Iniciando un juego peligroso y pervertido con los amigos de mi novio

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El verano pasado inicié un peligroso juego con los amigos de mi novio. (Ver relatos precedentes)

El día siguiente amaneció nublado. Es lo que ocurre cuando desconectas de la rutina, del telediario, y das por sentado que todos los días del verano serán soleados. Menos mal que me había echado unos pantalones largos y una chaqueta pensando en que pudiera refrescar por la noche que si no, no habría tenido nada que ponerme.

Mi cabeza también estaba nublada.

Apenas había pegado ojo dándole vueltas a lo sucedido la noche anterior. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo había sido capaz? Mi comportamiento era inadmisible y absurdo. Yo no era así, yo no era una zorra y sin embargo había sido infiel de nuevo.

Me sentía mal por él, por mi novio, pero en el fondo no me arrepentía de haber hecho el amor con Róber. Sí, esta vez no había sido sólo sexo. Róber siempre me había mirado de una forma especial, yo le gustaba. En cambió a mí él me daba incluso un poco de miedo, tan callado, introvertido y misterioso, por eso Luis nunca tendría que enterarse de lo que habíamos hecho, y así se lo hice prometer a Róber.

Pasé la mañana trabajando en el ordenador, y los muchachos decidieron salir a hacer una ruta circular sin alejarse mucho por si empezaba a llover. A medio día el cielo estaba prácticamente negro, y cuando Luis, Carlos y Róber regresaron ya estaba chispeando.

Algo había cambiado. Me di cuenta de que la presencia de Róber me turbaba, se me aceleraba el pulso y empezaba a respirar con intensidad. Era una pena no poder estar a solas con él.

Aquel día ellos prepararon la comida. Un poco de pasta a la carbonara y sobretodo una exquisita ensalada, con lechuga, maíz, atún, espárragos blancos y corazones de alcachofa. Un buen vino nos dio un puntito de alegría y charlamos animadamente.

En un momento dado me quedé mirando a mi novio, le quedaba bien el delantal. Luis era un chico extrovertido y generoso, además de guapo, inteligente, atractivo… “Ufff” ―resoplé mordiéndome el labio inferior― “Tengo que intentar controlarme”.

Estaba desatada, excitada desde que me había levantado y hecha un lío cuando de pronto noté que rozaban mi tobillo por debajo de la mesa. Miré a mi novio, que estaba despotricando en contra de su equipo de fútbol. Si era él su forma de disimular era impecable. Estaba tan nerviosa por lo ocurrido la noche anterior que hice como si no pasara nada. Sin embargo ese pie fue subiendo y subiendo por mi pierna. Los tres comían como si tal cosa, pero uno de ellos me estaba poniendo a cien secretamente. Cuando mi intrépido amante llego a la altura de la rodilla yo ya estaba encendida y la humedad de mi tanga podría confirmarlo. Separé las piernas bajo la mesa, despejando el camino a mi invasor. Llegados a ese punto, con sus dedos hurgando en mi sexo no era capaz de intervenir en la conversación. Les miraba fingiendo prestar atención, pero ya sólo me importaba descubrir cuál de ellos me estaba masturbando.

Mi novio me miraba de vez en cuando y sonreía ignorando lo que estaba ocurriendo debajo de la mesa. Uno de los tres estaba consiguiendo ponerme muy caliente, y viendo que ninguno parecía darse cuenta decidí facilitarle el trabajo. Me tapé con el viejo hule que protegía la mesa y con mi mano derecha tanteé discretamente la gomita de mi bikini tanga. Lo aparté dejando mi abierto chochito a los deseos del bravo desconocido. Rápidamente los dedos de aquel pie comenzaron a enredar sobre el punto débil de mi húmeda rajita. Tuve que beber un trago de vino, ya no sabía qué hacer ni a quién mirar para que no se enteraran de lo que ocurría. Aquel sinvergüenza me estaba masturbando delante de todos, haciéndome sentir muy golfa. Era tan diestro e implacable que tuve que morderme con disimulo el labio inferior para no gemir, comenzaba a sofocarme. Aunque sentí como se aproximaba mi orgasmo seguí disimulando, fue un error fatal. Cuando me di cuenta de que me sería imposible ocultar lo que estaba a punto de pasar ya era demasiado tarde, en ese mismo instante una inmensa descarga de placer me atravesó.

