La adicción a las corridas femeninas
Esto que os voy a contar ocurrió hace la tira de años en una aldea gallega. (Os lo cuento cómo si yo fuese Violeta). Eran tiempos en que las chavalas no le dejábamos a los chavales ni darnos un beso, pero entre nosotras nos besábamos, nos metíamos mano, nos masturbábamos, juntas y por separado, y nos comíamos los coños, algunas, tampoco voy a decir que todas fueran pendones cómo yo.
Era domingo. Yo estaba castigada sin paga por haberme peleado con una chavala venidera que era una chula de mierda, y digo chula de mierda porque a la hora de la verdad no tenía ni media hostia.
Cómo no tenía nada mejor que hacer fui a robar cerezas a la finca de Secundina, a la que apodaban la Agarrada, porque lo era, era más agarrada que la virgen del puño.
La Agarrada era una mujer que ya no cumplía los cuarenta años, era alta cómo un ciprés, tenía un cuerpazo y no era fea, pero cómo en aquellos tiempos los hombres gallegos era la mayoría bajos, pues se quedara para vestir santos.
La Agarrada tenía un cerezo que daba unas cerezas negras que estaban de vicio, y cómo yo era una viciosa. Entré en su huerta saltando el muro y fui a darme un atracón. La vi a unos veinte metros del muro. Tenía el culo hacia mí y estaba orinando junto a unos rosales. Al terminar se dio la vuelta, vi su coño peludo y me relamí. La Agarrada cogió una rosa blanca y se limpió con ella el coño, después se levantó. Con las bragas bajadas cogió una rosa roja y la pasó por el coño. Creí que lo iba a limpiar mejor, pero lo que iba a hacer era masturbarse con la rosa. Yo estaba agachada detrás de unas mimosas. Bajé las bragas y comencé a darme dedo mientras veía cómo los pétalos de la rosa rozaban su clítoris y cómo dos dedos de su mano izquierda entraban y salían de su coño. La agarrada estaba con los ojos cerrados. A saber en quién pensaba. Yo no necesitaba pensar en nadie, verla ya era más que suficiente… Se folló el coño bien follado y cuando sintió que le venía aplastó la rosa contra el coño y se corrió cómo una cerda. Le debió quedar el coño aliviado y perfumado. Yo me corrí al acabar de correrse ella. Debió ver algo, ya que subió las bragas y vino hasta donde estaba yo.
-¡Sal de ahí!
Salí y le dije:
-No vi nada.
La Agarrada estaba tan tranquila que en vez de venir de masturbarse parecía que venía de hacer algo virtuoso. Me dijo:
-¿Estás con las bragas bajadas y no has visto nada? ¿Te gustan las mujeres, violeta?
-Sí, pero tengo las bragas bajadas porque estaba orinando.
Me cogió la mano derecha, vio mis dedos mojados de jugos, los olió y me dijo:
-Siempre tuve ganas de comer un coño de leña verde.
Me pareció muy raro que la Agarrada se ofreciera así de fácil y más sabiendo que si entrara en su huerta era para robarle las cerezas, pero aun así, le dije:
-Pues el mío dicen que está muy rico.
En el camino a su caserón me habló de las ganas que pasaba una mujer sola y la verdad es que me llegó a dar pena.
Echado en la puerta abierta del caserón estaba Diablo, un perro palleiro de color negro. Al llegar junto a él se levantó, se apartó para dejarnos pasar y después nos siguió.
En la sala de estar me dijo la Agarrada:
-Desnúdate.
El perro, que se había echado sobre una alfombra, y su dueña vieron cómo me quitaba la blusa, el sujetador, la falda, las bragas y las sandalias. A estar yo desnuda se desnudó la Agarrada. Luego fue al cajón de un mueble, cogió unas esposas y una venda negra, vino a mi lado, me esposó las manos a la espalda y vendó mis ojos, después me metió en la boca su lengua de becerra y medio un beso que me dejó sin aliento. A continuación mis pequeñas tetas desaparecieron dentro de su boca, primero la izquierda y más tarde la derecha. Al ratito me dijo:
-Tira para atrás.
La Agarrada puso sus grandes tetas en mi cara y me fue empujando con ellas hasta que caí sentada en un tresillo de skay de color negro, luego me dijo:
-Abre las piernas.
Abrí las piernas y cuando creí que me iba a comer el coño me encontré con el suyo en la boca. Lo debía de estar abriendo con los dedos, ya que al lamer la punta de mi lengua se metía levemente dentro de su vagina y luego notaba el glande de su clítoris deslizarse por mi lengua. Le comí el coño de esa manera hasta que gimiendo soltó un chorro de orina que anegó mi boca. Aparté la cara y escupí la orina. La Agarrada entre gemidos me cogió la cabeza y puso su coño en mi boca. Ya no orinaba. Salían de él jugos espesos y calentitos, eran la clase de jugos a los que era adicta, si, lo reconozco, era adicta a los jugos de las corridas femeninas, por eso al tragarlos gemí más que ella, y por eso al acabar me dijo:
-Me late que has comido más coños que yo, guarrilla.
