Nada mejor que estar con un maduro

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La invitación a viajar les hizo disfrutar el paisaje gallego así como lo agradable de sus cuerpos sudorosos y entregados al vicio. Una buena venganza a su marido, de reconocido interés por los hombres. El muy cabrón no merecía otra cosa…

– Preciosa, ¿dime te apetece un viajecito a Galicia? –escuché la voz áspera de Ramiro decirme junto al oído.

– Pues claro, sabes que me encanta viajar –respondí a su pregunta con sonrisa cómplice.

– ¿Podrás arreglarlo en casa?

– Sí, no te preocupes por eso… Dejaré a los niños con mis padres. ¿Cuándo marchamos? –pregunté profundamente interesada ante tan atractiva propuesta.

– Prepáralo todo para de aquí cinco días. Poco equipaje, una maleta mediana será suficiente. Saco los billetes y alquilaré un coche para movernos por allí –su voz susurrante pegada a los cabellos antes de besarme suavemente el cuello.

Eso me hizo temblar ligeramente. Ramiro sabía bien cómo sacar lo peor de mí. Sentada frente al portátil y tras dejarme sola, continué con aquellos documentos que corría prisa darles salida. Una vez hecho, organizarlos en carpetas del modo meticuloso que a Ramiro le gustaba. Todo muy ordenado y fácil de encontrar. La hora de la comida y una vez todo el mundo fuera de la oficina, me llamaba al despacho. Sabía perfectamente lo que pretendía. Y yo también lo deseaba.

– Nuria, cierra la puerta por favor.

Tras hacerlo y taconeando a lo largo del despacho, pronto quedé de pie a su lado. Cogiéndole la corbata jugué con ella, corriendo los dedos por encima de la negra seda. Tenía ganas de él, me sentía cachonda y con ganas de juerga. Ramiro se hizo el falsamente remolón, allí sentado en su butaca y tapándose los ojos ante el espectáculo que le mostraba. Nos gustaban esos juegos, aunque los dos lo deseábamos nos gustaba alargarlo y jugar con el morbo y el vicio que las diferentes posibilidades nos daban. Seguí con los dedos por encima de la corbata, arriba y abajo muy lentamente al tirar con suavidad de ella. Pasándole luego los dedos por encima de la camisa gris, fui aproximando más y más el contacto. Sin decir palabra, los dos sabíamos lo que queríamos. Hacía tres largos días que no lo hacíamos y era ya hora de poner remedio a eso. Los dedos a lo largo de la tapeta frontal para de nuevo hacerme con la corbata, al fin se puso en pie tan alto como era.

– Ven aquí pequeña –besándome por vez primera, un corto beso al tomarme por la cintura y hacerme sentar en la mesa.

Echando a un lado unos dosieres que por encima de la misma se encontraban, aproveché yo para acomodarme de la mejor manera quedando tumbada y espatarrada frente a él.

– Deja que te bese –haciéndome incorporar hacia él para, tomada del cabello, besarnos apasionados y de manera sucia.

– Bésame sí, bésame anda –pedí deseando el contacto de las bocas.

Eso me excitaba, los besos y todo el ritual de preparativos tan llenos de sucinto erotismo. Un juego breve, un simple esbozo de lo que se podía avecinar. Me gustaba que lo hiciera así. Uniendo las bocas me la hizo abrir para al momento enterrar la lengua enlazándola junto a la mía. Tímidamente jadeantes los dos, el correr de los besos se reconocía en el silencio del despacho. Besos húmedos y llenos de vicio y pasión, mordiéndole yo los labios y envolviéndome Ramiro los míos con los suyos. Mientras con las manos me corría la blusa, llevándome contra él fuertemente cogida por la espalda. Yo me dejaba hacer, acalorada y deseosa de más besos. Agarrada a sus brazos, continuamos con lo nuestro. Tiernos besitos ahora que pronto se convirtieron en apasionados y profundos, mordiéndole yo nuevamente el labio inferior lo que tanto sabía que le ponía.

– No seas traviesa –clamando débilmente con el indecente mordisco.

– Bésame anda, sé malo conmigo.

– ¿Eso quieres? –los fuertes brazos de mi amante envolviéndome entre ellos.

Besándonos como desesperados, pronto noté la mano masculina buscarme los botones de la blusa. Soltándolos con urgencia, la mano se apoderó del pecho por encima del sujetador. Enganchada del cuello volvió a hacerse con mi boca. Besos sucios y húmedos con que acallar los gemidos que me escapaban de entre los labios. Bajándome la cazoleta del sujetador, el contacto con el pecho le fue fácil. Rozándolo con los dedos, apretándolo con fuerza para pasar luego al pezón que acarició y pellizcó arrancándome un grito ahogado de dolor. No pude menos que dejar caer mi mano sobre la suya haciendo la presión mucho más férrea. Al tiempo y por abajo, entre gemidos de emoción yo le buscaba sobre el pantalón. Sintiendo aquello duro que tanto me interesaba, le acaricié con suavidad pero notándolo cuán largo era.

– Estás duro cariño –declaré sonriéndole maliciosa mientras los dedos se adueñaban traviesos del grueso músculo que la tela del pantalón cubría.

Los besos entre ambos siguieron, buscando desnudarnos con las manos y ahogando los gemidos y suspiros en la boca del otro. Cayendo sobre los pechos, Ramiro me los lamió y chupó con impaciencia. Haciéndose con un pezón que enseguida se encabritó bajo sus labios y con el roce de la lengua. Subiendo luego entre los pechos y hacia el cuello que recorrió con la lengua, produciendo en mí un escalofrío de pies a cabeza. Me besó el cuello, lamiéndolo y haciéndome notar sus babas calientes y sucias por el deseo. Continué por abajo, queriéndole mantener tan duro como aquello se sentía bajo mis dedos. Me ponía, me ponía mucho su polla y aunque la conocía bien siempre que nos veíamos suponía una nueva experiencia de la que disfrutar.

