Follada por haitianos en una fiesta

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IMPORTANTE:

En este relato, que es de un sólo capítulo. Se tratan temas de dominación, salirofilia, sexo no consentido, sexo con violencia y trata de blancas. Para su consideración.

Para mis lectores que están esperando la continuación de mis otros relatos. Éstos los tengo en carpeta, pero me ha sido difícil retomar la escritura. Llevo corrección sobre corrección, sin convencerme del resultado. Me ha salido más fácil escribir esto de una tirada, que continuar los otros. Pero lo haré, al menos la historia de Macarena, debe avanzar un par de capítulos para llegar al fin del volumen 1. Gracias por su paciencia y comprensión.

Ahora, les dejo con el relato:

––

Hace 3 horas que Sofía, mi hermana, había salido diciendo “no me esperes”. Lo habitual de cuando nuestros padres están fuera por todo el fin de semana. Lo que no era habitual es que volviera… y acompañada.

En 3 horas, ya había visto dos videos porno, pedido una pizza y estaba jugando un video juego cuando sentí su risa, acompañada de voces altisonantes y mucho movimiento. Llegué abajo cuando la puerta se estaba abriendo, para verla entrar risueña y tambaleante tomada de la cintura por un morocho inmenso. Sofía no le llegaba a la altura del pecho. Ni yo tampoco.

Tras de ellos, pasaron dos más, todos bulliciosos, pendientes de las curvas de mi hermana.

Sofía estaba muy bien. Mis “amigos” no dejaban jamás de recordármelo.

Por aquel entonces llevaba el pelo bastante corto. Algo de chasquilla le caía por la frente y se le curvaba a la izquierda, le caía muy bien a su rostro pequeño y fino, pequeña nariz redonda, ojos achinados, labios finos y risueños. Más de una tía le había dicho que debía dedicarse al modelaje con ese rostro. Pero a Sofía parecía que sólo le interesaban los hombres y nada más.

Y a los hombres les interesaba su cuerpo. Delgada y ligera como cervatillo, sus caderas la diferenciaban de ser un niño y sus muslos, trabajados en el patinaje, culminaban en su culo redondeado como pera. No tenía tetas grandes, pero sí lo suficiente para tomarlas a manos llenas… aunque no para estos morochos, cuyas manos parecían matamoscas.

Por su acento, eran centroamericanos. Quizás haitianos, a juzgar de lo que me sonaba a creole cuando hablaban entre ellos. Se veían bastante mayores a nosotros, que aún no terminábamos nuestros estudios. Sus pieles eran oscuras, intensas, hacían destacar más sus amplias sonrisas mientras bromeaban entre ellos o se adelantaban a lo que estaría por suceder. Todos vestían poleras y jeans o pantalones gastados. Reían mucho, pero un par de ellos tenía una mirada que me intranquilizaba. El que traía a mi hermana de la cintura, se repegaba a ella con cada paso, no le quitaba la vista de encima, fuera para verle el rostro o apreciar su cuerpo. El que venía inmediatamente detrás de ellos, venía concentrado en el culo y piernas de mi hermana y sólo levantó la vista para echarme un vistazo, que sentí algo amenazante. El tercero, lo miraba todo en la casa y me transmitía una sensación de inquietud. De habérmelo encontrado en la calle, lo evitaría.

– Sofi, ¿quiénes son estos? – le dije alterado, pero ella venía como en una nube. Una nube orgánica, por lo que empecé a oler cuando ya estaban adentro. Si era marihuana, era muy rara.

– Son mis amigos: Jean, Marc y André – el que venía con ella, ruiseño, me tendió la mano con soltura. Algo cohibido, respondí el saludo. Casi me tritura los dedos.

– Me los encontré en el centro, son buena onda y decidimos venir para acá.

– ¿no ibas con la Paty?

– haha… que eres tonto… eso le dije a los viejos. Íbamos a ir a su depto, pero parece que tienen mucho desorden… o no sé qué. No les entiendo tan bien – me decía entre risas. Al tiempo que el moreno la apegaba más a su cuerpo.

Al momento se paró Marc al otro lado de Sofi y me dio la impresión que estiraba un brazo tras su espalda para alcanzarle el culo.

Sofi dio un respingo y en un ataque de risa, lo empujo con una mano, sin llegar a moverlo de su lugar.

¿quieren una cerveza?– les preguntó Sofi y los tres asintieron. Se fue contenta a la cocina, arreglándose la falda en el camino.

Sofía era independiente, inteligente y rebelde. Hacía poco caso a nuestros padres, aunque sin que ellos lo notasen. En presencia de mis padres, solía andar con jeans, pantalones sueltos, blusas y poleras sueltas. Que no dejaban de evidenciar el hermoso cuerpo que tenía. Sería mi hermana, pero no dejaba de verla como la hembra deliciosa que era.

Cuando ellos no estaban, su manera de vestir se volvía atrevida.

Ese día en particular, llevaba una minifalda tableada como escolar pero violeta, de una tela liviana pues hacía calor. Se movía bastante de arriba a abajo con su caminar, prometiendo mostrar algo de su culo. Sus bronceadas piernas eran cubiertas por calcetas magenta, semi transparentes con líneas negras horizontales hasta la rodilla. Lo breve de la falda, permitía visualizar un tatuaje en su muslo derecho a un palmo del pliegue de su culo. Una suerte de alambre de púas, que según mis amigos (a los que les encantaba hacerme reventarme los huevos compartiendo conmigo sus perversiones en las que ella era protagonista) significaba que le gustaba por el culo y rudo. Noté al verla caminar hacia la cocina, que por los lados de su cadera sobresalía de su falda dos finas tiras de tela negra.

Como top, se había puesto una prenda que nunca le había visto, de una tela semi transparente, vaporosa, que dejaba tanto sus hombros como vientre descubiertos, ajustado por arriba pero suelto por debajo. Se sujetaba a sus brazos y me daba la impresión que si los levantaba mostraría las tetas sin problema, pues claramente no llevaba sujetador.

Por si todo eso fuera poco, salió con zapatos plateados con taco alto, confiriéndole un aire de fantasía porno.

Volvió con cervezas que repartió a todos (a mi inclusive) con una sonrisa imborrable. Puso música a sonar y volvió a las manos de Jean, que no demoró en abrazarla por la cintura, acariciando su vientre desde el borde superior de la falda, hasta por debajo del borde inferior del top, que era suelto.

Sofía no paraba de hablar y reír, le hablaba a sus invitados, quienes le celebraban todo; y me hablaba a mi, de lo que no recuerdo nada, porque mi atención y cerebro estaban puestos en esa mano que se perdía bajo el el ligero top de mi hermana, con un movimiento semicircular inconfundible. Sofía no se quedaba quieta, se movía en el lugar, cambiaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra y juntaba y restregaba sus muslos uno contra el otro. En un momento, como si se hubiera estado conteniendo hasta entonces, giró su cabeza hacia arriba y elevó su brazo izquierdo para pasarlo detrás de la nuca de Jean y atraerlo a su boca, empezando el morreo más intenso y gemido que hubiera visto antes o después de aquel.

El brazo arriba de mi hermana, se llevó consigo el top, mostrando a todos en la sala sus tetas, pálidas y hermosas. Eran saltonas y movedizas; de las que uno sueña agarrar a manos llenas. Pezones centrados, ligeramente mirando hacia afuera, areolas amplias, difusas y rosadas. Se veían henchidos, inflamados. Más bien, así se veía una teta. La otra estaba siendo amasada profusamente por la gran mano del moreno, que jugaba con el endurecido pezón entre sus dedos.

El negro le comía la boca con voracidad y amasaba la teta sin suavidad. Con la boca ocupada por la lengua del morocho, Sofía emitía sordos quejidos y sufría algunos espasmos por las duras caricias del hombretón.

Al rato se le acercó por la izquierda André, el que más mala espina me daba de los tres. Se paró a su lado y le tomó la teta libre amasándola. Sofi pegó un salto ante el inesperado asalto (ella estaba abstraída por la comida de boca de su primer amigo), giró su cabeza y, al ver a André, sonrió y acercó su cara para ser morreada por el otro negro. Jean sonrió al ver al cuadro y sonrió hacia donde estábamos el amigo faltante y yo.

Ahí no pude más que gritar:

¡Sofi! – grité y los tres se congelaron y me quedaron mirando. La boca de mi hermana estaba enrojecida por el fragor de la comida de morros que estaba llevando a cabo y respiraba fuertemente.

¿qué? – me preguntó con una naturalidad y una sonrisa que me dejó descolocado.

Mira lo que estás haciendo – Sofía miró sonriente a sus acompañantes y contestó: “vamos arriba”. Tomó las manos de los morenos, sin preocuparse de volver a tapar sus tetas y empezó a subir las escaleras.

¡Vamos! – le dijo a Marc, que se había quedado de pie, sin entender si la invitación era para él también y, desde la escalera, acompañada por Jean y seguida por André (que no tardaría en palpar el culo que se le presentaba al alcance), me dijo:

Nos vamos a la pieza de los viejos. Si quieres te vas, te encierras en la pieza a jugar… o te quedas y sigues haciéndote pajas a mi salud. Tú sabrás.

Lo último que vi fue su culo, cuando André levantó su falda para ingresar sus dedos y desaparecieron en el segundo piso de la casa.

Yo no sabía qué hacer.

Lo que me dijo fue porque no era la primera vez que llegaba con alguien a la casa. Había pasado ya dos veces en que nuestros padres nos dejaron solos por un fin de semana. Y, aún antes, una noche que ella había salido -supuestamente con sus amigas- sentí un auto para frente a la casa, de madrugada, reconocí la voz de mi hermana saliendo de las ventanillas abiertas del auto, junto con música baja y, cuando me asomé no la vi. Quizás habría ya entrado. Sólo veía la cabeza de un sujeto, que se veía mayor, en el asiento del conductor, pero algo había que me llamó la atención: un “bulto” que subía y bajaba entre él y el manubrio. Pronto, escuché la voz de él: “dale… sigue así… toma puta” y le sujetó la cabeza con la mano, reteniéndola en su lugar, mientras exhalaba ruidosamente, descargándose.

Sofía se asomó riendo, limpiándose la barbilla con el dorso de la mano. “Buena chica” agregó él. Y con una mamada por despedida, vi a mi hermana bajarse del auto, despeinada y con cara de cansada y entrar haciendo el mayor silencio posible, sin despertar a nuestros padres.

A la mañana siguiente, en el desayuno le pregunté: “¿cómo estuvo la despedida anoche?”. Ella me miró, enrojeció y siguió comiendo.

Las siguientes veces no me las esperé. Sofi salía, como siempre, diciendo que se juntaría con amigas y sólo alcanzaba a enterarme de su regreso al sentir las risas y la puerta de su pieza cerrarse. Luego, no mucho tiempo después, empezaban los gemidos poco y nada disimulados, que sobrepasaban el volumen de la música que ponían. No eran gritos, eran una expresión de profundo aliento femenino, que llegados a un punto, se transformaban en suaves aullidos. En ellos, sonaba el golpe rítmico del choque de caderas y las palabras sucias de grueso calibre proferidas hacia mi hermana. “Puta” era lo más suave que le escuchaba al Don Juan de turno (en ninguna de las tres situaciones se repetiría el mismo sujeto). Al día siguiente no podía dejar de mirar a mi hermana, sin que retumbara en mi cabeza el gemido constante, sin fin.

