Celos que terminan confirmando un engaño muy doloroso

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Engaños

Tumbada en la cama de aquel sórdido apartamento estudiantil, miré por enésima vez la pantalla del móvil. Nada. Ni un mísero mensaje ni una llamada ni nada de nada. ¿Qué mierdas estaba pasando? A esas horas, ya debía haber recibido algo, como mínimo por parte de Maite. Algún mensaje diciéndome que todo iba según lo previsto o, al menos, informándome de lo jodido que estaba Miguel después de haberme visto enrollándome con Abel.

Pero ¿y si no había salido la cosa bien? Porque, para ser sinceros, todo lo ocurrido durante la noche no había salido como estaba previsto y todo por culpa de la entrometida de Paula. Dios, cómo odiaba a mi hermana… siempre en plan mosquita muerta, como si nunca hubiera roto un plato…

Sonreí al recordar la cara que puso cuando vio aparecer a Abel, siendo consciente de haber sido descubierta en su engaño. A mí me la iba a colar… un tío como Abel nunca se hubiera fijado en alguien como ella. En cambio, en alguien como yo…

Miré al estudiante que dormía profundamente a mi lado, exhausto después de los varios polvos que habíamos echado esa noche. El chico era un gilipollas integral pero había que reconocer que tenía una polla de escándalo y que follaba que daba gusto.

Volví a mirar el móvil y seguía sin llegar nada. Desesperada, mandé un mensaje a Maite exigiéndole que me dijera algo, lo que fuera que calmara mi estado de ansiedad. Mira que si la cosa no había salido bien… no, imposible. Miguel estaba profundamente enamorado de mí, completamente ciego y haría lo que yo le dijera.

¡Cuánto deseaba que esto ocurriera! Cerré los ojos y recordé cuando empezó todo. Sería unos meses atrás cuando me encontré con Gerardo, un antiguo compañero de instituto. Me invitó a tomar algo para recordar los viejos tiempos y fue ahí cuando me enteré que se había casado con Blanca, otra compañera de aquellos tiempos.

Y yo, recordando los aires de superioridad que ella se gastaba, decidí hacérselo pagar con unos buenos cuernos. Un flirteo por aquí, un coqueteo por allá y, antes de lo que me esperaba, ya estábamos en la habitación de un hotel follando como desesperados.

Fue después del primer revolcón, pésimo por cierto, que Gerardo me confesó que ellos tenían una pareja abierta y que se acostaban con quien querían. Mi primer pensamiento fue en pensar que no me extrañaba que Blanca se follara a otros teniendo lo que tenía en casa. Al menos mi Miguel se empleaba a fondo cuando nos poníamos y siempre conseguía que me corriera… lástima que no sintiera absolutamente nada por él…

Mostré interés en saber cómo funcionaba aquello y, entre polvo y polvo, conseguí averiguar todo lo que necesitaba sobre aquel tipo de vida. Y supe que quería aquello. Era perfecto. La comodidad de la vida que me daba Miguel, el novio perfecto a quien exhibir a todo el mundo y luego, la libertad para follar libremente con quien quisiera y con la aprobación y conocimiento de él.

Cuando me fui de aquel hotel, sin correrme ni una sola vez (maldito Gerardo) supe que iba a hacer lo imposible para conseguir que Miguel aceptara aquel tipo de vida. Eso sí, con una salvedad. Él, nada de nada. Ni de coña iba a permitir que él fuera tirándose a otras, era un riesgo demasiado alto que no me podía permitir. No, él debía ser un novio consentidor, que aceptara que su chica se entregara a otros hombres y, si acaso, compartirme con ellos. Pero nada de otras mujeres.

Y en medio de todo eso, fue cuando descubrí el engaño de Paula. Menuda imbécil. Varios días más tarde acudí al pub aquel y no me costó nada en dar con el tal Abel. En eso sí que no mintió. Muy alto, cachas, moreno de piel y pelo ensortijado. Y un pollón que cortaba la respiración. Esa misma noche ya me lo tiré en la parte de atrás de mi coche.

