Soy Carmina, tengo cuarenta y seis años, viuda, empresaria y vivo con mi único hijo en Galicia, muy cerca de A Coruña
A continuación les ofrezco una historia muy parecida a la mía para que la valoren y, si fuera el caso, también la disfruten.
Soy Pancho, tengo casi cuarenta años, vivo en Madrid y me lo monto con mi madre, de modo que eso me ha hecho relacionarme con otros chicos que más o menos hacen lo mismo y casi se podría decir que me estoy convirtiendo en sus confidentes.
Hola, soy Jorge, soy gallego y vivo en una pequeña villa cerca de la ciudad de A Coruña. Soy un joven de 21 años, estoy cursando los primeros años de Económicas en la Universidad y vivo sólo con mi madre. Mi padre, era el patrón de un pesquero que contaba con una tripulación de cinco pescadores y todos, barco, patrón y marineros desaparecieron en la inmensidad de la mar cuando yo apenas contaba los cuatro años. Se supone que naufragó y todos murieron, pero como digo sólo se supone, porque nunca nada se supo ni del barco ni de su tripulación. Desdichadamente entre las gentes del lugar corrieron algunas versiones malintencionadas que achacaban otras actividades, pero nada se pudo probar y nada se volvió a saber del caso.
Con el tiempo y recabando datos de unos y de otros, aparte del testimonio de mi madre, he llegado al convencimiento de que mi padre y la tripulación naufragaron en algún lugar de la costa africana dedicados a su oficio que no era otro que la pesca. Por aquellos tiempos algunos patrones buscaban atajos para remediar la precariedad de caladeros donde faenar y algunos cayeron en la tentación de dedicarse al tráfico de armas, pero estoy convencido que no fue ese el caso de mi padre.
Todo esto se lo cuento no para reivindicar el nombre y la honorabilidad de mi padre, se lo cuento sólo para que entiendan una situación que a buen seguro, es difícil de entender, inclusive teniendo en cuenta los antecedentes. Como quiera que mi padre no murió, sino que desapareció, mi madre no fue reconocida como viuda, sencillamente su marido salió un día a faenar a la mar y aún no ha vuelto. Por supuesto nada de cobrar la paga de viudedad y menos cobrar el seguro del barco.
Esto, entre otras dificultades, ocasionó que en mi casa cesó la entrada de dinero para vivir, así que mi madre se tuvo que apoyar en la familia y abrió una tienda en el centro de A Coruña y comenzó una vida de empresaria de la moda, que afortunadamente le ha ido muy bien en lo económico y en lo personal.
Como dije, eso entre otras dificultades, porque la mayor es que ella se sentía señalada y yo más o menos empecé a tener problemas con los compañeros del colegio, que a nada que me descuidará me señalaban como traficante de armas. Esa situación nos llevó a encerrarnos el uno con el otro, inclusive ella tomó una decisión que en aquel entonces era comprensible: dormíamos juntos. Lo que ya no fue comprensible es que aún hoy en día no hemos encontrado el momento para acostarnos cada uno en nuestra habitación, y no crean que es por falta de espacio o porque no dispongo de una habitación amueblada, de hecho dispongo de una espléndida habitación, espléndidamente amueblada y equipada donde hago vida, estudio, veo la televisión y juego con la Play Statión, pero a la hora de acostarme me voy a la cama de mi madre.
Hace unos días vino a casa la encargada de una de las tiendas de mi madre, con quien ella mantiene una buena amistad. Se llama Patricia y tiene unos cuarenta y tantos años, más o menos la edad de Carmina, mi madre. Era domingo, hacía sol y el tiempo estaba templado, así que decidieron subir a una pequeña terraza que tiene nuestra casa a modo de solarium, a tomar el sol y ponerse morenas. Claro, teniendo en cuenta mi edad y mi natural tendencia a relacionarme poco con los chicos y las chicas de mi edad, pues entenderán que mis experiencias sexuales eran hasta ese momento más bien escasas, es decir, nulas.
Yo me imaginé a Patricia desnuda en la terraza despanzurrada al sol, de modo que corrí a subirme a un camaranchón que hace pared con la terraza y donde hay una mínima rendija entre los barrotes que sujeta
n la antena de la televisión. Yo la había visto hace tiempo, pero no la había tapado con silicona, como me había dicho mi madre, porque esperaba que algún día esa rendija me iba a dar una alegría.
