Mi hija se lo traga todo

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Antes de comenzar quiero aclarar algunas cosas. En mis relatos me gusta poner una lista de contenido para que los lectores puedan saber qué van a encontrarse y decidan si quieren leerlo o no. Además, todos mis relatos son fictios. Nada ha ocurrido en la vida real, y cualquier parecido con la realidad es pura casualidad.

Tengo Patreon, donde está este relato sin censura y muchos otros, a los que siempre podréis acceder con una semana de antelación a la publicación de los mismos aquí. El enlace está en mi perfil, y si lo seguís podréis ver los tres niveles distintos y sus diferentes ventajas, incluyendo relatos completamente exclusivos de Patreon.

Por último, los personajes que retrato no son una representación de mis acciones o ideales. Son personajes completamente inventados que no tienen nada que ver ni con el autor (yo) ni con mis lectores. Es todo simplemente por el placer de la lectura.

Sin más dilación, ¡disfrutad del relato!

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Lista de contenido: Incesto, diferencia de edad, sexo fuerte

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Hace unos años vivía bien. Tenía una casa bastante buena, donde vivíamos mi mujer, mi hija y mi hermano, que era mayor que yo, pero estaba parado, por lo que decidimos acogerlo en mi casa. Tenía una buena vida. Una esposa que me quería, una hija preciosa y un trabajo estable y bueno, pero dicen que todo lo bueno tiene un fin y que nada dura para siempre, y aquel fue mi caso.

Con el problema del covid, la empresa en la que estaba no solo me despidió, sino que cerró indefinidamente. Aquel tiempo indefinido se resumió en que no volvieron a abrir, y yo me quedé en la calle. Adoraba a mi esposa, pero tres meses juntos en la casa sin poder salir, con una niña y mi hermano, que no hacía nada más que calentar las discusiones entre mi mujer y yo, nos acabó pasando página. Yo no me di cuenta, y creía que eran discusiones tontas que el tiempo borraría, pero lo único que el tiempo trajo fue una demanda de divorcio en la que mi mujer renunciaba a la casa, a su hija y que vino acompañada por un mensaje de whatsapp en el que me decía que se había ido, junto con su compañero de trabajo con el que me estuvo poniendo los cuernos sin yo ser consciente, a vivir a otra ciudad.

Las primeras palabras de mi hermano fueron “te lo dije”. Mi hermano estaba seguro de que mi mujer me estaba engañando, porque pasaba más tiempo de la cuenta en el trabajo y cuando llegaba prácticamente no nos prestaba atención a ninguno. Ahora todo tenía sentido y las piezas del puzle encajaban, pero en el momento no fui consciente o no quise abrir los ojos. Tampoco voy a actuar como si yo no hubiese hecho lo mismo. Le era infiel a mi mujer cada vez que podía, pero jamás se me ocurriría abandonarla a ella y a mi hija y fugarme con alguna de mis amantes.

En fin, pasaron algunos meses y, con suerte, encontré un nuevo trabajo que pagaba bien y mi hermano por fin consiguió colocarse en un puesto fijo que también le daba buen dinero, pero ya que mi mujer se había ido decidimos seguir viviendo juntos y criar a mi hija juntos. Él no tenía mujer ni hijos, así que tras la muerte de nuestros padres nosotros éramos su única familia.

Algo que me comenzó a preocupar fue que mi hija no comía. Le costaba mucho comer más de dos cucharadas o pinchadas de la comida que le preparase, y llegué a dudar de si se debía a mis dotes como cocinero, pero pedíamos pizza, hamburguesas, etc., y tampoco se las comía. Era muy pequeña, y la pérdida de peso la hacía parecer cada vez más diminuta, por lo que busqué ayuda profesional.

Mi hermano y yo fuimos con ella a un psicólogo que era amigo de mi hermano y se especializaba en la relación con la comida. Me preocupaba que la marcha de su madre la hubiese llevado a dejar de comer para llamar la atención o cualquier cosa, así que pensamos que él nos podría ayudar.

Cuando llegamos informamos al doctor de la situación, y no tardó en pedirnos que le dejásemos solos con mi hija para poder cuestionarla sin nosotros delante y que así no se pusiera nerviosa. Vi a mi hija entrar a la consulta mientras nosotros nos quedábamos en la sala de espera y me dio pena. Era pequeñita, tenía el pelo largo hasta la cintura, pero siempre se lo recogía en una o dos coletas. Tenía los ojos verdes, algo que sacaba de mí, pero el pelo negro y la piel morena pues su madre era mulata. Tenía los labios gorditos y, a pesar de lo pequeñita que era, ya se le marcaba la cintura que echaría cuando creciese.

