Entregando mi culo por primera vez
Mi interés y posterior adicción por el sexo anal han sido toda una montaña rusa de emociones y sensaciones, algunas difíciles de relatar, pasando de parecerme algo terriblemente asqueroso y desagradable a ser un plato fundamental en mis relaciones sexuales.
Pienso que una fuerte curiosidad es clave para disfrutar del sexo anal al que en la actualidad acceden cada vez más mujeres. Pero hay un detalle: no todas lo disfrutan a plenitud. Muchas lo hacen por complacencia más que por mero placer. La presión que ejerce ese hombre (esposo, novio, amante) que no quieren perder y al que no quieren decepcionar influye mucho para que muchas se animen a experimentar. No obstante y aunque lo practiquen de vez en cuando, a muchas les desagrada la idea ya sea por cuestiones de cultura, religión o el simple hecho de que lo consideran desagradable, doloroso o ambas, así que no toda mujer que accede al sexo anal lo hace por gusto, muchas veces es solo complacencia.
Dichosos y afortunados aquellos cuyas esposas, novias o amantes son unas enfermitas como yo, adictas al anal y que lo disfrutan a plenitud tanto o más que el sexo vaginal.
Recuerdo que la primera vez que oí sobre sexo anal estaba muy chica, era una adolescente en pleno desarrollo, emocionada porque ya me habían crecido vellos en mi zona púbica, mis senos se engrandecían y experimentaba mis primeros días rojos (menstruación).
Eran unas compañeras de clase que hablaban en el salón de que a una tal Carolina de otra sección del colegio su novio «se la había cogido por el culo». Las chicas chismeaban sobre la experiencia de la mencionada y se reían a carcajadas detallando cómo había sido todo y que la tal Carolina había ensuciado de caca el pene de su novio pero que a pesar de ello habían continuado cogiendo. Luego, entre todas hacían caras de desagrado y reprobación de la protagonista del chisme, etiquetándola de cochina, de puta y otros descalificativos.
Yo pensaba lo mismo aunque me encontraba alejada de las chismosas, sentada en mi pupitre en los primeros puestos. Esa tal Carolina era una asquerosa total, no podía concebir cómo una mujer podía sentir placer dejándose penetrar el recto anal.
La historia me impactó tanto que los días posteriores comencé a explorar no solo mi vagina a la que solía estimular muy a menudo en mi curiosidad natural por el sexo sino también mi ano. Descubrí que tanto en toda mi zona vaginal como en toda la que rodea mi ano había terminaciones nerviosas que brindaban sensaciones de placer. A pesar de mi constante curiosidad, el sexo anal me seguía pareciendo una cochinada.
Con el transcurrir de mi adolescencia me fui topando accidentalmente con la pornografía donde continué viendo cosas realmente impactantes. Más adelante buscaba contenido porno de forma espontánea aunque sin llegar a la adicción. Consideraba normal que las caricias en mis muslos, la entrepierna, nalgas y toda la zona genital incluidas las partes anexas al ano me produjeran cierto tipo de placer, son zonas erógenas de forma natural al igual que las orejas, el cuello, senos, pezones, boca, hombros, espalda. Lo que me parecía asqueroso era la penetración anal además de que pensaba que debía ser algo doloroso, «cómo alguien podía siquiera imaginar dejarse penetrar».
Pasó un poco más de tiempo, cumplí años donde perdí la virginidad con mi hermano y la curiosidad por el sexo anal estaba más presente que nunca. Dicha curiosidad fue matando poco a poco el desagrado que me resultaba la idea de tener un pene dentro de mi recto anal.
Las veces en las que tenía sexo con mi hermano Fabio, él exploraba mi ano con sus dedos, también lamía la zona, advirtiéndome que más temprano que tarde tendría que darle mi culito al que solía llamar «todo una delicia».
