Follando con mi vecino
Joder, tu marido se tiene que poner las botas – Dijo Jesús mientras yo seguía dando aire a la piscina con la bomba
– ¿A qué te refieres? – Dije con voz fatigada
– Mi María era plana como una tabla – Respondió
Alcé la mirada y lo vi mirando mis pechos, que se movían acompañando el movimiento de mis brazos al subir y bajar el hinchador.
– Jesús, por favor…
– Bueno, pues esto ya creo que tiene suficiente aire – Me interrumpió poniéndose de pie mientras con su mano apretaba el plástico de la piscina.
No es un tipo de comentarios que me molesten, de hecho tiene la costumbre de soltar ese tipo de cosas con todo el mundo. Lo que sí que me sorprendió es que cuando me incorporé, vi que sus pantalones dejaban entre ver una pequeña erección que intentó recolocar con un movimiento de su mano.
– Bueno vecina, creo que no es la única cosa que se ha hinchado, voy a ver si me alivio un poco – Me dijo volviéndose a tocar disimuladamente en la entrepierna – Hay cosas que ahora mismo tiene que resolver uno sólo y que hacía tiempo que no aparecían…
Sonreí un poco ruborizada, pero no le dije nada al respecto.
– Bueno, pues muchas gracias por la ayuda – Dije sin poder dejar de mirar el bulto que se notaba en su pantalón.
Jesús es vecino de toda la vida. Tiene 68 años. Se quedó viudo hará unos 3 años. Lo conocemos desde siempre, es amigo de la familia y tiene muchas cosas en común con mi marido: trabajó también de camionero y suelen juntarse para ver juntos los partidos importantes de fútbol. Es un hombre no muy alto, delgado pero con una prominente barriga, poco pelo aunque lleno de canas, con una barba también canosa y bastante desaliñada. Es un hombre normal, lo que viene siendo un hombre del montón, de los que te ganan más por su forma de ser que por otra cosa, siempre pensando en hacer bien a los demás.
Después de aquel encuentro estuve un par de días sin verlo, se que estaba bien porque mi marido me había dicho que se lo había encontrado y estuvieron hablando, pero nada más.
Pasaron unos pocos días y mi marido se fue de viaje con el camión, tenía que entregar unos portes en el sur de Francia e iba pasar de ruta varios días, mi hijo mayor se había ido de acampada a la sierra con unos cuantos amigos y mi pequeña se había querido ir a casa de mi hermano a dormir con sus primos, cuando volví de llevarla con mi cuñada vi que Jesús estaba leyendo en el jardín.
– Hola vecino, ¿Todo bien? – Salude con la mano a la vez que hablaba
– Aquí estamos vecina, leyendo un poco – Contestó sin levantar la vista del libro
Tenía interés en la reacción que había tenido varios días atrás, así que me acerqué a la nevera y cogí dos cervezas que me quedaban. Le había comprado también una botella de Ginebra para su cumpleaños, que iba a ser en pocos días, así que ya tenía la excusa perfecta para acercarme a su puerta.
– ¿Se puede? – Dije agitando y enseñando las dos cervezas
– ¡Hombre! Por supuesto que se puede – Se levantó y me saludó con una pequeña caricia en el hombro
Le entregué primero la botella, cosa que agradeció con júbilo y se levantó a buscar un poco de hielo y un refresco como complemento. Comenzamos a hablar de cosas banales: del libro que estaba leyendo, del viaje de trabajo de Raúl a Francia que fue acompañado de varias anécdotas e historias de su época en el camión, de la acampada de mi hijo Jaime, de lo mayor que se estaba haciendo la pequeña, de lo mucho que se parecía a mi cuando era igual que ella, la enfermedad de su mujer Clara a la que él siempre le decía “su” María, etc.
No me había dado cuenta, pero de las dos cervezas iniciales habíamos pasado a otras dos, y en algo menos de un par de horas nos habíamos bebido más de la mitad de la botella de Ginebra que le acababa de regalar. La verdad que hacía mucho tiempo que no bebía y mucho más tiempo que no bebía tanto: no es que me hubiera emborrachado, pero sí que había cogido el punto en el que se pierde ese punto de vergüenza que te hace hacer o decir cosas que de otra manera no harías o dirías. Jesús se había levantado a por más hielo, y mientras me servía me fijé en su pantalón:
– Vecino, últimamente veo que tienes cierto amigo escondido que se pone muy contento de verme – Le dije señalando la abultada zona
– Lo siento Silvia, no sé qué ocurre que no puedo controlarlo – Me dijo intentando bajar con los dedos la marca que dejaba en sus bermudas su pene semi erecto.
