Forzada Con Gusto En Su Cumpleaños, Ella forcejó con brazos y piernas mientras el hombre le quitaba el vestido estirando hacia abajo

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Año tras año, los cumpleaños de Sara eran una cena con sus amigas y amigos. Desde hacía más de diez años siempre era lo mismo.

Aquel año, su novio Luis decidió tirar la casa por la ventana.

Iniciada en la treintena, Sara se quedó sorprendida cuando su chico le colocó una venda negra tapándole los ojos y le dijo que llegarían al sitio donde le podría dar su regalo en una hora.

El viaje en el coche se hizo pesado con los ojos vendados, pero en cuanto el vehículo se detuvo, la joven estaba ansiosa por ver de qué se trataba.

Luis le ayudó a bajar del automóvil y la guio hasta lo que parecía un sofá.

–          Espera un momento, en seguida vuelvo.

No tardó mucho en volver, y de nuevo emprendieron el camino. Tras estar en lo que sentía como un ascensor, pronto el misterio se reveló.

–          Felicidades cariño – dijo quitándole la venda.

Sara pudo comprobar que se encontraban en un cuarto grande. ¿Una habitación de hotel?

Paseó por la estancia y pudo comprobar que debía de tratarse de una suite dadas sus dimensiones. Tenía una amplia cama, baño completo, jacuzzi, un sofá, una televisión enorme y una amplia terraza con vistas al mar.

–          ¡Gracias cariño! – le dijo sonriente. – Lo que no me he preparado ropa ni nada para estar aquí.

–          No te preocupes. Ya lo tenía todo planeado. No sé si habré acertado con la ropa, pero ahí está todo – dijo señalando una maleta que descansaba junto al armario.

–          ¡Cómo  te lo has currado!

–          Ya te digo, he tenido que cargar con la maleta para que las ruedas no te dieran ninguna pista.

La pareja se cambió de ropa y se fue a la playa cercana.

–          ¿Qué casualidad que sólo hayas encontrado este bikini, no? – dijo ella divertida.

–          Eh… sí, no encontré otro – dijo sonriente.

La prenda, de color azul cielo se componía de una parte superior en forma de triángulo y otra inferior tipo tanga. Se ajustaba perfectamente al delgado y estilizado cuerpo de la joven, haciendo que la parte del sujetador se pegara a la piel marcando un poco los pezones.

Tras unos cuantos chapuzones y tomar el sol, se fueron a comer al chiringuito cercano.

Comieron platos variados disfrutando aún más si cabe de cerveza bien fría bajo aquel calor infernal.

Al acabar, Sara se fue un momento al baño. Al salir, un chico que estaba en la barra se le quedó mirando y la sonrió. Ella le devolvió la sonrisa como le era inevitable hacer, y volvió con su novio.

Tras una larga siesta y más playa, se ducharon y vistieron para ir a cenar.

Sara se puso un vestidito corto, negro, cruzado al cuello y con un hueco en forma de cero en el que se le intuía el escote que formaban sus pequeños pechos encasillados en un sujetador con push-up. Unos zapatos también negros de tacón complementaban la indumentaria. El conjunto negro la daba un porte sensual y elegante combinado con sus ojos claros y larga melena azabache.

–          Menos mal que no eres mujer.

–          ¿Y eso?

–          Te violarían todos los días, ja, ja, ja.

–          ¡Pero si es vestido te queda muy bien!

–          No sabes tú nada – le dio un lento beso con lengua.

La cena fue divertida y transcurrió sin incidentes. Sara sopló una vela en un trozo de tarta y pidió un deseo. Al terminar, la pareja se fue a la barra a tomarse unos gin tonics.

–          Luis.

–          Dime cariño.

–          Ese tío de ahí no para de echarme miraditas.

–          Ja, ja, ja. Normal, ¿qué esperabas? ¡estás guapísima!

Ella le colocó la mano en la pierna, más arriba de lo políticamente correcto, y le dio un fresco beso con sabor a ginebra.

