Se alquilan cuartos para universitarios
Mariana es mi nombre, las vergas jóvenes mi debilidad.
Yo creo que uno llega a este mundo con un retazo del destino tatuado en la sangre, y nuestras decisiones terminan de forjarlo o contradecirlo. En mi caso, en cuanto descubrí mi debilidad por los muchachos me abracé a ella y me dejé arrastrar por mis deseos sin un ápice de remordimiento. Mientras todo sea consentido nada de malo habrá en ello, ¿cierto?
A los veinticinco mi viejo se fue para los estados siguiendo a una gringa que cayó en sus tentáculos y le consiguió los papeles, traspasó a mi nombre sus propiedades para que las administrara mientras él se daba la gran vida con la Lolys en Manhattan, las propiedades consistían en una combi de los sesenta completamente restaurada, la misma que él usó en años mozos para hacer sus travesuras, incluyéndome, y la pensión. La pensión era la casona del bisabuelo Marcus, el «aventurero» le decían al gallego, Marcus el «ganadero», el padre de mi padre, la convirtió en una pensión y acondicionó las habitaciones para que sirvieran de pequeños apartamentos con sus cocinetas, baños y salitas, y rentarlas a los estudiantes ya que la facultad quedaba a no más de cuarenta minutos. Mi viejo la manejó y la mantuvo en perfectas condiciones, pero yo ya veía las cosas distintas y quería darle otros aires al lugar, remodelarlo, quizá sacar un préstamo y comprar la propiedad contigua para anexarla.
Nada más entrar en la casona lo recibía a uno la sala común, un vestíbulo con divanes y mesas de estudio para los muchachos, aunque a veces se convertía en la zona de festejos cuando acababan los parciales. Tras la sala común estaba el primer patio interno, un bonito espacio verde de unos cincuenta metros cuadrados con una fuente al centro y varias banquitas blancas rodeándola, la luz entraba por las claraboyas en el techo que permitían ver el cielo, allí se dividía en dos los pasillos, rodeándolo y estos pasillos llevaban a los ocho «mini apartamentos», cuatro a cada extremo, dos arriba y dos en la planta baja tenía ocho habitaciones. Al final del primer patio y de los dos pasillos que convergían al final estada el segundo patio, pero éste ya era parte del exterior y había que exponerse al sereno para atravesarlo y llegar a mi anexo, donde yo vivía en una casita de dos plantas.
Cuatro de los mini apartamentos estaban ocupados, dos muchachos se habían graduado -¡enhorabuena!- y dos más habían desertado -no es de sorprenderse-, dos estaban vacíos y listos para ser habitados. Mi padre me enseñó a dar mantenimiento a los apartamentos cada vez que cambiaran de inquilino, lo que suponía un gasto en pintura, plomería y cerrajería pero bien lo valía a largo plazo. Recibí la llamada el quince de agosto a las tres de la tarde, una madre buscaba un apartamento para su hijo recién graduado de preparatoria y alguien le había dado mi número, acordamos una visita y le mostraría los apartamentos disponibles para fijar precios finales.
La señora, Teresa, era una mujer guapa, en sus cuarentas tardíos, madre soltera por lo que supe, con un culazo que tendría a más de uno detrás. El muchacho no quería bajar de la camioneta, imaginé que sería uno de esos rebeldes que se avergüenzan de salir con sus madres, la señora le insistió con ternura y el chico no se hizo de rogar. Cuando salió detrás de los vidrios polarizados me pareció un muchacho muy tímido, no engreído ni rebelde, llevaba unas gafas negras que pronto se retiró para dejarme ver unos ojos azules preciosos que centellaban como luciérnagas, tenía un rostro muy atractivo de mandíbula cuadrada y una pequeña sombra de lo que algún día será una tupida barba, de eso estaba segura. Medía 1.80 metros de alto, de eso estoy casi segura, hombros anchos y brazos y piernas largos, algo delgado pero bien conservado y firme como los jóvenes de su edad, más tarde me enteraría que practicaba soccer y estaba en la liga universitaria, que así había conseguido una beca, Teresa estaba orgullo de presumir de ello, pero Eduardo se sonrojaba y evitaba mirarme mientras su madre me contaba toda su vida, avergonzándolo.
«Vale, Tere. ¿Te puedo decir Tere?» Ella asintió. «¿Por qué no entramos y después me sigues contando? Mira que estamos en medio de la banqueta y el sol no enfría».
«Claro, claro, perdona. Vamos, cielo» dijo hacia Eduardo que venía detrás de nosotras. «Madre mía, ¡pero qué bello esto!» exclamó nada más entrar y encontrarse con la sala común y el primer patio de fondo. Giró en sus talones y dedicó una mirada a todo en unos segundos, a mí me intrigaba más Eduardo, quería ver cómo era el chico y si podría intentar algo con él una vez haya convencido a la madre de dejármelo. El chico también mostraba sorpresa e interés, sonrió al ver el amplio patio.