Hacía tiempo que no lo veía así, de hecho creo que no lo había visto nunca, estaba como avergonzado. En ese momento no supe cómo continuar la conversación. Entre el alcohol y ver la reacción de Jesús al estar yo cerca, comencé a excitarme, pero tenía que hacer todo lo posible porque no se notara. No tenía ninguna intención de que no pasara nada más que dos copas y alguna risa. Nunca me había atraído como hombre, pero también sabía que estaba llegando al punto en que si iba a pasar algo no iba a poder o querer pararlo.
Al intentar pasar por detrás de mí el bulto se rozó con mi hombro
– Por dios Jesús, ¿qué tienes ahí metido? – Dije con ligera sorna
En su cara vi que mis comentarios no le estaban gustando. Se le veía incómodo y me volvió a pedir disculpas. Se sentó a mi lado
– No sé qué me pasa – Me dijo – Llevo varios días con erecciones cada vez que te miro, te pienso o estoy cerca de ti.
No me miraba a los ojos, pero no dudaba en lo que decía:
– ¡Qué rápido ha pasado el tiempo! cómo cambia la forma de pensar de un día para otro. El otro día, hinchando la piscina, oyendo tu respiración agitada, viendo el sudor recorriendo tu piel y viendo tu pecho moverse cada vez que movías los brazos para meter aire me provocaron cosas que hacía tiempo no sentía… – Dijo mientras acercaba su mano para acariciar mi mejilla
Estaba sorpredida pero aproveché su caricia para recostar mi cara sobre la palma de su mano mientras le sonreía. Con la otra mano se tocó la erección por encima del pantalón dándose un pequeño pellizco sobre la zona donde debía estar el glande. Eso hizo que se le apreciara incluso con un tamaño mayor.
– ¿Y qué podemos hacer para que no pase eso?
Se hizo el silencio entre los dos. Nos miramos a los ojos. Se puso de pie enfrente de mí y se bajó ligeramente el pantalón, dejando salir fuera la punta hasta casi la mitad de su tamaño y empezó a masturbarse muy despacio:
– Por favor, no la rechaces… – Dijo casi con un susurro mientras llevaba su mano a mi barbilla acercando mi boca hacía ella
No dije nada. Mis labios chocaron contra la punta brillante de su miembro, saqué la lengua y comencé a lamer muy despacio “¿Qué estás haciendo Silvia?” me pregunté mientras sentía como la polla se introducía poco a poco en mi boca. Tras un par de salidas y entradas noté sus manos en mis hombros y comenzó a acariciarme el cuello con las yemas de sus dedos. Empecé a sentir el cosquilleo de la excitación y de mi boca sonó un suave “Mmmmh” mientras mi lengua lamía su glande.
La saqué de la boca e intenté lamer sus testículos mientras le masturbaba con la mano. Dejé de chupar y me llevé la mano a mi boca
– ¿Pasa algo? – Me dijo
– Nada, que tenía un pelo en la lengua – Dije sonriendo mientras me limpiaba los dedos en mi vestido
Mojó su pulgar en el cubata que aún había sobre la mesa. Llevó su dedo a mis labios y comenzó a acariciarlos, tirando suavemente del inferior hacía abajo. Saqué mi lengua y empecé a jugar con él. No había parado de masturbarle. Estuvo mirándome unos instantes hasta que con la mano que le quedaba libre volvió a acercar mi cara a su pene
– Una cosa sólo – Dije entre lametones – Cuando vayas a correrte avisa
Volví a chupar, besar y lamer con ansia cada centímetro de su polla durante unos minutos. Le agarraba de las nalgas para que no se separara, mientras mi cabeza se movía acompañada por sus manos, que guiaban mi movimiento. Llegó el momento en que noté como su cuerpo se tensaba más, sus jadeos se aceleraban y el tamaño de su polla parecía reventar dentro de mi boca. Apoyo ligeramente su mano en mi frente como deteniéndome y empujó suavemente mi cabeza hacia atrás, mi mano tomó el relevo de mi boca y comencé a masturbarle de nuevo. Él volvió a acariciar mis labios con sus dedos y de nuevo quiso jugar con su pulgar mi boca
– ¿Qué haces? – Dije mientras continuaba masturbándole. Tenía su pulgar saliendo y entrando de mi boca mientras que con la otra mano lo notaba intentando hacer algo en mi nuca. Estaba intentando desanudar el lazo que recogía mi vestido.
– Pues tendremos que despejar la pista de aterrizaje, ¿no te parece?
