Mi amo me ata y me deja abandonado

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La habitación está prácticamente vacía. Dos grandes ventanales que nacen del techo y terminan a ras de suelo, ambos cubiertos por unas sedas que apenas dejan entrar la luz. Dos grandes ventanales y una silla de madera sobre la alfombra. Parece que olvidaron decorar el cuarto cuando se mudaron, diría quien no conoce la oscura utilidad de una habitación completamente libre.

No sé cuánto tiempo llevo aquí. La venda que me cubre los ojos tan siquiera me permite saber, a través de la escasa luz que penetra la estancia, si es de día o de noche. Me empiezan a escocer aquellas partes del cuerpo que están en contacto con las cuerdas. Tobillos, muñecas, pecho, abdomen.

Llegué ayer (hoy, ¿quizás?) por la noche. Recibí su mensaje claro y directo como siempre. “En mi piso. En una hora. No hagas planes para mañana”. Sus mensajes siempre me pillan por sorpresa, siempre con tan poco margen. Salté de la cama directo para la ducha. No le gusta que llegue tarde y hoy no me apetece que me castigue. Realicé toda la preparación lo más rápido posible, ni tan siquiera tuve tiempo a ponerme caliente, mi cabeza actuaba por inercia. Lavarse a conciencia, ponerse el plug, agarrar el collar que me dio mi amo, y la bici de la terraza, salir a la calle.

Empiezo a sentir un extraño cosquilleo en los brazos que, como si de corriente se tratara, se desplaza y alcanza cada una de aquellas zonas donde las cuerdas todavía dejan circular la sangre. Baja hasta la punta de los dedos y recorre los abdominales hasta el pubis. Tengo las nalgas sudadas del contacto con la silla. Se me ha dormido el culo, podría azotarme hasta dejármelo amoreteado, mordérmelo con toda su fuerza, pero los gritos serían de pura lascivia, no de dolor.

Al llegar al edificio le envié un solo mensaje “Estoy aquí”. Aseguré la bici con toda la destreza que el momento merecía. No temblé hasta que me dijo “sube”. En el ascensor directo al ático de ese edificio modernista del centro de Barcelona empecé a sudar. No sabía que me esperaba una vez cruzara la puerta a nuestra particular casita de juegos. Empecé a imaginarme todos aquellos escenarios que le habían precedido. Mi imaginación corría casi tan deprisa como mi sangre, que parecía querer dirigirse toda a mi rabo. Mil imágenes cruzaron mi mente. Los gritos, los golpes, las lágrimas, los orgasmos, uno detrás de otro, uno detrás de otro. Aquella vez que su amo invitó a dos compañeros que me usaron bajo las mismas normas. Los dos enmascarados. El semen por todo mi cuerpo, usado, humillado, boca arriba con las manos atado por las muñecas a los tobillos. Rojo, extasiado. La vez que me obligó a no correrme después de torturarme pajeándome durante dos horas. Las puertas se abren, dudo por un instante, lleno mis pulmones de aire y abro las puertas.

Él estaba en la cocina cuando llegué. Sabía que había llegado, debía haber escuchado la puerta cerrarse tras de mí. Acto seguido me desnudé completamente, doblé la ropa como pude y la dejé sobre la silla de la entrada. Me puse el collar y me arrodillé con la cabeza entre las piernas. Había empezado el juego.

En esta postura no podía ver más allá de mis propias rodillas, de mi cuerpo tembloroso por la excitación y el frío. Mi rabo que empezaba a crecer y a salivar precum. Sólo podía escuchar lo que ocurría a mí alrededor, algo que aumentaba drásticamente mi excitación.

La anticipación me pilló desprevenido. Mientras pensaba y escuchaba perdí la noción del espacio. De repente vi la punta de una bota aparecer delante de mis ojos. Mi respiración se volvió pesada. Quería lamerlas, quería lanzarme a ellas, dejarlas brillantes, restregarme contra el suelo, que me agarrara la cabeza sin mediar palabra y me forzara a lamer hasta la suela.

Su mano llegó a mi cabello. Empezó a acariciarme suavemente, paseando sus dedos por mi cuero cabelludo. Primero suave entrelazándose con los nudos producidos por el casco y el aire. Empezó a ejercer presión. Respiraba por la boca. Mi respiración se paralizaba con cada movimiento. Me faltaba el aire. Estaba gimiendo. Su mano bajó suavemente hasta mi nuca, que agarró sin delicadeza alguna, acercó mi cabeza a su bota. Apenas estaba sacando la lengua cuando, me golpeó la cara con su mano. El golpe cortó el silencio. Me había propasado. Su mano continuó su camino por mi espalda, que repasaba una y otra vez. Las yemas de sus dedos me hacían estremecer. Agarraba mi piel y la estrujaba entre sus manos. Recorría mi espalda a diferentes velocidades, intensificaba el tacto, golpeaba, mi polla estaba chorreando y mi culo pidiendo ser follado.

“Mírame. Sabes que te has portado mal. Que no has obedecido. No te mueves si yo no te lo exijo. No hablas si no lo deseo. La lengua dentro de la boca hasta que la quiera sobre mí“.

En ese momento me tenía agarrado por el cabello. Su cara de repente estaba a dos centímetros de la mía. Sus ojos bien abiertos. Mi respiración arrítmica decía todo lo que yo tenía prohibido decir.

Tiró de mí por el collar. Me arrastró un par de metros hasta que pude incorporarme y gatear a su lado. Entramos en el cuarto y de reojo pude ver la silla.