<<< Hay un relato previo en el que cuento un poco cómo fueron esas primeras experiencias con mi hermano. Podéis encontrarlo en mi perfil >>>
Me encantaba que Fabio explorara mi ano durante nuestro coito, era muy placentero sentir los dedos de él haciendo círculos en la entrada de mi ano, algunas veces introduciéndolos un poco haciéndome estallar en placer, enamorándose de mis gestos faciales.
—Te quiero romper ese culito ya —me dijo unas cuantas veces en las que pudimos tener sexo a escondidas de papá y mamá.
Pero yo no me animaba, le decía que en otro momento que estuviera mejor preparada y aunque intentó por todos los medios convencerme yo terminaba abortando su intento. No me sentía preparada y la imagen de la tal Carolina se paseaba constantemente por mis pensamientos cada vez que los dedos de Fabio intentaban irrumpir en las paredes de mi culito.
Para ese momento ya sabía lo que era un lavado anal gracias al todopoderoso google. Mis primeros lavados anales fueron muy desagradables pero el morbo y la curiosidad eran más fuertes que el sentimiento natural que tiene cualquier persona de sentir asco hacia los restos que su propio organismo desecha.
Con el pasar del tiempo me fue resultando menos asqueroso, al fin y al cabo, esas heces y todos los restos eran parte de mi, por qué tendría que tener asco de mi misma. Así que aprendí a lavar mi recto anal tomando todas las previsiones necesarias, el correcto cuidado de mi baño, mi habitación y de mi misma, así poder explorar con gusto ese morbo y excitación que me generaba el sexo anal.
Compré juguetes sexuales, todo en la absoluta discreción, sin que se enteraran mis padres y tampoco mi hermano a pesar de que mantuve relaciones con él durante un tiempo. A mi habitación no entraba nadie, era un lugar misterioso para mis papás y también para mi hermano, mi recámara se había convertido en el lugar de mis más oscuros secretos y fantasías. El cómo obtuve mis consoladores siendo una adolescente es un detalle que no viene al caso y no importa mucho, solo decir que como toda adolescente tuve amigas mayores de edad y cómplices de mis secretos de manera indirecta.
Los juguetes me sirvieron para lavar mejor mi culito, pues, cuando pensaba que ya me había hecho una buena limpieza, dichos juguetes me hacían saber lo equivocada que estaba.
Los días transcurrieron y cuando no podía tener relaciones con Fabio, pues, mis padres estaban presentes o la ocasión no se presentaba yo recurría a mis juguetes quienes me enseñaron mucho sobre el sexo.
Desafortunadamente para Fabio ese día de romperme el culito antes de irse a EEUU nunca llegó, nunca se dio y aunque estaba emocionada de que fuese mi guapo hermano el que desvirgara lo que el llamaba «una delicia» no pudo ser.
Una vez se fue yo me volví adicta a mis consoladores quienes disfrutaron tanto de mi vagina como de mi culito por bastante tiempo hasta que me encontré sola en la ciudad capital, preparada para ingresar a la educación superior.
Como dije anteriormente, me hubiese encantado experimentar con Fabio ese placer anal que me producían mis consoladores de distintos tamaños, la experiencia anal con un hombre de verdad y no con un pedazo de silicona debía ser mucho más placentera, de eso estaba totalmente segura. Ese día llegaría, solo me tocaría esperar.
Creo firmemente que mis juguetes me ayudaron a prepararme para todo lo referente al sexo, pues, exploré a fondo mi sexualidad y mi autoestima creció de manera exponencial. Soy un poco narcisista, se imaginarán que me estimulé a mi misma hasta el cansancio frente al espejo, observando mi hermoso cuerpo y mis agujeritos siendo estimulados intensamente por consoladores de distintos tamaños.
Me excitaba y llegaba al orgasmo con el simple hecho de verme a mi misma desnuda siendo cogida por cosas de plástico, ni siquiera pensaba en las veces que tuve sexo con mi hermano, todo se enfocaba en mi, en mi cuerpo y en mis gestos al tener a mi disposición los consoladores a la hora que yo quisiera para que me hicieran sentir llena de pene aunque fuesen de silicona.
