Un vagabundo abusa de mi en el autobús ¡Me hace lo que quiere!

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Si aún no han leído sobre mi, soy una chica de ahora 27 años. Siempre he sido delgadita y estatura promedio. Desde que tengo memoria me encanta tener mi cabello largo hasta la cintura. Mis ojos son café claro y mi piel blanca, un tanto morena en mis extremidades, gracias al sol y que siempre me gusta mostrar mi piel.

En está historia que les cuento, yo tenía 18 años. Me dirigía a visitar a mi abuelo paterno, que vivía a 1 hora y media, en otra ciudad. Él tenía 76 años y era viudo.

Planeaba quedarme con el una semana entera por vacaciones pues yo no tenía papás, y en ese entonces no tenía pareja sentimental con quién pasarlas.

La única forma (económica) de llegar a mi abuelo era por medio de autobús.
Así que tomé el bus el viernes por la noche. Era el último en salir aquél día, siendo casi las 11 de la noche.

Éramos seis personas las que abordamos. Elegí un asiento al fondo del camión para poder observar a la gente. Todas acababan de salir de sus trabajos y se dirigían a sus casas. O eso es lo que pude suponer.

El conductor era joven, de unos 30 años y venía acompañado de otro muchacho más joven que él, tal vez tendría 20 años. Iban escuchando música a todo volumen, bromeando entre ellos y riendo a carcajadas.

El camión se vacío rápidamente, como dije, todos parecían dirigirse a sus casas, y yo era la única con pinta se irse fuera de la ciudad. Tal vez por mis bolsos grandes con ropa y regalos que llevaba para la visita.

Al quedarme sola en el camión, toda mi atención se fijaba en los chicos al volante, claro que de forma disimulada, pues no quería que se dieran una idea equivocada y confundieran mi curiosidad con deseo.

Empecé a notar que me miraban constantemente a través de su gran espejo retrovisor. Yo disimulaba que miraba hacia afuera, lo poco que la noche me dejaba ver.

Así, con el camión en pleno movimiento, el chico de 20 años le dijo algo al otro hombre, se levantó, caminó hacia mi y se sentó a mi lado.

No sabía qué pensar. Qué quería este muchacho?

«Hola bonita» me dijo con una voz casi de niño.

«No me molestes, por favor » le dije amablemente y con una risa tímida. No quería que se molestará ni parecer grosera.

«No seas así, mira, es que le gustas a mi amigo, te está echando el ojo desde que subiste». Me dijo apuntando con el dejo a su amigo el chofer.

«Dile a tu amigo que no me interesa, gracias,» le dije un poco menos amable.
Yo solo pensaba en llegar, el sueño ya me estaba llegando y no estaba de humor para coqueteos.

«Ok, muy bien, yo le digo» dijo mientras se levantaba molesto y susurraba «mamona tenía que ser» .

Llegó y se sentó de nuevo al lado del chófer y empezó a decirle algo mientras ambos me veían con el ceño fruncido a través del retrovisor. Era obvio que no les vino bien mi rechazo. Seguramente estarían acostumbrados a que las chicas aceptaran cualquier invitación suya, pues la verdad no eran feos, estaban en forma y a simple vista parecían simpáticos.

El recorrido siguió sin novedades. Ya estaba resignada a qué sería la única pasajera en el bus hasta el final del trayecto y que tendría que ir con esos dos chicos a los que hice enojar.

Mi resignación no duró más. Me sorprendería al ver a una persona haciéndole la parada al autobús en medio de una carretera desierta.

«Qué rayos acababa de pasar?» Me pregunté sorprendida. Una mala jugada del destino.

Describiré a continuación a la persona que se estaba subiendo al autobús:

Hombre de unos 40 años;
Parecía extranjero, tal vez centroamericano;
Muy alto, espalda ancha, brazos y manos grandes;
Piel muy morena, que encima tenía manchas de suciedad. Por lo que era piel bastante oscura casi negra;
Zapatos y ropa y con hoyos, desgarrada de lo vieja que era y además sucia a simple vista;
El cabello largo a los hombros, despeinado y tieso por la suciedad acumulada.

Ya se imaginan el tipo de persona que era. Exactamente, era un indigente. Pero no sólo eso. Al verlo subir, los dos chicos lo saludaban amigablemente, era uno de esos personajes que seguramente veian a diario en la carretera, vagando, y a veces pidiendo aventón para trasladarse. Parecían conocidos de toda la vida al verlos chocando sus manos.