Sonreí sonoramente mientras noté el vestido caer sobre mi regazo. Se inclinó un poco y con las dos manos me desabrochó también el sujetador. Mis pechos se mostraron por fin ante sus ojos. Volvió a cogerme de las mejillas y me acercó de nuevo la cara a su polla. Saque la lengua y comencé de nuevo a lamer su glande mientras pasaba la palma de mi mano por su entrepierna, acariciando suavemente sus testículos. Él comenzó a masturbarse a la vez.
– Voy a correrme – Dijo separándose unos centímetros de mis labios
Comenzó a acelerar el movimiento de su mano al tiempo que sus gemidos se volvieron mucho más sonoros. Levanté ligeramente mi barbilla cruzando mi mirada con la suya.
Noté el primer chorro de semen chocar en mi garganta y deslizarse hacia mis pechos, una segunda descarga también fue a parar a mi cuello y siguió resbalando por el camino que había marcado la primera. Tras varios chorros, el semen caliente se deslizaba por el canalillo para ir bajando por mi vientre hasta llegar a mi vestido. Jesús se volvió acercó y comenzó a acariciar con su glande mis labios. Volví a abrir la boca y aún sentí caer sobre mi lengua las últimas gotas de su orgasmo, volví a comenzar a hacer el movimiento de la masturbación con mis labios y noté como volvía a ponérsele dura. La saqué de la boca:
– ¿Entramos? – Dije – Está refrescando un poco y estoy empapada
Había ya oscurecido. Me puse de pie y comencé a andar hacia el interior de su casa: a mi paso acaricié su polla con una de mis manos. Cuando noté sus pasos detrás, me detuve un instante para terminar de sacar el vestido que se había liado entre mis tobillos y terminé de desnudarme por completo. Sentí la palma de su mano estrujar con fuerza mi nalga
– Muchas gracias vecina – Dijo unos metros más adelante mientras me daba un pequeño beso en el hombro
Me detuve. Su boca pasó de mi hombro a mi cuello y la lengua se detuvo en la parte de mi oreja. La palma de mi mano chocó con su muslo y volví a buscar con ella su polla, que volvía a estar totalmente empalmada. La acaricié suavemente con la yema de mis dedos. Mientras su lengua subía y bajaba por mi cuello sus manos comenzaron a estrujarme los pechos y las nalgas. Giré mi cuerpo y quedamos frente a frente. Acercamos nuestras bocas y nos besamos. Saqué la lengua y busqué la suya
– Sabes a ginebra – Le dije mientras notaba su lengua empujar a la mía hacia el interior de mi boca
Estuvimos así unos instantes. Me tenía cogida por el culo aprentándome contra él
– ¿Quieres que pasemos a la habitación? – Me dijo pidiéndome permiso
Le sonreí separándome un poco de él. Cogí la palma de su mano y la llevé a mi entrepierna, mojé sus dedos con mis flujos y volví a levantarla. Sus dedos brillaban delante de la mirada de los dos. Me volví a llevar el pulgar a mi boca para limpiarlo.
– Vecino, ya te he dicho que estaba empapada. Aparte de eso, no creo que debamos dejar al pobre así –Dije volviendo a señalar a su polla que seguía empalmada
Nos acercamos a la cama y me volvió a besar pasando su lengua por mis labios. Besó mi barbilla mientras sus manos estrujaban mis pechos. Siguió bajando por mi cuello hasta llegar a uno de mis pezones. Acaricié su pelo mientras notaba como embadurnaba mi piel con su saliva. Me puse de rodillas sobre la cama y le di la espalda, bajó su cara entre mis piernas y comenzó a lamer en mi entrepierna, notaba su lengua entrar en mi vagina y la leve presión de su nariz sobre mi culo. Poco a poco fue incrementando la longitud de su lamida, notaba su lengua pasar entre mis nalgas, las caricias que provocaba sobre mi esfínter me estaban excitando mucho. Separé las nalgas con mis manos para facilitarle su húmedo recorrido. Empezó a mover la extensión de su dedo entre mis labios, acariciando mi clítoris con fuerza al que atrapó entre dos dedos y comenzó a sacudir su mano violentamente. Arqueé mi espalda y dejé que terminara de masturbarme
– No pares – Susurré entre sonoros gemidos
Su lengua y sus dedos ya no pararon hasta que mi cuerpo comenzó a convulsionar. Estaba tan excitada que en un par de minutos había conseguido que me corriera por primera vez. Cuando me repuse del orgasmo, y aún sintiendo sus caricias en mi entrepierna me giré para besarle
– Sabes a mi – Le dije mientras nuestras lenguas chocaban entre sí
Se abrazó a mí y me dio las gracias por aquel momento.
