Me cogí a mi amiga y me encanto
Sonia y Tati, nuestras protagonistas, estaban emparejadas y vivían juntas desde largo tiempo atrás. Desde poco tiempo después, que la segunda entrara a trabajar en el call-center de aquella conocida compañía de telecomunicaciones. Un trabajo de mierda pero para Tati no estaba mal. De hecho y a sus veintiún años, conocía y había conocido muchos otros con peores condiciones laborales sin duda. Con su horario ya prefijado de antemano y sin muchas sorpresas al respecto, al menos allí le pagaban cada inicio de mes y tenía para el alquiler y sus caprichos. Pensándolo bien, ¿qué más podía pedir?
Recibir llamadas de clientes con sus problemas en las líneas telefónicas y facturas mensuales, furiosos y otros no tanto puede resultar estresante y problemático si una no sabe llevarlo. Pero para Tati, acostumbrada desde bien pronto al trato con el público, aquello no era problema alguno. Tantas y tantas zapaterías, tiendas de ropa y de todo tipo había pisado que conocía bien cómo torear y tratar con clientas furiosas y enfadadas de todo tipo y condición. Además que la venta de cualquier carácter y producto, pocos o ningún secreto guardaba para ella.
Le gustaba la venta sí. Lo que para otros podía resultar un suplicio sin buenos resultados y respuesta, para Tati aparecía como un mundo sin secretos y fácil de llevar. Con su mucha paciencia, saber encontrar las necesidades del otro, una facilidad de palabra innata y rápido poder de persuasión, pronto supo ganarse su lugar en la empresa. Buenos resultados a final de mes lo que redundaba en buenas comisiones en la nómina mensual.
Sonia era otra que tal. Cuatro meses antes que Tati había entrado y también sabía desenvolverse a las mil maravillas con las llamadas y los clientes. Con la misma labia, sabía trabajar y llevarse al cliente hacia su terreno con su mucho poder de convicción, consiguiendo los mejores rendimientos a la jornada laboral. De veintitrés años apenas, era una chica acomodada que, además de trabajar, estudiaba por las mañanas un grado de marketing y publicidad con el que esperaba poder encontrar su hueco como tantos otros.
Del trabajo a casa y de casa al trabajo las semanas iban pasando, con los correspondientes días de libranza para sus cosas cuando les correspondía, No tardó en saltar la chispa entre ellas. Algún fin de semana habían salido con el grupo de la empresa a cenar y tomar unas copas. Y más tarde a bailar y mover el esqueleto hasta las tantas donde se diera. La rubia Sonia pronto se fijó en la otra, no mucho después de su entrada a trabajar. Aunque ciertamente, no fue en una de esas salidas nocturnas cuando entraron en contacto.
Una y otra no habían tenido contacto directo ni en la empresa ni en alguna de esas cenas. Sin embargo, Sonia pronto había fijado la atención en aquella castaña de largos cabellos y cuerpo menudito y de bellas formas. Bisexual como se sabía y sentía, le gustaba mirar a las chicas sin vergüenza alguna en busca de una posible respuesta positiva. De hecho, muchas de las relaciones habían surgido de un modo directo y sin mucho esfuerzo. Las más de las veces, las chicas podían resultar más fáciles de conseguir que los chicos si una sabía cómo tratarlas.
Así se había liado con María y luego con Cristina, con las que había estado una temporada sin llegar a más. Relaciones intensas y productivas, aunque poco duraderas en el tiempo. Simplemente, nuestra rubia platino de aspecto andrógino y ambiguo con su corte de pelo a lo chico, se lanzaba al vacío tan pronto veía oportunidad y una buena presa para ello. En el comportamiento no dejaba lugar a la duda en cuanto a sus intereses y sus actitudes personales y sociales, mostrándose bien segura de su identidad y proximidad tanto hacia los chicos como hacia las chicas.
De belleza ligeramente masculina, cautivaba a su alrededor por sus cejas gruesas y perfectamente definidas y la simpleza del vestuario, caracterizado por las camisas masculinas y los anchos pantalones. De boca pequeña, cara delgada y un cuerpo que no exponía ninguna curva, ella sola era capaz de convertirse en la más seductora de las mujeres o en el hombre más recio si la ocasión lo precisaba.
Sus piernas delgadas y delicadas que casi nunca mostraba dándoles de ese modo un aura de misterio, su aspecto andrógino como decíamos junto a su figura enjuta de carnes, así como su carácter marcadamente bisexual la habían hecho vivir tórridos romances con chicos e incluso algún hombre casado junto a otras relaciones lésbicas a las que mucho más aficionada se mostraba. Su imagen independiente y transgresora llamaba la atención en ellas y eso precisamente es lo que más deslumbró a Tati, cayendo inmediatamente la joven en brazos de su compañera.
En el autobús donde coincidían, un día y de camino al trabajo la abordó abiertamente y sin reservas.
– ¿Sales con alguien?
