Mi ex, una verdadera sumisa
ESTE RELATO ESTÁ ESCRITO A PETICIÓN DEL LECTOR JOSUA.
ADVERTENCIA: El siguiente relato se ha escrito a petición de un lector para dar escenario a sus fantasías y todo lo que se describe en él forma parte de una fantasía donde cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Nada de lo descrito en el relato apoya los actos de sexo violento ni actos donde una de las partes no dé su consentimiento en la vida real. El fin de este relato es plasmar una historia erótica fantástica y no refleja en ningún momento deseos de forzar o humillar a nadie en la realidad. TODO ES FICCIÓN.
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Si tengo que poner un comienzo a mi historia este sería cuando pillé a mi mujer en la cama con otro. No creo que tenga que entrar en demasiados detalles, cuando me encontré con la realidad frente a mí el mundo se me vino abajo. No había sido mi primer amor, pero sí había pensado que sería la definitiva, con la que compartiría el resto de mi vida. Ese mismo día hice las maletas y me fui de la que, hasta ese momento, había sido nuestro hogar. Por resumir brevemente: me quedé hecho polvo y contraté a un abogado para todo el papeleo de la separación y futuro divorcio. El resultado fue que me centré tantísimo en mi trabajo para evadirme que mi empresa despegó como nunca hubiera pensado que fuese posible, concediéndome casi de la noche a la mañana una posición económica bastante desahogada.
Pese a vernos obligados a vender la casa para evitar enzarzarnos en una batalla legal por una propiedad que yo al menos no quería por los recuerdos, ahora dolorosos, y que ella no quería pues prefería la liquidez de la venta para invertirla en un negocio con su amante. Entre la venta de nuestra vivienda y mis nuevos ingresos, pude costearme un pequeño chalecito individual en una urbanización de las afueras que casi casi era un pueblo independiente. Allí encontré paz y de vez en cuando compañía femenina. Poco a poco fueron pasando los meses y con ellos el sentimiento de que no sería capaz de rehacer mi vida. Cuando ya pensaba que podría dejarlo todo atrás, la que fuera mi esposa por más de once años se presentó de nuevo en mi vida… y ya no volvería a salir de ella.
Había sido atractiva a su manera. Con una melena espesa y morena, la cara fina y delicada, la piel de un tono intermedio que en verano siempre se tostaba como una almendra y unas curvas bastante aceptables salvo sus pechos. Para mi gusto eran demasiado pequeño. Me gustan los pechos grandes, tirando a enormes realmente, y mi esposa nunca había pasado de una copa A, una B siendo muy generosos. Tampoco era demasiado alta y muy clásica a la hora de decorar su cuerpo. Pero en conjunto era atractiva, y cuando sonreía tenía unos hoyuelos realmente bonitos en sus mejillas. Cuando la abrí la puerta, sin embargo, estaba sombría, ceñuda y con nuevas arrugas de preocupación en su cara. Asombrado por el cambio que se apreciaba, aunque un poco pagado de mi mismo al ver cómo se habían cambiado las tornas, la dejé pasar al salón donde la serví un café y aguardé educadamente a que hablase.
—Josua… tengo problemas.
—Bueno, es evidente. Cuéntame qué te pasa y si está en mi mano intentaré ayudarte.
Se quedó callada un buen rato. Pude apreciar que, aunque había perdido peso seguía estando ligeramente gordita, con formas contundentes. Se había cortado el pelo y ahora lo llevaba por los hombros, igual que cuando nos conocimos. Si lo había hecho a propósito para que me compadeciese de ella o era algo fortuito no podía decirlo. Me mantuve silencioso dándola su espacio. Finalmente se resolvió a hablar y fue directa al grano.
—Tengo problemas de dinero. El… hombre con el que estuve me ha estafado. Me hizo invertir en su negocio, pero no hizo más que acumular deudas y más deudas. Se ha ido con el dinero, no tengo forma de encontrarlo y encima puso todo a mi nombre. Debo muchísimo dinero y si no pago iré a prisión.
—¿Has venido solo a pedirme dinero? — Intenté controlar la voz, pero estaba molesto, muy molesto. Se había vuelto a presentar en mi vida y lejos de hacerlo por mí, lo hacía por mi dinero. Por lo menos parecía avergonzada.
Juro que hasta ese momento no había albergado ideas de venganza por la humillación sufrida, lo juro con toda mi alma, y si acaso las había albergado había intentado controlarlas y no dar rienda suelta a mis sentimientos. Pero en aquel momento me sentí sobrepasado y comencé a trazar un plan para desquitarme por todas las ofensas, reales o imaginadas, que había vivido a lo largo de los años. Comenzando por los cuernos.
—Jamás te hubiera molestado si no me viese tan desesperada. Sé que lo que hice estuvo fatal, pero estoy realmente necesitada de un amigo.
—No soy tu amigo, pero te prestaré el dinero. — La cara se la iluminó como si desde detrás de las nubes hubiese salido el sol. La di unos cuantos segundos y después solté la bomba que había estado reservando para mí. — Aunque ese préstamo no te saldrá gratis. Si aceptas el dinero aceptas también convertirte en mi esclava, si la idea no te gusta ya sabes dónde está la puerta… y la cárcel.
Toda la alegría desapareció de su rostro para terminar estallando en lágrimas. La dejé desahogarse a solas y contacté con mi abogado para saber si había alguna forma que me permitiese atarla económicamente para que no pudiese echarse atrás en cuanto recibiese el dinero. Finalmente resolvió que la mejor manera sería fraccionar la deuda por cuantías mensuales pequeñas, de no más de cien o doscientos euros a lo sumo. De este modo ella tardaría años en pagarlo todo y yo podría divertirme. Del mismo modo resolvimos transferir el dinero de la deuda a una cuenta extra con la retirada de dinero limitada a la cuantía exacta del pago de la deuda por meses, con una retirada única por mes y a mi nombre, de forma que no pudiese acceder al dinero sin mi permiso y sin mi autorización en el banco. Era mucho dinero, pero sin duda alguna me permitiría desquitarme con ella por todo lo que me había hecho. La iba a convertir en la mujer que siempre supe que podría ser si se esforzaba: mi esclava soñada.
