Mi esposa siempre me había comentado, que ha Carmela le gustaban los hombres casados y yo marcaba distancia

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Todo comenzó de la manera más tonta.

Estaba de visita en nuestra casa, Carmen una amiga de Marcela, mi esposa. Yo como de costumbre procuraba mantener cierta distancia de Carmela, ya que mi esposa siempre me había comentado, que ha Carmela le gustaban los hombres casados, lo que significaba en otras palabras, que no me acercase a ella. Por lo que regularmente, como ya les dije, procuraba mantener cierta distancia de ella, pero en ocasiones no es que fuera imposible, pero me costaba mucho trabajo. Ya que Carmela me atraía enormemente, sobre todo por la manera en que se vestía, mejor dicho como andaba casi desnuda, mientras se encontraba en nuestra casa. Apenas llegaba se quitaba toda su ropa, se ponía uno de esos mini pantalones cortos, una camiseta que le dejaba todo el ombligo por fuera, al igual que gran parte de sus esponjados senos, ya que también andaba sin usar sostén.

La cosa es que en uno de esos días, en que Carmela se quedó en casa, mi mujer salió muy temprano a visitar a su madre, lo que por lo general, se tomaba casi todo el día en eso. Mientras que yo, todavía no me había levantado de la cama, pero cuando me desperté, me encuentro con un bello par de nalgas acostadas a mi lado, de sobra sabía que no eran las de Marcela, ya que mi mujer es morena y esas nalgas eran bien blancas, magníficamente formadas. Sin esfuerzo podía ver parte de su tajo, que a diferencia del de mi esposa se encontraba completamente depilado. No me imaginaba nada, yo sabía de sobra de quien eran esas bien formadas nalgas, por lo que sin detenerme a pensar en lo que estaba por hacer, tomé a Carmela por la cintura y me pegué a su cuerpo. Ya mi verga se encontraba totalmente erecta, dirigiéndose directamente a su coño. Su caliente cuerpo lo fui sintiendo pegado al mío, a medida que mi boca buscaba la suya para besarla. En cosa de segundos, nuestras lenguas se unieron, en mi mente me decía a mi mismo que eso me traería problemas, pero como que en esos momentos lo único que me interesaba era terminar de meterle la verga a la puta esa y disfrutar.

A medida que mi verga fue penetrando la mojada vulva de Carmela, deslizándose suavemente entre los pliegues de su vagina. El placer lo prohibido me tenía fuera de mi, ella comenzó a mover sus caderas a medida que sus gemidos y quejidos me excitaban más y más a cada segundo que pasaba, sentía su húmedo coño como apretaba sabrosamente todo mi miembro, haciéndome enloquecer. El tener a Carmela entre mis brazos era algo increíble, su manera de menearse, de gemir y hasta de decir todas las palabrotas y groserías que se le ocurrían, era algo del otro mundo. Yo me sentía en la cima del mundo a medida que metía y sacaba mi verga del coño de esa gran puta. Para mayor disfrute mío, Carmela repetía una y otra vez, con su seductora voz. Dame más duro, dame más duro cabrón. Realmente lo que me decía no me importaba un carajo, solo disfrutaba de cómo escuchaba su voz, casi rogándome que siguiera dándole verga por su tan sabroso coño.

Pero justo en el mismo instante en que comencé a venirme, cuando más duro le estaba dando por el coño a Carmela y ella de seguro estaba también alcanzando su clímax. Apareció mi mujer, lo cierto es que fue que me di cuenta de su presencia, Marcela se encontraba parada en la puerta de nuestra habitación, observándonos asombrada, con la boca abierta. Nos veía como si no creyese lo que pasaba frente a sus ojos. Yo apenas pude separé mi cuerpo del de Carmela y de inmediato levantándome de la cama traté de darle alcance a mi esposa, quien había salido corriendo maldiciéndonos a nosotros dos. Mi intención era explicarle lo inexplicable, tratar de convencerla de que yo no tuve la culpa de lo que estaba pasando. Me detuve en la puerta de la casa, por andar del todo desnudo. Mientras tanto, Carmela se levantó de lo más tranquila de la cama, se vistió y sin decir palabra desapareció.

