—Las tetas primero. O mejor, que se quede en braguitas y sujetador durante la clase –sugirió Arturito.

—Vale, vale, de acuerdo –palmoteó su hermanito.

Estuve a punto de darle una bofetada a cada uno, pero la situación era cada vez más embarazosa para mí, porque Arturito seguía desnudo agarrándose la polla.

—Si hago lo que queréis, me dais el móvil, te vistes y nos olvidamos de todo esto.

—Venga, venga, quítate la ropa. Y yo también –Eduardo se desnudó. Su polla era tan grande como la de su hermanito.

—Ahora te toca a ti, Anita.

Yo quería acabar cuanto antes con aquella situación. Me quité la falda y la blusita que llevaba. Aquel día me había puesto un tanguita verde.

—Ummm. Si estás buenísima, qué culazo. Y esas tetas.

Los dos chicos giraban a mi alrededor mirando y mirando. Arturito seguía tocándose la polla y eso empezó a ponerme nerviosa, muy nerviosa.

—Un poquito más, Anita.

—Como que un poquito más.

—Sí, sí, quítate el sujetador y enséñanos las tetas y un poquito de los pelitos del chocho.

—Habéis perdido la cabeza.

Yo cada vez estaba más desesperada, ahora comprendía el error que acababa de cometer porque Juanito seguía con el móvil en la mano y haciendo fotos.

—Venga, venga, las tetas.

Arturito, que estaba a mi espalda, me desabrochó el sujetador. Cuando quise darme cuenta estaba en tanga delante de los dos alumnos.

—¡Qué tetas!

Es verdad que tengo unas tetas grandes y bonitas. Encima son muy sensibles. Suelo ponerme muy cachonda cuando me las acarician. Y Arturito aprovechó mi confusión para acariciármelas.

—Fijate como se le han puesto los pezones –le dijo a su hermano.

Mis pezones reaccionaron como si tuvieran vida propia. Tengo unas aureolas grandes y unos pezones oscuros, que se habían endurecido, porque Arturito a mi espalda me los agarraba con las dos manos mientras notaba como su polla se apretaba contra mi culo.

—Venga, Juanito chúpale un poco las tetas a Anita, no ves que lo está deseando.

—Parad, parad, por favor. Ya está bien.

Pero Juanito se había apretado contra mí y sus labios succionaba mi pezón. Yo sentí un escalofrío. Arturito me había metido la mano por debajo del tanga y acariciaba mi chochete. Uno tenía la boca en mis tetas y el otro empezaba a meter sus dedos en mi vagina.

—No puede ser, esto no puede ser.

—Échate aquí, Anita, que estaremos mejor.

Me tumbaron en un chaise longue que había en el salón y mientras uno seguía por arriba el otro me tocaba por abajo.

Arturito, además, no parecía tan inexperto. Me había despojado del tanga y separado las piernas, sentí sus labios en mis muslos, mientras con sus dedos empezaba a acariciar mi clítoris. Después siguió subiendo. Sus labios recorrieron mi vagina y cuando se abrazaron a mi clítoris di un grito.

—Ay, ay, por favor, por favor.

Juanito había seguido chupándome las tetas y acariciándome con sus manos. Después se levantó y puso su polla, aquella polla espectacular, cerca de mi boca.

—Venga, Anita, chúpamela, seguro que lo haces muy bien.

Ya no trataba de resistirme porque los labios y la lengua de Arturito encendían un fuego dentro de mí. Agarré la polla de Juanito y se le empecé a chupar casi con desesperación.

—Cómemela así, así, como la putita que eres.

Le di lametones de arriba abajo, le agarré los huevos y se los acaricié, luego me metí su polla hasta la garganta. El chico no resistió y se corrió como si fuera un surtidor.

—No te preocupes Anita, que enseguida estoy para otro asalto –dijo Juanito.

—Ya está bien, por favor —traté de resistirme, pero ya no podía.

Arturito chupaba mi clítoris, metía sus dedos en mi vagina, me follaba con los dedos, después hacía circulitos en mi ano, volvió a lamer mis labios vaginales, me folló con esa lengua, dentro, fuera, dentro, fuera, la llevo a mi ano y también hizo allí circulitos. Yo estaba enloqueciendo de placer, sólo pensaba en esa polla tremenda de Arturito cuando él me decía.

—Y ahora te la voy a meter hasta dentro, hasta lo más profundo.

—No, no. Si tus padres se enteran.

—Dime que quieres que te clave esta polla en su chochete —gritaba Arturito—. Dímelo. Dime que te folle, Anita.

—Sí, sí. Méteme ese pollón de una vez. Métemela, si sabes que lo estoy deseando.

Arturito me estaba golpeando el chochete con su polla de 25 cm, la restregó contra mi clítoris, contra mis labios vaginales, la puso en la entrada de mi vagina.

—Fóllame, fóllame –le dije.

Y entonces empujó, me taladró con todo su pollón, me aplastó contra la chaise longue, sentí su poder, su potencia descomunal, me sentí en el paraíso del placer.

—Toma polla, toma polla –gritaba mientras empujaba su polla dentro de mí.

Galopó y galopó hasta que se corrió. Los dos nos quedamos exhaustos en el sofá y entonces miré a Juanito y escuché a Arturito.

—A este chico no le podemos dejar así.

Juanito estaba otra vez con la polla dura, un chico joven decidido a seguir los pasos de su hermano.

—Mira, Anita, Juanito quiere meter ese pollón en tu culete.

—No, no, Ya está bien.

—Sé buena, Anita, y nadie se va a enterar de lo que está ocurriendo. Ponte como un perrito a cuatro patas. Veras como nos lo pasamos muy bien los tres.

—Sois unos pervertidos.

Me puse en posición de perrito y Juanito se vino detrás de mí también a cuatro patas. Su lengua empezó a darme lametones en el culo, unos lametones furiosos.

—Juanito no seas tan brusco. Mira cómo se hace.

Arturito también se había puesto a cuatro patas y empezó a lamerme el ano, su lengua entraba y salía dentro de él. Después noté uno de sus dedos, empezó a hacer círculos y a irlo metiendo suavemente, después me introdujo dos, luego tres y cada vez más profundo.

—Venga, Juanito, te toca.

Su hermano hizo lo mismo. Primero la lengua, después un dedo, después otro, después tres. A continuación puso su polla en mi ano, decidido a traspasármelo. Ya no estaba en posición de perrito, sino de lado, con él detrás de mí y con Arturito delante volviéndome a comer el chocho. Cuando Juanito me clavó la polla en el culo noté como un hierro candente que me atravesase las entrañas. Después él siguió bombeando, cabalgando mi culo.

—Veras que bien te lo pasas con dos pollas.

Arturito estaba de nuevo en erección e intentándome follar por el chocho. Lo consiguió. Durante unos minutos noté las dos pollas golpeando furiosas dentro de mi cuerpo, dos émbolos que me trastornaban y me hacían perder el sentido. Después los dos se corrieron casi al unísono.

—Anita, Anita, te vamos a follar siempre que se vayan mis padres.

—Tenéis que borrar esas fotos –les dije.

—¿Borrar las fotos? Si te portas bien, ¿verdad Arturito? Ya te diremos lo que tienes que hacer para ganarte ese premio.

Me fui a casa follada por todas partes y sin las fotos, y todavía no me han dicho qué es lo que tendré que hacer para que me las devuelvan.