¡Mi vecina folla mejor que mi novia!

Valorar

Lo peor es cuando te pasas años planeando algo y se tuerce en el último momento. Aunque dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre. Eso es lo que me sucedió a mí, se me abrió una puerta al pecado y la lujuria.

Mi mujer y yo llevábamos años en lista de espera para poder veranear en el camping de moda. Desde que supimos que estaba embarazada de nuestra segunda hija, decidimos que sería el sitio ideal para las niñas. Un año más, habíamos vuelto a perder la esperanza de conseguirlo, pero a finales de julio quedó una vacante para agosto y nos llamaron.

El problema era que yo ya había hecho mi mes de vacaciones. Teníamos que dar una respuesta inmediata. Discutí con mi mujer todas las posibilidades, la forma de hacer lo mejor para nuestras hijas. Después de darle muchas vueltas, parecía haber una única solución posible.

– Cristina, esto lo hacemos por las niñas.

– Ya lo sé, Ismael, pero no voy a poder lidiar yo sola con ellas.

– Dile a tu madre que te acompañe.

– Entonces sería como cargar con tres crías.

– Inténtalo por ellas, yo estaré allí los fines de semana.

– ¿Te podrás apañar bien tú solo?

– Claro, hago los mejores bocadillos del mundo.

– ¿Y quién me va a hacer a mí cositas?

– Pues espero que nadie.

– A mí solo me empotra mi macho. Sabes que tenemos que ir a por el niño.

En aquel momento estábamos en una etapa muy sexual. En el poco tiempo libre que nos dejaban las niñas, buscábamos con ahínco un nuevo embarazo. El sexo con mi mujer siempre me pareció increíble. Había mucho amor y mucha química entre nosotros, estaba convencido de que la semana se me haría muy larga sin disfrutar de sus encantos.

La noche antes que se fueran, echamos un polvo de despedida brutal. Le encantaba que la pusiera a cuatro patas y me la follara todo lo duro que pudiera. Antes de casarme había estado con unas cuantas mujeres, pero ninguna con tanto vicio ni tan habilidosa en la cama. Además de cabalgar como una auténtica amazona, me hacía unas manadas que me dejaban seco.

Después de aquella sesión de sexo, estuve a punto de mandar a la mierda el trabajo e ir detrás de ella, hasta el fin del mundo, con tal de seguir manteniendo sexo diario con ella. Pero las obligaciones mandaban y me iba a tocar estar unos días alejado de mi familia. En mi último día de vacaciones, llevé a mis tres chicas al camping y volví con la tristeza de separarme de ellas y de tener que volver a trabajar.

Yo era redactor jefe en un periódico de tirada nacional. Me había costado llegar hasta ese puesto que me permitió dejar de pasar horas en la calle al pie de la noticia y me dio una buena estabilidad económica. Me gustaba mi trabajo, pero había días que se hacía muy pesado y solo pensaba en volver a casa junto a mi mujer. Con la faena acumulada tras las vacaciones y sabiendo que nadie me esperaba, el primer día acabé haciendo alguna hora extra.

Cuando llegué a casa ya era de noche. A esa hora ya solía estar siempre en la cama, pero ese día ni siquiera había cenado. Fui a la cocina a prepararme uno de mis famosos bocadillos y, a través de la ventana que daba al patio interior, pude ver a la vecina nueva. Según mi mujer, la chica acababa de romper con su novio y había alquilado un piso en nuestro edificio. Nunca me había cruzado con ella, era la primera vez que la veía y me causó muy buena impresión.

El día siguiente fue más o menos igual. Me volví a encontrar a las tantas teniéndome que preparar algo rápido que llevarme a la boca. Miré hacia la ventana de nuevo y ahí estaba la vecina. Pero lo que vi fue mucho más interesante que el día anterior. Apagué la luz para camuflar mi presencia y me quedé mirándola. Estaba tumbada en su sofá y, aunque estaba lejos, pude ver que no llevaba más ropa que unas braguitas negras. Dos grandes tetas al aire buscaban el inexistente fresco de una noche sofocante. Con la imagen de esos dos melones, me fui a la cama, deseando que mi mujer hubiera estado ahí para recibir la erección que acababa de tener.