Me envió los borradores del acuerdo directamente a mi correo y tras imprimirlos se los presenté. Se había serenado lo bastante como para poder leerlos, aunque las manos la temblaban tanto que tuvo que releer las páginas unas cuantas veces. Mi abogado era bueno, no había dejado un solo cabo suelto. Cuando comprendió que la tendría atrapada durante bastantes años de nuevo se echó a llorar, dejando los papeles en la mesa e implorando.
—No puedes hacerme esto, es mezquino…
—No más que poner los cuernos al que ha sido tu marido, engañarle, humillarle y darle la patada para después volver a ver qué sacas porque tu polvo te ha follado y se ha largado con tu dinero. Si no quieres firmar, no lo hagas. Eres adulta y consciente de tus decisiones, como lo fuiste cuando me pusiste los cuernos.
Sus sollozos me proporcionaban un placer vengativo. Me mantuve inflexible mientras la veía derrumbarse y humillarse. Conteniendo las lágrimas aceptó acudir mañana a primera hora a solucionar todo el tema de los papeles y poner en orden su situación legal. Ni siquiera se la pasó por la cabeza mencionar que un acuerdo así también podía perjudicarme a mí, al fin y al cabo, si la retiraba mis fondos ella iría igualmente a la cárcel. Y mentiría si dijese que no conservábamos al menos un rescoldo de cariño el uno por el otro, aunque en mi caso iba redirigido a verla convertida en mi esclava y no mi esposa.
Ese mismo lunes fuimos con mi abogado y todo quedó pendiente de que lo aceptasen los acreedores de mi exmujer. No pusieron pegas, era mejor que pagase, aunque fuese poco a poco, a que fuera a la cárcel y no recibieran el dinero por no tener forma de pagar. En cuanto el primer pago se ingresó en sus cuentas, mi exmujer se trasladó a mi nuevo domicilio y el que sería el suyo. Por orden mía no traía ropa, solo un pequeño bolso con sus útiles de aseo básicos. La dejé pasar y me la quedé mirando. Mantenía la cabeza gacha y se la veía claramente avergonzada, justo como había tenido que presentarme yo ante mis amigos y familiares por su culpa.
—Sígueme, Mónica. Voy a enseñarte dónde vas a dormir a partir de ahora siempre que no te quiera calentándome la cama.
Me siguió sin decir palabra. Era evidente que esos días en que no la había visto se los había pasado mentalizándose del cambio de vida que la esperaba. Sin decirla nada más la enseñé su dormitorio: un pequeño cuarto que había pensado convertir en estudio para las visitas y que apenas contaba con el mobiliario básico.
—El despertador está programado para las seis. Quiero el desayuno a las siete y media todos los días, si te retrasas, aunque sea un solo día, lo pagarás caro. En esa pizarra blanca te puedes organizar tu horario como quieras para no olvidarte de ninguna de las tareas que te mande. No podrás tener más ropa que la que yo te compre y tampoco puedes tener ordenador o móvil más que cuando yo te deje, así no tendrás la tentación de engañarme de nuevo.
—Sí.
—Otra cosa, nada de responder con un “sí”. Responderás con un “sí, señor” a todo lo que te pida.
—Sí señor.
—Buena chica. En ese armario tienes el uniforme que tienes que llevar a diario en casa, y en el otro lado la ropa que puedes llevar si te saco de casa a dar un paseo. Mañana tenemos cita en el centro de estética para hacerte unos cuantos arreglos. Por ahora te voy a dejar para que te cambies. Si necesitas usar el baño, el tuyo es el que está en frente del pasillo. Te espero abajo en quince minutos.
En ese momento la dejé a solas para cambiarse, deseaba ver cómo se las apañaba con el que sería su uniforme de ahora en adelante. Me senté cómodamente en el sofá y encendí la tele cambiando entre los canales hasta quedarme con una serie policiaca bastante antigua pero que había envejecido bien. He de decir que el capítulo estaba interesante y si no llega a llamar con los nudillos a la puerta no me habría percatado de su presencia en el umbral de la puerta, con las mejillas rojas y evidentemente incómoda por lo que tenía que llevar.
Su uniforme era el típico de doncella, pero le había mandado modificar y ahora el corpiño estaba pensado para apretarse realzando la cintura y permitiendo que la pudiese agarrar con comodidad en caso de querer follarla, lo que, para mí era genial, pero a ella la restringía bastante los movimientos. Dejaba al aire sus escasos pechos y los realzaba magníficamente al bordear todo el hueco del pecho con una puntilla delicada y fina como la de la lencería cara. La falda rígida y algo acampanada solo cubría su culo y si se agachaba o movía, algo que tendría que hacer para limpiar, podía ver perfectamente toda su zona íntima. Unas medias blancas a medio muslo se sujetaban con un liguero y calzaba unos taconazos negros a juego con el vestido, de dieciocho centímetros de tacón de aguja. Realmente los tacones tenían una pequeña plataforma, por lo que resultaban más cómodos, pero el tacón tan fino y su falta de costumbre a la hora de llevarlos la causarían un buen dolor de pies las primeras semanas. Por supuesto no podía llevar ropa interior. La había dado también unos guantes blancos de algodón que debía llevar salvo que la ordenase lo contrario. Se había recogido el pelo en un moño y se había fijado en la cabeza la cofia con las horquillas que la había dado. Estaba guapa, pero sobre todo sexy y sumisa.
