Por fin pude follar con un completo desconocido

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Hoy es la primera vez que he quedado con un hombre por internet. Hacía mucho tiempo que esta fantasía rondaba por mi mente pero no tuve la valentía necesaria hasta ahora de hacerla realidad

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Sexo con desconocidos. Muchas noches he pensado en ello tumbada en la cama con mis dedos afanosamente ocupados en acariciar mi vagina. Imaginaba que un hombre del que no sabía nada me follaba, entraba en mi cuarto y me hacía suya.

Ahora le estoy esperando en la habitación de hotel, como acordamos. No sé su nombre, ni su edad, no he escuchado su voz, no he visto ninguna foto suya.

Miro nuestro breve chat de WhatsApp. La foto de un minino y su lado el pseudónimo con el que me dijo que le agregara: Gato. Un Nick sugerente. Aburrida y nerviosa, me pregunto por qué lo habrá elegido.

¿Es un hombre solitario? ¿Caprichoso? ¿Tendrá unos ojos bonitos? ¿Arañará?

Sacudo la cabeza y dejo el móvil sobre la mesita de noche. Intento acomodarme en la cama, y de paso hacerme con las riendas de la situación, pero no lo consigo. Estoy demasiado nerviosa. Quiero que llegue ya pero al mismo tiempo tengo miedo, inseguridad…

Me vuelvo a sentar al borde de la cama y justo entonces escucho que la puerta se abre. El corazón me da un brinco en el pecho. Es él.

Trago saliva y respiro hondo. Escucho unas llaves en la puerta. Me asomo al pasillo. El pomo gira y los nervios ciñen con más fuerza el nudo en la boca de mi estómago.

— ¿Hola?

Me sale un hilillo de voz. La puerta se abre y veo su figura en el pasillo, encuadrada por el marco de la puerta. Me doy cuenta de que sus ojos también están recorriendo mi cuerpo hasta mi cara. Nuestras miradas se encuentran y, como si yo le hubiera dado permiso, él entra y cierra la puerta a sus espaldas con un leve portazo.

—Irene —dice. Pronuncia mi pseudónimo a modo de saludo. Yo no me atrevo a responderle. Siento que llamarle Gato sería raro, estúpido, ahora mismo.

Camina hacia mí. Aprovecho los segundos que tarda en llegar para contemplarle con un poco más de detenimiento. No sé por qué pero es justo como le había imaginado. Es un hombre alto y de hombros anchos, con el pelo negro, un poco canoso, y una sexy barba incipiente. Supongo que tiene más de 40 años, pero tampoco muchos más. Sus pasos son seguros, no son andares de gato lentos y elegantes si no firmes, serenos, confiados. Para nada como los pasitos tímidos que yo daría ahora si tuviera que desplazarme. Por suerte, en un segundo está a mi altura pero, en lo que ha tardado en recorrer el pasillo, sus ojos también han observado mi cuerpo pausadamente, lo que hace que las orejas me ardan. Espero que no se dé cuenta de que me estoy sonrojando.

Ojos oscuros de mirada penetrante. Pienso, cuando nuestros ojos vuelven a encontrarse. Sí, tienen algo de gatuno, ese destello en su mirada… Su nuevo capricho soy yo.

Nos quedamos en la puerta del dormitorio, mirándonos durante unos instantes y poco a poco me voy calmando.

Soy consciente de lo sexy que estoy, pero aun así me sorprende el deseo con el que me mira. Vine con mis queridos vaqueros y una camiseta ancha de Batman, pero debajo llevaba lencería fina. Voy vestida casi como una puta: con un conjunto blanco lleno de transparencias.

En realidad, pienso, parezco una amante esperando a su hombre a la puerta del dormitorio para consumar la infidelidad. Y puede que sea eso lo que vamos a hacer.

Sus ojos me recorren un par de veces de nuevo y luego se centran en mi cara.

Tengo 22 años pero aparento 16 y, gracias al maquillaje, ahora casi aparento mi edad real.

— ¿Es la primera vez que haces esto? —dice, mientras pasa a mi lado y entra en el dormitorio.

