El hijo de mis jefes está demasiado rico y no pude contenerme

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Hacía solo unos meses que me vivía en Galicia. Llegué para iniciar una relación amorosa que finalmente no respondió a mis expectativas y justo cuando ya miraba billetes de vuelta para mi ciudad, recibí una llamada de uno de los establecimientos a los que había envíado mi currículum en el último par de meses: un pequeño hotel de lujo en un enclave privilegiado de la costa.

– Buenos días ¿Rubén Mendoza?

– Sí, soy yo ¿Quién es?

– Mi nombre es Adela Bernaldo de Quirós, soy la encargada de recursos humanos del “Hotel Boutique Ola Esmeralda” y me gustaría que vinieras a una entrevista para un puesto full time en recepción.

“Ola Esmeralda” se hallaba en un enclave casi recóndito de las Rías Altas y no era fácil llegar en transporte público; por suerte una conocida me llevó en su coche y si no fuera por el jugoso sueldo que me desvelaron en la entrevista ni de broma hubiera aceptado un puesto de trabajo en un sitio tan aislado.

La Señora Bernaldo de Quirós resultó ser nada más y nada menos que la dueña de aquella mansión decimonónica construida por un indiano enriquecido. Un lujoso edificio de arquitectura romanticista emplazado sobre los riscos de una pequeña playa abatida por el oleaje.

Estirada, seria pero con aspecto de no ser demasiado víbora, concluyó la entrevista con el típico “ya te llamaremos”.

– Bueno, pues espero estar en Galicia todavía en caso de que me llamen.

– ¿Cómo es eso?

– Es que mire, como ya he dicho, vine por un asunto personal que no parece dar resultados, así que probablemente deba volver a mi tierra.

– Así que te quieres ir porque una gallega no te hace caso. Me dijo con perspicacia, casi había acertado de pleno.

– Más o menos…

– Bueno, seré sincera, si aceptas empiezas desde ya.

– Mire, el trabajo me interesa y aceptaría sin pensármelo, pero entienda que llegar hasta aquí no es fácil, no cuento con vehí…

– Te puedes quedar a dormir en el hotel.

Acepté de inmediato y al día siguiente ya estaba trabajando en la recepción. Como no tenía nada que hacer además de trabajar, comencé a hacer turnos de doce horas para ir ahorrando porque tampoco gastaba nada. El tiempo restante me dedicaba a pasear por el litoral cercano, meterme en los bosques y si ya había oscurecido me quedaba leyendo en mi minúscula habitación o en alguno de los jardines del hotel -a condición de que atendiera a los huéspedes si requerían algo de mí- , alguna vez también me bañé en la playa vecina, gélida y de corrientes peligrosas.

Llevaba algo más de una semana trabajando y no había vuelto a ver a la Señora Adela (tal y como la llamaban el resto de la plantilla) desde el día de la entrevista; sin embargo, esa tarde una llamada de teléfono rompió la tranquilidad de la recepción.

– Ola Esmeralda, buenas tardes, le atiende Rubén.

– Rubén, ya hemos salido de Madrid mi marido y yo, llegaremos a eso de las doce más o menos y he visto en la web que hay habitaciones disponibles.

– Sí, efectivamente, nos quedan la uno y la siete.

– Pues sácalas del sistema ahora mismo ¿Mi hijo ha llegado ya?

– ¿Su hijo? Pueees, mmm, no tenía idea de que fuera a venir (ni de que usted tuviera uno, casi se me escapa decirle).

– Sí, mi hijo, para él la habitación uno y a nosotros nos das la siete. Salió de casa al mediodía por lo que debe estar al caer.

Poco después, llegaba el único hijo varón de aquella familia de empaque conduciendo un porshe negro y acompañado de la que deduje que era su novia.

