Placer en una infidelidad incestuosa
—¿Quieres que te acerque a tu casa? —Me preguntó Ricardo observando divertido como comenzaba a recoger mi ropa repartida por el suelo de la habitación.
—Si te viene bien, te lo agradecería, —respondí sin ser consciente del gran error que estaba cometiendo—. Me gustaría llegar a casa antes de que Alex salga del trabajo, —añadí.
—Ha sido espectacular. La verdad es que siempre me has gustado mucho. Sin embargo, nunca pensé que tú y yo…
—¿Termináramos follando? —Lo interrumpí, terminando la frase por él —¿Has visto mis bragas? —Pregunté nerviosa, mirando debajo de la cama.
—¿Te refieres a estas? —Interpeló mostrándomelas en su mano, agitándolas como si se tratase de una bandera.
Yo me acerqué hasta él, momento que aprovechó para darme un fuerte azote en el culo, que hizo que me tambalease sobre mis altos tacones. Sin embargo, al sentir el recio contacto de su mano sobre una de mis nalgas, me alejé de su alcance, cogiendo antes con un rápido gesto mis bragas.
En ese momento, noté perfectamente como el semen de Ricardo comenzaba a escurrirse por mi todavía dilatada vagina. Pude sentir como calientes gotas de lefa, resbalaban por mis muslos hacia abajo. Me hubiese gustado ducharme, pero en el fondo siempre me ha dado morbo llegar así a casa.
—Tienes un coño precioso, —me indicó con esa momentánea confianza que se adquiere después de haber follado.
—Supongo que, para ti eso debe de ser una especie de halago, —comenté riéndome.
—¿Siempre lo has llevado totalmente depilado?
—Desde muy jovencita, me parece más higiénico, —le confesé.
—No sé por qué me había imaginado que tendrías el chochito con el pelo rubio.
—Pues siento haberte decepcionado. Ya has visto que no —Indiqué justo en el momento en el que me subía las bragas.
—¿Volveremos a vernos? —Preguntó Ricardo con tono preocupado.
—Me temo que, aunque quisiéramos, no podríamos evitarlo. Eres amigo de mi marido, —le comenté haciendo un gesto de resignación con las manos.
—Creo que entiendes de sobra lo que quiero decirte, —protestó con el semblante serio.
—Lo siento Ricardo, pero no volveremos a follar. Amo a mi marido y no voy a volver engañarlo. Eres un hombre muy agradable. Sin embargo, no soy de esa clase de mujeres. Lamento si en algún momento pensaste que pretendía tener un amante, —argumenté intentando buscar una excusa, como si fuera una especie de salvoconducto para alejarme de él.
—Te entiendo, Olivia. Pero me gustas demasiado para dejarte escapar sin volver a intentarlo. Ni Alex ni mi mujer se enterarían nunca de nuestra aventura, creo que ambos nos lo merecemos.
—No se trata de que se enteren, es cuestión de que yo no puedo vivir mintiendo a mi esposo, —expuse fingiendo estar a punto de llegar al llanto.
—Lo siento, Olivia. No puedo verte así, —respondió tratando de consolarme, acercándose a mi lado por detrás, para abrazarme. Sin embargo, pude notar como restregaba descaradamente su verga semi erecta, contra mi culo.
Ricardo llevaba tiempo interesado por mí, ese tipo de cosas una mujer experimentada como yo las nota enseguida. Era un hombre muy atractivo que conocía a mi marido desde que eran pequeños. Incluso habían estudiado juntos en la universidad, compartiendo además muchos amigos. Había sido precisamente en la fiesta de cumpleaños de un conocido de ambos, cuando Ricardo y yo nos dimos en la cocina de su casa, el primer beso.
Después de ese primer acercamiento entre nosotros, iniciamos un tonteo que únicamente consistía en enviarnos mensajes por teléfono. Al principio Ricardo se mostraba de forma educada y sutil, pero viendo que yo no ponía ningún tipo de reparo, fue atreviéndose cada día un poco más, elevando el tono de los mismos. Incluso en un par de ocasiones, habíamos mantenido sexo telefónico.