Loco como lo estaba, mi amante continuó entre mis pechos lamiéndolos y jugando con ellos. Llenándolos con suaves y cortos besitos y endureciendo los pezones con el roce continuo al que los dedos los sometían. Yo gemía y sollozaba entregada a la caricia, apoyada en la mesa y soportando su peso y ataques como mejor podía.

– Hazme el amor cariño, házmelo… bésame, bésame –murmuraba abriendo los temblorosos labios hasta quedar envueltos con los suyos.

Incorporándome como pude, me apoderé del cinturón que mantenía a buen recaudo lo que allí guardaba. Hebilla fuera y cinturón al suelo para enseguida hacerme con el botón que solté con igual rapidez. De ahí a la camisa y la corbata, tirando de esta última y devorando los botones de la primera que fui soltando uno a uno. Sentada sobre la mesa no paraba de reír y provocarle con la urgencia de mis gestos. Me sentía cachonda y dispuesta a todo. Entre los dos conseguimos al fin desnudarle, bajándole el pantalón y encontrándome con el estrecho slip. Traté de bajarlo en busca del escondido trofeo, lo deseaba, lo necesitaba tanto y tanto.

– Dámela, dámela… no me hagas esperar más… -el deseo por el hombre me delataba en mi total locura.

Le pajeé entre los dedos al besarnos para seguidamente dejarme caer atrás. Con las piernas abiertas, el espectáculo que le ofrecía se compensaba con el del hombre maduro al que reté con mis miradas y gestos de mujer salvaje y algo golfa. Pasándome la lengua sobre los labios, humedeciéndolos y gimiendo tímidamente como forma de provocarle. Ramiro se encontraba muy muy duro y excitado, un miembro enorme y firme como yo bien lo conocía. Me relamí nuevamente deseando probarlo y tenerlo ya en la boca. Pero antes, el hombre aprovechó para pasarme los labios por encima de los muslos, chupándolos y lamiéndolos por el interior de los mismos. Removiéndome yo con el insistente pasear de los tenues besitos con que me complacía. Metiéndome dos de sus dedos en la raja, follándola y sacándome leves gimoteos satisfechos. Deprisa los movía, creciendo mis gemidos en volumen al mismo ritmo que los dedos se meneaban resbalándome vagina adentro.

– Fóllame, muévelos aprisa… sí sí…

Adentro y afuera, deprisa y sin descanso acercó su boca a la mía y así mis sollozos y jadeos fueron acallados mientras por abajo aquel par de exquisitos dedos me maltrataban una y otra vez camino del mejor de mis placeres. Sacándolos ahora y pasándolos por encima de la raja, un gruñido escapó de mi boca. Y de nuevo adentro, deslizándolos con facilidad gracias a lo muy mojada que me encontraba.

– ¿Te gusta nena? –la voz del hombre se escuchó ronca y segura junto a mi boca.

– Me encanta… sigue, sigue, me harás correr.

Dejándolos quietos unos segundos, me permitió un mínimo descanso que aproveché buscándome una mejor posición al estirar la pierna concediéndole una distinta visión de la empapada flor. Mirándole con gesto nublado, reclamé que siguiera con aquello y entonces el hombre volvió a meterme los dedos lo que me produjo un largo lamento de placer. Me notaba hecha polvo pero deseaba que continuara con aquello hasta acabar rendida entre sus brazos. Correrme entre sus manos y con aquel par de dedos que tanto y tanto placer me daban. ¡Sigue, sigue! –pensaba para mí y sin fuerzas para pronunciar palabra. Los dedos sobre la raja subieron al pequeño botoncillo de mi total desvergüenza. Rozándolo traviesos y una y otra vez, pronto se elevó endurecido y húmedo bajo el caudal de jugos que mi sexo producía. El dedo pulgar por encima lo acarició con soltura y determinación haciéndome aullar por un placer creciente e inaudito.

Me iba a correr y así se lo hice saber. Llevándome los dedos a la boca y de ahí a su miembro que tan duro y firme aparecía. Chillando complacida, entreabriendo y cerrando los ojos según el placer se incrementaba o cedía. Deprisa, cada vez más deprisa e insistente aquel dedo sublime martirizaba mi delicado clítoris con cada nuevo roce y caricia. Pegados el uno al otro, las bocas muy cerca una de la otra, me corrí al fin ofreciéndole un orgasmo cálido y prolongado. Corriéndome los fluidos muslos abajo, me sentí feliz y descansada. Los labios abiertos, pude ver la flor rosada de la vulva expuesta a la mirada del hombre que la contemplaba embebido como si de un objeto largamente deseado y bien difícil de conseguir se tratara.

– ¿Te corriste? –en mi nebulosa le escuché preguntar a lo que solo pude responder con sonrisa bobalicona y llena de agradecimiento.

– Ven déjame que te ayude –dije tras unos segundos de alivio y alzándome hacia él quedando bien sentada sobre la mesa.

Resbalando al suelo, se la comí y chupé llevándole al espacio infinito y más allá. Golpeándole con la lengua el hinchado glande, haciéndole gemir entusiasmado y volviendo a darle con la lengua de manera maliciosa. Metiéndomelo luego brevemente en la boca y de nuevo golpeándolo y haciéndolo palpitar. Me gustaba eso, rozarlo con la lengua tan solo el glande y luego dentro de la boca un mínimo momento. Sonriéndole y abriendo la boquita por la que sacar la puntilla de la lengua con la que acariciarle. Murmurando al hacérselo, la lengua corriéndole sobre el glande el pobre gemía y suspiraba pidiendo seguir. Mordiéndome el labio inferior con picardía, le excité aún más con mi mirada perversa. Envolviéndole el grueso champiñón con los labios, lamí y saboreé el recio músculo con la lengua, rozándolo y lamiéndolo a todo lo largo. Pasándola por encima del glande, humedeciéndolo convenientemente del modo que mi experiencia me marcaba.

