Que lindo es cuidar a mi sobrina

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Cuidando a mi sobrina huérfana

1

Cuando me enteré de que mi hermano había fallecido, no supe cómo reaccionar. Teníamos el mismo padre, pero él fue producto de una relación anterior, cuando todavía no se conocía con mi madre.

Por celos y desconfianza, mamá nunca había permitido que José forme parte de nuestra familia. Yo, si bien estaba consciente de que teníamos la misma sangre, no albergaba los sentimientos que deberían tener los hermanos. Para mí, era más bien, un primo, o un tío más, al que veía un par de veces al año.

No es que me llevara mal con él. Al contrario, tengo gratos recuerdos suyos. Como me llevaba diez años, solía contarme cosas que siendo chico no conocía. Fue el primero en mostrarme una mujer desnuda en una revista pornográfica. Recuerdo que, al ver el sexo femenino, totalmente expuesto, me causó una sensación desagradable, aunque, claro, con el tiempo fui comprendiendo las bondades de la vagina.

Pero luego nos fuimos distanciando. Él, ya adulto, se había mudado lejos, y había formado una familia. Estaba casado con una mujer muy linda, y cuando yo rondaba los quince años conocí a su hija, una nena de dos años que le encantaba que le alce upa.

Pero la noticia de su fallecimiento me llegó a mis treinta y un años, hecho un profesional, con varias separaciones en mi haber, por lo que, en lugar de abatirme por saberlo, sólo me limité a caer en recuerdos nostálgicos que no llegaban a entristecerme del todo.

Sin embargo, todo tiene sus consecuencias, y cuando mi hermano dejó de existir, sin saberlo, fue el responsable de hacerme experimentar una de las experiencias más pasionales y morbosas que haya vivido.

2

— Es que no tiene a nadie Gabriel, la tenemos que cuidar nosotros —dijo mamá.

— No sabía que su mamá también se había muerto —comenté yo.

Estábamos con mamá y papá, tomando mate, mientras conversábamos sobre el reciente fallecimiento de José.

— Nosotros tampoco —dijo papá—. pero nos enteramos de que hace dos años tuvo un accidente.

— ¿Y sus parientes del lado materno?

— Su familia es una mierda Gabriel —se indignó mi madre—, no la van a ayudar. Es la nieta de tu papá —dijo, apretando la mano de papá, en el gesto más tierno que vi en mucho tiempo—. Yo le negué que se relacione con su hijo, por estupideces de la juventud. Pero ahora me siento arrepentida, saben —se puso a llorar. Me dio mucha pena.

— Tranquila Mechita, eso ya está —dijo papá, consolándola—. lo importante es que ahora cuidemos de la nena.

— ¿Pero por qué se tiene que quedar en mi casa? ¿No es mejor que se quede con ustedes? —inquirí.

— Vos tenés más espacio Gabi. Ya sé que hiciste esa pieza para cuando tengas una familia. Te prometemos que cuando podamos, le vamos a hacer un cuarto acá adelante a la nena, pero mientras, dejala que duerma ahí —explicó papá—. la vamos a cuidar nosotros. Vos no tenés que hacer nada, sólo dejá que duerma en la habitación de más que tenés en la casa del fondo.

— Bueno, por lo visto no me queda otra…

3

Nunca terminé de independizarme de mis viejos. Cuando pude juntar un buen montón de plata, me di cuenta de que no me alcanzaba para comprar una casa, y como no me gustaba ponerme en deudas, para ahorrar, utilicé el mismo terreno donde viven mis viejos, y levanté una linda casilla, ahorrándome unos buenos mangos.

Pero era un poco incómodo, porque ellos vivían adelante, y teníamos un solo portón para entrar y salir, por lo que ellos conocían todos mis movimientos.

Mi sobrina llegó una tarde calurosa de marzo. “La nena” como le decía mamá, se llamaba Micaela y tenía dieciocho años.

Cuando mis padres me avisaron de que mi sobrina había llegado fui a recibirla junto a ellos.

— Hola Mica, bienvenida —la saludé, mostrándome lo más simpático posible, a pesar de que, de alguna manera, ella venía a irrumpir en mi apacible vida, debía hacerla sentirse cómoda, puesto que acababa de perder a su padre, y no hace mucho había perdido a su madre.

— Gracias —dijo ella. Estábamos en el living de la casa de mis viejos. Papá cargaba los bolsos que ella había traído.