―¡¡¡AAAAAAH!!!

Cuando estalló el orgasmo mis piernas se cerraron como un cepo, atrapando el pie del alborotador. Aquella onda expansiva liberó de golpe todo el placer acumulado. Me recorrió entera, de los dedos de los pies a la punta de las orejas. Me corrí a lo bestia, como pocas veces, como las mejores veces. Casi me caigo de la silla, jadeando boquiabierta mientras todo mi cuerpo se estremecía y entonces supe quién había sido.

Róber y Luís me miraban incrédulos, pero Carlos lo hacía con un destello triunfal en sus ojos. Había sido él, por mucho que me fastidiara.

Me arreglé el tanga y el vestido lo mejor que pude, pero al levantarme contemplé horrorizada que había manchado el tapete de la silla. “¡Qué vergüenza!”

Al intentar salir Carlos se puso en pié cortándome el paso. Le miré desesperada, pero sus ojos hervían de entusiasmo. Me temblaban tanto las piernas que tuve que sujetarme en el respaldo de la silla de Róber. Me sentía acorralada e indefensa, pues Carlos no parecía dispuesto a dejarme pasar.

― Aún no te has tomado el postre ―me dijo.

No pude disimular mi estupor al ver como Carlos se bajaba la cremallera de su pantalón.

― Déjala… Ya te has divertido suficiente ―dijo Róber tratando de calmar los ánimos. Carlos era el único hombre que me había sodomizado hasta entonces, y eso que era el más dotado de los tres.

― Es de mala educación levantarse de la mesa a medio comer ―insistió Carlos mirándome burlonamente. Su tremendo miembro sobresalía un palmo fuera del vaquero. El muy canalla pretendía que se la chupara delante de todos.

Entonces Róber hizo algo que nos heló la sangre a todos. Levantó la vista y puso su afilada navaja justo bajo la potente erección de Carlos.

― ¡¡¡JODER!!! ―exclamó éste dando un salto hacia atrás.

No me lo pensé, en cuanto atisbé una escapatoria salí disparada de allí.

― ¡Serás imbécil! ―oí gritar a Carlos. Empezaron a discutir mientras yo subía las escaleras sin detenerme.

Cuando cerré la puerta del baño aún sentía los últimos rescoldos de placer entre mis piernas. “¿Qué me está pasando?” ―me pregunté a mí misma frente al espejo. Desde que habíamos llegado a aquella casa mi deseo se había disparado.

Traté de ser honesta y empecé a concebir una teoría, bastante científica y verosímil además: Estaba sola con tres hombres terriblemente atractivos y su proximidad me turbaba hasta el punto de no lograr controlar mi lujuria. ¿Quizá mi cuerpo trataba de compensar tanta testosterona y por eso me sentía tan excitada? No sólo era perturbador, también bochornoso. Me sentía una completa depravada, tenía unas ganas locas de follar a todas horas, y no podía hacer nada por evitarlo. De hecho estaba segura de que si Róber no hubiera intervenido, en ese mismo instante estaría dando cuenta del miembro de Carlos. “¡Menudo pollón tiene!”

Necesitaba despejarme y dejar de pensar en lo ocurrido. Me dispuse a lavarme la cara con agua fría cuando de pronto alguien llamó a la puerta y del susto me empapé la camiseta.

― ¿Estás bien? ―oí preguntar a mi novio.

― Sí, sí ―respondí intentando mostrar entereza.

― ¿Puedo pasar?

― Sí, claro.

Luis me contó lo que yo ya sabía, que Carlos y Róber habían tenido una buena bronca. Ambos se la tenían jurada desde hacía tiempo y como suele decirse, la amenaza de Róber había sido “la gota que colma el vaso”. Róber cada vez llevaba peor la chulería y los aires de grandeza de Carlos.