El miércoles hubiera sido un día de trabajo igual que los dos anteriores si no fuera porque no me podía quitar de la cabeza las tetas de la vecina. Volví antes a casa, ansioso por asomarme a la ventana, pero no la vi aparecer hasta la hora habitual. Vi como cenba en el sofá y posteriormente se quitaba la camiseta y se estiraba para ver la televisión. Todo transcurría de la misma forma que la noche anterior, incluida mi excitación, hasta que se introdujo una mano en las braguitas. Se tumbó boca arriba y comenzó a masturbarse lentamente. Agazapado tras la pared, asomando únicamente los ojos por la ventana, no pude evitar sacarme la polla para pajearme a su ritmo. Con una mano entre sus piernas y la otra apretando uno de sus grandes senos, comenzó a gemir. Aunque ese sonido llegaba a mí de forma muy leve, fue suficiente para que descargara varios chorros de semen que pusieron la cocina perdida.

El cuarto día fue una mezcla de excitación y remordimientos. Aquello había sido lo más cerca que nunca había estado de engañar a mi mujer. Con esa carga de conciencia, aproveché la hora de la comida para llamar a Cristina.

– Cariño, ¿cómo va todo?

– Muy bien, mi amor, esto es genial.

– Me alegro mucho. Seguro que las niñas se lo están pasando en grande.

– Sí, pero te echamos de menos. Estamos deseando que llegue el sábado.

– Yo también. Tengo que volver al trabajo, muchos besos para las tres.

Realmente las echaba de menos, pero no pensaba en nada que no fuera volver a casa y tener la suerte de volver a disfrutar de un espectáculo como el de la noche anterior. Y así fue. La vecina estaba volviéndolo a dar todo en su sofá. En esta ocasión, incluso se quitó la ropa interior y, abierta de par en par, se masturbaba de forma frenética. Guiado por mis impulsos, sin pensármelo dos veces, me dirigí hacia su casa y llamé a la puerta. Cuando me abrió, la cubría únicamente una camiseta. No llevaba nada debajo, se le marcaban mucho los pezones.

– Buenas noches, soy Ismael, el vecino de enfrente.

– Buenas noches, yo soy Míriam. Conozco a tu mujer.

– Sí, lo sé, me ha hablado de ti, pero nunca nos habíamos cruzado.

– Pues no. ¿Sucede algo?

– Es que en mi habitación se escuchan unos golpes y me preguntaba si el ruido venía de tu casa.

– No lo creo, porque yo no he escuchado nada. Estaba en el salón, viendo una película.

– Será de otro vecino. Siento haberte molestado, si oyes algo o necesitas cualquier cosa, ya sabes donde estoy.

– Gracias, lo tendré en cuenta.

Fue un gran error por mi parte. Lo único que conseguí con esa mentira improvisada fue perderme un nuevo show erótico por su parte. El conocerla me puso todavía más cachondo. Además de tener un cuerpazo, era una joven muy atractiva y bastante agradable, pese haberla interrumpido en un momento así. Pero era mejor que comenzara a olvidarla, salvo que se me ocurriera un plan más elaborado.

Pasé el viernes entero pensando en cómo podía volver a establecer contacto con ella sin resultar demasiado descarado. Se me ocurrió algo que, como mínimo, la podría atraer a mi casa. Así que ese día no hice ni un minuto extra, me fui con la idea de poner mi plan en marcha de inmediato.

Había aprovechado mi mes de vacaciones para hacer bastante ejercicio, así que esperaba que mi buena forma me echara una mano. Cuando llegué a casa, fui directo a mi habitación y comencé a dar golpes en la pared desde la que supuestamente escuchaba los ruidos la noche anterior. Estuve golpeando hasta que llamaron a la puerta. Tenía que ser ella. Estaba sudando, así que me quité la camiseta para lucir bíceps, pectorales y unos incipientes abdominales.

– Hola, Ismael, he escuchado los ruidos que mencionaste anoche.