Hubo un momento en que pensé que estaba loca, haciéndome demasiado dependiente de mis juguetes sexuales, tanto que hubo días que me ausenté de clases y cancelé citas con amigos o pretendientes por el simple hecho de estar en casa disfrutando de mi misma, de mi desnudez y de mis juguetes llevándome al orgasmo en reiteradas ocasiones hasta quedar tan exhausta que me quedaba dormida en posiciones sexuales, siendo ocupada por dichos consoladores, despertando dos o tres horas más tardes, muerta de risa por lo pervertida que era.
Entonces apareció Christian en escena y lo primero que pensé fue: «un hombre me cogerá mejor que unos pedazos de silicona, debo enseñarlo».
Si, enseñarlo. Los hombres son algo tercos en el sexo aunque no todos. Solo piensan en meter su pene hasta el fondo sin importarles el placer de su mujer además de pensar erróneamente que mientras más al fondo lo metan más placer producen. Son un tipo de psicópatas en este aspecto, asocian nuestros gemidos, gritos y gestos faciales con el dolor y eso les excita enormemente. Por esa sencilla razón adoran el sexo anal, pues, están conscientes de que de una u otra forma habrá siempre un tipo de dolor.
Los hombres pacientes y calculadores disfrutan más de nosotras y son mejores en la cama, pues, son más detallistas, minuciosos y no se enfocan solamente en su placer sino también en nuestro placer y créanme que podemos disfrutar del sexo anal algunas veces hasta más que el sexo vaginal.
Por mi parte no me enfoco en el placer de un hombre y ellos tampoco se están quejando, pues, con el cuerpo que tengo y lo linda que soy simplemente se enfocan en cogerme, sobre todo por el culito (cuando los dejo) y que me tome su semen (cuando los dejo), les da igual si estoy o no interesada en ellos o si solo los busco por un polvo -como decimos en Venezuela-. Tienen un objetivo claro y no otro: hacerme suya.
Christian era un flaco rubio, alto, con unos ojos verdes muy bellos, una dentadura perfecta, dejándose como barba el famoso candado y el cabello siempre corto. A pesar de su delgadez tenía un muy buen físico, un abdomen bien desarrollado, unos brazos y manos muy masculinas, llenas de venas por doquier. No tuve dudas cuando lo vi por primera vez, era un chico adicto al gimnasio.
Nos conocimos por medio de una amiga, nos caímos bien, me gustó su mirada más que cualquier otra cosa y empezamos a salir. En una semana y media ya le había dado el cu… perdón, el sí. Me parecía un chico agradable y había mucha química entre nosotros, además, era un buen numerito en la universidad, es decir, un galán, un cotizado.
Me hice su novia sin más. En la universidad era un chico bastante popular al que buscaban muchas chicas ya fuese porque eran sus amigas como porque era un chico muy apuesto. Eso no me molestaba en lo absoluto ni me hacía sentir menos, de hecho no le prestaba atención, mientras me demostrara que solo yo era su chica todo estaría bien y solo hay una manera de saber que un hombre está totalmente interesado en ti. El sexo.
Habrá mujeres que me estén leyendo y pensarán que estoy equivocada pero yo hablo de mis experiencias, no me gusta generalizar y en lo que a mi respecta, un hombre está realmente interesado en mi cuando me desea y no me refiero a esos hombres que me sisean o piropean en la calle, sé muy bien cuando un hombre está interesado en mi y lo sé porque yo soy igual. Cuando me gusta un hombre me lo cojo, no estoy pensando si será mi futuro esposo o el padre de mis hijos, me lo cojo y punto. Así es como logro disfrutar del sexo a plenitud, pensar en otras cosas secundarias o de futuro me crea un drama y un estrés que no me permite disfrutar de mi sexualidad al 100%.
