Una psicóloga cambia el rumbo de mi vida sexual

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Hola, me llamo Víctor, soy de Castilla y León (no especificaré de donde) y actualmente tengo 30 años, vivo con mi novia y mi futura suegra, ambas preciosas y perfectamente redonditas, y, si os lo estáis preguntando, si, me follo a ambas. Pero no he venido aquí a presumir, si no a contaros como mi vida sexual cambio hace 4 años… Para siempre.

Yo era virgen, y no por falta de oportunidades. Resulta que desde mi pronta adolescencia yo tuve acceso a gran cantidad de material pornográfico, de todo tipo. Ya desde el comienzo, me di cuenta que el porno «normal» no me terminaba de excitar. Así que poco a poco fue buscando nuevos géneros: dp, fisting, BBW, facesiting, incluso trans…

No es que fueran cosas extremadamente raras, pero no era lo normal. Y creo que eso me dejo marcado. Posteriormente fui teniendo ligues y novias, con las que jamás llegue a durar más de 2 o 3 meses. Y la razón era que a la hora de acostarnos, era incapaz de mantener la erección. Yo sin darle importancia en un principio, me fui dando cuenta de que cuando iba a tener relaciones, me sentía incómodo por mis gustos sexuales. ¿Como le dices a tu novia que en lugar de hacerle un cunilingus, lo que quieres es que se siente en tu cara, y hacerselo desde la más completa sumisión? Y… ¿Y si no soy capaz de satisfacerla?

Al final acabé desistiendo en tener sexo, me centre en un trabajo por el que estuve poco más de 3 años, hasta que me despidieron. Tras eso, y después de unos meses en paro, me estaba pudriendo en casa. Necesitaba salir del pozo en el que estaba, así que, con algo del dinero ahorrado que tenía, me dispuse a contactar con alguna señorita de compañía, para desahogarme, dado que pensaba que como la iba a pagar, no tendría presión. Fue entonces cuando encontré un anuncio sobre una psicóloga especializada en temas sexuales, que además tenía página web propia.

No sé por qué, pero decidí contactar. Así que le envié un email con mi problema y al cabo de unos días recibí otro con la hora y fecha de la consulta, así como el lugar. Me pareció extraño que no pudiera el precio por ninguna parte, pero Ya se lo preguntaría cuando la viera.

Pasaron los días y llego el momento. Estaba nerviosisimo. Además de que nunca me he fiado de los psicólogos, iba a estar hablando con una desconocida, mujer, de mis intimidades. Estuve a punto de no asistir, pero si huia ahora, dios sabe si algún día podría tener relaciones con alguien.

Así que allí estaba yo, frente al portal del dúplex donde me habían citado, a las 5 menos 10 de la tarde (me gusta ser puntual). Al llamar, me contestó una voz con un tono super dulce:

– Si?

– Hola buenas, tenía cita a las 5…

– Ah, ¿Víctor no? Pase pase

Entre en el edificio, y posteriormente al dúplex. En la entrada me esperaba una chica de unos 28 años, de carita redondita, muy mona, morena de pelo liso, y… gorda, pero gorda gorda. Por lo menos debía tener 100kg si no más. Además, no es que tuviera mucho pecho (tampoco poco), pero estaba claro que todo ese «extra» estaba localizado en ese gigantesco y enorme culo. Dios mío era descomunal!

– Bienvenido, tendrá que esperar un poco mientras la señora Sara acaba. Venga, puede sentarse en esta sala.

Mientras andábamos por el pasillo, no podía quitar la mirada de su trasero. Como ya os he dicho, me gusta casi todo, así que enseguida empecé a fantasear con ella y sus enormes proporciones.

– Ya puede pasar.

– S… Si, vale… Gracias

Me había embobado tanto que no me había percatado de que los 10 minutos ya habían pasado. El despacho de la psicóloga era extraño, la verdad no parecía ni un despacho. Todo estaba medio a oscuras, al fondo se apreciaba un escritorio enorme y un sillón donde estaba ella, y al lado de esta, la única ventana de la habitación, la cual estaba totalmente tapada por unas cortinas. A la izquierda había un televisor enorme puesto en la pared, y justo enfrente un sofá enorme. Y a la derecha, la típica camilla donde se tumban los pacientes, y los diplomas apoyados en la pared.

– Buenas tardes… (No hubo respuesta).

