Águeda no puede evitarlo, para sentirse viva tiene que tener sexo constantemente y no le importa si es con su familia o desconocidos

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Las aventuras de Águeda 2

Tras la marcha de su sobrino, volvió a la casa de Oriol donde junto a Pablo había disfrutado las más agradables situaciones. El espectáculo que en el escenario se ofrecía la llevó a vivir nuevas sensaciones hasta entonces desconocidas para ella…

Se sentía muy sola y triste. Pablo, su sobrino, había marchado hacía dos semanas dejando un gran vacío en ella. Sabía que era de todo punto inevitable y que un día u otro acabaría pasando pero no había querido pensar en ello, tratando de alargar lo suyo todo el tiempo que pudiese durar. Se sentía muy sola y desamparada sin la compañía del joven que tanto la había hecho sentir, los días se le hacían larguísimos, la solitaria casa se le caía encima. Grandes e inolvidables momentos a su lado, tiernas y cálidas caricias, tremendos y agotadores orgasmos que ambos se habían hecho vivir. Todo eso resultaba difícil de olvidar y superar y lloró, lloró mucho imaginando el momento en que un posible retorno se diera.

Pero al final se suele decir que un clavo siempre acaba sacando otro y así fue en su caso como en tantos otros sucede…

Águeda salió a la calle y sintió que la sangre volvía a correr por su cuerpo. La tarde se veía gris y plomiza aunque no tanto que hiciera amenazar lluvias cercanas. La mujer madura había quedado con Oriol en su bonita casa de campo que solo había visitado una única vez unos diez días antes. En compañía de Pablo por cierto y donde habían disfrutado de un más que ardiente encuentro en una de las pequeñas buhardillas de la misma. El recuerdo del muchacho volvía insistente a ella, golpeándole los recuerdos la cabeza de tanto en tanto. Esta vez sola e invitada a una de las fiestas que el hombre solía montar cada cierto tiempo, de camino encontró una de esas viejas y destartaladas cabinas telefónicas que extrañamente todavía perviven en nuestras ciudades y marcó un número de las afueras de Barcelona.

– ¿Oriol?

– Águeda, ¿eres tú?

– Por supuesto que soy yo.

– -¿Vienes?

– No lo sé. ¿Quiénes hay en tu casa?

– Los de siempre, ya les conoces del otro día y está por llegar un primo mío de Gijón a quien no conozco. Marchó de Barcelona siendo pequeño y no le he visto hasta hoy.

– Oriol, no te enrolles más que te conozco. Está bien, iré para tu casa. En unos tres cuartos de hora estoy ahí.

– Te esperamos ansiosos, princesa. El otro día con tu amigo estuviste espléndida –dijo Oriol y cortó la comunicación.

Cuarenta y cinco minutos más tarde y con puntualidad casi británica, Águeda aparcaba su pequeño utilitario frente a la puerta de una preciosa casa de campo y golpeaba el timbre con insistencia. Había ido a aquella fiesta no sabía muy bien por qué, mitad curiosidad mitad morbo frente a lo desconocido pero el caso es que allí estaba con los sentidos alerta y expectante de lo que pudiese acontecer. Pensándolo bien, una cosa era haber ido con Pablo y otra muy distinta ir sola sin un objetivo claro para ello.

– Hola preciosa –nada más verla le espetó un joven alto y robusto, un largo vaso de tubo en la mano y sin mostrar hacia ella un gran interés.

– ¿Quién eres tú?

– ¿Y tú? –respondió raudo a la pregunta el joven con una mirada directa y podríamos decir que hasta insolente.

– ¿Dónde está Oriol?

– -¡Ah!, vienes a ver a mi bello primito. De acuerdo, pasa.

El muchacho, de aún no treinta años le echó después ella, se hizo a un lado y Águeda entró furiosa en el amplio salón ya conocido y ricamente decorado en el que un grupo de ocho o diez parejas se ocupaban de pasarlo lo mejor que podían y cuando no lo conseguían se aferraban a la marihuana y al alcohol como si de ello dependiera su vida, y tal vez fuera así.