«Ésta es la sala común de los inquilinos. Solo recibo estudiantes así que ésta área es por lo general de estudios, ya depende de cómo se organicen ellos si quieren hacer alguna pequeña celebración o fiesta» expliqué sacudiendo las llaves con las que abría los apartamentos. «Este es el primer patio, por lo general un área de recreo, pueden fumar aquí si quieren» añadí.
«No, no, no, mi Eduardo no fuma, tiene que mantenerse en forma para su deporte. Los pulmones y las piernas son sus tesoros» señaló la madre, casi orgullosa como si hablara de sí misma. Yo me di un vistazo a las piernas de Eduardo debajo de los blue jeans, ¿cómo no vi antes ese par de piernas? Si bien el chico era delgado, las piernas se le marcaban firmes y más carnosas debajo de la tela. Pero no dejé que mi morbo me distrajera demasiado o Teresa lo notaría.
Los llevé por el pasillo de la derecha, donde tenía los dos apartamentos listos. El seis era el penúltimo pero el más cerca de mi habitación de los que estaban libres, les abrí la puerta y les dejé entrar. Nada más abrir la puerta la cama con dosel se aparecía elegante y como atrapada en el tiempo colonial, un baúl a los pies de la cama y frente a ésta un televisor, al fondo había un escritorio junto a la ventana rectangular que daba vista a la casa vecina. Junto al televisor estaba la puerta a la salita-comedor, con su cocineta, estufa y refrigerador de bar, un juego de comedor para dos y un sofá de cuero, la respectiva ventana y el cuarto de baño con la bañera y ducha en uno solo.
La madre abrió las llaves para corroborar el flujo de agua, encendió cada luz y se aseguró que la calefacción junto a la cama funcionara, el chico en cambio se complació con ver que las ventanas se abrieran ,que la cama fuese firme y que la tele encendiera, con una mano en el bolsillo me preguntó si había Wifi y por primera vez escuché su voz, que aunque dulce y tímida, era profunda, muy varonil, el tipo de voz que cuando te dice «zorra» o «puta» te hace mojar las bragas. No había duda, ese muchacho tenía que ser mío, así que me dispuse a terminar de convencer a Teresa con el precio.
«Claro, tenemos la mejor velocidad por si te interesan los videojuegos en línea, está incluido en el precio» añadí guiñándole un ojo a la madre. «Aunque estoy segura que estarás más concentrado en tus estudios, pero no te preocupes, tienes buena cobertura en cualquiera de las salas del complejo».
«Me gusta, me gusta mucho» dijo Teresa, complacida mientras abrazaba su cartera. Eduardo daba un par de vueltas más. «¿Qué dices, Lalo?»
«Sí, me gusta» dijo al fin, aunque su rostro no denotaba demasiado entusiasmo, más bien conformismo. Si algo era difícil de entender en los jóvenes era su falta de expresividad, esa constante falta de interés en lo que ocurría al rededor, pero como con todos, con Lalo rompería esa coraza y sacaría del cascarón al potrito para cabalgarlo.
Discutí el precio con Teresa y firmamos el contrato en la sala común tras asegurarle que yo vivía en el complejo, les mostré el anexo y les aseguré que no permitía el consumo de drogas en el complejo, que no había habido nunca un disturbio y que las fiestas de fraternidad eran una quimera allí. Claro, las fiestas me las montaba yo en el anexo. Quedaron en mudarse la próxima semana así que yo comencé a trabajar en mi plan para comerme a Eduardo.
Lo primero era poder darme gusto viéndolo y descubrir qué le gustaba, así que lo primero que hice fue instalar mis cámaras espía en su apartamento, localizando una en su baño justo detrás del grifo una y otra desde la parte superior frente al espejo, la siguiente fue en la cama con dosel detrás de alguna de las figuras talladas para poder verlo cada vez que dormía, otra panorámica de la recámara y otra de la salita, donde por lo general había menos acción.
Aquí creo conveniente describirme, porque lo primero que hice cuando Teresa se fue y dejó a su hijo en su nuevo hogar, fue cambiarme de ropa. Mi culo quedó cubierto apenas por un short jean rasgado, las piernas y mi culo son mi mejor atributo, los pantalones siempre son un reto para mí porque terminan rozándome el espacio entre las piernas. Me puse un top blanco que dejaba ver mis pezones casi saliéndose por la parte superior y marcándolos bajo la tela de lo excitante que me parecía cazar a un nuevo chico. Tras atarme el cabello en una coleta alta me coloqué algo de labial rojo y unas notas de loción en el cuello, me deslicé unas zapatillas deportivas y ya, estaba lista para ayudarle a mi nuevo inquilino a instalarse. La cortesía es lo más importante.
Por las cámaras lo vi desempacando una vajilla de trastos en la cocina, andaba en una calzoneta deportiva y una camiseta negra sencilla, descalzo. Me mordí el labio solo de imaginarme a ese chico diez años menor comiéndome el coño, me masajee los pezones para que se me resaltaran aún más y busqué el martillo y unos clavos, me dirigí al número seis, en el pasillo me encontré al inquilino del cuatro, Rodrigo, un estudiante de medicina de segundo año que, tras conseguirse una noviecita decidió alejarse de mí, pero vamos que mis visitas nocturnas no las niega. Al verme vestida como una zorra dejó las llaves caer al suelo y junto a su quijada, no sabría decir si iba de salida o de entrada.