Me parece estar viéndome tumbada desnuda sobre mi cama, teniendo conversaciones calientes con Ricardo. Tanto nos excitábamos, que terminábamos masturbándonos, compartiendo nuestros jadeos cuando alcanzábamos el orgasmo.
Al final habíamos decidido llegar un poco más lejos. Esa tarde habíamos quedado a tomar algo con la intención de hablar sobre todo lo que nos estaba pasando. Yo le dejé precisamente este punto bastante claro por mensaje. Accedía a quedar con él simplemente con la intención de hablar. Aunque en realidad, yo era plenamente consciente de que en el fondo este requerimiento, solamente era excusa para disimular mi condición de mujer infiel.
Sin embargo, al final todo se nos había ido de las manos en tan solo un momento. Fue a los pocos minutos de vernos, justo cuando comenzamos a besarnos en aquel bar. Media hora más tarde de ese primer beso, ambos estábamos desnudos sobre la cama de aquella habitación de hotel follando de forma indecente. A pesar de ello, ahora quería marcharme de allí cuanto antes.
No es que Ricardo hubiese sido un mal amante, todo lo contrario. Me había follado con verdadera pasión, regalándome un par de intensos orgasmos. Simplemente, mi negativa para volver a estar con él se debía a que Ricardo era de esa clase de hombres a los que después de follar, mi interés se desvanece por completo.
Esa tarde cuando me vestía para acudir a ese furtivo encuentro, me conocía demasiado bien, siendo plenamente consciente que mi relación con el amigo de mi marido no iba a tener más recorrido que esa primera cita.
Después de abandonar por fin el hotel cómplice de nuestro adulterio, me acercó hasta casa en su coche. Aparcando justo al lado del portal, entonces yo me dispuse a bajar después de agradecerle el haberme traído.
Todo hubiera sido demasiado fácil de haber quedado simplemente en un furtivo polvo. Sin embargo, yo sabía de sobra que a veces los hombres se ponen demasiado insistentes y reiterativos. No obstante, estaba acostumbrada a saber torear ese tipo de envites. Ya estaba con un pie pisando el suelo de la calle, cuando de pronto le escuché decirme:
—¡Olivia, por favor! ¡No te marches así! —Exclamó con un tono lastimero y suplicante.
—Ricardo, —respondí de forma seria y seca—. Mi esposo está al llegar, si quieres lo esperamos y le contamos a él y a tu mujer, que clase de personas somos.
—Solo me gustaría que me dieras un último beso, después de eso te juro que me iré, y no volveré a insistir, —me prometió poniendo cara de circunstancias.
Aproveché un momento para comprobar que no había nadie conocido cerca. Únicamente después de asegurarme, volví a entrar de nuevo al coche cerrando la puerta. Entonces yo misma me acerqué decididamente hasta él, y juntamos nuestros labios en lo que pretendía ser el broche de oro de despedida, a nuestra breve relación como amantes.
Sin embargo, Ricardo no se iba a conformar con ponérmelo tan sencillo. Una de sus manos comenzó a tocarme los pechos por debajo del vestido. Yo abrí los ojos un instante, para volver asegurarme de que no había nadie cotilleando. Después me dejé manosear mientras continuábamos con ese último beso de despedida.
—Me encantan tus tetas —comentó sin dejar de palparlas, justo cuando separé mis labios de los suyos. —Me hubiera gustado correrme en ellas
—Podías haberlo hecho. Cuando me preguntaste donde podías correrte, te ofrecí hacerlo donde quisieras, —le recordé al tiempo que comenzaba a incorporarme de mi asiento.
—También me apetecía correrme dentro de tu coño, la tentación era muy fuerte, —comentó sonriendo, haciendo a la vez un gesto para que no me marchara todavía.
