Hermoso regalo para el 14 de febrero

Valorar

Su pareja le dejó claro que aquel San Valentín iba a ser especial, así que no se sorprendió demasiado con lo que se encontró al llegar a casa. Las persianas estaban bajadas, sumiendo la habitación en la penumbra proyectada por unos cuantos velones, cuyas luces anaranjadas danzaban sobre las paredes al ritmo de una música suave. La calidez de la iluminación se mezclaba con la del ambiente embriagado no sólo por la calefacción, sino por los aromas picantes que emanaban de un incensario. Gael lo envolvió entre sus brazos por la espalda, depositando un beso suave y delicado en su cuello que hizo que Santiago se estremeciera de placer al sentir el roce de su barba.

—Acomódate, tesoro —susurró a su oído.

—¿Quieres que me ponga algo especial? —respondió solícito, girándose para besar los labios de su prometido.

Gael llevaba una bata negra cubriendo su cuerpo. Sus gemelos definidos y peludos sobresalían por debajo, con los pies desnudos apoyados en el suelo. Santiago deslizó sus manos por dentro de las mangas holgadas del batín, acariciando aquellos brazos fuertes y vellosos que tanto le excitaban, comprobando rápidamente que el torso musculoso bajo aquella prenda estaba desnudo. Santiago se mordió el labio, satisfecho.

—Te quiero sólo a ti, tesoro, desnudo. Sin nada más.

—Está bien, pero déjame que yo también me tome alguna molestia —replicó agarrando el cuello cruzado de la bata y empujando a Gael hacia el sillón en la esquina de la habitación.

Hizo que su novio se sentara. La tela aterciopelada del faldín se deslizó mostrando su muslo desnudo. Santiago se dejó llevar por el juego de su pareja y por la melodía que ronroneaba por los rincones de la habitación. Comenzó a contonearse rítmicamente marcando los atributos de su cuerpo, deslizándose el jersey lentamente fuera, desabotonando con calma su camisa y su pantalón, aproximándose a Gael de forma provocativa para luego evadir su roce y continuar con el espectáculo. La camisa cayó sobre el suelo y giró sobre sus talones, sentándose sobre su prometido, percibiendo la dureza de su miembro contra su trasero, que meneaba al son de la música en un movimiento más cercano al sexo que a la danza. Las perneras del pantalón lo liberaron y volvió a levantarse, echando un vistazo rápido por encima del hombro. Gael le observaba con una mirada fiera, inmóvil en un sillón, deleitándose en las curvas del cuerpo casi desnudo de Santiago. Su miembro erecto se abría paso a través del batín.

Santiago deslizó sus dedos bajo la cintura de su ropa interior y se inclinó hacia el frente, dejando su trasero abultado desnudo a apenas unos centímetros de la cara de su prometido, y luego se irguió lentamente, arrojando el calzoncillo contra su cara. Gael lo husmeó, lo lanzó a un lado, se levantó y avanzó hacia la espalda de Santiago sin apartarle la mirada. Se abrió la bata y rodeó con los brazos a su amado. La verga larga, dura y morena de Gael se deslizó entre las nalgas de Santiago como una advertencia, mientras sus manos rudas envolvían el torso de su pareja: una mano se cerró con firme ternura entorno a su cuello mientras la otra atendía al miembro erecto de Santiago, más delgado pero no menos apetitoso.

—Me gusta esta sorpresa, cielo —gimió Santiago, dejándose amar mientras contoneaba su culo para hacerse desear—; no me importaría que esto se volviese un habitual.

—Espera, tesoro —replicó con una voz ronca y seductora—, aún queda mucha velada por delante.

Gael sacó una venda del bolsillo del batín y la deslizó entorno a los ojos de Santiago. Sintió cómo lo giraba con firmeza y cómo la lengua de Gael se abría paso con violencia entre sus labios. Santiago abrió su boca y dejó que Gael lo invadiera, que sus lenguas se retorcieran de forma lujuriosa y apasionada, mientras las manos rudas de su prometido masajeaban y recorrían su cuerpo con avidez. Santiago temblaba de pura excitación, impaciente por sentir cada una de las sorpresas que le había preparado su prometido. Gael lo tumbó con suavidad sobre la cama de matrimonio, cubriéndolo con su propio cuerpo, sin despegar su lengua curiosa ni un instante; abandonó su boca para rozar su cuello y su oreja, recorriendo un rumbo descendente que se detuvo en sus pezones primero, en su abdomen después. Allí estuvo un rato, dedicando toda su atención a la cadera de Santiago, amenazando con la felación que tanto deseaba y que nunca llegaba. En su lugar, continuó recorriendo la cara interior de su muslo, saltando de vez en cuando al vecino dejando que su aliento cálido le rozara los vellos rizados de sus testículos.