– Ahora mismo no, la verdad no tengo tiempo para eso –respondió sin desconfianza y ni por asomo imaginar por donde iba la otra.
– Me gustas pequeña –le soltó de sopetón y sin pensarlo, mientras tomados entre los dedos se animaba a tirarle los cabellos atrás.
– ¿Cómo… cómo dices? – preguntó sorprendida por tan directa confesión.
Tan segura como en el trabajo lo era, Tati en el cara a cara y las distancias cortas se empequeñecía y retraía en su mucha timidez. Eso a la rubia le encantó, pensando lo fácil que le iba a resultar conquistarla.
– Me fascinas –le susurró, pegadas la una a la otra en la proximidad de los asientos.
De ese modo, la besó por vez primera en el anonimato que el final del bus les daba, cogiéndola de la barbilla y acercándole el rostro una vez más para volver a besarla al hacerla tirar la cabeza atrás. Tan solo la presencia de un hombre de avanzada edad y próximo a ellas, carraspeando ante lo cálido y fascinante del primer acercamiento. Un beso suave, cálido y rápido que tuvo la virtud de hacérsele a Tati abrumadoramente delicioso. Los labios de la muchacha ligeramente temblorosos con el leve rozar de los de la otra. Sin pronunciar palabra, se dejó llevar por lo inesperado del momento y lo agradable que el beso le resultó.
Desde entonces no se separaron, iniciando una nueva relación entre ambas. Los padres de la muchacha no lo aceptaron ni nada les gustó, en especial a su madre que de fuertes ideas tradicionales era. Esas cosas las madres suelen hacerlas cuando se preocupan por los hijos en demasía. Frente a ello Tati pensó que, para bien o para mal, debía tomar sus propias decisiones sin que nadie se metiera en ellas.
Nada más emparejarse, se cortó el pelo dejándose una graciosa media melena que su amiga le tiñó de un tono azul índigo que a todos les pareció de lo más moderna y rompedora. Salvo a su madre, a la que la primera vez que se lo vio a poco le da un soponcio. La muchacha, por su lado y llevada por la rebeldía, se veía hermosa y radiante con la nueva idea y más con su pareja a la que tanto quería y que tanta seguridad le ofrecía.
Las dos chicas habían conseguido librar juntas, lo cual por desgracia no se daba tan a menudo como deseaban. Toda aquella mañana la aprovecharon hasta mediodía, para limpiar y arreglar la casa y diferentes cosas que estaban pendientes. Con todo por casa hecho, Sonia siempre la más lanzada, pensó que era aquel el momento propicio para gozar de sus cosas. Cayendo las dos juntas en el sofá y dándole al botón del mando, las imágenes de la tele aparecieron frente a las chicas tan insulsas y sin interés como a esas horas solían ser.
– Menudo rollo de tele… siempre los mismos programas idiotas… los odio –declaró Tati, arrodillada en el sofá como se encontraba.
– Siempre lo mismo, sí… cada día la tele es peor… Y cuantos más programas tienes, menos sabes qué elegir.
– Y menos a estas horas… solo noticias y programas de marujeo de esos que tanto gustan.
Con el aperitivo de antes de la comida, un rato estuvieron hablando de sus cosas con la tele ya apagada. Del trabajo, de la supervisora Rebeca, aquella bruja que finalmente les había dado el día libre a las dos tras mucho pedírselo. Sonia cada vez seguía menos la conversación, mucho más interesada en otras cosas que tan a la mano tenía. Tati, junto a ella y siguiendo a lo suyo, no paraba de hablar y hablar ajena a los pensamientos que a la otra le corrían la mente.
Unos calcetines blancos y altos de deporte por debajo de la rodilla y vestida con una camisetilla celeste que le dejaba el vientre y el ombligo al aire, la otra la vio preciosa y deliciosa como siempre la veía. Y como la hubiese visto cualquier otro en su sano juicio.
El nuevo corte había sido todo un acierto. La hacía parecer más joven, con su carita redonda e inocente de no haber roto un plato. Encantadora y apetecible a rabiar le pareció a su amiga, siempre dispuesta a los juegos y al deseo amoroso. A Sonia le encantaban los juegos, las caricias y todo lo que pudiera tener relación con el sexo. Fantaseaba a todas horas y su mente era un pozo de nuevas ideas, a cual más tentadora y obscena. Si la madre de Tati pudiera imaginar tan solo una parte de ello, de seguro le daba un ataque.
Besar a su amiga, hablarle bajo y sucio al oído. Desnudarla lentamente y prenda a prenda. Rozarla el cuerpo y volver a besarla. De forma lenta, sin prisa alguna disfrutando de cada segundo. Recorriéndole el cuerpo de redondas y sinuosas formas, que tanto la excitaba cada vez que se lo hacía. A Sonia le gustaba seducirla, llevarla a su terreno, enamorarla y hechizarla con sus miradas y sus gestos más que evidentes.
