Encuentro el diario privado de mi esposa y me sorprendo con lo que encuentro
Diario
En un primer momento apenas presto atención al cuaderno, estoy enfurruñado porque no logro encontrar unos antiguos gemelos de plata labrada que pertenecieron a mi padre y mi abuelo, que supongo habría guardado Elena en uno de los muchos cajones del gran armario del vestidor, pero, tras un segundo vistazo, localizados los gemelos sin necesidad de telefonear a mi mujer —todo un éxito no tener que oír su enfado por llamarla a su trabajo, más la habitual acusación de ser un inútil siempre que busco algo— me doy cuenta que el bonito grueso cuaderno de tapas de madera color ébano no pinta nada en ese cajón, así que lo abro —simplemente se cierra con una ancha tira de fina piel negra flexible— y me queda claro que es su Diario.
Joder, que mal rollo, enseguida me siento culpable por haberlo abierto, y eso que todavía no he leído nada de lo escrito. Por supuesto, me puede la curiosidad, me resulta imposible evitarlo, así que tras mirar a derecha e izquierda —estoy solo, Elena aún tardará al menos dos horas en volver a casa y hoy libran las dos mujeres del servicio doméstico que viven en casa, pero me debo considerar algo así como un espía o un delincuente— me acomodo en uno de los grandes sillones del dormitorio y empiezo a leer por el principio. No hay ninguna fecha que me pueda indicar cuando está escrito.
Estoy excitada, mucho, no hago más que pensar en una polla larga, gruesa, recta, que me penetra sin ninguna prisa, pero de manera continuada. Poco a poco le voy poniendo rostro, se parece mucho a Aitor, el guapo monitor del gimnasio. ¡Qué bueno está el cabronazo! ¡Qué calientes nos tiene a todas las de su clase! ¡Qué ganas de tirármelo ahora mismo!
No puedo parar de tocarme, los pezones me duelen de lo tiesos y duros que están, parecen de cristal, como dice mi marido, y tengo el coño empapado de mis densos jugos sexuales. El clítoris parece arderme. Tengo que correrme ya mismo.
Sí, ha sido un orgasmo largo, profundo, muy sentido. En todo momento he tenido ante mí el rostro de Aitor y su cuerpo escultural maravillosamente excitante.
La leche, será verdad lo que he leído. No me lo puedo creer. Elena y yo follamos a menudo, siempre me dice que soy su único hombre, que le gusto y me desea, que goza fabulosamente cuando tenemos sexo y mi polla es la mejor que ha conocido… Sigo leyendo, muy interesado.
Qué calor hacía hoy en el estudio. Hasta mañana no terminan de instalar el aire acondicionado nuevo, y aunque no ha llegado el verano, el sol calienta mucho y las temperaturas son altas. Además, solo a mí se me ocurre ponerme una blusa blanca que deja trasparentar por completo el sujetador y que con el sudor se pega al cuerpo y deja ver mucho más de lo que me gusta enseñar. He tenido que abrirme un par de botones.
Todos los empleados de mi sección han entrado varias veces a lo largo de la mañana en mi despacho, algunos con preguntas tontas, pero todos miraban mis tetas como si tuvieran imán. Capullos, babosos, mindundis mal follaos, sacos de mierda con polla, salidos sin solución… Si las conocieran de verdad, si vieran que son preciosas, si supieran lo sensibles que son a caricias y besos, si tuvieran la oportunidad de mamar mis pezones… se morirían de la excitación, la misma que tengo yo ahora al pensar en ello.
El becario no se ha atrevido a entrar, aunque me ha mirado varias veces disimulando, como a escondidas. Creo que hasta se ha puesto rojo. Está muy bueno este rubito tan joven y tímido, vaya culito que tiene, que azotitos le daba.
Le he pedido a Nora que no me pase llamadas y nadie entre hasta que se lo indique. Me voy a esconder en el aseo de mi despacho. Llevo un tiempo pensándolo, pero voy a comprarme un pequeño vibrador con mando a distancia o mejor uno de esos nuevos succionadores, para tenerlo siempre a mano y poderme masturbar cuando me apetezca. Qué mojada estoy, mis braguitas están empapadas, me las tengo que quitar, así que estaré todo lo que resta de jornada laboral sin ellas. Otro motivo de excitación.
Ahora necesito una polla que me parta en dos mientras me toco el hinchado clítoris. No puedo seguir escribiendo.
Tengo la polla como el mango de una pala. No puede ser verdad que mi mujer se ponga perra a tope y se haga pajas en cualquier momento, incluso en el estudio de arquitectura. Joder, joder.
Anoche Gerry estuvo de sobresaliente. Me echó dos polvos fabulosos, me corrí muy a gusto, disfruté tanto como él, pero me quedé con ganas de que penetrara mi culo. Lo hace muy de vez en cuando, y me excito mucho cuando tengo su pollón dentro. Me encanta que me sodomice, aunque todavía hay veces que me duele al entrar, pero es una sensación maravillosa sentirme tan profundamente llena, ensartada por esos fabulosos veinticuatro centímetros que tan bien conozco y tanto sé disfrutar.