Pero en ningún momento llegó a tocarle.

Sintió las manos duras de Gael girándolo con firmeza bocabajo y su miembro inflamado rebotando contra la parte inferior de su espalda. Su prometido se había sentado a horcajadas sobre él y los pelos hirsutos de su pecho rascaban la espalda de Santiago mientras besaba su nuca. Notó el roce pícaro de aquella enorme verga acomodándose entre sus nalgas pero no intentó penetrarle, en su lugar comenzó a masajearle. Primero los hombros y las cervicales, luego el centro de la espalda, bajando poco a poco a las lumbares; un masaje suave de caricias relajantes que apenas comprimían los músculos, pero que sin embargo relajaban la mente embotada de Santiago. Aquellas manazas se detuvieron en sus nalgas, amasándolas y acariciándolas mientras una humedad cálida se aproximaba al espacio entre ellas.

Santiago jadeó.

La lengua de Gael se apoyó en su agujero y recorrió un círculo alrededor antes de adentrarse en su interior. Sintió el músculo húmedo abriéndose paso en su esfínter ya de por si dilatado, empapándolo en una caricia que lo inundaba de trémulo placer. Manoteó a ciegas hasta dar con la nuca de su prometido y ensortijó los dedos en su cabellera, sintiendo una nueva punzada de gusto al presionar el rostro de Gael entre sus nalgas; a su prometido le debió satisfacer aquel instante porque al momento redobló la pasión de sus lamidas. Santiago se dejó llevar por las sensaciones que obnubilaban su juicio y perdió la cuenta del tiempo, mucho más interesado en mover su cadera en una intención doble de facilitar el trabajo de la lengua de Gael y frotar su propia verga contra la sábana sobre la que se apoyaba. Estaba extasiado, por eso le sorprendió sentir la fría ausencia de su amado.

Esperó paciente, escuchando sus tenues pasos alejarse. Se le antojó una eternidad y comenzó a impacientarse, permaneciendo tumbado bocabajo con la venda cegando sus ojos, frotando su miembro contra la colcha con fruición deseando que fuese otra cosa lo que le acariciase. Se sobresaltó al oír el ruido viscoso de un bote cerca de él y se relajó de inmediato cuando el colchón cedió bajo el peso de otro cuerpo. Las manos de su hombre se apoyaron lúbricas y calientes sobre su espalda desprendiendo un aroma realmente agradable. Volvió a masajearle, esta vez con un poco más de fuerza pero dedicando menos tiempo a cada zona, avanzando con premura hacia su lumbar; cuando aquellas manos grandes llegaron a sus nalgas alzó la cadera y separó los glúteos con sus propias manos. Escuchó la risa traviesa de Gael. Sintió un dedo grueso presionando su culo.

Santiago suspiró, recreándose en la caricia de aquel dedo que se hundía poco a poco dentro de él. Lo hacía sin prisa, masajeándole la zona, saliendo, volviendo a hundirse sólo un poquito más, repitiendo el ciclo una y otra vez hasta que sintió el resto de los nudillos sobre su culo. Entonces comenzó el proceso de nuevo, pero con dos dedos.

Santiago percibió cómo el colchón cedía a causa de un peso que se desplazaba sobre la cama muy cerca de él, tanto que podía advertir el calor que desprendía su piel. Los dedos continuaban adentrándose en sus entrañas, dilatando su ano, mientras el aroma salado y familiar de un condón embriagaba sus fosas nasales. Abrió la boca instintivamente y sintió la calidez apoyándose entre sus labios. Gael no hundió su miembro en la boca de Santiago. Aquel pene permaneció apoyado, a merced de la lengua de Santi, que comenzó a paladear un tanto intrigado el sabor a plátano de aquel látex. En aquella posición no podía engullir aquel miembro, sentía el peso de su pareja sobre su espalda, apoyado sobre una mano mientras la otra adentraba ya el tercer dedo y jugueteaba con el cuarto. Le dio igual, Santiago estaba disfrutándolo mucho.

Sintió algo duro empujar contra su ano pero no tenía la temperatura ardiente de un rabo, sino una textura fría, suave, viscosa y artificial. Su esfínter se fue abriendo poco a poco, acomodándose a un grosor creciente; de forma repentina, aquello se hundió entre sus entrañas golpeándole en el punto adecuado, arrancándole un gemido de placer.