Tati, sumisa como en general solía mostrarse, se dejaba envolver por ella. Por sus besos y sus caricias, aunque cuando tomaba las riendas de la situación también sabía sacar lo peor de su amiga. Siempre era igual, la muchacha se dejaba seducir por la otra en los primeros momentos. Besos y más besos, roces lentos y premiosos por encima del cuerpo y las ropas. Rozándola y haciéndola delirar, mientras de la boca de su amiga escapaban gemidos llenos de sensualidad junto a las palabras más directas que una podía imaginar.
No se cortaba un pelo y como un torrente sin control, le lanzaba lo primero que le pasaba por la cabeza en su parte masculina de la relación que era la que tomaba. De gestos y vestimenta masculinos, la ambigüedad se revelaba en ella mezclando estrechamente el elemento femenino y masculino, aunque era este último el que más tiraba de ella. Las conductas, actitudes y otras señales en ella, remarcaban a las claras el rol masculino.
La atractiva Tati llamó enseguida la atención en ella. Así pues, Sonia pronto fijó la atención en su joven compañera en el trabajo. Tomando conciencia de lo mucho que le agradaba y de las miles de sensaciones que aquella castaña menuda y jovial producía en ella las pocas veces que la veía o coincidían, por su cabeza fue tomando lugar la idea de intentar el acercamiento y el buscar el ligue.
Para Sonia resultaba diferente y tenía algo especial, como suele pasar en estos casos. Todo en ella le gustaba, su comportamiento agradable y animado con todos, sus gestos femeninos y sus ropas deportivas y juveniles. Vestía camisetas finas y tops que le marcaban el pecho, o bien vestidos por encima o debajo de la rodilla que solía conjuntar con aquellas converse blancas o botas militares a la moda.
En aquellas pocas salidas nocturnas de fin de semana buscó acercarse a la muchacha. Cada vez que la tenía cerca o en la única vez que cruzaron palabra, sintió todo un torrente de descargas eléctricas correrle el cuerpo. Tati no parecía tomar interés por ella, divertida y relacionada con todos como se la podía ver. La otra pensó en no esperar más y en que tal vez algún chico pudiese fijarse en la guapa castaña y se la pudiera quitar. Y el poder perderla, aquello la decidió al fin a dar el paso y lanzarse a por ella. Y fue cuando se dio lo del autobús y todo lo que después vino.
Ese mismo día del encuentro en el autobús y al salir de trabajar, la andrógina Sonia no esperó a más lanzándole el guante a la otra. Las dos solas y apoyada en la marquesina mientras esperaban el bus, la invitó a cenar a su casa hechizándola con la mejor de sus sonrisas. Sin esperarlo y tras lo de la mañana, un vuelco al corazón le dio con la directa invitación. Ciertamente toda una sorpresa para ella supuso aquello. La muchacha notó que comenzaban a temblarle las manos, que le fallaban las piernas, por no hablar de la voz.
– ¿A… a tu casa? No sé… estoy cansada… pensaba ir a casa e irme pronto a dormir –dijo sin saber muy bien qué más decir.
– Tranquila, no estaremos mucho rato. Algo rápido para quitar el apetito… además quiero estar contigo –la fulminó con sus palabras hechas un suave susurro.
Tras lo de la mañana en el bus y con tan directa invitación, Tati supo bien lo que la otra pretendía. Sin embargo, también supo que lo deseaba tanto como la otra. No había pensado en ella ni en lo de la mañana en toda la tarde, liada con los clientes y las llamadas como había estado. Pero ahora y ya anocheciendo, todo aquel cansancio se le fue de golpe al verse abordada de aquel modo tan directo.
En el bus y de nuevo en la parte trasera del mismo, se besaron como la primera vez. Pegadas la una a la otra, un nuevo beso suave, cálido y rápido le plantó la rubia, entrelazadas las manos como las tenían. Tati gimió débilmente, dejándose vencer bajo el poder de aquellos húmedos y finos labios. Y nuevamente los labios temblándole como por la mañana, con el roce de aquellos otros y las turbias palabras que Sonia le dedicó nada más separar los rostros.
– Me pones nena… me pones mucho como hacía tiempo nadie lo hacía.
¿Cómo poder negarse a tan encantadora confesión? ¿A tan sinceras y directas palabras sin guardarse nada? Tati nada dijo, llevada por la vorágine que la envolvía, por las miradas y palabras de la otra que la embelesaba hasta dejarla sin fuerzas. La joven no supo qué le pasaba por el cuerpo, un escalofrío en forma de trallazo imparable corriéndole espalda arriba. Un momento de esos imposibles de dejar escapar, de manera que lo descuidó todo dejándose llevar a la casa de la rubia.
Una vez allí nada cenaron, abalanzándose rápido Sonia sobre ella para de nuevo besarla aunque esta vez de forma mucho más febril y apasionada. Comiéndole la boca y los labios, mientras las manos hacían de las suyas bajándole y subiéndole el cuerpo descontroladas por completo. Luego continuó besándola sabiendo frenar la rubia su mucho deseo, tratando de ser dulce para no asustarla.