Álvaro Núñez de Peña y Bernaldo de Quirós, veintiséis años y en la universidad todavía. Era guapo, muy guapo, no tenía ningún rasgo así característico que lo definiera: pelo ligeramente largo pero sin llegar a formar melena, ojos marrones, grandes y algo acuosos, debía de medir en torno a 1,80, una boca de ensueño con una sonrisa seductora y vestido con un pantaloncito corto mostrando unas piernas musculosas, cubiertas de un vello lacio y poco denso y una camisa de seda natural blanca. Un hombre muy atractivo.

Tenía además una cara de salido morboso que me puso a mil. Su novia era también un maniquí de pasarela con gesto de asco y cara de “que me rompo” en cualquier momento. Me saludó con cierta displicencia pero tras ayudarle a llevar el equipaje a la habitación que su madre les había asignado me dio cinco euros mientras me guiñaba un ojo.

Poco antes de la una de la madrugada, llegaron los dueños cuando yo ya estaba fuera de turno; los atendió el recepcionista de noche y a la mañana siguiente conocí al propietario del hotel y padre del bellísimo heredero, un señor de facciones nobles, pelo cano y gesto avinagrado.

Ese día por la tarde, vi por los monitores de seguridad como Álvaro bajaba a la piscina con su novia. Con la excusa de ver si algún huésped de los que estaban en los exteriores del hotel necesitaba algo, me di una vuelta por los jardines y el solarium y así de paso admiraba al pijo buenorro en todo su esplendor.

Fue él el que me vio primero, tenía un cuerpo de escándalo (luego me enteré que practicaba tenis) con todos los músculos marcados en su justa medida, se dirigió hacia mí mientras yo embelesado admiraba su cuerpo.

Los pectorales fuertes, con unos pezones grandes, carnosos y muy ovalados, con las puntitas pequeñas pero saltonas, las abdominales con seis bloques, tres a cada lado y en medio su ombligo, largo, vertical y profundo como un pozo. Solo tenía algo de vello bajo este, ya que el pecho le lucía blanco y perfectamente lampiño.

Llevaba un bañador bastante corto que mostraba sus muslos, fuertes y cubiertos por un pelo fino y poco denso, sus gemelos musculosos y los pies grandes, con los dedos alargados y sin sombra de vello.

– Raúl (mi nombre es Rubén), quería preguntarte algo ¿Hay hielo?

– Sí, tenemos.

– Vale, pues tráeme dos refrescos el mío hasta arriba de hielo y el de Marta con dos hielos solo.

Volví con los refrescos y ni me los agradeció, eso sí, al volver a la habitación pasó por mi puesto de trabajo para entregarme otros cinco euros mientras me guiñaba el ojo y me sonreía pícaramente. Tenía una cara de sátiro y de fiestero que no podía con ella.

Ese domingo por la noche sucedió algo que me llamó la atención: regresaron a Madrid los dueños del hotel y su futura nuera, quedándose Álvaro solo en la habitación Uno. A los pocos días me di cuenta del porqué: al ser verano, estaban todos los pueblos en fiestas y el pijazo madrileño este se dedicaba a ir que si a las de Viveiro, que si las de Ribadeo, que si las fiestas de Cedeira, que si las de la semana que viene son las de Burela y las de no sé donde más…. Iba con otros pijos de Coruña, compañeros de universidad en Madrid, y se cogían unas borracheras del carajo.

Una noche en la que yo estaba en recepción, veo por los monitores de las cámaras como el porshe de Álvaro maniobraba torpemente para aparcar ante el hotel, deduje que vendría con un pedal considerable y una de sus amiguitas coruñesas. Como vi que no atinaba salí a aparcárselo y comprobé que estaba solo y completamente borracho; la multa y los puntos del carnet me sudaban la polla para un ricachón así, pero menos mal que no había matado a nadie, pensé después de revisar la carrocería.

– ¡Apaaaarca, Raúl, apaaaarca, es la única vez que vas a conducir un porshe en tu puta viiiiida!

Me gritó el pijo subnormal completamente borracho mientras le aparcaba, ya luego me cobraría lo mío. Lo acompañé al interior, casi no podía ni caminar de lo borracho que venía y como el hotel no tenía ascensor y a esa hora no había más trabajadores; me negué a subirlo por las escaleras y lo acosté en mi cama, en un cuartucho detrás de la recepción.