Vaya, vaya. Yo respetando su culo más de la cuenta porque se queja casi siempre y me da miedo hacerle daño. Se va a enterar a partir de ahora, con lo mucho que me pone darle por el culo.
En el gimnasio hoy he coincidido con Rosa, quien habitualmente va por las noches. Nos hemos reído mucho comentando lo bueno que está el monitor y el paquete que marca. Hemos estado unos minutos en la piscina y después hemos ido juntas a las duchas. No ha dejado de mirarme, de pasear su mirada por mi desnudo cuerpo, de manera lasciva, como si me estuviera comiendo entera, y cuando he empezado a enjabonarme, sin ni siquiera pedir mi permiso, sin decir nada de nada, ha tomado el jabón en sus manos y las ha pasado por todo mi cuerpo. He cerrado los ojos y me he dejado hacer. Qué excitante, qué bien me acaricia, con que suavidad. Qué bien ha tratado mis tiesos pezones. Cuando ha empezado a tocarme el clítoris le he cogido la mano y no la he dejado continuar, no sé la razón, me estaba gustando.
Me masturbo, tremendamente cachonda, siendo consciente de la excitante desnudez de Rosa y de que ella también se está haciendo una paja sin dejar de observarme. ¡Oh, qué gusto, qué bueno!
Qué cachondo me he puesto, noto los huevos en ebullición y la polla me pide soluciones ya mismo. Voy a leer un poco más y después lo guardo. Quiero esperar a que venga Elena, no me quiero hacer una paja, se la voy a meter hasta por las orejas.
Pocos días después, a la hora de la comida, Rosa me ha hablado de lo sucedido en el gym. Ni ella ni yo le hemos dado ninguna importancia, de hecho, no es nada raro ni escandaloso ver de vez en cuando a alguna pareja de mujeres que se da placer tras el ejercicio físico. Y se comenta que también sucede entre los tíos en su vestuario.
Todas somos adultas, discretas, formadas, respetuosas con las necesidades y los gustos de las y los demás. Ella simplemente me ha declarado que le gusto, mi cuerpo la excita mucho, se masturba a menudo pensando en mí, y le gustaría hacer el amor conmigo.
Me halaga, pero no he contestado, solo he sonreído. Más adelante, quién sabe.
Eso sí que me pondría cachondo, ver una sesión de sexo entre Elena y Rosa. Sería estupendo, si además yo también participo de la follada.
La semana que viene es el cumpleaños de Nora, mi secretaria. Nos conocimos porque su hermana pequeña y yo íbamos juntas al Instituto. Dejó los estudios porque se casó, y cuando abrí el estudio de arquitectura la contraté para llevar toda la burocracia. Es la secretaria perfecta, y, además, ahora somos buenas amigas. El marido era un pichabrava tremendo, le puso los cuernos con un montón de mujeres, y al parecer, también con algún que otro jovencito. Es verdad que el tío estaba buenísimo, guapo y con una labia propia de un encantador de serpientes. Nora me cuenta a menudo cómo echa de menos las folladas con él y mamarle su grueso capullo, no me extraña nada. Hasta a mí me tiró los tejos después de divorciarse. Si no llego a estar con Gerry me lo hubiera tirado… me daba mucho morbo sexual.
Pero coño, si el tal Mariano era un rubito soseras con pinta de afeminado de gimnasio y gafas de sol de macarra. No hay quien entienda a las mujeres, y con el chocho mojado, menos todavía.
El cumpleaños de Nora iba a pasar sin pena ni gloria, excepto por el estupendo restaurante hindú en el que nos ha invitado, hasta que se le ocurrió a Rosa que nos fuéramos las tres a un local de strippers y toys boys musculitos que ella conoce no muy lejos de la oficina. Pedimos una sala privada y dos tíos, uno blanco y otro negro, para una larga sesión completa. ¡Qué pasada! ¡Qué tíos más buenorros! ¡Qué par de pollas!
Nora ha cumplido hoy cuarenta y cinco, ocho más que yo, lleva cuatro años divorciada y sé que no se come ni una rosca, se mata a pajas y va siempre salida, así que le he regalado un set de vibradores de varios tamaños y distintas funciones. Rosa es un par de años más joven que yo, soltera sin pareja, con fama de ser un poco puta y tirarse a todo lo que vuela, hombres y mujeres. Yo, mejor dejarlo correr, follo mucho con Gerry, mi marido, me encanta, pero cada día tengo más ganas de sexo.
Después de unos bailes vacilones con mucho perreo y restregarnos con los boys completamente desnudos, quitamos la ropa a Nora y le pedimos a los dos tíos que le den caña, de todo, mucho y bien.