Lo que yo no me imaginaba era la solución a la que habían llegado. Róber iba a montar la tienda de campaña en el patio y dormiría allí hasta el domingo. No me lo podía creer. En lugar de llamarle la atención a Carlos, ¿mi novio había echado a Róber? Claro que pensándolo mejor, era de esperar. Como dije al principio, Carlos y mi novio no sólo eran uña y carne si no que además eran socios, trabajaban juntos y les iba genial en la empresa.

Entonces me vino un ataque de ira. Era injusto que Róber tuviera que dormir en la calle por mi culpa, por defenderme.

― ¿Y a ti te parece bien? ―pregunté furiosa.

― ¿A mí? ―repitió mi novio sorprendido por la pregunta.

― ¡Hombre! Tú le has echado, ¿no? ―le recriminé.

― ¡Yo no he echado a nadie!

― Él no ha hecho nada, joder. ¡Es Carlos quien tendría que dormir en la puta calle! ―protesté.

― A ver, Melanie ―dijo Luis intentando enfriar los ánimos― Ha sido Róber el que ha dicho que se iba… Siempre va a su rollo, ya sabes cómo es.

― Ah claro, él ha decidido irse ―repliqué aún más airada al darme cuenta de que mi novio trataba de escurrir el bulto― Pues sabes qué… ¡Que yo también me voy!

― ¿Irte? ―balbuceó mi novio― ¿Irte a dónde?

― ¡A dormir en la tienda de campaña!

Mi novio trató de replicar, pero abrí la puerta y le eché del cuarto de baño sin darle tiempo a protestar. Estaba furiosa y me había dejado llevar sin pensar lo que decía. No sólo le había mandado de paseo si no que le había dicho que pensaba dormir con Róber. “¡Menudo lío!”

No me arrepentía, se lo tenía más que merecido. Lo que sí me preocupaba era que aquella discusión supusiera el fin de lo nuestro. En los dos años que llevábamos saliendo habíamos tenido broncas, pero no como aquella.

Durante la cena Luis trató de convencerme. La meteorología no era nada halagüeña, había estado nublado todo el día y la previsión daba tormentas a partir de media noche. Sin embargo, Róber afirmó que él dormiría en la tienda de campaña a no ser que la cosa se pusiera fea. Me vi por tanto obligada a mantener mi palabra, ya que no pensaba dejarle tirado después de lo que él había hecho por mí.

Róber había buscado a conciencia el sitio para montar la tienda, un hueco entre los arbustos que la resguardarían del viento. Me explicó que el terreno era prácticamente plano y estaba alejado de los correderos de agua en caso de lluvia, y tampoco estaba lejos de la casa por si teníamos que refugiarnos. Parecía que Róber sabía lo que hacía, lo cual no dejaba de ser un alivio.

Después de cenar Róber y yo salimos al patio a tomarnos el vermú. Estuvimos hablando de los viajes que habíamos hecho o nos gustaría hacer. Yo me empeñé en demostrarle que no era necesario ir a Vietnam para encontrar lugares bonitos, tener experiencias intensas o conocer gente diferente, pero creo que no conseguí convencerle.

Cuando se hizo tarde Róber me invitó cortésmente a ser la primera en acomodarme en la tienda de campaña.

― Pasa si quieres. No vas a ver nada que no hayas visto ya ―le contesté.

― Quiero terminarme esto ―señaló mostrándome su vermú.

No voy a mentir, me decepcionó que Róber no deseara ver cómo me desnudaba. En fin, yo pensaba que lo haríamos de nuevo, pero la cosa no estaba del todo clara al parecer.

Producto de la frustración me vino una idea maliciosa. Coloqué mi linterna en una esquina de forma que ésta proyectara mi sombra contra la lona de la tienda. Después, me situé de perfil y empecé a desvestirme con la mayor naturalidad posible. Quería que mi plan funcionara y que los ojitos de Róber estuvieran fijos en mi contorno dibujado sobre la tela, pero desde dentro no tenía forma de saberlo. No tardé en estar en ropa interior. “Ahora o nunca”. Me quité el sujetador y dejé que mis tetas danzaran en libertad.

