Salgo a correr durante la noche y termino siéndole infiel a mi novio
Las mujeres transpiramos cuando corremos en la noche.
Nos hemos encontrado de manera inesperada al ir a salir de casa, él había bajado en otro ascensor. Lo conozco de la pileta donde a veces charlamos. Tiene unos treinta años, unos ojos verdes divinos que brillan sobre el barbijo, va a un gimnasio cercano, y es ancho de espaldas y tiene la tripa que, cuando una la ve, con los músculos marcados, piensa en una tabla de planchar. Tiene un lomo bárbaro . Me gusta .
– ¿ Vas a correr? – me pregunta.
– Sí, es la primera salida de este encierro.
Me doy cuenta que me ha preguntado para entablar conversación, porque es evidente: voy con un buzo, un short rojo de deporte, medias blancas y las nike y es el primer día que dejan correr y son las ocho y treinta de la noche. Como decía aquel: verde y con asas.
– Mi marido se ha quedado con mis padres y los niños – aclaro, haciendo ver que voy sola, con mi voz de gata seductora.
– Si querés, corremos juntos.
– Me encanta y así voy más segura- cuando le miro, pongo ojos de nena necesitada de protección- pero yo no soy una atleta como vos. Seguro que me canso antes.
– No te preocupes, hacemos el mismo circuito y vas a tu aire y yo al mío. Nos cruzamos y volvemos juntos.
– Muchas gracias.
¡ Que bueno está! Pienso para mis adentros. Desde mi departamento no le veo, pero seguro que hace como ese macho, que ha logrado que busque los prismáticos para mirar como hace gimnasia en el balcón, y que está de mojarte espiándolo, tanto, que a veces me hago un dedito de mirona.
Andamos juntos pero separados hasta el parque cercano, no puedo evitar admirarle con su short azul oscuro, las patas de titán, el pelo castaño con una cinta a la frente. Lleva una sudadera, de color gris, y zapatillas de running, un dios con ojos verdes.
Ya hay gente corriendo. Le imito cuando trota en el mismo sitio para calentar. Yo estoy caliente de verle.
– Nos vemos en media hora acá y cuando nos crucemos. Y vos tranquila que me fijo para que no te pase nada…pero no te salgas del circuito que hacemos todos.
Se ha quitado el barbijo y está todavía más lindo. Se ha dejado una barba de esas de una semana que sientan tan bien a los hombres.
Yo, me he bajado también el tapa bocas y con la mejor de mis sonrisas le contesto:
– Tranquilo, corre a tu aire , que yo te busco si me pasa algo. Y gracias por cuidarme.
Es agradable corretear cuando llevas tanto tiempo encerrada. Hago gimnasia todos los días en casa, pero no es lo mismo. El hacer ejercicio al aire libre, sentir el frescor de la noche en el rostro, libre de máscaras, es un placer. Y estar con gente, darte cuenta que te miran y tú les miras, ver sus caras y sentirte viva y mujer.
Troto, paseo, hago marcha rápida. Con el ejercicio entro en calor y me abro la sudadera. Cuando me adelanta, se para, devora con los ojos mis tetas cubiertas por un top rosa ceñido, me sonríe hambriento. Me gusta, me calienta sobre todo cuando veo su musculosa pegada al torso por el sudor.
– Mi última vuelta, si vos querés nos volvemos cuando acabe.
– Sí, te espero en donde empezamos.
Yo voy andando hacia donde comenzamos a correr. Le espero sin dejar de moverme para no enfriarme. Llega, le apoyo mi palma en su pecho, le sonrío al notar el latido de su corazón. Él me pasa la mano un momento por la espalda y me dice:
– Vamos para casa.
– O.K- le contesto y los dos nos miramos con ojos alegres mientras nos volvemos a poner el barbijo.
Pasamos la guardia y entramos en el vestíbulo, nos quitamos el tapabocas. Nos abrimos las sudaderas como si el estar en el edificio nos diera calor. Nuestras miradas se hacen cómplices. Llega el ascensor. Entramos juntos, rozándonos. No damos a los pisos.
– Has transpirado haciendo ejercicio- me dice con voz ronca.
– Las mujeres transpiramos, es mas sexy y los hombre sudan que es mas de sexo salvaje.
Me quedo mirándole, con ganas de que se lance. Me doy cuenta que necesita un empujón. Apoyo de nuevo mi mano en su pecho, me doy cuenta que los espejos paralelos del ascensor nos reproducen hasta el infinito.
– Te late el corazón. ¿ Querés ver como late el mío? –
Tomo su mano y la pongo sobre mi teta. Y ¡ POR FIN! . Da un gemido, me comienza a sobar los pechos y baja su cabeza buscando mi boca.
Doy al botón de su piso. Se cierran las puertas. Se ha vuelto loco, me devora, sus manos recorren mi cuerpo ansiosas, las mías buscan su pantalón , lo bajan , le agarro el rabo, enorme, duro .
– Cógeme- le ordeno.
Me giro y me bajo el short y la bombacha. Me apoyo en el espejo, él se agacha para poder meterla bien, estoy tan empapada que lo hace de un golpe. Oigo su jadeo vicioso y le veo desencajado en el espejo. Está a mil, porque se corre en apenas unos segundos, lo que tardamos en llegar a su piso.
Lo decido en un instante. Me bajo con él.
– Quiero mas – le exijo.
– Yo, también.
Abre su puerta, entramos, tenemos los pantalones a media pierna, podría ser cómico sino estuviéramos tan cachondos. Me subo el top, quiero que vea y toque mis tetas desnudas, las soba, las chupa. Yo mientras me quito el pantalón y la tanga.