– ¿Quién es él, Oriol? –preguntó Águeda a su amigo señalando al hombrón que le había abierto la puerta.

– Ah querida ya estás aquí tan bella y hermosa como el otro día. Deja que te bese.

– Veo que ya os habéis conocido, es mi primo el vagabundo del que te hablé por teléfono. Podríamos decir que se trata de la oveja negra de la familia.

– Encantado –dijo el joven haciendo una leve reverencia a la mujer.

– No puedo decir lo mismo, eres antipático –respondió ella con más que evidente desprecio.

– Lo sé, pero no me importa. Lo único que me importa es que las muñequitas de lujo como tú se pongan furiosas conmigo.

– Pero qué te has creído… -gritó a punto de lanzarse con el puño contra él.

Era despreciable y nada considerado, teniendo en cuenta que parecía mucho más joven que ella y que no se conocían de nada. Nada que ver con su querido Pablo al que tanto echaba en falta a cada momento.

– Bueno, bueno, no comenzaréis a pelearos a los cinco minutos de conoceros ¿no? –terció Oriol. Tengo un buen espectáculo para todos nosotros.

– Ah, sí, ¿y cuál es? –preguntó Águeda con vivo interés.

– Han venido “Las amigas viciosas de Praga”.

– Ummmm suena bien, ¿quiénes son? –volvió a preguntar la mujer.

– Ya las verás, no tardarán en empezar a actuar. Bueno tengo que atender al resto de invitados. Te dejo en compañía de mi desconocido primo. Se llama Félix, no os peleéis y disfrutad.

– Hola Águeda –dijo Félix.

Águeda se volvió hacia el joven y lo miró desafiante. Félix recorrió el cuerpo de la mujer con una mirada calculadora en la que brillaba una pequeña lucecilla de ironía, de cierta burla.

– ¿Por qué me miras así? –preguntó la madura.

– Porque me gusta mirar tu rostro, tu cuello suave, tus senos grandes y vivaces además de tus piernas largas y separadas. ¿Conforme?

El rostro de ella se endureció y en un instante sus pómulos altos y de textura sedosa gracias al maquillaje, se tiñeron de un color rojo carmesí. Aquel desvergonzado se la comía con los ojos y ella no podía más que sentirse reconocida por aquellas miradas tan directas y que tanto significaban. Todos sabemos el mucho poderío que la mujer madura mostraba y si no es así desde aquí invito a mi querido lector a que repase el capítulo primero de esta historia para que reconozca la fuerte energía que ofrecía.

– Te has puesto colorada – dijo simplemente el muchacho.

– Maldito seas.

– No seas ridícula, muñeca. Tienes un cuerpo precioso y lo sabes, te mueves como si el mundo dependiera de ti y balanceas tus redondas caderas de yegua voluptuosa como si quisieras acaparar todas las miradas de la raza aria. Sólo mírate al espejo, estás realmente rompedora con ese conjunto de modo que no pretendas que finja indiferencia.

¿Era aquello una ávida inclinación hacia ella por parte del muchacho pese a su aparente desinterés anterior? Ciertamente estaba para comérsela que era en lo que el joven en esos momentos solo pensaba. Con su conjunto juvenil de camiseta gris bajo la cazadora rosa palo de piel y los tejanos blancos y ceñidos y todo ello acompañado por unas simples y cómodas deportivas igualmente blancas, la mujer como decimos estaba para comérsela y más de una mirada masculina e incluso por qué no decirlo también femenina había fijado los ojos ya en ella. Por lo que las obsequiosas palabras del chico no eran para nada de extrañar y la hacían completamente justicia. De soslayo pudo verle humedecerse los labios mientras con la mirada la recorría de arriba abajo sin disimulo alguno. Era evidente el mucho efecto que en él había producido.

– Vaya, estás acostumbrado a ganar, ¿no?

