Me desquito con Marialuz en una cálida visita de cortesía

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Su marido acababa de salir de casa para llevar al pequeño a un exclusivo colegio de una población aledaña a Barcelona. Luego, se iría a trabajar y no volvería a casa hasta media tarde, justo después de recogerlo de la misma escuela. Ella volvió a la cocina y se dispuso a tomarse el café que le quedaba en la taza. Mordisqueo la media tostada integral que solía desayunar y abrió el correo en el teléfono, para ver que había de nuevo. Otro tranquilo día en casa. Hacia una semana desde “aquello” conmigo y desde entonces, no había vuelto a pisar la oficina. Era una de las ventajas de ser la jefa de departamento: no tenía que dar demasiadas explicaciones a nadie y menos si quien se las pedía lo hacía desde su silla. La misma silla donde se sentaba para que la rubia le comiera la polla hasta vaciarle los huevos. Eso sí, siempre con goma saborizada. El semen era algo que detestaba, incluso el de su propio marido, así que cuando decidieron tener un hijo, lo hicieron por in vitro. De esta manera, se evito tener que retener en su cuerpo material salido de la polla de un tío sin que hubiera sido aprobado y esterilizado por un laboratorio.

Después de dos correos, sonó el timbre. Algún repartidor de los que le traía la compra a casa, seguro. Se levanto y se ajusto la bata. No le gustaba que la vieran así, sin su cuidado aspecto habitual, pero no había podido arreglarse. Aquel repartidor se iba a llevar una buena bronca por llegar tan temprano.

Abrió la puerta y cogió aire, dispuesta a chillar a quien estuviera detrás de ella, pero cuando vio la cara sonriente de su interlocutor, se quedo helada.

– Hola, golfa – Le dije con una mirada que no denotaba nada bueno para ella – buenos días.

Y le deje caerle una soberana torta en la cara que la lanzo al suelo. Con el impacto, perdió una zapatilla y se le medio abrió la bata, mostrando un pijama de felpa, totalmente anti erótico. Tras la sorpresa inicial, intento gatear para escapar, pero agarrándola por el cinturón de la bata, se lo impedí.

– ¿Y a dónde vas, zorrita? Si acabo de llegar… – le dije mientras volvía a girarle la cara de una torta y cerraba de una patada la puerta.

– No… no… no… – repetía una y otra vez. La altivez que mostraba de forma habitual no era más que una fachada que se había derrumbado en cuanto sus pupilas habían captado mi imagen.

La casa del feliz matrimonio era una torre a cuatro vientos, con un amplio jardín y una entrada discreta que no se veía desde la calle, así que nadie podía haber visto como “saludaba” a mi jefa y como cerraba la puerta. Había dejado el coche a dos manzanas y el reconocimiento previo me había dicho donde había cámaras de seguridad en la urbanización y con ese “paseo” las evite, tanto yo como que algún vecino pudiera identificar mi coche ante la casa en caso de que todo se torciera.

– ¿Estabas desayunando, zorra? – le dije mientras la suspendía en el aire por el cinturón de la bata. De un tirón le baje el feo pijama hasta las rodillas, dejando al descubierto unas bragas blancas y aburridas, nada parecidas al tanga que vestía la ultima vez – ¿No hay tanga hoy? Como se nota que no has quedado con el canoso para que te folle y la unica polla que tienes cerca es la del cabrón de tu marido – un seco golpe con la mano le volvió a dejar marcada mi mano en la parte de carne que no tapaba la ropa interior

– Por favor… Carlos… por favor… – repetía una y otra vez desde el suelo, con los ojos llenos de pavor…

– ¿Qué pasa, “jefa”? – Le conteste poniendo el máximo desprecio que pude a la palabra “jefa” – ¿Ahora pides las cosas por favor? Como se nota que solo tienes ovarios cuando sabes que no se te puede responder. Pero ahora no veo que seas tan chula…

– Por favor… te hago una paja… te la chupo… pero no… no, por favor…

– uy, uy, uy… que oferta tan baja de salida… ¿Quieres volverlo a intentar o me sirvo yo mismo? – Le dije tirando de la braga y metiéndosela en el culo

– Vale! Vale! Vale! Te dejo que me folles. Como quieras!!! – Respondió a la defensiva Mariluz – Yo me pongo como tú me digas y me follas el coño. Por favor… el culo… el culo todavía me duele…

– Bueno… como oferta de salida no está mal… anda, invítame a un café y negociemos los detalles – le dije dejándola en el suelo – pero quiero que no te subas el pantalón. Esa mierda de bragas no me gusta, pero si la situación de que tengas los pantalones bajados ante mí.