— ¿Qué querés tomar nena? —preguntó mamá, desde la cocina.

La “nena” tenía la boca grande y los labios gruesos, pelo castaño ondulado, y ojos verdes grisáceos.

— Un vaso de agua nomás — dijo.

— sentate querida, sentate — dijo papá, y luego se dirigió a mí—. Gaby, andá llevando los bolsos a tu casa. Después te ayudo.

— No te preocupes viejo, yo puedo solo —dije, y fui llevando los bolsos mientras mis viejos, le hacían un sutil interrogatorio a la pobre Micaela.

— Después Gaby te va a mostrar tu dormitorio. Vas a dormir en la casa del fondo, donde vive él, pero hacé de cuenta que esta es tu casa —le dijo mamá, cuando me sumé a la reunión—. Podés venir a ver la tele, o a hacerme compañía.

Micaela me escrutó con sus ojos. Yo le sonreí, tratando de ocultar la incomodidad que todavía me causaba su intempestiva irrupción en mi vida.

— Cuando quieras vamos y te muestro.

— Dejala descansar que recién llegó, pobrecita —dijo mamá.

—Pero si no la estoy apurando —me defendí.

— Está bien, no estoy cansada, vamos ahora si querés.

Fuimos a mi casa, mientras mis viejos se quedaban cuchicheando.

— Acá está bueno para sentarte a leer o a hacer la tarea —le dije, mostrándole el banco y la mesa de cemento que estaban bajo un árbol, en medio del terreno que compartía con mis viejos—. Me dijeron que vas a la escuela todavía ¿no?

— Si, tuve que repetir un año —dijo, algo avergonzada—, pero tendría que anotarme en una escuela de acá, y no sé si será muy tarde ya.

— Mamá se estaba ocupando de eso, no te preocupes. Vení, pasá.

Entramos a mi casa. Era una construcción humilde, pero acogedora. El living y el comedor compartían el mismo espacio abierto, al igual que la cocina.

— Acá está tu cuarto. —Abrí la puerta y entramos—. Ahora te ayudo a ordenar todo.

— Gracias —dijo Micaela—. Gracias por todo. —Sus ojitos verdes se tornaron acuosos.

Me pregunté si era oportuno abrazarla, pero no estaba seguro de si sentiría cómoda con ese gesto.

— De nada. Para eso es la familia — le dije.

4

Una vez que terminamos de ordenar todo, en la nueva pieza de Micaela, fuimos a cenar con papá y mamá.

Ese día yo tenía franco, pero trabajaba cinco días a la semana, así que no vería mucho a mi sobrina. Solía llegar del trabajo rayando la medianoche, y por la mañana ella empezaría a ir al colegio, así que no debería preocuparme mucho por sentirme invadido en mi privacidad. Más adelante mi viejo levantaría una nueva habitación en su casa, y ya volvería a disfrutar de mi intimidad.

Micaela se mantuvo bastante silenciosa, y ninguno de los tres (ni siquiera mamá) quiso incordiarla con preguntas.

Fui a mi casa, y le dije que cuando quiera se fuera a dormir. Se quedó con mamá, mirando una película de adolescentes, y probablemente charlando. Se fue a dormir a las once de la noche. Se la notaba un tanto perdida, desplazándose por mi casa, la cual, seguramente le parecía totalmente ajena.

— Sentite como en tu casa —le dije—. Duchate si querés. Ah, y si querés mirar tele, quedate todo el tiempo que quieras, aprovechá ahora que dentro de poco empezás las clases.

— Gracias, voy a dormir enseguida.

Me desperté a la madrugada con ganas de hacer pis. Estaba más dormido que despierto. En ese momento no recordaba nada, mucho menos que tenía a mi sobrina durmiendo en la otra habitación.

Me sobresalté cuando la vi salir del baño.

— Perdón tío, no sabía que te ibas a levantar justo ahora.

Micaela llevaba un short muy corto, casi parecía un culote. Sus piernas eran largas y estaban muy ejercitadas. Sus pechos grandes, parecían querer escaparse de la remera musculosa que usaba como pijama. Noté que no llevaba corpiño. Sus ojos brillaban en la oscuridad.

Ella pareció creer que la miraba lascivamente, porque se cruzó de brazos, y se cubrió los pechos. Además, bajó la mirada, como no queriendo mirarme. Entonces caí en la cuenta que yo sólo vestía un slip negro, que se ajustaba a mi sexo generando un ostentoso bulto.