¡Qué va!, en realidad soy un perdedor nato, pero tampoco me puedo quejar. Mejor o peor he aprendido a vivir conmigo mismo y la verdad no conozco mucha gente que logre hacerlo.

Ella miró furiosa al hombre que tenía a su lado. Nadie le había hablado nunca de ese modo, con esa seguridad apabullante que el muchacho pese a su edad mostraba. Mierda, aquel tipo la estaba fastidiando y sin embargo se sentía obsecuente con aquel duelo verbal en el que sin duda llevaba todas las que perder.

– Hola de nuevo pareja, tomad una copa del buen licor de Oriol –exclamó Oriol poniéndoles en las manos sendas copas de brandy.

– Os aseguro que necesitaréis un buen trago cuando “Las amigas viciosas de Praga” salgan a escena. Me han comentado que son realmente exquisitas –acabó dejándoles solos para enseguida mezclarse entre los invitados.

– ¿Bebemos el brandy de la paz? –propuso Félix una vez Oriol se hubo retirado.

– No –respondió Águeda furiosa apartándose del muchacho y dirigiéndose hacia un grupo en el que la marihuana de forma descontrolada ya empezaba a hacer de las suyas.

– Señoras y señores, con todos ustedes el espectáculo privado más famoso de Europa, las inigualables “Amigas viciosas de Praga”. Disfrútenlo, no se arrepentirán –la voz fuerte y ronca de Oriol se hizo sentir entre todos ellos.

Todos los asistentes palmotearon al tiempo, vociferando entusiasmados en el mismo momento en que, en medio del salón, hacían presencia dos jóvenes bellísimas y altas envueltas en sendas gabardinas azul fluorescente.

El espacio apagado y sombrío del salón, las pocas luces que lo iluminaban se apagaron de golpe permaneciendo tan solo encendido un foco que proyectaba sobre las dos mujeres una mínima luminosidad rojiza.

Aquellas dos valquirias espléndidas empezaron a moverse por el escenario montado al efecto, mezclándose luego entre el público que las jaleaba gritando enfervorizado, igual mujeres que hombres. La una rubia platino y la otra morena azabache como perfecto antagonismo, tenían los cabellos largos y lacios hasta la cintura y actuaban con una sensualidad apremiante. De belleza arrebatadora como las mujeres checas suelen poseer, la escena que ambas formaban resultaba altamente perturbadora y era bien difícil abstraerse a la misma.

Oriol colocó en el equipo de música un cd sin nombre y con los primeros acordes las dos mujeres se despojaron de sus gabardinas quedando en braguita y sujetador en medio del salón.

Nuevos aplausos plenos de vehemente pasión se dieron ante aquel sorpresivo strip-tease. El entusiasmo de aquel espectáculo se sumó a los efectos del alcohol y la marihuana y cuando las amigas comenzaron a menearse sugerentes y enardecidas, acariciándose levemente las pieles, todo el personal se sintió envuelto por un torbellino imparable y ardiente de sexualidad enfermiza.

Las dos mujeres comenzaron a removerse y bailar la una con la otra, tocándose por encima, buscándose con lascivia, provocando los ánimos del público con los primeros besos y caricias sin dejar de mover sus cuerpos esculturales al compás de aquella música estridente.

Águeda las miraba fascinada y, apoyada en la pared, siguió las evoluciones de las jóvenes sin poder evitar dejar caer la mano sobre el muslo. Un calor gradual empezaba a apoderarse de ella sin remedio. En silencio y viéndola tan entregada a lo que en el escenario sucedía, Félix se aproximó a la mujer deteniéndose tras ella. El joven también se notaba caliente y excitado como todo el resto de asistentes. Bajo el pantalón un pinchazo en la entrepierna se dio en él.