—Te sienta bien esa nueva imagen. Siempre te quejabas de que a veces te trataba como una criada y ahora lo eres. — Pude ver cómo la humillaban mis palabras y me regodeé con ello. —Quiero que limpies bien todo el salón y prepares la comida. Si te llamo quiero que acudas cuanto antes. Puedes irte.
La observé recoger los útiles de limpieza y cómo empezaba a obedecer mis órdenes tambaleándose sobre esos tacones tan altos. Verla ir de un lado a otro atendiendo a los quehaceres domésticos era algo erótico, sobre todo porque lo hacía obligada por el lío en que ella solita se había metido y porque ese firme y lleno trasero meneándose bajo esa escasa falda resultaba demasiado tentador. No tardé en perder el hilo de la serie mirando sus pechos moverse de un lado a otro. Mañana mismo me informaría de las opciones que había para agrandárselos, quería unas tetas grandes y jugosas en mi nueva sirvienta. Esperé a que se pusiera a hacer la comida y entonces la llamé.
—Mónica, ven aquí.
Apareció todo lo deprisa que sabía caminar sobre aquellos tacones y se detuvo delante de mi con la cabeza gacha.
—¿Qué desea, señor? —Podía decir sin temor a equivocarme que había escupido esas palabras.
—No me gusta nada ese tono, cámbialo inmediatamente.
—Sí, señor.
—Vas a traerme una cerveza fría inmediatamente, no me traigas vaso.
Fue a la cocina y me reí para mis adentros. Siempre la había molestado que la pidiese una cerveza o un aperitivo mientras veía la tele y ahora tenía que traérmelo y ponerme buena cara. Cuando volvió me desabroché la bragueta y sacando mi polla del pantalón chasqueé los dedos y me dispuse a cumplir una fantasía que tenía desde hacía tiempo.
—Ponte de rodillas y cómeme la polla, vamos.
Se quedó impactada un minuto, iba a repetirme cuando lentamente dobló las rodillas y sin decir nada se metió toda mi polla en la boca, que comenzó a crecer haciéndose más grande casi de inmediato. No tengo un mal tamaño, diecisiete centímetros y bastante gruesa, pero supongo que no era suficiente para ella. Dando sorbos a la cerveza disfruté de la mamada, notando casi de inmediato que la muy guarra había mejorado en eso. Acariciaba el capullo con la lengua antes de tragarla entera y se tomaba su tiempo acariciando los huevos mientras la metía y la sacaba de su boca. Ella no decía nada y yo ni la miraba, como si no fuese más que un mueble destinado a darme placer. Sentía su suave lengua pasar por toda mi longitud y como a veces se tomaba un descanso acariciándola solo con la mano mientras me lamía los huevos. Me estaba llevando al límite y no pensaba avisarla. En cuanto se la metió en la boca la sujeté la cabeza y comencé a correrme en su boca. No había durado mucho pero tampoco me había esforzado por ello.
—Traga.
No dijo nada, pero cuando la hice abrir la boca toda mi corrida había desaparecido. La indiqué que podía irse y se puso de pie tambaleándose. Antes de que se alejase la agarré del uniforme y separando sus piernas la metí un dedo dentro, comprobando que se había mojado entera. Antes de nuestro divorcio era más bien clásica en la cama, por lo que al menos eso se lo debería agradecer a su amante.
—Eres una guarra. Hazme la comida y tráeme antes otra cerveza.
—Sí, señor.
Por desgracia no pude seguir disfrutando de mi sirvienta porque, como me había cogido el día siguiente libre para poder ir con ella al centro de estética, tenía que terminar el trabajo pendiente y eso me llevó toda la tarde. A la noche además tuve una cena de negocios fuera de la ciudad y cuando volví a casa era tan tarde que me fui directo a la cama. Cuando sonó el despertador me recibió el rico aroma del café recién molido y los huevos revueltos. Siempre me ha gustado desayunar abundante para tener un buen día, pero casi siempre se negaba a hacer algo que no fuesen tostadas. Estaba claro que ser una sirvienta a mis órdenes la mejoraba mucho. Salí de la cama y fui a desayunar a la cocina recreándome en la visión de ese firme trasero mientras Mónica trasteaba con la cocina. Ella solo se había servido un café como era su costumbre.
—En cuanto desayunes quiero que te vistas para salir. Tenemos cita a las diez en un centro de estética especializado en modificaciones corporales, por fin vas a aceptar ese aumento de pecho del que no querías ni hablar.
—Un aumento de pecho me parece excesivo Josue, ¿no podríamos hablarlo?
—Claro, — dije sonriente y sin inmutarme— ¿Quieres hablar de cómo vas a pagar tu deuda si no recibes mi ayuda? ¿O prefieres hablar de cómo acabarás en prisión si no pagas?
—No, no es necesario. — Se quedó callada dando sorbos al café antes de darme una respuesta. —El aumento de pechos está bien, pero no quiero operarme.
—Miraremos algún método natural, yo tampoco quiero que te operes.
Terminé de desayunar y, al ver que tenía la cocina recogida, la agarré del brazo y la llevé conmigo a mi cuarto de baño, muchísimo más grande que el de ella. La quité el vestido casi de manera frenética y apoyándola contra el lavabo comencé a meter dedos en su coño, sin quitarla las medias ni los tacones. Gemía y se retorcía incómoda, estaba muy seca y la costaba aceptar dentro mis dedos. Pellizqué sus pezones y sus escasos pechos y sacándome el pijama empecé a frotarme contra ella. Siempre había sido generoso en el sexo, pero ahora mismo solo me apetecía buscar mi placer. Azoté su precioso culo y seguí frotándola. Empezaba a mojarse y a gemir sin parar. Se había vuelto una cerda y me encantaba en el fondo. Azoté su culo con mi polla y sin avisarla se la clavé de una, buscando mi excitación y mi placer únicamente. Lo que no esperaba era la reacción tan apasionada que tuvo. Casi gritando de placer comenzó a moverse conmigo, su vagina estaba empapada y resultaba tan cálida y suave como la recordaba, quizá incluso mejor. Me moví con fuerza entrando y saliendo de ella cuando se me ocurrió probar algo que siempre había deseado y jamás me había dejado. Sacando mi polla de su coñito la apoyé sobre su ano, empezando a frotarla contra su agujero. Me asaltó la duda de si se habría dejado follar por el culo por otro y una rabia sorda comenzó a inflamarme desde dentro. Abofetee su culo e iba a entrar de golpe cuando me detuvo.