Pensaba que estaba comparando mis rasgos de adolescente con mi cuerpo de mujer, pero me he equivocado. Se ha dado cuenta de que estaba nerviosa, y eso me pone más nerviosa.

Aprieto los puños y trago saliva intentado también tragarme los nervios.

—Sí —respondo. Aprovechando que me está dando la espalda, intento recuperar la seguridad en mi misma pero mi mente y mi cuerpo se debaten entre las ganas que tengo de echar un polvo con un desconocido y mi propia timidez.

Se quita la americana y la deja en el respaldo la silla. Se sienta en ella y se quita los zapatos. Me echa un vistazo de reojo y luego vuelve a concentrarse en los cordones. Por un momento me siento ridícula parada ahí, en la entrada del dormitorio. Sin darme tiempo a torturarme con esa idea, se levanta y comienza a desabrocharse la camisa mientras se gira completamente para mirarme.

Los ojos se me van a su pecho donde sus dedos, habilidosos, ya han desabrochado un par de botones. Un poco de vello negro y canoso asoma por la abertura.

— ¿Quieres quitármela tú? —pregunta, astutamente. ¿Otro rasgo gatuno?

Le miro a los ojos. Me muero por tocarle y él lo sabe. Es más, me invita a hacerlo. Está intentando romper el hielo. No es su primera vez.

Me doy cuenta de todo esto de golpe y, sintiéndome un poco más segura, me acerco a él. Mis pies descalzos no hacen ruido sobre la moqueta. Cuando llego hasta él, me doy cuenta de que casi me saca una cabeza. Tengo ganas de pasar la mano por su áspera barba y besarle pero me contengo. De momento me conformaré con quitarle la camisa.

Tengo las manos sudadas y voy desabotonando su camisa con torpeza. Concentrada en los pequeños botones, en que no se me resbalen de los dedos, ni siquiera le miro a los ojos. Este momento se me hace eterno, aunque apenas habrán sido cuatro los que desabotoné. Suelto el último botón y la camisa se abre del todo. Doy medio pasito hacia él y empujo la camisa deslizándola por sus hombros. Él se la quita sacudiendo los brazos y, antes de que yo haya vuelto a retroceder, él me agarra de la cintura y me acerca más todavía a su cuerpo. Mis tetas se aplastan contra su pecho cuando me rodea con sus brazos y me besa.

Como siempre me sucede cuándo beso a alguien por primera vez, al principio me sorprende pero rápidamente me acostumbro a su forma de besar. Y tenía tantas ganas de que me besara…

Nuestros labios tardan unos segundos en conocerse y hacerse el uno al otro, pero hay tanto anhelo que no dejamos de besarnos.

Él muerde mi labio inferior suavemente y lo succiona. Mi respiración se acelera y quiero besarle con más intensidad. Presiono mi cuerpo contra el suyo. Inclino mi cabeza a un lado. Quiero sentir su lengua. Él me coge del pelo e inclina un poco más mi cabeza. Mi boca se entreabre en un gemido y nuestras lenguas se tocan. La mete en mi boca y yo la lamo y luego la muerdo. Me tira un poco del pelo, sorprendido, sin hacerme daño. Nuestros labios se separan un instante pero con mi mano en su nuca vuelvo a atraerle hacia mí y esta vez soy yo la que meto mi lengua en su boca. Un poco nada más, solo la punta, pero su mano se cierra con más fuerza alrededor de mis cabellos obligándome a no detener el beso. Nuestros labios no se separan, pierdo la noción del tiempo. De vez en cuando él lame mis labios o yo lamo su lengua. Él suelta mi pelo y me agarra de la cintura mientras yo le abrazo con una mano en su espalda y otra en su nuca. Su piel es suave. No podría decir que su espalda es musculosa, pero tampoco fofa. Tiene un cuerpo que se mantiene bien.

Mi otra mano sigue en su nuca. Lleva el pelo corto, demasiado como para que pueda tirarle de él, pero sí puedo obligarle a inclinar un poco la cabeza cuando deseo que nuestras lenguas se unan más profundamente.