«¿Estás bien, Rodri?» pregunté acercándome y agachándome a recoger las llaves sin doblar las rodillas, sus ojos se desviaron a mi culo empinado y cuando me erguí de nuevo deslicé mi mano por su bragueta sintiendo la inminente erección. Rodri pasó saliva por la garganta y balbuceó, era un poquito regordete, no tenía barba ni ningún rasgo que destacara del resto, sería uno más del montón, pero me gustaba jugar con él y ponerlo caliente, hacerlo correrse en mi mano y pedirme que pare, era joven nada más. Me acerqué a su oído mientras seguía jugando con su bragueta, atenta al pasillo por si mi nuevo inquilino se asomaba. «¿Te la chupo más noche? ¿O le darás la lechita a esa noviecita tuya?» pregunté con un risa fugaz.
«Ma-Mariana» balbuceo, aferrándose a los libros como si se le fuese la vida en ello. «No, yo le-le s-soy fiel a mi n-novia».
«Ya lo veremos más tarde, corazón» respondí, dándole un apretón a su pequeña verga regordeta, haciéndole gemir y estremecerse. Lo dejé por la paz y retomé mi camino hacia el seis. Di dos toques frente a su puerta y sonreí automáticamente. «¡Hey, Eduardo!» saludé con las manos en la espalda. Como era de esperarse sus ojos se desviaron de inmediato a mis tetas casi descubiertas y de allí no se despegaron. «Te traje unas cosas que pensé que podrías necesitar para instalarte».
El chico estaba boquiabierta, esos ojazos azules clavados en mis pezones erectos que más duros se ponían al saberse observados. Me moví de lado a lado con una fingida inocencia, su cabeza siguió la dirección de mis tetas como una serpiente encantada.
«¿Eduardo? ¡Hola!» insistí ante su estupefacción. Lalo sacudió su cabeza y volvió a mirarme con esos ojitos azules. «¿Estas bien?»
«E-Esto… Sí, sí, ¿qué me decías?» preguntó relamiéndose su labio y ésta vez fui yo la que quedó prendida del gesto, imaginándome esos labios comiéndome el coño.
«Que te traje un par de cosas, ¿quieres adivinar qué eso?»
«No tengo idea qué puede ser»
«Es para clavar duro» sonreí ésta vez mordiendo mi labio, el color subió a sus mejillas de inmediato. Saqué el martillo y los clavos de detrás de mí y se los extendí. «En mi experiencia es la herramienta número uno que los nuevos inquilinos terminan pidiéndome prestada, así que esta vez me adelanté y te la traje. ¿Y la otra cosa? ¿Adivinas?»
De manera automática tomó el martillo y los clavos, sin despegar sus ojos de mis tetas de nuevo. Negó, pero sin mirarme el rostro, y yo comenzaba a mojarme solo con saber que ese chico se pondría duro en cualquier momento.
«¡Mi ayuda, tontito! ¡Te ayudaré a desempacar!» respondí dando un pequeño salto en mi sitio, con ello mis tetas se balancearon y él siguió el movimiento con su cabeza.
Me adentré en el apartamento sin esperar que me invitara, Lalo estaba lo suficientemente idiotizado como para hacer algo para impedirme cerrar la puerta detrás de mí. Vi las cajas aún a medias en la cocineta y comencé a sacar las tazas y cristales de sus envolturas para depositarlos en las alacenas, él dejó el martillo sobre el comedor y se quedó viéndome inclinarme sobre la caja que estaba en el suelo, sin doblar las rodillas, con el diminuto short metido entremedio del culo debía tener una vista espectacular.
«N-No es necesario que me ayudes con esto, Mariana, de verdad» dijo con voz suave, aún estático junto a la entrada a la recámara. Yo agité mi cabeza con una negativa.
«Ni hablar, tu madre me pidió como favor especial que te ayudara en todo lo posible. Anda, muévete y ayúdame a desempacar, cuando acabemos pediremos una pizza, ¿vale?»
«P-Pero en serio» dijo con su voz temerosa, sonrojándose y rascándose la nuca, «no tienes que hacer esto. Mi madre es… exagerada».
Dejé los plásticos de burbujas y la taza a la que envolvía, me acerqué a él y le abrí la silla del comedor, hice un gesto para que se sentara. Eduardo estaba sonrojado y algo acongojado, imaginé que sería la típica nostalgia tras dejar el hogar, así que, además de buscar mi propio morbo, decidí que el chico también merecía recibir algo a cambio, y quizá era la mejor forma de aproximarse a Lalo: por el lado sentimental y no instintivo.
«A ver, Lalo… ¿te puedo llamar así?»