― ¡Joooder! ―le oí exclamar. Sonreí.

“¡Ay madre mía, cómo estoy!” ―me dije a mí misma notando lo duros que se me habían puesto los pezones. Aproveché malintencionadamente para desperezarme antes de ponerme el pijama y ofrecerle a Róber un último vistazo de mi cuerpo.

Cuando pasó a la tienda yo ya estaba tumbada dentro del saco de dormir. Pude entrever cierto brillo en los ojos de mi compañero de aventuras, aunque éste no hizo comentario alguno. Ni falta que hizo. Bajó la tela de su pantalón saltaba a la vista una incipiente erección.

Róber se metió en su saco después de darme un sobrio “Buenas noches”. Al rato escuché que se movía, pero me hice la dormida. ¿Se estaría acercando? El corazón se me puso a mil, pero aún así no me moví. Entonces noté su mano en mi cintura.

― ¡Ostia! ―grité de horror con un sobresalto. Tenía las manos congeladas.

Ya era inútil seguir disimulando. Me giré. Róber me miró fijamente. Estábamos en ese incómodo periodo de incertidumbre a la espera de un movimiento o indicación de la otra parte.

― ¡AGH! ―gemí sorprendida cuando Róber me acarició el coño.

Sin duda Róber era un hombre intrépido. La suave piel de sus dedos no tardo en encontrar un acceso directo a mi vulva. Yo le dejé hacer y permanecí inmóvil mientras uno de sus dedos se deslizaba dentro de mí, así estaba de mojada.

Unos segundos después Róber salió de su saco y pude admirar su cuerpo en todo su esplendor. “¡Dios, qué bueno estaba!” Se adivinaba un cuerpo musculoso bajo la ceñida camiseta. Nos estudiamos mutuamente un instante, pero no tardé en agarrar su camiseta y tirar de ella para quitársela. A su vez, él apartó mi saco destapándome hasta la cintura. Su polla se perfilaba claramente debajo del pantalón. Me incorporé ligeramente apoyando el codo y colé mi mano por debajo del elástico de su pantalón. Róber cayó sobre mí, acercó su boca a la mía y me mordió.

Sujeté su miembro, sobándolo con admiración. Me moría de ganas de tenerlo dentro.

Róber admiró mis bonitas tetas, grandes y redonditas. Aproveché para rodear cautelosamente su cintura con mis piernas. Ya era mío, y no le dejaría escapar por nada del mundo.

Róber se despojó por fin de la camiseta. El tío estaba realmente potente. Desnudo de cintura para arriba empezó a frotar su dura polla contra mi sexo, adelante y atrás. Me incorpore buscando su cuello con mis labios mientras él se movía como si me estuviera penetrando.

― Espera, túmbate ―dije reteniéndole.

Róber colaboró conmigo colocándose bocarriba. Me arrodille a su lado y besé su frente, sus labios, su pecho… Él me dejaba hacer suspirando a cada caricia, deseoso de que mi boca siguiera su camino.

Baje con disimulo el elástico de su pantalón, descubriendo su soberbio miembro. Su pollón reposaba sobre su pubis como un enorme león. De esa forma y sin más ceremonia, mi boca pasó directamente de besar su ombligo a engullir la mitad de aquella cosa.

Empecé a chuparla suavemente, jugueteando con la punta de la lengua en su frenillo, sacando los dientes y simulando morderla… Quién diría que se puede sentir tanto placer haciendo una felación. Desde luego es mi debilidad, me vuelve loca, el deseo se apodera de mí y ya no puedo parar.

¡SCHUPS! ¡SCHUPS! ¡SCHUPS!

Aquel voluminoso caramelo provocó que mis glándulas salivares empezaran a secretar saliva de una manera desproporcionada, cosa que siempre aprovecho para hacer ruiditos exagerados y obscenos al chupar.

¡SCHUPS! ¡SCHUPS! ¡SCHUPS!

Mi novio siempre había alabado mi destreza en el sexo oral. Decía que era “letal” con la boca porque casi siempre hacía que se corriera estrepitosamente.