-Esa es igual que la madre, te lo digo yo -decía mi hermano mientras esperábamos sentados.

-Qué pesado eres, que esta ha salido a nosotros, es más buena que la madre.

-¿Tú no te enteras? Todas las mujeres son iguales, da igual la edad, la raza o de donde vengan. Todas son igual de zorras y putas. Solo sirven para follar y mantener la casa en orden, y algunas como tu exmujer ni para eso sirven -decía con un tono de enfado.

Mi hermano era bastante machista, la verdad. Odiaba a las mujeres y solo las quería para descargar, según él por eso nunca lo habíamos visto con pareja. Esto se debía a que nos crio mi padre, que era viudo, y cuando mi hermano se fue de la casa mi padre se volvió a casar, entonces yo estaba acostumbrado a vivir con una mujer, pero él no. Para él eran seres que no eran iguales que los hombres y que, según sus palabras, merecían disciplina. Ya me había dicho que teníamos que disciplinar a mi hija, pero yo prefería probar otras vías primero, y si no surtían efecto pues recurrir entonces a su método.

Tras un cuarto de hora aproximadamente, el psicólogo salió de su consulta. Tenía la frente brillando por el sudor, estaba limpiándose las manos con una toallita y parecía estar un poco acalorado. Debía de hacer mucho calor en aquella habitación.

-Vale, ya he hecho todo lo que puedo hacer -dijo haciéndonos un gesto para que lo acompañásemos.

Lo seguimos y pasamos por la habitación en la que seguía mi hija. Pude mirar hacia el interior y vi como mi hija tenía las coletas deshechas, algo que me extrañó, pero estaba jugando con un par de muñecos. Seguro que se lo estaba pasando bien, y aquello me hizo sonreír.

-No veas como te lo has montado Paquito -le dijo mi hermano al doctor cuando entramos en su despacho, dándole unas palmadas en la espalda-. Seguro que te hinchas con las pacientes eh.

-No lo sabes tú bien, las mejores son las gorditas que vienen por las dietas que hacen, tienen la autoestima tan baja que te dejan hacerles de todo -bromeó con mi hermano.

-Yo prefiero a las delgaditas, que parezca que en cualquier momento se pueden romper.

Ambos rieron y los tres nos sentamos en las sillas alrededor del escritorio del psicólogo, que se puso serio.

-Bueno, ¿sabe qué le ocurre?

-Sí -dijo mirando unos informes que tenía sobre la mesa-. Absolutamente nada.

-¿Cómo dice? -pregunté extrañado.

-Que no le pasa nada. Lo que te he dicho yo, necesita disciplina -soltó mi hermano.

-Al principio me preocupó que tuviese algún tipo de inseguridad y por eso quisiera adelgazar, pero a su edad no saben ni qué es la inseguridad. Tras hacerle varias preguntas he llegado a la conclusión de que no come porque no quiere.

-Bueno -dije contrariado-, eso también lo sabía yo y sin gastarme dinero.

-Lo que quiero decir es que no come porque no está disciplinada -me interrumpió el doctor-. Nadie le ha enseñado a que no hay que levantarse de la mesa hasta que el plato esté vacío, ¿cierto?

Mi hermano asintió y me miró, indicándome que él era el que tenía razón.

-No se preocupen, no es su culpa. A esa edad muchos son los que piensan más en jugar a un videojuego o saltar por la casa que en sentarse a comer, porque no lo encuentran divertido o entretenido.

-¿Y qué recomienda que hagamos?

-La niña come, lo que es comer come, pero solo lo que quiere.

-¿Le ha dado de comer? -estaba sorprendido.

Mi hermano y el doctor se miraron y rompieron a carcajadas mientras me miraban.

-Su hija, señor, es una comepollas.

-¿Cómo dice?

-Su hija come pollas, es lo único que quiere llevarse a la boca -la respuesta del doctor me dejó a cuadros-. Es muy probable que imite lo que vea, no sé si su madre podría…

-Con lo puta que era esa es muy probable que chupase alguna polla delante de ella -dijo mi hermano-. Y mi sobrina pues igual de guarra que soy madre.