¿qué me miras, pajero? – era lo que me decía ella, para sacarme del sensual sueño que me provocaba.

En particular, en la segunda visita, recuerdo notar que después que empezaba a adquirir cierta intensidad el volumen e intensidad de su asfixiado quejido, junto con el crujir de la cama y golpes de cadera, estos se detenían de improviso. Sonaba Sofi quejumbrosa y temblorosa diciendo algo así como “no pares, no pares”, después de un rato volvían a la carga, para repetir el esquema. Y Sofía imploraba, “daaame, dame más” gemía y escuché la voz del sujeto decirle: “¿qué quieres?”, “leame” me pareció escuchar, “pídelo bien, puta”, “culeame fuerte, mi amor”, sonó una fuerte palmada que la hizo gritar y empezó de nuevo el mete-y-saca. La secuencia se repitió unas cuantas veces más. Así me enteré que Sofía le estaba pasando el culo “lléname el culo, mi amor”, que le gustaban los golpes, que le jalaran el cabello y la llamaran puta. Al final, Sofía ya no regulaba sus gemidos, estos se volvían gritos al alcanzar cierta intensidad del culeo. A veces, me la imaginaba enterrando la cara en el colchón, por como se escuchaba más apagado. Otras, él debía estar sosteniendo su cabeza en el aire, por lo potente que se escuchaban sus aullidos de placer. Hasta temía que la escucharan los vecinos.

Yo, por supuesto, me mataba a pajas. Y, al día siguiente, no podía dejar de mirarla con desprecio, como gritándole Puta y todo lo que sus amantes pasajeros no se cortaban en llamarla.

Curiosamente, cuando yo la miraba con tal intensidad, ella no respondía, sólo desviaba la mirada y se iba, si podía…

¿En qué momento mi hermana se había convertido en tamaña puta?

Algo me sacó de mis cavilaciones: el silencio. Ya no escuchaba a Sofía.

Cuando recién subieron, les escuchaba hablar mucho. Y reir, sobre todo a mi hermana. Ahora, sólo les escuchaba a ellos, hablaban entre ellos y en un tono que me parecía más bajo, como si no quisieran ser escuchados. A veces reían. Temí que algo le hubiera sucedido a Sofi y empecé a culparme a mí mismo por no llamar a la policía en cuanto vi al trío de morenos entrar.

Me costó un poco, pero al final reuní el valor necesario para subir sigilosamente las escaleras con mi teléfono en mano, listo para llamar a la policía si me encontraba con la escena que en mi cabeza ya se había armado.

Mientras subía, intentando hacer el menor ruido posible, me concentraba en lo que alcanzaba a escuchar desde la habitación de nuestros padres. Algunas palabras de los negros, intercaladas de expresiones que me sonaban como un “uuuuhhhh”… “ohhhh” o palabras como “puta”, “dale”, “bien” y otras tantas que no entendí.

Otro ruido, como acuoso se me fue haciendo presente y reconocí el tono de mi hermana tosiendo, apagado como si la amordazaran y los negros reir.

Apuré los últimos escalones para encontrarme con un cuadro peor… o mejor… no lo sé.

Me asomé por el borde del pasillo, para mirar directo hacia la habitación. Alcanzaba a ver casi toda la pieza, la cama de mis padres, por la bajada derecha, la ventana que daba hacia la calle, el velador de mi padre y los tres negros de pie, dejando un espacio en medio. Uno de ellos me tapaba la vista directa sobre mi hermana, de quien lograba ver bien su cuerpo desde la cintura hacia abajo, sus rodillas flectadas sobre la alfombra, su culo, aún cubierto por la falda mal puesta, subiendo y bajando alternadamente sobre sus zapatos de taco; veía sus codos, abiertos a la altura de sus hombros. Alcanzaba a ver vistazos de sus hombros, meciéndose.

Los tres negros tenían los pantalones en los tobillos. André me daba la espalda, Marc estaba de perfil y Jean me era cubierto por André y mi hermana. Sí veía sus brazos moviéndose en conjunto con los hombros de mi hermana, hacia atrás y adelante. Y vi la mano derecha de Sofía, tomando la verga de Marc.

Nadie tenía que decirme lo que hacía Sofía. Además que la escuchaba respirar agitada por la nariz, toser y tragar ruidosamente, junto con el sonido acuoso de su boca. Era fácil imaginar la erupción de babas que cada tanto interrumpía su trabajo bucal.

Los negros la miraban con obsesión. Suspiraban y resoplaban entredientes. Se hacían comentarios entre ellos (que no lograba entender) y le decían cosas a ella: “chupa”, “puta”, “así”, “perra” y otros tantos insultos que sólo entendía por el tono agresivo con el que pronunciaban el creole.

Los sonidos provenientes de Sofía, como quejidos, gruñidos y sofocos, se aceleraban al mismo tiempo que el tal Jean también bufaba y gruñía con mayor frecuencia y es escuchaba entre un chapoteo acuoso y un golpeteo sordo que llenaba el silencio con el que los otros miraban.

Finalmente Sofía hizo un ruido como “BUAHH!” y escuché caer mucho líquido al suelo de golpe. Con lo que los otros celebraron aullando casi como si ella hubiera hecho un gol.

Y debió resultarles gracioso, porque la escuché reír congestionada.

Sobra decir que a mi no me resultó para nada cómico. Más cuando Marc no la dejó en paz ni dos minutos y lo pude ver tomar la cabeza de mi hermana con ambas manos para encajarle una importante tranca en la boca, la que Sofía abrió a más no poder.

No me pregunten si sufría o gozaba con esto. Buena parte de su rostro estaba cubierto por el brazo y mano del moreno, que como si ella fuera una pelota, la empezó a sacudir hacia atrás y adelante en un bamboleo opuesto al de sus caderas, que iban al encuentro de su cara.

Me impresionó ver la cantidad de babas que emanó de las fauces de mi hermana. Una gran liana brillante bajaba de su barbilla al suelo, trazando una curva desde su anterior ubicación; otros hilos colgaban a su cuello, o sus tetas y como un alud de saliva bajaba contínuamente por su cuello a perderse en su top enrollado sobre las tetas.

En lo poco que continué viendo, explotó su boca en una tos que la hacía expulsar más babas hacia adelante. Lo que los muy malditos celebraron y que era el momento en que le permitían a Sofía volver a tomar aire.

No vi mucho más, porque escuché a Jean llamarme “¡hermano!”, a lo que me hizo una invitación con la mano para unirme a ellos.

“¡¿qué estás loco?!” pensé entre molesto y avergonzado de que me descubrieran fisgoneando y dejé mi lugar de observación para volver unos escalones más abajo, aturdido y enojado por lo que acababa de presenciar. Escuché las risas de los cuatro y más humillado me sentí.

¿Cómo había llegado mi hermana a ser alguien dispuesta a ser tratada así por tres gorilas como esos? Me quedé pensando en los escalones, a pasos de donde mi hermana servía con su boca y garganta a tres completos extraños.

Sofía era dos años mayor que yo. Fue el orgullo y medalla de mis padres durante su infancia y hasta hace un par de años. Nunca muy sociable, pero llana y de sonrisa cálida. Nunca nos llevamos tan bien y yo muchas veces me aproveché de su pasividad ante mi, para sacar la ventaja que un niño puede aprovechar para si. La educación de nuestros padres fue muy estricta en nuestra infancia, volviéndonos chicos poco sociables debido una suerte de paranoia social que bien nos transmitieron. Yo de hecho, tenía sólo un amigo en quien confiaba mis secretos e inquietudes adolescentes, el resto eran sólo compañeros que gozaban con avergonzarme y hasta humillarme con sus bromas sobre mi hermana, a quien no perdían oportunidad de mirarla o acercarse a ella, en poco disimulados intentos de ver debajo de su falda o mirarle los pezones, cuando ella empezó a “olvidar” usar sostén.

A Sofía, durante su adolescencia no le conocí amigas. A pesar de anunciar con frecuencia ir a visitar amigas, ninguna de ellas apareció jamás en casa. Y a mis padres tampoco parecía importarles. Es más, alguna vez intenté puntualizar aquel hecho con sorna y mi padre me hizo callar y que no me “metas en lo que no es tu asunto” y nunca más se tocó el tema en casa.

Nuestros padres no eran amorosos. Mi madre era estricta y solía ir mucho a la iglesia (aunque nunca nos obligó a acompañarla), nos rectificaba constantemente en nuestro comportamiento y forma de expresarnos, era más una tutora para nosotros que una madre.

Mi padre era a ratos, más cercano. Como suele pasar entre padres e hijas, era más condescendiente con Sofía y parecía exigirme más a mi (en mis estudios, en mi comportamiento en casa, en mis proyectos a futuro), aunque también me sorprendió en algunas ocasiones, como cuando me invitó mi primera cerveza a los 14 años (pasaría más de un año a que me invitara la siguiente), o cuando me llevó a un cabaret a ver mujeres desnudarse por dinero y llevarse hombres a “privados” a tener sexo casual e incómodo. Aunque me llevó en plan de maestro que educa a su pupilo de las verdades oscuras de la vida, se refería a todo aquel escenario de vulgaridad de un modo que me generó un sentimiento de patetismo por aquellos sujetos que optaban por aquel tipo de entretención. Quizás el mayor descubrimiento que provocó en mí, fue cambiar mi perspectiva respecto a las hembras, me hizo entender que “esas mujeres son todas las mujeres”. En frase de mi padre, sólo había que darles “la moneda indicada y ellas harán lo que tú determines”.

A veces, creo que él intentó llevarme más allá, como cuando me invitó a pescar con sus amigos. Pero no encendió en mí aquello que esperaba encontrar. Me aburrí horriblemente, aquel fin de semana que pasé con sus tres amigos en medio de un bosque, quienes además, por sus cargos, me resultaban algo atemorizantes: el director del colegio donde Sofía y yo estudiábamos, el jefe de policía del pueblo y el párroco del pueblo. A ellos parecía que poco les interesaba pescar y más querían conversar teorías locas de la historia del universo y la humanidad, que jamás me habían enseñado en la escuela y al primer día me dejaron de interesar.

Sí me llamó la atención que el nombre “Sofía” surgió muchas veces entre esas conversaciones durante aquellos 3 días. Pero estaba tan aburrido y molesto por ello, que no presté mayor atención a lo que decían. Así que nunca supe si hablaban de mi hermana…

Al mes siguiente, por supuesto, no me volvió a invitar a pescar. En cambio, invitó a mi hermana, quien con entusiasmo y sorpresa accedió. Por aquel entonces, 2 años atrás, mi hermana ya estaba desarrollada como la hembra sabrosa que tantos desean hoy.

A la vuelta de la expedición, Sofía volvió tan casada, que le tomó dos días reponerse. “Hicimos muchas actividades”, fue todo lo que dijo papá como explicación de su cansancio. Cuando se volvió a sumar con nosotros a la noche del día siguiente, Sofía tenía aspecto cansado, algunas marcas (rasguños y moretones) en sus brazos y en sus mejillas asomaban y ella no tenía muchas ganas de contar nada del viaje.