Comienzo a sentir su erección en mi ombligo y me aparto un poco de él con la respiración acelerada. Entonces me suelta y nos miramos.

Mientras observo los desconocidos rasgos de su cara, vuelvo a pensar que no conozco de nada a este hombre, que ni siquiera sé cómo se llama. Y me doy cuenta de que ahora mismo no me importa. Solo quiero follármelo. Y por el brillo de sus ojos, sé que él siente lo mismo.

— ¿Te atreves a quitarme los pantalones? —pregunta. Su voz suena algo ronca. Está tan cargada de excitación como su mirada.

Se me escapa una sonrisilla. La confianza en mí misma va en aumento… O es que la excitación me desinhibe, no lo sé.

—Claro —respondo. Medio pasito y me arrodillo frente a él. Su entrepierna queda a la altura de mis ojos. Le quito el cinturón, bajo la bragueta. Las manos ya no me tiemblan y me muero de ganas de ver lo que tiene para mí. No sé qué esperar.

Los pantalones caen al suelo. Sus calzoncillos negros, sosos, impersonales, cubren un abultado paquete. Alargo mis manos hacia él pero entonces él me agarra por las muñecas y me ayuda a ponerme en pie.

Acaricia mi cintura y luego mis tetas por encima de la tela de encaje. Traza círculos sobre mis pezones, que se ponen duros creando dos pequeños bultitos bajo la tela. Él, dándose cuenta, aprieta un poco más mis tetas y pega su erección contra mi cuerpo. Nuestros labios vuelven a juntarse mientras empiezo a acariciar su erección por encima del calzoncillo. Lo aprieto un poco, lo masajeo con mis dedos y al final, sin poder contenerme, libero a su pene de su prisión.

Caliente, suave y duro, llena mi mano. Lo acaricio, lo sacudo un poco, despacio, conociéndolo con cada caricia. Con mi otra mano jugueteo con sus huevos mientras él me besa, me muerde los labios, me come la boca, poniéndome todavía más caliente. Sus manos recorren mi cintura hasta mis nalgas. Agarra mi culo y me da un azote, que suena más que duele, y luego regresa a mis tetas. Me pellizca los pezones sobre la tela, que los raspa un poco, lo que los pone más sensibles y los hace engordar y enrojecer.

Los besos se han convertido en algo secundario. Nos besamos de vez en cuando, pero cada uno está concentrado en el cuerpo del otro. Yo contemplo su pene, como se va poniendo más y más duro con cada caricia. Masajeo sus huevos de vez en cuando y, por como jadea, sé que le encanta.

Excitada, aprieto su pene muy fuerte y, al alzar la vista, me encuentro con su mirada, turbia de deseo. Muerde un pezón por encima de la tela, haciendo que ondas de placer recorran mi espalda, y luego me besa con pasión. Yo acaricio su pene y tiro de él, atrayéndolo hacia mí.

Sé que está tan excitado como yo. Lo siento en su forma de besarme, en como aprieta mis tetas y mis nalgas, en esa mirada…

De repente, para y se aparta. Su pene escapa de mi mano Se mueve rápido y en un segundo está detrás de mí. Siento su respiración en mi cuello cuando me lo besa. Su barba me raspa un poco el hombro. Sus manos acarician mis pechos. Me aprieto contra él, muevo mi culo, restregándolo contra su erección, provocándole. Él me muerde en el cuello y me obliga a caminar hacia la cama y a inclinarme hacia ella. Me apoyo con las manos en las sabanas y mi culo contra su pene.

Apoyándose sobre mi espalda, baja una mano por mi vientre hasta mi vagina. Pasa un dedo entre mis labios y noto que contiene la respiración al darse cuenta de lo húmeda que estoy. Acaricia mi clítoris como un experto, apretando más su erección contra mi culo. Se me escapa un gemido. Lo hace realmente bien. Aumenta el ritmo de las caricias y mis muslos tiemblan. Apoyo una rodilla en la cama, dejando mi vagina más abierta, más expuesta. Sus dedos se desplazan hacia abajo, abriendo los labios de mi vagina hasta deslizarse en su interior. Me penetra con un dedo y gimo, pero no es suficiente. Quiero más, algo más grande.