—Lo siento, Ricardo. No vuelvas a llamarme ni a enviarme mensajes, —le advertí mirándolo a los ojos y abandonando el coche.
No le di tiempo a que me respondiera, un instante después estaba dentro del portal.
Cuando entré por fin en casa, justo en el instante que iba a comenzar a desnudarme para meterme en la ducha, escuché el timbre de la puerta de abajo. Miré el reloj de mi muñeca un tanto desconcertada. Mis hijos estaban en casa de mi madre, y a Alex le faltaba por lo menos media hora para llegar.
—¿Quién es? —Pregunté por el telefonillo temiéndome lo peor, pensando que tal vez sería el pesado de Ricardo que no se daba por vencido.
—Olivia, soy yo, —respondió una voz que reconocí al instante.
—¡Tito Álvaro! —Exclamé extrañada, al mismo tiempo que apretaba el botón que abría la puerta del portal.
Mi tío Álvaro era el hermano mayor de mi padre. Al igual que mi progenitor también había estudiado derecho. Sin embargo, no había llegado a ejercer nunca pese a estar colegiado. La vida lo había llevado por otros derroteros, manteniendo un próspero negocio de importación, de una conocida marca de relojes y artículos de joyería.
Esperé un tanto expectante apoyada en la puerta de la entrada de casa, a que saliera del ascensor. Era raro que se presentara de esa forma tan imprevista en mi casa.
—¡Tito, que alegría de verte! —Exclamé intentando disimular mi sorpresa por verlo allí.
—Llamé hace cinco minutos al portero automático, pero no estabas, —me indicó a modo de saludo, sonando más como un reproche—. Pasaba por tu barrio por casualidad, y me apeteció acercarme para saludarte ¿No está Alex? —Me preguntó, dándome dos besos en las mejillas, pasando a continuación dentro de la casa.
—No, Alex está trabajando. Sin embargo, debe de estar casi a punto de llegar, —le informé al tiempo que cerraba la puerta.
—Olivia, la verdad es que cada vez te pareces más a tu madre. Por suerte has heredado su físico y no el de mi hermano, —comentó bromeando.
—Gracias, aunque no estoy segura de que a mi padre le hiciera la menor gracia escuchar tu comentario, —respondí sonriendo.
Noté que mi tío me miraba de un modo extraño. Sabía de sobra que era un hombre muy mujeriego y un tanto libertino. Yo misma lo había pillado en bastantes ocasiones mirándome el escote o las piernas, pero siempre trataba de disimular su excesivo ardor. Sin embargo, esa tarde me miraba con una pícara sonrisa en los labios, que consiguió intimidarme.
—Tengo que reconocer que siempre he sentido envidia por tu marido. No todo el mundo tiene la oportunidad de estar con una mujer tan espléndida como tú. Siempre pensé que era poco hombre para ti, pero ahora lo entiendo todo… —Alegó en un tono en él jamás lo había escuchado hablar. Todo ello sin dejar de mirarme de forma descarada, manteniendo al mismo tiempo una grotesca sonrisa en los labios.
—No entiendo tito. ¿Qué es lo que…?
—Olivia, —dijo interrumpiéndome de manera impertinente— ¿Cómo se llama el amigo de tu marido, ese que…? ¿El que estudió con él, que estuvo también en vuestra boda? Es que no recuerdo su nombre ahora.
—¿Te refieres a Ricardo? —Respondí temiéndome lo peor, pero manteniendo un tono desafiante.
—¡Ricardo, eso es…! ¡Qué cabeza la mía…!
—¿Hay algo que quieras decirme, tito? —Pregunté intentando no dejarme amedrentar.
—Creo que más bien eres tú la que debería explicarse. ¿Puedo saber por qué estabas con el amigo de tu esposo, metida dentro de su coche besándoos como dos tortolitos?