Chupándosela y mordiéndole ligeramente el grueso capuchón, Ramiro enganchó mis cabellos llevándome hacia él. Haciendo chocar mis labios con su vientre al notarme completamente llena por su sexo enorme. Tras unos segundos conteniendo el aliento me soltó permitiéndome respirar. Gimiendo y bramando su placer me folló sin descanso la boca. Cruzamos las miradas y la suya brillaba como imagino hacía la mía, fija en la del hombre. Retirándome mi amante la polla de entre mis dedos, me dediqué a los huevos cargados y que lamí y devoré sabiéndolos duros y llenos del cálido líquido que pronto disfrutaría. Pajeándole entre los dedos, moviendo la mano por encima del tronco, el placer masculino aumentaba exponencialmente a cada instante que se lo hacía. Gemía, bufaba, buscaba aire que respirar. Los ojos cerrados y parado frente a mi boca, quise ser mala y así le masturbé sin descanso en busca de su orgasmo. Adelante y atrás, moviendo los dedos a lo largo de su sexo que notaba palpitar camino de un dulce final.

– Sigue Nuria, sigue… eres fantástica.

Sin responder a sus palabras de aliento continué a lo mío, pajeándole con furia creciente, escuchándole jadear y respirar con dificultad por encima de mi cabeza. Metiéndomela en la boca más de la mitad y sin necesidad de las manos que tenía fuertemente apoyadas en la parte trasera de sus muslos. Llenando la horrible erección de las babas que mi boca producía. Eso la hizo correr con mayor facilidad, esparciéndolas con los labios y la boca a lo largo del tronco que se veía brillante y marcado por las venas mitad verdosas mitad azuladas por la tensión que al hombre consumía.

Un grito llenó al fin el despacho, quedando quieto al empezar a eyacular soltando el ardiente manantial de fluidos espesos, viscosos y blanquecinos por encima de mi rostro descompuesto por la pasión y el deseo que me dominaban. Dos, tres, cuatro trallazos me cubrieron la cara de semen, que aguanté como pude cerrando los ojos y abriendo la boca tratando de recoger lo que fuera capaz. Nariz, frente, barbilla y hasta por los cabellos me dejaron perdida de la potencia de su corrida que recibí sonriente y deseosa que nunca acabase. Ramiro bramaba como un toro, gruñía su placer con el gesto demudado y alterado por el orgasmo que mis muchas artes le habían hecho tener. Los ojos entreabiertos, la mirada beatífica y soportando el hombre el peso como podía, las manos me cayeron en la cabeza sujeto al enredar los dedos entre mis cabellos.

Ramiro era mi jefe al tiempo que mi amante desde largos meses atrás. A sus cincuenta y seis años y divorciado hacía ya unos años, se mantenía en forma y todavía de buen ver. Para su edad se defendía con un aguante más que aceptable, soportándome el envite y pudiéndome echar dos repitiendo sin mayor problema, lo cual para mis necesidades y su avanzada edad la verdad no estaba nada mal. Me encanta golfear y puedo decir que con Ramiro me siento feliz, disfrutando de todos los caprichos que me da. Lo sé, no puede decirse que sea el mejor ejemplo para mis pequeños. Aunque lo pretendo, una no puede pasar sin ciertas cosas. La vida es corta y a mis treinta y dos años, el enterarme de lo que mi marido me hacía y además con hombres me hizo llorar tanto y tanto. Si al menos hubiera sido con una mujer tal vez no me hubiera sentido tan dolida y humillada. ¿Quién sabe?

Los primeros años a su lado fueron buenos. Pronto tuvimos a Mateo y al poco nació la niña, apenas dos años de diferencia entre ambos. La casa se llenó de alegría con el par de revoltosos con los que la vida nos regaló. Pero una vez llegaron los dos niños, el interés de mi marido desapareció por completo. Ya no me tocaba, ni me besaba y acariciaba como antes. Un muro de hormigón se hizo en él. No tardé en saber que perdía aceite en abundancia, de sus encuentros homosexuales y de su gusto por comer pollas y porque le rompieran por detrás. Un completo shock resultó y bien difícil de asimilar el castillo de naipes que en un instante ante mí se rompía.

A partir de ahí busqué compañía en otros hombres que me dieran lo que el cabrón de mi esposo me negaba, siempre volviéndose de espaldas en la cama sin interés alguno por mi persona. Fogosa como lo soy, no podía pasar sin sexo y un buen miembro que me llenara las muchas necesidades que mi cuerpo lozano reclamaba. Dos relaciones cortas tuve, breves encuentros poco o nada satisfactorios hasta que a mis treinta y cuatro años al fin Ramiro se cruzó en mi camino. Lo recuerdo perfectamente, fue la noche en que me sedujo en aquella fría habitación de hotel iniciando así una relación adúltera que como veis continúa viento en popa hasta hoy.

Un jueves a primera hora de la mañana tomábamos el avión que nos llevaría a Vigo. Por la noche había dejado a los niños con mis padres, durmiendo en su casa y sin despedirme de mi marido. Ya nada quedaba entre nosotros, le aborrecía en lo más profundo de mi ser. El vuelo fue rápido y sin percance alguno, una hora escasa y nos encontrábamos en tierras gallegas recogiendo el poco equipaje que llevábamos. Un largo beso de enamorados nos dimos mientras lo esperábamos en la cinta, ajenos por completo a nuestro alrededor. Beso sincero y pasional, dándome Ramiro su lengua al enlazarla junto a la mía enganchándome con el brazo por la cintura.