Me encanta el sexo, no estoy pensando en si un hombre será mi marido, no ahora cuando soy joven y quiero disfrutar de mi juventud al máximo. Más adelante quizá madure, me case y tenga hijos, por ahora todo se resume en disfrutar de mi joven vida, estudiar, hacerme profesional, lo más independiente posible y pasarla lo mejor que pueda, sin ataduras de ningún tipo.
Antes de cumplir un mes de novios ya habíamos experimentado el sexo tanto en mi apartamento como en el de él y todas las veces que nos provocaba. Era un excelente amante y obtuvo de mi todo lo que un hombre puede desear en una mujer. Yo obtuve lo mismo, un hombre detallista como novio, respetuoso, cariñoso, gracioso, atento y en el sexo un dios como yo también era una diosa para él.
No pasarían dos meses para convencerme de que Christian era el indicado para iniciarme en el sexo anal que a decir verdad ya lo habían hecho mis cuatro consoladores de diversos tamaños.
Era un día jueves, no fui a la universidad y apenas notó mi ausencia me llamó. Le expliqué que me sentía mal pero que viniera en la noche a pasar un rato conmigo. Había una cláusula en nuestro noviazgo, continuaríamos viviendo cada quien en su apartamento pero esa cláusula estaba a horas de ser rota, como también mi cu…
Faltando poco para que mi novio llegara me hice un riguroso lavado anal e inserte un dildo pequeño de metal de unos cinco centímetros de largo y 4cm de diámetro. La sesión de lavado anal me había subido la libido, deseaba como nunca antes ser cogida por mi culito y estaba segura de que esa noche era la indicada para ello. Sentía un poco de miedo pero confié en que la experiencia con mis consoladores era lo bastante suficiente como para afrontar esa nueva experiencia que llevaba meses deseando.
Le abrí la puerta vistiendo un babydoll rojo y sonriéndole como una diablita dispuesta a portarse muy mal
—Wow! —dijo asombradísimo al verme— ¿Y esta sorpresota, mi amor?
Lo apuré a pasar y cerré la puerta para inmediatamente besarlo. El beso apasionado lo condujo a cargarme en sus brazos y llevarme a mi habitación con el único fin de hacerme suya.
Me recostó a la cama y no hubo parte de mi piel que no besara con pasión y deseo. Ahí es cuando sabes que un hombre te desea sin crearte ninguna duda. Te besa con absoluta pasión, muerde con cierta intensidad tus orejas, las lame, lame tu cuello, lo besa, mientras sus manos acarician tu cintura y le dan forma a tus pezones cual alfarero moldeando una copa. Baja hasta tus hombros y los lame y besa, continúa hasta comerse tus senos como dos deliciosas y jugosas frutas, las chupa, las lame, las muerde, haciéndote gemir y desearle dentro de ti.
Me desnudó totalmente en cuestión de segundos, dejando sobre mi piel la textura tibia de su saliva y el aroma de su rico y caro perfume. Hizo una pausa para quitarse la ropa y me hinqué ante él rápidamente para llevarme a la boca su ya erecto y largo pene que intenté chupar con total desespero a pesar de que sabía que no cabría todo.
—Las manos atrás —me ordenó—.
Llevamos pocos días disfrutando del sexo pero suficientes como para saber lo que me gustaba y lo que no.
Puse mis manos atrás como me ordenó, me agarró de la cabeza con sus manos y empujó su pene repetidas veces contra mi garganta, ahogándome, produciéndome arcadas. Las lágrimas no tardarían en inundar mis mejillas y aunque me dijo que debía tener mis manos a la espalda me llevé una a mi vagina que comenzaba a humedecerse.
Él permitía que yo tomara un poco de aire para luego hundirme nuevamente su largo pene que nunca iba a entrar por completo en mi pequeña boca.
No había una conversación, solo nos mirábamos cuando me dejaba tomar aire, yo sintiéndome su putita y él probablemente pensando todo tipo de palabras que no se atrevía a pronunciar ante lo que veían sus ojos, una novia sumisa dejándose violentar la boca por su largo pene.