«Claro» asintió, jugueteando con las pulseras de tejidos en sus muñecas, tenía al menos cinco en cada mano.
«A ver, Lalo, si bien tu madre puede ser un poco sobreprotectora está permitiendo que vivas ésta nueva etapa de tu vida dándote más libertades de la que muchos chicos que he visto han tenido. Y no te creas, no iré corriendo a contarle todo lo que vea que haces o dices, eres un adulto responsable ahora y puedes hacer lo que quieras mientras no sea ilícito o mientras no sea en éste recinto… O en última instancia que no me entere» susurré con complicidad, aunque sabía que con las cámaras instaladas, poco ocurriría sin que yo me enterase, pero esto sirvió para que Lalo me sonriera por primera vez y se desinhibiera un poco.
Mientras le ayudaba a organizar el apartamento como él quería y le instruía en la distribución de sus muebles le saqué plática, así supe que no tenía novia pero que había tenido un par en el instituto, nada serio. Él, claro, se enteró que estaba soltera y que aunque estaba prohibido para los estudiantes, yo tenía una pequeña dotación de marihuana en el anexo, misma que consumía sólo en ocasiones especiales, él me dijo que nunca había probado drogas, que no se «alcoholizaba» desde hacía más de dos años desde que el soccer había sido el centro de su vida, que poco salía de noche porque su madre insistía en que sus estudios y rendimiento eran más importante, y no le permitía dejar la casa. En fin, Lalo era un chico muy guapo, muy tierno y respetuoso que sufría los estragos de una madre sobreprotectora.
«Bueno» dije sentándome en el comedor de nueva cuenta, sólo que la noche del sábado ya iba cayendo y el suelo estaba cubierto con papel de burbujas, periódicos y cajas, pero el apartamento estaba casi terminado, «tu madre ya no está aquí, así que si quieres experimentar esas cosas…»
«Oh, no. No, no» sonrió siempre con cautela, sus colmillos eran tan perfectos y blancos, como el resto de su reputación, «tenemos antidoping dos veces al mes. Es requerimiento del equipo».
«Qué lata! Ya qué, quizá en vacaciones» añadí, guiñándole un ojo. Tomé el martillo. «¿Algo que quieras clavar?» pregunté y él asintió. Fue a su equipaje y sacó un rectángulo empapelado en periódico, rompió el envoltorio y me mostró una pintura abstracta de salpicaduras y sobre un fondo azul índigo, unas burbujas rojas con destellos blancos estaban en primer plano y la intensidad y combinación de los colores les daba el aspecto de estar flotando. «¡Wow! Eso es genial».
«Gracias, lo hizo mi mejor amigo para mí antes de separarnos. Él está en otra universidad estudiando artes» explicó con orgullo.
Tomé el martillo y fui a la recámara, el espacio de la pared junto a la puerta de salida era el lugar perfecto para colocarlo y le permitiría a él contemplar su obra así que me incliné mientras él se sentaba en la cama, dándole una vista completa de mis piernas y culo, entre abrí las piernas para lucir más erótica y comencé a clavar, tardándome un poco más de lo necesario. Cuando giré para pedirle la pintura él estaba boquiabierto había una buena tienda de campaña en su calzoneta, misma que intentó disimular cubriéndola con el codo cuando le quité la pintura de las manos, pero el tamaño del bulto me dejó curiosa y caliente; la mayoría de los chicos de su edad y complexión aún no tienen el tamaño que tendría el de un hombre maduro, pero él… No me lo esperaba, y la curiosidad se disparó en mí. Le habría saltado allí mismo y lo hubiera violado, pero quería que él se entregara por su propia voluntad, que me permitiera jugar con él como yo quisiera y usarlo cuando quisiera, así que esa tarde sólo colgué el cuadro, le prometí que podía confiar en mi como una amiga y le di un beso en la mejilla inclinándome y apoyando mis manos en su pecho, mi abdomen tuvo un roce de su erección al hacerlo y él se puso aún más nervioso.
Corrí al anexo y subí las escaleras a la recámara, abrí la computadora y puse las cámaras. Lalo levantó la basura del suelo, dobló las cajas y tomó asiento en el comedor restregándose la cabeza con las manos como si estuviese preocupado. Se desnudó y se metió al cuarto de baño. Cambié de cámara y lo vi…! El muchacho estaba bien dotado! Se metió a la ducha con la verga bien parada y tomó el jabón líquido del estante donde lo habíamos dejado, con sus manos largas agarró su mástil y estiró la piel del prepucio para comenzar a pajearse rápidamente con el chorro de agua cayéndole en la nuca.
El flaquito estaba hecho una delicia, quería comérmelo. Me deshice de los shorts que estaban ya hechos un charco y me metí dos dedos pajeándome al rimo de su mano, Lalo iba de prisa como si estuviera desesperado, en menos de dos minutos supe que se estaba corriendo porque se agitó y apoyó por completo en las baldosas de la pared, entonces vi los chorros de leche escurriéndose en alto contraste con el celeste de las baldosas del baño. Quise poder entrar y lamer la leche de la pared y chuparle esa verga gruesa y venosa a mi chico, pero me tuve que conformar con meterme tres dedos y correrme pensando en él.