Podría haberlo negado todo, sin embargo, estaba segura de que me había visto. No había duda de ello. Negar lo evidente podría hacerlo enfadar más. Pensé que, si quería llevarlo a mi terreno, no debía de insultar su inteligencia.
—¿Y por qué se supone que tengo que darte a ti cualquier tipo de explicación? Lo que yo haga con mi vida, no es de tu incumbencia.
—Claro que lo es. Eres mi sobrina favorita, y quiero lo mejor para ti, —explicó haciéndome intuir cierta hipocresía en sus palabras—. Además, dudo de que en este momento te convenga hablarme de ese modo. ¿Qué diría tu padre o tu madre, por no decir tu esposo, si llegan a enterarse de que la dulce Olivia, es en realidad toda una puta, que se folla a uno de los amigos de su marido?
—¿Me acabas de llamar puta? ¡No lo puedo creer…! —Exclame visiblemente irritada.
—¿Se le puede llamar de otra forma a la esposa que viene de joderse al amigo del marido?
—¡Tito, no estaba follando! Te recuerdo que solo me has visto darme un beso, —respondí intentando cambiar de táctica. Fingiendo que en ese momento me sentía totalmente acorralada y avergonzada, casi a punto de echarme a llorar.
—¡Olivia, No me trates por idiota! —Exclamó casi gritando.
—Tito yo…
Entonces de un violento gesto levantó mi corto vestido hacia arriba. Yo me quedé paralizada, mientras él observaba grotescamente el color de mis bragas.
—Hueles a sexo. Estoy seguro de que, si bajara ahora mismo tus bragas, podría observar tu chochito enrojecido por haber estado jodiendo toda la tarde como una buena puta, con el amigo de tu marido ¿Te ibas a duchar antes de que viniera el cornudo de tu esposo?
—¡Tito, por favor! —Exclamé intentando bajar mi vestido— Alex, está a punto de llegar. Déjame, te lo suplico.
—¿Me estás pidiendo que no le cuente a ese cornudo la zorra que tiene por esposa?
—Tito, te pido por mis hijos que…
—¡No me hables ahora de tus hijos! ¿Pensaste acaso en ellos cuando el cipote de Ricardo penetraba tu coño? ¿Te ha follado bien? —Me interrumpió sin dejarme hablar visiblemente irritado.
Estaba claro que mi tío no iba a dejarse enternecer ni por mis lágrimas ni por mis hijos. Yo mantenía mis manos pegadas a la falda de mi corto vestido, evitando de manera decorosa, que volviera a levantarla.
Hacía pocas semanas había tenido una enorme bronca con mi esposo. Por lo visto, a su madre le habían llegado rumores de que alguien me habían visto salir de un hotel de la mano de un hombre. No era la primera vez que tenía que negarle a mi marido alguna de mis infidelidades. Sin embargo, que mi tío, alguien de mi propia sangre le fuera con este chisme, precisamente en ese momento, era de lo más inoportuno.
—¿Se lo vas a decir? —Le pregunté de forma directa.
—Eso depende de ti. Te aseguro que, si te portas bien conmigo, nadie tiene porque enterarse de lo zorra que eres en realidad. El cornudo de tu esposo me importa una mierda, —respondió sonriendo.
—No te entiendo ¿Qué es lo que quieres?
Entonces mi tío se acercó directamente a mí, y sin más preámbulo agarró una de mis nalgas por encima de la tela del vestido. Yo me quedé totalmente horrorizada, sin saber muy bien como debía de gestionar todo lo que me estaba pasando.
Sentir la mano de mi propio tío, que con más de sesenta años me palpaba de manera tan inmoral el culo. Ese pornográfico gesto, consiguió hacer que todo mi mundo en ese momento comenzara a desmoronarse.
«¿Qué pensaría mi padre, el hombre más formal y juicioso que he conocido en toda mi vida, si supiese que su hermano mayor se estaba propasando de esa forma tan indecente conmigo?»