Luego quitó sus manos de mi cabeza permitiéndome tomar el control de su miembro. Así que empecé a chupárselo a mi ritmo al mismo tiempo que lo masturbaba con una mano y estimulaba mi vagina con la otra.
Le encantaba tanto cogerme la boca como verme chupándole el pene a mi ritmo, ya me había dicho en ocasiones anteriores que no sabía qué era más morboso por lo tanto ambos modos debían estar siempre presentes.
Algo curioso de Christian es que le gustaba lamer las lágrimas que él mismo me producía cuando cogía mi boca, luego me besaba. Aquella mezcla de fluidos de todo tipo me excitaba en gran manera, su pene, mis lagrimas, su saliva con la mía, había una compenetración sexual tan intensa entre nosotros que disfrutaríamos por unos cuantos meses más.
Luego de chuparle el pene por un buen rato me levanté y lo besé. Me daba morbo besarle y que probase el sabor de su propio pene desde mi boca, cosa que hacía con todo el gusto, lo que alimentaba más nuestro morbo y buena comunicación sexual. No había dramas, disfrutábamos todo lo que hasta ese momento nos provocaba experimentar, sin ascos, sin malas caras, sin tabúes que entorpecieran las cosas.
—¿Me quieres dar por el culo? —le pregunté, apenas terminamos de darnos un apasionado y morboso beso.
—Ufff, lo deseo —expresó con entusiasmo
—Nunca lo he hecho pero… —dejé la frase sin terminar
—¿Pero qué? —preguntó mirándome con absoluta atención
—Espérame, le dije —levantándome a buscar entre mis cosas y al volver dije:—. Mis juguetes me cogieron.
Se rio levemente al ver que traía en mi mano una caja de metal que contenía mis consoladores entre otros juguetes sexuales y dijo sonriendo:
—Eres una pervertida
—Si, pero ahora quiero anal de verdad —le dije con el tono de voz adolescente que me caracteriza—. ¿Supongo que ya has cogido un culito, verdad?
—Si —dijo con absoluta seguridad y sinceridad.
Era de suponerse, Christian era un flaco alto, guapo y con buen cuerpo, su experiencia con mujeres no estaba en entredicho, lo que me generaba un poco de dudas era si sabría tratarme en el sexo anal y si resultaría satisfactorio pues de lo contrario, tendría como competencia a mis consoladores que si que sabían complacerme.
—Ven, cojamos en el sofá —lo invité y caminé hacía la sala de estar llevando en mi mano la caja que contenía los juguetes.
Pero no me dejó dar ni siquiera tres pasos, ya me cargaba de nuevo entre sus brazos, esta vez de espaldas a él y sintiendo su pene rozar mi entrepierna.
Cuando llegamos a la sala y me soltó dejé la caja a un lado y me puse en cuatro sobre el sofá dejando a su vista mi deseado culito con el dildo incrustado.
—Qué rico, flaca —dijo emocionado sin perder de vista mi culito—. Ya estás lista para llevar.
«Llevar», en el contexto sexual de mi país significa «recibir el sexo masculino en la vagina o el ano», así que lo que quiso decirme fue que estaba lista para dejarme penetrar.
—Si, quiero llevar güevo —dije tímida y risueña pues no suelo ser tan vulgar en el sexo, prefiero sean ellos los que usen todas las palabras morbosas y obscenas que se les ocurran y yo pronunciarlas de vez en cuando.
Christian buscó entre los consoladores el de menor tamaño y se acercó a mi para jugar con el dildo que ocupaba mi culito. Mi intención era enseñarlo a darme por el culito debido a mi experiencia con consoladores pero no iba a ser falta. Christian me demostraría que es todo un experto rompiendo un culito.