Estoy acostumbrada al pollón de Gerry, pero lo del negro es tremendo, parece de peli porno, es indecente, casi da miedo, y ver a Nora comerse esa polla con todo el vicio del mundo, pasársela por la cara y después ponerse a cuatro patas para que se la meta, me pone muy excitada. Igual que ver a Rosa, que también se ha desnudado y lleva unos minutos mamando la polla, gruesa como una berenjena, del otro jovencito lleno de músculos. ¡Qué par de guarras! ¡Qué cachonda estoy! Me gusta sentirme excitada, perra, muy perra.
Se han corrido las muy putas casi a la vez. Apenas han descansado unos momentos y han venido hacia mí para quitarme las bragas y hacer comentarios de lo mojada que estoy. Las dos me han tocado el coño con la mano, acariciando suavemente, poco tiempo, pero me ha gustado. Me han comido la boca entre las dos, Rosa me ha lamido los pezones varias veces, con mucha intensidad, sin dejar de mirarme a los ojos, y Nora no ha dejado de acariciar mis nalgas, y antes de darme cuenta se han apartado y estoy hecha un sándwich entre los dos tíos, que no paran de moverse, de comerse mi boca, el cuello, acariciar mis tetas, el culo, me restriegan las pollas por todos lados. Y Nora y Rosa acariciando los cuerpos de los dos tíos, pidiéndoles que me follen, que me den gusto.
Nunca había follado con dos hombres a la vez. Alguna fantasía sí he tenido, como todas, y Gerry juega en ocasiones con su polla y un vibrador, pero dos rabazos tremendos que me llenan al mismo tiempo el coño y la boca, es mi primera vez. Y me gusta, me gusta mucho, estar a cuatro patas encima del gran puff cuadrado del centro de la sala, recibiendo una follada que ahora mismo me parece la mejor de mi vida.
Han acompasado el movimiento de manera que empuja uno cuando el otro retrocede, sin llegar a sacarlas del todo en ningún momento. Oh, qué bueno, me he corrido ya una vez, pero me han visto tan cachonda que han seguido dándome, sin prisas, pero sin parar. ¡Qué excitante!
Rosa se ha tumbado entre mis piernas, y me lame el clítoris, grande y agradecido, suavemente. Es estupendo. Nunca he tenido verdaderas experiencias lesbis, aparte de algún beso, algún leve toqueteo, bailes guarrillos en alguna fiesta desmadrada, y poco más, jugueteando sin mayor importancia, pero en mis fantasías a veces están presentes las mujeres, y ahora sé la razón. Mi segundo orgasmo ha sido increíble, de categoría extra premium.
Antes de acabar la fiesta, los dos toys se han corrido en la cara de Nora, que les ha pedido un bukkake facial. Mira que aguantan estos tíos, le han puesto de semen hasta arriba: la cara, el pelo, las tetas; no sé, ahora me da un poco de mal rollo ver a Nora con esa pinta de zorra guarra que se le ha puesto mientras se extiende la leche de hombre por todo el torso y se chupa los dedos pringados como si se tratara de un manjar.
Guardo el cuaderno en el cajón en donde lo encontré. No me paro a pensar, la polla tiesa y dura no me deja ocuparme de otra cosa que no sea follarme a mi mujer en cuanto venga. Qué calentón llevo encima. Será verdad lo que ha escrito o simplemente es una manera de excitarse o una llamada de atención hacia mí por si lo leo, tal y como ha ocurrido. No sé qué creer, pero sea o no verdad… uf, uf, estoy cachondo como nunca.
Cuando llega Elena la estoy esperando al pie de la escalera que conduce a los dormitorios de la planta de arriba, desnudo por completo, con una pajarita azul marino en el cuello —le pone cachonda que yo lleve alguna prenda de ese color— con dos copas de champán en la mano y la polla en perfecto estado de revista. No sé si se lleva una sorpresa, pero tras dar un largo trago de la copa, besarme suavemente en los labios y acariciarme el paquete, apretando, sopesando, valorando, sube delante de mí, parándose solo para irse quitando la ropa, que queda tirada por el suelo.
Es una mujer única. Alta, delgada, curvilínea, me parece la más guapa del mundo y, desde luego, tiene un cuerpazo fabuloso. Me tiene loco desde la primera vez que la vi.
Lo primero en lo que se fija uno al mirar a Elena es la elegancia de sus movimientos, de sus gestos, del atractivo que desprende, quizás fundamentado en el uno setenta y ocho que mide, habitualmente incrementado por los altos tacones de sus zapatos.
Rubia, el cabello casi siempre corto, últimamente muy de estilo militar, peinado sin raya o con ella en el lado izquierdo, en ocasiones lo tiñe de otros tonos de rubio, el suyo natural es amarillento, trigueño en sazón, tal y como ahora lo lleva.