La rubia se levanto, hizo el amago de subirse el pantalón, pero recordó la advertencia, así que se los dejo a media pierna. El desplazamiento hasta la cocina lo hizo con unos andares totalmente ridículos, moviendo el culo como un pingüino y solo con una zapatilla puesta, ya que la otra, la había perdido durante mi saludo.

– Si… siéntate – me invito señalándome la mesa, donde permanecía todavía su café y parte de la tostada. Lo hice de espaldas a la única puerta practicable de la habitación. La otra estaba cerrada y con la persiana electrónica bajada – ¿Qué quieres?

– Café. Solo.

Mariluz preparo el café en la Nespreso último modelo que lucía la cocina. Luego, con la excusa de la cucharilla, abrió el cajón de los cubiertos y reunió todo el valor que tenia. Agarro un cuchillo jamonero y se giro hacia mí, amenazándome.

– Vete de mi casa, hijo de puta o te rajo! TE JURO QUE TE PARTO POR LA MITAD!!! – Me amenazo mientras la punta del cuchillo se movia hacia todas partes, mostrándome su estado de nervios

– No seas gilipollas… no te conviene… – respondí a la amenaza sin apenas inmutarme

– TE JURO POR DIOS QUE TE LO CLAVO!!! HIJO DE PUTA!!! – Estaba fuera de si solo con el recuerdo de nuestro anterior encuentro en su despacho. No tener el control en una situación era algo que la crispaba profundamente debido a uno de sus múltiples TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo)

– Bueno… yo no quería que esto fuera así, pero… – Dije con el mismo tono que emplearía si tuviera que castigar a mi hija pequeña por su cabezonería.

Mientras que me preparaba el café, había puesto sobre la mesa mi mochila. Aquella que llevaba la cámara instalada, pero tenía otras sorpresas y ninguna de ellas agradable para quien me amenazaba. Esperándome una reacción parecida, había abierto la cremallera y metido la mano dentro, palpando aquello que tenía preparado por si acaso.

Cuando los dos arpones del Taser le impactaron en el pecho, todavía tenía cara de sorpresa. La descarga eléctrica hizo que se pusiera totalmente rígida y que cayera hacia adelante, con la suerte de que lo hizo hacia mí y pude cogerla por la ropa. De otra forma, se hubiera dado de boca en el suelo. No era algo inusual en personas a las que se les reduce con esa arma, pero hubiera sido una pena, porque se la hubiera llenado de sangre y si bien para mi no hubiera sido motivo suficiente para dejarla fuera de juego si que habría sido una molestia menor.

El arma eléctrica es un excelente negociador, ya que te permite mandar desde la empuñadura impulsos eléctricos exactamente iguales a los que usa el cuerpo humano para moverse. Un disparo y durante cinco segundos, todos, absolutamente todos los músculos del cuerpo se ponen rígidos. Es como las rampas que nos dan en el gemelo a media noche, pero por todo el cuerpo. El resultado: un atacante incapacitado. Tras la descarga, el arma deja de emitir impulsos y mientras los arpones estén clavados, existe la posibilidad de darle otro recordatorio mediante un botón situado en el lateral. Cada pulsación, una descarga incapacitante y tremendamente dolorosa.