Sintió de nuevo las manos rudas agarrándole y volteándole bocarriba, e inmediatamente después le izó al borde de la cama, obligándole primero a ponerse de pies, luego apoyándose con firmeza sobre sus hombros y empujándolo hacia abajo. Y Santiago se dejó. Se arrodilló y sintió el roce de una polla deslizándose sobre sus labios. Ahora tenía toda la movilidad de la que antes carecía. Santiago se hundió aquel rabo en la boca, sorprendiéndose de lo largo que se le antojaba; no le importó, el tramo de verga sabor chocolate que no fue capaz de atender con su lengua lo atendió con su mano. A aquellas alturas ya no le sorprendió sentir un roce húmedo y caliente contra su mejilla. Tanteó a ciegas hasta que su otra mano se cerró en torno a un segundo rabo grueso, con aquel aroma familiar a plátano.

Gael y Santiago no solían usar condones entre ellos, había sido en ese instante en el que había comenzado a sospechar lo que estaba pasando.

Una bestia lujuriosa se apoderó de santi que, de rodillas en el suelo, masturbaba con intensidad ambos rabos saltando del uno al otro, aventurando cada centímetro de carne dentro de su boca, dedicándoles grados diferentes y cambiantes de atención, indeciso ante la posibilidad de disfrutar de aquellos dos rabos a la vez. Por los gemidos que coreaban sobre su cabeza, juzgó que no lo estaba haciendo nada mal.

Sintió el tacto ligeramente frío de un pie apoyándose sobre su propio miembro. Lo hizo con suavidad, presionando sólo un poco, así que Santiago se reclinó un poco hacia atrás avanzando sus rodillas, dejándose hacer. Los dedos de aquel pie se deslizaban sobre su miembro haciéndole estremecer de placer.

—¿Lo estáis disfrutando, chicos? —escuchó murmurar a Gael.

Santiago ignoró deliberadamente el comentario, demasiado concentrado en las dos mamadas que estaba disfrutando. Entonces el pie se apartó de sus genitales y sintió el roce inconfundible de una mano, cuyos dedos se cerraron con firmeza alrededor del tronco de su verga. Alguien comenzó a masturbarlo y, dada la postura, era imposible tanto para Plátano como para Chocolate; percibió el aroma cálido de un aliento familiar cerca de él.

—¿Cómo de salvaje lo quieres, tesoro?

Por primera vez, Santiago encontró una buena razón para mantener aquellas dos pollas fuera de la boca.

—Reventadme, cabrones —masculló.

Escuchó las risas a su alrededor y notó cómo Gael se apartaba de él.

—Ya le habéis oído —le escuchó decir a su espalda, mientras el colchón crujía bajo el peso de alguien—. Sin piedad.

La manaza de Gael se ensortijó en el cabello de Santiago, sujetándole la nuca con firmeza; por su parte, Santiago apartó las manos y abrió la boca todo lo que pudo, dejando bien claro qué es lo que deseaba. Plátano y Chocolate lo entendieron. Sintió sus vergazos deslizarse dentro de su boca, inundando su paladar, golpeándole en la garganta, provocándole arcadas que dominaba como un auténtico maestro; percibía el aroma de sus condones, paladeaba sus sabores turnándose, follándole la boca a lo bestia uno tras otro mientras Gael le mantenía amarrado y le acariciaba los pezones. Uno de ellos comenzó a jadear. Dejó de saborear a Chocolate. Sintió un par de manos desconocidas apoyándose sobre sus sienes y se deleitó en el sabor a plátano que le inundó la boca en estocadas violentas y cadenciosas, acompasadas por un bufido intenso. Santiago recorrió a ciegas aquellas piernas desconocidas y rodeó con los dedos de su mano aquellos huevos que colgaban frente a él, los masajeó hasta que sintió sus contracciones.

Plátano emitió un potente alarido y se apartó.

Aún podía escuchar su respiración fuerte y pesada en alguna parte de la habitación, pero dos pares de manos lo pusieron de pie y lo tumbaron bocarriba sobre la cama. Santiago sólo quería prestar atención a los dueños de esas manos. Los escuchó moverse a su alrededor y cuchichear en voz baja, pudo distinguir a Gael pero no logró reconocer al otro, a Chocolate; sintió la tentación de quitarse la venda… pero no lo hizo. Estaban usando condones y Gael parecía confiado. La idea de haber follado con tres hombres y sólo conocer a uno se le antojaba extremadamente morbosa; Santiago decidió llevar aquel juego hasta el final.