Eso solo fue el comienzo de esa noche, porque tras ducharse Lalo estaba de nuevo como un mástil y se tendió en la cama con la portátil abierta y a un costado y los cascos en sus oídos, ésta vez se puso cómodo con unos Kleenex a un lado y un aceite, esta vez comenzó a pajearse con calma al ritmo de alguna porno y yo… Yo también aproveché, tomando mi consolador y pajeándome a su ritmo, viéndolo retorcerse y halarse esa verga con las dos manos, y aun así no lograba cubrírsela por completo porque la punta morada e hinchada sobresalía. Lalito, Lalito, Lalito…
Comenzó sus clases y poco a poco aprendí sus rutinas de estudio y de pajas, claro, sabía las porno que le gustaban eran de culonas y tetas grandes, como casi cualquier adolescente, podía correrse hasta tres veces por sesión y las noches previas a las que tenía partidos de soccer eran las que tenía más alargaba buscando desestresarse, instalé audio también en las cámaras luego de la primera noche, para escucharlo gemir y correrse, su voz de chico tímido se transformaba en un auténtico macho aunque apenas y susurraba, seguro temeroso de que lo escuchasen en los otros apartamentos, pero yo más que nadie sabía que el sonido no viajaba.
Buscaba liberarse de la pesada de su madre que venía cada semana durante los primeros tres meses, hasta que luego pasó a ser cada dos semanas gracias a mis reportes continuos. Le confesé a Lalo lo que hacía y él me agradeció una noche en que compartimos una pizza en su apartamento, había llevado yo una botella de vino y, claro, un faldita pequeña de jean con una tanguita negra debajo, unas sandalias de deslizar el pie dentro y la parte superior sin brassier, usando sólo una camisa holgada que al inclinarme demasiado mostraba mis tetas de más. Lalo me confesó que había una chica que le gustaba pero que no creía que ella pudiera fijarse en él, entonces me prensé de eso para tratar de sexo.
«Tonterías, ¿por qué lo dices?» pregunté, sirviendo un poco más de vino en las tazas de ambos, él no tenía copas.
«Porque ella es increíble, hermosa, lista y graciosa. Yo solo soy un crío.» Había mucha tristeza en su voz, pero también una serenidad muy adulta, como quien se resigna a no tener algo. «Pero no me molesta, ¿sabes? Creo que con tener su amistad es suficiente».
«¡Vamos! Campeón, que tú puedes conquistarla, ¿ya has intentado acercarte y ver si ella se siente ver contigo? Quiero decir, ya sabes, si le gusta estar a tu alrededor»:
«Eso creo» asintió, sus ojos azules ahora ya tenían más facilidad para concentrarse en mí y no en mis tetas, pero yo deseaba más, quería tener por lo menos sus manos magreándome las tetas y comerle la polla allí mismo. El vino me estaba poniendo más lanzada, y debía seguir procediendo con cuidado. Si Lalito estaba confiando en mí no podía perder ese trabajo por la calentura. El trabajo tendría su recompensa.
«Entonces ya lo tienes, anímate a invitarla a salir».
«Podría arruinar la amistad» se lamentó, mordisqueando su labio y de nuevo pensé en esa boca y esos dientes mordiéndome los pezones. «No quiero hacerla sentir incómoda».
«Lalo, si no arriesgas no ganas, ¡eh! ¡Lánzate!» insistí, inclinándome hacia delante en el comedor para tomar su rodilla, él se estremeció pero yo no aparté mi mano, continué pretendiendo que todo estaba en calma. «Invítala a salir, o róbale un beso. Es mejor pedir perdón que pedir permiso, además, estoy segura que besas bien».
«¿Cómo puedes saberlo?» preguntó, llevándose la copa a sus labios con mucho nerviosismo, tenía las mejillas rojas la pierna bajo mi mano se tensaba.
«¿Me equivoco?»
«N-No lo sé…» balbuceó.
«¿Cómo no vas a saberlo? Tú tienes que saber si sabes besar o no» expliqué. «Dime, ¿besas bien?» continúe, inclinándome hacia su extremo de la mesa, la camisa se deslizó descubriendo la mitad de mis senos y el nacimiento de mis pezones, los ojos de Lalo estaban perdidos en el escote. Bajé la vos, susurrando casi sobre sus mejillas, lo tenía casi a mi merced. «¿Me dejas comprobarlo? ¿Cómo amigos? Así yo te digo si esa chica caerá definitivamente por ti si le robas un beso, ¿mmm? ¿Qué dices? ¿Me das un beso, Lalo?» insistí con mi mano en su pierna, lentamente dejé la copa que sostenía con la mano izquierda y rodee su mejilla, Lalito estaba como hipnotizado con mis tetas, no se percataba de nada y cuando dejé la camisa caer descubriéndolos por completo supe que ya lo tenía, me incliné sobre él y deslicé mis labios despacio hasta su boca, sintiendo cómo dejaba de oponer resistencia y encajaba sus tiernos labios con los míos en un beso superficial.
