Le chupo la verga al repartidor y mi marido observa

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Nuestros protagonistas establecen una relación de Infidelidad consentida, incluir a un tercero o varios que complementen las carencias sexuales de la pareja. Pocas parejas se atreven a plantear tener una infidelidad consentida que, desde el momento que se es consciente deja de ser infidelidad.

Continuación del relato “Seis meses de casados y en la cama no disfrutamos”, para quienes no hayan leído el anterior recomiendo encarecidamente leerlo primero.

CAPÍTULO 3

Antonio y yo salimos del cuarto destinado como Gabinete para los masajes, el me agarró de la cintura como si fuésemos pareja, me gustó esa sensación, giré la cabeza y sonreí. El vestido de nuevo con su pantalón vaquero, camisa blanca, americana, alto, superaría el 1.80, fuerte, su barba poblada le daba un porte más serio, un hombre muy atractivo a sus 42 años.

Yo, con 22 años, podría pasar perfectamente por su hija. No me había preocupado de cerrar los tres botones superiores de la casaca blanca, con ellos sueltos el escote era escandaloso, mis exuberantes pechos botaban libres de sostén, era difícil mantener quietas aquellas tetas de la talla 110, en cualquier momento podrían salirse fuera, era algo que no me importaba lo más mínimo en aquel momento. Ni me importaba llevar aquella minifalda blanca que apenas cubría mis nalgas y la zona púbica. Sin bragas, con aquellas sandalias veraniegas de plataforma en forma de cuña que elevaban mi reducido cuerpo, apenas 1.60 de estatura. Con ellas alcanzaba el 1.70 y lucía una espléndida figura, delgada, culo respingón y curvas, muchas curvas.

Mi marido Carlos, seguía sentado en el sofá, estaba viendo la televisión que apagó al escuchar nuestros pasos. A sus 26 años era un chico guapo, poco más de 1.70 de estatura, moreno de pelo corto, recién afeitado, por su cara todos le daban menos años de los que tenía, mas pinta de chaval que de adulto.

Se levantó al vernos, como si se dirigiera a nuestro dormitorio de matrimonio, creo que ni cruzó la mirada con Antonio, como si le faltase valor para hacerlo.

-¿Te apetece beber algo Antonio? -le pregunté

-Una cerveza -dijo con su tono seco habitual al tiempo que me soltaba la cintura para ir a sentarse al sofá.

-María, ¿puedes venir un momento por favor? -dijo Carlos desde la puerta de nuestro dormitorio.

-Sí, claro -respondí acercándome hacia allí.

-Pasa un momento por favor -me pidió Carlos al llegar a la puerta del dormitorio.

Entramos en el cuarto y cerró la puerta él- Dime la verdad, ¿Te lo has tirado?

Le miré un poco sorprendida por la pregunta, creía haberle dado a entender una hora antes en el salón que aquello iba a pasar.

-No Carlos, yo no me lo he tirado. El me ha follado como ha querido, varias veces, por todos mis agujeros, he tenido cuatro orgasmos. -respondí sin anestesia, sin rodeos, sin dudar,

-Yo pensaba que lo hablaríamos antes. Yo te quiero -respondió con voz entrecortada

-Carlos, aclárate. Lo hemos hablado docenas de veces, no es el primer hombre que participa de nuestras fantasías. Esta misma mañana me has hecho poner esta minifalda para que le pusiera cachondo ¿Que esperabas? A ti te gusta ver como se calientan conmigo para pajearte a mí que me follen duro hasta correrme y me traten como una perra, por cierto cosa que tú ni sabes ni puedes hacer. O jugamos a lo mismo o jugamos por separado. Elige tú -intenté dejarlo claro porque las eternas dudas de Carlos me desesperaban, ya no soportaba aquella indecisión infinita para todo que siempre tenía mi marido.

Abrí la puerta y fui en dirección a la zona de cocina para coger la cerveza que me había pedido Antonio, él desde el sofá me había visto entrar y salir del dormitorio, se levantó viniendo hacia mí.

-¿Problemas de pareja? -me preguntó

Le estaba contando la conversación que acababa de tener con mi marido cuando sonó el timbre de la puerta. -imagino que será el de las pizzas- le dije.

-Voy yo -respondió Antonio cogiendo el billete de 50 euros que había sobre la mesa para pagarlas.

Antonio abrió la puerta, no nos habíamos equivocado, era el repartidor de las pizzas, Un chavalito joven, pelirrojo, flacucho, pecoso, con pinta de estudiante que se gana sus gastos haciendo repartos. Mientras Antonio recogía el pedido, le pagaba y parecía como si estuviese negociando algo con el chaval, mi marido había salido del dormitorio y estaba junto a mí en la cocina.