Nos separamos y tirando de los respectivos equipajes, nos dirigimos a la compañía de alquiler de coches donde nos entregaron el flamante Audi A3 en color negro y de tres puertas que iba a ser más que suficiente para los días que íbamos a pasar. Podríamos recorrer la zona y aprovechar al máximo el tiempo. Tras la documentación necesaria, Ramiro pagó con la tarjeta de empresa y enseguida marchamos tomando autovía adelante camino de la habitación del hotel que nos esperaba. Media hora de viaje disfrutando el increíble paisaje que la zona nos brindaba, con el frondoso y espeso bosque dominado y lleno de pinos y altos eucaliptos sobre la amplia y abundante base de follaje, arbustos y plantas de matorral como el tojo, el brezo y la carquesia que lo envolvía.

Aquel paisaje no pudo más que traerme al recuerdo las conocidas y antiquísimas leyendas gallegas de bosques espesos y tan llenos de meigas, trasgos y misterios sin par. Por todos es sabido que Galicia es conocida por sus leyendas a medio camino entre la magia y los cuentos. Mito y realidad, avivando terrores de niños y de caminantes y pastores durante la noche. Encapuchados fantasmales, desfiles de espectros, apariciones de muertos o almas perdidas como sinónimo de tragedias. Mágicas tierras gallegas en las que escuchar cánticos y rezos entre la densa niebla y el viento. Y en las que poder toparse con los famosos cruceiros, uno de los símbolos durante el camino de Santiago y que todo peregrino encuentra durante la travesía en el viaje. O los no menos famosos hórreos, de carácter pagano e igualmente rasgo característico del bello paisaje rural gallego.

Llegamos al hotel y tras inscribirnos en recepción nos instalamos en la acogedora y coqueta habitación, de blancas paredes y tamaño medio. Tras dejar la maleta en el armario, lo primero que hice como siempre hago fue lanzarme sobre la mullida y cómoda cama, rodando por ella hasta quedar sentada. Encendí la tele que a esas horas nada de interesante programaba y una vez apagada le ofrecí un beso corto a mi enamorado. Tomada del talle me besó con suavidad, juntando los labios y bajando las manos a mis nalgas haciéndome pegar a él, Ronroneé débilmente y en un momento de separación conseguí desembarazarme de su lado, poniendo camino al armario donde hacerme con nuevas ropas con las que cambiarme tras la reparadora ducha.

– Necesito una ducha… ¿vienes?

– Enseguida voy contigo nena –respondió sentado en la cama al deshacerse con prontitud de uno de los zapatos.

Con las ropas entre las manos y echando la mirada atrás, una sonrisa seductora y llena de encanto le lancé. Sabía bien lo que sus palabras querían indicar. En el baño, desnuda por completo y con el cabello recogido, me metí a la ducha donde abrir el grifo tratando de mezclar las respectivas sensaciones de frío y calor. Me apetecía agua templada con la que relajarme y tonificar los músculos bajo el caudal que el líquido elemento me ofrecía. Pronto abrí un sobre de gel y, mezclado con el agua, lo empecé a esparcir por el pecho, los brazos y el resto del cuerpo creando aquella agradable percepción que siempre una ducha relajante otorga. Canturreando en voz baja para mí misma, recorrí el cuerpo con las manos. El cuello, los pechos que noté enderezarse inquietos bajo el roce. Los brazos y las piernas recibieron igualmente la atención de los dedos por encima. El calor delicado y ligero me caía por la desnuda figura, haciéndome sentir en la gloria en ese momento de total relajación que es la ducha.

– ¿Me haces un sitio? –la voz susurrante y ronca de Ramiro al unirse.

– Claro, pasa.

Pegado a mi espalda, un beso suave y lleno de ternura me plantó en el hombro para bajar luego a la parte alta del brazo. Temblé entera con ese simple roce. Entonces fue cuando noté las fuertes y cuidadas manos masculinas tomarme los húmedos pechos entre ellas. Gemí entregada a la caricia que no podía menos que encandilarme. Murmuré algo sin sentido lo que hizo que mi amante se animara a seguir. Las manos bajaron a los muslos, apretándolos con fuerza bajo la tibieza que mi cuerpo desprendía.

– Estás preciosa con el pelo mojado y el agua cayéndote encima –las palabras de Ramiro junto a mi oído.

– Gracias –tan solo pude musitar con el vigor de aquellas manos y el perentorio sentido que las palabras guardaban.

En el pequeño hueco de la ducha pero suficiente para dos, pegado a mi espalda pude sentir su miembro robusto y firme apretado con fiereza a las nalgas lo que me hizo ronronear hambrienta de él. Se encontraba excitado como yo lo estaba, dispuestos ambos a todo aquello que nuestros cuerpos pudiesen reclamarnos. Que ciertamente parecía ser mucho viéndonos tan entregados y necesitados por el otro.

– Bésame, bésame cariño –ahora era yo la que susurraba pidiéndole que lo hiciera.

Una de las manos se apoderó de mi pecho, manoseándolo excitado con mi mano sobre la suya mientras por atrás continuaba pegándose con malicia y vicio irrefrenables. Aquello sobre mis nalgas se notaba muy muy duro como yo bien lo conocía. Grueso, descapullado y rozándose sin descanso al empezar a arrancarme toda una serie de jadeos y gemidos. Un beso violento y apasionado con el que callarme, haciéndome volver la cara al rozarme tímidamente la comisura del labio. Los cabellos húmedos por la acción del agua cayéndoles encima, el rostro y la piel perlados de finas gotas resbalándoles abajo.

Subiendo peligrosamente a la oreja, acercó la boca besándola y lamiéndola con descaro. Una pequeña mordida acompañada de un leve susurro lo que originó en mí un torrente de sensaciones del más alto contenido erótico. Me corrí sin remedio con tan sensual acercamiento, notando los labios envolver la pequeña orejilla sobre la que golpear el entrecortado y cálido resuello del macho. No pude más que agarrarme como pude a los mojados azulejos.