– Mariluz, Mariluz, Mariluz… – dije moviendo la cabeza negativamente cuando el arma dejo de descargar electricidad y sus músculos se relajaron. Se había meado. No era algo extraño con el uso de ese arma, pero para ella, era totalmente humillante verse estirada, con el pantalón a medio bajar y sobre un charco de su propio meado – ¿Por qué las zorras como tu tienen que complicar siempre las cosas? – Dije mientras apretaba el botón de descarga

Otros cinco segundos de intenso dolor recorriendo su cuerpo mientras se retorcía sobre sus propios meados. Y durante todo ese tiempo sus ojos estuvieron pegados a mi, que me agache hasta ponerme en cuclillas a su lado, para que viera que estaba tan cerca y a la vez era inaccesible para alguien en su situación. No había hecho nada puesto que el cuchillo había caído de su mano al relajarse los músculos, pero aquella descarga servía únicamente para hacerle ver que si yo quería, ella sufría.

Cuando termino de convulsionar por segunda vez, del interior de mi mochila saque un aro de BDSM y se lo ajuste a la boca. El aro, como su nombre indica es una redonda de metal, con el centro hueco y que se ajustaba tras los dientes de la portadora. Un par de cintas con hebilla, fijadas tras su nuca lo mantenía en su lugar e impedían que se le cayera o se lo quitara y le bloqueaban la boca en una perfecta O. Pese a ello, la muy estúpida tenía que intentarlo, así que cuando acerco la mano al artilugio comprendió que era un doloroso error al notar como por tercera vez en menos de dos minutos los 50000 voltios recorrían su cuerpo.

– ¿Lo has entendido ya, zorra? – Le pregunte tras ponerme en pie y darle una patada en el lateral del estomago. Ella cabeceo afirmativamente mientras luchaba consigo misma para contener las lagrimas – perfecto. Yo puedo pasarme así toda la mañana y parte de la tarde. Esta con una batería nueva y puedo realizar 500 descargas. Ahora, deja de tocarme los huevos y quítate la ropa.

Mariluz perdió todo su autocontrol y empezó a llorar. En menos de una semana la había pillado dos veces con las bragas en los tobillos. La primera, con información referente a su traición a la empresa y la segunda, con la guardia baja en su propia casa. No sabía que la humillaba más, si que la hubiera cazado jugando a su propio juego o estar en el suelo, sobre su propio meado, a merced de uno de sus subordinados, que empuñaba un arma eléctrica.

Con mi teléfono móvil haciendo de cámara, la rubia primero se deshizo de los calcetines puesto que la otra zapatilla la había perdido con la primera descarga. Luego termino de bajar los pantalones del pijama, dejando al descubierto la parte delantera de la braga, que llevaba un pequeño lacito a la altura del pubis. Después… todo se precipito. Mariluz se abrió el albornoz y saco los brazos. Cuando quedo libre de la prenda de abrigo, se dio cuenta que los garfios estaban clavados sobre el pijama, pero no sobre su piel, así que con un rápido movimiento, se quito la parte superior e intento levantarse.

Lo intento, puesto que me deje caer sobre mi rodilla derecha, que impacto contra su esternón y simplemente mi peso hizo que volviera al suelo. Ella intento arañarme de nuevo, pero como en su despacho. No había aprendido nada de nuestro encuentro en su despacho. La dolorosa lección era que mis brazos eran más largos que los suyos y mi mano impacto en su mejilla antes de que sus manos llegaran si quiera a rozarme. Fue una hostia con la mano abierta, pero con la suficiente fuerza como para girarle la cara. Luego le solté otra con la mano izquierda, a la que siguieron dos, tres, cuatro… seis hasta que levanto las manos y dejo de luchar. No podía hablar por el bocado que llevaba, pero levanto las manos en señal de rendición.

– Como te gusta agotar mi paciencia, zorra – Sonrei como el gato que ha acorralado al ratón y que juega con él hasta que decide terminar con su sufrimiento. De la parte trasera de mi cinturón saque un tanto de combate, un cuchillo con un excelente filo y corte con un solo movimiento el anodino sujetador que iba a juego con la braga – No quiero hacerte más daño que el que toca, pero si me obligas… – le dije mientras balanceaba el cuchillo ante sus ojos – me voy a levantar. Quiero que te mantengas en el suelo, con las piernas abiertas. Si no obedeces, tengo otra carga en el arma y sabes que no tendré problemas en usarla – Ella asintió, pero antes de levantarme, agarre sus mojadas bragas y se las arranque, dejando al aire aquella raja depilada a láser que había usado siempre para conseguir lo que quería. La prenda goteaba orina, pero haciéndola una pelota metí parte de ella por la abertura de la argolla que llevaba en la boca aquella perra. Las arcadas fueron espectaculares, pero más la cara que puso al notar el sabor. Nadie se le había meado nunca en la cara… todavía…