Volví a mirar a mi amante y noté como la humedad volvía a emanar de mi interior. Me había puesto cachonda de recordar aquel primer polvo. Alargué la mano y cogí su polla que colgaba flácida junto a su muslo. La acaricié y noté como empezaba a endurecerse, emitiendo Abel un leve gemido satisfactorio con aquel roce.

Menudo pollón. Había perdido la cuenta de las veces que me había corrido con él en las semanas siguientes. Fue Abel el que, cuando le expliqué lo que quería, me animó a ponerlo en práctica. El pobre no veía el momento de follarme delante de Miguel, solo de pensarlo se ponía todo burro y me pegaba unos polvos de escándalo.

Y a partir de ahí fue cuando, en connivencia con Abel y Maite, acordamos montar aquella salida para conseguir hacer claudicar a Miguel. Pobre Maite… la pobre se apuntó con la promesa que, cuando todo acabara, podría acostarse con mi novio. Nada más lejos de mis intenciones. No pensaba dejar que ninguna mujer le pusiera la mano encima y, menos, la guarra de Maite.

Que, por cierto, seguía sin dar señales de vida. ¿Qué estaría pasando? A mi lado, la polla de Abel ya estaba tiesa por completo y me relamí de gusto al pensar en que pronto iba a tenerla de nuevo dentro de mí. Pero primero, iba a chupársela un poco a ver si él se despertaba y me follaba como dios manda. La verdad es que era increíble la capacidad de recuperación que tenía el chaval… tres veces me había follado ya aquella noche y una cuarta estaba por caer…

Lamiendo el glande, chupándolo después y lubricando el tronco de su larga polla con mi lengua, ya la tenía lista para engullirla. Al menos, lo que era capaz. No tardé en tenerla en mi boca, subiendo y bajando sobre ella mientras mi mano masturbaba el buen trozo que no podía abarcar dentro de mi garganta.

-Joder zorra… -dijo Abel entre gemidos y despertando- ¿No has tenido suficiente?

-De esto, nunca –le dije reanudando la felación.

-Joder, qué bien la chupas… estás hecha toda una mamona… -dijo ya despierto y apretando mi cabeza, haciéndome tragar algo más de su polla erecta.

¿Ya he dicho que era un gilipollas? Pero qué polla… seguí a lo mío mientras no dejaba de darle vueltas a cómo se había torcido la noche. Primero, la presencia de Paula que se suponía que no iba a venir. Luego, la actitud desafiante de Miguel, engalanándose y tratando de ignorarme, volcándose en mi hermana.

¿Qué cojones creía que estaba haciendo Paula? ¿Acaso pensaba que tenía alguna oportunidad con Miguel? Casi se me escapa la risa, menos mal que tenía la boca ocupada…

Pero no tenía motivos para reír, la verdad. Algo no iba bien, lo intuía. A pesar de haberme visto siendo manoseada por Abel, haberme visto besándome con él… nada, no había pasado nada. Y todo por culpa de la maldita Paula que no se había despegado de Miguel en toda la noche y que no lo dejaba estallar como yo quería.

Porque esa era la idea. Que los celos lo hicieran estallar, que perdiera los papeles y yo, harta, le amenazara con romper lo nuestro. Miguel, como hacía siempre que eso sucedía, acababa viniendo suplicando y haciendo concesiones con tal que lo perdonara. Y hasta ahí quería llegar yo. Porque esta vez mi perdón iba condicionado a hacer un trio con Abel. El primer paso para una relación abierta, al menos para mí.

-Date la vuelta, zorrita… -dijo Abel cogiéndome por el pelo y apartando mi cara de su polla rezumante de mi saliva- te voy a dejar harta de polla…

El muy imbécil me estaba haciendo daño pero, incomprensiblemente, me excitaba que me tratara así. Obedecí, como hacia siempre, dándole la espalda y agitando mi culo, incitándole a que me penetrara como él sabía hacer.

-Pedazo de culo tienes, putita… -dijo él soltando una cachetada en mi nalga que me encendió aún más- ojalá estuviera el cornudo de tu novio aquí para ver cómo se folla a una zorra como tú…

Ojalá… fue lo que pensé mientras sentía como sus manos sujetaban mi cintura y su polla me penetraba sin compasión, clavándomela entera de una sola estocada.