–          ¿Por qué no jugamos a una cosa? – le dijo él con una mirada perversa.

Le susurró al oído lo que había planeado, y tras una sonrisa socarrona, la chica se fue con el bolso al baño.

Se sentó, y miró al hombre que no le perdía ojo. Le sonrió y susurró a su novio:

–          ¿Te pone que vaya sin sujetador?

Sus pequeños pechos, libres del sujetador con relleno y alza, se erguían holgados en el vestido.

–          Mucho. No te imaginas las ganas que tengo de follarte.

–          Y yo – dijo abrazándole y rozando sus tetitas contra su pecho.

De repente Luis pareció sobresaltarse por algo y se excusó yendo al baño.

El hombre, de unos cuarenta años miraba con descaro sus tetas. “Qué manos tan grandes tiene. ¿Habrá dejado a su familia en la habitación mientras él se pone las botas mirando aquí?”, pensó distraídamente.

–          ¿Nos vamos a dormir? – dijo su chico al volver.

–          Sí, a “dormir” – respondió ella enfatizando la última palabra.

Tras darse el lote en el ascensor, continuaron en el sofá de la suite. Habían puesto música en el radio-reloj, y se les notaba claramente excitados.

–          ¿Te está gustando tu regalo?

–          Sí, me ha gustado. Te has pasado. Gracias mi amor.

Se descalzó y encaramó sobre su chico. Luis le acarició lentamente la espalda y los brazos desnudos hasta que no aguantó más y hundió la cara en el escote. Besó sus pechos por encima de la ropa notando la dureza de dos pequeños pezones. Su cintura oscilaba con excitación restregándose contra la dureza que lucía entre las piernas su chico.

Él se quitó la camisa y siguieron besándose con cada vez más pasión sobre el sofá.

De repente Sara pegó un grito. Con la música puesta no habían oído cómo dos hombres con pasamontañas entraban en la habitación.

Sin darle tiempo a hablar, uno cogió a Luis y le puso las manos en la espalda y el otro la inmovilizó.

Ella forcejó con brazos y piernas mientras el hombre le quitaba el vestido estirando hacia abajo.

Entre gritos de súplica pudo escuchar el sonido de algún tipo de cinta. Miró a Luis, y pudo ver cómo le inmovilizaban en la butaca con cinta americana. Él apenas se resistía, y para su desconcierto, le guiñó un ojo.

–          ¡Qué hacéis! ¡qué queréis!

–          ¿No lo sabes? ¡Follarte putita! – dijo su captor.

Amordazado, su novio le miraba quieto mientras que, quien le había inmovilizado, se empezaba a desnudar. Una chispa se iluminó en la cabeza de Sara y se resistió brevemente. ¿Sería aquel el verdadero regalo de su novio?

Su captor le agarró las manos y las inmovilizó apoyando las muñecas contra el sofá.

–          ¡Eres el del bar! – dijo ella al percatarse de las manos grandes de aquel hombre.

Él se rio mientras su compañero se acercaba.

–          Te vamos a follar como la zorra que eres.

El otro hombre, al que decidió llamarle “Imberbe” por no tener ni un pelo en su cuerpo, se abalanzó sobre ella. Apenas luchó con sus piernas y se colocó encima. Le arrancó el tanga de un tirón para luego agarrarle los pechos y estrujárselos sin miramientos, succionándolos como un lactante.

–          Vaya tetitas tienes. ¿Cuántos años has cumplido niñita? – dijo Manosgrandes.

–          No los suficientes para dos viejos como vosotros, ¡cabrones!

Los aludidos se rieron mientras ella le daba ligeros taconazos en el culo y las piernas a Imberbe. El hombre, presumiblemente más joven que el otro, apoyó sus brazos sobre las piernas de la chica y hundió su cabeza entre las mismas.

Sara sintió la pasión desenfrenada con la que le comían el coño. Sus gritos de queja se fueron trasformando poco a poco en otros más placenteros.