Por varios días traté de hablar con mi mujer, para explicarle todo lo sucedido entre Carmela y yo. Pero simplemente fue inútil, Marcela no quería hablar conmigo. Hasta que me llamó a mi trabajo, para que nos viéramos esa noche en la casa. Yo apenas la vi de inmediato le conté lo sucedido pero desde mi punto de vista. Marcela me escucho calmadamente y después me dijo. Si quieres que yo te perdone, vas a tener que hacer todo lo que yo te ordené y sin decir nada que yo no te ordene, o te puedes ir de la casa. Después de escucharla decir esas palabras, supuse que en el fondo lo que Marcela deseaba era vengarse. Yo acepté pensando que Marcela después de eso se le pasaría todo, pero no fue así.

Después de eso, lo primero que Marcela hizo fue decirme, que se acostaría con otro hombre. No se pero cuando la escuche decirme eso, me sentí muy mal pero realmente fue por poco tiempo. Ya que cuando en mi mente me hice una imagen de lo que pudiera suceder, noté que después de pensar en eso, lejos de molestarme me sentí sumamente excitado. No le dije nada a Marcela, ya que pensé que sí se enteraba de mi sentir, pudiera cambiar de opinión. Ese fin de semana, Marcela sin decirme nada, invitó a un compañero de su trabajo de nombre Ignacio, para que cenara en la casa. Nuevamente al principio, me sentí mal, no esperaba que fuera tan pronto. Marcela se vistió de una manera tan especial que cuando la vi me sorprendí, ya que por lo general viste de manera bastante conservadora, pero esa noche en pocas palabras parecía una puta. Cargaba puesta una mini falda de color blanco, amplia de vuelos, que nada más bastaba que respirase profundamente para que se le notasen las nalgas, además una blusa bastante transparente de color negro, sin más nada abajo. Apenas llegó el invitado, vi como aunque de manera disimulada, se la comía con los ojos, mientras que mi mujer, de una manera bastante seductora se dedicaba a servirle tragos, mientras que yo debía servirme el mío. A medida de que cenamos, comenzó de la manera más descarada a coquetear con ese hombre, mientras que yo debido a lo que ella me había ordenado, debía hacerme el tonto, pero no conforme con eso, Marcela metió su mano bajo la mesa y debió haber agarrado la rodilla o quien sabe que de Ignacio, que de inmediato se puso bastante nervioso.

A los pocos minutos, Ignacio algo nervioso le dijo algo al oído de Marcela, lo que la hizo reír bastante, mientras que yo simplemente me hacía el que no me daba cuenta de nada. Ella le respondió también, pegando su boca al oído de él, algo que hizo que Ignacio algo confundido, se me quedase viendo como quien no creé lo que le dicen. Pero al ver que yo seguía cenando, de lo más tranquilo, dejó de preocuparse por mi presencia. Marcela continuó de la manera más descarada, seduciendo a Ignacio ante mi presencia, en cierto momento lo invitó muy cortésmente a que tomase asiento en la sala, mientras le volvía a servir otro trago, mientras que a mí tan solo me dijo que tomase asiento en una de las butacas de la sala. Lo que hice por no llevarle la contraría, además quería ver hasta donde ella se atrevía a llegar, yo había decidido dejarla hacer lo que se le ocurriera, la excitación mía en esos momentos, la ocultaba o disimulaba colocando mi vaso sobre mi erecto miembro.

Marcela no se conformó con lo que había hecho hasta esos momentos, sino que tomó asiento bien pegada a Ignacio y en un abrir y cerrar de ojos comenzaron los dos a besarse, como sí yo no existiera. Dentro de mí sentía esa tremenda excitación, al ver a mi mujer en brazos de su compañero de trabajo, quien había dejado de comportarse tímidamente y acariciaba las piernas de Marcela sin vergüenza alguna. Por otra parte, aun me sentía bastante estúpido al ver como mi mujer se besaba con ese tipo y de la manera que lo hacía, sin que yo hiciera nada para impedirlo. De cuando en cuando Marcela me observaba, mientras pasaba su lengua por la oreja de Ignacio y este seguía introduciendo sus manos dentro de sus muslos. Así estuvieron por un buen rato, hasta que ella por lo visto le dijo algo, a lo que él respondió afirmativamente. De inmediato mi mujer se levantó del sofá, cambió moviendo sus nalgas de manera bien sensual, se dirigió al equipo de música y cambió el disco que estaba sonando por uno de rítmica música instrumental y a cuyo compás se puso a bailar, de manera seductora frente a Ignacio, que no dejaba de verla de manera bien lujuriosa.