– Sigue maldito, sigue…

Aquella clara insinuación erótica cerca de la boca y la oreja significaba todo lo que el hombre no me decía con sus palabras. Insinuaciones de deseo y pasión sin límites por mi persona. Volvió a besarme esta vez de forma delicada y suave, pegando los labios a los míos cogido por la nuca como le tenía. La mano resbaló por el cuello y el rostro del hombre, obligándole a que me besara con mayor interés e indecencia. Me ponía loca con aquellas manos corriéndome el cuerpo, las caderas, los muslos arriba y abajo.

Subiéndolas con urgencia a los pechos duros y turgentes con el roce de sus dedos y luego nuevamente abajo, apoderándose de mi vientre empapado de humedad y de los jugos que mi sexo producía. Gemí débilmente, echando el culo atrás para reconocer el miembro escandalosamente erguido del macho que tan cachonda me tenía. Lo removí en círculo notando el aparato masculino pegarse deseoso de mayor rozamiento por mi parte. Entre los cuerpos tiré la mano atrás buscándole el sexo. Con lentitud lo masajeé haciendo correr la espuma a lo largo del tronco, adelante y atrás y de forma muy muy lenta provocando en Ramiro un suspiro placentero.

– Así así Nuria… así despacio me gusta…

Continué con la caricia, envuelta por la terrible humanidad del cuerpo masculino. Masturbándole con la facilidad que la espuma me permitía. Arriba y abajo, pasándole los dedos por encima, agarrándole y sintiendo el irregular respirar de mi amigo a lo largo del cuello. Deslizó la lengua con impudicia no reprimida al pegarse contra mi trasero, dándome a sentir el enorme músculo. Meneé el culo contra él, cogida de las caderas como me tenía y doblando la pierna para favorecer el roce.

– Muévete.. mué… vete… házmela sentir.

Me removía contra él y el miembro masculino se veía exageradamente grueso y elevado, gracias al constante ir y venir entre uno y otro. Con un movimiento brusco me giré hacia él llevándole contra la pared. Yo también quise ser mala y lanzándome sobre el cuello de mi compañero se lo besé, chupé y lamí rozándole la lengua por encima para luego hacerme con la oreja que gusté y devoré mordiéndole suavemente el lóbulo. Eso le hizo vibrar entero, quedando en tensión bajo mis palabras sucias y malvadas con que excitarle más.

– ¿Te gusta que sea mala?

– Me encanta pequeña… eres una brujilla encantadora.

Nos besamos con dulzura pasmosa, pero pronto el hombre maduro me atrapó la cabeza cayendo en un beso turbio y prolongado cargado de las peores intenciones. Me hizo levantar la pierna hundiéndole los dedos en el muslo, pudiéndose escuchar los tímidos lamentos que exhalábamos bajo el grifo del agua.

– Sigue cariño, sigue… me tienes tan cachonda.

Con un nuevo beso apasionado y profundo, la invitación al encuentro resultaba más que clara. Beso húmedo y atrevido con el que rozar las lenguas camino de una mayor intimidad. Gemíamos entrecortados, le mordía el labio reclamando más besos. Respirando uno y otro excitados y nerviosos al cogerme la lengua con los dientes raspándola por encima. Las enlazamos en el interior de mi boca, enganchada del cuello como me tenía mientras yo le rodeaba la pierna con la mía haciendo el contacto más voluptuoso.

Con ese contacto pude notar el cabecear del miembro sobre el muslo y el vientre de manera descontrolada. Encabritado y desbocado con la cercanía de los cuerpos que a los dos nos sacaba lo peor de cada cual. Elevado al pegarse al muslo se lo cogí con la mano, volviendo a iniciar un pausado y cariñoso restregar entre los dedos. Aumentando el movimiento de forma gradual y cada vez más veloz con la facilidad que la piel húmeda me ofrecía. Despacio muy despacio ahora se lo hacía, buscando hacerle conocer el mayor de los sufrimientos. Que lo deseara pero parando en mi quehacer, haciéndolo alargar para el mayor placer de ambos. Aquella polla tan gruesa y dura me tenía confundida con su visión perturbadora, bajo el vaho del pequeño reducto en que nos encontrábamos.

– ¡Qué dura la tienes! –no pude menos que exclamar tomada entre los dedos como la tenía.

Un beso de lengua nos unió, beso que no permitía interpretaciones tibias sobre lo que más pronto que tarde allí se daría. Aquel ariete tan tremendo vibraba de emoción con cada una de mis caricias. Musculoso y altamente desarrollado, grueso y de venas marcadas, Ramiro cerró los ojos gozando los momentos gloriosos que le hacía vivir.

– Sigue Nuria, sigue… qué gusto me das.

Al poco noté la mano de mi amante acariciarme la pierna. De forma fuerte y sensual la dejaba correr arriba y abajo a lo largo del muslo. Me dejé hacer por el hombre, sollozando de placer con el roce intenso que aquella mano me hacía sentir. La mano corría insistente, resbalando al interior de los muslos hasta encontrar finalmente el pubis y toda la raja empapada del goce que me invadía las piernas. De ese modo nos masturbamos mutuamente, metiéndome él dos dedos y pajeándole yo con lentitud y saber hacer.

En su excitación terrible, Ramiro me manoseaba el pubis y todo lo que podía de mi sexo inflamado por el deseo. De forma reiterada me lo acariciaba, estrujándolo obstinado cada vez más y más. Hundía los dedos en mis carnes, apretándolos y recorriéndome las curvas que seguro tanto le excitaban. Los hundía ahora en mi raja, separando los labios y apareciendo la flor rosada permitiéndole el paso vagina adentro. Gimoteé devorada por el placer y las muchas sensaciones que me llenaban el cuerpo. Un ramalazo corriéndome la espalda hasta llegarme al cerebro congestionado en su turbio discurrir. Fuera de mí, aprovechó para meterlos y sacarlos de manera rápida y luego más lenta exclamando yo en mi locura el querer seguir sin respiro.