El hombre no parecía cuerdo, tenía una sonrisa grande que mostraba sus dientes chuecos y amarillos. Y con una voz fuerte y bien grave, balbuceaba quién sabe qué cosas que a penas podías entender si prestabas mucha pero mucha atención y afinabas el oído.

El hombre se sentó unos asientos atrás de los chicos, y estos le iban haciendo preguntas. Aprovechaban que estaba mal de la cabeza, para preguntar barbaridad y media al pobre hombre.

«Cómo estás amigo? Ya te conseguiste novia?» Le preguntaban.
«Y ya te la cogiste o todavía eres virgen?»
«Cómo tiene las tetas, está sabrosa?»
«Ya le chupaste el coñito?»
«Y te la mama todos los días?»

El hombre contestaba todas sus preguntas entre risas, como si fuera lo más normal del mundo, no creo que entendiera que los chicos se aprovechaban de su locura para sacar detalles morbosos de su supuesta relación.

Yo sólo seguía viendo por la ventana y escuchaba las locuraras que hablaban los 3 hombres.

Hubo un momento de silencio, y voltee a ver a qué se debía.
Vi al muchachito sentarse con el indigente y contarle algo en secreto.

No le di importancia y seguí viendo la calle oscura.

No pasó un minuto cuando….
no podía creerlo, tenía al loco vagabundo sentado a mi lado. Y solo ahí pude apreciar el olor que desprendía su cuerpo. «Este hombre no habrá visitado una ducha en muchos años», pensé, olvidandome por un momento que había cosas más importantes de las cuales preocuparse que solo el olor de aquél hombre.

No le dirigí la mirada, lo ignore completamente. Pero él empezó a tocar mis piernas.
Seguí ignorandolo, dentro de mi sólo pensaba «puedo soportar esto, si reacciono mal todo puede irse al carajo. Nunca hay que hacer enojar a un loco.»

Él estuvo casi dos minutos muy largos en silencio acariciando mis rodillas. Yo esperaba, positiva, a que el hombre se aburriera y se fuera.

De repente, como una ola inesperada, se abalanzó sobre mi.
Me besaba, quería besar mi cuello, mis mejillas, quería besar mi boca, pero como un pez que se escapa de las manos de un pescador, yo movía mi cabeza de un lado a otro escapando de sus manos, me negaba a que nuestras bocas se tocaran.

Con mis manos lo empujaba, y mis piernas pateaban, pero era en vano, era un hombre grande, muy grande y fornido. Hubiera dado lo que fuera porque fuera un indigente como los que se ven tantos en la calle, flacos y pequeñitos, con pinta de no matar ni una mosca. Pero este hombre parecía que podía matar hasta un león solo con sus manos.

Me donó completamente, no pude evitarlo más y nuestras bocas se conocieron.
Metía su lengua a mi boca como desquiciado. No pude hacer nada más que verlo a la cara, sentir sus dientes chuecos mordisqueando mi boca. Sentir y oler su aliento podrido en mi cara.
Mientras me comía los labios, con sus manos estrujaba mis pechos con tanta fuerza que me dolían. Él no sabía medir su fuerza o su locura y excitación no lo dejaban hacerlo.
De mi solo escapaban quejidos de dolor y un par de lágrimas ya se escapaban de mis ojos.

Cuando el vagabundo separaba un instante su boca de la mía, yo sólo podía gritar «ayuda! ayúdenme!»

Pero mis súplicas caían en oídos sordos. De haber podido ver algo, seguramente me encontraría a los chicos burlándose de mí y viendo a través del espejo retrovisor cómo aquél viejo sucio me sometía.

Mis fuerzas se agotaron en pocos minutos, deje de intentar empujarlo. Mis brazos y piernas no respondían más. El tipo se apropió de mi cuerpo que no oponía resistencia.

Con sus grandes manos me arrancó la blusa, con tanta facilidad como si quitará el envoltorio a un dulce.
Bajó los tirantes de mi sostén, y a continuación lo jaló completo hacia abajo liberando mis senos blancos y redondos. Los miró por un momento, como pensando que se acababa de ganar la lotería. No decía ni una palabra.

Empezó a lamer mis pechos, los mamaba, los estrujaba. Llendo de uno a otro y hasta intentando meter ambos a la vez a su boca. Logró que mis pezones se endurecieran, y él aprovechó para morderlos sin cuidado, provocando que gritara aún más.