– Yooo me voooy a mi cuaaarto.

– Sube si puedes.

Se despolomó sentándose en la cama mientras se agarraba la cabeza con síntomas de estar muy mareado, estuve rápido, corrí a recepción y le logré poner la papelera para que vomitara. Aquello no estaba en el contrato pero tener a ese pibón tan vulnerable así en mi cama me lo compensaba con creces.

Le fui desabrochando la camisa mientras Álvaro trataba de ayudarme torpemente con sus manos, al llegar a la mitad de el pecho no dudé en rozar sus grandes tetillas ovaladas y carnosas; no me decía nada, por lo que no dude en sobárselas bien y en magrear sus pectorales sin nada de vello.

Seguí desabrochándole la camisa sobre su durísimo abdomen que también acaricié, al llegar al último botón no dudé en introducirle un dedo en su ombligo, profundo y completamente empapado de sudor. Álvaro se rió por las cosquillas que le provacaba y mientras jugaba con mi dedo en la línea de vellos de su estómago me dijo con la voz pastosa de borracho:

– ¿Me vas a chupar la polla, verdad?

– Claro. Le dije con sorna.

Le desabroché la hebilla y el botón de sus pantalones de marca mientras mi lengua se hundía en su ombligo y Álvaro me acariciaba la cabeza. Le saqué el rabo de unos 17 centímetros, grosor normal pero increíblemente bonito y proporcionado, de una belleza exquisita. El glande lígeramente cabezón, sin circuncidar y con un olor delicioso.

Admiré maravillado su rabo antes de olerlo de cerca y llevármelo a la boca y después de haberle mamado un buen rato mientras me masturbaba con una mano y con la otra machacaba a Álvaro; no solo no se corría sino que además se estaba quedando dormido de la borrachera que llevaba, aquello no podía continuar así y me harté.

Me bajé mis pantalones del todo y cogí mi rabaco de 21 centímetros y curvado hacia arriba y le golpeé en la cara.

– ¿Eh, tu pooolla?

– Sí, abre la boca, tú.

– No quie…

Hice fuerza contra sus mofletes con mis dedos para asegurarme de que abriera y le meterle la polla en su boca.

– ¡Chupa, pijo de mierda, mueve la lengua!

Creo que lo llegué a intimidar porque empezó a obedecerme con cierto temor en sus ojos, me mamaba torpemente, casi no movía la lengua y eso me contrarió. Le saqué mi polla de la boca para escupirle dentro y decirle mientras le miraba a los ojos y en un tono que helaba la sangre:

– No me gusta como me la estás chupando, Alvarito, chúpala bien si no quieres que llame a Madrid a dar parte de tu comportamiento.

Intentó hacerlo lo mejor que podía pero el pobre no daba para más; logró enfadarme de verdad y agarrando por detrás de sus dientes le abrí la boca del todo lo más violentamente que pude y le metí mi pene lo más adentro que alcancé en su garganta, que gustazo esa boca húmeda y grande con las paredes presionando mi polla. Le fui taladrando la boca y el pijazo comenzaba a resistirse por lo que no dudé en mantenerle la mamona abierta con una sola mano y con la otra cerrarle la nariz.

– Mamas y respiras o no mamas y no respiras ¡Es lo que hay, Alvarito!

Le solté la nariz y empecé a penetrarle su bocona de pijo repelente madrileño buenorro con ímpetu, noté como le iba a provocar la arcada, su vómito calentito en mi glande era una idea que me ponía y le dije que iba a desatascarlo como a un desagüe y que mi polla era el desatascador.

– ¿No habías mamado nunca? Le pregunté.

– Sí, a travestis.

Me corrí en su boca mientras vomitaba vino blanco y gin tonics caros sobre el suelo de mi minúscula habitación. Lo dejé dormido en la cama y escuchando sus ronquidos, terminaba el trabajo administrativo que debía hacer mientras disfrutaba de la gloriosa mamada que le había arrancado al pijo tenista buenorro.