Las chicas se habían sentado, quedando luego tumbadas en el suelo la una junto a la otra. Entre el griterío que las rodeaba, ahora se besaban en los labios con avidez, jugando entre ellas y recorriendo con manos expertas sus cuerpos tensos y brillantes de sudor. La mano de la una bajando pierna abajo sobre el muslo de la otra mientras esta segunda le ofrecía viciosa la lengua que la otra tomaba junto a la suya en el interior de la boca. Retozando una y otra, pronto la hermosa morena tomó las riendas haciendo tumbar boca arriba a su amiga y quedando ella encima formando ambas un perfecto 69 en el que su lengua recorría el interior del tembloroso muslo al tiempo que las manos de la rubia se hacían con su trasero elevado y firme.

Con todo ello, la temperatura en la amplia estancia iba creciendo a marchas forzadas empezando a hacerse insoportable para todos ellos. Las dos muchachas seguían a lo suyo, olvidadas por completo de todo el resto y lamiéndose la una a la otra los más recónditos recovecos de sus bonitas anatomías. Las finas telas echadas a un lado, las lenguas aprovechaban para hundirse entre los abultados labios, iniciándose así los primeros gemidos y quejidos con los que mostrar el evidente placer que sentían. Las largas piernas dobladas de la rubia y echadas a los lados las de su amiga, las manos de ambas corrían arriba y abajo empapándose de las sinuosas formas que tan amablemente se les entregaban.

Águeda sintió que su cuerpo se conmovía bajo la presión de una extraña calentura. Era la primera vez que presenciaba a dos lesbianas en directo y aquellas dos leonas eran un verdadero espectáculo. ¿Podría el elemento lésbico llegar a hacer mella en ella, llegar realmente a interesarle en algún momento? Nunca había pensado en ello, nunca antes había sentido interés por su propio sexo pero la imagen inquietante de aquel par de muchachas debía reconocer que empezaba a encenderla.

Las dos mujeres buscaban sus sexos con dedos inquietos y se besaban los senos y lamían los pezones en una danza particular y traviesa que lentamente se iba apoderando de todas las parejas que observaban atentas la actuación. Los hombres acariciaban desesperadamente a sus acompañantes y las mujeres se frotaban contra el cuerpo endurecido de sus varones, poseídos de la misma calentura que emanaba de aquellas dos guerreras.

Incluso todo aquello llegaba ya mucho más lejos con parejas del mismo sexo viéndose intercambiando ahora juegos y caricias hasta el delirio. Muy cerca de las muchachas un par de maduras fornidas se encontraba bailando y rozándose con la misma desesperación con que se besaban a la vista de todos mientras, por su lado, también podía vislumbrarse un grupo de hombres jugando todos con todos, desnudándose algunos a la carrera y los ya desnudos entregados al noble arte de la felatio. Aquello parecía ya Sodoma y Gomorra.

La hembra madura no aguantó por más tiempo el terrible acaloramiento que la consumía. De manera instintiva y sin pensar en nada más, se deshizo de la cazadora dejándola caer sobre el largo tresillo que había a su lado. Embebida en el espectáculo de perversión que la rodeaba, se llevó una mano al pecho y por encima de la tela apretó angustiada sus grandes senos en un gesto con el que tratar de aplacar la fiebre que la invadía. La falta de sujetador provocaba que bajo la camiseta se marcaran imparables los gruesos pezones.

Ahora las chicas seguían tumbadas en el suelo y cada una tenía su boca en el sexo abierto de la otra, succionando las empapadas rajillas con fruición entre los alaridos y grititos de placer que cada una de ellas lanzaba. Los senos grandes, redondos y firmes de las dos bailarinas lésbicas se movían y frotaban contra la carne irritada en una ceremonia minuciosa y atrevida que parecía enloquecer al público observador. Aunque la verdad es que allí cada cual iba a lo suyo y poco interés mostraba en los demás.

Águeda pudo ver a una pareja que se tendía en el suelo a su lado y comenzaba a follar a un ritmo demencial, la mujer tumbada boca abajo cuan larga era y su acompañante dejándose caer sobre ella hasta lo más hondo. Más allá y al otro lado del salón una de sus amigas había caído arrodillada frente a su compañero y buscaba con desesperación el miembro inflamado del hombre para llevarlo ávidamente a su boca. Metiéndose y sacando la polla a buen ritmo de la boca al tiempo que con la mano le pajeaba sin darle descanso.