La piel levemente tostada que presenta su cuerpo durante todo el año —es adicta al sol y los rayos UVA— dota a su rostro de una expresión que sin conocerla puede parecer dura, incluso altiva, presuntuosa, en consonancia con las cejas largas, anchas, levemente curvadas, de un tono rubio más oscuro que el cabello. Sus grandes ojazos, de un raro color azul zafiro, resultan llamativos, atractivos, pero turbadores bajo las largas pestañas rubias, parecen desnudar todos los secretos de aquel en quién posan la mirada. Nuestros amigos dicen, en broma, que son ojos de bruja. Yo suelo decirlo en serio. Mi bruja.
Nariz romana perfecta, pómulos levemente pronunciados, una boca sensual, grande, de aspecto suavemente acorazonado, con labios gruesos de un tono amarronado, una dentadura perfecta, tan blanca que parece brillar, barbilla fina y redondeada. Es muy guapa, hombres y mujeres lo reconocemos.
Brazos levemente musculados y largos enmarcan un cuerpo delgado de evidentes curvas, con una espalda ancha y fuerte que desciende en forma de ese hasta la cintura, en donde entronca en un leve metido con unas caderas anchas que engloban unas nalgas altas, fuertes, duras, formando un culo redondo, llamativo, con aspecto de perfecto melocotón coronado por dos maravillosos hoyuelos de Venus, con una raja muy estrecha que parece abrirse a propósito para enseñar un ojete pequeño, muy apretado, del mismo color suavemente marrón que los labios de su boca.
Inmediatamente después de las rectas clavículas, nacen dos pechos altos, separados, anchos, duros, que no tienen una forma concreta que yo sepa describir, pero que resultan increíbles, con pezones grandes, gruesos, cortos, de color marrón claro, con areolas levemente más oscuras, sin forma, difuminadas, apenas levemente granuladas. Da la sensación de que las tetas caen hacia arriba, sujetas por hilos invisibles que nacen de los pezones. Lleva sujetador casi por costumbre y porque es un escándalo visual cuando no lo lleva, pero no lo necesita. Probablemente esas tetas únicas son lo mejor de su cuerpo.
No tiene ni gota de grasa en su estómago suavemente abombado, con un pequeño ombligo redondeado junto al que lleva un pequeño piercing circular de acero pavonado. Se lo puso como elemento decorativo llamativo para una fiesta nocturna de bañadores que dimos en la piscina y lleva ya medio año luciéndolo.
El pubis claramente triangular está desnudo de vello hasta llegar al sexo, en donde luce una mata de abundante rizado pelo del mismo color rubio que su cabello que parece proteger unos labios vaginales anchos y abultados, y en especial la zona de su llamativo clítoris, que descapuchado, en erección, sorprende por los tres centímetros de largo y poco menos de ancho. Es un excitante placer mamarlo, y a Elena le provoca orgasmos tremendos. A menudo le pido que se depile el sexo, y ella lo hace de distintas maneras, pero nunca lo lleva completamente rapado, como si le diera miedo dejar al descubierto ese clítoris fabuloso.
Los largos duros muslos suavemente musculados llaman la atención y se continúan en largas piernas primorosamente delineadas, de músculos muy marcados.
¡Qué mujer! Y es mía, tal y como no deja de decirme desde el primer momento en el que nos comemos la boca guarramente, chupamos mutuamente nuestras lenguas, nos metemos mano sin cesar, me vuelvo loco mamando sus pezones, acariciamos nuestros sexos, le como el ya inflamado clítoris durante suficiente tiempo para que se ponga muy cachonda, pero no me pida que le acabe con la boca.
Le quiero hacer un completo, es lo que me pide el cuerpo después de la lectura de su Diario, así que le doy un par de azotitos en las nalgas, no muy fuertes, que suenen un poco, lo que en el lenguaje sexual compartido de nuestro matrimonio significa que se ponga a cuatro patas sobre la gran cama de matrimonio. Qué espectáculo ver ese culo maravilloso, los labios vaginales asomando por debajo, sus muslos y piernas, la espalda, el reflejo de sus tetas maravillosas en el gran espejo de la cabecera de la cama… aderezado todo ello por su suave movimiento, como si fuera un baile muy lento, constante, hipnótico, muy excitante.
Primero, el coño. Me agarro con las dos manos a su cintura y dirijo el capullo hacia la entrada del mojado chocho. Con lo tiesa y dura que la tengo, le doy unos cuantos golpecitos en el culo con el capullo, antes de situarlo para que pueda penetrar. Despacito, de manera constante, hacia adelante, ahí va entera, con total facilidad, hasta el fondo. Me detengo unos momentos durante los que me recreo en oír la respiración fuerte, agitada, ronca, de Elena, quien ha cerrado los ojos, ha detenido el lento baile de sus caderas y espera acontecimientos, aunque le traicionan las paredes de la vagina que no pueden quedarse quietas y aprietan levemente toda mi tranca, de manera irregular, dándome idea de su excitación.
Es cojonudo meter la polla en un coño tan suave, mojado, calentito, mullido, apretado, acogedor, y, sobre todo, conocido. La sensación de estar en casa es inigualable, no tiene precio.