—¿Estás queriendo decirme, que me tengo que dejar manosear para que no le cuentes nada a mi esposo? —Pregunté en tono firme y seco, pero sin atreverme a apartar su mano de mis nalgas.
—Además de guapa siempre has sido una chica muy lista, —comentó riéndose—. Veo que lo vas entendiendo y encajando perfectamente.
—¿Me estás chantajeando? Te recuerdo que eso es un delito.
Mis palabras no consiguieron acobardarlo en absoluto, surtiendo el efecto contrario. Entonces pude escuchar una profunda y desagradable carcajada, que parecía sacada del de las profundidades del mismo infierno.
En realidad, esa era su manera de darme a entender, de que no había nada que pudiera hacer o decirle, para que cambiase de opinión. «Lo tomas o lo dejas», esa era la única negociación posible.
—Te recuerdo sobrina que al igual que tu padre estudié derecho. No me hables a mí, precisamente de leyes.
—¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar con tu amenaza? —Pregunté con la cabeza agachada.
—Lo quiero todo de ti, cariño. Llevo deseándote desde hace muchos años. Te he visto muchas veces en la piscina de la casa de tus padres, con esos bikinis… Desde que eras casi una niña despertaste cierto apetito sexual en mí. He observado como te ibas convirtiendo en la mujer que eres ahora. Embobado, miraba las minúsculas braguitas de tus bikinis, notando como cada verano iba transformándose este culo tan exquisito que ahora estoy palpando. Si otros disfrutan de la puta de mi sobrina ¿Por qué no iba yo aprovecharme de la situación?
—Tito, por favor, no hagas esto… —Supliqué totalmente compungida.
Pero mis súplicas parecían encenderlo aún más, era como si disfrutara con mi tormento. Pegándose completamente a mí, con la mano que le quedaba libre comenzó a sobarme los pechos por encima del vestido. Los palpaba sin ningún tipo de delicadeza.
—¡Qué tetazas tienes, zorra! —Exclamó, intentándomelas sacar del vestido.
Todo esto me estaba superando. Era mi querido tío el que me estaba manoseando y me hablaba con ese desprecio, sin importarle nada mis propios sentimientos. Sin duda había sido una figura de total confianza desde que yo tenía uso de razón.
Pensé en su hija, mi prima Laura. Ella era algo más que una prima para mí. Tenía mi misma edad y nos habíamos criado prácticamente juntas, habiendo compartido juegos y confesiones; colegio y buena parte de nuestra juventud. Precisamente ese grotesco y obsceno hombre, que me estaba chantajeando a cambio de abusar de mi cuerpo, era el mismo canalla, al que ella llamaba cariñosamente papá.
Sin embargo, reconozco que no tuve la valentía suficiente para echarlo a la calle. Era como si me estuviese prostituyendo a cambio de que no revelara mi secreto.
No solo se trataba de mi matrimonio, que dudaba seriamente que resistiese una confesión semejante. Lo sentía profundamente por mis hijos, lamentaba la decepción que llegaría a sufrir mi padre, me sentía ofendida por la manera en la que me observaría mi suegra, como indicando: «Lo veía venir… Sabía que Olivia era una zorra, ya os lo había advertido», ella llevaba tiempo que me miraba por encima del hombro, como si intuyese o desconfiara, de que le era desleal a su hijo.
—He sido testigo, en como tus pequeños pechos comenzaban a crecer hasta convertirse en estas hermosas tetazas que tienes ahora. ¿Eres consciente de cuantas pajas te he dedicado a lo largo de todos estos años? —Continuó declarando ofensivamente todo el deseo carnal, que yo le había provocado.
Por supuesto no respondí a su capciosa pregunta. Solamente imaginarme a mi tío masturbándose pensando en mí, me ponía realmente enferma.
—¿Pero la tía…? —traté de hacerlo razonar. Intentando evocar a su esposa como si fuese una especie de ritual, creyendo que tal vez pudiera con ese sortilegio devolverlo a la realidad.