-Dios, sí… fóllame cabrón… -dije cerrando los ojos y dejándome llevar por el placer.

Abel empezó a moverse como él solía hacer, con rapidez, con brío, sin darme tregua ni descanso, haciéndome enloquecer. Entre gemido y gemido, notando mi coño licuarse bajo sus fuertes embestidas, escuché un leve zumbido. Abrí los ojos y vi la pantalla iluminada de mi móvil. Alguien me acababa de enviar un mensaje.

Sonreí. Seguro que eran buenas noticias. Pero lo primero era lo primero y eso era disfrutar del polvazo que me estaba pegando aquel niñato. Hundí mi cara contra la almohada para ahogar mis gritos y llevé mis manos a mis tetas que amasé con deleite, buscando sumar más estímulos al tremendo placer que aquella polla me estaba dando cada vez que taladraba mi encharcado coño.

Qué bien follaba el muy hijo de puta. La cama no paraba de crujir bajo el intenso movimiento de nuestros cuerpos y notaba sus bufidos mientras empujaba sin parar, follándome sin compasión y sin dar señales de agotamiento. Y eso que llevábamos varios polvos a nuestras espaldas.

De nuevo otro zumbido. Otro mensaje al móvil. Y otro más. Demasiados. Me empezó a dar mala espina tanto mensaje y, por una vez, me planteé dejar lo que estaba haciendo para ver qué coño estaba pasando. Pero no pude. El placer era demasiado y las ganas de correrme superiores a mí.

-Sigue, cabrón… dame más fuerte… quiero correrme de una puta vez… -le chillé entre grito y grito.

-Menudo zorrón estás hecha jajaja –rió divertido él- menudos cuernos le estamos poniendo a tu novio… si él supiera la clase de puta que tiene metida en casa… jajaja.

Sí, si él supiera… los llevaba puestos desde el día en que salimos por primera vez cuando, después de acompañarme a casa y aceptar un casto beso por su parte, fui en busca de mi primo Jorge con el que follaba ocasionalmente. Recuerdo con nitidez que aquel día, ausentes sus padres, quiso que lo hiciéramos sobre el capó del coche de su padre. Le daba morbo, decía. Morbo el que me daba a mí sabiendo que dentro de aquel coche había sido su padre el que me había follado hasta la extenuación.

Pero ninguno como Abel. A aquel tío ninguno le llegaba ni a la suela del zapato follando. Estaba a otro nivel, un nivel del de que estaba disfrutando enormemente a pesar de la incertidumbre que aquellos mensajes empezaban a causar en mí.

Abel intensificó sus movimientos y yo noté como mi orgasmo llegaba, de forma inexorable e imparable, recorriéndome el cuerpo entero, haciéndome desfallecer y dejándome derrengada sobre la cama, totalmente rendida. Y él, sin correrse todavía, se dejó caer sobre mi cuerpo inerte y siguió penetrándome de forma apremiante hasta que noté como su leche salía despedida e inundaba mi coño que aún vibraba por los efectos del clímax recién alcanzado.

Respirando agitadamente, noté como él se salía de mi interior y se dejaba caer a mi lado, para levantarse seguidamente e ir al baño. Alargué mi mano para coger el móvil aprovechando su ausencia. Los mensajes eran de Maite, tal como había supuesto.

-Lo siento. Ya te dije que tu plan era una puta mierda y que era imposible que fuera a salir bien. En algo sí tenías razón, ha estallado al fin, aunque tampoco me extraña… has llevado las cosas demasiado lejos y mira que te lo he avisado… ha salido a buscarte y ¿sabes qué? Que te ha pillado de pleno en el parking con el chulito ese que te has buscado…

No, no, no… joder, menuda mierda. Eso sí que no me lo esperaba y podía estropearlo todo. La idea era desaparecer, que se comiera la olla pensando donde debía estar y haciendo qué, hacerlo enloquecer y luego, a la vuelta, confesarle con mi mejor cara de niña buena que no había pasado nada pero que aquello no podía seguir así, que estaba harta de su actitud y que lo nuestro estaba acabado a no ser que aceptara mis condiciones. Y estaba segura que iba a aceptar. Así de ciego estaba él conmigo…

Pero ahora, eso ya no era posible. Me había pillado chupándole la polla y dejándome follar por él. ¿Pero cómo era posible? ¿Cómo podía haber averiguado que estaba en el parking? En el siguiente mensaje iba a salir de dudas.