– Sigue cariño, sigue… me tienes loca…

– Muévete preciosa, siéntelos, siéntelos dentro de ti.

– Oh, sí sí… no te pares, no te pares… ahhhhh.

Volví a notar el calor de su mano por encima del muslo, abandonando unos instantes mi sexo que solo hacía que palpitar reclamando nuevas caricias. Ramiro se dedicó a rozarme los muslos y las caderas, besándome amoroso y apoyando las manos en las nalgas que notaba deseosas de su cálido tránsito. Me removí entre sus brazos, no sin dejar de masturbarle cumpliendo con mi parte del trato. Me gustaba hacerlo, tan duro y dispuesto se veía que no se podía más que acorralarle entre los dedos. Mientras, los del hombre se encontraron con el mojado vello que poblaba en abundancia mi pubis, enredándose en el mismo con sutileza pasmosa. Nuevamente separando los labios y entrando adentro, comenzando a moverse de manera lenta y precisa. Susurrando yo palabras tenues, doblando la pierna bajo el ataque furibundo al que me sometía. Los dedos se enterraban en mi chochito y fue cuando me corrí, agarrada con firmeza a su brazo y sin poder evitar el sofocante desahogo que de forma galopante me abandonaba.

Rasgándole el brazo con las uñas al clavarlas, las piernas me fallaban al escaparme un lamento de pura emoción y desasosiego. Apretándome los labios con saña, cedí al orgasmo abandonándome muslos abajo. Los ojos en blanco y con el ceño fruncido por el enorme placer el mundo parecía que no me pertenecía, tan lejos me hallaba en esos momentos de donde me encontraba. Cayendo mi rostro sobre el suyo al notarme besada y amada de aquel modo tan maravilloso.

– Oh mi amor… ¿qué me haces?… Qué bueno, qué bueno es esto.

Respirando jadeante, recomponiendo mínimamente la figura tras el terrible éxtasis, fui yo la que comencé a pajearle con determinación y rapidez ansiosa por devolverle lo que él me había hecho. El agua continuaba escurriendo tibia por las pieles cansadas. Por su parte, el vapor envolvía la ducha haciendo que las puertas de la mampara se viesen empañadas. Las manos de Ramiro volvieron a hacerse conmigo, resbalando por la espalda hasta la zona de los riñones. Las noté duras y apretadas como queriéndome reconocer una vez más.

Al instante bajó piernas abajo acariciándolas, los dos callados tan solo disfrutando lo que me hacía. Tan despacio como siempre, mis miembros entumecidos volvieron a ponerse en marcha con el lento resbalar. El macho maduro oprimió los muslos para recorrerlos arriba y abajo, allanándose el camino con la ayuda del agua reparadora. De nuevo me besó cariñoso y sincero, devolviéndole yo el beso con un deje de debilidad extrema. Seguía sintiéndome mojada entre las piernas pese a lo extenuada que me encontraba. Deseaba volver a las andadas y jugar con mi hombre hasta donde el cachondeo nos diese.

Las manos me tenían bien cogida de los glúteos, estrechándome entre ellas y tratando de llevarme hacia él. El roce con su miembro se hizo inevitable una vez más y eso me hizo emitir un “ay” excitado. Volvía a hacérmelo, volvía a hacérmelo nuevamente. Volvía a ponerme encendida y caliente con el solo contacto de esa polla en mis piernas. Eso no entraba evidentemente en mis planes, deseosa como me hallaba por ser yo quien le complaciera. La vulva me ardía entre las piernas y me apreté contra él, oyéndole musitar en voz baja. Busqué girarme y al lograrlo con dificultad sobre el mojado suelo, le besé ansiosa de nuevos placeres.

– Deja que te masturbe, déjame –mi voz hecha un cálido ruego.

Se la cogí entre los dedos, descubriéndola tan gruesa y dura como unos instantes antes. Ramiro se encontraba muy excitado por la situación, seguramente mucho más que eso. Vanidosa, firme y curvada hacia arriba, el glande rosado se percibía espléndido y libre de piel que lo cubriera. Me estremecí entera al mover la mano a todo lo largo del miembro viril. Suponía aquella una sensación tan horrible pero fascinante al tiempo. Bajé la mano a los testículos, tan sólidos y cargados de potencia masculina. Los acaricié sopesándolos bajo los dedos, rozándolos con suavidad y delicadeza extremas. Ramiro gemía alterado, tirando el vientre adelante en busca del roce que le tranquilizara.

– Pajéame pequeña, pajéame Nuria… dame placer con tus dedos.

Eso me hizo activar aún más, agarrando el bote de champú que en la repisa reposaba. Tomándole el pene y comenzando a sacudir los dedos, llenos de espuma blanca, con lentitud y de forma considerada. Era aquel un objeto largamente deseado y al que saber tratar. De manera que a ello me puse de la mejor manera que supe. Los moví más rápido enseguida, arriba y abajo y adelante y atrás la espuma resultaba el mejor aliado para mis pérfidas intenciones. El hombre agradecido gemía, quieto y parado entre mis manos y con las suyas tratando de llevarme a su lado. Los pechos, los costados y el vientre irritado notaron el transitar de sus manos. Me zafé como pude, dueña por completo de su cuerpo como me sentía.