— Perdón. — repitió ella. — ya me voy a dormir.

5

Como esperaba, no la vi mucho en los días siguientes. Yo llegaba muy tarde a casa, cuando ella dormía, y por las mañanas Micaela se quedaba con mamá, con quien cada día se llevaba mejor.

Luego empezó a ir a la escuela.

— ¿No te parezco ridícula con este uniforme? —me preguntó, mientras desayunábamos.

Me había levantado temprano para prepararle el café con leche con tostadas, porque la noche anterior mamá me había dicho que no se sentía muy bien y quería descansar.

— además me parece que me queda chico. — Agregó Micaela. Se puso de pie, y se apartó un poco de la mesa, para que la vea bien. —¿A vos qué te parece tío?

La pollera tableada le quedaba bastante corta. Sus piernas atléticas quedaban a la vista. La camisa, muy ceñida, con la corbata en medio de las tetas que parecían a punto de explotar. Tenía un cuerpo demasiado voluptuoso para ese uniforme, aunque yo dudaba de que comprarle uno de un talle más grande solucionaría el problema. En realidad, sus formas generosas se acentuaban con cualquier tipo de ropa.

— No, si te queda bien —dije, no sin sentir cierta aprensión al imaginármela caminando por La calle, sola, teniendo que tolerar las miradas depravadas y los piropos subidos de tono de un montón de idiotas—. Te llevo yo —le dije.

— ¡Pero no tío! —rio ella—. No soy una nena, puedo ir sola. Pero igual gracias, me gusta que te preocupes por mí.

Me dio un beso ruidoso en la mejilla y se fue. La vi salir de espaldas, su pollera se agitaba cada vez que daba un paso. Muchos de sus compañeros estarían contentos de que la chica nueva sea una bomba sexy. Con ese uniforme parecía un personaje de un animé hentai, como salida de mis fantasías de adolescentes.

Cuando recordé que aquella chica con la que me estaba excitando era mi sobrina, ya era demasiado tarde, mi sexo estaba hinchado. Fui al baño a desahogarme.

6

Me preguntaba hasta qué punto mis fantasías me convertían en un pervertido. Después de todo, no eran más que eso: fantasías. En el trato cotidiano con Micaela, yo actuaba normalmente. Como un tío, como un adulto que cuidaba de la hija de su hermano fallecido. Al menos eso me gustaba creer.

Solía llegar muy tarde, cuando ella ya estaba durmiendo. Y por la mañana la escuchaba levantarse y ducharse, para luego prepararse el desayuno, o ir a la casa de adelante a desayunar con mi mamá. Realmente no representaba ninguna molestia, salvo por el hecho de que a veces dejaba las cosas un poco desordenadas. Solía dejar una tanga mojada, colgando en el baño, después de bañarse. Y también dejaba desprolijos los almohadones de los sillones. Pero más allá de eso, era casi como si estuviese viviendo sólo, salvo los fines de semana, y los días en que yo tenía franco, donde nos veíamos más seguido.

Una vez llegó al mediodía, con el uniforme y la mochila colgada del hombro. Se la veía abatida.

— ¿Sabés matemáticas tío? —me preguntó.

— Algo me acuerdo —le contesté— ¿con qué tenés problemas?

— Estamos viendo funciones, y no entiendo nada.

— Bueno, si querés después de que comas te explico.

— Ya le dije a la abuela que no tengo hambre. ¿Me explicás ahora?

Abrió la carpeta con hojas cuadriculadas. Estuve mirando un rato los ejercicios y observé algunos errores.

— ¿Ves? acá está mal. El cuatro es la ordenada al origen. Vos tomaste otro valor.

— A ver —dijo Micaela. Se levantó y se fue hasta el otro lado de la mesa, donde yo estaba. Se sentó en mi regazo—. Mostrame cómo se hace —me dijo.

— Mirá esta es la ordenada al origen —le dije. Sentía las nalgas duras en mis piernas—. Después es cuestión de hacer una tabla de valores.

— ¿sólo eso tenía que hacer? —se removió, frotándose conmigo. Sus nalgas se acercaban peligrosamente a mi sexo, que ya se estaba hinchando,

Me pregunté si no sería correcto pedirle que se siente en la silla. Ya estaba bastante grandecita como para sentarse en el regazo del tío. Pero si no lo hice desde un principio, no tenía sentido hacerlo ahora.