Sofía es una aventurera – dijo papá por ella – tomó algunos riesgos innecesarios y eso la llevó a sufrir algunos golpes en el bosque, pero debemos admirarla por ello. No cualquiera lo hace y logra sobreponerse a lo que el bosque le depara a quien se atreve.

Luego incluso nos pidió un brindis a su nombre.

En mi cabeza, el relato de mi padre dibujaba imágenes de Sofía, corriendo, saltando y trepando por el bosque. Lo que no me encajaba con su tranquila personalidad, ni menos con su poca entusiasta presencia en la mesa.

Fue por entonces que comenzó un período oscuro en el humor de mi hermana. Pasaba mucho encerrada en su pieza. Colaboraba poco y nada en las tareas de casa, a pesar de los retos de nuestra madre y de mis constantes y molestas quejas, por tener que cargar tanto con mis deberes, como con los suyos. Se hacía difícil siquiera sacarle una palabra. Sólo monosílabos nos dedicaba a mi madre y a mi. Con nuestro padre, en cambio, era otra, respondía a lo que le preguntara, le obedecía en lo que le ordenara. El el colegio, por lo que supe y pude ver, estaba más sola que nunca y se había vuelto tan esquiva, que incluso me costaba encontrarla en los recreos. Encontró un hobby que le calzaba con su hosquedad y entró a un club de lectura, según nos contó escuetamente un día domingo en la mesa. Eso además, la hacía volver tarde a casa algunos días a la semana… pero nunca encontré ese grupo. Existía, algunos profesores me lo confirmaron. Pero estaba dirigido exclusivamente a las estudiantes destacadas.

Curiosamente, a pesar de estar en ese curioso grupo: Sofía reprobó.

Mi madre se encabritó con ella, diciendo que era una floja, que no se esforzaba, que tenía la cabeza en tonteras y no en lo que debía. Pero mi padre decía que no importaba, que sería un año de aprendizaje y que esta experiencia de vida la convertiría en la mujer que debía ser.

El siguiente año, con 18 cumplidos, vino el cambio definitivo de Sofía. Dejó de lado la apariencia modosa y aniñada que había llevado desde la infancia, cortó su larga cabellera castaña clara y la tiñó de negro, empezó a usar ropas gastadas y desteñidas, más ajustadas y reveladoras, que le daban un aire atrevido y se empezó a maquillar, a veces, de manera recargada, lo que le traía retos de mi madre y reconvenciones de mi padre, que ella tomaba en cuenta mientras la veían.

Todo el tiempo, siguió yendo de pesca con papá y sus amigos, al menos una vez al mes. Nosotros (mamá y yo) prácticamente nos enterábamos la noche antes. Si no, cuando ya no los encontrábamos temprano en la mañana.

Solían salir un viernes muy temprano y volver el domingo muy tarde. Eso hacía que ella perdiera prácticamente 2 días de clases (viernes y lunes) aunque unas pocas veces tuvo que ir igual, cansada y demacrada, al colegio.

En este período empezaron las “salidas con amigas”. Gracias a que mostraba más piel en su ropa, empecé a notarle rasguños, en brazos, piernas y muñecas, moretones que tardaban una semana en desaparecer y hasta notorios mordiscos en el cuello y espalda que también tomaban días para dejar de ser visibles… o ser reemplazados por otros.

Un grito me volvió a sacar de mis pensamientos… y me acordé de algo que me hizo saltar y dar zancadas a la pieza: ¡la ventana!

Crucé el cuarto sin reparar en los gritos de mi hermana, en nada ni nadie y bruscamente cerré las ventanas tan fuertes, que temí haberlas roto.

Si van a hacer tanto escándalo, al menos podrían cerrar las putas… – les había empezado a gritar, pero quedé a medias con mi reto cuando vi algo que nunca había creído llegar a ver en directo: mi hermana hecha sándwich entre dos negros.

A ella no le veía el rostro, se notaba que luchaba con contracciones corporales más demandantes que sus músculos. Por otro lado, Jean Y Marc me miraban desde sus lugares respectivos, abajo y sobre mi hermana, sin haber entendido bien lo que yo había hecho.

Marc, incluso empezó a salir de atrás de mi hermana, cuando el tercero, André, llegó a mi lado, como a calmar las cosas. Me abrazó con un brazo por los hombros y extendió una mano abierta a su amigo, como para frenarlo. “Tranquilo. Hermana tuya está gozando”, fue todo lo que dijo para calmar las cosas.

Pero lo que noté, no me tranquilizó en nada. Marc le había sacado medio pollón al culo de mi Sofi (que suspiró con cierto alivio).

¡¿La estás culeando sin condón?! – le grité. Marc se quedó quieto en su lugar sin saber qué hacer. – ¡condón! – le repetí apuntando a su falo. Se miró y encogió los hombros. Era entre ridículo y aterrador lo que estaban haciendo.

Me deshice del brazo de André y me acerqué a Sofía para preguntarle:

¡Sofi!, ¡Sofi! Tú debes tener condones… dime dónde – ella no me miraba y yo no quería tocarla. Jean la agarró del pelo para levantarle la cabeza y pude ver su rostro sobrepasado de sexo y droga, cabellos pegados a su rostro sucio, su maquillaje corrido como si hubiera estado llorando por horas, no cerraba la boca y de ella pendía saliva. Le di una cachetada, ensuciándome la mano y volví a preguntarle.

En… mi … velador – me dijo entre exhalaciones. Estaba corriendo una maratón sexual.

Limpié mi mano en su cabello y corrí a su habitación, encontrando una caja de condones donde me dijo.

Cuando volví, todos permanecían igual. Más me daba la impresión que todo esto les divertía. A mi no me hacía gracia que mi hermana quedara embarazada de una situación como aquella. Le pasé uno a cada uno y dejé la caja en la mesita al lado de la cabecera de la cama.

¡Con condón, cabrones! – les dije.

Pónlo – me dijo Marc, saliendo del culo de mi hermana (que sonó liberando aire). Me asusté por un momento, pero luego él se rió. Avanzó por el lado de la pareja que seguía quieta y agarró por el cabello a mi hermana, acercándole el falo a la cara – Chupa – dijo y Sofi se limitó a abrir la boca y sacar la lengua para que él le encajara la tranca, tan adentro como le cupiera. Pasó del culo a la boca de mi hermana y ella no hizo ningún asco al acto.

Después se colocó el condón y volvió detrás de mi hermana, que adquirió una posición sobre Jean, algo recogida sobre su pecho, escondiendo la cara en él. Marc no había perdido nada de erección en la transición y, sin titubeos, entró constantemente en el culo de mi hermana, que emitió una exhalación profunda, cada vez más gutural, a medida que se iban introduciendo las pulgadas de verga negra en ella. Luego la tomó de un hombro para levantarla un poco y empezó la metesaca. Sofía meneaba la cabeza de abajo a arriba con cada embestida yendo y viniendo sobre el cuerpo de Jean, que con las manos detrás de la cabeza, se dejaba hacer mirando la acción que se ejecutaba sobre él.

Yo, nuevamente, me quedé sin saber qué hacer, ahí de pie a pasos de la cama. Temía, por un lado que al irme la exigencia del condón fuera pasada por alto. Por otro lado, en mi vida había visto un acto lascivo tan abrumador como aquel.

André se acercó al trío en un momento, teléfono en mano y lo puso frente a mi hermana, apuntándola con la pantalla. Marc le tiró del cabello para que mostrara la cara y Sofi altiro dijo “no me grabes”, aunque sin fuerza muscular para hacer algo por oponerse.

“Teléfono tuyo” le dijo André y eso la calmó. “Di qué haces” le ordenó y ella obedeció: “me estan culeando dos negros ricos”, dijo con una sonrisa boba. “¿quieres más vergas negras que te vengan a culear?”. “Síiiii, vengan todas las negras vergas a darme duro… quiero que me culeen hartooooo” terminó su speech en un largo gemido provocado por empellones más duros que Marc le empezó a propinar y que terminaron llevándola a un tembloroso orgasmo, expresado en cortos grititos, muy finos.

André esperó a que terminara su orgasmo para terminar la grabación. Y caminó fuera de la habitación hablándole al celular en creole.

Después de la corrida de Sofi, Marc la desmontó y le propinó un buen cachete en el culo “buena perra” le dijo, a lo que Sofía volteó a responderle “gracias papi”. Ahora que se quedó sola con Jean, éste flectó sus piernas y le dijo “Mueve”. Sofi se incorporó sobre sus brazos, para quedar a caballo sobre el moreno. Así empezó a mover sus caderas de adelante hacia atrás, con esfuerzo. La noté entonces exhausta. Pero al poco tiempo, sus movimientos agarraron ritmo y su aliento se volvió pesado. Sofi no le quitaba la vista a su amante, buscaba complacerle, por eso cuando él le dio una sonora palmada en su nalga izquierda y le dijo “más rápido”, ella intensificó su vaivén. Ahora dejaba salir de su boca unos “ooh – ohh” cortos y golpeados. Eso tampoco era suficiente para el negro: “salta” volvió a indicar con una palmada y Sofi cambió su postura para empezar a brincar en la verga, dando grititos cortos, agudos y fuertes. Ahora sus cuerpos aplaudían rítmicamente. Jean la tomó por las caderas e intensificó el cabalgar de mi hermana con gran fuerza. Sus cuerpos se separaban y volvían a unirse ampliamente y el cuerpo de Sofía perdía verticalidad a ratos, yendo de un lado a otro y de atrás a adelante. Ella ya no podía cerrar la boca ni los ojos, terminaba mirando al techo aullando las embestidas, con los brazos como sin control saltando a sus lados.

Esta performance permitía admirar el atractivo cuerpo de mi hermana, como nunca la había visto: cubierto de sudor y enrojecido en algunas zonas. Como ya he dicho, las tetas de mi hermana, sin ser enormes, eran grandes y saltonas, por lo que ahora, daban brincos a pequeños azotes en su torso, chocando entre ellas y provocando el delicioso aplauso corporal.

El vientre de mi hermana era el ideal, no solo plano, sino fibroso. Pude notar que mantenía su cuerpo completamente libre de vello corporal por todos lados y también, la cantidad inesperada de tatuajes que tenía en la espalda (aunque esto lo notaría más adelante, a medida que la tuve a disposición desde todas las vistas). Hace meses, notamos todos en su espalda una estrella grande fulgurante dibujada sobre su omóplato derecho. Ahora podría enumerar una serie de otras estrellas que aparecían debajo de ésta. Ninguna tan grande, unas blancas (sólo contornos), otras negras; algunas con varias líneas fulgurantes concéntricas, otras con unas pocas, rectas, quebradas y curvas. Alambres de púas como el que llevaba en el muslo también volvían a aparecer, como un breve cinturón a la altura de su cadera, sobre el culo y debajo de la teta derecha, dibujando un semicírculo. De verdad parecía que le había dedicado mucho tiempo a tatuar su cuerpo. Aunque estos tatuajes no cubrían gran espacio, sí demostraban un trabajo cuidado.