Avance y me senté en una silla al lado del escritorio. En la penumbra, pude observar la figura de una mujer, de unos 40, rubia, con coleta, también gordita, pero no tanto como la secretaria (serían unos 85kg). También hay que decir que en este caso iba equipada con un buen par de misiles, en los que cualquier hombre estaría encantado de ahogarse. Vaya pechos.

Volviendo al tema, tras un silencio incómodo, volví a intentar llamar su atención.

– Disculpe, si es…

– ¿Se ha masturbado hoy?

– ¿Como ha dicho? (Estaba flipando)

– Me ha entendido perfectamente señor Víctor.

– Bueno, yo… Si pero…

– ¿Cuántas veces?

– Oiga, no creo que esto sea necesario.

– Mire Víctor, le voy a ser franca. Llevo más de 15 años en esto, y le puedo decir con total seguridad que si dejo guiar la conversación al cliente, esto se alargará muchísimas sesiones, usted saldrá con inseguridades, y no resolveremos lo que usted llama «problema».

Ya me dijo en su email lo que ocurría. Y vamos a trabajar sobre ello. Pero tiene que ser franco conmigo, NUNCA me mientas, y le prometo que su vida sexual cambiará para siempre. ¿Está de acuerdo con ello?

Me lo pensé unos segundos. Sabía que tenía que abrirme a ella, pero tan directamente, no tenía ni idea si estaba preparado, y sentía algo de miedo e intranquilidad…

Pero había ido precisamente a quitarme esa inseguridad, y parecía ser una profesional, así que acepté.

– De acuerdo. 1 vez, suelo masturbarme de hecho entre 1 o 2 veces al día, aunque casi siempre es una o ninguna. Y antes de seguir, yo también quiero saber algo: El precio. Estuve mirando y no lo ponía en ningún sitio. No podré continuar si no.

La mujer, hasta ahora impasiva, mostró una leve sonrisita, separó las cortinas, y se sentó en la esquina de la mesa, a mi lado. Ahora con luz, pude apreciar que era hermosa, ya no solo su cuerpo como explique antes, si no que su rostro, ligeramente redondeado, unos. Ojazos azules, de tez blanca, y unos labios pequeños y finos. Vaya mujer de verdad.

– Bueno, parece que al fin te has soltado. Perdón por ser tan brusca, pero si no lo hacía… Bueno ya te lo dije, necesito que seáis sinceros. El precio de la sesión son 50 euros, pero no cobro las primeras, puesto que aún no sabemos cómo resolver nada. Una vez localicémos aquello que te «molesta», entonces ya hablaremos de dinero. Sígame, vamos a un lugar más cómodo (Me dijo señalando el sofá).

– Bueno… ¿Y por donde empezamos?

– Pues verá Víctor, de momento, como ya le dije, no dispongo de información suficiente para tratarlo, y dadas sus escasas experiencias en el ámbito sexual, tampoco puedo hacerle preguntas para aclarar el tema, así que…

De repente, cogió el mando del televisor, lo encendió, y me quedé atónito al ver una escena porno lésbica entre dos jovencitas, lamiéndose sus respectivos sexos.

– ¡Vamos a ver porno!

– ¿Como?

– Si. Es la mejor manera. En el email dijiste que te gustaba una amplia gama, así que me he descargado todo tipo de porno. De esta manera, mataremos 2 pájaros de un tiro. Definiremos tus gustos, y observaré de primera mano que efecto causan en ti excitación.

– Creo… que esto es demasiado

¿Que ha pasado con la confianza de hace un momento? Estás aquí en confianza. Soy sexóloga, no te voy a juzgar, además de que no hay nada que juzgar. ¿Que te crees, que me voy a asustar cosas como (puso otro video) está?

– Dios mío! ¿Es eso un… caballo? ¿Es siquiera legal?

– Solo con fines terapéuticos jaja. Bueno, ahora sí, ¿empezamos con la sesión?

– Está bien, pero por favor, no más zoofilia, no es lo mío. Y ya que me va a conocer de esta manera, al menos dígame su nombre.

– Ese es el espíritu. Me llamo Sofía. Y déjame de tratar de usted, me haces sentir mayor. ¿Listo?

– Listo

Y así es cómo empezó la sesión más rara de mi vida. La mujer me puso otra escena, una de 2 jóvenes, heterosexual. Y a los 5 minutos otra, un oral en primera persona, y luego otra y otra y así hasta concluir la sesión.