Acariciándola ahora el cuerpo de arriba abajo, hablándole en voz baja con lo que romper las últimas resistencias que pudieran restarle y lamiéndole enseguida el cuello, la nuca. Bajándole espalda abajo hasta alcanzarle las ancas por encima de la faldilla que aquel día llevaba. Sintiéndola temblar toda ella, hecha un lamento de pura entrega.
– ¿Te gusta esto? –con voz dulce pero segura la interrogó.
La muchacha derrotada nada respondió, gimoteando como respuesta clara y única a lo que la otra le decía. Le gustaba, claro que le gustaba. Sonia, en su mucha experiencia sabía cómo tratarla y cómo llevar todo aquello adelante. Contra la pared donde la tenía acorralada y sin posible salida, la amó desnudándola de forma lenta pero sin detenerse en ningún momento. Por su parte, Tati ninguna resistencia opuso, sollozando débilmente y permitiendo que las manos expertas de la otra la fueran desnudando, desapareciendo primero la fina blusa para enseguida la falda seguir el mismo camino.
Al tiempo la comía el cuello, el lóbulo de la orejilla con lo que arrancarle un nuevo temblor delicioso. La amó tanto y cuanto quiso, besándose una y otra al juntar las bocas y riendo conmovidas ahora las chicas, tan nerviosas y acaloradas se encontraban. Obligándola Sonia a abrir la boca, hasta acabar mezclando las lenguas una con otra.
– Déjame que te bese, muchachita –envolviéndole la boca y acallando los leves suspiros que su boca emitía.
– Sí, sí… oh, sí –derrotada por completo, allí con la pared fría en la que apoyar la espalda desnuda.
La propia Sonia también se reconocía temblar toda, por la cercanía y la mucha belleza de la muchacha. Toda aquella noche la hizo el amor por vez primera, gritando y gimiendo rabiosa con cada uno de los rabiosos ataques que la otra le lanzaba. Haciéndola suya por completo, comiéndole los pechitos excitados y sensibles con lo que notarse las dos erizar las finas pieles. Bajándole las manos al par de tersos montículos, firmes y de pezones no muy grandes pero sí bien erectos por las muchas caricias que recibían.
Conociéndole y entregándole la empapada vulva, que la otra le devoró como el mejor de los manjares. Abrazadas y despertando por la mañana entre las revueltas sábanas de aquella cama extraña, con el continuo sonar y resonar del móvil. Era su madre, preocupada por no saber nada de ella.
Y ya unos meses después y con la relación plenamente consolidada, se encontraban las dos en casa sin que nada las coartara ni entre ellas se interpusiera. La relación con su madre se había enfriado hasta el punto de ser casi inexistente, más que lo puramente necesario y formal.
En más de una ocasión nos vemos en el dilema de tener que elegir y esta fue una de ellas. En la encrucijada planteada, tuvo que elegir entre su familia o Sonia y fue esta última la elegida. Evidentemente no es que les abandonara por completo, pero sí el contacto se iba haciendo cada vez menor y menor según el tiempo pasaba.
Con todo limpio y ya pleno mediodía, las muchachas se encontraban la una sentada mientras la otra se removía tumbada en el sofá. Sonia tenía ganas de su amiga. Jugando con los cabellos entre los dedos, las dos hablaban de sus cosas del trabajo. Tomando el aperitivo de antes de la comida, unas cervezas bien frescas y unas patatas y aceitunas para acompañar.
– Al fin Rebeca nos dio el día juntas… hacía falta limpieza en casa –declaró Tati estirada en el sofá y con las piernas dobladas.
– Menuda bruja está hecha… le encanta hacernos sufrir.
Sonia se encontraba cada vez más imbuida en sus propios pensamientos y en la belleza que su amiga mostraba. Mientras, la otra no paraba de hablar y hablar, cotorreando sin descanso como si no hubiera un mañana. Estaba preciosa como siempre si no más. Tras haberse duchado ambas y vestida para estar por casa, la diminuta camisetilla le dejaba el vientre y el ombligo al aire donde los ojos de la otra no paraban de posarse, fijando el interés y la atención. El conjunto resultaba de lo más juvenil y sensual para los ojos de Sonia, viéndola con aquellos calcetines altos de deporte y aquella faldilla corta que permitía verle buena parte de las rollizas piernas.
Sonia sintió correrle un estremecimiento el cuerpo y cómo miles de emociones le subían hasta el cerebro. Ciertamente preciosa y deliciosa se la veía, ajena por completo a los turbios pensamientos que acosaban a la otra. Sin parar de hablar y hablar, al fin la hizo callar echándose sobre ella y acercándole los labios haciéndola enmudecer.
– Al fin callaste, creí que no lo harías nunca –sonriéndola con un punto de malicia en su sonrisa.