Expulsó el plug y alzó las piernas en una gran uve, dejando claro qué quería. Escuchó risas. Notó algo duro, grande e inflamado apoyándose contra su esfínter. Se preguntó si sería Gael o Chocolate, se preguntó si sería capaz de reconocerlo sólo por el placer que le provocaría. No fue capaz. Fuera quien fuese entró en su culo de forma gentil, con suavidad y delicadeza, esperando a que su esfínter se acomodara; recorrió sus muslos con caricias, le masajeó los huevos a Santiago y lo masturbó un poco. Luego le agarró con firmeza y comenzó a follárselo. Al poco tiempo, la voz de Gael le habló desde entre sus piernas.

—Avisa antes de correrte, tesoro.

Santiago se preguntó a qué se refería, podía aguantar aquello durante una hora. Entonces percibió la humedad cálida envolviéndole la polla. Santiago fue catapultado al séptimo cielo, rellenado como un pavo por un rabo grueso y largo mientras una lengua habilidosa le hacía sentir mil maravillas. Agarró la cabeza de quien se la estuviera comiendo y gimió como un animal en celo. Ni siquiera se sentía capaz de hablar, tuvo que contentarse con tirar de aquella cabeza y golpear el colchón con la mano libre. Su felador se apartó, y quien lo estuviese empalando se detuvo e intentó apartarse; Santiago no lo permitió. Cerró sus piernas alrededor de la cadera de aquel tipo con tanta brusquedad que le hizo perder el equilibrio, haciéndolo caer sobre él. Notó cómo las manos desconocidas hundían el colchón a cada lado de su torso, no reconoció el sonido de aquel jadeo sobre su cara; la voz de Gael, en cambio, habló con claridad desde otra parte del cuarto.

—Creo que no quiere que pares —bromeó.

Sintió al tipo, Chocolate, subirse en la cama abriéndose hueco entre sus piernas. Sintió cómo su enorme pollón volvía a abrirse hueco en sus entrañas y comenzaba a empalarlo rápidamente. Otro rabo se apoyó sobre su cara. Húmedo, sedoso, sin látex ni aromas artificiales; Santiago engulló la verga de Gael. Seguía sin ver nada, pero el escaso juicio que le quedaba imaginó la escena desde fuera: un tipo grandote arrodillado en un borde del colchón, trincándoselo en un ritmo cada vez más salvaje, sacando y hundiendo un rabo enorme y venoso dentro de su culo dilatado, mientras su prometido le empalaba por el otro extremo. Paladeó aquella polla con hambre y lujuria, enloquecido de placer y morbo, mientras sus dos amantes gemían cada vez con más fuerza.

—Para, Santi, para, por favor… —suplicó Gael.

No quería. Quería sentir su lefa inundándole la garganta, pero su prometido logró zafarse. Chocolate hizo lo contario. Santiago notó su cuerpo pesado reclinándose sobre él y un acelerón en sus embestidas. Por su alarido y estocadas finales advirtió que Chocolate también había disfrutado del encuentro. Su cuerpo se desplomó al lado de Santiago. Entonces otro peso se sentó encima de él.

Sintió las manos de Gael acariciándole el torso y la mejilla, dirigiéndose hacia la venda. Le detuvo.

—Haz lo que tengas que hacer —susurró Santiago en tono lujurioso—, pero me da más morbo así.

Gael rió.

Sintió su mano velluda agarrándole la polla y un calor abrasador envolviéndola. Instintivamente, Santiago tanteó el cuerpo atlético de su prometido hasta dar con su rabo y lo aferró con fuerza. No lo masturbó activamente, no, dejó que la inercia de su cabalgada causase la fricción placentera. Santiago podía escuchar la respiración de Plátano y Chocolate; el segundo estaba tumbado justo a su izquierda, deducía, y el mecimiento del colchón le hizo entender que el primero también se había acercado. Tenía a dos completos desconocidos, uno de los cuales le había follado la boca y el otro el culo, observando cómo Gael se empalaba como todo un vaquero en su rabo. A pelo.

Santiago no pudo aguantarlo más.

Gimió de placer y sintió cómo el líquido espeso y ardiente de su prometido se desparramaba sobre su pecho, salpicándole la cara. Gael también jadeaba descontrolado. Santiago derramaba hasta la última gota de su semen en las entrañas de su amado, que se desplomó sobre él, besándole apasionadamente con sabor a semen.

—Lo he disfrutado mucho, chicos —balbuceó Santiago, cansado—. Pero no quiero joder el morbo sabiendo quiénes sois, así que… hasta la próxima, si os parece bien.

Los dos invitados rieron. Sintió palmadas amistosas de uno en el hombro, del otro en el muslo, y los escuchó alejarse en silencio.

—Tendrás que avisarme cuando pueda quitarme esto —añadió señalando la venda.

Gael volvió a comerle la boca.

—Cuenta con ello, tesoro.