– Aún no hemos acabado – Le dije mientras me acercaba a besar sus labios
Nos acostamos sobre la cama. Él se puso bocarriba y apoyé mi cabeza sobre su hombro. Me sentí muy cómoda en ese momento, con mis manos intentaba juguetear con el pelo que tenía en el pecho. Y fui bajando por su vientre, allí encontré de nuevo su polla tiesa. Acaricié el glande con la yema de mis dedos. Me incorporé y me senté sobre él. Me penetré despacio, sintiendo como poco a poco iba entrando en mi vagina. Cogí sus manos y las puse sobre mis pechos Comencé a moverme sobre él sin que su miembro saliera de mi, con pequeños movimientos que poco a poco volvían a lubricarme. Él me dejaba hacer. Su mirada se perdía en el movimiento de sus manos estrujando mis pechos.
Volvía a estar muy cachonda y comencé a levantar mis caderas, dejando entrar y salir su polla de mí. En uno de los movimientos la polla quedó fuera, aprisionada por mis labios y frotándose contra mi clítoris, aquello me proporcionaba mucho placer y comencé de nuevo a moverme un poco más rápido estimulándome más con aquella postura. Apoyé mis manos sobre su pecho y aceleré el ritmo presa de nuevo de un orgasmo incontrolable dejándome caer sobre él. Nuestras bocas se volvieron a juntar durante un instante. Sentía palpitar su polla sobre mi vientre y me incorporé
– ¿Y tú cómo quieres acabar? – Le pregunté dirigiéndome a su polla casi con una sonora carcajada. Estaba completamente desinhinibida.
Le di un beso sobre el glande y me la volví a meter en la boca. Estuve lamiéndola un breve instante, desde los testículos hasta la punta, pasando la lengua suave moviéndola en círculos. Me pidió que me tumbara sobre la cama y se puso encima de mí. Comenzó a penetrarme lentamente para ir subiendo la intensidad. Estaba a punto de correrse, lo sentía en su respiración, en la forma de lamer mis labios con su lengua
– Voy a correrme – Me dijo
No le dejé que saliera de mi interior y con mis piernas atrapé su cuerpo que seguía moviéndose con un poco más de dificultad:
– Córrete tranquilo
Pese a que no me resultó fácil conseguí llevar mis dedos de nuevo a mi clítoris y comencé a acariciarme. Nuestros gemidos se acompasaron. Sentir su semen caliente dentro de mí hizo que volviera a correrme casi a la misma vez que él. Sobre mi pecho caían las gotas de sudor que brotaban de su frente. Se volvió a recostar a mi lado.
– Muchas gracias vecino – Dije poniendo de nuevo mi cabeza sobre su hombro – Hacía tiempo que no disfrutaba tanto
Cerré los ojos y me quedé dormida. Esa noche me desperté varias veces, en una de ellas Jesús estaba sentado mirándome:
– ¿Qué haces? – Dije desperezándome y sentándome sobre la cama – ¡Uf! Creo que anoche bebí demasiado – Añadí frotando mis sienes con las manos
Bajé la mirada y volví a ver su pene empalmado
– Anda ven aquí, veamos si podemos aliviar eso…
La agarré con los dedos y comencé a masturbarle. Besé su pecho y lentamente fui descendiendo con mi lengua, para volver a masturbarle con la boca. Cuando me avisó que se iba a correr volví a pajearle con la mano llevando mi lengua a su entrepierna dedicándome a lamer sus testículos. Él, recostado, no se movió y dejó que fuera el ritmo de mi mano el que terminara de masturbarle. En su primer espasmo me la metí de nuevo en la boca sintiendo como terminaba de correrse sobre mi lengua. Sentí su mano acariciar mi nuca durante un instante. Me levanté al aseo y cuando volví a la cama se había quedado dormido. Pensé en irme a casa, pero me apetecía amanecer a su lado.
Me despertó el timbre pero no me moví. Sentí como se levantaba de la cama y se acercaba a la ventana. Antes de descorrer la cortina se colocó un pantalón que había sobre una silla.
– Buenos días Jesús, ¿sabes si está tu vecina? Traigo una carta para ella – Dijo una voz femenina desde la calle
– Creo que ha salido temprano a casa de su hermano, a recoger a su pequeña – Respondió Jesús desde arriba – Échale la carta en mi buzón, luego se la doy
Me puse boca arriba y mientras me desperezaba con un sonoro bostezo, Jesús se acercó quitándose el pantalón delante de los pies de la cama. Con sus manos arrastró suavemente las sábanas hacia abajo, mostrando de nuevo mi cuerpo delante de él. Abrí mis piernas y él vino hacia mí de rodillas.