Volvió a besarla con un suave posar de labios, notando los de la otra húmedos y carnosos como tanto le gustaban. Al tiempo, la escuchó gemir con ese nuevo beso. El rostro de la una sobre el de la otra, indefensa ante la amable acometida de su amiga. Se besaron esta vez con mayores ganas y energía, conocedora Tati de lo que a la otra le apetecía ahora. Como a ella misma, siempre lo deseaban de manera casi constante.
– Ven bésame –pidió temblándole la voz.
Y la rubia lo hizo, juntando las bocas con mayor decisión y ahogo. Besándose y acallando con los besos, el tenue murmullo de gemidos continuos que las chicas producían. Mezclando las lenguas, mientras con las manos le buscaba afanosa las bellas formas. Comiéndola el labio inferior hasta hacerla gritar tímidamente. Separándose, se miraron a los ojos con deseo mutuo. Se conocían ya bien y sabían lo que una y otra deseaban. El interés malsano por la joven, la hacía descubrirle cada rincón de su bella anatomía.
– Vamos a la cama quieres –su voz un ronco susurro, que a la muchacha se le hizo irresistible.
En el dormitorio, Tati quedó en pie observándose frente al espejo. La combinación de sombra y luz que la claridad de la ventana cercana reflejaba en su sinuosa figura, llamaron rápidamente la atención de la otra que desde la cama la contemplaba. Tumbada boca abajo y con las piernas levantadas, no dejaba de contemplar el tremendo espectáculo que se le ofrecía.
Era bellísima, seguramente la más bella con la que había estado. Sonia no tenía duda de ello, cada vez se sabía más colada por ella. Allí de pie frente a ella se la veía preciosa y delirantemente espléndida en sus bellas formas que las pocas ropas remarcaban. Los largos calcetines le daban su punto de morbo y sensualidad infinita que tan bien acompañaba con la pequeña camiseta en la que marcarse los pequeños pechitos.
Tati se movía frente al espejo, viéndose divertida y provocativa. Le gustaban esos juegos, moverse frente a su amiga sabiéndose deseada y los miles de turbios pensamientos que en ese momento debían llenarle la cabeza. Las dos calladas, tan solo un breve murmullo consigo misma al mirarse una y otra vez a través del espejo.
Dejándose correr las manos por el cuerpo, subiéndolas por la barriga y hacia los pechos de los que pasar con urgencia hasta alcanzar los brazos. La piel medio erizada por el frío, que a través de la ventana levemente abierta le llegaba. Los dedos bajándole lentos el seno que la delicada prenda le cubría. Jugando con ella misma, olvidada ahora de la otra. Tan solo ella y sus juegos, que sus manos y sus dedos le producían bajándole la piel.
Sonia la miraba desde la cama, aguantando la respiración ante el bello espectáculo que se le ofrecía. Sin decir palabra, tan solo recorriéndole con la mirada la curva de la parte baja de la espalda. La otra continuaba a lo suyo, tarareando una conocida melodía para ambas. Las manos cayéndole por encima de la falda y más allá hasta alcanzar los muslos.
Girándose hacia la otra, cruzaron las miradas viéndola sonreír completamente enamorada. A Sonia se le caía la baba y no lo podía ni lo quería ocultar. Se sabía loca por ella, algo oculto y que pocas veces se daba en ella se producía en su persona cada vez que se miraban o se sabían deseosas una por otra.
Enfrentadas, la muchacha continuó con sus caricias provocativas dedicadas a la otra. Una y otra mano sin parar de correr muslos abajo, una de las piernas doblada de manera elegante y llena de erotismo insano. Sonia tuvo que tragar saliva, al comerse las ganas por lanzarse sobre ella. Deseaba alargarlo más, continuar devorando la belleza irresistible de la muchacha. Que una y otra se murieran de ganas por hacerlo, por la unión final y sin freno alguno.
– Eres bellísima pequeña…
– ¿De verdad lo piensas? –temblándole la voz solo con las palabras que su amiga le lanzaba.
– Ya sabes que sí… eres una gatita adorable.
– Ufff, por favor calla… no me digas esas cosas.
– ¿Y por qué no? Sabes que es verdad lo que digo.
– Quieres provocarme con tus palabras… eres mala –continuando con el juego entre ambas, que a las dos tanto las encendía.
– ¿Es malo eso? Tú sí que me provocas… me tienes loca muchacha.
– Uffff, por favor calla, calla –volviéndose un breve momento de espaldas, para que no pudiera verle la mucha turbación que la corría el rostro.
Una y otra se sabían cachondas pero sabían esperar su momento. No había prisa alguna y aquel juego entre ellas resultaba delicioso y excitante. Moviendo la joven el culo frente a su amiga, lo echó atrás al tirar el cuerpo adelante. Sonia aguantó nuevamente la respiración como pudo. Un calor entre las piernas le subía, provocándole un sofoco creciente.
– ¡Me pones cabrona… cómo me pones! –exclamó sin cortarse, ante el perverso contoneo que la otra se daba.
– Joder, cállate… calla, tú déjame hacer a mí –la muchachita pidiéndole autoritaria, sin dejar de remover el culillo que tan parado mostraba.