-Vamos, me la ha comido en la consulta. Menuda boquita tiene la puta.

-Ya ves -bufó mi hermano como un animal.

-¿Ya ves? -le pregunté alarmado- Tío, no me digas que has hecho que te la chupe.

-No, no -se apresuró a decir-. Yo no la he obligado a nada. Un día salí del baño con la toalla solo y ella me la agarró y… Bueno, ¿qué coño hago yo dándote explicaciones? Tu hija es una puta de mierda y lo que tiene que hacer es chupárnosla.

Miré al doctor esperando a que dijese algo que negase todo lo que mi hermano acababa de decir, pero simplemente se limitó a asentir con la cabeza.

-No debería decir esto por mi condición como profesional, pero si ella solo quiere comer una cosa y en casa tiene dos -se encogió de hombros-. Dadle polla a la puta.

-Yo no creo que sea capaz -dije.

-Ya verá usted como sí -el doctor pulsó un botón en su teléfono-. Nerea, ven a la sala que te he dicho putita.

Nerea era mi hija, y no me podía creer que el doctor la hubiese llamado putita delante de mí. Mi hija obedeció, porque a los pocos segundos apareció por la puerta. Era tan pequeña que le costó volver a cerrar la puerta una vez que estuvo dentro, pero lo consiguió y se puso al lado de la mesa, mirándonos a los tres.

-Que putita estás hecha, ¿eh? -le dijo mi hermano cuando estuvo a su lado. Cogió fuerzas y le soltó un enorme lapo en la cara- Eres igual de guarra que la puta de tu madre.

El escupitajo le cubría casi toda la cara. No voy a mentir, verla de aquella manera hizo que se me revolviera el estómago, pero al mismo tiempo lo que había bajo mis pantalones comenzó a despertar.

El doctor alargó la mano y la cogió de la coleta, arrastrándola hacia él. Le escupió también, aunque menos que mi hermano, y le pegó una bofetada.

-Mira a tu papi y sonríe.

Mi hija obedeció, me miró y sonrió. No parecía dolida ni asustada, sino contenta, casi tanto como cuando su madre vivía con nosotros y estábamos los tres juntos, y en ese momento me di cuenta de lo que ocurría. Cuando su madre vivía con nosotros ella era la protagonista y el centro de atención, y en esta situación, de una manera más extraña, ella volvía a sentirse el centro de atención, ¿y qué clase de padre sería yo si se lo negase?

Mi hermano se levantó de su silla y, sin haberme dado cuenta, ya había sacado su polla de sus pantalones, y se la pasaba a mi hija por los labios. Mi hija sin esperar ni un segundo abrió la boca y engulló el rabo de su tío, que no era para nada pequeño. Nerea comenzó a mover la cabeza hacia delante y hacia atrás, dándole una mamada a mi hermano.

-Hermanito menuda putita has criado, tienes que probar esta boca.

No contesté, pero me saqué la polla de los pantalones y comencé a masajeármela lentamente, viendo como mi hermano le estaba follando la boca a mi propia hija.

Mi hija parecía contenta, y aguantaba como una campeona las embestidas del animal de mi hermano, que parecía que quería hacerle un agujero en el fondo de la garganta. Solo le cabía la mitad de la polla, pero por los gemidos de mi hermano parecía que le estaba dando un placer tremendo.

Mi hija llevó la mano a las pelotas de mi hermano y comenzó a masajearlas. Quedé sorprendido, ¿dónde había aprendido eso y por qué no había sido conmigo? Sentí celos y ganas de que lo probase conmigo también, pero sobre todo ganas de hacerla feliz. Parecía que aquella era su pasión, y que estaba contenta por volver a ser el centro de atención.

Mi hermano no tardó mucho más. Una boca tan estrechita como aquella y las manitas masajeando sus huevos lo llevaron por todo lo alto, y con un gemido gutural inundó la boca de mi hija de su lefa caliente. Nerea mostró una expresión rara, como de sorpresa, pero luego sonrió y pude comprobar que se lo había tragado todo.

-Ahora le toca a tu padre -dijo mi hermano.

La cogió de la coleta con fuerza y la acercó a mí. Nerea estaba de pie frente a mí y sonriendo.

-¿Puedo, papá? -preguntó con su voz angelical.

Yo simplemente asentí y solté mi polla, para sentir sus manos alrededor de ellas.

*

Continuará…