Comenzó a sacarlo poco a poco con toda la paciencia mientras nos dedicábamos miradas lascivas. Estuvo un buen tiempo sacando el dildo de mi culito y volviendo a introducirlo mientras yo le hacía saber lo rico que se sentía y las ganas que quería de que fuera él quien me llenara.
—¿Quieres que te llene el culito? —preguntaba morbosamente.
—Si, quiero uno de verdad —respondía yo con sonrisa cómplice.
Después de jugar un buen rato con el dildo en mi culito y dedicarme halagos por la «preciosura de culito que tenía» aunque ya lo había visto y disfrutado sin llegar al sexo anal, cambió este por un consolador, el más pequeño pero más grande y largo que el dildo.
Empezó a meterlo suavemente en mi ano al mismo tiempo que estimulaba mi clitoris con su otra mano. Quise masturbarlo pero él estaba levemente inclinado y concentrado en mis nalgas y culito.
Así estuvo dándome placer por un buen rato hasta que se dio cuenta de que mi culito estaba dilatado y yo deseando ser cogida.
—Cógete tú, quiero verte —me dijo
Entonces me entregó el consolador y de inmediato me lo metí en el culito y me penetraba yo misma y de forma rápida, él siguió estimulando mi clitoris ahora con ambas manos y metiendo uno, dos y hasta tres dedos logrando hacerme estallar de placer y hacerme perder el equilibrio tanto que tuve que soltar el consolador.
—Cógeme, porfi —le supliqué, totalmente excitadísima.
Me tomó de las piernas y me cambió de posición en el sofá, quedando boca arriba, con las piernas extendidas al aire.
—Chúpate el consolador —me ordenó.
Me sujetó de una pierna mientras con su otra mano ubicaba su pene en la entrada de mi culito.
Christian tiene el pene largo, muy largo, de 19cm pero no penséis que lo metió todo de golpe. Solo puso la puntita de su pene, el glandé en la entrada de mi culito y empezó a empujar suavecito y su pene entró poco a poco con mucha facilidad.
Se sentía tan rico que no pude seguir chupándome el consolador, solo me quedé con cara de tonta mirando como su pene entraba en mi culito.
Gemí en cada embestida, solo gemí y nada más. La sensación de su pene dentro de mi culito era totalmente diferente a la de un consolador, era más que obvio, ya lo sabía, solo que no lo había experimentado. Se deslizaba con mucha más facilidad, la textura, la elasticidad, todo era diferente al extremo, nada comparable a un pedazo de silicona.
Estuvo un rato dándome suave, solo metía la puntita y la sensación era tan deliciosa que me hacía desear que me la metiera toda pero no hacía falta, yo gemía sin control y eso que apenas tenía dentro de mi culito la punta de su largo pene.
Lo sacaba, se inclinaba y escupía mi culito para luego volver a introducirlo, esta vez un poco más adentro. Yo coloqué mis manos, una en cada nalga, abriéndome más a él, además de expandir más mis piernas para que no estorbaran de ningún modo.
Se tomó su tiempo, le encantaba lo que estaba haciendo, rompiéndome levemente el culito y yo disfrutando.
Me la metió de repente en mi vagina haciéndome gritar de placer y del morbo que significa sacarmelo del culito para introducirlo en mi vagina.
La penetración fue tomando un ritmo más violento y su pene entraba hasta la mitad, yo estaba perdida en el placer, disfrutando. Dolía un poco pero es un dolor que catalogo como placentero, era un dolor delicioso.
Empezó alternarse mis agujeritos, lo sacaba del culito y lo metía en mi vagina, me estaba volviendo loca su manera de cogerme.
Volvió a mi culito, ahora me cogía a placer, mi culito recibía la mitad de su pene entonces comenzó a castigar mis pezones, les daba palmadas y también me daba leves bofetadas.
—Chúpamela —dijo de repente, saliéndose de mi y esperándome.