La verdad que a mí la mayoría de escenas me aburrían. Ya os dije que no me excitaba mucho el porno normal, así que la sesión se me hizo pesada. Ella no paraba de anotar cosas, y echarme una sonrisita de vez en cuando. Una vez acabado el tour pornográfico, nos despedimos y me dio cita para la semana siguiente, a la misma hora. Me dispuse a salir por la puerta, cuando su voz me interrumpió.

– Victor, una última cosa. Quiero que pruebe a no masturbarse está semana. Mejor dicho, necesito que no lo haga. Por favor.

– De acuerdo, no lo haré (mentí). Hasta la semana que viene.

Al salir vi a la secretaria en su escritorio.

– Bueno, yo ya me voy, hasta luego.

– Hasta luego. Descansa, que debes estar agotado.

– No entiendo…

– (La chica sonrió). Los gemidos… Se oían desde fuera.

No sabía dónde meterme, pero tenía que deshacer ese malentendido.

– No es lo que parece… Bueno dicho así si, pero de verdad que no. No hemos… (Me di cuenta de que da igual lo que le explicase, así que solo le dije la verdad). Mira, hemos estado viendo porno como parte de mi teoría, así que los gemidos son de las películas.

– (Se echo a reír) Tranquilo. Si ya lo sabía, o bueno, lo intuía. Los métodos de la señora Sofía suelen ser así de pintorescos. No te preocupes.

– Mientras funcionen, haré lo que sea. En fin, me voy, hasta la semana que viene….

– Miriam, me llamo Miriam. Nos vemos Víctor.

– Chao Miriam.

Y así concluye mi primer día de terapia. Digamos que está ha sido la introducción, pues tenía que poneros en situación antes de empezar con… Bueno ahora lo veréis.

Llegó la semana siguiente. Misma hora, llegue de nuevo puntual, y allí estaba de nuevo Miriam esperándome en la puerta. Me encantaba que me fuera a recibir, pues así podía deleitarme con su enorme culo, que apenas entraba en los vaqueros que llevaba.

Al ir a entrar al despacho de Sofía, Miriam se me acercó sonriendo y me dijo al oído «Toma, por si la película se pone interesante», y me dio un paquete de pañuelos. Me quedé con ganas de entrar al juego, pero tenía que entrar. Una vez en el despacho con Sofía, repetimos la sesión anterior. Fueron pasando escenas que no me excitaba en absoluto, pero lo que sí pude notar es que Sofía cada vez fruncía más el ceño…

A mitad de sesión, algo cambio. Ella estaba sería. Cogió el mando, y cambio de película. En pantalla aparecían 2 chicas gorditas, haciendo un 69. Me puse un poco nervioso, y más cuando, escena tras escena, eran todas de sexo con gordas, a cada cual más gorda que la anterior. Si hubiera estado en mi casa ya me estaría pajeando como un mandril, pero allí, al lado de Sofía, la verdad ni se me puso dura. Solo podía pensar en cuanto quedaba de sesión para irme.

De repente, Sofía cambio una última vez de escena, en la que una mujer gigantesca, completamente desnuda, le estaba haciendo un facesitting a un hombre. Tras unos segundos, Sofía se levantó del sofá, y me dijo totalmente enfadada.

– Le dije que no me mintiera.

– No entiendo…

– Se ha masturbado, a que si, Víctor.

– Bueno yo… Si, pero no habíamos dicho de tutearnos?

– No me saltes con eso. Es cierto, pero estoy tan enfadada que me da igual. Odio que me hagan perder el tiempo. Si no va a hacer lo que le digo, mejor váyase.

– Espera. Está bien te juro que para la próxima semana no lo haré. ¿Podemos seguir?

– Pues no, no podemos a causa de tus actos. La sesión entera está arruinada, ¿Y tú esperas que me quedé aquí esperando otra semana a ver si el señorito viene con las pilas puestas? No señor. Si quieres que continuemos, tendrá que ser a mi manera.

– Está bien está bien. Perdón. Lo haremos a tu manera. Por favor, no se ponga así. ¿Que quieres que haga?

– Desnudate.

– Me niego.

– ¿Lo ves? Cada vez que te digo algo que avanzará en la terapia, vas tú y haces lo que quiere. Mira Víctor, váyase, se acabó.