Él mueve un poco el dedo dentro de mí y luego lo saca. Acaricia mi clítoris trazando círculos rápidos gracias a los fluidos que ha sacado de mi interior. Aunque sus caricias me hacen temblar, yo todavía anhelo que me meta algo más…

Trato de decírselo pero no me salen las palabras. Su dedos en mi clítoris no me deja pensar y los leves gemidos que escapan de mis labios no me permiten hablar.

Entonces para. Noto sus dedos húmedos rozar mi vientre mientras salen de mis bragas, dejando un reguero de mis fluidos sobre mi piel. Se separa de mí y le escucho caminar a mis espaldas. Me siento de rodillas en la cama mientras él la rodea, va al otro lado y rebusca en los bolsillos de su americana.

Cruzo gateando la cama y me siento frente a él justo cuando se da la vuelta. Me contempla un instante con mirada lasciva y sigue rebuscando. Yo debo estar mirándole de la misma manera. Ahora que me doy cuenta, apenas me he fijado en su cuerpo. Aprovecho este instante de descanso, este momento en el que está distraído y no me mira, para observarle. Es un hombre de hombros anchos, robusto, y sin mucho vello. Aunque no tiene cuerpo de gimnasio, se nota que está fuerte pero no lo suficiente para hacer frente a los consecuencias de la edad. Tiene una barriguilla cervecera incipiente. Realmente no tiene nada destacable, me digo. Es el típico funcionario, que va de lunes a viernes, a su aburrida oficina. O quizá estoy sacando conclusiones precipitadas.

— ¿Me lo quieres poner tú? —pregunta, sacándome de mi ensimismamiento.

Asiento y da un paso hacia mí. Su polla está a la altura de mi cuello, tremendamente erecta, apuntando hacia mí. No es una polla grande, tampoco pequeña. Es, como todo en su anatomía, un cuerpo que ha vivido mejores tiempo, que ya comienza a entrar en una inevitable decadencia pero que todavía tiene mucho que ofrecer.

Me entrega el condón y nuestros dedos se rozan. Los suyos están limpios. Me sorprendo pensando si los habrá lamido y yo no me habré dado cuenta.

Dejo el condón a mi lado sobre la cama, de momento no quiero látex de por medio, y agarro su pene. Lo lamo entero sosteniéndolo hacia arriba, de la base hasta la punta y me entretengo en ella un rato. Trazo círculos sobre su glande con mi lengua, la lamo y después lamo toda su pene como si fuera un helado. Introduzco la punta en mi boca mientras sacudo su polla despacio. La aprieto más fuerte y voy aumentando el ritmo mientras no paro de juguetear con mi lengua por su glande. Con mi otra mano, que hasta entonces no estaba haciendo nada, comienzo a acariciar sus huevos. Son grandes, pesados, y están suaves. Me pregunto si se los habrá depilado para mí y eso me pone más. Sostengo su polla mirando al techo y me inclino para lamerme los huevos. Me meto uno en la boca sin parar de acariciarlos con la mano y lo sorbo. Él gime, un gemido grave, contenido. Sonrío, abro los ojos y nuestras miradas se encuentran. Yo, con la boca a la altura de sus huevos, con mis labios todavía rozándolos, preparándome para sorber el otro. Lo hago sin dejar de mirarle y él parpadea y desvía un segundo la mirada, conteniendo otro gemido. Vuelvo a subir hasta su polla, me la llevo a la boca y cierro los ojos de nuevo. Comienzo a sacudir su polla más rápido, agarrándola fuerte, sin sacar la punta de mi boca. Al mover la mano pajeandole a veces me doy en los labios, pero no me importa. Aprieto su glande con mi labios mientras dentro de mi boca muevo mis lengua a su alrededor. Escucho su respiración cada vez más acelerada y sigo chupándole la polla. El coño me duele de la excitación, de verle tan cachondo, pero no detengo la mamada. Suelto su polla y me la meto todo lo que puedo en la boca. En ese momento él me coge de las muñecas.