-No sé cómo tratas así a un tío como Miguel, él no se lo merece… lástima que nunca vaya a tener ojos para alguien como yo que si no… ¿pero sabes qué? Pues que, al menos y sabiendo que nunca ibas a cumplir tu parte del trato, me he cobrado mi parte jajaja.

-Será hija de puta –grité haciendo que Abel sacara la cabeza por la puerta del baño.

-¿Pasa algo? –preguntó el sorprendido por mi exabrupto y viendo como empezaba a vestirme apresuradamente.

-Que me la ha jugado… la muy puta me la ha jugado… -dije lanzándole el móvil a un atónito Abel que, cogiéndolo al vuelo, miraba los mensajes recibidos y, sobretodo, el último de ellos. Un mensaje que consistía en una foto de Maite, casi desnuda y mostrando su coño donde era evidente que acababan de follársela.

-La muy puta se lo ha tirado… -dije llena de ira- se ha follado a mi Miguel… a ver cómo arreglo yo ahora este desaguisado… ¿Y tú qué cojones haces?

Y es que el muy capullo, móvil en mano, se estaba acariciando la polla viendo la foto de Maite. Lo que me faltaba. ¿Seguro que os había dicho que era gilipollas?

-Devuélveme el móvil, imbécil –le grité arrancándole el teléfono de sus manos, cogiendo mis cosas y saliendo de aquel piso dando un sonoro portazo que debió despertar a medio bloque.

Pero me daba igual, tenía problemas más graves que resolver. Me fui directo a mi piso y, sorpresa, allí no había nadie. Y, por supuesto, no cogía el teléfono. Bueno, ni él ni Maite ni Paula. Mi estado de nerviosismo iba en aumento. ¿Cómo se podía haber jodido todo de aquella manera?

No hubo manera de dar con él. Y lo peor fue que, al día siguiente y por boca de Paula, todos nuestros conocidos sabían que Miguel había desaparecido, acosándome a preguntas que no podía contestar. ¿Cómo decirles que Lorena, aquella chica a la que todos adoraban y querían, la hija perfecta, la nuera perfecta, había sido pillada por su novio siendo follada por un tío en un sórdido parking?

No, imposible. Me inventé una discusión entre los dos, algo que pudiera explicar su desaparición y que no enturbiara la reconciliación posterior que, estaba segura, iba a tener lugar. Miguel iba a perdonarme, aunque sabía que para ello debía rebajarme y suplicarle, contenerme durante un tiempo y desistir, por un tiempo, de mis planes para cambiar nuestra relación.

Dos semanas duró aquella tortura de dar largas a todo el mundo, de dar excusas baratas tratando de justificar su ausencia, de mentir diciéndoles que estábamos dándonos un tiempo pero que no habíamos roto. Y todo, bajo la mirada insidiosa de la capulla de mi hermana Paula. Ella solo sonreía ladinamente cuando escuchaba mis excusas, una sonrisa que se me clavaba en el pecho como un puñal, una burla lacerante hacia mi persona.

Y Maite… a ella sí que la encontré un par de días más tarde.

-Por fin te encuentro, zorra –le dije mientras le esperaba en la puerta de su casa- ¿Cómo has podido hacerme esto?

-Te lo has hecho tú solita… -contestó ella con toda la calma del mundo- yo solo me he aprovechado de la oportunidad que tú me has ofrecido…

-Y un cuerno… -le espeté con rabia- me has engañado para poder follarte a mi novio…

-Ex novio… -dijo ella con una sonrisa- al menos, por lo que tengo entendido…

-¿Sabes algo de él? ¿Dónde está? –le pregunté nerviosa intuyendo que quizás sabía algo de él.

-Puede… -dijo de forma irónica- aunque algo me da que la que sí sabe algo de él es tu hermanita…

-¿Paula? –Pregunté sorprendida- ¿Y porque no me ha dicho nada?