Por el contrario, Róber parecía saber lidiar con glotonas como yo. Eso sí, su polla había ido engrosando y no dejaba ya apenas hueco en mi boca.

¡SCHUPS! ¡SCHUPS! ¡SCHUPS!

No estaba en mis planes ahogarme con mis propias babas, así que las dejé escapar de mi boca. Menudo pollón se le había puesto. Lo lamí a conciencia, como una gatita, subiendo despacito desde la base mientras le miraba a los ojos.

¡SCHUPS! ¡SCHUPS! ¡SCHUPS!

Erguido sobre sus codos, Róber me contemplaba con gesto de admiración. Tenía las pelotas resplandecientes de saliva. Se la mamé haciendo que su glande chocara contra mi campañilla una y otra vez, y aún así no me saciaba.

Tampoco él resultó inmune a mi magia. En pocos minutos pude distinguir el dulce sabor de su líquido preseminal, Róber estaba al borde del precipicio.

¡SCHUPS! ¡SCHUPS! ¡SCHUPS!

Estaba en el séptimo cielo, boquiabierto y con la mirada perdida. A pesar de ello demostró templanza y elegancia, ya que en ningún momento me sujetó la cabeza como hacía mi novio. No hay nada que más me joda.

― ¡Para, Melanie! ―suplicó intentando apartar mi cabeza.

El pobre se sabía derrotado, y yo succioné aún más decidida.

¡SCHUPS! ¡SCHUPS! ¡SCHUPS!

— ¡¡¡OOOOGH!!! —oí justo a tiempo de retirarme.

“¡GUAU!” Un tremendo chorro de esperma salió disparado yendo a caer justo sobre su vientre.

Tenía la polla de Róber bien sujeta y apresuradamente me la volví a meter en la boca. Había entrado en erupción y me dispuse a recoger toda aquella deliciosa cantidad de nata. Los dos siguientes chorros salieron despedidos con tanta fuerza como el primero. ¡Alucinante!, en apenas unos segundos ya no cabía más en mi boca, y di rápidamente mi primer trago de semen.

Después, empezó a manar apaciblemente sobre mi lengua, eso sí, su esperma quemaba como el magma incandescente de un volcán. Sólo recordarlo me pone a cien, es tan indecente, tan excitante que un hombre te llene la boca de… “¡UMMM!”

Seguí mamando ávidamente y Róber empezó a gruñir. Yo sabía que le estaba haciendo daño, pero no podía parar.

— ¡Delicioso! ―dije lamiendo golosamente la nata que había salpicado su vientre— ¡Menuda corrida!

― ¡Ni que lo digas! ―resopló Róber con admiración― ¿Siempre eres así?

― Por supuesto ―dije presuntuosa.

Entonces hubo unos segundos de incertidumbre. “Y ahora, ¿qué?” ―parecíamos pensar los dos al tiempo, mirándonos.

En seguida, Róber hizo un esfuerzo para incorporarse y en un segundo me despojó de la parte superior de mi pijama. Empezó a comerme las tetas, besándolas, lamiéndolas, chupando mis pezones hasta hacerme rabiar. Nunca se lo he dicho a nadie, pero mis pezoncitos son casi tan sensibles como mi clítoris.

Después Róber fue descendiendo hacia mi sexo. Yo me anticipé y separé las piernas para ofrecerle mi flor. Me despojó del pantalón y del tanga en un santiamén. Después, su cabeza desapareció entre mis muslos y no tardé en notar cómo empezaba a fregar mi coño con su lengua. También él deseaba beber mi bálsamo.

¡SLUPS! ¡SLUPS! ¡SLUPS!

― ¡AAAGH! ―ahora era yo quién gemía igual que lo había hecho él minutos antes. El roce directo sobre mi clítoris hizo que mi espalda se arqueara de puro placer, estaba excitadísima. Mi sexo rezumaba es néctar pringoso y aromático que vuelve locos a los hombres.

¡AAAGH! ¡UY! ¡UMMM!

Era fascinante ver y sentir como Róber devoraba mi coñito, pero entonces se irguió y me empujó suavemente para que yo me recostara. Sentado entre mis rodillas empezó a masturbar su pene.