Segundos después de oír un chasquido de dedos una lengua lamía mis tetas, las lamía con tanta fuerza que iban de abajo a arriba y de arriba a abajo. Es obvio que era el perro. Las lamidas eran diferentes a las que me habían dado y me estaba encantando. Luego sentí cómo la Agarrada me cogía la mano y me la llevaba a la polla del perro y me decía:
-Hazle una paja a Diablo.
Soltó mi mano, apreté y me encontré con una polla dura. Comencé a pelarla. El perro lamió mi boca y después volvió a las tetas. Poco a poco sentí cómo la carne de la polla dejaba la piel y al final me encontré masturbando una polla gorda. Deseé que me la metiera en mi coño empapado y correrme con ella, pero quien se corrió fue el perro y se corrió en mi estómago. Al correrse dejo de lamer y jadeaba. Yo ya estaba cachonda perdida. Diablo seguía encima del tresillo y me daba el culo, lo supe por que me dio con el rabo en la cara. La Agarrada me cogió la cabeza y me levó la boca a la polla de Diablo, se ve que la había cogido y tirado de ella hacia atrás. Abrí la boca para negarme a chuparla, me metió la polla dentro y dijo:
-Chupa.
Chupé y no me gustaba. Sabía raro y olía mal y encima mientras chupaba la Agarrada me insultaba.
-¿Te gusta, ladrona? Eres una cerda, una enferma, una degenerada, una puta viciosa…
La cabrona me puso a parir. Me llamó de todo menos por mi nombre y era ella la que me obligaba a mamar, bueno, lo de mamar es un decir, ya que no me había visto en otra igual y hacia lo que podía, chupar, chupar y chupar. A Diablo le debió gustar, ya que acabó corriéndose en mi boca. Soltó finos chorros de semen, luego bajó del tresillo y se fue.
Mis chupadas debieron poner cachonda a la Agarrada, ya que al irse Diablo sentí su lengua de becerra lamer mi coño. No tuvo que lamer mucho. No sé si llegaría a las doce lamidas cuando mi cuerpo se estremeció. Me corrí cómo una fuente. La Agarrada me dijo:
-Me encanta ver cómo se corren las perras y los perros, y hasta me gusta que me roben las cerezas las perras, pero Diablo odia que lo hagan, su trabajo consiste en cuidar de mis posesiones.
No me gustó su tono sarcástico ni el rumbo que tomaban las cosas. Mascullé:
-Yo no te robé nada.
Me entendió porque dijo:
-Pero ibas a robarme, ladrona. Ponte a cuatro patas con las manos apoyadas en el sillón.
Volví a mascullar.
-¿Y si no me pongo?
Volvió a entenderme.
-Si no te pones voy a buscar el rodillo de la cocina y te lo meto por el culo.
La amenaza era gorda. Hice lo que me dijo. Sentí dos chasquidos de dedos. La lengua del perro lamió mi coño y mi culo. La Agarrada dijo:
-Abre bien las piernas, ladrona.
Diablo lamió a conciencia. Me hizo tal comida de coño que en un par de minutos me corrí en su lengua. Al acabar de correrme comenzó el castigo por querer robarle las cerezas. Sentí tres chasquidos de dedos y luego la polla del perro empujando en mi periné, en mi ojete, en mis nalgas… Diablo empujó por todos los lados hasta que atinó con el coño… La metió moviendo el culo a mil por hora. No me metió la bola porque la Agarrada era la que le había guiado la polla y se la tenía cogida por detrás. Sentía sus jadeos y sus patas arañar el sillón mientras se corría entro de mí. En menos de un minuto volvió a follarme a toda mecha y esta me corrí con él. La Agarrada se rio y no al ver que gozaba, se rio para disimular que se estaba corriendo ella, pero le vino con tanta fuerza que acabó gimiendo. Es obvio que se estuviera masturbando mientras ayudaba a Diablo a follarme.
Al acabar de correrse ya le había pasado el enfado, si es que lo había tenido en algún momento. Me quitó las esposas y me dijo:
-Vete a coger las cerezas que quieras.
Me quité la venda de los ojos y le dije:
-Se me pasaron las ganas de cerezas. Tengo ganas de otra cosa.
-¿De qué tienes ganas?
-De esposarte yo a ti.
-¿Para qué?
-¿Alguna vez te corriste follándote el coño con una espiga mientras diablo te daba por el culo?
-Voy a por una espiga.
La tarde dio para mucho y le iba a meter otra adicción a mi cuerpo. ¿Cuál? La del semen masculino, ya que cuando salí de allí me moría por chupar la polla de un hombre para conocer el sabor de su leche, y después de probar la leche de mi padre me hice adicta. Ya tenia dos adiciones, una a los jugos de las corridas femeninas y otro a la leche de las corridas masculinas.