Sofía empezó a temblar incontrolablemente y sus ojos estaban en blanco. Jean la tiró como a una muñeca, a un lado de la cama, y le encajó tres dedos por la vagina que terminaron por provocar que mi hermana juntara las rodillas y soltara un largo “UUUUUUHHHHH”, que terminó por dejarla inconsciente en la cama.

Jean se levantó satisfecho y por fin pude ver el tamaño de la carne que estaba partiendo a mi hermana. Si Sofía tuviera una hermana gemela, y esta le hiciera un fisting, probablemente igualaría a lo que debe haber sentido con ese monstruo dentro de ella. Por supuesto, no llevaba condón.

¿Y el condón? – le indiqué con molestia.

Relax hermano – me dijo sonriente, a lo que se acercó a recojer y encender un porro de sus pantalones, desparramados en el suelo junto a las prendas de sus amigos. Como mi cara no se relajó, agregó – hermana no quiso – y encogiendo los hombros, acabó con el tema.

Se sentó en la cama y acarició los muslos de mi hermana y luego su entrepierna, haciéndola reaccionar con ligeros espasmos. Le puso el porro en la boca y dijo “chupa”. Tras hacerlo, Sofi tosió un poco, pero volvió a aspirar y exhalar humo. Como si nada hubiera sucedido, se incorporó en la cama, con el cigarro en la boca.

¿Te gustó lo que viste? – me dijo con sorna, en control de si misma.

¿Te gustó a ti? – le dije con enfado.

Ella me sonrió mostrando los dientes, giró el rostro hacia Jean, que estaba sentado a su lado y tomando su barbilla delicadamente con la punta de los dedos, se acercó a su boca. Primero asomó su lengua para pasarla por los labios del haitiano, él asomó la propia y luego me mostraron como las entrelazaba para terminar él comiéndole la boca de manera sonora. Sofi, gemió como la lengua del negro le hubiera acariciado directamente el clítoris. Cuando se despegaron, con la boca babeada, me miró y dijo: “¡Me encantó!”.

Me iba a parar para largarme, cuando escuché el timbre de la casa.

Todos miramos hacia el pasillo, Sofía con algo de susto, Jean muy tranquilo y yo muy inquieto, ante quién pudiera ser (mis padres no, no tocarían la puerta).

Me apresuré en salir de la habitación, para cuando llegué a mitad de la escalera vi a André abriéndole la puerta a un grupo de 4 haitianos, con peor aspecto de los que ya estaban adentro. Un par de gordos y viejo, uno flaco, bastante joven y otro, con tatuajes en la cara.

Todos saludaron efusivamente a André y entraron, mirando a todos lados. Trajeron cosas como para una fiesta: cervezas, bolsas de papas fritas y otras bolsas que no pude ver bien.

Al verme en la escalera, se detuvieron y serios le hablaron a André, quien en sus gestos denotaba que yo no era de cuidado. Luego le hicieron otra pregunta, donde logré entender “… la puta?” y André les contestó con la palma abierta y apuntando hacia arriba (tranquilos, les espera arriba).

Subieron la escalera, haciéndome a un lado. Éstos sí eran de temer. Metí mi mano al pantalón para sostener mi celular. Ahora sí podría llamar a la policía, tenía una invasión a mi casa por gente que seguramente tendría cuitas con la justicia. Pero llegó Marc a mi lado, me tomó del brazo y me obligó a acompañarles. Como si supiera lo que quería hacer, me dijo: “no llamadas”.

Cuando volvimos a mi habitación, Sofía volvía a tener los zapatos puestos, pero se veía cohibida ante tanto extraño que ni ella parecía conocer. Se apegaba a Jean, que con su sonrisa habitual, le dijo: “son mes amigos. Quieré culear contigo” y agregó sorprendiéndola “tú invitaste”. Le mostró su celular, con la grabación que habían hecho dos horas antes.

“Dijimos que tú MUY PUTA”

Sofía sólo escudriñaba con la mirada a los recién llegados. Se notaba mucha indecisión en su actitud. Lo malo era… que lo estaba considerando.

Para ayudarla a decidir, Jean agregó: “y van a pagar bien”.

Sofía me miró y dibujó una sonrisa complaciente

“Está bien”.

Relajó los brazos, mostrando sus tetas, hasta entonces ocultas y tomó una actitud como a la espera de que fueran por ella.

El gordo que traía una bolsa de plástico, sacó algunas cosas que dejó caer en la cama, a los pies de mi hermana: unas tiras de cuero, esposas, trozos de tela, fustas, una bola de goma, otra con agujeros. Vi que la expresión de Sofía se volvía algo rígida, pero mordiéndose el labio, me indicaba que había en ello algo que le resultaba excitante.

Otro de los nuevos, llegó a la cabecera con las esposas y tomó la muñeca izquierda de Sofi para anclarla a uno de los barrotes verticales que tenía la cabecera de la cama de nuestros padres. Le pasó la otra esposa a Jean, quien antes de esposarla, tomó del velador un sobre de papel que contenía una pastilla azul brillante, se la puso en la punta de la lengua y se la sirvió directo en la boca a mi hermana, en un morreo lleno de saliva, a juzgar por el sonido y movimiento de las fauces del negro. Luego terminó de esposarla y la dejó sola en la cama.

Sofía respiraba pesadamente, con los brazos en cruz, las piernas ligeramente separadas aunque las rodillas más juntas. Su rostro estaba rojo. Miraba de uno a otro lado, a la jauría de depredadores, sin saber quién sería el primero en ir por su presa.

Fue el mayor de todos, se acercó a la cabecera y con la punta de un par de dedos de su mano izquierda, “peinó” el corto flequillo del despeinado cabello de mi hermana, que caía por su frente sobre un par de dedos de sus cejas. Le levantó la barbilla con el mismo cuidado, apreciando aquel juvenil rostro blanco, que tanto contrastaba con el de quienes la rodeaban y, sin que ninguno lo esperara, le cruzó fuertemente el rostro con cuatro cachetadas de palma y dorso. La cara de mi hermana fue de un lado a otro y su cuerpo dio brincos espontáneos en la cama. Al terminar, pasó los dedos por las enrojecidas mejillas de Sofía, que ahora le miraba asustada, con lágrimas asomándose a sus párpados. Puso el pulgar sobre su labio inferior y Sofía, solicita, sacó la lengua para lamer el dedo, sin dejar la expresión asustada de su rostro. Introdujo todo el dedo, que Sofía no sólo acogió, siguió que pudimos apreciar su lengua asomándose por debajo del dedo, acariciando la base del dedo. El viejo hacía fuerza introduciendo el dedo, más allá de lo que los labios de mi hermana permitían, obligándola a abrir más las mandíbulas, hasta ocupar con parte de su palma el hueco completo que dejaba la boca abierta. Aún el pulgar, los dedos del viejo eran largos y el sonido “Aghk” que empezó a emitir, más las contorsiones y movimientos de piernas de Sofía, indicaba que estaba llegando hasta su campanilla. Tras un par de toses, relajó la presión de la mano y sacó el pulgar cubierto de babas, las que esparció entre frente y nariz, de mi llorosa hermana.

El viejo parecía abstraído de nosotros y ninguno de los otros asistentes parecía querer molestarlo, a pesar del evidente estado de excitación de varios de ellos. Palpó con la misma mano haciedno un recorrido por el cuerpo de mi hermana: le acarició y apretó el cuello, hasta que pudimos escuchar que luchaba por algo de aire; amasó y apretó fuertemente las tetas de mi hermana, como si fueran pelotas antistress, dejándole marcas rojas de las puntas de sus dedos, después les dio firmes palmadas, haciéndolas saltar y chocar entre ellas; acarició, apretando los muslos de Sofía y dejó para el final el manoseo de la concha de mi hermana. Con golpes en las caras internas de sus muslos, le indicó separarlos, para darle un fuerte y rápido golpe directo a la vulva. Mi hermana saltó, tirando de sus esposas y profirió un chillido con dientes apretados, el viejo, sin apenas levantar la mano, esperó pacientemente a que ella volviera a abrir los muslos y repitió la operación de tortura, con idénticas consecuencias. Cuando esperaba un tercer golpe, condujo sus dedos entre los labios vaginales, haciendo sonar el charco de humedad que había acumulado Sofía. La evidencia de que esos tatuajes de alambres de púas decían la verdad. “Levanta piernas” dijo por primera vez el viejo y mi hermana levantó en el aire sus calzados pies, tanto como pudo, dejando las rodillas a la altura de su pecho. El viejo llevó sus húmedos y largos dedos hasta la entrada del ano de mi hermana y, con algo de presión, lo invadió con dos de ellos. Luego de un movimiento de entrada y salida, introdujo un tercero y cuarto dedo, sin dificultad, metió el pulgar en su concha y empezó un movimiento vibratorio intenso, que arrancó de la boca de Sofía, fuertes chillidos y guturales gemidos. Se esforzaba en mantener los pies en alto, pero se veían zarandeados en el aire, sin control. Cuando ella emitía un largo y agudo chillido, el viejo retiró la mano y le dio un tremendo azote en el pirineo, que la hizo saltar de piernas abiertas y caer pesadamente, con convulsiones, producto de un orgasmo monstruoso, como no se lo había visto en toda aquella tarde.

Volvió a acercarse a la cabecera, a mirar el rostro de Sofi, que aún bajo los efectos del orgasmo, tenía la vista perdida y un gesto tenso en el rostro, que la deformaban cómicamente. Le soltó un denso escupitajo entre ojo y frente y se alejó, como dando su aprobación de la mercancía, para que los otros hicieran uso de ella. Sofía no se indignó con el acto de humillación, sino que hasta se relamió el labio superior.

Cuando el viejo se alejó de ella (sin mostrar interés en montarla) los otros tres recién llegados, se acercaron a la cama, sin orden en particular. Se habían quitado las camisetas, un par, los pantalones y portaban en sus manos algunos de los artículos fetichistas.

Sofía respiraba agitada. Parecía un animal encadenado. Miraba a uno y a otro, miraba sus manos y paquetes. Su rostro estaba enrojecido más allá de las cachetadas recibidas y sudaba profusamente. Notamos sus tetas duras, sus pezones grandes y erguidos. Había tensión en su cuerpo. Sus piernas flectadas y abiertas empujaban su pelvis en un provocador vaivén.

Háganme pedazos – nos dijo a todos, como un gruñido

Más alto, puta – le replicó Marc que estaba (entonces no lo vi) grabándola con el celular de frente a ella.

HAGAN PEDAZOS A ESTA PUTA – gritó mi hermana como poseída.

Con esto, los tres negros no esperaron más, uno se abalanzó a apretarle el cuello contra la almohada y luego le encajó el bozal de pelota con agujeros en la boca, amarrado a su nuca con una tira de cuero; otro fue, paleta en mano, a manosearle con rudeza las tetas y luego descargarle golpes en el vientre, que dejaban una marca roja de X cláramente perceptible y luego en las tetas, como si fueran pelotas de tenis; el último, le engrilló los tobillos con cintas de cuero, para tirar de sus piernas y engancharlas con tirantes a sus esposas, dejándola completamente abierta.