Nuevamente enfrentadas, se ofreció a la perversa mirada. El ombligo aparecía delicado entre lo sensual del abdomen femenino, las manos caídas a los lados en la calidez de la imagen. Arriba de nuevo pasándolas sobre los pechos, aquellos pechitos que la rubia se moría por hacer suyos. Por comérselos furiosa, por clavar los dientes en ellos. Por pellizcárselos en definitiva, sacándole quien sabe si el primero de sus orgasmos.
Sonriendo con dulzura y tirándose la chica el cabello atrás por encima del hombro. Mirándose una a otra con confianza infinita y sincera. También ella veía a su amiga hermosa en su masculina belleza. En sus gestos y maneras algo rudas en ocasiones pero que a la joven la turbaban, sabiéndose deseada y el motivo de su turbio interés. Tantas y tantas veces se habían acostado que se conocían casi a la perfección. Sabían lo que las miradas de cada una representaban, los gestos mudos pero de elevado significado para ambas.
Gimió débilmente, reconociéndose desnuda por la mirada de su amiga. Entre las piernas un hormigueo le corría y cómo las primeras humedades se daban en ella imparables. Sin ni siquiera tocarse, solo por lo muy unida a la otra que se sentía. También ella se moría por la unión entre ambas, por las caricias que tanto y tanto necesitaba y demandaba con su débil gemido.
– Hazme el amor… hazme el amor… me siento tan cachonda –confesó en su tímido murmullo de voz.
– ¿Estás cachonda pequeña? –la otra la provocó, haciéndola sufrir con su sonrisa maligna.
– ¡Oh, eres una perra. Bien sabes que sí!
– Aguanta un rato las ganas… todo llegará al fin y lo disfrutarás más –humedeciéndose tentadora los labios, al pasarse la lengua por los mismos.
Eso la hizo rabiar aún más, el verse dominada por aquella necesidad imperiosa de caricias y como su amiga se lo negaba al hacerla esperar un rato más. Desde su posición más alta, la veía tumbada en la cama llena de atractivo y lascivia. Con el culillo elevado y las piernas tiradas arriba, jugueteando con ellas al moverlas.
Sonia no pudo esperar más. A cuatro patas y gateando sobre la cama, se fue acercando lentamente hasta al fin ser acogida por la mano de la otra. Arrodillada la rubia al borde de la cama, Tati le dejó apoyar suavemente la mano en la mejilla. Caricia que las hizo vibrar a ambas, tan electrificadas por el deseo se sentían.
De pie las dos, las manos le deslizó piernas abajo. Comenzando a jugar entre ellas y comiéndose las bocas al unir los labios. Un beso de primer acercamiento, de mínima aproximación entre ambas. Cogiéndola Sonia del pelo, para besarla con delicadeza y ternura extremas. Suspirando y gimoteando con frescura de ánimo, esta vez la otra. La pierna ligeramente doblada y tan cerca la una de la otra, la mirada profunda de su amiga la envolvía por entero en lo exquisito del momento. Abriendo la boca y dejándose besar y que la lengua traviesa le entrara.
– Ven aquí, deja que te bese –cogiéndola con decisión del cabello, haciendo que la cabeza le cayera atrás
– Ummmm sí… hazlo…
La besó con altivez desconocida, casi con desprecio, comiéndole la boca hasta morderle incontenible los labios. Haciéndola gritar, sorprendida por la violencia de la otra. Respondiendo, sin embargo sumisa, dejándose vencer y comer la boca por la fuerza de su amiga. Dejándose envolver los labios carnosos, chupándole la lengua que dejó escapar al gemir levemente.
– Eres una zorrita encantadora…
– Sí, lo soy… ámame, ámame te deseo –reconoció entregada al poder que su amiga tenía sobre ella.
Pronto se fueron desnudando, arrancándose con violencia las ropas la una a la otra. Tanto rato llevaban esperando que ya no podían parar el desenfreno que las dominaba. Las manos de la rubia, corriendo apresuradas por el talle de la joven. Pudiéndola ahora recorrer la piel temblorosa, escuchándola gemir y sollozar pidiéndole seguir.
– Sí, sí… bésame… bésame…
Las manos tomándola del cabello, se besaron con suavidad y en silencio. Saboreándole lo carnoso de los labios con todo el empuje de su pasión. Los cuerpos desnudos les hizo desearse más, excitadas por lo cálido de la situación. Por lo muy impacientes que se encontraban. Levemente separadas, Sonia le buscó los pechos a través del sujetador. Llevándole los dedos atrás hasta conseguir soltarle el cierre. Los senos lucieron hermosos y sensuales ante la mirada de la chica.
– ¡Estás tremenda nena! –un torrente hecho su voz, no pudo evitar el soltarlo de golpe.