De repente, echo hacia atrás hasta casi sacar la polla entera, empujo hacia adelante con fuerza, de manera que los huevos choquen contra las nalgas y muslos de mi mujer, quien saluda el movimiento con una exclamación fuerte, corta, continuada con innumerables grititos que se acompasan con el vaivén adelante y atrás que le estoy dando, con un ritmo rápido, sostenido, agarrándome cada vez con más fuerza a las caderas, acelerando de manera imperceptible pero inevitable, percibiendo los ruidos familiares de la follada, sintiéndome de puta madre por follarme a mi mujer.
Segundo, el culo. Cuando mi propia excitación parece que me puede hacer perder el control, saco el pene de su maravillosa cueva, provocando una queja de desilusión de Elena a pesar de que conoce perfectamente el guión de un completo. Tardo apenas unos segundos en abrir uno de los cajones de la mesilla y coger un frasco de lubricante de base acuosa, echo una buena cantidad en mi mano derecha, paso el filo de la mano a lo largo de la raja del culo, me detengo en el ojete e introduzco el dedo meñique entero, lo saco y voy metiendo, varias veces, el resto de los cinco dedos de la mano de menor a mayor, bien pringados de suavizador. Mis manos son grandes, como todo mi cuerpo, mido uno ochenta y cinco, soy ancho, fuerte y aficionado a jugar a pelota en el frontón, así que mis dedos son gruesos y largos, de manera que cada uno que entra y sale del culo de Elena, produce una exclamación, quizás de queja, seguro que de excitación, de mi mujer. El dedo gordo, además, le provoca cierta ansiedad porque sabe que ya va llegando la polla.
Sujeto el rabo con la mano derecha, apunto a la roseta del ano, comienzo a empujar sin prisas, de manera constante, hacia adelante y hacia arriba, y meto el grueso glande. Me detengo, es el momento en el que mi mujer se queja, en ocasiones de dolor, otras de miedo al dolor, y la mayoría de las veces, de excitación por estar cachonda, mucho. Sigo empujando, con quejas o sin ellas, en este punto igual me da la razón, hasta meter la polla entera, hasta sentir que mi pubis toca las nalgas de Elena. Me gusta, joder si me gusta. Tengo la polla apretada, sujeta, como si estuviera envuelta en una fuerte mano con un mullido guante de suave seda. Cojonudo.
El metisaca en el culo es increíblemente bueno para mí. Guau, no solo es una cuestión de excitación física, de ir avanzando camino del orgasmo, es la reafirmación sicológica del macho poderoso capaz de dominar a una hembra con su polla, o algo parecido. Me gusta el asunto y me pone a tope.
Tercero, la boca. Me falta poco para correrme, no es inminente, pero noto que se va gestando el tsunami que desde lo más dentro de la columna vertebral va a ir recorriendo el camino que conduce a los testículos y el pene. Ha llegado el momento de sacarla de ese escondite maravilloso que es el culo de Elena, darle de nuevo un par de azotitos sonoros para que se ponga en cuclillas en el suelo, sobre la alfombra, y, tras restregar cinco o seis veces el capullo por las tetas, deteniéndome en chocar con cierta fuerza los duros pezones, dirijo la polla a la boca de mi esposa.
Alguna vez lo he hablado con amigos de confianza tomando unas copas, y es una opinión que creo está medianamente extendida, por no decir que así pensamos muchos hombres: meterle la polla a tu propia mujer en la boca no tiene un mérito especial, no es nada extraordinario aparte del posible goce, pero, en ocasiones, supone algo más que el hecho de buscar placer oral. Se podría decir que es la certificación de que esa mujer es mía, se la meto cuando quiero y como quiero porque es mía, me acabo de follar su coño, su culo, sus tetas, y lograr mi gusto en la boca de mí mujer es como la firma que rubrica el contrato, física y sicológicamente. No es solo una sensación de poder físico, sino, quizás, plasmar mi sentido de la propiedad sobre ella desde todos los puntos de vista.
Puede ser que esté exagerando, probablemente son simples pajas mentales, pero saber que voy a eyacular dentro de la boca de Elena, que ella va a aceptar mi semen, va a tragarlo, va a sentirse satisfecha, feliz, por darme placer tal y como me gusta… no creo que tenga que ver con el cariño o con el amor que nos profesamos —que, por supuesto, siempre están presentes— ni siquiera con el respeto hacia ella como mujer y como esposa, que en ningún momento he perdido.
Algunas mujeres con las que lo he hablado ponen ojos como platos y me despachan llamándome machista —puto machista es la expresión más empleada en estas ocasiones, seguida de cerca por machista de mierda y por cerdo machista cabrón— una vez se percatan de que hablo en serio, pero a otras también les despierta una cierta curiosidad sobre esa sensación de posesión acerca de la propia mujer, así que me he follado a alguna que otra gracias a decir lo que pienso y a mostrar una parte de mis sentimientos. Ya se sabe: la jodienda no tiene enmienda, ni para hombres ni para mujeres.