Me arrodillé ante él y se la chupé como si fuera la última vez que tendría su pene en mi boca. El morbo de chuparme su pene acabo de salir de mi culito era nuevo para mi y me fascinó aunque ya lo había hecho con mis consoladores pero como dije anteriormente, no es para nada comparable. Un pedazo de plástico jamás ofrecerá el mismo placer que un hombre real, un pene de verdad.
Empezó a cogerme la boca, produciéndome arcadas y logrando que mis ojos se llenaran de lágrimas.
—Si, así, prueba tu propio culito, pervertida.
—Dime puta —le dije volviéndome a meter su pene en la boca.
Me volvió a tomar de mi cabeza con ambas manos y me hundió su pene ahogándome, haciéndome lagrimear una vez más.
Su pene quedó brillante de toda la saliva que logró sacarme.
Se sentó en el sofá y me trajo hacia él para inmediatamente meterme nuevamente su pene en mi culito.
Me dio unas cuantas nalgadas y empezó a culearme más fuerte.
Mi vagina totalmente humedecida, mi culito dilatada recibiendo cada vez más su largo pene. Me estaban rompiendo el culito por primera vez y era una delicia de la que me haría adicta.
—Cógete tú misma —me sugirió, como si hubiese adivinado mis pensamientos.
Empecé a cabalgarlo a mi ritmo. Qué morbo! Estaba metiéndome yo misma su pene en mi culito pero de vez en cuando él se movía produciéndome leve dolor y haciéndome gritar.
Dejé de cabalgarlo pues él tomó de nuevo el mando y me rompió el culito reiteradas veces, nalgueándome y llamandome puta por primera vez desde que nos habíamos hecho novios.
—¿Te encanta por el culo, puta? —preguntaba.
Y yo respondía sus preguntas morbosas de forma afirmativa.
Me cogió con fuerza, no podía creer que su pene entraba todo en mi y llegué al orgasmo haciéndoselo saber.
—Sí, eso, puta, córrete como toda una perra —dijo emocionado
Me dijo que me cambiara de posición así que mientras él se quedó sentado en el sofá yo me subí nuevamente a su pene esta vez dándole la espalda.
Me la metió de golpe, mi culito ya estaba acostumbrado. Me cogió duro. Metió sus dedos en mi boca y dos dedos de su otra mano en mi vagina.
Grité a pesar de que podían oirnos en el apartamento de arriba o abajo pero la intensidad era tal que no pude evitarlo.
Me cogió duro, como quiso y yo encantada, lo disfruté.
—Qué perra —decía sin parar de culearme, nalguearme y abofetearme.
Me tiró brúscamente a un lado y se levantó ordenando ponerme en cuatro encima del sofá, dejando mis pies levemente afuera, en el aire.
Me la volvió a meter duro y estuvo cogiéndome así por un buen rato. Yo gemía en voz alta, disfrutando al 100% de la cogida que Christian me estaba dando.
Notaba que no lo metía todo, sentía que su pene entraba hasta la mitad, lo sacaba y lo metía, que yo sintiera que salía de mi completamente y volvía a entrar, era una locura de placer lo que Christian me estaba haciendo sentir.
—Déjame correrme en tu boca —dijo
Le respondí que si. Continuó penetrándome un poco más para luego pedirme que me arrodillara ante él y le chupara los testículos.
Así estuve un rato chupándole sus bolitas y también masturbándolo además de estimularme la vagina con mi otra mano.
—Pídeme leche —dijo
Les encanta escucharnos pedir que se corran en nuestra boca, Christian no sería el primero ni el último.
—Dame toda la leche, toda en mi boca —le dije
Y no tardó en correrse abundántemente en mi boca, jadeando su sufrido orgasmo. Me la tomé toda sin ningún asco y continué chupándole el pene, agradeciéndole luego por la rica cogida que me había dado.
Esa noche le dije que podía quedarse en mi apartamento todas las veces que quisiera.
Minutos más tardes me rompió el culo mientras nos duchábamos y me continuaría rompiendo el culito por unos meses más.
Fue mi primera vez anal y como pudieron notar, me encantó.