Vigilándola de reojo saque una soga y cortándola sin esfuerzo en seis con el cuchillo, deje un cabo atado a cada pata de la mesa. Luego, agarrándola por el cabello hice que se tumbara sobre la mesa. Sin ceremonias, bruscamente. Aquella mañana parecía que estaba un poco sorda, así que se lo explique en un lenguaje que me había demostrado que entendía. Un revés de abajo a arriba fue suficiente como para que dejara de hacerle la imbécil y se pusiera en la postura adecuada.

Cuando termine de atarla, sus manos estaban cada una en la esquina opuesta de la mesa, agarrando la misma y bien sujetas por una cuerda que iba de sus muñecas a las robustas patas de madera maciza. Sus tobillos otro tanto con las patas opuestas de la mesa y sobre esta atadura, otra que unía sus rodillas con las patas, dejando su panza reposando sobre la mesa pero el culo bien expuesto.

En aquella postura, cualquier hembra que hubiera tenido una vida sexual normal ofrecía una visión de su coño abierto y su ojete relajado, pero Mari Luz no la había tenido y su coño era tremendamente estrecho pese a haber parido hacia una decada. Su ojete, que seguía sin depilar se mostraba tan cerrado como el primer día que lo use.

– Madre mía, puti luz – le dije cambiando el nombre deliberadamente – la de veces que te abras puesto así para ascender en la empresa… y la de pollas que habrán usado esos dos agujeros para cerrar un buen trato…

Tras ajustar las cámaras al nuevo plano y desnudarme por completo, excepto los guantes de cuero, me acerque por detrás y le acaricie el coño. Como era de esperar, la única humedad que tenía allí era la de su propio meado. Pese a ello, apreté y conseguí meterle dos dedos con dificultad. Un coño reseco y unos guantes de piel no suelen levarse demasiado bien. Ella emitió un gemido gutural. El aro que llevaba en la boca, junto a sus bragas empapadas de meado impedía que vocalizara. Sonreí. Aquella zorra era un juguete en mis manos y pensaba disfrutar usándola como mas humillada se sintiera, así que sacando el dedo de su coño, me lo lleve a la nariz y lo olí. Aquella fulana no se había duchado todavía y así me lo indicaba el tufillo que desprendía su entrepierna. Era el aroma a sudor fresco de una anoréxica empeñada en el cuidado del templo que creía que era su cuerpo.

– Vaaaaaya…. – le dije mientras le metía los dedos en la boca, a través de la obertura de la mordaza tras retirar la ropa interior – parece que una guarra de por aquí no se ha limpiado la entrepierna hoy… bueno, supongo que no sabías que venía, si no, estoy seguro que lo hubieras hecho como haces cuando alguno de los jefes tiene que usarte – y sacando los dedos recién humedecidos en saliva, se los introduje sin ninguna delicadeza por el ojete hasta que las tres falanges entraron en el agujero marrón. Si con los dedos en el coño había sido un gemido ahogado, ahora había sido un chillido de buen tono. Pese a ello, nadie lo escucho debido a la distancia que había entre el punto donde estábamos nosotros y la calle o la casa vecina. Cuando los saque, había restos de mierda – vaya… parece que tampoco has ido a cagar esta mañana… – y repetí la operación de introducirle los dedos en la boca, lo que le produjo unas arcadas indescriptibles. Como era de esperar, no movió un músculo para succionar, así que tuve que frotar yo los dedos contra la parte interior de las mejillas y su lengua.

Al terminar, me dirigí a la mochila y saque los instrumentos que tenía preparados para ella: Un bote de lubricante para fist, un paquete de pinzas de la ropa y muñequeras y tobilleras de BDSM. Tras ajustar a sus extremidades las presas, dejándolas bien fijadas, agarre un buen pegote del lubricante y se lo introduje por su peludo ano con los mismos dos dedos que antes. Ese producto es bueno, pero hay que ayudarlo a actuar, así que agarre una de las zanahorias de la nevera y se la introduje por la parte roma en el ojete. De un empujón le entraron diez centímetros de hortaliza en el final del tracto digestivo de aquella arpía, quedando más de la mitad fuera. Como no, otro chillido, así que me coloque delante de ella la polla al alcance de su boca.