En ese momento me inundó la rabia. Es cierto que no había seguido sus órdenes, pero ¿Desnudarme? Si hubiera leído mi correo sabría que eso, en esas circunstancias era imposible.

– Pues me voy. Está claro que no es tan buena psicóloga como aparenta. Ya es bastante humillante venir aquí y exponerle mis… (Señale la pantalla) fetiches, como para encima desnudarme ante usted. Adiós.

– Espera

– ¡¿Que!?

– ¿Por qué te da reparo desnudarte ante mi? Es la última pregunta. Luego si quieres puedes irte.

– ¿Por que, enserio? Ya lo sabes.

– No, no lo sé. Si fuéramos, ejem, a «follar», pues el hecho de que no tengas una erección dificultaría las cosas. Pero solo te he pedido que te desnudes.

– Aunque no «follemos», sigue siendo incómodo estar así frente a una mujer.

– Entiendo… Bueno, me disculpo por ello. Me lo tendrías que haber dicho, pero aún asi, perdón. Y para demostrárselo, elija, ¿arriba o abajo?

No entendía nada. ¿Arriba o abajo que?

– Abajo (dije al azar)

Y acto seguido Sofía se sentó en el sofá, se quitó el calzado, luego los pantalones… Y después la ropa interior. Yo estaba atónito, pero ni punto de comparación a cuando se giró hacia mí y se abrió de piernas. Os juro que jamás había visto un coño igual, y a día de hoy sigo sin verlo, carnoso, rosado, parecía el de una jovencita. Maldije por un momento no haber elegido arriba, pero esa vista también era maravillosa.

– Bueno bueno bueno, parece que te gusta lo que ves. Tomaré eso como que aceptas mis disculpas. Pero solo es para mirar, y de paso, para que no te sientas incómodo cuando te desnudes.

– Entonces…

– Si, te toca. Lo siento pero necesito que lo hagas. No hago esto por cualquiera.

Cómo podría negarme. Me desnudé lo más rápido que pude. Ella se bajó del sofá, y se puso de rodillas frente a mí. Agarró mi pene, el cual medio reaccionó al contacto, y, diciendo «un segundin, ahora vengo» se fue por una puerta que había en una esquina del despacho.

A los pocos segundos se abrió la puerta del despacho. Era Miriam, cargando con una pila de cajas que acabó depositando en el escritorio de Sofía. Yo no sabía dónde meterme, y dudo mucho que hubiera podido hacer nada. Cuando se giró, se quedó petrificada mirando el televisor. Fue entonces cuando me percaté de que la película seguía en marcha. Me giré para mirar el televisor esperándome lo peor, y, efectivamente, seguía la escena del facesitting de la mujer obesa. Para colmo yo estaba desnudo, os podéis imaginar que cosas estaría imaginándose. Rápidamente me giré para intentar dar algún tipo de explicación, pero ella se me adelantó.

– Bueno… Pues yo ya me voy… Sigue con lo tuyo. Ah, y no te olvides de usar los pañuelos.

Y se fue a toda prisa por la puerta. ¿En qué me estaba metiendo? No pude seguir dándole vueltas, pues Sofía volvió sonriendo de oreja a oreja.

– Ya está. Te importaría tumbarte en el sofá?

– De acuerdo (y me tumbé).

– Perfecto! Ahora relájate (dijo mientras se ponía encima mío, como si fuéramos a hacer un 69), y no toques nada, solo mira.

Me había puesto su coño a pocos cm de mi cara, y me pedía que no hiciera nada, ¿Cómo podía esperar que no lo hiciera? Me venía un suave olor a vagina con el que no pude evitar excitarme, aunque no logré ni siquiera media erección. Pero para ella fue suficiente, pues empecé a notar algo frío y duro que rozaba mi pene. No se lo que estaba haciendo, pero notaba una presión muy incomoda por todo el miembro.

– Ya está (dijo levantándose). Con esto evitaremos que te toques.

Miré hacia donde estaba mi pene, y vi una cosa de metal recubriendo toda mi virilidad.

– ¿Que cojones es ésto?

– Eso, Víctor, es un artilugio para evitar la masturbación. Tranquilo, te lo quitaré la próxima sesión, si eres buen paciente. Y no tienes de que asustarte, tiene unas rendijas para que puedas lavarlo. La higiene es importante (y se empezó a reír).