Comprendí que había acertado al obligarle eyacular en mi boca, ahora la fiesta sería aún mejor que la noche anterior. Su venoso miembro volvía a estar en plena forma. Ahora Róber llevaba la iniciativa, y no tardó en echarse y conducir su sexo dentro de mí.

― ¡OOOGH! ―gemí.

¡Qué maravilla!” Róber iba y venía mirándome fijamente a los ojos. Su cara estaba teñida de placer. Volvió a amasar con fuerza mis grandes senos, mientras el continuo deslizar de su polla adentro y afuera me hacía enloquecer.

Recuerdo que acerque mi boca a su oído y musité algo así como: “No tengas miedo, métela toda. No ves que mojadita estoy”.

¡AH! ¡AH! ¡AH! ―comencé a chillar. Róber me asestó unas penetraciones alucinantes. Me hizo ver las estrellas. Sentía con claridad como su polla empujaba mi útero cada vez que su pubis chocaba contra mí.

― ¡SI! ¡SI! ¡SI! ―grité animándole a acelerar el ritmo.

No era sólo placer, era algo sublime, intenso y profundo. Una vez más Róber me estaba haciendo el amor y en ese preciso instante me di cuenta de que quería que fuese mío. Sí, le deseaba, quería que fuera mi amante, mi novio, mi hombre y le besé embriagada por la pasión, y de pronto…

― ¡OOOOOOOOOOGH! ―el placer recorrió e inundó todo mi ser.

Mi vagina estrujó con ansia su miembro, y un fantástico orgasmo me hizo estremecer de los pies a la cabeza. Róber me miraba sin decir nada, contemplando cómo me retorcía. Desquiciada, empecé a menear las caderas. Quería más. Quería otro, y entonces Róber tiró bruscamente de mis caderas para ponerme boca abajo.

― ¡AAAY! ―me protesté.

― Aun no tienes suficiente, ¿verdad? ―preguntó enojado.

― No.

Acto seguido se colocó a horcajadas sobre mí. Su lengua me provocó un escalofrío al recorrerme entera, desde la nuca y por toda mi columna vertebral. Róber fue descendiendo hasta alcanzar el angosto pasadizo entre mis nalgas, y una vez allí lamió y mordió mis formas redondeadas.

— ¡AAAY! —chillé al notar sus dientes lastimar la piel de mi culo.

¡¡¡PLASH!!! ―un fuerte azote en mi desnudo trasero fue su contundente respuesta.

Lejos de amedrentarme, su seguridad y firmeza me pusieron aún más cachonda. “Ummm…” ―me relamí con lujuria.

― ¡Fóllame! ―exigí enfadada.

¡¡¡PLASH!!! ―volvió a azotarme.

Fue su lengua la que se coló entre mis nalgas y sondeó hasta dar con mi diminuto orificio.

— Ufff —aquella inusual caricia producía un cosquilleo inaudito.

Sus fuertes manos separaron mis glúteos para que su intrépida lengua jugase a su antojo con mi trasero y obviamente, yo empecé a sospechar lo que vendría después.

— Ummm… Quieres mi culito, ¿verdad? ―mascullé aferrando entre mis dedos la tela de mi saco de dormir, ahogada de gusto. Tenía el coño como una cafetera a punto de echar a hervir. Sabía que pronto estaría chillando como una loca.

Empecé a tocarme. Estaba mojadísima, chorreando. Mi sexo babeaba profusamente toda la excitación que saturaba mis órganos sexuales. Me masturbé como una posesa mientras era víctima de una práctica sucia y propia de pervertidos. Jamás habría sospechado que algo así fuese tan excitante. “Guarra” ―me dije a mí misma.

Frotaba mi sexo frenéticamente. Me estaba poniendo mala. Aquel cúmulo de contradicciones hizo que comenzara a desear lo que estaba a punto de pasar.

— ¡OOOH! —exclamé.

Era un dedo, y no le costó esfuerzo alguno entrar en mi culito. De hecho no tardo en empezar a jugar con descaro, adentro y afuera, adentro y afuera.