—¡No! Por ahí no, no lo he hecho nunca y me desgarrarás. Josue por favor, detente.
Sus palabras me llenaron de orgullo, nadie había profanado ese rotundo culo por el que siempre había suspirado. Aplacado por aquello metí mi dedo en su ano, abriendo su esfínter poco a poco. Sus gemidos sonaron con más fuerza y esta vez no intentó detenerme. Volví a meter mi polla en su coño, clavándosela hasta el fondo y moviéndome como si desease partirla en dos. Estaba tan mojada que sus fluidos escurrían hasta empapar mis huevos solo del roce contra su raja. Metí un segundo dedo dentro de ella y los separé en V para abrirla más, acostumbrando su virgen culo a tener algo dentro. Cuando juzgué que era suficiente preparación coloqué la punta de mi polla en su ano y entré de una. Gritó e intentó zafarse, pero la agarré de las caderas y comencé a moverme casi desde el principio, sabiendo que todo lo que sentía lo sentía por primera vez y era gracias a mí.
—Calma putita, calma. Con lo que te gusta la polla verás como esto te acaba gustando.
Azoté esas nalgas has marcar en ellas mi mano y agarrándola por las caderas fui más deprisa. Escuchaba sus gemidos mezclados con el entrechocar de nuestros cuerpos y mis jadeos mientras me la follaba. Su culo estrecho engullía mi polla sin descanso y apenas podía contenerme para no llenárselo ya de leche. Intentando abstraerme la pellizqué los pezones para hacerla gritar y gemir, pero aquello también contrajo su esfínter, por lo que sentí como me ordeñaba la polla mientras me corría dentro de ella, largando espesos chorros de leche. Pese a tomar la píldora siempre me había hecho ponerme condón porque decía que la sensación de que me corriese en ella le daba asco. Agarrándola de las nalgas la di dos fuertes empellones al terminar y me separé de ella para poder ver su culo, bien abierto y lleno de mi leche. Gemía al borde del orgasmo y ya iba a meterla mis dedos para que se corriese cuando me lo pensé mejor y la dejé así.
—Ve a la ducha o llegaremos tarde. No tienes permiso para tocarte o correrte, eso es solo cosa mía. Si me desobedeces sabes a lo que te expones.
—Sí, señor.
Recogió su ropa y se marchó, humillada. Su culo recién desvirgado seguía abierto e iba chorreando leche. Aún medio empalmado por la follada que la había metido me duché y me vestí con un vaquero y una camisa de antes de casarme. Con el divorcio me había apuntado a un gimnasio y había recuperado mi físico de cuando era joven, por lo que me veía bien y con confianza. Iba a darla una voz para que se apresurase cuando vino vestida con un llamativo vestido rojo de amplio escote, con una falda escasísima y tan ceñido que ni un solo rincón de su cuerpo quedaba a la imaginación. Iba subida a unos tacones de aguja rojos y no llevaba más que un reducido bolso con su documentación. No había sujetadores en su armario por lo que no podía llevar ninguno, pero metiendo las manos por debajo de su falda subí esta hasta su cintura y revisé su elección de ropa interior, encontrándome con un tanga de hilo negro muy favorecedor.
Montamos en mi coche y conduje en silencio y sin hablar hasta el centro de estética. Era obvio que seguía con dudas sobre someterse a un tratamiento de belleza de mi elección, pero yo no estaba dispuesto a echarme atrás. Llevaba años fantaseando con las chicas perforadas y con las tetas enormes y ahora se me presentaba la oportunidad y no iba a dejarla escapar. Aparqué en un aparcamiento subterráneo y abrí la puerta a mi ex para que pasase y nos quedamos esperando en un sofá de cuero blanco frente a una mesita de cristal que contenía revistas dedicadas a los tatuajes y los piercings. Me entretuve echándoles un vistazo hasta que una chica muy guapa nos hizo pasar a una pequeña sala con una silla ginecológica y una camilla.
De pelo rubio recogido en una elegante trenza solo parecía llevar una bata blanca bastante corta y unos tacones de aguja muy elevados. Iba maquillada de forma que realzaban sus rasgos, pero lo que más captó mi atención fueron sus pechos. Fácilmente usaba una copa D y al menos una 110. Al llevar los primeros botones de la bata desabrochados podía ver un generoso escote y unos tatuajes delicados y femeninos en tinta dorada que dirigían invariablemente la mirada hacia su hermosa delantera.
—¿Qué desea hacerse la señora?
—Verá, señorita. Mi mujer y yo estamos metidos en… fetiches de bondage. Nos gustaría algo lo suficientemente resistente como para poder atar sus pechos con ello. Quizás unos aros.
—No se preocupen, tenemos un amplio catálogo de aros o piercings especiales, pero si son los primeros que se hace mejor empezar por los aros sencillos.
De debajo de la camilla sacó una bandejita dividida en compartimentos. Estaba llena de aros cerrados más o menos simples, con bola, lisos, con adornos, sin ellos, de oro, de titanio… La chica debió notar mi incertidumbre al elegir porque me dirigió una sonrisa tranquilizadora.
—Lo mejor sería elegir unos acordes con su tono de piel. Si hace el favor de desnudarse, señora, podremos ver bien cuáles encajan con usted.