Sin decir palabra, Félix estiró la mano y aferró el hombro de Águeda. La mujer no se movió. Sabía que era él y deseaba que la tocaran, que la manosearan, que la besaran y mordieran, deseaba ser poseída con violencia. En ese momento no deseaba otra cosa, necesitaba hombre de manera urgente, un escalofrío le corría todo el cuerpo y solo pensaba en que alguien la follara. Daba igual quien fuese.

– Acaríciame, sí acaríciame… lo deseo tanto –musitó en voz tan baja que él casi no pudo oírla.

Félix, servicial con las palabras de ella, deslizó sus dedos dentro de la camiseta de la hembra gimiente y apresó un seno de gran tamaño sintiendo bajo las yemas la dureza del pezón irritado. Pasando lentamente por encima del mismo rodeó en forma circular la aureola lo que la hizo gemir de manera más rotunda. Ella inclinó la cabeza hasta apoyarla suavemente en el pecho del hombre y entonces él pudo abrazar desde atrás y sin problema alguno aquel cuerpo lozano y excitante y recorrer con sus enormes manazas la cintura, las caderas y los muslos temblorosos de la mujer.

Ella, jadeante y ronroneando mimosa, se movía extasiada entre los brazos de Félix sin dejar de observar a las dos valquirias que, totalmente olvidadas de la audiencia, se dedicaban a correrse como dos panteras en celo. La mujer creyó enloquecer con la escena, viendo el placer lésbico tan cerca de ella, cómo una mujer podía llegar a romper totalmente la resistencia de otra, llegando ambas al mejor de los éxtasis, llegándose finalmente a fusionar en una sola entre gritos y gemidos de tremendo placer.

El apuesto joven, sin perder detalle del efecto que el encuentro femenino producía en su compañera y mientras tanto, introdujo una mano bajo el cinturón del blanco tejano y con la otra abrió la cremallera facilitando de ese modo tan directo el camino hacia la entrepierna de ella. La madura, nada más sentirlo se tensó toda ella buscándole y apretando sus nalgas contra el hombre para así poder notar el miembro duro y abultado incrustado en ellas como si de un animal enjaulado y anhelante se tratara. Como ella, también el chico se había visto aturdido por la imagen de las dos muchachas. Al reconocerlo, una sonrisa maliciosa y llena de lujuria se instaló entre los gordezuelos y brillantes labios de la satisfecha mujer.

Los dedos del hombre habían superado el elástico de la pequeña braga y bajo ella, avanzaban lentamente hacia la apetecible raja por entre las guedejas del hirsuto vello del pubis. Águeda sentía que aquella caricia no iba a llegar a tiempo a su sexo enloquecido y, jadeando broncamente ante la fatal espera, se removió para apresurar la caricia del hombre que introdujo entonces dos dedos en la gruta mojada y caliente de ella comenzando así a explorar las paredes convulsas de la vagina. Mientras y reclamando mayor intensidad en la caricia, Águeda se corría espasmódicamente apretando la mano del hombre entre sus muslos estremecidos.

De pronto las luces de la estancia se iluminaron en su conjunto y Oriol apareció en medio del salón, mezclándose divertido entre las muchachas y empezando a jugar y coquetear con las dos checas que lo aceptaron encantadas. Ahora el espléndido espectáculo lésbico había ido un paso más allá en forma de escandaloso trío al que tratar de buscar alivio. La situación en la casa se hacía cada vez más libertina, perdido por completo el control de la misma y sin saber ya muy bien a dónde todo aquello podía llevarles.