― ¡AY! ¡UY! ¡UMMM!―empecé a suspirar.

Intenté mantener el decoro, pero una vez dentro su dedo empezó a realizar giros en mi culo. Fue demasiado morboso para no dejarse arrastrar.

― ¡AGH! ¡AGH! ¡AAAAAAH! ―protesté cuando Róber metió un segundo dedo sin previo aviso. Me dejó sin aliento.

Róber acudió meneando su polla dispuesto a atender mis necesidades femeninas, pero contra todo pronóstico fue mi chochito el que gozó nuevamente la firmeza de su miembro. Róber me embistió tan enérgicamente que sollocé afligida, pues veía que aquel joven venía bien preparado para desbaratar mi sexo.

— ¡AAAGH!

Aferrándose a mis tetas, Róber empezó a montarme como a una perra. Me atizó tan profundamente que arrancó de mi garganta unos intensos gemidos. Sin embargo, cuando más gusto me estaba dando Róber sacó su polla dejando en mi almejita una sensación espantosa.

— ¡NOOO! —le increpé.

Entonces, mi amante tiró de mí bruscamente, colocó la punta de su polla en el otro agujero y…

― ¡AAAAAAAAAH! ―chillé.

― ¡AAAAAAAAAH! ―chillé y chillé

― ¡AAAAAAAAAH! ― chillé y chillé y chillé…

Su glande se había abierto paso sin miramientos a base de empujones. Sin miramientos, sin delicadeza, sin darme tiempo a prepararme ni a nada.

— ¡ANIMAL! —le increpé.

Mi protesta no sirvió de nada, claro que tampoco lo pretendía. Fue sólo una forma de desahogarme y él así debió entenderlo, ya que siguió forzándome más y más.

— ¡AAAAAAGH! ―un lamento gutural escapó de mi garganta a causa de aquel suplicio. Róber quería metérmela toda entera a pesar de que sólo era la segunda vez en mi vida que me la metían por el culo, claro que él no lo sabía.

De pronto, oí como un repentino y extraño ruido nos envolvía. Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer irregularmente sobre la fina y tensa lona de la tienda de campaña.

¡UFFF!…

Respiré hondo tratando de sobrellevar aquello. Mi pobre esfínter apretaba con fuerza, abarcando a duras penas el grosor de su miembro. Tener esa pesada herramienta dentro de mí delicado trasero era increíblemente turbador.

Róber metió una mano entre mis piernas y empezó a acariciar la sensible perlita que adorna mi sexo, y entonces toda reserva se desvaneció.

― ¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH!… ―sin darme cuenta, mis jadeos empezaron a acompañar cada embestida.

Incrédula, cerré los ojos para concentrándome en aquel torrente de sensaciones: su boca en mi cuello, sus dedos en mi clítoris, su miembro en mi culo… Sin lugar a dudas, Róber era un amante excepcional.

Estaba alucinada, cada vez la metía más adentro. “No es posible” me decía a mí misma notando como me hacía gozar. Róber iba camino de lograr que aquel acto sexual fuera digno de permanecer en mi recuerdo para siempre.

¡KRA-KA-BOOOM! ―tronó con estrépito el primer relámpago.

La lluvia quiso ser cómplice de nuestra lujuria y empezó a caer con fuerza, haciendo inaudibles nuestros propios gemidos.

― ¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH! ―chillé extasiada.

Me giré. Quería verle.

Róber miraba hacia abajo, observaba absorto cómo su falo entraba y salía de entre mis nalgas. Parecía un autómata, me penetraba de forma casi mecánica. De hecho apenas exteriorizaba el placer que debía estar disfrutando, no como yo que gemía como una zorra.

¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH!

Realmente Róber se afanaba en darme placer, y en ningún momento dejó de hacer vibrar mi clítoris. Al sujetarme firmemente se marcaban sus pectorales y bíceps. Sin embargo, lo que derritió mis retinas fue la enloquecedora forma en que sus abdominales se contraían cada vez que acometía contra mí. “¡Qué bueno está! ¡Qué bueno está!” me repetía viéndole moverse.