Me dirigió una mirada de duda, pero asentí apenas con la cabeza. Se puso de pie y se quitó el vestido, la única pieza de ropa que la había permitido llevar. Quedó completamente desnuda delante de la chica que no pareció inmutarse. Sin duda estaban acostumbrados a satisfacer fetiches de este estilo. Tenía sus pezones tiesos por el frío o por la excitación y sus pechos pequeños se veían ridículos al lado de los pechos de la rubia que nos atendía. Vi una buena ocasión para comentar otro de mis más ansiados sueños antes de que siguiéramos con lo de los aros.
—Nos gustaría consultar un aumento de pechos, los tiene demasiado pequeños. El dinero no es problema, pero no sé si se podrá buscar un método natural y que además sea compatibles con los aros.
—Por supuesto que sí, yo me hice los míos y estaba ya anillada. — Ese comentario me puso a mil y tuve que cruzar las piernas para que no notase mi erección de caballo, mi mujer la notó y se revolvió incómoda en la silla. La conocía y sabía que se estaba poniendo cachonda. —El método que nosotros empleamos son unas inyecciones de hormonas que estimulan el crecimiento de los pechos, quedan muy firmes y muy naturales, aunque se aumenten hasta copas grandes. Si quiere podemos ponerla la primera inyección hoy y dentro de una semana la siguiente hasta que ambos queden satisfechos.
—Pues si es tan amable sí.
Dejó la bandejita con los aros sobre la camilla y sacó un frasco pequeño y una jeringuilla con una aguja bastante grande. Pude ver a Mónica palidecer y echarse a temblar, pero no la dejé amilanarse. La apreté el brazo con suavidad y pareció serenarse, sabiendo que debía cooperar.
—No se asuste, solo es un pinchazo y no con toda la aguja.
La hizo tumbarse en la camilla y tras colocarse en las manos unos guantes de látex, sin vacilar ni un instante, inyectó las hormonas en sus minúsculos pechos. Los suyos se bamboleaban con sus movimientos y no podía esperar a ver a mi ex con unos pechos semejantes sirviéndome por toda la casa, haciendo mis tareas y usándolos para masturbar mi polla. Cuando la inyectó la dosis se los masajeó con fuerza y los apretó y soltó hasta que estuvieron rojos.
—Asegúrese de masajeárselos con fuerza al menos cinco minutos al día, es algo doloroso al principio, pero no se preocupe, no pasa nada. Pronto notará que comienzan a hincharse. Es posible también que los sienta más sensible y aumente su deseo sexual, son los únicos efectos secundarios. Volviendo al tema de los aros, les recomiendo los de oro, esos siempre favorecen.
—Nos interesa un anillado completo como el que he visto en la sala de espera, un anillado en rombo.
—¡Ah! En nariz, pezones y clítoris. Es una elección excelente y da mucho juego, además siempre puede aumentarse con el tiempo con aros en los labios vaginales o probar quizá los aros microdermales.
—Por ahora nos quedamos con el rombo, ¿verdad, Mónica?
—Sí, eso.
—Recomiendo el grosor mediano. Con los pezones pequeños aún como los suyos es mejor unos aros de grosor medio. Siempre se pueden cambiar por unos más finos después o agrandar la perforación.
—Me parece bien. Y disculpe, no la hemos preguntado cómo se llama.
—Nerea. Por favor, señora, túmbese y deje las manos a sus costados.
La chica sacó de un mueble metálico que me había pasado desapercibido unas pinzas rematadas en un aro que fijó a los pezones de mi ex, que mantenía los ojos fuertemente cerrados. Vi cómo preparaba cuatro agujas preparadas para perforar y como desinfectaba primero la nariz de Mónica, que se echó a temblar. Elegí de la caja unos aros simples pero que una vez cerrados no podían abrirse. Con mano experta anilló la nariz de mi exmujer que soltó un pequeño chillido mientras gruesas lágrimas corrían por sus mejillas. Me encantaba humillar así a esa zorra que se había creído lo suficientemente superior como para engañarme y después esperar que la diese mi dinero a cambio de más humillación. Nerea desinfectó sus pezones y pasando la aguja anilló cada uno de ellos sin darla apenas tiempo a recuperarse de la nariz. Movió los tres aros que ya estaban colocados para garantizar que el agujero estaba bien abierto y la ayudó a incorporarse.
—Necesito que pase a la silla, señora. Procure abrir bien las piernas.
Mónica se sentó entre sollozos, Nerea era delicada con ella, pero era evidente que ser anillada resultaba doloroso. Nerea apartó sus labios descubriendo su clítoris y colocando más pinzas para mantenerlos separados. Siempre había ido depilada, pura coquetería. Masajeando delicadamente el clítoris de mi exmujer descubrió la parte sensible. No lo tenía demasiado grande y aquel aro iba a sobre estimularla de forma casi continua. En lugar de ser perfectamente redondo le había elegido ligeramente ovalado de forma que cualquier movimiento estimulase todas las terminaciones nerviosas.
—Tome aire, señora.
Mónica obedeció, con las piernas temblando por el nerviosismo. Nerea clavó rápidamente la aguja y en cuanto pegó un grito el aro ya estaba cerrado en su clítoris. Había vuelto a llorar de nuevo y se agarraba con fuerza a los brazos de la silla ginecológica mientras temblaba y jadeaba. Entre no haberla consentido el orgasmo antes y lo de ahora estaba absolutamente empapada y todo su coño brillaba lleno de fluidos.
—Ya está. Podéis mantener relaciones sexuales sin problema, pero cuidado si usted lleva algún adorno.
—No llevo nada. Mientras mi mujer se cambia ¿podría enseñarme el catálogo de cadenas y adornos para los aros que tenéis?