–          Cómo le gusta a la muy perra. Sujétala un momento, que voy a quitarme la ropa.

Imberbe la inmovilizó con el peso de su cuerpo mientras sus muñecas cambiaban de manos. Sintió cómo el pene enhiesto de aquel chico palpitante y caliente sobre su pierna. El hombre le besó el cuello y restregó contra su cuerpo durante la espera.

Manosgrandes volvió y retomó su presa. La chica se fijó que el hombre traía en erección un pene carnoso, más grande que el de su chico. Al recordar a su novio le echó una miradita. Estaba inmovilizado y poco se podía adivinar en su pose pasiva.

La manipularon como si fuera una muñeca hasta dejarla a cuatro patas y con la cabeza apoyada en el sofá. Se resistió un poco moviendo la cadera mientras Imberbe la masturbaba con furia.

–          Está empapada – dijo el chico con una voz que sonaba tímida.

–          ¡Cómo vamos a disfrutar follándonosla! Putita, seguro que tu novio está cachondo e verte así.

–          Pues no le defraudéis – dijo entre dientes desafiante.

Pronto, Sara notó como la punta de lanza de Imberbe se colocaba en posición.

–          Mmmm, qué culito tiene. – Dijo el chico relamiéndose.

El blanco, pequeño y redondito trasero de la joven se apretaba contra él. Poco a poco la chica sintió cómo la penetraba. Una vez acomodado, Imberbe la agarró de las caderas y la penetró con cada vez más rápido.

Manosgrandes le manoseó las tetitas reteniéndola solo de una mano. Al percatarse que ella y ano ofrecía resistencia le dijo en un tono más amable:

–          Ven, apóyate aquí – dijo señalando el brazo del sofá.

Extrañada sintió como aquel hombre, hasta el momento brutal, la trataba con más delicadeza. Le acarició la cara y apoyó su pene en su mejilla. Ella, sin mirarle, se metió la punta en la boca sin mediar palabra.

Las tetitas de Sara bailaban mientras se la follaban a cuatro patas.

–          Joder, qué bien lo haces. Qué ganas tengo de follarte. – Dijo ManosGrandes.

A los pocos minutos, Imberbe se retiró y Manosgrandes le indicó que se tumbara boca arriba.

Colocándose las piernas sobre sus peludos hombros, ManosGrandes la penetró de un solo golpe con aquel ariete que tenía como herramienta. Ella pegó un grito ahogado. El hombre comenzó un furioso mete-saca sin parar de emitir gemidos guturales más propios de un oso que de una persona. Imberbe le tapó la visión de aquel animal poniéndole la polla en la boca.

En aquella postura era difícil hacer una felación, así que se dedicó a masturbarle.

–          Sigue tú o me voy a correr. ¡Joder, qué buena está! – dijo Manosgrandes.

Sara resopló aliviada por la pausa.

–          Ven aquí putita – las palabras de Imberbe no cuadraban con su tono educado.

El joven le esperaba sentado; agarrándose el pene por la base. Ella se levantó y se acercó agotada. Pasó las piernas por las del chico, y sentada como una amazona guio aquel pene, que ya había catado, hacia su vagina.

Apretó juntando aquellos dos pechitos para luego chuparlos como si quisiera extraerles su jugo.

Le puso las manos en la espalda y la apretó contra él, haciendo que ambos se juntaran más. Sara se sorprendió cuando el chico le invadió la boca con su lengua. Al principio se resistió, pero luego se dejó llevar morreándose con el joven. Excitada por el beso, sin darse cuenta había empezado a cabalgarle.

–          ¿Qué edad tienes? – le susurró al oído.

–          21 – le dijo con la voz entrecortada.

–          Venga tortolitos, dejaos de tonterías – interrumpió Manosgrandes.

El hombre se colocó al otro la do del sofá y acercó su pene por un lado de la cabeza de Imberbe.

–          Ya sabes lo que tienes que hacer – sentenció.

Sara agarró aquel grueso pene y comenzó a comérselo ayudándose con los movimientos de su mano.