A eso de las cinco de la madrugada volví a ponerme cachondo con ese cuerpo e imaginando el agujero virgen de su culo; entré en mi cuarto y ahí restaba durmiendo boca abajo. Acaricié su fuerte espalda, besé sus hombros y lamí el vello de sus axilas, apestaba a auténtico macho, los tíos buenos huelen igual tengan el dinero que tengan.

Le metí un dedo en su culo y para mi sorpresa no estaba tan duro como imaginaba. Seguro que alguna de esas transexuales ya le había petado el orto alguna vez; le introduje un segundo dedo mientras que con la otra mano me machacaba mi pene a punto de estallar; en ese momento me asaltaron las dudas morales y decidí despertar a Álvaro:

– Álvaro, despierta…

– Erghhh

– Vamos a follar.

– ¡Fóllame el culo, princesa! Dijo sin mirarme.

Se debía creer que estaba con alguno de sus travelos o que le ponía que su novia le follara el culamencon el consolador. Le fui penetrando despacito y no parecía reaccionar, al sentir las paredes cálidas de su culito no pude reprimirme y la excitación hizo que empezara a darle pingazos más fuertes, cada vez más fuertes, mientras el placer inundaba mi cuerpo como la rotura de una presa un valle ¡Que gusto me estaba dando el cabrón! De vez en cuando bufaba, yo metí mi mano debajo de su cuerpo para acariciarle el pecho y el abdomen. Iba marcando el ritmo, a veces le daba rápido hasta quedarme sin aliento mientras que el pijo aullaba y cuando me iba a correr la dejaba quieta para empezar a darle de nuevo lentamente.

No me corrí dentro, sino sobre el vómito de unas horas atrás y tras darle la vuelta a Álvaro y disfrutar un poco de su cuerpo con mis dedos, lengua y glande, se acercaba ya la hora del cambio de turno. Mi compañero no se extrañó en absoluto de lo sucedido (obviamente no le conté la parte en la que nos habíamos chupado los penes y la enculada posterior). Me fui a dormir a la habitación Uno ya que en la mía estaba ocupada por el pijazo.

A las pocas horas sonó el teléfono de la mesilla de noche, era mi compañero recepcionista que me llamaba para transferirme a la dueña del hotel:

– Buenos días, Rubén, tengo que hablar contigo de tres asuntos ¿De acuerdo?

– Sí, Señora Adela, dije mientras un sudor frío recorría mi piel.

– Primero, desautorizo completamente tu decisión de haber ocupado la habitación número Uno, esa habitación no está destinada a los empleados. Así que, por favor, levántate ahora mismo y que entren Yasmina o Laura a limpiar ¿Ha quedado claro?

– Sí, Señ…

– Segundo ¿Qué sucedió exactamenteanoche relativo a mi hijo? Supuse que ya le habría preguntado a mi compañero así que tuve que decirle exactamente lo que yo le había contado a él pero con un vocabulario más formal.

-… Luego me vine a acostar a la Uno, cosa que no volveré a hacer, me quedé dormido, y ahora usted me acaba de llamar.

– De acuerdo. Tercer punto que tengo que tratar contigo, esto es muy claro y conciso: mi hijo Álvaro tiene prohibida la entrada al hotel.

Se despertó con resaca a eso de las seis de la tarde, justo en el cambio de turno. Nos comunicó a mi compañero y a mí que no se acordaba de nada de la noche anterior pero sabía que “la había liado”. Esquivaba mi mirada completamente abatido por la vergüenza, no tenía ganas de hablar conmigo y tras despejarse un poco de la resaca tomó su Porsche y no lo he vuelto a ver en mi vida.

Trabajé en ese hotel hasta final del verano y la verdad que tengo muy buen recuerdo, pero a Álvaro, entre la prohibición de sus padres y la vergüenza de no acordarse exactamente de lo que pasó conmigo aquella noche; decidió irse a Ibiza y no volver más en todo aquel verano a la verde costa norte.