—¿Qué coño tiene que ver tu tía en todo esto? Te estoy diciendo que desde siempre os he deseado, tanto a ti, como a tu madre… Cuando mi hermano comenzó a salir con tu madre, únicamente con verla la primera vez me quedé prendado de ella. He vivido siempre enamorado en secreto de Claudia, luego llegaste tú… casi un clon de tu madre. Sé que desde ahora comenzarás a verme como un monstruo. Sin embargo, he de confesarte que me da igual… ¡Ya está bien de desearte en secreto! Quiero que lo sepas todo. ¿Piensas que sería capaz de dejar pasar una oportunidad como la que me has puesto en bandeja esta tarde? ¿Es que acaso opinas que soy un idiota?
Entonces acercó su boca a mis pechos que permanecían exhibidos de forma grotesca fuera del vestido, y comenzó a besarlos. Sentí sus labios sorbiendo mis pezones, que de modo sensible se endurecieron al primer contacto.
Yo cerré los ojos, prefería no ver aquello. Era como si no pudiese soportar la imagen de mi tío comiéndome las tetas, totalmente inclinado sobre ellas, pues yo era bastante más alta que él.
Apretando los puños noté sus labios posarse sobre los míos, me dejé besar. «¿Qué podía hacer?» Al principio cerré mi boca con fuerza, solo le permití que su lengua recorriera mis labios de forma grosera y soez. Notar la humedad de su boca me resultó casi repulsivo. No obstante, pareció no importarle en absoluto mi muestra de falta de deseo hacia él, ya que comenzó a rozar su pelvis contra la mía. Fue justo en ese momento, cuando pude sentir físicamente la enorme erección que se ocultaba bajo sus pantalones.
Sin embargo, se apartó un instante de mí con la obscena intención de levantar mi vestido por la parte delantera, después de ese gesto volvió a pegar su entrepierna, restregándose sin ningún tipo de disimulo ni reparo. Creo que, si lo hubiera dejado me hubiera follado allí mismo en el pasillo de la casa, apoyando mi espalda contra puerta de la entrada.
—Tito, —lo interrumpí apartándome de su boca—. Viene mi marido, me ha parecido escuchar el ascensor, —anuncié aterrada.
Entonces me miró como si despertara de un profundo sueño. Sus ojos estaban totalmente encendidos, como los de un animal salvaje. Sentí miedo, había tanta concupiscencia en esa mirada…
—Salvada por la campana, —bromeó—. ¡Ahora, dame tus bragas! —Me exigió a continuación.
—¿Qué? —Pregunté desconcertada ¿Alex estaba a punto de entrar en casa, y a él no se le ocurría otra cosa que pedirme la ropa interior?
—¡He dicho que me des tus bragas! —Repitió de forma tan imperativa, que no admitía ningún tipo de réplica.
Apartándome de él de un rápido movimiento de cadera, metí mis manos bajo el vestido, y agarrando el elástico de mi ropa interior, me las bajé hasta los tobillos. Sin embargo, al tocarlas comprobé que estaban húmedas, el muy cabrón me había puesto tremendamente cachonda.
Fue en ese instante cuando comprendí que me excitaba la situación, sabía que en el fondo yo era una mujer con suficiente carácter y personalidad, para haberlo echado de mi casa, desde prácticamente el primer minuto. Jamás hubiera consentido nada parecido de no haber sentido esa insana humedad entre mis piernas.
Una vez que tuve mis blancas e inmaculadas braguitas en la mano, se las ofrecí.
—¡Guárdatelas! Y ahora vete de una puta vez…
Él las miró embobado. Sin duda para mi tío tener mis bragas en su poder, era como haber conseguido una especie de trofeo. Mirándome a los ojos se las llevó a la nariz, tratando de forma obscena de impregnarse de toda la fragancia de mi sexo.