Tiro de su camiseta, me vuelve loca su pecho de atleta, está depilado, le muerdo fuerte los pezones. Me cuelgo de su cuello y subo las piernas, me agarra y hace que vaya hacia su pija que sigue dura, no atina el cipote en mi entrada, es una delicia el paseo del ciruelo por mi concha buscando la gruta del tesoro. Me sujeta con una mano y con la otra coloca la polla en la puerta, yo me muevo para quedarme clavada. Y volvemos a follar. Rápido, fuerte, yo besando, chupando lamiendo, mordiendo. Ahora si llego, me corro cuando vuelve a soltarme su leche. Nos quedamos parados, abrazados.
Tengo que irme. Me están esperando para cenar. – le digo dándole un beso mimosa.
– Gracias..siempre me has puesto muy caliente cuando te veía en la pileta.
Le vuelvo a besar, esta vez sólo un piquito, cuando me acabo de poner la ropa .
Salgo, el ascensor sigue en el piso, subo al mío, entro rápida en la bañera, me ducho, me higienizo bien el coño. Me seco, me pongo un culote negro , un vestido camisero de algodón azul, unas sandalias y bajo al piso donde me esperan mis padres, mis hijos y mi marido, con la cena preparada.
– ¿ Lo has pasado bien? – pregunta mi hija.
– Estupendo, no sabía que me podía apetecer tanto correr.
Cenamos una ensalada, una tarta gallega y una tortilla de papas. Todo muy bueno, mi marido es un gran cocinero. Mi hijo le ha ayudado a preparar la comida. Les felicito.
Cuento, que había bastante gente corriendo, que he procurado guardar la distancia de seguridad, que me he cansado un poco. Mi marido se ha dado cuenta que no llevo corpiño, mis senos se mueven bajo la tela del vestido.
– Te has duchado . Muy bien. Es algo que hay que hacer cuando se sale a la calle y se está cerca de otras personas- comenta mi hijo, en plan sabio.
– Y además he transpirado mucho.
Me doy cuenta que mi marido lo de transpirar lo ve y huele como una incitación y su mirada se carga de lascivia, y yo me vuelvo a poner cachonda.
– ¿ Me puedo quedar a dormir con los abuelos y así juego con ellos un parchís? – pide mi hija.
– Sin ningún problema – le contesta mi marido .
Recogemos la mesa en un momento y vamos para casa. Al montar en el ascensor y verme multiplicada en los espejos, me acuerdo de lo que he hecho y me estiro, mis tetas tensan el vestido, y los pezones se marcan en la tela. Mi marido me mira a como un lobo, sin tocarme.
Entramos en nuestro departamento. Apenas llegamos al salón, me ordena.
– Desnúdate y ponte en cuatro, que te voy a hacer transpirar. Eres una viciosa que te has estado insinuando toda la cena.
Le obedezco, despacio, quiero que se ponga aún mas caliente, y me reclino apoyada en el sofá para tener las manos libre y pajear me mientras me folla.
Me toca la concha, busca mi botón, lo acaricia, vuelve a arar mi sexo. Disfruta de mi entrega.
– Eres mi nena…¿ lo sabes?
– Sí, soy tu nena, tu esposa, tu pareja, tu gatita…pero fóllame.
Apoya el cabezón del rabo en mi coño y lo mete despacio, deslizándose hasta el fondo. Se queda quieto, con la polla bien clavada.
– Eres también mi perra, mi yegua, mi puta.
– Sí , soy tu puta.
Mis dedos buscan mi clítoris y comienzo a masturbarme al tiempo que me muevo hacia atrás y adelante.
Es el comienzo de una carrera. Mi marido aguanta un buen polvo largo, le tengo bien satisfecho. Pienso en mi vecino, está solo, y claro no ha podido coger hace muchas días, por eso se ha corrido como un conejo. Sonrío pensando en eso del conejo: plás – plas y ya han acabado. Me muevo despacio y haciendo que mi cola oscile.
– Elena…¡ Que puta eres!-
– Lo soy- confieso pensando lo que he hecho hace un rato.
Decido mezclar placer y castigo. Le susurro entregada:
-Creo que una yegua como yo, tan puta merece que le des unas nalgadas.
Y al ritmo de sus embestidas me palmea las nalgas. Yo gimo con lujuria. Me vengo con un grito. Mi marido, con la polla bien clavada, se queda quieto, disfrutando de ver como me corro. Estoy sudando del esfuerzo y de la descarga de placer.
Quiero más…sigue- le suplico en un susurro.
¡ Que puta eres! ¡ Como te gusta follar!
Vuelvo a moverme para que siga mientras pienso, que no lo sabe él bien.
Ahora ha dejado de golpearme, me tiene bien agarrada por las caderas y su pija es como un taladro en mi lubricada vagina. Yo no he bajado de la cumbre y no me cuesta seguir en periodo de nirvana que culmina al soltar mi marido su leche y rugirme.
¡ Que zorra mas buena eres!
Me la saca, despacio, vamos hacia el baño del dormitorio. Me higienizo la concha. Me doy cuenta que puedo hacer algo más, como una esposa, buena y felina.
– Mi vida, no te laves. Deja que te la limpie yo.
Sin levantarme del bidé, con el chorro dándome bien en el conejito, le agarro el rabo y lo lamo limpiando bien nuestros flujos. Me lo meto todo en la boca, lo chupeteo. Se ha vuelto a poner duro. Me muevo un poco para que el agua golpee mi clítoris y ayudándome con la mano le hago un mamada, que trago satisfecha.
En la cama, desnudos, abrazados, cansados, me confiesa:
– El olor de tu transpiración me excita.
– ¿ No querrás mas sexo? … vicioso mío.
– No, nena, sólo decirte que hueles bien cuando sudas. A hembra caliente y sexual. Como una perra o una yegua en celo.