Yo la seguía viendo, mientras que mi cabeza era todo un enredo. Por una parte deseaba que siguiera, pero por otra no. No se que era lo que me sucedía, se que desde un principio, debí oponerme a todo eso, pero era algo superior a mis fuerzas, no podía dejar de verla, pero tampoco podía evitar que continuase, deseaba ver que continuase, aunque no me agradase que lo hiciera. Como verán poco me faltó para volverme loco, pero en medio de todo eso, Marcela comenzó a ir quitándose la poca ropa que llevaba puesta, de una manera tan excitante que no pude menos de seguir viéndola, mientras que mi boca se me hacía agua. Poco a poco se fue despojando de la pequeña blusa negra transparente, dejando sus hermosos senos en completa libertad, si se puede decir eso. Ya que se movían al ritmo que ella deseaba, de un lado a otro. Mis ojos los seguían sin despegarse de sus colorados pezones, los que con sus finos dedos acariciaba, se los tocaba y hasta ligeramente ella misma se los pellizcaba, haciendo que se pusieran duros y parados. Me preguntaba como era posible, que a mí nunca me hubiera bailado de esa manera, Marcela seguía al ritmo de la música quitándose la falda, pero de una manera tan particular, que cualquier bailarina nudista se hubiera sentido inferior ante su provocativa manera de hacerlo.

Por un buen rato Marcela siguió bailando únicamente con su braga como única prenda, tanto Ignacio como yo nos encontrábamos súper excitados, no podíamos dejar de ver como movía todo su cuerpo frente a él. Ya no me importaba mucho que se diera cuenta de lo caliente que yo me encontraba, yo me había dado cuenta de que ella, no estaba jugando, que realmente llegaría hasta las últimas consecuencias. Lo que me excitó mucho más aún, al punto que con el mismo descaro que ella bailaba frente a Ignacio y este volvía a tocar y acariciar todo su cuerpo, yo fui sacando de su encierro mi verga, la que disimuladamente comencé acariciar en el momento que Marcela decidió quitarse la braga. Apenas quedó con su coño al aire, con cierta sorpresa, me di cuenta de que se lo había depilado totalmente, supe sin duda alguna que Ignacio disfrutaría de eso que había sido mío y que por culpa de la puta de Carmela había perdido. Pero como decía una puta vieja que conocí cuando muchacho, aun perdiendo también se gana, sí se sabe como hacerlo. En esos instantes, mi ganancia era el ver a mi mujer como nunca antes la había visto y darme cuenta que mucha rabia me tenía por lo sucedido, ya que ella pensaba que eso me lastimaría a mi más que a ella, ignorando que lejos de sentirme mal por lo que sucedía estaba a punto de disfrutarlo.

Marcela ya del todo desnuda volvió a sentarse al lado de Ignacio, quien ya en esos momentos había perdido toda la calma con que había estado. El rostro de su compañero de trabajo, reflejó la sorpresa al ver como mi mujer comenzó a bajar el cierre de su pantalón y con sus dedos extrajo su erecto miembro, el cual por un corto rato acaricio entre sus manos, sus dedos subían y bajaban por todo el tallo de la verga de Ignacio, mientras que él ocasionalmente levantaba su vista y se quedaba viendo el techo, disfrutando de todo lo que Marcela le hacía. Yo continué sobando mi verga, mientras que los observaba a ellos dos, Marcela lentamente acercó su boca al colorado glande de Ignacio, quien al sentir los labios de ella sobre la piel de su colorada cabeza, estremeció todo su cuerpo.