— ¿Así está bien Gabi? —preguntó, mientras se inclinaba para escribir, hundiendo más sus nalgas en mi rodilla.

— Si, Mica, así está perfecto —dije—, me voy a comprar unas cosas y después vuelvo. Vos terminá los ejercicios.

Me fui, huyendo como un cobarde. Confundido. ¿Mi sobrina estaba intentando seducirme, o sólo me tenía la suficiente confianza como para hacer esas cosas sin malas intenciones? Y, en todo caso, si pudiese responder a la primera pregunta, luego debería decidir qué actitud tomaría al respecto. ¿Estaba bien acostarse con una sobrina?

Llegué a la conclusión de que cualquier dilema ético, carecía de importancia. La carne era débil, y la atracción no discriminaba. No solía sentirme atraído por una chica de dieciocho años, pero había que reconocer que tenía un cuerpo increíble, y tenerla tan cerca, me hacía imposible refrenar la calentura que sentía por esa pendeja. Pero no, no podía aprovecharme de ella. Debía recordar que todavía estaba muy frágil por la muerte de su padre, y lo último que necesitaba era que un tío en quien confiaba se aproveche de ella.

Me perdí toda la tarde, yendo de acá para allá. No quería cruzármela de nuevo. No sabía qué actitud tomaría si se sentaba de nuevo encima mío, apoyando ese culo escultural sobre mis piernas.

Visité a un amigo, que se mostró sorprendido por mi repentina aparición. Le conté todo sobre mi sobrina, y le pedí que me aconseje. Necesitaba saber cuál era la actitud correcta para evitarme un enorme problema en el futuro.

— Cogela — me contestó mi amigo.

— ¡Pero es mi sobrina!

— Gabi, no seas boludo, cogela.

Volví a casa a la noche. Cenamos con mis padres. Micaela ya estaba más verborrágica que cuando había llegado a casa, cosa que me alegró. A pesar de que su rostro se ensombrecía cada vez que recordaba a su papá, de a poco lo iba superando.

Fui a dormir temprano. La escuché llegar a la medianoche. Seguramente se había quedado a ver una película con mamá. Me golpeó la puerta.

— ¿Estás despierto tío?

— Sí —respondí extrañado.

— Sólo quería darte el beso de las buenas noches. —Me estampo un beso tierno en la frente—. Que duermas lindo —me dijo.

— Vos también princesa —le contesté.

— Me gusta que me digas así. Chau.

7

A la mañana siguiente me levanté a eso de las nueve. Faltaban un par de horas para ir al trabajo, así que hice un poco de limpieza en la casa. Entré a la habitación de Micaela, para abrir las ventanas y que se ventile un poco. No me había dado cuenta de que ese día faltó a clases. Ella estaba acostada, boca abajo, todavía durmiendo. El ventilador soplaba sobre su cuerpo, y le movía el pelo. Las sábanas estaban corridas a un costado, sólo le tapaban parte de las piernas. Una de ellas estaba flexionada, y los labios vaginales se marcaban en la ropa interior. Tenía una bombacha blanca, con el elástico un poco corrido para abajo. Parecía invitarme a terminar el trabajo, y librar a su precioso trasero de esa prenda.

Pero no podía hacer nada. Debía bancarme la calentura, al menos, hasta estar seguro de que ella también sentía algo por mí.

— Tío Gabi —dijo, abriendo los ojos, y girando levemente el cuello—. ¿qué pasa?

— Nada, Mica. Perdón, pensé que no estabas.

— Hoy falté a clases tío. —Miró las sábanas que no la tapaban, pero en lugar de cubrirse con ellas, se limitó a girar su cuerpo. La espectacular vista de su trasero fue reemplazada por la imagen de sus tetas, grandes y movedizas—. No te vayas tío —dijo, cuando notó que me daba vuelta.

— Qué necesitás. —inquirí.

— Acercate. —susurró.

Lo hice. Me senté sobre el borde del colchón. Me abrazó. Sentí sus tetas apretadas sobre mi pecho.

— Gracias por ser tan bueno tío —me dijo.

