Mi ama me visita en la oficina y obedezco sus ordenes
La oficina es un lugar sobrio, los suficientemente grande para que su escritorio de madera pulida no desentone. Con grandes ventanas de vidrio que dan al centro de la ciudad y el librero con todos aquellos documentos importantes a lo largo de su vida laboral.
Dos suaves toques sobre la puerta lo hacen levantar la vista. Ante él una joven veinteañera sostiene la puerta abierta con una tierna sonrisa. Casi puede creer su inocencia. Casi.
–¿Puedo pasar?
Con un mudo asentimiento de cabeza confirma y se pone de pie.
La mujer se abre paso sin despegar su mirada y en cuanto la puerta se cierra se vuelve a dirigir a él.
–¿Esa es la manera correcta de saludar a tu dueña, perrito?
Vuelve a producir un movimiento de cabeza, esta vez negando y cuando se da cuenta de su error se apresura a responder.
–No, Señora. Disculpe a su estupido perro, por favor.
Ve formar una traviesa sonrisa en sus voluptuosos labios que sabe lo harán pagar su error.
Ella camina lentamente hacia el escritorio. Pasos cortos y seguros en aquellos altos tacones negros que suenan contra las baldosas.
Es sexy, la mejor manera de resumir su encanto. Alta, de cabello castaño largo y liso que suele utilizar suelto. Ojos pequeños enmarcados con lentes delgados que acentúan su penetrante mirada. Sus pechos… llenos, grandes que le gusta presumir y aquel redondo culo que te hace voltear a ver por las calles.
–¿Que ha estado haciendo, mi perrito?
Su perro, ella una chica diez años menor que no es más que su Ama, su dueña. Y él su juguete.
–Trabajando, Señora. La ve rodear el escritorio y sabiendo su orden silenciosa se hace a un lado para que ocupe su lugar.
–¿Nada más?, ¿No has pensado en mi?, ¿Necesito hacerme recordar?
–No, señora… digo, si, señora. Perdón, señora.
No sabe que responder, ¿Había pensado en ella? Por supuesto, no solo por las marcas que permanecían en su culo rojo, el mismo que ella había marcado la noche anterior, no, solo era la incomodidad de permanecer sentado con aquellas heridas. Era ella, ella que se había metido demasiado dentro de él. ¿Necesitaba hacerse recordar? Si, necesitaba que ella lo siguiera marcando como su perro, como su ganado, como su propiedad.
–Desnudate.
Ahí, en su lugar de trabajo. Ahí, donde emitía ordenes a diestra y siniestra. Ahí, donde era un tipo duro que no respetaba a nadie… ahí, se desabotono la camisa y se quitó los pantalones antes de que se pudiera arrepentir y su Ama, se molestará. Ella tomó su verga ya endurecida y la masajeo, pasando las uñas largas suavemente sobre ella.
–Me gusta tanto, saber que te pongo así. Estando de pie frente a ella, desnudo con el miedo de saber que en cualquier momento alguien podría entrar a su oficina y ver su trasero amorotonado, y su verga en la mano de aquella jovencita de sonrisa triunfante. Se sentía tan malditamente caliente.
–De rodillas.
Odebecio enseguida, tomándose las manos a la espalda y esperando la siguiente orden.
–Ahora me vas a comer el coño hasta que me corra, perrito.
Y sin esperar absolutamente nada más, se subió la falda que ocultaba una diminuta tanga y se recostó en la silla. Se acercó el par de pasos que lo separaban de la mujer y con absoluta delicadeza retiro la lenceria y acercó su boca a al coño teniendo especial cuidado en acariciar los muslos con la espesa barba a sabiendas de lo mucho que le gustaba aquella sensación. Como lo imaginaba sus pliegues ya se encontraban húmedos, mojados. Y no la hizo esperar para atacar con su lengua y dientes las partes más sensibles, conociendo aquella parte de su cuerpo, mejor que nadie.
La mujer se aferró a su cabello, jalando y clavando sus largas uñas en el cuero cabelludo mientras gemía y se dejaba llevar por aquel placer que ella misma había ido a buscar hasta aquel lugar. Y él…. en aquella vulnerable posición, no podía estar más duro. Ver como se mordía los labios, como se aferraba a él, como se retorcía de placer. Lo podía hacer llegar mejor que cualquier par de labios sobre su verga. Mordió aquella protuberancia de nervios y ella se dejó ir en un orgasmo violento que marcó las diez uñas de su dueña en él.
Siguios lamiendo hasta que sus manos se relajaron sobre su cabello y fue en entonces cuando ella dio dos suaves toques sobre su cabeza que a regañadientes se alejó de ella.
–Como siempre, lo haces maravillosamente, perrito. Es por eso que te tengo un premio.
Sin dejarlo ponerse completamente de pie lo hizo recostarse sobre sus piernas quedando en una ridícula posición sobre ella. Con saña y sin prisa acarició las largas líneas delgadas que había formado con la fusta en su trasero, sensación como todo en aquella relación, agridulce pero una de sus acciones favoritas.
–Me gusta tanto ver tu culo así.
La imagino sonriendo y sin aviso ni preparación previa introdujo frío metal en él, forzando aquel pequeño hoyo virgen hasta que la conoció, provocando que tuviera que morderse con fuerza los labios para evitar soltar un alarido de dolor. Y solo entonces lo dejo ponerse de pie.
Acarició su mejilla, con una delicadeza que rara vez utilizaba y beso sus labios tan solo por un segundo.
–Nos vemos por la noche, perrito.
Dijo despidiéndose… sin recuperar su ropa interior.
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N. A.: Espero hayas disfrutado tanto leyendo, como yo lo hize escribiendo.
Eres libre de darme tu comentario sobre el relato o ideas cobre uno proximo.
Bessos humedos.