Llevo ya un ratito follando la boca de Elena, adelante y atrás, con un ritmo gratamente alto que incrementa mi excitación, notando en toda la polla la acción de la lengua, que no para en ningún momento. ¡Qué bueno es!
Desde el principio mi mano izquierda está posada sobre la cabeza de mi mujer, aunque no tengo necesidad de indicarle nada, es una comepollas cojonuda que me conoce sobradamente, y sabe buscar mi placer atenta a lo que me gusta. Mantiene su mano izquierda sobre mi nalga derecha, mientras que su mano derecha ha desaparecido en su pubis, se está tocando su gran clítoris, deseosa de que llegue mi orgasmo para después terminarse ella. Como casi siempre hacemos en un completo.
Sé que ya me viene el orgasmo, aunque aprieto el culo y quiero que todos mis músculos ayuden a pararlo, además, mentalmente quiero indicarle a mi polla y a los huevos que todavía aguanten, que mantengan esa maravillosa sensación de estar al límite de la excitación… ya es imposible. Saco mi tieso rabo de la boca de Elena, sujeto su cabeza con la mano izquierda para que no se retire ni un centímetro y con la derecha comienzo a meneármela como solo sabe hacerlo uno mismo con su propia polla.
Han debido transcurrir solo unos segundos, no sé, eyaculo media docena de grandes densos chorros de blanco semen dentro de la boca de mi esposa y noto esa sensación fabulosa propia de una corrida larga, profunda, intensa… Con los ojos entrecerrados veo como Elena traga la blanca lefa sin hacer ascos ni gestos de rechazo, mirándome a la cara en todo momento. ¡Guau, qué bueno!
Ese placentero cálido atontamiento que nos invade tras el orgasmo parece acrecentarse cuando mi mujer lame mi capullo varias veces, suavemente, con la lengua ancha, llena de saliva, limpiando cualquier resto de semen que pudiera quedar. Es la mejor continuación a la corrida que acabo de tener.
Elena se ha puesto de pie y nos damos un beso en los labios, suave, empujando apenas. De repente, me abraza, compartimos el abrazo y un largo beso pasional, guarro, en el que traspasa a mi boca el olor y el sabor de mi leche de hombre. Aprieta mi paquete, me lleva a la cama, en donde quedo boca arriba apoyando la cabeza en la almohada, con las manos puestas en su cintura, y en cuanto se da cuenta de que la polla da muestras de poder tener nueva vida sexual, se coloca encima de mí, restriega su empapado sexo por los testículos y el pene, con un excitante movimiento de vaivén adelante y atrás, no demasiado rápido, sugerente, excitante, repetitivo, constante, que en poco tiempo logra recuperar mi erección todavía un poco morcillona, quizás, pero ya en una imparable recuperación hacia mi tiesa y dura polla habitual.
Y el excitante movimiento de sus tetas, las dos a la vez, sin apenas moverse… son increíbles, maravillosamente hipnóticas. ¡Qué mujer! ¡Qué hembra!
Ha cogido la polla con su mano derecha y se la ha introducido en el caliente empapado chocho, la aprieta con las paredes vaginales varias veces e inmediatamente comienza a moverse con un poderoso movimiento de caderas que se trasforma en una follada rápida, urgente, buscando ansiosamente su orgasmo.
Los dedos de mis manos se ocupan de sus grandes pezones, en especial del derecho, que según Elena es más sensible. Caricias, leves tirones, apretones, casi todos suaves, alguna insinuación de arañarlo, todo ello repercute en el total de la excitación de mi esposa, que respira con fuerza, de manera agitada, la boca abierta, los ojos entrecerrados, aleteando las paredes de la nariz, moviendo los brazos hasta que posa las manos en su propia cabeza, como si se le fuera a caer por el movimiento, ya rápido y fuerte, del polvazo que me está echando.
Elena tiene unas corridas largas, sentidas, calladas, apenas un corto fuerte grito cuando le llega el orgasmo, continuado por un quejido largo, en voz muy baja, que solo se detiene cuando se acaba por completo su corrida.
Mi polla es plenamente consciente del orgasmo de mi mujer. Durante toda su larga duración, las paredes vaginales aprietan la tranca con distintos grados de intensidad, como si jugara conmigo para ver si me corro o no. Es una batalla perdida —mejor decir, ganada— siempre llega mi orgasmo. Cojonudo.
No sé si mi marido está leyendo el Diario. No se lo voy a preguntar ni lo voy a esconder, no me preocupa, es más, me gusta, me excita que pueda conocer lo que escribo, y, desde luego, estas últimas semanas ha sido casi un terremoto sexual. ¿Excitado por lo que escribo?
Cada día que pasa estoy más convencido de que Elena escribe su Diario para mí. Ya se ha convertido en una rutina necesaria el ponerme a leerlo cuando llego a casa y ella todavía no ha vuelto del trabajo. De momento no me he masturbado cuando me pongo cachondo a tope leyendo, aguanto hasta que llega mi mujer a casa, pero me cuesta un montón no meneármela.