“Levántate y déjame verte”. No tuvo que repetirlo dos veces. Ahí estaba, desnudo, erecto ante él. Había perdido la vergüenza, sentía que podía confiarle la vida a ese hombre que tenía delante. Podía mostrarme como era sin miedo. “Déjame verte el culo, ya sabes cómo me gusta”.

Me levante y por un momento le di la espalda, me incliné hasta tocar el suelo, dejándole a la vista mis nalgas abiertas, que con mi movimiento de cadera, mecía de un lado al otro.

Poco tardó en rugir y agarrarse el paquete que ya se notaba abultado. Esos ruidos me provocaban incluso más. Me encantaba zorrearle.

De repente se lanzó hacía mi. Me agarro de nuevo del cabello y me azotó sin pudor el culo. Salté y grité del susto, un chute de adrenalina corrió mi cuerpo. Mi polla golpeó con fuerza mi estómago.

Acto seguido, sin soltarme del pelo, me llevó a la silla. Me sentó y colocó la cabeza apuntando al suelo. Sus manos eran rudas pero precisas. Se arrodilló ante mi pero tan sólo para coger unas cuerdas que había colocado estratégicamente bajo la silla.

Sin apenas mirarme empezó a entrelazar las cuerdas entre ellas. Las movía a toda velocidad, haciendo que chasquearan entre ellas, sonaba como un látigo al aire.

Mi amo empezó a entrelazar mis carnes con las cuerdas. Empezó con los brazos que ató a mi espalda. Mi cuerpo contra el respaldo. Las piernas contra las patas de la silla. No tardó ni 10 minutos en inmovilizarme. Traté de librarme de las cuerdas a exigencia de mi amo. Luché con todas mis fuerzas. Le miraba a los ojos, mientras rugía para librarme de todos aquellos nudos que se clavaban a mi piel. Necesitaba saltar sobre él, besarle, lamerle todo el cuerpo, sentirlo dentro de mí. Rugía y todo era grotesco. Las babas saltaban de mi boca a mi pecho. Estaba rojo. Era todo suyo, estaba a su merced.

Él veía el espectáculo, se exhibía ante mí, con esa pose suya de autoridad. No tenía ni que intentarlo. Su bulto parecía estar a punto de explorar. Pensaba que me iba a follar la boca hasta descargar, sin piedad, hasta la arcada.

“Basta”.

Paré de moverme paulatinamente, sabía que no podía volver a relajarme después de aquello. Una vez inmóvil pese a mi pecho que no paraba de hundirse y llenarse de deseo y aire él desapareció. Sabía que volvería, había dejado la puerta abierta.

Al cabo de unos minutos volvió. Se había lavado la cara y traía consigo un pedazo de tela. Se colocó detrás de mí y la ató a la altura de mis ojos. Esperó unos segundos. Sus manos acariciaban mis hombros. Una de sus manos bajó hasta mi pecho. Comprobó la tensión de alguno de los nudos.

Empezaban a escucharse los primeros coches de la mañana. La ciudad empezaba a despertar. Noté como me recorría de nuevo el cuerpo, esta vez con las botas. Posó una de ellas sobre mi polla y jugó con ella. Apretaba y soltaba, marcando el ritmo. Los apretones cada vez eran más largos, más fuertes, hacía más presión. El último me hizo gritar, las endorfinas empezaron a correr tras el alivio y la sensación de placer inmenso que dejó la bota.

Me había portado bien. Con mi respiración aún acelerada busqué su cara a tientas. Sus manos alzaron mi cabeza a la vez que con los dedos apretaba mis mejillas dejándome bien abierta la boca. Un chorro de saliva espesa llegó a mi lengua y se deslizó hacia mi garganta. Tragué agradecido. Mi amo me soltó la cara y se alejó cerrando tras de él la puerta.

Me había dicho que no hiciera planes. ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo iba a volver? ¿Qué tenía pensado para mí? ¿Qué es lo que quería cuando…

Lo que más morbo me daba era no saber cuándo iba a volver. No podía hacer absolutamente nada más que pensar. Me mearía encima y él lo vería al volver. Iba a llorar de la humillación. Sentirme denigrado hasta esos extremos era realmente lo que buscaba en el sexo. Quería ser el hazmerreir de mi amo. Quería que viera lo comprometido que estaba con él, con nuestra relación, con el placer, con lo prohibido. El tiempo pasaba mientras imaginaba todas las formas posibles en que quería ser follado. En los gritos, en vecinos golpeando las paredes. Soñaba con ser rellenado por el rabo de mi amo. Que mi culo fuera, como de usual, el lugar donde desfogarse. Quería abrirme sólo para él. Para su uso y disfrute mientras yo gemía y sollozaba como la perra que era.

En el tiempo que estuve a solas lloré un par de veces, traté de entrar en mi propia mente para hackearla, hacer que el tiempo se percibiera más rápido, pero sintiéndolo absolutamente todo. ¿Cuánto falta? Joder, no puedo más. Minutos, horas…

La puerta de la entrada se cerró. Ha vuelto. Podía escuchar los pasos acercándose a la habitación. El ruido de las botas contra el parqué ha desaparecido. Suena la puerta al abrirse. Contengo la respiración. Estoy al borde del llanto. Sólo lo quiero a él, pienso. Se acerca lentamente. Lo siento delante de mí. Respiro hondo.

“Empecemos”.

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