Todo estaba conectado. La felación era al ritmo de la cabalgada, que a su vez se sincronizaba con las manos de Imberbe apretando su culo.

–          Mira tu novio. Igual se ha corrido solo del gusto. Vamos a hacer sufrir un poco a ese cabrón.

Manosgrandes ayudó a Luis a levantarse y sentarse en el sofá. Sara e Imberbe también se levantaron, expectantes a ver qué planeaba el hombre.

–          A cuatro patas. – Ordenó señalando hacia Luis.

El señor se colocó detrás de Sara  y separando sus nalgas se la metió en el coño. Sara gimió y dejó caer su cabeza. Recostada, pudo notar la erección de su novio, quien no le quitaba ojos de encima.

Manosgrandes se la penetraba lenta, pero profundamente, haciendo que apretara la cara contra su chico.

Imberbe se acercó y sobó los pechitos de la chica.

–          Date la vuelta – dijo Manosgrandes.

Bocarriba, Sara se preparó para recibir aquel falo. El hombre le abrió bien las piernas, sujetándolas por debajo de las rodillas y la penetró con furia.

–          Sí cerda, me voy a correr dentro de ti.

Luis podía ver cómo los pechitos de su novia oscilaban sin parar ante las salvajes acometidas del hombre.

Gimiendo como un ogro y empalando a su víctima, Manosgrandes eyaculó. Sara pudo sentir la furia del pene descargando semen ardiente en su interior. El hombre se retiró, y apenas pudo verlo desaparecer en el baño cuando Imberbe ocupó su lugar. La besó en la boca para luego acercar su pene.

Sara le dio cuatro chupaditas y entonces el chico se masturbó como si fuera una máquina industrial.

Ella, con la respiración entrecortada, abrió la boca en extasis. Apenas lamió un poco el prepucio del chico, cuando este empezó a correrse. Pudo ver como varios choros de semen salían despedidos y sintió como le cruzaban la cara.

Imberbe le sonrió y se fue.

Sara cerró los ojos e intentó calmarse. Tenía la respiración entrecortada como si hubiera corrido los 100 metros lisos. El sonido de la puerta al cerrarse le indicó  que aquellos intrusos se habían ido.

Se levantó y miró a su novio.

No se le podía ver la boca por la cinta americana pero se adivinaba una sonrisa por la expresión de su mirada.

–          Eres un cabrón. Lo tenías todo organizado.

El emitió unos sonidos incomprensibles por la mordaza.

–          ¡Menudo susto me he pegado al principio! – el chico pareció reírse y señaló con la mirada la cinta.

–          ¿Quieres que te la quite?

–          ¡Mmmí!

–          Creo que te mereces un castigo. ¡Qué digo! Quizás un premio, porque la vedad es que he disfrutado. ¿Qué hacemos?

–          ¡Mmmmmm!

–          ¿No dices nada? Pues sabes qué, creo que voy a darte un poco de ambas cosas.

Sara terminó de desnudar con dificultad a su novio, quien estaba totalmente empalmado.

–          Ya veo que te lo has pasado bien.

La chica colocó de espaldas al joven, y sentándose sobre él, empezó a follárselo con una especie de sentadillas.

Ella gemía y cuando sintió que su novio estaba a punto de correrse, se apartó. Se arrodilló frente al sofá y le hizo una mamada bien profunda. Inevitablemente Luis se corrió, llenando la boca de su novia con espeso semen.

Sara, sin abrir la boca, se levantó sonriendo. Le quitó lentamente la mordaza y antes de que él dijera nada, le besó. Restos de semen se entrelazaron entre ambas lenguas, así como las manchas de guerra que ella tenía en la cara.

–          Este es tu castigo.

–          Ufff – articuló a decir él.

–          Buenas noches.

Dijo ella dejándole solo e inmovilizado en el sofá, mientras se iba a la cama a dormir.

Él no se quejó y se recostó en el sofá como pudo. Se lo merecía.

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