Dejé a Mónica tranquila, acababa de anillarse para complacerme y sabía que necesitaba asimilar que su cuerpo ya no la pertenecía y que pronto se despediría de esos pechos tan enanos. Mientras charlaba con Nerea acabamos intercambiando teléfonos, esos pechos me ponían demasiado y no pensaba limitarme a mi ex. Acabé eligiendo unas cadenas doradas para adornar los nuevos aros de mi sirvienta y la recogí ya vestida en recepción, donde abrí cuenta para que la tratasen siempre en este centro. Nos tendieron un panfleto con los cuidados de los aros los primeros días y finalmente volvimos al coche. Nada más entrar dentro del vehículo me lancé sobre mi ex y entrando con ella al asiento trasero comencé a masturbarla su recién anillado clítoris.
Gritaba, a medias entre el placer y el dolor. El anillado era todavía demasiado reciente pero ahora su clítoris quedaba siempre expuesto y ella estaba muy cachonda. La subí el vestido por encima de la cintura y bajando el escote la apreté los pechos hasta que gimió y me clavó las uñas en la espalda. Abofeteé su rostro y la besé con absoluta pasión. Metí la lengua en su boca y jugué con la suya mordiéndola y moviéndola. Buscaba mi polla como una desesperada y tenía el coño tan empapado que mis dedos entraron solos en él, hasta el fondo. Saqué mi polla y tras hacerla lamer los dedos que la había metido entré en ella de una, follándola en el coche como a una cualquiera.
—Eres una puta, eres mi puta, mi zorra. Mira como pides polla.
—¡Soy tu puta, soy tu zorra!
—Sí, y pronto vas a tener unas tetas como las ubres de las vacas. Te haré tocarme la polla con ellas hasta que te llene la cara de mi corrida a todas horas.
Jamás había visto a mi ex así mientras era mi mujer. Estaba ansiosa, insaciable, ni siquiera podía responderme. Seguí empujando, bombeando dentro de ella mientras acariciaba sus pechos, feliz al saber que pronto serían como yo siempre había deseado. Ella mantenía los ojos cerrados y pronto estalló en un orgasmo tan intenso que no pude contenerme y dejé que me ordeñase, sacándome toda la leche con su estrecha vagina.
—¡Lléname, te lo suplico! ¡Haz que me corra otra vez!
Pese a que adoraba verla así me limité a sacar mi polla de su boca y a dársela a lamer. Aceptó con bastante gusto el limpiarla, dejando toda mi polla limpia y preparada para follarla otra vez. La sequé contra su cara y su pelo y dándola un fuerte azote la hice bajar del coche medio desnuda.
—Vamos, puta. Sube de nuevo al coche, tienes mucho que hacer en casa todavía y parece que yo tengo mucho que enseñarte aún.
Se subió al coche tras recolocarse la ropa y no la dejé decir nada durante todo el viaje. Sus fuertes jadeos me indicaban que la vibración del coche bastaba para darla un intenso placer, sin embargo, yo estaba “enfadado” con ella por atreverse a desobedecer una orden directa mía: llamarme siempre señor. La muy zorra se había olvidado de que ya no era nada salvo mi sirvienta. Además, se había corrido sin permiso, y antes que yo. Eso merecía un castigo muy severo. Empecé a pensar en cómo castigarla y descarté los golpes físicos por el momento, quería algo más rápido para que pudiera hacer las tareas de la casa mientras. Según aparcaba en casa iba definiendo un plan para castigarla y que seguro que la quitaba las ganas de volver a desobedecerme.
—Cuando bajes del coche te desnudas y entras en casa solo con los tacones. Si no llevas tu uniforme solo puedes ir desnuda.
—Sí, señor
—Quiero que vayas directa a la cocina y me esperes ahí, has desobedecido mis órdenes varias veces y eso se merece un buen castigo. Quiero que esperes en la cocina, subida a la encimera y con las piernas abiertas.
Aparqué despacio y en cuanto el motor estuvo parado del todo se desnudó como la había pedido. Tenía los pezones duros y podía ver su clítoris anillado asomando a través de sus labios. Por su cara no podía dar dos pasos por el placer mezclado con el dolor que estaba sintiendo. Mientras me cambiaba en la ropa que uso para estar por casa podía oír sus tacones por la casa en dirección a la cocina. No esperaba encontrarla en la encimera, pero la encontré. Justo como se lo había pedido. Era obvio que se estaba entregando cada vez más a su nuevo papel en la vida como mi doncella y que a ambos nos gustaba el cambio. Abriendo la nevera saqué una raíz de jengibre que solía emplear en mis guisos orientales y rallé un poco, no demasiado. Unté un plug expandible con el jengibre y manteniéndolo cerrado lo metí en su ano, donde lo solté y se abrió, dilatando su orificio de inmediato y potenciando el ardor del jengibre. Comenzó a gemir y lloriquear suplicándome que se lo sacase.
—¡Sáquelo, señor! Por favor, es demasiado intenso, nunca me habían abierto el culo así.
—Mejor para mí, perra. Lo tendrás puesto al menos media hora, ponte a limpiar si no quieres otro en tu coño.
Sin vestirse recogió sus útiles de limpieza y comenzó a pasar el polvo de las estanterías de casa. Yo me fui a mi estudio a trabajar. Me absorbí tanto en el trabajo que no me di cuenta de que había pasado más de media hora. Llamé a mi sirvienta que se presentó solo con los tacones y jadeando por el escozor de su culo. Se inclinó hacia mi sin que la dijera nada y separó sus nalgas con las manos.
—Por favor, señor, he aprendido la lección.
—¿Seguro? Bueno, supongo que si no es así siempre podré castigarte de nuevo.