Félix entonces alzó por su parte a Águeda desde atrás y la invitó a ir hasta un rincón apartado e íntimo desde donde podían seguir, cómodamente recostados en un asiento las maniobras plenas de erotismo con las que las jóvenes y Oriol disfrutaban. Eso seguro les excitaría a ambos aún más. Águeda dejó complaciente que él le quitara las deportivas y le bajara sus pantalones hasta los tobillos pero, llevada por un falso pudor, no quiso que se los quitara totalmente.

El pudor de la mujer constituyó un afrodisíaco perfecto para el hombre que se acostó afanoso tumbándose sobre ella. Águeda, mostrándose en toda su belleza, se encontraba boca abajo y Félix buscaba con insistencia creciente entre sus piernas la vulva jugosa tratando de penetrarla con su enorme miembro, hinchado por el deseo.

Al mismo tiempo y lejos de ellos, Oriol había penetrado a una de las chicas por detrás haciéndola sollozar dolorida mientras la otra se entretenía, metida entre sus piernas, sacando la lengua y lamiendo con la punta los colgantes del hombre que se retorcía de placer.

Águeda sintió aquel instrumento imponente que procuraba entrar en su cuerpo y ayudó abriendo las piernas trabadas por el tejano, para facilitar de ese modo la operación de Félix. El falo enhiesto atravesó con cierta dificultad el portal humedecido de la hembra y se arrojó en el interior de la vagina con violencia. Ella quedó atrapada bajo el terrible empuje al que la sometía, los ojos en blanco y mordiéndose los labios para no gritar. Fue entonces cuando el muchacho comenzó a moverse velozmente dentro de la madura incrementando más y más la violencia de las embestidas. Águeda, gratamente sorprendida, pronto acompañó el rápido movimiento acompasando las caderas al ritmo brusco que su enamorado le imprimía.

Ella gemía desesperada y sintió que el orgasmo explotaba incontenible entre sus piernas. Entre bramidos descontrolados se corrió dos veces más y la excitación a que la sometía aquel mango imponente no cejaba. Félix no interrumpió un segundo el ritmo demencial de sus embestidas hasta que no advirtió que su pareja iba en busca de un orgasmo completo y extenuante. La flor abierta y lubricada atraía el émbolo hacia ella. Y él la follaba, la follaba hasta que quedando quieto, explosionó vaciándose en su interior entre bramidos de una emoción plena e inundando con su líquido caliente el cuerpo abrasado de la mujer que recibió aquel regalo impresionante en medio de su convulsa satisfacción. El coño empapado en jugos, la leche rezumó abundante al gotear espesa sobre el asiento que luego alguien inevitablemente se encargaría de limpiar.

Por su parte y bien entretenidos, las dos espectaculares valquirias y Oriol continuaban con sus escarceos en medio del salón pero ya nadie les prestaba la más mínima atención. En ese punto de la partida, todos se encontraban demasiado ocupados procurándose un placer mucho más íntimo y personal. Enganchados los unos a los otros, toda una auténtica bacanal se daba llenando la estancia de intenso olor a sexo, las feromonas de todos los asistentes a flor de piel dando rienda suelta al poder del deseo.

Dos de las parejas intercambiaron amablemente los papeles. Una joven y radiante veinteañera de castaños cabellos se veía cabalgando y botando furiosa sobre su compañero maduro que resoplaba bajo ella con cara de bendito. Mientras y a su lado, echada hacia delante, de pie contra la pared y con las piernas bien abiertas una cincuentona bajita aunque despampanante se dejaba encular de forma tan pronto lenta como al momento impetuosa por un hermoso yogurín.

Águeda se volvió y quedó de espaldas en el sofá enfrentando al muchacho con mirada desafiante. Félix se arrodilló sobre ella y cogió entre sus labios los labios de la mujer que se abrieron entre suspiros de placer para ofrecer a aquel hombre la lengua vibrátil y dulce. El falo de Félix no había perdido su portentoso volumen y Águeda lo cogió entre sus manos con un gesto de admiración y deseo.