– Joder, qué cosas me dices…
Las manos corriéndoles los cuerpos, vivarachas y nerviosas por un nuevo contacto. Llevando siempre el elemento masculino de la relación. Tratándola con cariño y dedicación, pero también de forma brusca cuando convenía. Tirándole suavemente los cabellos atrás para luego tomarla con decisión del brazo, apretándoselo hasta hacerla quejar.
Los pechos al aire, Tati se dejó llevar dándole la espalda que la otra devoró, chupándole primero la nuca y el cuello, deslizando la lengua al hombro para después bajarla espalda abajo desencadenando en la muchacha un estremecimiento de pura emoción. Mmmm, eso la puso a mil y en completa tensión nada más sentir la lengua bajarle la espalda. Se lo hacía y se lo sabía hacer tan bien, que por eso se sentía tan rendida y enamorada.
– Ummmmm sigue… me encanta, sí.
Las manos en las nalgas, el silencio se cortaba con un cuchillo ante el lento roce de los dedos clavándose en las prietas redondeces traseras. Entonces Sonia, sin poder aguantar más, se abalanzó sobre el cuello de su amiga, chupándoselo y lamiéndolo irrefrenable entre los tímidos grititos que la joven emitía. Hablándole tenue al oído, dedicándole palabras llenas de erotismo y de la peor intención. Quedando Tati acalorada y exaltada, por lo lascivo de la lengua bajándole y subiéndole el cuello.
Y se supo explotar, llegándole el orgasmo entre las piernas como el mejor de los remedios. Temblando toda ella, fallándole las piernas y sujeta por suerte a su amiga que la mantuvo en pie.
– Córrete putita, córrete… así me gusta verte… tan perra y entregada –las palabras de su amiga retumbándole el oído, mientras la fuerza abrasadora del orgasmo la abandonaba entre las piernas.
Resoplando el aire con fuerza, poco a poco se fue recuperando del placer sufrido. Acariciándola ahora la chica a su amiga los senos, con timidez y pasándole los dedos muy muy despacio. Ya antes de que se los rozara, el aspecto que mostraban era de rigidez y firmeza, viéndose los pezones afilados y picudos.
Sonia la atrajo hacia ella, besándose una vez más de forma apasionada y llena de vicio. Tomándole entre las manos los pechos que tanta sensibilidad guardaban y volviéndole a posar los labios entre la juntura del cuello y el hombro. A Tati eso la emocionaba a extremos de lo más intensos y exagerados. Sollozó mimosa, dejándose llevar por la caricia de aquellos labios perversos y malignos que tanto la hacían sentir.
– Ummm, me tienes loca cariño… -sin poder evitar el suspiro, que entre los labios se le perdía.
Besándola la rubia la parte alta del pecho sin que pusiera la más mínima cortapisa a ello. Al revés, le encantaba todo lo que le hacía. Cada caricia la hacía vibrar y gimotear más que la anterior. En silencio, besándola una y otra vez cada centímetro de su piel. La mejilla, el cuello, el hombro para acabar en el brazo abandonado a su suerte. Respirándole por encima, esa nueva caricia le gustó aún más. El suave roce del aliento supuso para ella una nueva sensación llena de matices.
Respirándole despacio, murmurando sonidos entrecortados, besándola una y otra vez al retirarle los cabellos a un lado. Y mientras, con las manos le acariciaba los pechos, enganchados entre los largos dedos que tan bien los envolvían. Tomándole el par de mamas con cariño y devoción, masajeándolas por encima y muy suavemente. Cogidas desde abajo y moviendo los dedos sin descanso en un roce constante e insistente que a la joven le pareció fascinante.
– Las tienes tan bonitas –la voz estremecida junto a ella, dándole a conocer lo mucho que le gustaban.
Y era verdad. A Sonia le encantaban, tan redonditas y firmes bajo sus dedos. Tan sensibles, que le sacaban un gemido tras otro con cada nuevo roce que recibían. Y frente al espejo podían verse, desnudas ambas junto al poderoso resplandor del mediodía que por la ventana fuerte pegaba.
– ¡Ámame amor, ámame… me gusta tanto como lo haces! –su voz un leve quejido de necesidad porque lo hiciera.
Se notaba temblar toda ella. Tan pronto en completa tensión como desfallecida y sin fuerzas, bajo el poder de aquellas manos apretándola de forma continua. Pellizcándole los pezones con los dedos, que los rozaban de forma suave y atenta como el músico roza las cuerdas del instrumento sacándole su mejor nota. Pegadas la una a la otra, con la rodilla trató de hacerle abrir las piernas. Buscándola con malicia el tesoro de la entrepierna que la fina braga escondía. Apretándose una y otra vez, uniendo una pierna con otra en una perfecta mezcla de interminables fricciones.
– Te deseo nena, te deseo –metiéndole la pierna al hacer mayor empuje, tratando de hacerle perder las últimas fuerzas.
– Ummm… joder, joder… sigue así.