Fue ahí, con su cabeza a la altura de mi pecho, que por fin pude ver a los chicos del camión, viéndome a través del espejo, riéndose y bromeando entre ellos. Subiendo el volumen de la música para que no se escucharan mis gritos.

Para entonces había desistido de pedir ayuda. Nadie me ayudaría.

El hombre, cuando por fin se vió satisfecho de comer mis pechos carnosos, me jaló de un brazo, con fuerza me tiró en el piso del camión.

Qué me esperaba ahora ahí acostada en el piso? Todo sólo podía ir a peor.

El mendigo levantó mi falda y me arrancó las bragas, que de por sí eran de encaje delgado, no aguantaron la fuerza de sus manos. Dejó al descubierto mi zona íntima, cubierta de bello negro y delgado.

Entre lágrimas, le decía «no, por favor…» y con mis manos intentaba bajar mi falda y esconder mi sexo de aquél hombre.

Él solo se reía de forma en la que sólo un loco puede reírse ante una injusticia .
No hizo un movimiento más, sin antes voltear a ver a los dos chicos, esperando un tipo de luz verde, una aprobación de lo que se aproximaba.

«Dale amigo!, es toda tuya! Vamos! Tu puedes!»
Le gritaban los chicos al vagabundo.

Contento con el permiso recién concedido, el hombre continúo con lo que tenía en mente. Follarme en el piso de ese autobús.

Frente a mi estaba el hombre, de rodillas, desabrochando su pantalón.
Yo, como si de un escudo se tratara, seguía cubriendo mi intimidad con mis manos, como si eso pudiera protegerla de su espada. Qué ingenua al pensar que tendría alguna posibilidad.

Lo vi sacar su miembro de su pantalón, era todo lo que se esperaria de un hombre de su altura y masa, era un pene enorme y grueso adornado de largas venas, la cabeza de su pene era proporcionalmente grande y rosada, no podía creer que eso fuera a penetrarme contra mi voluntad.

Empezó el indigente a acercarse a mi, aproximando su pene entre mis piernas.
Logré tocar su miembro con mis manos, pero no para lo que él hubiese querido, sino para empujarlo, empujar su miembro lejos de mi. Lo sentí caliente, y las puntas de mis dedos sentían sus venas saltadas que recorrían toda su verga.

El hombre un tanto molesto por no tener la vía libre, tomó mis muñecas, las unió sobre mi cabeza y las sostuvo con una de sus manos, lo hizo fácilmente aprovechando mi falta de tenacidad .
Se terminó de recostar sobre mi cuerpo, mientras me clavaba despacio su gordo miembro erecto.
Grité de desesperación, no quería ser penetrada por ese vago sucio y loco, pero no podía hacer nada, ya estaba sucediendo.

Sentí cómo los labios de mi intimidad se abrían a su paso y oprimían su verga caliente. Mi clítoris palpitaba fuerte, en parte por toda la estimulación que habían recibido mis pezones y por las imágenes de lo que vendría después. No podía controlar esas sensaciones en mi cuerpo.

Cuando estuvo totalmente dentro de mi, empezó un vaivén, metiendo y sacando su pene, cada vez con más rapidez. Mi coño se encargaba de darle la humedad necesaria para su tarea. Sentía su bello púbico grueso rosando los míos y sus testículos golpeándome en cada movimiento.

Sus gruñidos y sonidos de gozo me asustaban, parecía que estaba siendo follada por una bestia hambrienta. Se estaba dando un festín de cualquier hombre desearía poder disfrutar. Pero él era el afortunado y no lo desaprovecharía.

Dejó de sujetar mis manos, sintió que ya no era necesario usar su fuerza contra mi.
Se volvió a arrodillar, arrastrándome hacia él para que su pene no se saliera de mi coño en el trayecto. Y en esa posición, arrodillo, Comenzó el movimiento, ya no era él el que me embestía. Eran sus manos sujetándome con fuerza, moviendo mis caderas enfrente y atrás para clavarme a mi llegada. Cada estacada se sentía hasta los intestinos.