Hoy estábamos Rosa, Nora y yo bastante guarrillas después de comer, mientras nos tomábamos un café con tiramisú en el pub de reservados color lila de la calle de atrás del edificio en donde está el estudio. Llega el finde, está claro, el sexo se percibe en el ambiente, y como una docena de mirones salidos bebedores de cubatas que estaban en la barra, han hecho lo imposible por llamar nuestra atención. Los tíos son patéticos cuando quieren ligar en grupo y quieren dejar claro ante el resto que ellos sí que saben cómo hacerlo. Como niños pequeños.
Nos ha contado Nora —se ha puesto colorada, muy sofocada y, seguro, mojada— cómo se follaba el culo de su ex gracias a un arnés que sujeta una polla de silicona. A Rosa también le gusta, tiene un rollo con un vecino jovencito y le da por el culo casi siempre que quedan para tener sexo. Nos hemos puesto rápidamente de acuerdo en que los tíos, en el fondo, son todos maricones, de una u otra manera. Yo he terminado reconociendo que nunca lo he hecho y que sí, alguna vez en ello he pensado. Han quedado en comprarme por la Web un arnés de los que ellas conocen.
Me excita pensar en Gerry en la cama, a cuatro patas, con la cabeza humillada, apoyada sobre la sábana, en tensión, con las rodillas muy separadas, ofreciéndome el culo, con el ano brillante por el lubricante sexual, dispuesto a que le penetre con una polla larga y estrecha que se levanta dura entre mis piernas sujeta a un arnés. Estoy muy mojada. Me voy a masturbar.
Joder, cómo me pone. Está claro que mi culo corre peligro sin remedio, pero si Elena quiere, no voy a negarme, además, yo también quiero probarlo. Un amigo no hace más que animarme a ello, dice que él se corre de puta madre. Veremos.
Como Gerry va a estar en Lisboa y Oporto cuatro o cinco días, Rosa ha dicho que se muda a casa conmigo para hacerme compañía. No he sabido decirle no. Ya veremos en qué plan viene, si como simple amiga o intentando tener sexo. No sé lo que me gustaría.
He estado a punto de decirle a mi marido por teléfono que Rosa me ha comido el coño de manera fabulosa y me ha terminado con unas mamadas increíbles en mi clítoris. Me he corrido dos veces prácticamente seguidas, con verdaderas ganas, tras una tremenda excitación. Cómo me ha puesto, lamiendo y acariciando mi cuerpo durante muchos, muchos minutos. Nada le he dicho a Gerry por si le da un ataque de celos o piensa que puedo hacer comparaciones con la manera en que él me lo hace.
Me parece que se impone demostrar interés por Rosa y pedirle a Elena que nos montemos un trío o algo parecido uno de los próximos fines de semana. La verdad es que alguna vez se me ha pasado por la cabeza. Rosa es una mujer muy sexy, morena, guapa de cara, de ojos oscuros, boca chupona y siempre expresión agradable en su rostro. Es más bien alta, delgada, sin excesivas curvas, pero muy bien puestas tal y como he podido percatarme cuando viene a la piscina de casa y se desnuda por completo para tomar el sol junto con Elena. No se corta ni un pelo en enseñar su cuerpo, y sus preciosas pequeñas tetas picudas me han puesto la polla dura más de una vez, sin olvidarme de su culo respingón, redondeado, musculado, quizás de aspecto masculino.
Esa ambigüedad —por nombrar de alguna manera el hecho de su evidente bisexualidad— siempre destacada por su parte cuando quiere hacerse notar, le hace deseable, excitante, atractiva. Si dan ganas de metérsela a Rosa, sí.
Al final, mi marido ha estado ocho días fuera de Madrid, así que Rosa me ha hecho el amor en muchas ocasiones. Qué vicio ha cogido con mi clítoris, qué bien me lo come, qué gozada.
En Oporto, en el hotel, he coincidido con Mercedes, una excompañera de la corporación informática en la que trabajo. Hace años —yo estaba soltero y ella se estaba divorciando de un marido demasiado celoso y violento— nos llevábamos bien, salíamos de vez en cuando, follábamos los fines de semana. Buen rollo. Con el paso del tiempo nos alejamos, ella aprobó unas oposiciones de alto nivel, dejó la empresa, se marchó a vivir a Valladolid, yo conocí a Elena, se echó pareja pero no se volvió a casar…
Ha sido una gran alegría vernos. Delante de dos gintonics —ella, siete años mayor que yo, me enseñó a beber tónica con ginebra y no cubalibres ni vodka con limón, ni chorradas propias de medio hombres, según decía— hablamos, recordamos y nos besamos. Donde hubo fuego quedan brasas, dicen, y desde luego que Merche y yo le pusimos en su día pasión al asunto.