Saqué el plug de su ano que quedó maravillosamente abierto. Estaba irritado por el jengibre y palpitaba, igual que la erección que se formaba de nuevo en mis pantalones. La agarré de las caderas y poniéndome un condón (no pensaba exponerme a irritarme yo también con el jengibre) entré en su culo, su glorioso culo. Apreté sus pechos y froté los pezones hasta que noté los aros que los atravesaban, los pellizqué con fuerza y moví los aros haciéndola gritar. Comencé a darle fuertes estocadas, penetrando su ano como si no hubiese mañana. La sentía gemir y retorcerse de placer y sabía que si la dejaba alcanzaría de nuevo el orgasmo, algo que no iba a permitir. Tiré de su aro hasta que gritó de dolor para evitar que se corriese y seguí gozando de su ano. A partir de ese momento llevaría siempre un plug, follarla después de haber estado abierta era una delicia.
Azoté sus nalgas y me corrí como una bestia dentro de ella. El condón era molesto después de haber estado follándola sin él, pero me le quité y dándole la vuelta se lo lancé contra su cara. Una visión humillante para ella y con la que disfruté enormemente. La di un beso posesivo y busqué un plug limpio para no dejar que su culo se acostumbrase de nuevo a estar cerrado.
El mes pasó más o menos igual. Poco a poco fui asignándola más tareas y permitiéndola menos errores. A fin de mes nuestra nueva relación había progresado tanto que incluso habíamos ido a comprar nuevo mobiliario para una mazmorra de juegos que estaba montando en uno de los estudios del segundo piso del chalé. El tratamiento para sus pechos daba sus frutos y las inyecciones semanales la habían aumentado hasta una copa C y una talla 100, enormes, pero no suficientes. Su anillado y sus aros habían cicatrizado bien y ahora además solía llevar pequeños adornos colgando de ellos. Sin embargo, había reservado una nueva sesión en el centro de estética para hablar de aumentárselos más. Poco a poco iba pagando su deuda y todo empezaba a encauzarse, aunque no la había perdonado la infidelidad ni me encontraba más cerca de hacerlo.
Nerea nos recibió como siempre, se había convertido en nuestra asesora de confianza en temas de estética y además en una buena amiga con la que había tenido más de una noche de pasión mientras mi exmujer observaba desde el armario, todo esto sin que Nerea lo supiese, por supuesto. A ella la excitaba la idea de ponerla los cuernos a mi mujer y a mi me gustaban sus pechos. Todos ganábamos.
—Buenos días, veo que el tratamiento de aumento ha ido bien. —Masajeaba los pechos de mi ex para la que estar desnuda delante de Nerea era ya algo normal. Confiaba en poder hacer algún trío con ellas alguna vez.
—Sigo viéndolas pequeñas Nerea, ¿hay alguna manera de aumentarlas más?
—Claro que sí. Podemos pasar a una terapia con más concentración, pero ya conoces los efectos secundarios.
—Nos arriesgaremos.
Nerea asintió sonriente como siempre. Preparó las inyecciones y apretando a mi ex por los pezones se las inyectó para pasar a masajearlas. Debía reconocer que esas tetas de las dos me ponían demasiado, así que agarré a Nerea delicadamente por el codo y sobando sus enormes ubres la pegué a mí.
—Oye Nerea, he pensado que quizá podríamos… hacer un trío entre los tres. Tengo entendido por tu página de Instagram que también te atraen las mujeres.
—¿Queréis un trío, chicos? Lo cierto es que sus tetas han mejorado mucho. ¿Qué tal esta noche? Así me enseñas ese nuevo cuarto del que has estado presumiendo, yo llevaré juguetes.
Nos despedimos con un beso y mientras mi ex se vestía pagué los nuevos accesorios. Conduje hasta casa y lancé a mi ex sus nuevos accesorios. Estaba deseando tener a las dos en torno a mi polla, con esas cuatro grandes tetas para mí solo.
—Hoy tómate el día libre, pero espero que estés lista para las ocho de esta tarde.
Me centré en el trabajo y la dejé a su aire hasta que fui a vestirme a las siete y media. Mi ex aguardaba con dos cadenas finas de oro colgando de los aros de sus pezones y los unían al de su clítoris y el aro de su nariz llevaba un enganche para poder atar una correa. Unos tacones dorados de aguja remataban todo su atuendo y se había recogido el pelo en una coleta como la había indicado. Esa noche también debía servir a Nerea, sería la primera experiencia lésbica de mi ex y esa idea nos calentaba a ambos.
Puntual como un reloj suizo, Nerea llamó la puerta a las ocho de la tarde. Estaba espectacular con su pelo rubio recogido en una trenza, un vestido ceñido de color negro que apenas cubría sus generosos pechos tatuados y unos tacones de tiras. La di un beso cordial y mi ex la saludó con una inclinación, enseñándola después el enorme plug metálico que llevaba en su ano. Aunque por fuera solo se veía una joya dorada, por dentro era enorme.
—Sí que está bien entrenada.
Su comentario me llenó de orgullo mientras veía como Nerea se acercaba a mi ex y comenzaba a besarla, apretando sus pechos y tirando de las cadenas de sus pezones para que tirasen también de su clítoris. Mónica empezó a gemir y llevó las manos, tímida, a los pechos de Nerea, comenzando a moverlos y a apretarlos. Mi polla empezaba a reventar dentro de los pantalones así que me quedé desnudo y me pegué a ambas que dejaron de besarse para abrazarme. Fuimos así agarrados hasta el cuarto que ahora era mazmorra y sin aguantarme más casi arranqué a Nerea el vestido para poder ver sus fabulosas tetas. Como si tuviesen telepatía ambas se arrodillaron y rodearon mi dura polla con esos cuatro globos enormes. Se turnaban para lamerme la cabeza mientras me masajeaban toda la erección. Agarré sus recogidos y empujé su boca contra mi polla alternándolas. Ambas gemían y las ordené meter los dedos en el coño de la otra.
—Que dos putitas tengo, todas para mí.
Ambas siguieron lamiendo y gimiendo, como si mi polla fuese lo más delicioso del mundo. Acaricié su pelo y gimiendo sin parar comencé a soltar mi leche en su cara. Nerea y Mónica comenzaron a lamer mi corrida de la cara de la otra y mientras metía la polla dentro de la boca de Nerea, ordené a Mónica lamer mi ano. Se aplicó a ello con verdadero entusiasmo mientras yo subía al séptimo cielo. Siempre había querido tener a dos putitas atendiendo a mis caprichos sexuales.