— De nad… —Me besó con esos labios gruesos. Su boca era enorme, y su lengua voraz. Me tomó de la mano, y la llevó a su seno. Lo acaricié, lo apreté, y con el pulgar froté el pezón. Me manoteó el sexo, y los estimuló hasta ponerlo duro, mientras seguíamos fundidos en un beso apasionado.

Me quité las zapatillas y me subí a la cama. De repente, descubrí, desesperado, que no tenía preservativo encima. Ella pareció leer mi mente, y de la mesa de luz sacó un paquete. Le quité la ropa interior, al tiempo que mordía el paquete para sacar el profiláctico. Acaricié su panza plana, y bajé, despacio, mientras besaba su cuello, hasta llegar a sus bellos púbicos, y luego sentir los labios vaginales húmedos.

Me puse el forro, sin sacarme ninguna prenda. Sólo mi verga estaba al descubierto. Le desabroché el corpiño, la abracé, enterré mi rostro en sus tetas, y mientras las saboreaba, me acomodaba, y apuntaba, para hacer el primer movimiento pélvico.

Me enterré en ella, gimió como una hembra, no había rastros de la adolescente que era en realidad. Su cuerpo voluptuoso, ya acostumbrado a la atención de hombres maduros, me recibió gozoso. Me acariciaba el pelo mientras la penetraba, y me susurraba que por favor no pare de hacerlo.

Sus tetas eran deliciosas, tenían un sabor salado por la transpiración de una noche extremadamente calurosa. Estrujaba sus senos mientras succionaba como un bebé sus pezones, a los cuales, cada tanto mordía, haciéndola gemir con intensidad.

Resigné esa deliciosa mamada para ponerme en una posición más adecuada para intensificar el ritmo de mis embestidas. Le agarré ambas tetas y comencé a sacudirla con violencia. La cama se movía y los resortes del colchón se estremecían.

— ¡Ahí voy tío, no pares, por favor no pares! —dijo, con lo ojos verdes que parecían saltar.

No paré de cogerla hasta que acabó. Sentí su cuerpo cada vez más caliente. Parecía afiebrado. Luego todo su cuerpo se tensó. Enterró sus uñas en mi espalda, y largó el grito orgásmico mientras mi sexo se empapaba con sus fluidos.

Quedamos exhaustos, abrazados. Yo con la cabeza en sus tetas, que usaba como almohadas.

8

Tuve que irme al trabajo, muy a mi pesar. Volví a casa a la medianoche, como siempre. Supuse que ella ya estaba durmiendo. No me había escrito ningún mensaje en todo el día, por lo que pensé que quizá se había arrepentido de lo sucedido.

Me desvestí y me fui a dar una ducha. El día se había hecho largo, y para colmo, tuve que viajar parado en el colectivo, por lo que el agua caliente que caía sobre mi cuerpo me resultaba extremadamente relajante.

De repente se abrió la puerta del baño, y se corrió la cortina.

— Mica —dije yo, feliz por su atrevimiento.

— Hola tío, ¿Te ayudo a bañarte? —estaba completamente desnuda. Su cuerpo, curvo y terso era delicioso para mi vista.

— Vení princesa, bañémonos juntos.

Micaela se metió en la ducha. Agarró el jabón, y lo frotó sobre mi pecho.

— Cuánto pelo tenés acá tío. —dijo, mordiéndose los labios. Siguió frotando, y de apoco fue para abajo—. Acá hay que limpiarte bien —comentó, cuando llegó a mi sexo, que ya estaba a media asta—, para que sea rico saborearlo.

Enjabonó mi verga y mis bolas. Me hice para atrás para que el agua cayera en mis genitales y comience a enjuagarme. Mica lo hizo, con masajes deliciosos que intensificaban el placer debido a la humedad.

— A ver, ya está bien enjuagada me parece —dijo, se arrodilló y con la lengua probó si era cierto—. Sí, está perfecta, ningún poco de gusto a jabón, y está impecable. —Me miró, traviesa—. ¿te la chupo tío?

— Chupamela princesa.

— Sos un tío muy degenerado —dijo, y luego se llevó la verga a la boca.

El agua caía sobre su cabello, mientras me practicaba un sexo oral digno de una puta profesional. No podía creer que con dieciocho años tuviera tanta experiencia en mamadas. Era una nena mala, pero ya la enderezaría, y sólo cogería conmigo.

Me pajeaba el tronco mientras devoraba el glande con su lengua experta. Me acariciaba las bolas con las yemas de los dedos. Cuando sintió el juguito viscoso, lo saboreó con deleite, y la chupó con más vehemencia.