– Muy bien, cachito de mierda. Ya sabes cómo funciona esto – le recordé a María de la luz – Si te portas bien, te usare como me salga de las pelotas hasta que me dé la gana y luego, me marchare. Si te portas mal, además de usarte como me salga de las pelotas, lo pasaras mal. Así que tú decides… – le dije mientras acercaba mi polla a su boca.

La muy imbécil aparto la cabeza y me dejo con la polla babeante en el aire, al lado de su cabeza. Estaba claro que quería divertirse. De un tortazo hice que el resto de la zanahoria entrara por el culo de la bulímica y cuando chillo, le agarre la cabeza, se la aplaste contra la mesa, agarrándola por la sien y con un movimiento de caderas empecé a follarle la garganta mientras no disminuía la presión sobre su oreja, lo que la mantenía inmovilizada. El aro impedía que pudiera cerrar la boca y escapar de la follada de garganta o lesionarme la polla

Con cada pollazo notaba su campanilla y como su tráquea se contraía al notar la presión de mi capullo sobre ella. Si se hubiera comido mi polla a la primera, aquella diversión hubiera durado un rato, pero al ir por las malas, duro hasta que incapaz de contener las arcadas, aquella pija vomito. Y evidentemente, como no pudo hacerlo por la boca, al estar ocupada por mi miembro, lo hizo por la nariz. Si no lo habéis visto antes, no os lo aconsejo, es algo muy asqueroso porque la presión hace que salga por los dos agujeros como si fuera un sifón. Pese a todo, los propios espasmos que hace la garganta para trayar son de lo más morboso, sobre todo si empujas bien la polla para captarlos como es debido.

Cuando termino de vomitar, retire mi polla de la boca. La tenia llena de sustancia pegajosa y maloliente, además, con el esfuerzo, aquella perra había expulsado la zanahoria que le había metido por el culo, así que tras limpiarme el rabo con su pelo, modifique las ataduras, dejándola con una rodilla sobre la mesa, lo que dejaba su agujero trasero totalmente al alcance. Luego, volví a abrir la nevera y esta vez elegí un calabacín, que siguió la misma ruta que su prima la zanahoria, que ahora descansaba en la boca de la rubia, lo que no le hizo demasiada gracia. No sé si porque la recogí directamente del suelo o por los restos de mierda y vomito que llevaba. De todas formas, tras intentar echarlo con la lengua y recibir una buena torta, le di un par de vueltas con el film de cocina sobre el bocado para que no lo intentara más, dejando su nariz justo por encima de la vuelta para que pudiera respirar…

– Procura tranquilizarte para que te haga efecto el lubricante – le dije a la pija – mientras, me voy a dar una vuelta por tu casa – Y tras darle una palmada en la nalga que dejo marcados mis dedos sobre su blanca piel, salí de la cocina.

Cuando me di una vuelta por la casa vi que estaba realmente decorada con gusto. Con pasta y una interiorista se consigue casi todo. La choza tenía dos plantas, gimnasio, tres baños, garaje… todo muy interesante…

Un buen rato después, regrese a la cocina. Puti luz seguía tan como la había dejado: con la rodilla sobre la mesa, el calabacín metido en el ojete y la zanahoria en la boca. De su ojete rebosaba el sobrante del lubricante y caía sobre la mesa, lo que significaba que ya iba servida y lubricada, así que cogiendo un nuevo pegote de lubrifist, me lo puse en el rabo, pero antes, le eche un par de jarras de agua por encima, para limpiarle un poco el apestoso vomito de bilis que todavía goteaba de su nariz. No para que se encontrara mejor, si no para que yo pudiera concentrarme mejor sin oler sus desagradables fluidos.

Cuando estuve preparado, arranque el vegetal del culo de la pija. Estaba totalmente dilatado y babeante. El pepino rezumaba una mezcla entre lubricante y mierda, así que no tuvo ninguna resistencia cuando lo introduje en el coño de la prisionera. La experiencia me ha enseñado que cuando una mujer tiene un agujero ocupado, su “compañero” es mucho más estrecho. Y aquel ojete no era ni mucho menos virgen, por lo que tenía que estrecharlo al máximo si quería disfrutar con él

– Relájate – le dije al oído con un tono de burla evidente – esto me va a gustar mas a mí que a ti.

Y agarrándola por la cadera que tenia elevada, le hundí mi polla del tirón, notando como mi capullo abría aquel agujero para ajustarlo al diámetro del resto de mi polla. Mi jefa chillo mientras movía la cabeza frenéticamente y apretaba con desesperación el ojete, pero la zanahoria y el film amortiguaron su grito. Aquello era realmente agradable. El ano de puti luz intentaba no ser penetrado, pero el lubricante se lo impedía y únicamente conseguía darme más placer, así que retire mi miembro y repetí la operación… como unas quince veces. Y cuando dejo de chillar y apretar tanto el esfínter como la primera vez, dejo de divertirme y empecé a encularla de verdad y de una forma realmente dura.

He de confesar que aquella situación me excitaba y estar dando por el culo en contra de su voluntad a una cerda como aquella hacia que mi morbo rebasara todos los límites. Eso, unido a que tenía planes para ella hizo que cuando mis huevos quisieron descargar por primera vez dentro de aquel ano, no me controlara. Mi primera lechada fue abundante e inunde de crema en aquel agujero, no sin antes avisar a la rubia – Concéntrate putita, porque si lo haces, vas a notar como sale todo mi semen y se deposita en lo has profundo de esfínter – le dije gimiendo. Tal como esperaba, intento resistirse. Lo único que consiguió fue incrementar el roce de sus cedidas paredes con mi polla y que el placer fuera mayor. La cámara, colocada ahora sin ningún disimulo ante su cara, grabo su expresión y alguna que otra lagrima escapando de sus ojos cuando noto como un torrente de semen caliente inundaba en contra de su voluntad el interior de sus entrañas, profanando aquel templo sagrado que ella consideraba su cuerpo.

– Madre mía, puti luz… que ojete mas delicioso tienes… no me extraña que los jefes lo usen a placer y te den caprichos a cambio – le dije mientras agarraba su taza de café y la ponía bajo mis huevos.

Cuando retire el rabo, un torrente de lefa caliente recién expelida salió de su ano, cayendo en el recipiente, acompañada de un buen grumo de lubricante y otros restos menos agradables a la vista y el olfato que por suerte, se sumergieron en el negro caldo, dejando de oler casi al instante. Un rato después y tras asegurarme de que ya no había rastros de mi semen en su recto, le añadí un buen chorro de Rohypnol, cortesía de un contacto en una farmacéutica. Eche algo mas de café y tras mezclarlo todo, le quite el bozal y puse una caña en la taza para que aquella zorra anoréxica se lo bebiera. Por supuesto y debido a su naturaleza “juguetona” tuve que azotarla con el cinturón unas cuantas veces en las nalgas, pero al final, se tomo el “café con leche” hasta la última gota.

– Hijo de puta – dijo apretando los ojos debido al sabor de aquel mejunje. Que conservara fuerzas para insultarme me decía que la diversión estaba lejos de acabarse – ¿Qué coño le has puesto? Sabe a mierda!!!

– Pues mira… un poco de mierda sí que llevaba… pero tranquila, es tuya. No te vas a contagiar de nada que no tuvieras ya – le dije riendo y poniéndome en cuclillas delante suyo. Sus ojos rojos e irritados por las lágrimas y la bilis me miraban furiosos – además de una buena cantidad de leche que me has sacado con el ojete y otras cosas que te ayudaran a relajarte… y colaborar

– Cabrón!!! ¿Qué me has puesto?

– Ya verás – le dije mientras le volvía a colocar la mordaza y meter las hortalizas en los agujeros. Luego, agarrando la mochila me fui hacia su cuarto.

En algo más de media hora habia terminado mi trabajo en la casa, así que volví a por mí prisionera. La rubia tenía la cabeza descansando sobre la mesa mientras sus agujeros babeaban. La agarre del pelo y le levante la cabeza después de quitarle la zanahoria de la boca. Sus ojos me miraron. Estaban cristalinos, con las pupilas dilatadas y cuando se posaron sobre mí, sonrió bobaliconamente pese al aro y cuando se lo retire, junto con la zanahoria me sorprendió gratamente.

– Carlos… hola… – me dijo como si el hecho de estar atada sobre la mesa de cocina fuera algo normal – ¿Qué tal? Anda… ¿Qué haces con la polla al aire? – Llevaba un globo tremendo gracias a la sustancia que le había dado junto al café con leche.

– Hola putita – le dije soltando la cabeza y viendo como sus reflejos no impedían que impactara contra la mesa – he venido porque me has invitado. Me dijiste que querías ser mi puta porque te encanta follar – mentí

– claro… me gusta follar… ¿Me quieres follar? – Pregunto estupidamente aquella hembra atada

– Claro… te voy a follar bien, pero mejor en tu cama ¿No? – le dije mientras la desataba y guardaba las cuerdas en la mochila.

– Si… mejor… – Dijo sin atinar a moverse de encima de la mesa donde seguía tumbada – mejor… esto… esto es un poco duro…

Agarrándola por debajo del brazo, ayude a levantarse a mi jefa. Sus movimientos eran pesados y tenía que estudiarlos antes de realizarlos. Tal como me había dijo mi amigo, el farmacéutico, no podía esperar demasiado de ella con una dosis como la que le había suministrado, excepto que obedeciera a todas las órdenes sin rechistar.

Cuando la rubia se incorporo, la fuerza de la gravedad, combinada con el lubricante hicieron que el pepino le resbalara del ano y se cayera al suelo, dejando su agujero trasero dilatado y listo para lo que considerara oportuno. Además, la fortuna quiso que se le escapara delante de una de las cámaras que todavía estaba gravando la escena, con lo que aquella toma valía un Oscar.

Cuando la conseguí poner en pie, el aspecto de la rubia era bastante lamentable. Todavía tenia restos de vomito en el pelo, cuello y parte de la cara. Además, gracias a mis golpes, tenia marcas rojas por todo el cuerpo, si bien las de la cara no se le notaban. Después de tantos años de experiencia azotando, golpeando y fustigando, uno aprende ciertos trucos y las zonas donde se puede dar y donde no.

Nunca me ha importado usar una hembra en ese estado, pero ya que había instalado un par de cámaras en la ducha, decidí que podía sacar un par de buenas tomas, así que me dirigí con ella hacia allí y la metí tras la mampara. Abriendo el agua caliente procedí a meterle la cabeza debajo y a limpiarle el pelo de los restos biológicos que tenia en el mismo. El mismo agua se llevo el resto, al aclararlo y cuando estuvo mas o menos limpia, apague el caudal y tras sentarla en el suelo me puse en pie ante ella.

– ¿Te gusta el vino, Mariluz? – le dije conociendo que ella se consideraba una gran sommelier. Ella afirmo con la cabeza, con los sentidos igual de embotados que antes de entrar en el cuarto de baño – Pues abre la boca, que te voy a dar un vino blanco que dicen que es de lo mejor.

Ella, ayudada por el medicamento, hizo caso a mi orden y abrio la boca, sacando incluso la lengua. Entonces, me agarre la polla y apuntando a aquella bocaza, empecé a mear. El impacto de mi orina sobre su boca la salpico por entero, pero al estar convencida de que aquello no era otra cosa que un caldo vinícola, la rubia dejo que se le llenara la boca y luego, trago.

– Puag! Que malo! Ha de estar picado! – protesto la jefa de departamento una vez saboreada mi meada

– No. No – le respondí yo, riéndome a carcajadas – esta muy bueno. Me lo han recomendado en “El Celler de la ribera”. Igual es que no eres tan buena con los vinos como dices.