Vi como la lengua de Marcela lamía suavemente la piel de Ignacio, dentro de mi lo maldecía a él una y mil veces, deseaba estar en su lugar, pero esas locas ganas de que continuasen, impedían que tomase cualquier acción, que no fuera únicamente conformarme con seguir viendo lo que ellos hacían. De momentos pensaba que por mi propia dignidad debería marcharme, pero me era totalmente imposible el dejar de ver, hasta donde era capaz de llegar Marcela para castigarme y yo de resistir su castigo. En esos momentos mi curiosidad no tenía límites, en mi mente me imaginaba cada movimiento antes de que ella lo realizara, sabía a ciencia cierta cuando dejaría escapar un gemido y la intensidad de este. La particular forma de Marcela jugar con el glande de Ignacio pasándole su lengua de lado a lado me tenía verde de envidia, pero no seguiré repitiendo lo mismo. En cierto momento Marcela, había dejado de lamer la verga de Ignacio, pero sin dejar de verme directamente a mis ojos, se levantó ligeramente, pasó su pierna derecha sobre la piernas de él, nuevamente agarró el miembro de su compañero de trabajo y mientras lo mantenía apuntando directamente a su depilado coño, lentamente sin dejar de verme comenzó a bajar su cuerpo, como si se fuera a sentar.

No se sí yo estaba o no preparado para eso, pero a medida que lentamente ella se iba dejando penetrar por el miembro de Ignacio, yo sentía morirme. Pero mi vista no se apartaba de la de Marcela, no podía dejar de verla, aunque quisiera no seguir haciéndolo. Ella continuó introduciendo eso dentro de su cuerpo, hasta que estuvo del todo sentada sobre los muslos de ese hombre. Por unos instantes se quedaron como paralizados, pero poco a poco Marcela comenzó a mover sus caderas rítmicamente, de adelante hacía atrás y viceversa. Su cuerpo ondulaba completamente sobre el del tal Ignacio, mientras que él acariciaba el desnudo cuerpo de mi mujer y le besaba o chupaba sus parados pezones, para mi mayor mortificación o placer.

Para esos momentos ya Marcela había dejado de observarme, se dedicaba a disfrutar plenamente de lo que ellos dos estaban haciendo, su manera de moverse, de respirar y hasta de gemir, me torturaban de una manera tan especial, que yo deseaba que continuasen así el resto de la vida. Escuchar claramente a tu mujer decirle a ese otro hombre, las cosas que te decía a ti, son insufribles pero a la vez sumamente excitantes. Sus movimientos se fueron alargando, yo podía ver con toda claridad como su vulva era penetrada completamente por esa verga una y otra vez. De momento Marcela de la manera más seductora que pudo hacerlo, se le acercó a su oído y le dijo de manera clara pero bien sensual, sí él deseaba darle por su culito. No lo podía creer, eso que tantas veces me había negado a mí, ahora se lo entregaba en bandeja de plata al tipo ese, que ni siquiera, de seguro apreciaba lo que mi mujer estaba por dejarse hacer. Para mi mayor dolor, la respuesta de él fue afirmativa, por lo que Marcela dejó de cabalgar sobre los muslos de su amante, mientras que yo me moría de la envidia. Lentamente se fue levantando, volviendo a verme directamente a los ojos, cosa que me desarmaba del todo, como si fuera la cosa más normal se medio acostó sobre el sofá, levantando tentadoramente sus lindas y bien formadas nalgas, mientras que sus senos lo pego sobre el asiento. Ignacio no me prestaba la menor atención, para él de seguro, yo simplemente era el cabrón marido de ella, que disfrutaba a mares de todo lo que hacía su esposa.