Afortunadamente, la cama de mis padres era extraordinariamente sólida, porque los negros se subían a ella de pares y tríos y, como he descrito antes, uno de ellos debía sobrepasar con facilidad los 120 kilos.

Ahora que las piernas de Sofía hacían una V abierta por sobre su cuerpo, los tres se dedicaron por completo a maltratar las piernas y entrepierna de mi hermana. La acomodaron mejor para que quedara casi en vertical, con el culo hacia arriba, apoyándose de sus hombros y cuello. Le dieron mordiscos en sus expuestos y tensos muslos, así también en sus nalgas, dejándole inconfundibles marcas de dientes, en rojo y arrancándole gritos que -afortunadamente- eran disminuidos por el bozal que antes le habían puesto. Luego, siguieron los fustazos que descargaron tanto en las piernas, como espalda y que finalmente empezaron a dirigir a su concha abierta y enrojecida. Cada vez, Sofía daba saltos más exagerados en su forzada posición. Le temblaban las piernas cuando se detuvieron. El gordo, se acercó con su fusta y, en vez de darle otro golpe, la tocó suavemente, con el borde de la varilla en plena vulva, realizó un movimiento de fricción hacia adelante que hizo estallar un volcán de fluidos de la vagina de mi hermana, bañándola por completo. Ni la bola en su boca logró sofocar el largo y agudo aullido que dejaba escapar mientras soltaba chorros por el aire. Nunca vi ni vería algo igual en mi vida.

Mientras saltaban las últimas gotas por el aire, sus piernas seguían temblando incontrolables y ella, ya sin aliento, dejaba escapar sus últimos lamentos patéticos.

Sólo entonces – y llegué a pensar que ya no sucedería – uno de ellos, el malencarado, se acercó con la verga tiesa a tomar posesión de los agujeros que Sofí ofrecía indefensa.

¡Ponte condón! – maté un poco el ambiente con mi grito, pero no podía permitir que lo que ocurriera, fuera aún más lejos.

Aquel negro, podría haberme destrozado cuando le lancé el sobre plástico. Pero miró a los otros y no puso más resistencia. Mientras yo le pasaba condones a sus colegas, él se enfundó la verga y volvió a tomar lugar sobre el culo de mi hermana. Se puso en perpendicular al eje de sus piernas y, forzando su erección con las manos, apuntó hacia abajo, hacia el agujero anal de Sofi. Estaba toda tan húmeda, que no pareció necesario ningún lubricante para que bajara con aplomo aquel pedazo de carne, directo a su recto.

Oooooojjhhhhh… JJJiiiiii! – exclamó Sofía a medida que le iba introduciendo la barra de carne. Su rostro se perdía entre la almohada y sus propias tetas que caían sobre su cara. Pero la extensión de sus piernas, nos comunicaba cuánto estaba gozando esa forzada penetración.

El negro la penetró todo lo que pudo, considerando la forzada posición. Cuando subía, parecía que se llevaba parte del anillo anal con él. Como si ella no lo dejase arrebatarle la verga. Hizo un par de subidas y bajadas, para luego inclinarse hacia adelante. Entonces entró en cuadro el más flaco de los nuevos invitados y, para mi sorpresa, poniéndose de espalda a su amigo, buscó el mismo agujero ya ocupado.

Todos hacíamos silencio cuando empezó a empujar su cadera hacia abajo. Silencio roto por mi hermana que, amordazada, producía un gutural sonido, imposible de identificar como goce o dolor. Tampoco nos importaba. Todos queríamos presenciar el éxito de aquella acrobática doble enculada.

Finalmente, lo logró y ambos empezaron a moverse acompasadamente por un rato. En realidad era una posición difícil de mantener por mucho tiempo, así que al cabo de un rato, el primero de los penetradores se salió, sudoroso, dejando a mi hermana notar su ausencia, a juzgar por un quejido patético que profirió a medida que él la fue desabasteciendo de verga.

El restante en el culo de mi hermana, le dio caña un rato más, haciéndola olvidar por un rato la ausencia del otro sujeto, pero terminó por salirse también, visiblemente desmejorado por el esfuerzo que suponía encularla de esa manera.

Sofi profirió un sordo lamento cuando este le dejó el culo vacío. Dentro de todo el desorden y alboroto que había en la habitación, el ambiente pervertido por humo, olor humano, el alcohol y las drogas que pasaban de mano en mano (yo ya estaba bastante bebido y volado de segunda mano, aunque hacía un esfuerzo en mantenerme consciente y no perderme de nada de lo que le fueran a hacer a mi hermana), yo me detuve un momento a mirar a mi hermana convertida en un objeto sexual, sola por un momento en la cama, con las brillantes (de sudor) piernas abiertas por sobre su cabeza, las marcas de los diversos golpes y mordiscos que iban agarrando color, su ano bien abierto y su concha roja, palpitante y húmeda.

El viejo y el flaco, fueron a desenganchar sus piernas de los tirantes que las sostenían en el aire y éstas cruzaron el aire, cayendo pesadas en la cama. Sofi era un peso muerto en ese momento, aunque estaba despierta y seguía respirando agitada. Probablemente debía tener ya las piernas entumecidas de estar tanto rato en la misma posición.

Como si compartiera mis pensamientos con el viejo, éste empezó a darle latigazos circulares con un artilugio de varias puntas no muy largas, que daba vueltas en el aire con el puro movimiento de su muñeca. Fue bajando por su cuerpo dando continuos azotes. Al principio ella no reaccionaba, pero después de poco tiempo, su cuerpo empezó a responder a los golpes y ella se empezó a retorcer en su lugar.

El viejo, satisfecho de despertarla, tomó un grueso collar con muchas aplicaciones metálicas, anillas, remaches y algunas cintas de cuero y se lo colocó muy ajustado a Sofi, que sumisa, movió el cuello para hacerle fácil el proceso. El collar la obligaba a mantener una posición recta del cuello. Me permitió observar lo ojerosa que estaba. Entre lo cansada y las lágrimas que le debían haber provocado, sus ojos estaban rojos y su nariz se veía congestionada.

Le sacó la bola que le deformaba la cara y ella movió su atontada mandíbula, volviendo a sentir, pero la descarga de un par de fuertes y rápidas cachetadas, le indicó que esto no había terminado. El viejo tomó un aparato de delgados metales, redondos y curvos, la hizo abrir la boca y se lo instaló, trabándolo para mantener su boca abierta.

De las axilas la elevó hasta semi sentarla en la cama y enganchó las tiras del collar a la cabecera de la cama. Pidió una botella de cerveza, y obligó a mi hermana a ingerir buena parte de ella (la que no era derramada por su cuerpo, mojando la cama, para mi preocupación).

Se alejó de ella y le presentó al resto la nueva posición del juguete que podían utilizar.

Para mi contrariedad, lo primero que hicieron con ella, fue ocuparla de diana, lanzandole lo que tenían a mano: papeles, arrugados, colillas de cigarro, hielos, etc… ella intentaba evitar que hicieran puntería en su boca, pero tenía muy poco margen de movimiento, por lo que cuando una colilla cayó en su boca, me preocupé que se fuera a ahogar con ella y cuando llegué a su lado para rescatarla, ella ya se la había tragado, con cierto asco según vi en sus ojos.

En ese momento, la habitación era una fiesta de hombres, donde mi hermana era un obsceno adorno. La gran mayoría de los presentes se entretenía conversando. Yo inclusive.

En su pobre castellano, me preguntaban si era el hermano, si me había cogido a mi hermana, si me gustaba mirarla, si le había pegado, si papá se la habría culeado… y un montón de preguntas que les hacía gracia para hacerme incomodar. Pero las cervezas y el fumadero en que se había transformado la habitación, estaban haciendo efecto en mí, y de a poco empecé a tomar confianza con estos inmigrantes. Terminé contándoles las historias que sabía de Sofi, las que yo había presenciado y aquellas -según yo- fantásticas que mis compañeros decían de ella (como que acudía regularmente a las oficinas de distintos profesores a hacerles mamadas programadas por el coordinador de escuela para aprobar todos los ramos). Los hice reír con mis historias y se comportaron amistosamente conmigo, contándome algunas historias de las que ella también era protagonista. Parece que llevaba algún tiempo saliendo con la pandilla de haitianos.

Cuando alguno estaba cerca de ella, aprovechaba de agarrarle una teta, darle palmadas, tomar algún instrumento de castigo y atizarle un par de golpes o simplemente escupirle. Se había convertido en la escupidera oficial y llegó a estar bastante cubierta de las babas de todos, incluso las mías, que procuré lanzarle a la cara, cuando ella me miraba a los ojos. Por supuesto, con eso el resto terminó por aceptarme como uno más y compartir conmigo sus porros y drogas, que acepté aunque guardé para otra ocasión.

Era tarde, como las 3 am, cuando André se subió a la cabecera, agarró a Sofi por los pelos con ambas manos e inició una embestida bastante dura contra su cara, enterrando su verga con violencia y ganas de dañar. Escuchábamos los golpes de su cabeza contra el respaldo y de éste contra el muro. Así también su boca encharcada de babas y sus resoplidos intentando recuperar aire. Al negro no le interesaba más que culear su cara, tenía la cabeza apoyada en el muro y se movió sin cesar, hasta que se quedó quieto y profirió un alarido animal.

Cuando se salió de la boca de Sofi, ésta tosió una buena cantidad de flujos de su boca, babas mezcladas con semen, dejando una cortina densa de saliva caer de su boca hasta su pecho.

Este acto abrió los fuegos y pronto el resto tomó su turno para castigar el rostro de mi hermana dejando caer toda la fuerza de sus arremetidas contra ella. No sé si fue el tercero o cuarto, el que se aburrió del aparato en su boca y lo mandó a volar. Y, como Sofi no colaborara abriendo bien la boca, a base de cachetadas le hacían reaccionar y ella volvía a ofrecer sus fauces abiertas.

Alguno también aprovechó de tomar posesión entre sus piernas cuando otros usaban su boca. Ponían sus pies sobre los hombros y le pegaban unos cuantos aventones. Eso sí, siempre procurando guardarse para acabar en su boca o rostro.

Tres de ellos tuvieron suficiente reserva para pasar dos veces por la boca de mi hermana. Sólo el viejo no había participado del tren oral.

Al final, Sofi no podía ni abrir los ojos entre todos los fluidos que cubrían su rostro. Mantenía la boca abierta, por la que respiraba, pues su congestionada nariz deslizaba abundantes mocos que se confundían con toda la suciedad que la cubría. No sabía si alguien más vendría a poseerla y parecía esperar que fuera cualquiera.

Era las 4 am. A medida que iban acabando en la boca o rostro de mi hermana, los haitianos se vestían y pasaban a despedirse de mi hermana dedicándole un escupitajo en el rostro y pellizcarle una teta o darle una palmada. Los tres últimos llegados esperaron al viejo, quien por primera vez se subió a la cama y se paró, como todos, con pies separados sobre su cuerpo. Bajó la bragueta de su pantalón, asomando una medianamente erecta polla, y lanzó un suave chorro de orina sobre la cara de Sofi “lavándosela” un poco. Terminó meando en su boca, lo que Sofi pareció tragar. No estaba muy seguro, porque ella reaccionaba poco. Llevaba algo más de 9 horas de sexo, era natural que su cuerpo no diera más.