Deslicé mi lengua dentro de su boca y él cedió permitiéndome ultrajar su garganta con mi lengua con un vaivén lento y controlado, el vino combinado con el sabor de nuestra saliva. Deslicé mi mano hasta su muslo y allí la dejé ejerciendo presión, sabía que su bragueta estaba muy cerca, pero no quería asustarlo ni ahuyentarlo mientras disfrutaba del sublime momento de probar su boca por primera vez, segura ahora de que el chico haría un buen cunnilingus. Aparté mi mano del muslo para reacomodarme la camisa y lentamente volví a bajar la intensidad del beso, hasta que volvimos a encajar la boca con apenas un toque. Lalo abrió los ojos, esos preciosos ojos azules, mientras me reacomodaba en la silla.
«Besas bien, Lalo, no tienes que avergonzarte de nada» dije con fingida calma, bebiendo de mi copa para intentar disimular las ganas de hacerle una mamada y meterme su verga en el coño de una estocada. Él estaba como un tomate, sin podérselo creer aún. «Creo que me voy, es tarde. Guarda la botella de vino, colócale el corcho para que no se eche a perder. Buenas noches, Lalo» añadí besando su mejilla.
Cuando llegué al anexo estaba hecha una fiera, necesitaba tener algo dentro del coño. Cuando encendí la computadora vi a Lalo denudarse y colocarse boca abajo, acomodó sus almohadas y sentí una punzada de excitación en el clítoris cuando lo vi cabalgar sus almohadas y frotarse con ellas como un macho necesitado. Sentí una increíble lástima de haberlo dejado así, y casi casi me regreso para ayudarle, pero en lugar de eso me complací con las velocidades de mi dildo mientras lo escuchaba gemir y decir quedito mi nombre, mordiendo las almohadas y corriéndose sin remordimientos en ellas. Su cuerpo atleta y definido se veía espléndido en esa posición, su culo blanco se notaba durito y firme con cada contracción que ejercía fingiendo la penetración, la espalda se le marcaba a pesar de ser delgado y estilizado, era un muchacho delicioso y ejemplar.
Lalo me evitó un par de semanas después de eso, no atendía cuando llamaba a su puerta y también lo veía algo decaído por las cámaras, sus pajas eran más rápidas y menos apasionadas, más desesperadas, como si quisiera simplemente terminar con eso y ya. Teresa también me llamó preguntándome por él, me dijo que lo notaba raro en el teléfono, y yo también me preocupé por él, así que decidí tomar cartas en el asunto de una vez tras tranquilizar a Tere prometiéndole que me haría cargo.
Decidida la noche de un sábado de diciembre llamé a su puerta. Vestía yo suéter blanco de esos de cuello de tortuga tan largos como vestidos, no llevaba brassier, como siempre que visitaba a mi chico, y la braguita que usaba era de encaje y tan chiquita que los labios del coño se me salían por los lados, me había rasurado para él, completita y había comprado un nuevo perfume, me maquillé y me puse las pestañas postizas para que mis ojos lucieran más grandes, me fui descalza hasta su apartamento.
«Lalo, sé que estás allí, ábreme, por favor!» llamé. Volví a tocar el número seis, y como vi que no respondía por las buenas supe que era hora de usar las malas. «Lalo, tu madre está preocupada, si no hablas conmigo se preocupará y vendrá, lo sabes». La amenaza de tener a su madre de nuevo como buitre sin dejarle salir con sus amigos surtió efecto y en un minuto estaba abriendo la puerta, llevaba sus pantalonetas deportivas nada más, el torso desnudo y las gafas de descanso visual puestas, quizá estaba estudiando.
«¿Me dejas pasar?» Se apartó y fui directamente hacia su recámara, me senté en el borde mientras él venía detrás con las manos en los bolsillos. «¿Qué te está pasando, Lalo? Estoy preocupada por ti, creí que éramos amigos y confiabas en mí, ¿es por el beso?» Se sonrojó, no, cambió de colores y esta vez los ojos se le cuajaron, se cubrió el rostro con una mano. No podía creerlo, el chico estaba llorando. Me sentí culpable. ¡Vamos!, no quería hacerlo llorar y ninguno había llorado antes, pero Lalo era tan sensible, me acerqué a él y lo ayudé a sentarse, recostándolo en mis piernas sobre la cama. «Mi amor, ¿qué tienes?»
«P-Perdón» balbuceó, irguiéndose y tomando aire de nueva cuenta, tallándose el rostro con las palmas abiertas. No podía verme, no me miraba así que me hinqué en la cama y me coloqué detrás de él, abrazando su torso desde atrás y apoyándole las tetas en la espalda.
«No tienes que pedir perdón por nada, está bien, sólo pide ayuda si algo te pasa, ¿sí? Dime qué te tiene así, anda. ¿Es el estudio? ¿Es esa chica? ¿O el beso?! ¿La besaste?!» deduje con asombro, quizá él, como mi Rodriguito estaba enamorisqueado.