– Debe ser una broma

– ¿Tu crees? Te dije que lo haríamos a mi manera. Aunque no te creas, todo esto es por ti. Repito, esto solo será una semana. Y no intentes forzarlo, lo más probable es que acabes cercionandote el pene.

– Bueno, no esperaba que este sería tu método. Abandonó. Dame la llave.

– Lo siento pero no es posible. La llave no la tengo aquí. Y ni se te pase por la cabeza denunciarme. Estarías dando al mundo a conocer tu caso, además que legalmente accediste a ello. Lo mejor será que me obedezcas, y quién sabe, si todo sale bien, quizá, solo quizá, recibas una recompensa.

¿Cómo se podía haber retorcido tanto la situación? Tuve que haberme ido en cuanto pude. No obstante en parte llevaba razón, así que no me quedaba otra. Me vestí, al igual que ella, y me prepare para lo que me esperaba.

– De acuerdo, pero esto no quedará así. En una semana nos veremos y…

– Error Víctor. Nos veremos mañana, y pasado, y al otro… Quiero ver tu progresión. De hecho… (Se acercó a su escritorio y tocó un botón del teléfono). Miriam, quiero que posponga todas las sesiones desde mañana hasta dentro de una semana. Ah! Y también le doy la semana libre.

– Oiga pero…

– Tranquilo, como ya te dije, no te voy a cobrar hasta que comencemos a tratar su «problema». Ahora váyase, y nos vemos mañana de 5 a 8. Y recuerda, nada de masturbarse (nuevamente comenzó a reír pícaramente).

No tenía palabras, así que salí en silencio del despacho, con mi pene enjaulado. Una vez fuera, busqué a Miriam por la sala, y me la encontré debajo de su escritorio, con ese culo gigantesco en pompa.

– Miriam, tienes un momento.

– Víctor, espera un segundin, que se me ha caído una cosa, y estoy a ver si la cojo.

– ¿Te ayudo?

– (Se le tanto toscamente. Tenía la cara roja como un tomate) Si no te importa te lo agradecería. Es un pendrive.

Me agache para cogerlo, pero ella no se movía del sitio, así que tuve que meterme como pude. Cogí el USB, e intente salir. Cómo estaba encajonado, perdí el equilibrio, y no pude más que agarrarme a ella para no caerme, más concretamente a sus nalgas. La cosa no podía ir peor.

– ¿Estás bien?

– Si, perdón, no pretendía, ya sabes.

– No te preocupes, tenía que haberme apartado. ¿Me das el «pincho»?

– Si toma. Oye, escucha, tenemos que hablar.

– Si es por lo que vi, no te preocupes, cada uno tiene sus gustos. Además en cierta parte me alagada, dado que yo tengo un cuerpo similar, y visto como te has aferrado a mí culo al salir, diría que gusto a alguien cosa que no suele ser lo normal.

Agachó la cabeza y me percaté de que esas palabras debieron dolerle. Una chica de su tamaño no suele triunfar en el amor. Y aunque existen personas como yo (y si estáis leyendo este relato, como vosotros), no suele ser muy común. Así que cambie mi plan.

– Ecuchame, pero escúchame hasta el final. No me estaba masturbando ahí dentro, aunque si, me gustaba lo que había en el televisor. Y tampoco me agarré a tu culo por que quisiera, si no que me tropecé. Pero si, tienes un gran culo, y me he fijado en el desde el primer día. Obviamente es lo que más me gusta, pero además eres muy guapa. El peso es el peso, y la belleza es la belleza. No obstante, la «terapia» me tiene atado de pies y manos…. Y algo más, y no sé qué pensarás de mi, pero al menos me gustaría quedar un día para que me escucharas

Ella no se esperaba una contestación así. No sabía si me había pasado, podría ser mi fin.

– Yo… bueno… podríamos tener una cit… (se sonrojo) cena, una cena… Si, quedar para cenar, pero tendrá que ser cuando vuelva de mis vacaciones. Adiós Víctor.

Y salió escopetada por la puerta. Estaba roja como un tomate, tanto que cerró de un portazo descomunal. La pobre se lo había tomado como una cita. Y así es como empezaría mi nueva vida: con un candado en la poya, una psicóloga loca, y una cita con una gorda. ¿Cómo coño se acabaría resolviendo todo? Lo veréis en el próximo relato, pues esto era la introducción.

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