Como si estuviera en un urinal cualquiera, el viejo sacudió su verga y, como todos, dejó caer un último largo salivazo que cayó en la frente de Sofi y bajó, pesado entre su nariz y ojo derecho, para ir a detenerse en la comisura de su labio.

Le fue quitando las esposas a Sofi, con lo que sus brazos cayeron muertos a los lados. Por un momento, Sofi soportó el peso de su cuerpo por su cuello, estaba asfixiándose, pero tan exhausta que apenas hizo unos gestos de incomodidad. Cuando soltó el collar, terminó de caer, con su cabeza sin sostén, inclinándose hacia adelante y a un lado.

Se despidió de mí con un movimiento de cabeza y se llevó sus cosas, junto con sus tres pupilos.

Sólo nos quedamos Sofi, André y yo.

Bye bye, Hermano – me dijo sonriente, como todo el día – Tomá – y me puso en la mano un fajo de billetes. Al final, había sido partícipe en la prostitución de mi hermana por parte de unos inmigrantes haitianos.

Yo me sentía ebrio, pero suficientemente lúcido para preocuparme del estado de mi hermana.

Ella dormía y no reaccionó ni a que la llamara, ni a las cachetadas que le solté, ni en su rostro, ni en su ya tan usadas tetas.

Si no fuera por el asco que me daba tocarla (por todo su cuerpo había restos de fluidos, semen, saliva y hasta orina), me habría aprovechado de su estado. En cambio, traté de acomodarla lo mejor posible en la cama, la tapé con unas sábanas y me fui a dormir al sitial del cuarto.

Me despertaron los quejidos de mi hermana, como a las 9 am. Intentaba levantarse, pero no lo lograba, se notaba mareada y algo enferma. Fui a ayudarla y me dijo lastimeramente: “baño… quiero vomitar”. La arrastré hasta al w.c y sostuve su cabeza apuntando la taza. “Vomita ahora” le dije y ella empezó a descargar todo lo que había tragado horas antes, principalmente semen.

Yo tampoco me sentía mejor, pero me di cuenta que ella no había comido nada desde el almuerzo (aparte de las vergas, culos y huevos que le hicieron comer). Bajé por unas galletas, barras de cereal y bebidas isotónicas. Me costó hacerla comer, se sentía pésimo y se quejaba mucho, pero la obligué a comer y beber. Aproveché también de llevarla a su pieza y meterla en su cama. Olía horrible.

Dejé su puerta abierta y me fui a mi cuarto, después de comer y beber lo mismo que le di a ella.

Volví a despertar como a las 14 hrs, con un hambre atroz. Me levanté con la cruda andante, mal sabor en la boca y un terrible dolor de cabeza. Por un momento olvidé lo que había sucedido. Sólo quería comer y vomitar. Entonces vi a Sofi durmiendo, con la espalda desnuda hacia la puerta. La fui a ver, pero no la quise molestar. Me quedé un rato contemplando sus tatuajes y refrescando imágenes de ella siendo tratada como un juguete de carne y con la impresión de cuánto lo disfrutó sin importar lo brutal o humillante que fuera. De algún modo, su tatuaje con su abstracción me hacía sentido con lo que había visto.

Hice unos huevos revueltos y le llevé desayuno a Sofi, quien despertó producto de su propia hambre.

Gracias – me dijo y se puso a comer con fruición.

Querría haber conversado con ella, pero parecía no estar de humor para una charla. Así que me fui a quitar toda la ropa sucia de la cama de nuestros padres, incluyendo el colchón y los puse a lavar.

Traté de limpiar lo mejor posible el colchón, logré quitarle el olor a orina, pero no el de cerveza. Quedaba un aroma impropio en él. Lo puse de vuelta, boca abajo y rogué en silencio que mis padres no lo notaran.

Recogí la abundante basura del cuarto, que habían dejado los haitianos. Muchos condones usados por todas partes. Sólo entonces me fui a duchar. Me sentía inmundo.

Cuando salí de la ducha, olía a comida. Me vestí rápido y encontré en la cocina que Sofi tenía un almuerzo contundente listo. Tenía puesta una bata de satín, roja. Más por el aire fresco que por taparse, porque la llevaba abierta, mostrándome su cuerpo marcado por el castigo recibido. Yo tenía mucha hambre, pero también rabia. Estaba haciendo mucho por ella y ella no era más que una gran puta sinvergüenza para mi en ese momento. Aún no se había duchado y olía horrible. Y así se lo dije

Perdona, no me había dado cuenta… tengo la nariz tapada. Quizás me resfrié – me dijo con un tono algo divertido, pero no encontró mi apoyo.

Toma tu parte por lo de anoche, puta – le dije con cierta mala intención. Había dividido parte de lo que me dio André y se lo di.

¡¿Tú qué te crees que me vienes a putear de esta manera?! – estalló, golpeando la mesa.

¿qué te crees tú? Si no eres más que una puta cerda. O se te olvida que anoche te dejaste culear por una tropa de negros haitianos. Les dejaste hacer lo que quisieran contigo… HASTA TE MEARON… y lo gozaste todo, puta.

Y bien que tú también lo gozaste, cínico. ¿O los escupos que me lanzaste fueron de cariño? – pensé que no se acordaría de nada de la noche anterior, pero me equivoqué – y bien que te calentó… Y TE CALIENTA verme como una puta.

Entonces aceptas que lo eres

¿Y qué? Es mi vida. Yo elijo qué hacer o por quien dejarme culear. Si no te hubiera gustado verme así, no te habrías quedado toda la noche, maricón.

Ellos me contaron de todo el tiempo que llevas culeando por toda la ciudad…

¡Qué saben ellos de mi! ¡Y qué mierda sabes tú, pequeño pajero! Que me quieres dar lecciones de vida a mi. ¿Acaso papá y sus amigos te violaron cuando te llevaron a pescar? ¿Acaso el director te llama a su oficina para que te hagas encular por cada profesor de la escuela?

Debo haber puesto tal cara de desconcierto con lo último que me dijo…

¿De verdad te creías que me llevaban a pescar? – ante mi silencio, me remató con – hacerte tanta paja a mi nombre te tiene estúpido – esto lo dijo sin agresión, casi como con pena por mi.

Tú no sabes de mi vida, no sabes de la de papá ni mamá… ¿o crees que ella tampoco sabe? A ti ni te tocan porque tuviste la suerte de nacer hombre… pero conmigo es otra cosa.

Pero… ¿por qué? – no lograba articular nada mejor que eso, tal era mi schock debido a lo que se me estaba revelando.

No sé, tienen una suerte de club. Todos los poderosos de la ciudad son parte de él. No hay a quién recurrir por ayuda.

Pensé en suicidarme en un comienzo. Pero algo me dieron que alteraba mi voluntad. Andaba como atontada y hacía caso a cualquier cosa que me dijeran, no importaba lo que fuera. Después lo acepté… y hasta me gustó. Me gusta que mi vida gire alrededor del sexo. Hay mucho que conocer, mucho que hacer… y creo que a la larga me puede liberar.

Se había serenado bastante contándome todo esto. De pronto, mi hermana era infinitamente mayor que yo; había vivido en dos años más de lo que yo pensaba que viviría toda mi vida.

No te digo que me gusta que estos viejos abusen de mí todo el tiempo. Cuando están juntos son especialmente salvajes y crueles. Quiero escapar de esto y tener yo las riendas de cómo hacerlo. Eso he estado aprendiendo en mis salidas. Uds. los hombres, son animales muy básicos, cuando hay sexo de por medio es fácil obtener de uds lo que sea, con tal de obtener la promesa de sexo fantasioso… pero también los vuelve peligrosos.

Por último, agregó:

No quería que me vieras así. Aunque creí que ya lo sabías todo, que papá te habría dicho, que lo habrías visto u oído… Pero no hay más que hacer. Ésa es la verdadera yo. Si te parece que soy una “puta cerda”, allá tú. – Se encaminó de salida de la cocina – Y quédate tu dinero. Yo tengo mucho más que eso.

Salió de la cocina y se fue a duchar. Mi hermana era una sobreviviente.

Yo era un imbécil.

Después de aquella discusión, no conversamos más. Comimos por separado y nos encerramos en nuestras habitaciones.

A la noche, cuando regresaron nuestros padres, notaron el mal olor del colchón. Les tuve que decir que había derramado una cerveza mientras veía tv en su cuarto. Me llevé un reto, pero parecieron no notar nada más. Sofi tampoco dijo nada.

Al día siguiente, nos llamaron porque los vecinos les comentaron la cantidad de extraños que habían entrado en la casa y el ruido hasta tarde que se había sentido… parece que no especificaron qué clase de ruidos.

Tuvimos que “confesar” que habíamos tenido una fiesta con algunos amigos. Y nos llevamos un reto mayor y castigo en casa por un mes. Sofi se llevó el reto por ser la mayor. En algún momento, mientras mi madre le decía lo decepcionante que era su comportamiento, Sofi me dio una expresiva mirada que tomé por silencioso agradecimiento.

Pensé, con cierto alivio, que ahí quedaría todo. Pero me equivoqué. A mitad de semana, en el colegio hubo un revuelo por ciertas fotos muy guarras que empezaron a correr por redes sociales. A la noche ya era tema de todos los chicos. La puta del gangbang haitiano. Habían 3 fotos y se decía que 2 videos, donde se veía a una mina joven haciendo un sandwich con dos negros, chupando 3 vergas y siendo enculada (en primer plano) por otro. Eran fotos de buena calidad, pero la luz y enfoque no la acompañaban. El rostro de la protagonista nunca se veía completo, o bien enfocado.

Yo reconocí la habitación de mis padres inmediatamente. Pero eso no era problema, difícilmente alguien más lo haría. Sí se llegaban a ver bien algunos de los tatuajes de la espalda de mi hermana y el corte de pelo también era reconocible. Por lo que su nombre fue rápidamente asociado a las fotos.

A la noche, sin decirme nada, mi amigo me envió dos videos por whatsapp: La Sofi pidiendo que la fueran a culear más negros, mientras le hacían el sandwich anal/vaginal y ella completamente expuesta, esposada a la cama, exigiendo que la hicieran pedazos.

Era cosa de tiempo para que se desatara el desastre.

A la mañana siguiente, antes que saliera nadie de casa, papá recibió una llamada del director del colegio, contándole de los videos y su amplia difusión en el mismo. Sofía quedaba expulsada del establecimiento, a dos meses de su graduación.

A ambos nos cayeron gritos de mi padre, llantos de mi madre y la promesa de un infierno el resto de nuestras vidas. Acusaciones de arruinar a la familia y, por supuesto, a Sofía, de ser una prostituta desvergonzada.

Yo pude resistir hasta ese punto, pero terminé por estallar también.

¡Uds debieran ser los que se avergonzaran, VIOLADORES de menores!

Vienes a acusar a la Sofi de puta, cuando tú y tus amigos llevan dos años violándola en el bosque, todos los meses. ¡Y tú – apunté a mi madre – lo has sabido todo el tiempo y lo permitiste!