En efecto, aquello me estaba partiendo en dos, pero al mismo tiempo empezó a recorrer mi cuerpo un escalofrío, una sensación que no podía controlar. Mi vagina ya estaba hinchada, estaba ardiendo de dolor pero también de la excitación que me generaba sentir a ese desconocido tan dentro de mi. Mis gritos para ese entonces escondian gemidos de placer, que solo un veterano y experimentado en las relaciones sexuales podría decifrar.

El chico de 20 años que hasta ese momento se había mantenido sentado junto al chófer, ahora se había instalado en un asiento cercano al vagabundo y a mi.
Se sacaba su pene y se masturba mientras veía cómo me abusaban.
Por si no fuera poco, le daba al vago ideas para que las pusiera en práctica ahí mismo.

«Cogetela ahora por el culo, se lo merece por mamoncita» decía riéndose

El vago reía junto con el chico mientras sacaba su verga, dejando salir todos los fluidos que había estado conteniendo dentro de mi. Me colocó boca abajo.
Sin esfuerzo levantó mis caderas a la altura ideal para él y comenzó a meter su pene en mi culito, no sin antes escupir entre mis piernas, esperando que su saliva sirviera de lubricante.

Yo nunca había gritado tan fuerte en toda mi vida, nuevamente sentí su pene clavándose profundo en mi, una y otra vez.
Si no fueran por sus manos sosteniendo mi culo, yo estaría desplomada en el suelo. Como una muñeca de trapo, sin posibilidad de sostener mi propio cuerpo. El dolor era inmenso en cada penetración. Sus gruñidos pasaron a ser gritos de placer, que acompañaban los míos.

«Eso es amigo, le estás dando bien duro, sígue así, mira que hasta parece que le está gustando!»
Festejaba el chico que se masturbaba a nuestro lado mientras su amigo seguía conduciendo y mirándonos por el espejo.

El vago sacó su miembro de mi culo después de haberme penetrado por minutos que habían parecido horas.
Parecía que estaba a punto de terminar pero no quería hacerlo ni en mi ano, ni en mi conchita. Volteó nuevamente mi cuerpo. Se arrodillo a un lado de mi cabeza.

Me metió su verga en la boca, y empezó a masturbarse rápidamente, quería eyacular.
El chico cerca de nosotros le hizo compañía, aproximándo su miembro a mi cara, apuntando a mi boca.

Sólo podía verlos junto a mi, todo parecía irreal. Esos dos hombres estaban a punto de eyacular en mi boca.
Lo lograron en poco tiempo. Me llenaron de su leche caliente, me dieron toda la que pudieron, no desperdiciaron ni una gota. Ni siquiera pude tragar, el espeso semen de los hombres se escapaba de mi boca y manchaba el suelo.

Habiendo terminado conmigo, se levantaron y se dirigieron de nuevo al frente del camión, con el otro hombre. Seguían hablando y riendo. Festejaban al loco indigente por lo que acababa de hacerme. Era un hecho que en ese camión, no había un loco, sino tres.

Estuve tirada en el suelo del camión aproximadamente 10 minutos, sin moverme, sin llorar, estaba recuperando un poco de fuerzas para cuando tuviera que bajarme, la necesitaría.

Escuché luego de un rato que uno de los chicos me gritó con tono amenazador, que ya estábamos próximos a llegar, que sería mejor que me fuera despavilando o lo harían ellos.

Me puse de pie con dificultad. Me dolía todo el cuerpo.
Escupí el semen que aún seguía en mi boca;
Bajé mi falda;
Subí mi sostén y me coloqué los tirantes;
Peiné mi cabello con mis dedos;
Limpié la humedad en mis ojos;
Saqué de uno de mis bolsos una camiseta nueva;
No me esmeré en buscar otras bragas, sólo quería ocuparme de mi aspecto exterior, para no perder más tiempo.

Cuando llegué al final de la ruta, se abrió la puerta trasera y bajé lo más rápido que pude.

«Adiós putita, esperamos verte pronto!» Me gritaba el chofer mientras me iba, el vagabundo y el otro chico se asomaban por la ventana, con una sonrisa en la boca, para verme alejarme.

En la estación de autobuses me esperaba ya un carro. El carro de mi abuelo. Mi amado abuelito que me recibió con un abrazo fuerte y un tierno beso en la mejilla.
Me ayudó a subir mis bolsas al carro y nos metimos al auto.

Esperaba que en los próximos días mi abuelo pudiera ofrecerme con sus caricias y abrazos, el consuelo que tanto necesitaba sentir después de lo sucedido en aquél bus.

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