—Sin manos —dice. Su voz suena casi como un gruñido.

Muevo la cabeza metiendo más su polla en mi boca, sacándola hasta llegar a la punta y volviéndola a meter todo lo que puedo. A veces me paso y me dan pequeñas arcadas pero me pone tanto…

Me muevo cada vez más rápido, adelante y atrás, apretando su pene con mis labios, comiéndomela toda sin manos. Uso sus gemidos como brújula. Lo estoy haciendo bien. Llega un punto en el que suelta mis manos y entonces vuelvo a pajear, muy rápido esta vez, pero sin sacar la punta de su polla de mi boca.

—Me voy a correr —me advierte.

Yo no me siento capaz de parar. Quiero follármelo pero al mismo tiempo me encantaría que se corriera ahora. Y él lo hace. Empuja levemente mi cabeza hacia su polla con una mano, más indicándome que se va a correr que obligándome a introducirla profundamente en la boca. Pero yo lo hago, suelto su polla y me muevo hacia delante, metiéndola en mi boca todo lo que puedo. Siento como se corre. Mi boca se llena de semen y por unos segundos me agobio porque no soy capaz de respirar, pero al final trago y la saco de mi boca pajeandola un poco más.

Jadeo, con los ojos cerrados todavía, recuperando el aliento. Siento mi boca pastosa y me limpio los labios con la mano. Abro los ojos pero no le miro.

—Voy al baño —digo. Y me levanto sin esperar su respuesta.

Entro y cierro la puerta a mis espaldas. Apoyada en el lavabo me miro en el espejo. Mi pelo castaño, demasiado largo para mi gusto, cayéndome a ambos lados de la cara, desparramándose sobre mis hombros. Mis ojos marrones, mis carnosos labios… Me observo atentamente durante unos segundos. No tengo cara de haber acabado de hacer una mamada, solo estoy un poco sonrojada, pero eso puede ser por la sensación de ahogo de antes. Me inclino y me enjuago la boca un par de veces. Mientras me estoy secando los labios, él llama a la puerta.

— ¿Puedo pasar? —su voz me llega amortiguada desde el otro lado. Qué cordial es para haberse corrido en mi boca.

—Sí, claro —respondo. Soy consciente de que estoy hablando muy poco, de que le debo estar pareciendo sosilla pero es que no sé qué más decir y tampoco quiero hablar demasiado.

Él abre la puerta. No se ha vestido y eso me sorprende. Yo ya había asumido que nuestro polvo se acababa aquí. Incluso en esos instantes frente al espejo, había dado por sentado que, cuando saliera del baño, él ya no estaría ahí, que se habría ido antes para que nos vieran marcharnos juntos del hotel. Todo muy peliculero. Todo muy Hollywood.

Pasa a mi lado hacia la bañera. Me doy cuenta de que su pene todavía está algo duro, se mueve cuando camina y eso siempre me ha hecho gracia. Se me escapa una risilla y él se gira para mirarme.

— ¿Qué te parece tan divertido? —la cara le cambia cuando sonríe. Ya no parece el típico oficinista aburrido que queda con jovencitas para follar a través de un chat de internet. Parece que hay algo más dentro de él, además del aburrimiento y la lujuria que he podido entrever.

—Nada —respondo y el suelta una carcajada. ¿Alguien más que le hará reír así? ¿Tendrá mujer, hijos, a los que dedicarles sus sonrisas?

Aparto esas preguntas de mi mente. Ya tendré tiempo de pensar en ellas más adelante, de vuelta a casa. Me doy cuenta de que su pene ha comenzado a ponerse duro de nuevo mientras me mira y mi excitación, que se había quedado dormida mientras me miraba al espejo, vuelve a despertar en mi bajo vientre.

Él se da la vuelta y abre el grifo de la ducha. Se mete y corre la cortina como si buscará intimidad, como si no acabara de correrse en mi boca hace un instante. Camino hacia la bañera.

— ¿Puedo? —aparto la cortina y entro sin esperar su respuesta.