Se estremecía con cada nuevo ataque, devorada por el poder de la otra que tan bien sabía sacar lo peor de ella. Besándola insaciable, corriéndole las manos por todo el cuerpo, bajándolas y subiéndolas en busca de cada uno de sus más íntimos rincones. Y ella solo podía dejarse amar, sollozando y gimoteando vencida y en espera de más. Le gustaba sin duda, enredadas ambas en la pasión del momento. Tocándole los pezones y pellizcándoselos al retorcerlos de nuevo fuerte.
Sin decir ninguna nada, aguantando ambas la respiración hasta el límite de sus fuerzas. Escuchándose desde la calle el claxon de un conductor, sin duda furioso en medio del tránsito de la ciudad. Y nada más, solo algún ligero murmullo o sollozo de alguna de ellas bajo el paraguas del mucho amor que se daban.
Besando ahora Tati a la otra, un beso cálido y con el que hacerla suspirar largamente. La atracción era mutua y arrolladora. Se deseaban hasta lo más hondo de ellas, una y otra no podían parar en busca del mejor de los placeres para su amiga. Las manos posadas en las caderas, avanzando hacia atrás camino del par de montículos que una y otra presentaban. El de la joven mucho más elevado y parado, a Sonia la volvía loca su dureza y lo muy prieto que se notaba.
En la cama las dos y con la braguilla quitada, Tati quedó sentada al borde de la misma y con las piernas abiertas, entre las que la otra no tardó en buscar cobijo. Respirando fuertemente alterada y teniendo que apretarse los labios para no gritar, los labios los sentía resecos y temblorosos ante la compañía que su amiga le ofrecía.
– Hazlo… hazlo –abriendo la boca para poder respirar.
Los ojos cerrados y sintiéndose volar en un mundo desconocido y lejano, la otra muchacha la maltrataba en busca de nuevas sensaciones y placeres con que hacerla excitar. Nuevamente la boca abierta soportando el ataque y nuevamente los ojos medio cerrados por un deleite creciente y exquisito. La lengua entre sus piernas la trabajaba, lamiéndola y devorándola con su continuo ir y venir sobre la raja empapada en jugos. Con rapidez y experiencia, golpeando sin descanso el diminuto botoncillo que pronto respondió endureciéndose hasta el extremo. Escuchándola gimotear herida, notando toda su humedad entre los labios tan mojada como la joven se encontraba.
Removiéndose la muchacha inquieta, pataleando en busca de alivio, murmurando y sollozando sin llegar a pronunciar palabra. Tan loca la tenía, sollozante y desvalida en su terrible debilidad. Sonia continuó entre sus piernas sin descanso, saboreándola y ofreciéndole el mejor de los placeres. Lamiendo y pasándole la lengua una y otra vez, rozándole el clítoris que enderezado se notaba palpitar con cada nuevo roce.
Sacando la lengua y haciendo separar los labios al enterrarse en lo carnoso de la vulva. La guapa muchacha se retorció con lo sensible de la lengua corriéndole el interior de la vagina y de nuevo el orgasmo la visitó, notándose fallarle las fuerzas y como un calor le llenaba las entrañas subiéndole vagina arriba. Haciéndole titilar la otra la lengua de manera rápida, bebiéndole el manantial de jugos que entre las piernas la abandonaban.
Exquisita y perturbadora la imagen que las muchachas formaban. La una apoyada en los codos sobre la cama y a punto de resbalar por el total desfallecimiento tras el orgasmo obtenido mientras la otra no se apartaba de ella, probándole y degustando el río de flujos que su coño era. Los labios inflamados e irritados por la acción de los otros labios y la lengua que tan bien lo habían sabido trabajar. Bebiendo y bebiendo la humedad femenina, que parecía mearse de tanto gusto como sentía.
– ¡Me matas… me matas, dios qué bueno! –aullando su placer derrotada por lo intenso del clímax que la visitaba, ahondando en ella hasta límites insospechados.
El vientre moviéndose contra la boca, en busca de nuevos roces con que hacerla caer rendida y sin fuerzas. En el silencio de la habitación, solo se escuchaba el continuo correr de los labios y la lengua acompañados con los gemidos, pequeños gritos y aullidos que la muchacha lanzaba.
Era fantástica, nadie antes se lo había hecho de ese modo tan profundo y agotador. Sonia sabía bien donde tocarla y hacerla sentir hasta lo más hondo de su ser. Sabiendo sacarle los mejores orgasmos que su cuerpo excitado y cansado podía ofrecer.
Al acabar y entre el fuerte respirar que la chica mostraba, le pasó los dedos por encima permitiéndola descansar tímidamente. Sonriente por su triunfo una vez más y observando cómo removía el vientre palpitante y mojado bajo los dedos.
– ¡Eres una putita… ¿ves como tengo razón? Te has meado de gusto, perra!
– Cabrona, qué gusto me das cada vez que lo haces –resopló su desaliento en los cabellos caídos sobre el rostro.
Cayendo las dos abrazadas en la cama, se besaron con lentitud dándose los labios y las lenguas. Jugando una con otra, mientras con las manos se acariciaban ávidas de descanso y un rato de tregua…