Seguí masturbándole, lento y rápido, parando e iniciando el correr de los dedos sobre su sexo. Ramiro me pidió seguir y seguir. Enganchado y frente al hombre, le pajeé con violencia y rapidez inusitadas. Ya no quería ni podía parar, solo quería hacerle correr entre mis dedos y acabar con todo el ímpetu y violencia salvaje que el macho guardaba. El hombre gimoteaba en voz baja, removiéndose y flaqueándole las piernas con lo próximo del orgasmo. Mirándole a los ojos reclamando su placer, le corría los dedos por encima tomándosela luego con la totalidad de la mano. El agua caía furiosa sobre los cuerpos, en largos e interminables chorros que sin remedio acababan en el resbaladizo suelo.

– Dámelo, dámelo… lo quiero todo…

– Sí sí, me voy a correr, me voy a correr nenaaaa.

Desesperado por lo intenso del momento, se corrió finalmente deleitándome con el calor de su semen resbalándome entre los dedos y chorreando abajo por efecto inevitable de la gravedad. Mi maduro y apuesto amante se retorcía en su total placer, rígido como se hallaba al sentir la corrida abandonarle. Desde mi atalaya y bajando la mirada pude contemplar el placer masculino cayendo y goteando al suelo, viendo todo aquel ejército de espermatozoides escapar por el desagüe de la ducha. Todo parecía haber acabado, no sin antes saborear los pocos restos de semen que entre los dedos tenía. Cerré los ojos, ronroneando mimosa al devorar con lascivia el placer de mi hombre. Una vez hecho, le acerqué dejándome besar por aquellos labios en un beso de enamorados.

– ¿Qué tal quedaste cariño? ¿Lo pasaste bien? –sonreí mi triunfo viéndole tan apagado y mustio.

– Eres una zorrita, eres una zorrita encantadora. Ven, deja que te bese.

Uniendo las bocas una vez más, la pasión y los espasmos se fueron rebajando con el transcurso de los segundos. Cerrando el grifo de la ducha era hora de invitarle a salir. Cogido del pene flácido por la reciente corrida le hice seguirme a la cama.

Trepando sobre el amplio lecho de colcha de un fino tono grisáceo, me mostré ante mi hombre perversa y desvergonzada. Gateando sobre la cama, me removí mostrándole el culillo en actitud altamente inmoral. Era hora de entregarme al macho que tanto me gustaba, no aguantaba más el tormento de tenerle a mi lado y no disfrutar de sus caricias y su sexo. Allí plantado ante mí, el miembro brillante se veía palpitante y hambriento de más pese a su blandura evidente. Con la cercanía de mis formas redondas y expuestas a su mirada, sin gesto alguno de debilidad y meneándolo entre sus dedos una media hora después no tardó en recuperar el tamaño deseado. Me relamí contemplándolo en toda su belleza magnífica.

– Ven acompáñame –con un golpe de dedo reclamé en voz baja, atizando después con la mano y suavemente la colcha como insinuación clara al encuentro.

Cayendo de espaldas sobre la cama con las piernas elevadas y dobladas, pronto descubrí al hombre lanzarse encima. Nos besamos y abrazamos por enésima vez, haciéndose Ramiro con mi cuello lo que como sabéis tanto me ponía. Gimoteando abrazada a mi hombre, me lo comió y besó desenfrenado mientras por abajo yo intentaba encontrar la tan necesaria copula. Con un hilillo excitado de voz se lo hice saber.

– Hazme el amor, házmelo… lo necesito tanto.

Buscándole con los dedos el pene, nos rozamos desesperados hasta que la penetración se hizo lenta y completa. Pegada a Ramiro lancé un gemido complacido, el miembro resbalándome adentro con la potencia brusca del macho. Centímetro a centímetro me fue horadando, abriéndose las paredes bajo su empuje para acogerle risueñas y festivas vagina adentro. Gemí herida por el terrible visitante, al que tan bien conocía pero al que nunca me acostumbraba. Recia, enorme en su tamaño, aquella polla era todo un regalo para mi coñito necesitado de caricias y roces sin descanso. Ramiro quedó quieto sobre mí unos instantes, dándome a sentir el miembro robusto entre las paredes complacidas con la temible presencia.

– Fóllame quieres –mi voz quejumbrosa fue la llave que dio permiso al hombre al lento movimiento.

Acallando mis tenues gemidos en su brazo, le noté moverse iniciando un lento fornicar. Adentro y afuera y acompañado por la humedad que mi sexo rezumaba. Cruzándole las piernas por atrás y ayudándole en la follada que empezó a hacerse más rápida e interesante. Adelante y atrás, abrazada y con las manos corriéndole la espalda para bajarlas luego a las nalgas empujándolas contra mí. Grité de forma apasionada al sentirme llena de él, el miembro resbalando hasta el fondo haciéndome notar los huevos pegados. Dos golpes secos y bruscos me dio para empezar luego a moverse despacio, elevándose majestuoso para enseguida ingresar el miembro hasta lo más hondo de mi ser. Cerré los ojos, el rostro descompuesto ante tan tremenda estocada con la que el recio visitante me traspasaba. Despacio, muy despacio pero sin detenerse, Ramiro se elevaba sobre los puños para de nuevo dejarse caer arrancándome un lamento lastimero mitad de placer mitad de dolor.

– Fóllame, fóllame… así, así.

– ¿Te gusta pequeña? –las palabras dulces del hombre golpeándome el oído.

– Me encanta, no te detengas –mi sonrisa franca animándole a continuar.

Y así seguimos, moviéndose mi amante una y otra vez tan pronto de manera lenta como avivando el ritmo según el placer nos embargaba. Tomada de las piernas, se incorporó levemente para de ese modo moverse con mayor facilidad si cabe. La pierna sobre su hombro y cogida del muslo, comenzó a hacerme el amor con mayor soltura y determinación. Yo gemía y pedía más, moviéndome al ritmo que me marcaba y sollozando bajo su experto empuje. Ramiro era un gran amante, sabiendo cuando sacudir y cuando pararse para alargar el momento de ambos. Sacudiéndome con golpes duros con los que hacerme vibrar y parando en busca del descanso y alivio necesarios.