—Nerea, cielo, ayúdame a atar a Mónica cuando termine de comerme el culo.
Nerea gimió y siguió tragando mi polla que no había bajado, aquellas dos chicas me mantenían a mil. Me retiré y entre los dos atamos a Mónica a una cama. Ayudé a Nerea a sentarse encima de su cara y Mónica comenzó a comer el primer coño de su vida. Nerea gemía y se movía cabalgando la cara de mi ex que se tocaba de manera frenética. Su coño estaba empapado y parecía que me llamaba para que entrase en él. Sin contenerme más entré de una y comencé a follarla con fuertes empellones, deseando llegar hasta su útero si era preciso. Entre Nerea y yo tirábamos de sus cadenas y sus gritos quedaban amortiguados por el coño de Nerea que la empapaba la cara de fluido. Besaba a Nerea sin dejar de sobar sus tetas cuando se levantó poniéndose un arnés con un enorme dildo. Nos miramos un momento y agarrando a Mónica del pelo la moví para que tanto Nerea como yo pudiésemos entrar en ella a la vez que empezó a agitarse.
—¡Es demasiado! No, por favor. ¡Me partiréis en dos!
—¡Silencio, zorra!
Nerea retiró el plug de un tirón y entró ella. Agarré sus tetas y las de Mónica y soltando las cadenas del clítoris las enganché a los aros de Nerea que gritó al sentir como se estiraban sus delicados pezones. Volví a moverme dentro de mi ex que gritaba ahora de nuevo de placer y Nerea hizo otro tanto. Me pasó otro dildo enorme y lo metí en la boca manteniendo sus tres agujeros ocupados mientras nosotros nos besábamos sin dejar de follarla. Pese a que me había corrido hace poco volví a tener ganas de hacerlo. Sentía que mis bolas iban a quedar exprimidas y resecas cuando caí en que Nerea no tendría ese problema y en una máquina que había cogido hace poco. Con una maquiavélica idea en mente imprimí más velocidad a mis movimientos y acabé otra vez esta vez dentro de mi ex. Pese a que llevaba un mes follándola diariamente más de una vez al día aún adoraba sentir los espasmos de su vagina cuando la follaba. Me levanté nada más acabar y volví a la cama con una máquina con distintos brazos. Me había costado una pequeña fortuna, pero me alegré de haber cogido el modelo de cuatro brazos, algo más grande y ajustable para complacer a dos personas a la vez.
Solté los pezones de Nerea de los de Mónica, pero solo para ordenarlas que se tumbasen con las tetas pegadas. Las volví a atar los pezones, pero esta vez enlazando los aros y metí en su boca un consolador doble, de forma que ambas lo tragasen sin posibilidad de sacarlo de su boca pues enganché los aros de su nariz entre ellos también, para mantenerlas pegadas pero alertas ya que el movimiento de sus cuerpos las daban tirones del cartílago y las hacían no perder el foco de lo que pasaba debido al placer. Até sus manos y sus piernas juntas y las dejé sin poder moverse y con las piernas separadas y abiertas. Sin retirar el arnés de Nerea la coloqué de forma que pudiese penetrar a mi ex por el ano con total comodidad. Ajusté la máquina y asegurándome de que una vez encendida penetraría a ambas chicas por la vagina y a Nerea también por el ano. Encendí unas velas de combustión lenta, ideales para jugar con la cera sin quemarlas y mientras encendía la máquina comencé a dejar que se derritiesen sobre su espalda, viendo como gemían y se movían juntas para recibir más placer.
Verlas a las dos, moviéndose y sin parar de jadear, ambas a punto de correrse, me excitaba demasiado. Aceité sus cuerpos para que pudiesen moverse con más libertad y subí la velocidad de la máquina que ahora follaba de manera continuada sus agujeros, mientras ellas tenían que tragar aquel enorme dildo sin poder sacarlo de sus bocas. Vi como sus cuerpos se tensaban y como jadeaban y gemían mientras tenían el primer orgasmo de la noche. Azoté las nalgas de ambas con un pequeño látigo de colas incrementando su placer. Era un espectáculo fantástico.
Durante toda la noche las tuve en la misma posición, con la máquina encendida hasta que ya ni siquiera podían lubricarse y solo los numerosos orgasmos que tuvieron mantenían lubricados sus orificios. Nerea me confesó después que esa noche había alcanzado cuatro orgasmos gracias a mí y a mi ex que tuvo otros tres. Cuando me volvía a sentir preparado retiraba uno de los brazos de la máquina y las follaba el culo a una de ellas para correrme después en su cara. Las dos acabaron con todas mis corridas secándose por sus mejillas y su frente. Cuando por fin las solté los tres estábamos agotados, pero ordené a Mónica que antes de irse a dormir nos preparase un buen desayuno a Nerea y a mi a la que acabé por contarla toda la situación con mi ex. No pasó mucho tiempo hasta que empezamos a salir de forma regular y a implicarnos en más aventuras sexuales con mi ex, quien siguió siendo mi sirvienta.
Por ahora poco más que decir: los pechos de mi ex siguieron sometiéndose a aumentos hasta que me sentí satisfecho de las ubres que ahora lleva, me la seguí follando a diario y Nerea también, en cuanto hicimos oficial la relación. Se convirtió en nuestra criada y he de decir que Nerea resultó ser más creativa y retorcida incluso que yo. Quizá cuente más adelante más aventurillas que tuvimos los tres, como la vez durante unas vacaciones en que la hice ir a una playa a hacer topless y acabó ligando (sin poder follar) con una lesbiana muy lanzada. Al final, el divorcio no fue tan malo.