«¿De verdad no te das cuenta?» preguntó, volviendo a girarse de medio torso, sus ojos azules, esas joyas preciosas por fin volvieron a dedicarme una de esas miradas tiernas. «Estoy loco por ti, Mariana, me gustas… No, más que eso: te quiero, pero sé que solo soy joven para ti y el beso… Para mi fue lo más maravilloso, la mejor experiencia de mi vida pero tu… Tú no me quieres».
«Lalo, mi vida…» No podía creérmelo, mi muchacho estaba allí declarándoseme y ofreciéndome sus angustias y la posibilidad de calmarlas, supe que aquello era de verdad distinto, que podía acabar más si no tenía cuidado. El corazón me decía que debía cuidarlo como a un hermano menor, pero el coño me palpitaba por ese chico que llevaba mucho tiempo mojándome las bragas y dedicándome sus pajas. Me incliné para besar sus mejillas húmedas por las lágrimas, aún arrodillada sobre la mullida cama, luego llegué a sus labios y volví a besarlo como la primera vez, primero despacio para tranquilizar al semental y luego con intensidad para hacerlo correr a mi ritmo, me deslicé sobre sus piernas y me senté a horcajadas sobre sus caderas, guiándolo hacia el colchón con lentitud hasta que lo tuve de espaldas en la cama con sus manos en mis caderas. «Mi vida, también me gustas» murmuré en su oído para volver a alejarme lo suficiente y ésta vez enfocar sus preciosos ojos azules, Lalo sonreía de nuevo. «No te quiero ver triste pero tampoco quiero que te confundas así que vamos a aclarar esto» continúe sentada sobre su bulto que ya comenzaba a cobrar firmeza bajo mi coño. «Me gustas, y quiero follar contigo, pero esto no es una relación, ¿vale? Dijiste que querías mi amistad sobre todo, así que la tienes, eso y mi coño para que me llenes de tu lechita, mi amor, pero lo demás… Eso estará por verse, ¿estamos?»
«S-Sí» asintió, afianzándose de mis caderas con sus manos. Me aparté y lo hice volver a sentarse en la orilla de la cama, de pie frente a él llevé las manos al borde del suéter y lo alcé dejándole ver por primera vez mis tetas y mi cuerpo casi desnudo, luego llevé las manos a la braga y la bajé hasta mis tobillos, la tomé y me acerqué a mi chico que, estupefacto y boquiabierta me observaba, arrugué la braga en un puño se la puse en la nariz, él, sin que tenga que decirle nada, cerró los ojos y aspiró con devoción, olfateándome.
«Quiero que me comas el coño, ¿lo has hecho?» pregunté partándole de nuevo. Lalo negó con la vista clavada en mi coño rasurado. Me subí a la cama y gatee hasta la cabecera, segura de que era el ángulo perfecto para que todo quedara grabado en la cámara, me abrí de piernas y mi coño estaba baboso y brillante, Lalo se recostó boca abajo y acercó su rostro a mis piernas, por instinto quizá o porque ha visto muchas porno, comenzó con lentitud a ascender con besos por mis pantorrillas, lamió y mordió la cara interna de mis muslos y llegó hasta mi coño supurante de humedad lo olfateo con los ojos cerrados. «¿Te gusta?»
«Huele riquísimo» dijo antes de estirar la lengua y… ¡Dioses!, el chico era un arte con esa lengua, haciendo una esfuerzo por lamer cada gota de lubricación y concentrarse en el clítoris con devoción, se dio a la tarea de jugar con mi coño, pellizcándolo con curiosidad, estirándolo, metiéndome un dedito cauteloso y cuando vio que había espacio metió otro. Tenía manos divinas y no sé aún cómo supo ni cómo lo hizo pero comenzó a poner sus dedos en una forma de gancho y me follaba con ellos mientras lamía mi clítoris y lo chupaba hasta que me hizo correrme en su boca y un pequeño chorrito de humedad cayó entro de sus labios, él se sorprendió pero no se separó de su tarea y continúo bebiendo a pesar de mis espasmos y de que impedía su movilidad apresándole con las piernas.
«Quiero comerte el culo» dijo, levantándome las piernas y exponiendo mi ano, no me dio tiempo de hablar porque ya estaba invadiendo mi sagrado culito con su lengua, sentía cómo jugaba con el perineo con sus dedos, cuando más intenso se puso fue cuando me hizo abrazar mis piernas y comenzó a lamer desde el ano hasta mi pubis con rapidez, no sé qué quería lograr, no sé si se había propuesto alguna meta, pero mi chico se había transformado y se había desinhibido de su timidez para explorar mi cuerpo con la misma tenacidad de un conquistador en un nuevo continente.