– Sí, yo también los oigo. Viene de mi cuarto.

– Pues son bastante molestos.

– ¿Quieres pasar para ver si entre los dos encontramos la causa?

– De acuerdo.

Míriam llevaba un top y unas mallas que le hacían un culo hipnótico. Me di cuenta de como se fijaba en mi musculatura, todo estaba saliendo a pedir de boca. Buscamos de donde podría provenir un sonido que, evidentemente, en ese momento no se escuchaba. Después de unos minutos, parecía decidida a volver a su casa.

– Míriam, ¿quieres tomar algo en lo que esperamos a ver si vuelve el ruido?

– No es necesario, no quiero molestar.

– No es molestia , mujer, somos vecinos y no sé nada de ti.

– Es que no hay mucho que saber. Tengo veintiséis años y soy aspirante a actriz.

– ¿En serio? Qué interesante.

– Debe de serlo solo para ti.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque no me cogen en ningún casting. Y mi novio… bueno, mi ex no creía en mí.

– Supongo que os separaríais por eso.

– En gran parte, sí.

– Pues déjame decirte que él se lo pierde. Eres una joven preciosa y salta a la vista tu talento.

– Te lo agradezco mucho, Ismael. A veces hace falta unas palabras de ánimo, aunque provengan de un desconocido sin camiseta.

– Querrás decir de un vecino sin camiseta.

– Tienes razón. Tú también eres muy atractivo, por cierto. Tu mujer tiene suerte.

– Mi mujer no está ahora aquí.

– ¿Dónde está?

– Se ha ido de vacaciones con las niñas y me ha dejado aquí solo.

– Parece que a ti tampoco te valoran mucho.

– Los dos merecemos más.

Llegados a ese punto, estaba convencido de que yo era mejor actor que ella. Inconscientemente, mi vecina no dejaba de mirarme el pecho, los brazos, los labios. Poco a poco, me iba acercando y ella se mostraba receptiva. Se produjo un silencio durante el cual nos miramos a los ojos, hasta que nos fundimos en un apasionado beso.

La levanté por los aires y la senté en la mesa. Rodeando mi cintura con sus piernas, nos comimos la boca mientras explorábamos nuestros cuerpos con las manos. Le quité el top liberando sus tetazas. Sus duros pezones se clavaron en mi pecho, hasta que los sujeté con fuerza y me los llevé a la boca. Hice circunferencias alrededor de ellos con mi lengua, lamiendo sus generosas areolas.

Me desnudó de cintura para abajo y yo hice lo mismo con ella. Nuestras lenguas volvieron a entrelazarse y sus piernas se volvieron a aferrar a mis caderas. La levanté de la mesa y la llevé en brazos hasta mi habitación. Notaba sus fluidos empapar mi pene tieso, que iba dando golpes contra sus nalgas.

Al llegar a mi cuarto, la tiré sobre mi cama. Antes de que pudiera abalanzarme sobre ella, se sentó en el borde y me agarró la polla. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, justo antes de que se la metiera entera en la boca. Pese a su buen tamaño y grosor, mi vecina se la metía y se la sacaba sin pestañear. La apretaba entre sus carnosos labios y succionaba, provocando en mí descargas de placer que iban desde los testículos y recorrían todo el tronco hasta llegar a la punta.

La agarré del pelo para acompañar sus movimientos de cuello, mientras me la repasaba con la lengua de arriba a abajo, sin dejar de masturbarme. Probablemente era el morbo de lo prohibido, pero estaba gozando mucho más que con mi mujer, que ya era mucho decir.

Después de embadurnar por completo mi estaca con su saliva, se la metió entre las dos tetas y me masturbó con ellas, sin dejar de chuparme la punta. Aquello terminó con la poca resistencia que me quedaba y provocó que eyaculara en cantidades abundantes sobre su cara y sus tetas. Necesité tumbarme durante un buen rato para recuperarme de lo que acaba de suceder, pero ella no dejaba de besarme por todo el cuerpo.

– Míriam, lo haces mejor que mi mujer.

– Y te aseguro que no es lo único…

Continuará…

Deja una respuesta 0

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *