Como me gusta ser la preferida de papá
*Antes de que empecéis a leer la historia quiero dejar claro y remarcar que la historia es completamente FICTICIA.*
Me llamo Miriam Montes y vivió en una casa de campo con mi familia desde que tengo uso de razón. Hace poco cumplí los 18 años, aún así tengo la cara muy aniñada y parezco una chica de catorce. Tengo dos hermanos y dos hermanas, y de todos ellos soy la más diferente físicamente. Tengo la piel más fina y blanca como la porcelana, soy la más atractiva, la más pequeña y las más consentida de todos. Y bueno, aunque soy la más menor de mis hermanas, soy la que tiene más curvas. No tenía problema en tener un culo bastante voluminoso porque lo tapaba poniéndome faldas largas y anchas, pero no me encantaba tener grades senos porque cuando salía a comprar en el pueblo, los chicos se me quedaban viendo y me proponían y me decían cosas indecentes y bochornosas.
Desde siempre me a gustado vivir en una casa de campo en medio de la naturaleza. Mi familia está bien mantenida Gracias al soberano esfuerce que pone mi padre en su trabajo. Se mataba día y noche trabajando en el campo, y los fines de semana lee el periódico o le da sermones a todo el mundo, sobre todo a mi madre o a mis hermanos. No tenía buena relación con mi madre, se veía que no la quería. No recuerdo la última vez que les vi dándose un beso o sonriéndose. Mi madre, le duele su rechazo, pero intenta esconderlo delante de todos. Era triste, pero era la mera realidad. Y en cuanto mis hermanos… él estaba enfadado con ellos, porque se fueron a Madrid a estudiar una carrera universitaria en cambio de ayudar y trabajar en el campo, para que algún día heredasen la casa. Mi padre, Alfredo Montes, era un hombre bastante estricto, tenia 55 años, aún su edad, era muy trabajador, era una persona que no solía mostrar mucho afecto en general.
En cambio mi madre, Mónica, era una mujer de 48 años, muy dulce, que siempre nos brindaba amor incondicionalmente, y miraba por nuestras necesidades y sentimientos. Ella era muchísimo más comprensiva que mi padre. Eso le molestaba mucho a mi padre porque él era de meter mano dura a las cosas. Últimamente estaban más nerviosos que nunca, no paraban de discutir porque este fin de semana vendrían la familia de mi madre (tíos, abuelos, primos) y también mis hermanos de Madrid, a visitarnos por el día de acción de gracias. Él no quería que vinieran ni en acción de gracias, básicamente porque odiaba y repudiaba la familia de Monica, porque a su parecer, estaban muy alzados, se creían más y eran muy engreídos.
Cuando llego el día de acción de gracias, todo marcho bien a mi parecer. Al final no fue para tanto. Vinieron nuestros familiares llenando la casa, la mesa estaba llena de comida, todos probamos del delicioso pavo que hizo mi mamá, y mi padre se comportó adecuadamente. De echo se comporto muy bien conmigo, hasta me dejo beber vino, de echo fue él quien me dio una copa para que probara. De un momento a otro me sentía extremadamente cansada, no sabía porque, pero decid irme a mi habitación y acostarme en mi cama, escuchando cada vez menos las voces de las conversaciones que provenían del salón.
***
En medio de la noche algo me hizo levantar. Sentía un profundo dolor, un pinchazo, una extraña electricidad que recorría todo mi cuerpo. Parpadeé poco a poco, aún me sentía un poco mareada. Sentía el cálido aliento de alguien chocar contra la piel de mi cuello, poniéndome la piel de gallina. Pero eso no era tan significativo como ese intenso ardor que seguía sintiendo en el sur de mi cuerpo, especialmente en en vagina.
Cuando por fin pude abrir bien los ojos, y reaccionar, pude ver lo que sucedía. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza, a la vez que soltaba un agudo grito de Horror. Mi vestido corto, de color amarillo, de tirantes y volantes, estaba sobre mí pecho.
Mi padre están entre mis piernas, metiendo y sacando su falo, largo, muy venoso, y sobre todo ancho. Sentía tanto pavor, sobre todo porque nunca había visto un pene en toda mi vida. Mediría unos 17 cm de largo, y unos 5 cm de ancho. Me sorprendía tanto de que algo tan grade pudiera caber dentro de mi cavidad. Su glande no paraba de restregarse sobre mis labios vaginales mayores e menores, tocándome con sus dedos mi prepucio y mi clítoris.
Intente luchar, asustada, contra lo que muchas veces llame mi padre, pero no logré librarme y escapar. El tenía muchísima más fuerza que yo. Me agarro las muñecas con una de sus grades manos, mientras veía como su glande erecto, entraba y salía lentamente de las paredes húmedas de mi vagina, colmándome, llenándome, y yo solo sentía en cualquier momento iba a partirme en dos literalmente. Meintras él gruñía y gozaba de mi cuerpo a su antojo, su mano jugueteaba con mis pezones rosados e invertidos por puro placer.
¿Cómo carajos se atrevía hacer algo así? ¿A su propia hija, a su propia sangre? ¿¡Como?! ¿Acaso estaba tan borracho? A estado muchas veces ahogado en alcohol pero nunca en la vida se atrevió a cometer una atrocidad tan grave e incestuosa como esta.
—¿¡Que estas haciendo?!
—Shht, solo disfrútalo. —dice, y empuja, haciendo que la mitad de su falo paterno, entre en lo más oscuro, privado, y sagrado de mí ser. Ahogó un grito agudo por el pinchazo de dolor que sentía. La tenía demasiado grande, ¡demasiado! Y yo era una primeriza en esto, era virgen, era pura, y muy creyente. Ni siquiera me había masturbado nunca. Creía entregarme hasta el matrimonio con el hombre de mi vida… y ahora. Ahora estoy confundida.
—¡No esto está mal!—protestó con los ojos empañados de lágrimas, moviéndome bruscamente para que me libere.
—Tú eres mía. Te he creado yo y te e criado yo. Desde que naciste te ofrecí techo, comida y ropa. Tengo el derecho sobre ti. Me lo merezco. Me perteneces solo a mí. ¿Lo as entendido?
—No…—me opuse en un susurro.
—Tú eres mía. Y eso me lo he ganado. Solo estoy reclamando lo que es mío.
Baje otra vez la mirada entre lágrimas, viendo como esta vez, hundía todo su pene dentro de mí haciendo que deje escapar un coro de gemidos. Toda, TODA su masculinidad estaba dentro de mí por completo. No estaba segura de si mis gemidos eran de placer o de dolor y rechazo, pero seguía con ganas de gritar a los cuatro vientos. Cuando salió de mí, vi como su rabo estaba cubierto de mi sangre al robarse mi virginidad y de algo blanco y viscoso, pero no venía ningún condón puesto.
“Me lo merezco” no paraba de repetir meintras empezaba a besarme el cuello, a lamerme y a besarme apasionadamente mientras me abrazaba. “Me lo merezco” seguía repitiéndose a sí mismo mientras empezaba a colmarme a través de sus envestidas.
Tapo mi boca con sus labios, y me empezó a besarme como si fuéramos una pareja de enamorados. Entonces mis gritos y quejas disminuyeron. Nunca me había dado muestras de afecto y que lo hiciera ahora… se sentía extraño. Se movía entre mis piernas como una animal hambriento con ganas de devorar a un ciervo pequeño débil e indefenso. Justo así me sentía.
Aún así en cambio de pelear y oponer resistencia, empecé a sujetarme de sus brazos y hombros, explorado la mezcla intensa de sensaciones que me provocaba sus caricias y sus las embestidas de su pene tan duro y venudo.
—¿Te gusta cariño?
—Me haces un poco de daño…—conteste, en cuando empezó acelerar el ritmo.
—Es normal, mi vida, es tu primera vez. Ya te irás acostumbrando. —contestó siente mis labios.
Intente bajar mi mano, y apartar su miembro de mis labios vaginales, para que el dolor rebajase. Pero el respondió, agarrándome las manos sobre la cabeza, y clavándome su polla hasta el fondo de mí, rápidamente como una máquina, haciendo que mi cama de madera hiciera chirrido, y que yo soltase un coro de gemidos de placer mezclado con tortura. Me empezaba a sentir mal y muy culpable por el echo de estar empezando a disfrutar del echo de que mi propio padre, me estuviera follado por primera vez. Me sentía un ser despreciable y completamente enfermero, por empezarme a excitar. Mis pezones se pusieron como rocas, sin poder evitarlo o controlarlo. Sentía una presión debajo de mi vientre, y mi vagina humedecerse. Suspiro y abrazo su cabeza.
Mi padre tenía mucho pelo en el pecho y por los brazos, no era muy atractivo, de echo tenía una nariz grande, muchas canas en su pelo negro, muchas arrugas en el rostro, los labios finos, un bigote, y tenía un poco de barriga cervecera. Aún así todo eso, no me importaba en ese momento, porque entre ese infierno abismal me hacía sentir una mujer deseada y me provocaba sentimientos que nunca antes había explorado.
—¿A que te gusta que papi, te la meta?
Respondí dejado escapar otro sonoro gemido.
—Mira que gusto nos estamos dando, preciosa.
Sus embestidas fueros yendo más lento. Envolví mis brazos por su cuello y nos besamos otra vez apasionadamente. Cuando nos separamos, nuestros labios seguían rozándose y un hilo de saliva conectaba su boca con la mía. Me gustaba sentir su amor, su calor, y oír como me llamaba. “Preciosa o cariño” me hacía sentir especial y tan querida.
—Cielo, estas tan estrecha… No como el coño de tú madre quien tiene las tetas caídas. Eres tan diferente a ella…
—¿Te Gusto?
—Eres como una diosa, cariño. De todos tus hermanas, definitivamente tú eres mi preferida.
—¿En serio?—susurro un poco incrédula, mientras no de baja de sentir su falo clavarse y retirase suavemente en mi vagina.
—Claro que sí. Nadie tiene el culo tan voluptuoso y paradito como tú. Y ni hablamos de tus hermosas tetas. Tan grades y tan pardas, justo como a mí me gusta. Eres tan joven y Bella…
Sonrió poniéndome roja. Y a continuación dejo escapar otro suspiro de puro placer.
—¿Quieres que te siga haciendo el amor, cariño mío?
Sus nudillos acariciaron una de mis mejillas, bajaron a mi pecho, hasta que rozaron y juguetearon con mis pezones, pellizcando, chupando y succionado, haciéndome remover sobre el colchón, arqueándome, deseosa de que siguiera clavándome su picha más rápido. Asiento con la cabeza ante su pregunta, porque si me niego, quizás dejare de ser su preferida.
—Oh, cariño, estoy apunto de venirme.
Escucho que me decía en mi oreja, con su respiración acelerada. Hasta que de repente lo siento. Una humedad muy cálida dentro de mí. Mis piernas tiemblan y mi corazón va a cien. Saca finalmente su falo, venudo, de mí chocho ligeramente adolorido, y ahora sumamente abierto. Siento como un líquido que parece leche, cae por mis muslos mezclándose con la sangre del himen.
Mi padre se levanta, se acerca, me sube las braguitas, me da un beso sobre mi monte de venus, me baja el vestido, no sin antes darle dos besitos a cada pezon, y finalmente me pone la sábana encima para que me vaya a dormir. Se acerca a mi y en cambio de depositarme un beso en la mejilla como siempre lo solía hacer, me besa, suavemente, con lentitud y pasión en mis labios entreabiertos, metiendo su lengua entre mis labios, en busca de la mía, para juguetear con ella y mezclar nuestras salivas.
—Este será nuestro pequeño secreto, Miri. —dice, agarrándole de la mano, para depositarle un beso.
—¿Que pasa con mamá? —cuestionó aún agitada por lo sucedido, y algo preocupado.
—No le digas nada, cariño.
—Ha ella nunca le llamas cariño.
—Ella no me complace tanto como tú lo haces, cielo.
—¿La quieres?
—Claro, yo quiero a toda mi familia, cariño. Pero a ti te amo. A partir de hoy tú eres la primera y única mujer en mi vida, y estas encima de todos y todas. ¿Entendido?
—¿También de mamá?
—También de mamá. Hoy te has portado muy bien, y te lo voy a recompensar, sabes que yo soy un hombre de palabra.
—Esta bien papi.
—¿Te duele tu chochito?
—Escuece un poco, papi. Es que tú cosita es muy grande.
—Lo sé cariño mío, pero ya te irás acostumbrando. Ahora reposa.
—Esta bien. ¿Pero no será mejor que me limpie lo que me has dejado?
—No, cariño, déjate mi semen allí. Que te haga compañía toda la noche, así tendrás una parte de mí que te acompañe, mientras no estoy presente. Además, a que se siente rico, está muy caliente mi lechita, si te lo dejas no pasarás frío, cariño.
—De acuerdo.
—¿Quieres darle a papi un abrazo antes de irte a dormir?
Asiento lentamente con la cabeza. Y le envuelvo mis brazos por su cuello, pegando mis senos en su pecho. El me devuelve el abrazo, y siento como olisquea mi pelo, me manosea, y me da pequeños pellizcos en el culo, que hace que tiemble, y que mi trasero rebote. Me da un rápido pico, y se levanta, de la cama, no sin antes taparme con las sábanas hasta el cuello, como cuando tenía cinco años.
—Buenas noches, Miriam, te amo, mi hija. —dice antes de salir de mi habitación, mirándome con un brillo en los ojos.
Yo era su preferida, yo estaba por encima de todos y solo me amaba a mí. Eso me lo ha dicho.
—Me ama…—no paraba de repetírmelo a mí misma hasta quedarme dormida.