El chico adelantó el cuerpo hacia el rostro de la mujer y entonces el miembro quedó curvado y erguido, a la altura de la boca femenina que lo engulló hambrienta. Succionando y lamiendo, la madura se ocupó minuciosamente de aquel aparato que crecía llenándola embravecido el interior de su boquita, fascinada por las dimensiones y el grosor enloquecedor del pene, exacerbada por las fantasías de múltiples penetraciones que bombardeaban su desatada imaginación. Lamió, chupó y le pajeó entre los dedos, metiéndoselo y sacándolo entre los continuos jadeos de ella y los gemidos placenteros del muchacho que, con golpes fuertes de riñones, ayudaba follándole la boca hasta obligarla a abandonarlo por falta de aire.

Félix, sin avisar, volvió a sucumbir entre los labios de la hembra y Águeda se ahogó bajo los líquidos espasmos del hombre, notándolos correr garganta abajo una vez los hubo saboreado convenientemente. Parte de la corrida le escapó por la comisura del labio para verse caer barbilla abajo de donde la recogió con los dedos para volver a llevarla a la boca.

– Antipático –dijo ella sonriendo mientras se subía la braga y Félix le ayudaba a acomodarse los tejanos.

Había sido aquel un encuentro inesperado y arrebatador. Pese a no conocerse, hombre y mujer se habían acoplado a la perfección llevados por la locura del momento. Un polvo rápido y atestado de adrenalina en el que habían sabido dar lo mejor de sí mismos. Tumbados y descansando, pudieron disfrutar todavía los últimos estertores de la fiesta viendo a las parejas jugando entre ellas como si no hubiese un final. Un escalofrío corrió el cuerpo armonioso y bello de la mujer mientras el miembro flácido y descansado de su amigo se estremecía cabeceando ufano.

Tras arreglarse con los dedos los cabellos descompuestos, la agraciada veterana cogió de su cartera de mano un pequeño pañuelo y se limpió la boca y la comisura de los labios para luego pasar a secar amorosamente los jugos brillantes de la polla que no se decidía a relajarse.

– Gracias –dijo tras suspirar complacida por el buen momento vivido.

– Realmente tremendo, no sé qué me ha pasado pero me he vuelto totalmente loca. Es la primera vez que algo así me pasa, nunca antes gocé en público –continuó confesando ella una vez hubo guardado delicadamente el miembro dentro de su estuche de tela.

– No hay nada que agradecer, la verdad es que lo has hecho muy bien, mujercita –comentó el hombre recuperando poco a poco en el semblante aquel brillo levemente burlón que tanto la había molestado.

– ¿Te he gustado?

– Pues claro que sí. Desde luego has estado fantástica –dijo él.

– ¿Por qué lo dices de ese modo? –preguntó ella controlando la furia que volvía a invadirla.

– Águeda, no me preguntes nada, por favor. Para mí ha sido completamente natural hacer el amor contigo. Y creo que tú también has disfrutado conmigo. Te has entregado.

Tras esas halagadoras palabras, la madura se sonrojó visiblemente como solía pasarle también con Pablo.

– Vuelves a sonrojarte pequeña –comentó Félix con seriedad. Me gustas así, ligeramente apocada porque sé que cuando te hierve la sangre pierdes el pudor y te dejas llevar comportándote como una verdadera mujer.

– Gracias –volvió a agradecer ella súbitamente sumisa.

– No me lo agradezcas, al fin y al cabo es tu propio personaje.

– ¿Te gustaría conocer el resto de mi personaje?

– ¿Es que todavía hay más? –preguntó Félix interesado.

– Pues sí, mucho más, pero te advierto que tendrás que ganártelo.

– Entonces me temo que no podré conseguirlo. Ya te dije que soy un perdedor.

– Si lo que me has hecho sentir es una de tus virtudes como perdedor entonces creo que correré el riesgo.

– Bien -replicó Félix impostando un gesto de resignación. Si tú lo quieres, allá vamos –exclamó tomándola de la mano al ponerse la pareja en pie para escapar del sórdido inmueble a la carrera.