Son unos pervertidos, son unos cínicos. Esta familia es una farsa. Ese colegio es una farsa.

Todos, incluso mi hermana, estaban descolocados con mi respuesta. Me miraban incrédulos de todo lo que estaba diciendo. De pronto me sentí algo mareado, por la escena. Esperaba que al menos mi hermana me apoyara, pero parecía que estaba solo.

Somos una familia de hijos de puta – alcancé a decir, ya sin mucho sentido, cuando un puñetazo de papá me agarró de tal forma que perdí la consciencia al instante.

Desperté al día siguiente, en mi cama, con las mismas ropas puestas. Nadie me acompañaba. Mi pantalón estaba seco, pero olía a orines. Tenía hambre y sed terribles, la boca seca y me dolía un poco la cara. Me vi en un espejo y tenía un negro moretón en mi pómulo izquierdo. Me alcanzaba también el lado externo del ojo. Me lo toqué levemente y me dolió un montón.

Me puse un pantalón de buzo y bajé a por algo para comer. Abrí el refrigerador y tomé agua directo de la botella hasta casi dejarla vacía. Quedaba un plato de comida de la que Sofi había hecho el domingo anterior. Lo estaba calentando en el microondas, cuando mi padre entró en la cocina.

¿Dónde está tu hermana? – me dijo molesto

No lo sé. Estuve inconsciente. Ni siquiera sé qué día es hoy… me duele la cara. Gracias por preguntar.

No me provoques, mocoso – me dijo tranquilo, pero apretando el puño – desapareció ayer, sin decir nada. Quizás tú sabes a dónde podría haber ido.

No. No sé a dónde podría ir, no sé nada de ella – a pesar de todo, me sabía valiente con lo que sabía – como no sabía nada de lo que tú y tus amigos le hacían… pero eso se va a …

Mejor no hagas escándalo con eso – me interrumpió irritado – o te va a ir muy mal y a tu hermana también. Lamentablemente tú no saliste tan listo como ella. Ella sabía que no hay nada que hacer. Espero que no intente una locura. Hay hombres poderosos buscándola, tú no sabes cuánto sabe ella.

Lo miré en silencio. En realidad, no sabía qué responder. Era algo parecido a lo que Sofi me había dicho en aquel mismo lugar unos días antes. Sólo lo miré desafiante, intentando hacerle creer que no le temía a nada de lo que me decía.

Y tú: Tienes un mes para irte de esta casa. O le pediré al “jefe” (de policía, así le decía) que te haga desaparecer.

Era una amenaza muy directa. Tras eso, se fue de la cocina dejándome asustado.

––

Pasado un mes, yo ya no vivía con mis padres. Vivía con el primo de mi amigo, que me arrendó una habitación de su depto. Afortunadamente, el dinero que recibí por el gangbang de mi hermana, me permitió tener un respaldo con el que arrendar esa habitación, que me habían dejado muy barata, considerando mi situación desesperada.

No sabía qué hacer, logré tener un par de trabajos muy esporádicos (fines de semana) pero ser menor de edad (me faltaban 4 meses para cumplir los 18) me dificultaba optar a un trabajo estable.

Sofía no volvió a aparecer y nadie sabía nada de su paradero. Tampoco tenía amigas, aunque en el liceo aparecieron muchos autoproclamados ex amantes. Yo tampoco volví al liceo. Mi amigo me contaba que había un aire extraño, tenso entre profesores y eso se transmitía a los estudiantes. Muchas peleas absurdas. Muchas ausencias de profesores.

Mi padre fue despedido del trabajo. Lo vi consumirse rápidamente. Abstraerse cada vez más en el alcohol. Pasaba casi todo el día afuera y volvía borracho. Mi madre se volvió hermética y tampoco pasaba en casa. Ni idea donde estaría, pero a veces no volvía por un día completo. Y los fines de semana se iba para volver al lunes siguiente

El ambiente en casa me empezó a resultar peligroso. Mi padre volvía ebrio a interrogarme violentamente por mi hermana, por lo que había pasado en la fiesta. Eso se lo conté todo, porque noté cómo le afectaba. Hasta lloraba. Y me libraba de los golpes. Pero en otras ocasiones, sólo me usó para descargar su rabia.

Así que antes que se cumplieran 3 semanas, me fui con todo lo que pude llevar: Mi ropa, y mi compu.

Un día, el primo de mi amigo. Me pasó un sobre que me habían dejado mientras no estaba. Contenía una carta de mi hermana, un ticket de bus y un brochure de un curso de edición de video. Cuando lo interrogué, me dijo que era ella misma quien se lo había entregado. Cuando le pregunté cómo se veía, me dijo que mejor que en los videos. Él no era más que otro baboso.

La carta de Sofía era más bien fría, tenía una serie de instrucciones donde me indicaba lo que debía llevar a cabo, o me podía pasar algo muy malo: primero, irme de la ciudad. Mudarme a la capital. Tenía un contacto que me podía arrendar un pequeño estudio para mi solo, a un precio módico. Para eso el ticket. Luego, que me pusiera a estudiar ese curso de edición de video del brochure. Era en un instituto pequeño, pero con buena reputación. Ella estaba segura que me gustaría hacer eso y a ella le sería de utilidad a futuro. Por último, me indicaba que me había depositado una gran cantidad de dinero, que le sacó a papá y sus amigos, a cambio de “mi silencio” (pero que no nos podíamos fiar de eso), para que viviera tranquilo en los siguientes meses y me pudiera dedicar a estudiar primero y después a buscar trabajo.

Por último, me decía que lo que hice fue estúpido. Que no sabía con quienes me estaba metiendo. Lo mejor era desaparecer y no hacer escándalo. Ella estaba bien y no necesitaba de mi ayuda. Sin embargo, escribió que le gustó cómo yo me preocupé de ella y me hice respetar frente a los negros; ademaás de cuando, al día siguiente, la ayudé a cubrirse frente a nuestros padres.

“Siempre te estaré agradecida por eso. Cuando se trata de sexo, nunca un hombre ha tenido la menor consideración conmigo. Hasta aquel día, eso era algo desconocido para mi. El sexo siempre había significado entregarle mi dignidad a un hombre y hacerlo gozar mi humillación. Me mostraste algo valioso en ti. Gracias”

Terminé de leer y lloré por ella.

Sofi tenía razón. Me quedaba un semestre para terminar el curso de edición y yo ya lo dominaba a la perfección. Siempre había hecho ediciones caseras de videos de fútbol y ahora tenía herramientas y conocimientos profesionales para hacerlo bien. Incluso ya hacía mi cartera de clientes con mis primeros trabajos como freelance. Y con lo ganado, proyectaba mudarme a un depto más grande y continuar mis estudios en grabación y guión.

Llevaba una vida solitaria. En parte porque mi salida de mi ciudad natal, fue algo perturbadora como se dio y no quería dar pistas a nadie de donde estaba. Incluso cambié mi número de teléfono, cerré mis rrss y abrí un nuevo correo electrónico, bajo un seudónimo. Decía llamarme por mi segundo nombre y apellido, porque no podía cambiar la info de mi documento de identidad. La gente lo comprendía como si hubiera sido abandonado por mi padre cuando niño y no me hacían preguntas.

No había salido con chicas, aunque tenía algunas interesantes amistades en el instituto.

Y echaba de menos a mi hermana. Constantemente me preguntaba si estaría bien, si estaría viviendo de prostituta

Un día miércoles de agosto, que lo tenía libre porque estaba de vacaciones de invierno y era mi autoimpuesto dia libre de trabajo, como a las 11 am, tocaron mi puerta. Cosa que rara vez sucedía. No conocía a mis vecinos y la administradora sólo había llamado a la puerta dos veces desde que me mudé ahí. Imaginé que sería ella, yo estaba con un buzo deportivo, sin afeitar, ni peinar. Pero en la puerta me encontré con una mujer rubia que no reconocí. Me miraba con una sonrisa inmensa. Sólo cuando me dijo “hola”, la reconocí por su tono de voz hacía años no le veía sonreír.

Nos abrazamos y lloramos juntos un rato.

Después, en broma, me retó por hacerla llorar, no sabía qué le había pasado, hace años que no lloraba por nada y pensaba que ya jamás lo haría…

Cuando nos repusimos, la quedé mirando mientras se limpiaba los ojos mirando un pequeño espejo.

Tenía el pelo hasta los hombros, teñido rubio. Usaba bastante maquillaje, que la hacía ver muy blanca, labios de un violeta intenso (ese fue siempre su color favorito), con pestañas postizas y un piercing de anillo en la fosa izquierda de su nariz. De verdad su rostro era otro. Parecía una mujer mayor con todos esos aditamentos. Además, vestía de negro. Una chaqueta corta de cuero, de motociclista, dejaba ver debajo una camiseta ajustada negra con una malla de encaje que formaba un amplio escote tan abierto, por donde podía percibir las areolas de sus pezones y hasta el piercing plateado que brillaba en el izquierdo. Llevaba un jeans negro (o eso parecía, pero me dio la impresión que era una tela más ligera) muy ajustado a sus curvas. Estaba más delgada o tonificada. Parecía una modelo. Además que gracias a los botines de tacón y terraplén que la elevaban por más de 15 cms de su altura real, se veía más espigada. Y usaba un delgado collar de cuero con una anilla de metal al frente.

¿me veo muy mal? – me preguntó sonriente cuando notó que yo la escudriñaba con la mirada. Dio un medio giro, sacó incluso más el culo mirándome por sobre el hombro y se dio una sonora palmada.

Al contrario, estás excelente. Y te ves feliz.

¡Ay gracias! – Dijo con una coquetería exagerada e infantil, ladeando el rostro, risueña. Había retrocedido 3 años, a la niña que un día había dejado de sonreír. Eso tanto me alegró como me extrañó.

Vengo a darte un trabajo – empezó a decir, pero la interrumpí.

¡Para! Hace 2 años que no te veo, ni sé nada de ti. ¿Apareces de la nada y me vienes a hablar de un trabajo? – le dije con real enfado, aunque controlándome para no provocar nada contraproducente en ella – o me cuentas qué ha sido de ti, o te vas.

Síiiiii… perdona, tienes razón – levantó las manos, como indicando que se rendía, sin perder su sonrisa – me he acostumbrado a evadir hablar de mi… “¡soy un misterio!” – dijo cambiando a un tono melodramático, caricaturesco.

No aburriré a la lectoría con la transcripción palabra por palabra de lo que conversamos.

Sofi se sacó la chaqueta, la tiró sobre una silla y se dejó caer sentada en los pies de mi cama. Pude ver ahora, gracias a que su top era sin mangas, que tenía tatuajes en los brazos, más alambres de púas clavando su piel, estrellas de diversas formas y colores y siluetas de mujeres voluptuosas bailando entre ellas. Además alcancé a notar que se traslucían otros tatuajes sobre su pecho, tetas inclusive.

Al verme permanecer en pie, hizo el clásico gesto coqueto de que me fuera a sentar a su lado en la cama. Olía muy bien.