Marcela le fue diciendo en voz alta, que hacer y como hacerlo, así que aunque no hubiera querido enterarme de lo que sucedía, estaba al tanto de todo. Mi mujer comenzó a quejarse a medida que la verga de su amante, comenzaba abrirse paso entre el oscuro esfínter de ella. Fui mudo testigo de como su culo se fue tragando todo el miembro de él, hasta que los dos cuerpos estuvieron en total contacto. Los rítmicos movimientos no se hicieron esperar, el rostro de mi mujer fue cambiando de una expresión de dolor a una de plena y total satisfacción. Marcela tomó una de las manos de Ignacio y la dirigió directamente a su coño, enterrando algunos de sus dedos Ignacio disfrutaba de seguro como nunca antes había disfrutado de toda una mujer. Pero lo inevitable sucedió, el muy hijo de la gran puta no se pudo aguantar como un verdadero hombre, en cosa de unos segundos, se dejó venir. Para colmo extrajo su verga del todo y manteniéndola entre sus dedos derramó todo su semen sobre las nalgas de Marcela. Ella por su parte me di cuenta de que había fingido un orgasmo ¿qué cómo lo se? Simplemente lo se, sus ojos no tenían ese brillo inconfundible, su cuerpo se detuvo casi de inmediato y lo más evidente para mí, fue la velada expresión de rabia que detecté en su rostro por unos segundos.

No hicieron más que terminar, que Marcela tras darle un beso en la mejilla a Ignacio, se dirigió a mí y me dijo secamente. Acompáñalo a la puerta y después regresa. En el trayecto, ni Ignacio ni yo cruzamos palabra, en el fondo deseaba matarlo, tanto que se había esforzado Marcela, para que él saliera con esa cochinada. Lo digo por lo poco que aguantó sin venirse, en mi mente le decía que de haber sido yo, no la hubiera soltado hasta escucharla reír, después de que hubiera alcanzado un real orgasmo. Pero no le dije un coño, me di cuenta que yo, hasta me había molestado con el desgraciado ese. Al cerrar la puerta apenas salió, regresé de inmediato donde mi mujer, no se encontraba en la sala, la busqué con la mirada, pero nada no estaba por todo eso, a los pocos segundos escuché el inconfundible ruido de nuestra regadera, cuando entré a nuestra habitación, ya Marcela salía hermosamente desnuda. Agarró una toalla seca y me la aventó diciéndome. Ayúdame a secarme, lo que sin perder tiempo me dediqué hacer de la manera más diligente que pude hacerlo.

A medida que comencé a secarla, Marcela me preguntó específicamente como me había sentido, cuando ella comenzó a coquetear con Ignacio. Le respondí que bastante molesto. Así ella continuó preguntándome, casi lo mismo. A lo que yo le respondía en algunos momentos de la manera más honrada que pude y en otros exagerando un poco más mis sentimientos. Pero cuando me comenzó a preguntar sobre situaciones especificas, como el momento en que ella se despojó de toda su ropa, no pude mentirle, como tampoco pude hacerlo, cuando me preguntó sobre el momento en que ella comenzó a mamar la verga de su invitado, le dije que estaba tan excitado observándola, que de no ser que ella me había dicho que si yo me atrevía hacer algo que ella no me hubiera ordenado, diera por terminada nuestra relación. Por el solo temor de perderla para siempre acepté todo lo que ella hizo y así se lo hice saber.

Marcela como que eso último que dije le tocó la fibra de sus sentimientos, pero sin dejar que yo viera sus emociones me dijo. Quítate toda la ropa, cosa que hice en un abrir y cerrar de ojos, inmediatamente me dijo de manera dura, mientras ella tomaba asiento en una de las butacas de nuestra habitación, quiero que te pongas a mamar mi coño hasta que yo te diga basta. Más rápido que inmediatamente, me dediqué a cumplir su orden, procurando esmerarme lo más posible, sin importarme que minutos antes hubiera tenido otra verga atravesando su sabroso coño. No se realmente cuanto tiempo le estuve mamando y chupando su coño a mi mujer, lo que si se es que a cada lengüetaza mía, su cuerpo se cimbraba todo, hasta que comenzó a disfrutar de múltiples orgasmos, que yo le producía a medida que seguía chupando su clítoris y metiendo mis dedos dentro de su húmeda vulva.

Bueno el resto de la noche, Marcela me torturó por un buen rato sin dejar que yo llegase a meter mi verga dentro de su coño, hasta que finalmente me lo permitió, pero fue algo tan salvaje que no tengo palabras para describirlo. Hoy en día mi mujer dice que me ha perdonado, pero ocasionalmente invita a un nuevo conocido a nuestra casa, y me hace pasar por el mismo sabroso suplicio, de verla en brazos de otro.

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