«Ven, cómeme las tetas, amor, termínate de criar» le dije, recibiéndolo en un abrazo con mis tetas, él se acomodó en un costado y por fin tuve a mi merced su rica verga adolescente. Se la saqué de la pantaloneta mientras él se hacía a dos manos con mis tetas y tironeaba de los pezones, estaba como una barra dura y caliente, en persona era aún más sorprendente que en vídeo, las venas se le resaltaban con descaro y el líquido preseminal ya lo cubría, comencé a hacerle una paja mientras él mordía mis ubres y las agitaba, hundía su cara en ellas y las lamía con devoción, estaba emocionado, como un niño con juguete nuevo. «¿Te gustaría que te haga una mamada, mi niño?»
«Sí, por favor» respondió con uno de mis pezones entre los dientes, como si le hubiese preguntado si quería más comida.
Lo recosté en mi lugar entre las almohadas y me coloqué entre sus piernas, tomé su verga con ambas manos y la coloqué frente a mi cara para que viera la comparación ¡y es que cubría casi toda mi cara! Mantuve mi mirada clavada en sus preciosos ojos azules mientras llevaba su glande a mi boca y lo chupaba y escupía, pajeándole el resto del falo con las manos.
«¿Ya te habían hecho una mamada antes, amor?» pregunté justo antes de meterme su verga a la boca y sentir la textura de su piel y sus venas recorrer mis labios y las paredes de mi boca, como un rico consolador de carne y hueso estimulándome. Lalo gimió una afirmación y sus manos viajaron hasta mi nuca obligándome a dejarme la mitad de su verga dentro de mi boca y continuar hundiéndome, hasta que casi llegaba a su base, pero era demasiado grande y grueso para recibirla toda en la boca, pero él lo disfrutaba y gemía mi nombre, movía sus caderas y cogía mi boca de una manera tan deliciosa que me hizo desear su lechita en mi boca. «Dame la leche, mi niño, dame tu lechita» pedí sacudiendo su verga y volviéndome a dejar coger por él. Como lo esperaba, esa voz tímida se convirtió en un gutural ronquido casi cavernícola, proclamando su hombría de una vez por todas.
«Sí, sí, toma mi leche, puta» gimió con sus embestidas y jadeos lobeznos, tensándose en mi interior y derramando ríos de semen caliente en mi boca, hice el esfuerzo de tragar todo cuando pude pero él estaba cargado y continuaba largando chorros de leche que se desbordaron de mis mejillas pero que recolecté con los dedos y llevé a mis tetas y mis labios, tragándome todo lo demás. Continué lamiendo su falo cuando él recobraba el sentido, pero la dureza de su pene no mermaba. ¡Bendita juventud!
«¿Tienes algún condón por aquí, mi niño?» pregunté jugando con mis pezones llenos de semen, él asintió, se inclinó hacia la mesita de noche y extrajo un paquete de condones, tomé uno y lo abrí, lo coloqué en su verga y lo deslicé hacia abajo. «¿Listo, mi vida?» Lalo asintió y como un espectador simplemente vio como mi coño se deslizaba su verga en el interior con lentitud, perdiéndose poco a poco, peor aún a medio camino tuve que detenerme y esperar a que me acostumbrase a él, bajando un poco más hasta que él tomó el mando y con sus manos en mi cintura me la clavó con fuerza hasta el fondo, tocando mis paredes. Grité, o gemí, no lo sé, pero estaba llena y mi niño vuelto hombre se apropió de lo que creí sería mi momento de liderazgo, y comenzó a cogerme como un Ferrari sin darme tregua.
En un momento estaba boca abajo y sentía su falo aún en el interior, sus huevos pesados chocaban contra mi coño y sentía como me humedecía cada vez más y más, no sé si Lalo lo hacía conscientemente o era algo natural para él coger con brutalidad y fuerza, su verga encajaba en los lugares precisos y sus manos en mis tetas y en mi culo me hacían sentir rodeada por completo, como la parte de un todo. En mi oído escuchaba sus gemidos bestiales, como un motor en perfecto estado, gimiendo mi nombre junto a su palabra favorita: «puta». «Eres mi puta, Mariana», «comete mi verga toda, puta», «te llenaré el coño de mi leche, te voy a preñar por puta y fácil». Sentí que me desprendía de mi cuerpo, dejé de sentir lo que ocurría a mi alrededor y comencé a ver luces de colores en el cielo del techo. No sé cuánto tiempo pasé así, pero cuando volví a mí estaba aún boca abajo pero me sentía vacía y agotada, tenía el culo levantado, nada más. Era el orgasmo más increíble que había tenido en mi vida, tanto que había perdido el conocimiento y Lalo… Lo busqué con la mirada y lo vi regresar del baño sin condón, había un charco bajo mi coño y a él pareció no importarle, se deslizó a mi lado en la cama y me besó con la misma ternura de siempre, sus ojitos azules me miraban de nuevo con la timidez de su edad, supe que eso no sería lo de siempre, que con Lalo las cosas serían distintas. Él sería mío y sólo mío, mi muchacho.
Fin.
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Un relato muy largo y distinto a lo que he publicado. ¿Qué les ha parecido?
Un beso húmedo,
Emma.