Recuerdo que me la sacó en un par de ocasiones, escupió en el culo, y me la volvió a meter. “¡Qué salvajada!”

— ¡Sííí! ¡Sííí! ¡Sííí! ―grité, y casi sin querer empecé a empujar para aumentar la rotundidad con la que entraba en mi trasero. Eso precisamente fue lo que hizo que Róber perdiera los nervios, por fin.

Después, todo cambió. Me inmovilizó con las manos detrás de la espalda, y entonces sí que empezó a follarme. Me ensartó sin piedad, haciendo chocar su portentoso abdomen contra mis redondeces.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

¡KRA-KA-BOOOM! ―un nuevo relámpago iluminó momentáneamente el exterior de la tienda. La tormenta arreciaba..

— ¡AAAH! ¡AAAH! ¡AAAH! —grité sin ningún pudor.

No era para menos, Róber me estaba destrozando con su calibre cincuenta. Estaba aprendiendo que la sodomía no es una experiencia para remilgadas. No sólo me dejó sin aliento, si no también sin fuerzas. Todo mi cuerpo empezó a temblar al ser ferozmente empalada.

¡CLACK! ¡CLACK! ¡CLACK!

Mientras gozaba noté nítidamente como mi sexo dejaba escapar una indecente cantidad de fluidos. Me estaba corriendo otra vez, y para conseguir aguantar sus furiosas embestidas eché el culo aún más para atrás.

— ¡AGH! ¡AGH! ¡AAAAAAH!

Empecé a emitir sonidos más parecidos a gruñidos que a jadeos femeninos, pero aguanté como una leona. Róber me estaba dando por el culo con todas sus fuerzas y cada vez que me ensartaba me arrastraba más y más hacia un devastador orgasmo.

Estaba chillando escandalosamente, pero el ruido de la lluvia lo envolvía todo.

Su bombeo era incesante, no me dio tregua. Mi pelo se agitaba delante de mis ojos sin que pudiera apartarlos. El sofocante bochorno hizo que el sudor me callera por la cara. De tanto jadear tenía la garganta seca, no podía ni tragar saliva.

La lluvia era torrencial, también entre mis piernas. Aquello fue mucho más de lo que una mujer podría soportar.

― ¡AAAAAAH! ―me corrí como una loca.

Róber me agarró de los hombros y siguió follándome, golpeando una y otra vez contra mi culo mientras me estremecía de gusto.

― ¡AAAAAAAAAAAAH!

Al seguir jodiéndome alcancé de inmediato otro increíble orgasmo, y otro, y otro… Grité como loca. Todos mis músculos se tensaron, y una desconcertante sacudida de placer, una electrizante descarga ascendió por mi espina dorsal. Fue completamente diferente a otros orgasmos que había experimentado, fruto sin duda a la vía por la que lo había alcanzado.

― ¡OOOOOOGH!

Róber debió sentir en su polla la fuerza de mi clímax, y entonces rodeó mi cintura con su brazo derecho y me enculó con más avidez todavía.

Intenté mostrándome altiva y disimular el temblor de piernas, pero su violenta forma de metérmela me hizo perder la cabeza. Sin voz para gritar, jadeé histérica mi enésimo orgasmo consecutivo.

¡AAAAAAAAAAAAH!

Sometida, extenuada y con todo mi cuerpo convulsionando, Róber me sujetaba para que su polla no se le saliera cuando de pronto…

¡¡¡ZIIIIIIIIIIIIIIIP!!!

La cremallera de la tienda sonó como si se rasgara, y entonces apareció Luis.

― ¡VAMOS IDIOTAS…! ―empezó a decir. Mi novio había venido a decirnos que entráramos en casa a cobijarnos de la lluvia, pero se quedó mudo.

Lo peor de todo fue que Róber se retiró bruscamente y mi novio pudo ver que acababan de romperme el culo otra vez. Sentí mis mejillas arder de vergüenza.

Ni que decir tiene que nuestras vacaciones se acabaron al día siguiente, y mi relación con Luis también. Róber no ha vuelto a quedar con ellos, ahora estamos juntos a todas horas…