(Recordad queridos lectores que en mi casa cuando entras hay un espacio diáfano, a la izquierda la zona de cocina, abierta, con una encimera a modo de barra de bar desde fuera, a la derecha la zona del salón, en frente un pasillo y tres puertas, el dormitorio de matrimonio, la habitación de los masajes y un baño). Por lo tanto desde la zona de cocina veíamos perfectamente la puerta de entrada donde hablaban Antonio y el repartidor.

-María ven -sonó la voz de Antonio al tiempo que dejaba las cajas del pedido sobre la encimera de la cocina. Hacía pasar al chaval y cerraba la puerta de entrada mientras yo me acercaba a los dos.

-¿Qué te parece Chus?, ¿Esta buena o no?, Fíjate que tetazas tiene -le decía Antonio al repartidor cuando me puse delante del chaval.

-¿No será una broma verdad? -dijo el chaval un poco mosqueado por la propuesta que le había hecho Antonio.

-!Claro que no!, tranquilo, a María le encanta chupar pollas, especialmente si son de jovencitos como tú. No te verás en otra ocasión como esta, un pivón así que te haga la mamada más rica de tu vida. Y puedes correrte donde quieras, en la boca, en sus tetas, no hay problema.

-¿No tengo que pagar nada? -preguntó el chaval que no se terminaba de creer aquello.

-Ya te he dicho que no, nosotros solo queremos verlo, nos da morbo. Pero vamos que si no quieres no pasa nada, no le demos tantas vueltas para una mamada.

-Sí, si que quiero, claro que quiero -respondió el chaval aflojando el cinturón del pantalón para bajarlos. En un momento estaba con los pantalones y los calzoncillos en las rodillas y una verga bastante hermosa semi-erecta.

-Vamos María, arrodíllate, que no se le encoja al chaval -dijo Antonio dándose la vuelta para dar unos pasos y acercarse a Carlos, mi marido.

-Ven conmigo Carlos, verás que paja más rica te vas a hacer viendo como la chupa tu mujer -dijo Antonio apoyando su mano en la espalda de mi marido que no decía nada. Carlos avanzó unos pasos pero Antonio le indicó que se pusiera a un lado, junto a la estantería de libros

-Arrodíllate ahí Carlos, junto a la librería, puedes mirar, pajéate pero calladito, !No molestes! -Antonio sonreía viendo como Carlos dócilmente obedecía las indicaciones.

Yo mientras tanto había agarrado la verga del chaval con la mano, varios tirones, le lamí un poco los huevos y aquello se puso duro como un palo. El chaval tenía una herramienta muy apetecible, para lo flacucho y jovencito que era estaba muy bien dotado. Seguí lamiendo la verga a lo largo retrasando meterla en mi boca, había escuchado las palabras de Antonio a mi marido y giré un poco la cabeza sin dejar de lamer. Arrodillado a unos tres metros a mi izquierda se pajeaba en silencio sin perder detalle, estaba disfrutando, no lo podía negar. Era momento de comenzar a mamar, agarrando los huevos del chaval con la mano derecha comencé a tragar verga hasta que la tuve toda en la boca. Presionaba con los labios como si fueran ventosas desde la base hasta el glande, una y otra vez, el chaval se encogía incapaz de mantenerse de pie. Sabía perfectamente que lo tenía a punto, podía hacer que se corriese ya, aquella pollita me iba durar menos que un caramelo a la puerta de un colegio.

-!Córrete en su boca chaval!, !Dale leche a esta putita!… y tú María, aguanta la corrida en tu boca, !No te la tragues! -ordenó Antonio que permanecía de pie a mi derecha.

El chico no habría necesitado que le animaran, ya no aguantaba más, soltó un gemido largo Ahhh y vació sus depósitos en mi boca. Fue una descarga larga, generosa, espesa, de sabor ácido, que guardé en mi boca tal como había pedido Antonio. El chico se echó hacia atrás sacando la verga, flácida, relajada. Había llegado en el momento justo al lugar oportuno, cosas del destino, sus amigos no se lo creerían si decidía compartirlo.

-! Que pasada!, !Vaya mamada! ¿Podría venir otro día para fallármela? -dijo satisfecho mirando a Antonio, mientras guardaba la verga en su pantalón.

-No creo que tengas los 150 euros que cuesta tirársela chaval. Pero te propongo una cosa si juntáis entre varios ese dinero que cuesta una horita os dejo follarla en grupo aquí en el salón delante de nosotros. Entre cuatro o cinco yo creo que os lo podéis permitir. ¿Qué opinas?

-!Vaya morbazo!, !Cuenta con ello! y si venimos alguno más ¿no hay problema? -preguntó el chaval, aquella propuesta era ya un auténtico gangbang.