Separándonos uno del otro, el hombre quedó tumbado boca arriba lo que aproveché para montarle sabiamente. Una nueva entrada esta vez de un solo golpe que me dejó aturdida y sin aliento. Dejándome caer sobre el eje que me quemaba las entrañas con su violencia desmedida. Nuevamente quedé quieta, saboreando lo ardiente del eje que me traspasaba. Echando la cabeza atrás y elevando los pechos al respirar ansiosa. Las manos amigas me cayeron sobre los muslos para luego llevarlas a las nalgas. Empecé a rotar el vientre sintiéndome traspasar por el miembro abrasador.

Clavada y con las manos apoyadas en el torso velludo, ambos nos acoplamos en el inicio de un nuevo y agradable remover. Arriba y abajo, llevando yo el ritmo que más me convenía. La mirada fija en la del otro, entrecerré los ojos con la energía y brío del miembro empujándome encabritado. Así estuvimos un buen rato, disfrutando el uno del otro, cabalgándole sin dejar de suspirar y gimotear el enorme placer que me regalaba. Con la fuerza de sus manos y entre mis gemidos de queja, Ramiro me hizo levantar quedando sentada a su lado.

– Ven aquí –con el brazo me enlazó por la cintura.

Enseguida y haciéndome ir contra el cabecero de la cama, me dejó a cuatro patas empezando a follarme en tan amable postura. Con el culo en pompa y a la altura perfecta, la entrada resultó profunda penetrándome hasta notarle completamente en mi interior. Una vez más gruñí, permaneciendo ambos parados en busca del necesario acomodo. El hombre maduro comenzó el rápido folleteo, enterrándose entre mis paredes del modo salvaje que tanto me hacía temblar. Emocionada me mordí el labio inferior, apretándolos luego uno contra otro para no gritar el deleite que de mí se apoderaba. Mi coñito seguía pidiendo guerra y Ramiro sabía bien como satisfacerlo del modo más conveniente.

Desplomado sobre mi espalda, me la llenó de tiernos besitos y hundió los dientes dándole pequeños mordiscos. Recorriéndola con la lengua en una suerte de caricia maravillosa que me hizo agitar con su simple roce. Saliendo de mí quedé jadeante y deseando continuar. Mi amigo me tomó de los pechos, llevándome contra él y fue cuando sentí dos de sus dedos enterrarse en la vulva sedienta de caricias. Creo que me corrí con sus dedos comenzando a moverse vagina adentro, realmente no estoy segura de ello tan alterada me encontraba. Los dedos por encima del coño, escaparon a su encierro corriéndome el pubis al enredarse en el abundante vello castaño que lo cubría. Ahora moviéndose sobre el clítoris que, como un interruptor encendido, respondió nada más notar los dedos trabajarle. Tras masturbarme, el hombre se lamió los dedos bañados en jugos y el ver aquello me hizo perder el control de mí misma.

A cuatro patas como me encontraba, me abrí de piernas ofreciéndome nuevamente para que lo hiciera. De ese modo y cogiéndose la polla, Ramiro empezó a follarme con ansias renovadas.

– Métemela, métemela con fuerza… sigue vamos.

Mi coñito se abría con el constante percutir del miembro inflamado, follándome con potencia e ímpetu excesivos. Amándome con la sinceridad del hombre entregado. Yo sollozaba e hipaba lo mucho que lo estaba gozando, igual que Ramiro disfrutaba poseyéndome con su continuo mete y saca. Agarrada del talle, se encajaba contra mí con más y más ganas. Yo solo podía dejarme hacer, loca por completo con el constante golpear en mi irritada vagina. Seguramente me corrí una vez más, ya perdí la cuenta de cuantas fueron.

Ramiro continuaba a lo suyo dándome y dándome, clavándose sin descanso pese a mi cansancio. Quería correrse, no sin antes gozar de mi cuerpo un rato más. Era insaciable, la edad no era impedimento en él para continuar la fiesta.

– Hazlo, hazlo… sí, sí, sí –le estimulaba con mis vacilantes palabras a hacerlo.

Cogiéndome el macho enloquecido en brazos y empotrándome de espaldas y luego cara a cara contra la pared, donde follarme una y otra vez con fuerza desmedida hasta acabar eyaculando de forma copiosa en el interior del preservativo. Con cada nueva embestida con la que perder contundencia, el vigor masculino se le escapaba entre las piernas bramando y gruñendo de manera bronca. Yo entrecerraba los ojos con cara de bendita, sabiendo que aquel era el final de todo. Luego salió de mí, besándonos agradecidos por el intenso momento vivido. Un polvo rápido, brusco y salvaje fue aquel. Las babas resbalándome sin control la barbilla, lo pasé genial cayendo finalmente abrazada y derrengada junto a él.

– Gracias cariño, eres el mejor.

– Gracias a ti -agradeció de igual manera con sus palabras mi gesto de total agradecimiento.

Había sido genial. Los cuerpos sudorosos y cansados por el esfuerzo, necesitaba una nueva ducha que me relajara.

– Cariño, ponte guapa que nos vamos. Hay que disfrutar al máximo el tiempo que tenemos –escuché que me decía nada más salir de la ducha.

Y de ese modo tan agradable iniciamos aquellos días en que recorrimos buena parte del territorio gallego. La Guardia, Tuy, Vigo, Sanjenjo, Cambados, Villagarcía de Arosa y Santiago así como Pontevedra y Orense recibieron la mayor o más corta visita… e incluso y aprovechando la cercanía nos adentramos en Portugal disfrutando de algunos de los muchos placeres del país vecino…