— Dame la leche tío —dijo, levantando su rostro mojado—, quiero tu leche.

— Acá tenés la leche princesa —dije, eyaculando en su cara—, tomátela toda, o no repetís.

Luego fuimos a mi cuarto. Me tomé el tiempo de explorar cada parte de su cuerpo, y no nos dormimos hasta las tres de la mañana.

9

Al otro día me tocó franco, y me quedé en casa a esperar a que venga de la escuela.

De repente apareció mi mamá.

— Te estás llevando bien con la nena ¿no? —preguntó. No sé por qué, pero creo que en su pregunta había cierta ironía.

— Sí, la verdad que sí, es una buena piba.

— Le dije a tu papá que la semana que viene empiece a hacer la pieza para ella. Así vos, el día de mañana, cuando te juntes, ya tengas un cuarto libre para tu hijo.

— La verdad que ahora no estoy pensando en hijos.

— No, ya sé que no Gabriel. Bueno, te dejo. Enseguida viene Mica, y le voy a pedir que me ayude con unas cosas, así, de paso, tenés la casa para vos solo un buen rato.

— Está todo bien ma. Mica no me molesta para nada.

— Ya sé que no, hijo.

Recién a las cinco Mica apareció en mi casa.

— La estuve ayudando a la abu.

—Ya sé, me contó.

— Necesito que me ayudes con la tarea tío.

Sacó la carpeta de la mochila y apuso sobre la mesa.

—Si, dale. —le dije, extrañado de que no me salude con un beso en la boca.

Me senté, y ella enseguida se sentó en mis rodillas.

— Mirá, ¿qué te parece este resumen?

Fingí leer el resumen, pero me dediqué a hacer lo que debí hacer la primera vez que se sentó encima de mí.

— Te faltan corregir algunas faltas de ortografías. —le dije, apoyando la mano en su rodilla—. Y nunca tenés que empezar una oración con la palabra pero. — Agregué, rozándole la piel con las yemas de los dedos, mientras subía, despacio.

— ¿Ah si? —dijo ella, casi gimiendo.

Llegué hasta su pollerita, y metí la mano por debajo, estimulando sus muslos.

— Que rico se siente. — dijo mi sobrina.

Con la otra mano le levanté la pollera. Tenía una tanga negra. Los labios vaginales estaban muy marcados debido a que la prenda estaba empapada.

— Que rápido te mojás zorrita.

— Es que vos me ponés así tío.

Corrí la tela de la tanga a un lado y enterré un dedo, el cual se llenó de sus ricos jugos. Luego lo retiré, y me lo chupé.

— Me encanta tu gustito a concha —le susurré, para luego darle un beso, compartiendo el sabor prohibido que tenía en el paladar.

Después la puse sobre la mesa. Ella se acomodó y abrió las piernas. Arrastré la silla para adelante, para estar bien cerca de su sexo. Besé sus muslos, dejando huellas de saliva cada vez que me acercaba a su sexo. Olí los jugos vaginales, y luego empecé a chuparle la concha. Mi cara se empapó de sus fluidos. La agarré de las caderas, apretándolas con fuerza, mientras me comía la conchita de mi sobrina. Debí ser más precavido, puesto que mamá podría aparecer en cualquier momento, tal como lo había hecho al mediodía. Pero en ese momento solo me importaba saborear el sexo de Micaela. Comencé haciendo masajes circulares con la lengua, en el clítoris, y no tardó en acabar.

Era encantador verla sobre la mesa, con el uniforme de colegiala desprolijo, agitada, con la pollerita escocesa levantada, y su sexo expuesto y empapado.

Enterré mi rostro de nuevo entre sus piernas, tomé de su jugo prohibido. Luego hice que se siente sobre mí. Introduje mi pija en ella, y con sus poderosas piernas Mica se encargó de todo. Yo solo me quedé sentado, con la verga al palo, mientras ella flexionaba las piernas para clavarse mi sexo, y las enderezaba, una y otra vez, generando una sensación deliciosa. La abracé, acaricié su culo, duro como una escultura. Sentí el aroma de su pelo, que se mezclaba con el olor a sexo, y pensé, mientras explotaba en un orgasmo, que en la vida no había nada que me importara más que ella, y que quería estar así toda la vida.

Fin