—Deseaba tanto saber como era el olor del coño de mi querida sobrina…
Después de soltar esas desafortunadas palabras, las dobló con cuidado y las guardó en el bolsillo de la chaqueta. Yo abrí la puerta, invitándolo a que se marchara.
—Bajaré por las escaleras. Ya hablaremos… —Me amenazó antes de irse.
Yo cerré la puerta con sumo cuidado, tratando de no hacer el menor ruido. Me iba a encaminar hasta mi habitación para ponerme otras bragas, ya que no quería que Alex me pillara así. Sin embargo, de pronto se abrió la puerta de la entrada. Era mi esposo que llegaba por fin del trabajo.
—Hola, cariño, —saludó acercándose hasta mí, dándome como era su costumbre al llegar a casa un beso sobre esos labios que, veinte minutos antes los habían probado a conciencia su amigo Ricardo, y tan solo unos segundos antes que mi marido, se habían dejado besar y chupar por la viperina lengua del hermano mayor de mi padre.
Minutos más tarde, ya bajo el agua de la ducha reflexioné sobre todo lo que me había ocurrido. «¿Qué estaba haciendo con mi vida? Estaba poniendo en peligro mi matrimonio, y lo que aún era peor, la estabilidad familiar de mis dos hijos».
Tenía treinta y cinco años, y en vez de aplacarme, cada vez me comportaba de una manera más inconsciente y temeraria. «Si no hubiera aceptado que Ricardo me acercase hasta casa, nunca hubiera pasado esto ¿Seré estúpida?», no dejaba de martirizarme.
No era tonta, siempre había notado la manera en que mi tío me observaba. Sin embargo, tan poco era un modo tan distinto a como me miraban otros hombres. Jamás me había molestado sentirme admirada y deseada por alguien, todo lo contrario. Asumía con normalidad que los hombres a veces no son capaces de disimular el deseo o la excitación que sienten, son muy torpes para ello. Por lo tanto, jamás le había dado mucha importancia, cuando ya de jovencita sentía las miradas libidinosas de mi tío, cuando venía de visita a casa de mis padres.
Pero ahora ya no solo se trataba de eso. Mi tío Álvaro había sido testigo de cómo había venido acompañada por un hombre, con el que además me había visto besar en su coche, y ahora quería extorsionarme con eso.
Sabía que no todo quedaría en un escabroso y libertino manoseo en el pasillo de mi casa. Estaba segura de que eso solamente había sido el comienzo de ese chantaje incestuoso, que mi tío, trataba de perpetrar conmigo.
«¿Hasta dónde sería capaz de llegar? Y lo que era peor aún… ¿Hasta dónde le permitiría yo hacerlo?».
Había sentido miedo y vergüenza al principio, cuando supe que mi tío había descubierto mi condición de esposa adultera. Después, poco a poco ese bochorno se fue transformando en rabia, cuando noté sus sucias manos sobre mis nalgas, pasando a sentirme tremendamente ultrajada y humillada, cuando escuché sus risas. Sin embargo, toda esa situación había conseguido excitarme mucho más de lo que en ese momento me permití reconocer.
Cerré los ojos dejando que el agua tibia resbalara sobre mi cuerpo, abrí mis piernas y comencé a tocarme sin tan siquiera pensarlo.
Sentí como mi vagina se tragaba dos de mis dedos en su interior con una voracidad inusitada. Estaba caliente y húmeda, pocos minutos después de comenzar a masturbarme, noté como mis piernas empezaban a temblar, obligándome a postrarme de rodillas sobre el plato de la ducha para no caerme, justo cuando comencé a sentirme invadida por un intenso orgasmo.
Cuando por fin salí de la ducha, poniéndome el albornoz miré mi reflejo sobre el espejo del baño.
«Ya hablaremos», habían sido las últimas palabras con las que se había despedido el déspota de mi tío, sonando como una incipiente amenaza.
«¡De ninguna manera dejaré que me folles, cabrón!» Me conjuré a mí misma sin dejar de mirarme al espej