-¿Lo preguntas en serio? –Dijo ella divertida- ella te odia tanto como tú a ella y, además, has hecho daño a la persona que más quiere… ¿y te sorprende que no te diga nada? Y yo, si fuera ella, tampoco te diría nada…

-Claro, tu aprovecharías para tirártelo… -le recriminé- siempre le has tenido ganas… espero que valiera la pena como para romper nuestra amistad de esa manera…

-¿Amistad? –Bufó despectivamente- no te engañes, Lorena. Tú y yo teníamos una relación de conveniencia. Eres incapaz de querer a nadie, excepto a ti misma. Lo sabía y lo aceptaba pero a mí no me engañas. ¿Acaso te creías que me iba a tragar eso que ibas a dejar follarme a Miguel cuando consiguieras tu propósito de ser una pareja liberal o lo que mierda pensabas hacer con vuestra relación? ¿Tan poco conoces a Miguel como para saber que él nunca iba a aceptar eso? Eres tan egocéntrica que has sido incapaz de ver lo que tenías ante tus ojos… y sí, vaya que sí valió la pena… menudo polvo me pegó en el baño jajaja…

-Puta de mierda –le dije cruzándole la cara con todas mis fuerzas- esta me la vas a pagar… te juro que me la vas a pagar…

Maite me miró con enfado mientras su mano apretaba su mejilla golpeada pero enseguida volvió a sonreír con suficiencia.

-Lo que tú digas, Lorena… -dijo sonriendo irónicamente- aquí te estaré esperando…

Me largué de allí furiosa por cómo estaban evolucionando las cosas. Maite me había traicionado con todas las de la ley, Paula parecía que también y Miguel, desaparecido y sin visos de querer saber nada de mí. Hasta ese día. Aquella tarde fue la primera vez que me cogió el teléfono.

-¿Miguel? –Dije cuando escuché como descolgaba el teléfono- por dios, no sabes lo preocupada que me tenías. Ya no sabía qué decirle a la gente sobre tu desaparición…

-Pues haberle contado la verdad –dijo con suficiencia- que hemos roto porque te has tirado a otro…

-Miguel, deja que te lo explique… -le contesté intentando reconducir la conversación. No me gustaba el cariz que estaba tomando aquello.

-No hay nada que explicar, Lorena –me replicó- te pillé follándote al tío ese… fin de la historia… así de sencillo…

-Pero quiero explicarte porqué… pedir que me perdones… que me des una segunda oportunidad… -le dije ya algo nerviosa viendo su actitud- quedemos y lo hablamos cara a cara…

-No hace falta, Lorena –dijo con seguridad- lo nuestro está acabado y no hay más que hablar… no me vuelvas a llamar…

Y colgó. El muy cabrón me colgó el teléfono. Volví a llamar una, dos, cien veces pero ya no me cogió de nuevo la llamada. Maldito orgulloso. ¿Qué se había creído? Al final iba a ser él el que volviera suplicando que yo le diera una segunda oportunidad.

Aun así, pasado el cabreo inicial, me di cuenta de lo jodida que estaba. Había encontrado el hombre perfecto con el que mantener las apariencias que llenaban mi vida y la había cagado pero bien queriendo ir más allá de lo que Miguel estaba preparado para asumir. Él no quería volver, quería romper lo nuestro. Y capaz lo veía de ir contándole a todo el mundo lo que había hecho…

Solo me quedaba una única opción y era seguir insistiendo, lograr un encuentro cara a cara donde conseguir manipularlo con mi cuerpo y belleza como ya había hecho muchas otras veces. Cada día llamaba, unas veces me cogía y otras no, pero siempre me rechazaba, educadamente me mandaba a la mierda y ya empezaba a perder la paciencia.

Hasta ese día. Desde que descolgó me quedó claro que había alguien con él pero nunca me imaginé que fuera ella, a pesar de las veladas insinuaciones que me había hecho Maite.

-¿Qué ha sido eso? –le pregunté sabiendo muy bien lo que había escuchado. Un gemido, un puñetero gemido.

-¿Tú qué crees? –me contestó tras unos segundos de silencio por su parte que me permitió escuchar con suma claridad sus bufidos de satisfacción y un ruido que conocía demasiado bien. Alguien le estaba chupando la polla.