-Por mí como si venís 20, pero cada hora son 150. Es más, si eres capaz de conseguir 20 amigos te hago precio, 10 euros por cabeza, tengo curiosidad por ver si esta putita es capaz de comerse 20 pollas en una hora. Tiene tres agujeros y dos manos así que puede atender pollas de cinco en cinco.

-Buff conozco mucha gente yo creo que si podría conseguir esos 20, pero por 10 pavos eh. Dame un teléfono de contacto y te llamo cuando los tenga para organizarlo -pidió el chaval. Antonio le hizo una llamada al móvil del chico y ambos se guardaron el contacto en la agenda del teléfono. El chaval se marchó de casa más contento que unas castañuelas.

Yo seguía arrodillada en el suelo junto a la puerta, giré la cabeza y vi a mi marido que tampoco había cambiado de postura. Incapaz de mirarme bajaba la cabeza, su verga flácida en sus manos y entre sus piernas la corrida que había derramado en el suelo. Aquella evidencia hacía imposible que Carlos negara lo mucho que se había excitado viéndome mamar la polla del repartidor de pizzas. Yo apretaba los labios y contenía la corrida del chaval que aún seguía en mi boca.

Antonio nos miró a los dos y se rió al ver la corrida de mi marido goteando de sus muslos al suelo. -María levántate y cómele la boca a tu marido. Yo creo que está deseando que compartas con él esa leche recién ordeñada que tienes en la boca-

Me levanté, me acerqué a Carlos, le cogí de las manos para que se levantara. Me abrazó, acercó su boca a la mía, nos fundimos en un apasionado beso compartiendo la leche de aquel jovencito. Jamás habíamos hecho algo así, no sentí asco ni rechazo por parte de Carlos, creo que aquel beso sustituyó un montón de palabras, evitó explicaciones que ninguno de los dos quería dar. Aquella crema espesa, ácida, sellaba un acuerdo entre nosotros, aceptando nuestros roles en un nuevo comienzo como pareja.

-Vaya, !Qué bonito!, !Cuanto amor!, si esto pasa solo con una mamada me parece que vamos a disfrutar mucho juntos los tres. Vamos a comer, a las tres tienes un cliente María -dijo Antonio, los tres fuimos a la mesa del salón, yo me senté junto a Antonio y Carlos frente a nosotros.

-Tengo una propuesta que hacerte Carlos, quiero que trabajes para mí, sé que ahora no tenéis trabajo en tu empresa. Te ofrezco un puesto de conductor en mi empresa, necesito un chofer de confianza que esté disponible cuando lo necesite. Ganarás más que trabajando de chapuzas en esa empresa de mierda que estás. ¿Qué te parece?

Carlos sabía perfectamente que necesitaba un trabajo, no se podía permitir estar sin cobrar, había que atender la hipoteca, los gastos se acumulaban, aceptó. Los dos hombres estrecharon la mano sellando el acuerdo.

-Bien, ahora que vas a trabajar para mí tengo un primer encargo que creo te encantará realizar. Aprovecharemos que María dice que eres un buen manitas. En la pared que separa vuestro dormitorio del cuarto donde trabaja María quiero que hagas un hueco donde colocar un cristal de esos que es espejo por un lado y transparente por el otro. Seguro que te encanta poder ver a tu mujer mientras trabaja, alguna vez. Te daré el dinero y la dirección de la empresa donde te proporcionarán los materiales que necesites. Quiero que lo hagas esta misma tarde cuando María termine con su cliente, aprovecharemos que ella tiene que hacer recados también. ¿Te gusta la idea? -preguntó Antonio

Carlos no podía ocultar que aquella propuesta le encantaba. El mismo había pensado muchas veces hacer algo así, observar a su mujer mientras trabajaba era la fantasía que tenía desde que comenzó a dar masajes en casa. Nunca se había atrevido a proponérselo por miedo a su respuesta, ahora tenía la ocasión de hacerlo realidad. Para un cornudo consentidor como él aquello era un verdadero regalo.

-Será un placer -respondió Carlos.

Aquella hora marcó un punto de inflexión en la relación que tendrían los tres desde ese momento. No sería un juego puntual como habían tenido otras veces, se estaban estableciendo las bases para una auténtica relación de Infidelidad consentida donde cada uno de ellos disfrutaría de su rol.

CONTINUARÁ

Queridos amigos lectores he intentado hacer un relato corto atendiendo a muchas de vuestras peticiones y poder agilizar mas las entregas.

Agradezco como siempre vuestros comentarios, valoraciones en la web y esos extensos mails tan calientes que me ayudan con vuestras sugerencias a confeccionar nuevos relatos.

Un beso

MariaRuizRed

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