– Calla, calla… – dijo dando otro trago – ah… pues si… ahora le encuentro el punto – dijo, mintiendo como la cerda que era. Ya podía estar drogada, pero no permitiría que su fachada de entendida cayera – esta algo caliente para mi gusto… pero esta bueno…

La verdad es que aquel producto que me había dado mi camarada era un lujo. Estaba meándome en la boca de una fulana que tenia una obsesión con la limpieza y encima me decía que estaba bueno. Tenia que presentarle a alguna de mis cerdas más jóvenes para agradecerle el favor me dije a mi mismo.

Cuando termine de vaciar mi vejiga en la cara y boca de mi jefa, hice que fuera ella la que se pusiera en cuclillas, ante la cámara y vaciara la suya sobre una copa de vino de cristal tallado que había encontrado en la casa y con la que estaba seguro que aquella pija se tomaba los caldos mas caros con el meñique levantado. Al terminar, aparte aquella copa, llena a rebosar y le volví a dar una buena pasada de agua, para quitarle todo resto de orina.

Hacia más de cuarenta minutos que había desatado a aquella fulana de la mesa de la cocina y su estado no había mejorado ni un ápice ya que el camino que había entre la ducha y su cama lo hizo tropezando y cayéndose como si hubiera bebido por encima de sus posibilidades pero conservando la lucidez justa para obedecer. Pese a todo, cuando llegamos a su cama trastabilleo y cayo de rodillas ante ella, con estas en el suelo y la cabeza en la cama, ofreciendo una bonita visión de su culo.

Me puse detrás de ella y la agarre por la coleta, estampándola contra las sabanas. De esta manera, sus agujeros estaban a mi alcance y tras escupirme en la mano, frote la parte externa de su coño. Para mi sorpresa, me pareció que estaba lubricado, así que agarrando mi polla por la base, apunte a su agujero delantero y se la clave a pelo, en la confianza de que aquella pija de mierda no se había comido una polla sin goma en toda la vida, a excepción de la mía, y no de forma voluntaria.

Con el primer pollazo se la hundí hasta los cojones y confirme la observación de que aquella hembra estaba mojada. No era algo demasiado evidente, pero si lo suficiente como para que la penetración no resultara en absoluto complicada. Cuando mi polla se alojo completamente en su coño mi jefa soltó un gemido totalmente diferente a los proferidos durante la enculada. Aquel gemido era una mezcla de sorpresa y placer.

– ¿Te gusta, cerda? – Le dije a mi jefa mientras empezaba a follarla sin prisas en aquella postura improvisada. Ella asentía con la cabeza – No te escucho. ¿Qué dices, Puti luz?

– Oh! Me gusta… Me… Oh… gusta… – respondió ella con los ojos entrecerrados

– ¿Qué te gusta? Dímelo – continúe tirándole de la lengua, consciente de que había una par de cámaras gravando la escena – ¿Que te gusta, cacho de fulana? – Le dije mientras le soltaba una palmada en la nalga derecha

– Tu polla… oh… me gusta tu polla… que me follen… uffff – decía la rubia y mientras hablaba, yo iba notando como cada vez se mojaba mas

– Eres una cerda, puti luz – le decía a la anoréxica mientras le tiraba el pelo y le azotaba el culo cada vez con mas fuerza – ¿Por qué eres tan guarra, rubia?

– Para ascender – soltó como si aquella droga que corria por sus venas la obligara no solo a obedecer, si no a responder mis preguntas mas espinosas – que gusta ascender… oh… pero me gusta mas fo… oh… follar… Mas… Carlos… mas…

Aquella zorra me estaba confirmando que usaba sus agujeros para conseguir poder y ascender en la empresa, pero me acababa de sorprender diciéndome que por encima del poder, le gustaba el sexo. Igual era menos cerebral de lo que me había parecido y no estaba todo perdido.

– Car… Car… Carloooooooooohhhhhssssssstiaaaaaaaa!!!! – dijo la rubia a la vez que me apretaba la polla con las paredes vaginales mientras notaba los espasmos de un gran orgasmo – Diiiiiiiiioooooooosssssssss!!!!!

Aquella puta, a la que hacia un par de horas había tenido que atar para empezar a follar, se estaba corriendo y sufriendo espasmos con el placer que recibía de mis pollazos en su propia cama gracias a una substancia controlada que me había pasado un amigo.

Aquello prometía… y mucho