-¿Estás con alguien? –pregunté otra vez sabiendo la respuesta pero, aun así, aquello me enfureció.

Nada. Silencio. Bueno, algo peor que el silencio. Un gemido agónico por su parte que conocía demasiado bien. Cuantas veces lo había oído al sentirle descargar su leche sobre mi cuerpo desnudo.

-¿Te estás follando a alguien? –pregunté habiendo ya perdido por completo los papeles.

Sin respuesta. Pero lo peor no era que no contestara sino lo que podía adivinar con aquel silencio. Caricias cariñosas, alguien desvistiéndose…

-¿Quién es la puta que te estás follando? –grité entre furiosa y desesperada, sin imaginar lo que iba a venir a continuación.

-Hola hermanita, perdona que no te saludara antes pero tenía la boca llena… y ahora, tanto si te gusta como si no, voy a colgarte que estoy deseando follarme a Miguel como llevo haciendo desde el día que le pusiste los cuernos con aquel gilipollas –dijo la voz de mi hermana. Sí, mi hermana. Paula. La muy zorra.

-Por cierto hermanita, muchas gracias por ser tan imbécil y dejarte follar por ese tío… espero que te valiera la pena porque yo, personalmente, no cambiaba por nada del mundo las folladas que me pega mi Miguel –dijo resaltando lo de mi Miguel.

-Serás puta –fue lo único que atiné a decir mientras escuchaba como el teléfono era lanzado y abandonado.

Llorando, con el teléfono asido con fuerza, escuché el caer de sus cuerpos sobre la cama, cómo ésta crujía bajo el peso de ellos. Luego, el sonido inconfundible de sus besos, del rozar de sus pieles, incluso pude escuchar el sonido de succión de sus labios absorbiendo con fruición sus pezones.

Y yo sin colgar, torturándome de aquella manera sabiendo que lo hacían aposta, castigándome, humillándome. Y lo sabía pero, aun así, seguía sin colgar.

-Métemela, por dios… -oí suplicar a la zorra de mi hermana antes de escuchar como un gemido agónico salía de su garganta que me llegó con nitidez, como si estuviera junto a la cama desde donde me estaban fustigando de aquella manera.

La cama empezó a crepitar bajo el intenso movimiento de sus cuerpos, casi pudiendo ver el cuerpo menudo de la puta de Paula, mi hermana, bien abierta de piernas y con el que había sido mi novio entre ellas, moviéndose sin descanso, entrando y saliendo de ella como muy bien conocía yo y que ya no volvería a experimentar.

Y allí, llorando en aquel dormitorio solitario de aquel piso donde había compartido parte de mi vida con Miguel, aferrada a aquel teléfono que era incapaz de soltar, llenándome los oídos con sus gemidos, con el golpeteo de sus cuerpos, sus respiraciones agitadas…

-Me corro, Miguel… me corro… dios, lléname con tu leche…

A pelo, se lo está tirando a pelo. Era lo único en lo que podía pensar mientras la escuchaba gritar haciendo más que evidente su orgasmo, mientras escuchaba el típico bufido que Miguel solía hacer cuando se corría, casi pudiendo visualizar como su polla estallaba, como explotaba derramando su semen en su interior, cumpliendo los deseos de Paula y el suyo propio ya que yo nunca se lo había permitido…

Y ahí sí que ya colgué. Dolida, hundida, humillada, traicionada. Lo había perdido todo. Toda aquella fachada de la chica perfecta, la que tanto me había costado construir se venía abajo, llevándose con ella mi relación, mi familia, mis amistades… todo a la mierda por mi estupidez, por no saber valorar lo que tenía…

No, no podría soportar aquello. Solo imaginar las caras con las que me iban a mirar mis padres, nuestros conocidos, los comentarios a mis espaldas, las sonrisas burlonas… no, ni podía ni quería pasar por eso. Rápidamente, llené un par de maletas y abandoné aquel piso donde no pensaba volver jamás como tampoco a aquella ciudad.

No, ahora estaba sola. No dejaba nada atrás, ni familia ni amigos. Caminando, me dirigí a la estación de tren donde partiría a una nueva ciudad, a un nuevo destino, al nuevo lugar donde empezaría mi nueva vida…

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