De estatura media, es todo lo contrario, físicamente, a mi esposa. Cabello castaño oscuro, lo lleva en media melena densa, ondulada, hasta los hombros. Desde siempre tiene un leve tic, quitarse el pelo de la frente y los ojos con la mano izquierda mientras sonríe y muestra su blanca dentadura, con los gruesos labios rojizos entreabiertos y asomando la punta de la lengua. Resulta muy sexy.
No es especialmente guapa, frente ancha, ojos muy oscuros, nariz un poco grande, habitualmente con expresión seria y dura, que pocas veces rompe, excepto cuando su tic le hace sonreír.
Desnuda, es de esas mujeres que gana mucho. Vestida te das perfecta cuenta de que está buena, pero sin ropa puedes valorar su bonito y excitante cuerpo, curvilíneo, proporcionado y, lo más reseñable, un par de tetas altas, grandes, redondeadas, muy juntas —la de veces que se la metí en su canalillo largo y profundo y le pedí que me hiciera una cubana con esas maravillas— coronadas por dos pezones cortos y gruesos, como avellanas con cáscara.
Tiene una piel preciosa, perfecta, sin marca alguna, de un tono natural tostado que varía cuando toma el sol —desde siempre ha sido nudista de las que ejerce en las vacaciones de verano en las playas de Vera, en donde tiene un apartamento— hasta un oscuro marrón que resulta muy atractivo.
Le sobran algunos quilos, pero los tiene muy bien repartidos y solo se le notan en un estómago algo abombado, en unos muslos fuertes, y en un culo alto, grande, fabuloso, increíblemente duro. Siempre me dan ganas de azotar ese culo, no solo con las palmas de las manos, y alguna vez me lo permitió en el pasado.
Besa muy bien, le gusta hacerlo y es el comienzo de su excitación. Besos largos, apretados, guarros, babosos, con ambas lenguas recorriendo las respectivas bocas, manteniendo excitantes peleas, chupando la lengua del otro, recibiendo chupadas, notando el uso de labios y dientes…
Yo me pongo ciego con sus grandes tetas. Acariciarlas, amasarlas, lamerlas, chupar y mamar sus pezones, es cojonudo. Además, es como si la dura suavidad elástica de sus pechos tuvieran hilo directo con mi polla. Cómo me excita comerme sus tetas.
Fue la primera mujer que me permitió todo lo que quise. Hasta entonces podía contar con los dedos de una mano las veces que había sodomizado a una mujer, y Merche es, probablemente, la culpable de mi adicción a hacer un completo. A ella le da igual que la penetre el coño o el culo, las tetas o la boca, siempre se corre gracias a su clítoris, y se excita viendo cómo se pone cachondo el hombre con el que está follando en ese momento. La excitación que un hombre manifiesta y consigue al estar con ella, es lo que de verdad le pone. Después, el clítoris le da placer, habitualmente ella misma, no suele querer que se lo haga con mis manos, y comerle el coño, ni lo considera. No le gusta, desprecia a los tíos lamerones, los considera medio hombres, término que usa a menudo.
En la variedad está el gusto, decía un anuncio televisivo. Ya veremos si puedo mantener mucho tiempo la relación con Merche, merece la pena desde un punto de vista amistoso, cariñoso y sexual. A mi mujer no le molesta que de vez en cuando yo tenga algún ligue puntual, lo hemos hablado innumerables veces, pero de ahí a tener amante fija, no sé cómo pueda reaccionar. De momento hemos quedado para dentro de tres semanas en una convención para zonas en desarrollo turístico que se celebra en Faro. Iremos los dos al mismo hotel, e intentamos coincidir también en el vuelo desde Madrid.
Por cierto, que bien preparan los gintonics en Portugal, sencillos, sin añadir nada más que una rodaja de limón, a veces un grano de café, pero nada especialmente sofisticado. Entienden mucho y bien de ginebras inglesas, holandesas, baleares. Nos hemos tomado unos cuantos.
No dejo de pensar en un trío con Elena y Rosa, pero voy a esperar a ver si mi esposa hace alguna indicación en ese sentido, verbal o escrita en su Diario.
Creía que iba a estar satisfecha, cansada, con pocas ganas de sexo tras los días pasados con Rosa, pero Gerry ha venido salido a tope, cachondo total. Me encanta follar cuando se comporta como un semental en busca de yegua, me siento como la mujer más deseada del mundo. Me gusta.
No me he atrevido a preguntarle a mi marido si le gustaría que nos montáramos un trío con mi amiga. Más adelante, quizás, ahora estoy demasiado llena de Rosa.
Me he dado un buen atracón de follar con Mercedes, pero Elena es especial. Ha sido leer su Diario, pensar en cómo se lo ha hecho con Rosa, y me he excitado a tope, con ganas imparables de estar con ella.
No paramos, follamos a menudo, muchas noches, y los fines de semana los pasamos dándonos placer. Levamos semanas sin ir al cine o al teatro. Gerry está desatado, con su pollón maravilloso mejor que nunca. Ojalá siga así durante mucho tiempo, lea o no mi Diario. Yo, seguiré escribiendo.