Me contó que sus amigos haitianos la recibieron en un cuarto que compartían en una casa. Todo muy ilegal. Por supuesto que pagó en carne, no querían otra cosa, aunque les ofreció dinero. Por lo mismo, procuró salir de ahí lo antes posible. Sí le ayudaron a encontrar trabajo en un stripclub en la capital, gracias a una chica del cuarto de al lado.

Le gustaba el trabajo de stripper, de calentarle la bragueta a los hombres sin llegar a tocarlos. Una vez a la semana, hacía performances de sexo en vivo, masturbándose o realizando “cuadros plásticos” (lésbicos). Lamentablemente habían dos factores que no le permitirían vivir sólo de eso: uno, que no se gana tanto si no se accede a tener sexo con los clientes en el mismo local (escaleras de incendio, tras el escenario, en los baños y a un lado de la barra) y lo otro, es que necesitaba el sexo.

Traté de dedicarme a las funciones de ser stripper exclusivamente por una semana. Pero el jueves ya estaba desesperada por una buena verga. – rió con su propia anécdota – Los consoladores no son más que aburridos sustitutos. Necesito que un macho me posea con regularidad. Con esfuerzo aguanto como 3 días, al cuarto violo al primer hombre que vea – volvió a reír con su “gracia”.

Así que se empezó a prostituir con los clientes.

Descubrí el morbo del exhibicionismo. De ser culeada a la vista de cualquiera. A veces, ni hacía el intento de buscar un rincón y mis gritos eran tan fuertes, que muchas veces me llamaron la atención. Si llegaba a entrar un inspector municipal al local, nos clausurarían al instante. Pero era una amenaza falsa. Nunca entró nadie a fiscalizar. A nadie le importaba

Gracias a ese trabajo, conoció a un exagente de la policía de nuestra ciudad. Que la ayudó a crear una estrategia para chantajear al jefe de policía y al grupo de amigos de nuestro padre y evitar que nos persiguieran. “Aunque probablemente nos sigan buscando” me advirtió seria, para que no bajara la guardia.

Aquel sujeto (“yo creo que se enamoró de mi” me dijo, como burlándose de él), también le dio algunas recomendaciones, la llevó a otro local mejor para trabajar.

Aunque no me gustó tanto, era muy limpio. Se hacían los elegantes… y a mi me gusta sucio – me dijo muy cerca, apretándome un muslo con sus uñas. – Ahí me ofrecieron hacer videos porno. Pero me asustaba la exposición. Aunque me dieron una idea: las webcam y generar mi propio contenido erótico. Hay muchos sitios que alojan estos videos por pago y te quedas con un porcentaje mayor que si trabajas para una productora.

Ahora ella era la inocente cuando me “educó” sobre estos sitios, sin pensar lo bien que yo los conocía, ni que era un usuario asiduo… mal que mal, de algún modo tenía que liberar mis necesidades sexuales en mi encierro.

Y ahí entras tú – me dijo tan apegada a mi, que sentía su teta izquierda y la dureza del piercing en mi pecho – tú serás mi cámara y editor. Quiero hacerlos muy profesionales y que cobremos muy bien por ellos. Si tenemos el control de los videos, podemos hacerlos de manera tal que nunca me reconozcan. Además… las fantasías de sexo incestuoso entre hermanos están de moda – tenía ambas manos sobre mi muslo y juntaba los brazos de tal manera que presionaban sus tetas. Los pezones se le marcaban en la tela y me pasó la lengua por los labios – ¿qué dices? – me preguntó jadeante.

Yo me calenté rápidamente, quizás por la falta de sexo -real- que llevaba a cuestas, o porque simplemente mi hermana estaba siendo ineludiblemente erótica.

Nunca te pude agradecer bien lo que hiciste por mi

Me lo agradeciste de otras maneras

Sí, pero no como yo quería – Me agarró fuerte el paquete, incluso pegué un respingo. Y me comió la boca con su lengua puntiaguda y juguetona.

Nunca te lo pude decir – me dijo separándose de mi, dejando hilos de saliva entre nuestros labios – pero me gustó mucho como me trataste con los negros.

Te escupí – le dije, como intentando recordarle el mal que le había hecho, pero ella me contestó

Síiii… hazlo otra vez – me dijo siseando, excitada. Dudé un momento, pero le solté finalmente un escupitajo algo escuálido que fue a dar a su mejilla. Ella gimió y se apretó los labios – ¡Más! – me rogó. Y lo hice tres veces más. La última agarrándole el cabello por la nuca.

Me agarró la otra mano y me la cerró sobre la teta del piercing. Me hizo hacer fuerza sobre ella y guió mi otra mano para tirarle el cabello con más fuerza. Le manoseé con fuerza la teta y ella empezó a gemir y retorcerse.

Úsame, por favor. Maltrátame. Trátame como la “puta cerda” que dijiste que soy.

Increíble que se acordara de eso. Me abalancé sobre ella, dejándola debajo mío en la cama. Ahora le comí yo la boca a ella, intentando penetrarla con mi lengua tan profundo como fuera posible.

Le saqué a tirones el top, haciéndolo sonar en sus costuras, he hice lo mismo con el pantalón, aunque efectivamente era de una tela más liviana y elástica y me costó mucho menos dejarla sólo con un colaless de encajes en la parte delantera (tirantes por detrás, unidos por una argolla en su espalda), sus botines y su collar de cuero.

Me quedé apreciando el cuerpo de mi hermana. La tetas las tenía de una forma más definida, más puntiagudas en el pezón, donde jugué con su piercing, arrancándole gemidos de dolor. El alambre de púas de su muslo, ahora le daba la vuelta completa, había sido extendido a otras líneas paralelas, y simulaba encarnarse en su piel, con gotas de sangre dibujadas, algunas cortas y otras que se prolongaban hasta a un palmo de su rodilla. También los tenía dibujados debajo de las tetas (había que levantarlas para verlos bien) enmarcando las palabras “puta y cerda” en cada una, correspondientemente. Tenía una estrella de David, pero de 7 puntas con una luna dibujada al centro, en la teta derecha. Según me dijo, informaba que ella era prostituta.

Las estrellas de su espalda se habían vuelto una constelación. En la que las estrellas iniciales pasaban inadvertidas, pues habían sido incorporadas a nubes y otros dibujos que las confundían. El firmamento se prolongaba desde su cuello, hasta el coxis, aunque no cubría toda la espalda, dejaba una zona izquierda desocupada. Entre las estrellas, aparecían siluetas de mujeres en posiciones evidentemente sexuales: acostadas de piernas abiertas, en cuatro patas, con los brazos hacia atrás, de rodillas haciendo una felación a un hombre invisible… y llegué a ver un perro con una erección.

Desde que lo descubriste, te llamó la atención, ¿eh? – me dijo, acostaba boca abajo, masajeando mi erección por sobre el pantalón – ¿notaste cuánto ha crecido? ¿quieres saber lo que significa?

Las estrellas representan a los hombres que me han poseído. No necesariamente a los que han tenido sexo conmigo, sino a los que me han montado de tal forma que no los puedo olvidar. La primera y más grande, era papá. Que la oculté tras una nube aunque aún la puedes ver (y me apuntó con la otra mano donde se ubicaba. Los aces que proyecta significa qué me hicieron. Si son rectos y quebrados, fue con violencia física; si son tres cortos, me insultaron y humillaron; si son temblorosos, me follaron el ano fuertemente; si ves asteriscos a su alrededor, simplemente me torturaron, sin intención de tener sexo; si son dobles, me culearon la boca a su antojo, hasta ahogarme. Si las estrellas se tocan, es que me utilizaron al mismo tiempo.

La galaxia, presentaba de todo pero no todos habían logrado el catálogo completo de signos, papá le había hecho de todo. Y me mostró las 7 estrellas negras y una blanca, que representaba la noche del gangbang con los haitianos. Yo tenía tres rayas cortas, pero había espacio a la izquierda. Al mostrármelo, Sofía dijo:

Quiero que completes esta parte de mi espalda.

No entraré en detalle, porque repetiré lo que ya ha sido descrito. Sólo acotar, que me hizo ahorcarla con ambas manos, ponerle mi cinturón al cuello y me entregó el culo, por el que entré sin problemas. Me incitó a pegarle e insultarle mientras la culeaba. Y mientras hacíamos todo esto, me fue contando algunos pasajes de su vida en que la estrenaron en una práctica u otra.

A diferencia de lo que les exigí a los haitianos en su momento, yo lo hice a “fierro pelado”, sin protección alguna y ella me lo agradeció, porque siempre usaban condón con ella, gracias a mi intervención. Terminamos haciendo cuchara, esperando a que mi verga bajara su dureza, dentro del ano de Sofi.

Ahora sí me habló de negocios, me contó lo que quería y cómo podríamos llevarlo a cabo.

Un año después ya llevábamos a cabo nuestro negocio digital viento en popa. Grabábamos escenas de ella sola, masturbándose, follándose a si misma con distintos consoladores. Golpeándose a sí misma, o jugando con su saliva.

Grabamos en exteriores también, en bibliotecas, cafeterías con poca gente, o espacios públicos abandonados o con poco flujo de personas.

Tuvimos una rápida aceptación y empezamos a recibir pagos y aportes por los videos, así mismo como peticiones de acciones en participar, chat privados y hasta encuentros.

Yo me oponía a estos últimos, pero Sofi era la jefa y ella aceptaba, siempre que estuviera yo presente. Decíamos que éramos pareja, que yo era su amo y me excitaba prestarla a otros. Nada de eso sería mentira.

A la larga, también hicimos nuestros propios videos, conmigo participando, aunque siempre en POV, haciendo juegos de roles: como hermano/hermana, hermanastros, padre/hija, arrendataria/cobrador, etc.

No vivimos como pareja, cada uno tiene su espacio, aunque cuando nos juntamos, todo el mundo piensa que lo somos. Tenemos sexo, pero no diría que tenemos una “vida sexual”. He tenido algunas parejas, pero todo se complica al explicar mi relación con Sofi, así que nunca duro mucho. Pero mantengo relaciones sexuales por mi cuenta, de manera bastante regular.

Y bueno, a Sofi no le puedo seguir el ritmo. Es insaciable. Sólo se guarda cuando tenemos día de grabación o yo estoy disponible para ella (que procuro que no ocurra tan seguido… somos hermanos)

De nuestros padres no volvimos a oír nada. Tampoco nos hemos sentido perseguidos y, gracias al amigo expoli de Sofi, nos enteramos que muchos hombres importantes de nuestra ciudad cayeron como parte de una organización de trata de blancas y corrupción de menores. Al parecer, la info que Sofi le dio, habría sido importante en una operación que se venía llevando a cabo desde hace mucho tiempo…

FIN

NOTA DEL AUTOR

Si has llegado a este punto de la lectura, seguro te has formado una opinión sobre el relato. Tómate un momento y califica y comenta la historia que acabas de leer, por favor. La retroalimentación me ayuda a saber si voy bien o mal encaminado en la historia. Para quienes escribimos y publicamos en este sitio, puede ser un poco frustrante ver pocas interacciones para el esfuerzo puesto en cada relato. Si tienes más inquietudes o te gustaría conversar algo sobre la temática, puedes escribirme al email [email protected]