Iba bien preparado para lo que pudiese encontrarme, cámara digital incluida. Me asomé por la rendija y bingo. Allí, apenas a un par de metros, tenia ante mis ojos el Paraíso Terrenal. Patricia tumbada boca abajo en una tumbona, despatarrada, mostraba su esplendoroso culo y se apreciaba una espesa mata de pelo que, desde luego no dejaba ver su chocho, pero se le intuía. Como comprenderán aproveché la ocasión e hice todas las fotos que pude, aunque las imágenes era una repetición: el culo de Patricia más cerca o más lejos gracias al zoom, pero ya les digo, el cuerpo ni verlo ni olerlo, la rendija no daba para más.
Con el preciado material me fui a mi habitación y las edité en papel, las grabé en el ordenador e hice una ampliación de la mejor imagen. Los días siguientes fueron un festín. Me harté de hacerme pajas extasiado ante la fotografía de la ampliación del culo de Patricia y la mata de pelo negro que envolvía su chocho.
Era primavera y el tiempo se mantenía estable, de modo que el domingo siguiente también vino Patricia a casa para tostarse al sol con mi madre. Como comprenderán, yo estaba ojo avizor y en cuanto se metieron al solarium y escuché el cerrojo que trancaba la terraza, subí disparado al camaranchón para ver si la suerte me acompañaba y podía sacarle fotos a Patricia de todo el cuerpo desnudo. Me asomé con el mayor sigilo por la rendija y me quedé pálido y sin aliento ante lo que estaba viendo. Efectivamente esta vez la hamaca estaba un poquitin más alejada y desde la rendija se podía ver el cuerpo entero de Patricia, desnuda y con la cara medio ladeada, pero la sorpresa es que su culo tenía en una de sus nalgas un pequeño tatuaje como de un símbolo chino. Me temblaban las piernas y las manos y di un salto para alejarme de la rendija. Comprenderán mi turbación: hacía una semana que me estaba haciendo pajas a la salud del culo de mi madre. El culo que fotografié el otro día era el de mi madre.
Bajé corriendo a mi habitación, saqué del armario la ampliación del culo de Carmina e hice intención de romperlo, pero contrariamente a mis intenciones, en lugar de romperlo me hice una paja enfurecido y besando, lamiendo y babeando la foto por todos lados. Cuando terminé volví a subir corriendo al camaranchón y me asomé por la rendija cuanto pude para ver si divisaba el culo de mi madre, pero nada, lo único que se divisaba era el seboso y desparramado culo de Patricia.
Aquella noche fue una noche especial, quizás la primera noche de mi vida. Hasta ahora las noche eran para dormir, pero esa noche ardía en deseos de que mi madre se acostara, viniese a mi habitación a despedirse y a decirme, como siempre, que no tardase en acostarme.
-Puedes estar segura Carmina que no tardaré en acostarme- pensé para mí, a la vez que a duras penas conseguía mantener a raya la hinchazón de mi polla. La tentación vivía en casa y dentro de unos minutos aquel culo que idolatraba desde hacia días lo tendría a mano.
Me acosté con el mayor sigilo para no despertarla y cuando estuve a su lado me quedé durante unos minutos casi sin respirar para ver si dormía o estaba despierta. Cuando estuve más o menos seguro de que Carmina dormía, eché mano a sus bragas y despacito, despacito, las fui bajando hasta medía nalga. Ella estaba de espaldas, lo que me facilitó mucho la labor. La verdad es que no me atrevía a seguir bajándole las bragas y por otra parte mi calentura me apremiaba y ya había espacio suficiente para acercarle mi polla y restregársela por el culo. La corrida fue monumental, menos mal que ella no se despertó, aunque le había dejado el culo y las bragas llenas de semen.
La Madre dice:
Soy Carmina, tengo cuarenta y seis años, viuda, empresaria y vivo con mi único hijo en Galicia, muy cerca de A Coruña. Tengo una muy buena casa, una posición económica desahogada y un problema: Por razones que no vienen al caso, hasta ahora he estado durmiendo con mi hijo, pero ya es un universitario y supongo que a su edad ya debería mantener relaciones sexuales más o menos estables con chicas de su edad, pero tal parece que estuviera en esa
etapa de descubrir el sexo a trompicones y aliviándose a su aire.
El otro día estaba acostada y sin que hasta ese momento hubiese tenido el más mínimo percance con el sexo, noté que al acostarse me metía mano a las bragas y me las bajaba un poco. Estuve a punto de revolverme y pedirle que se marchara a su cama, pero no pude, cuando quise decírselo ya tenia su hinchadísima polla metida en mi culo.
Esperé para ver cómo acababa la cosa y acabó con un torrente de semen regando mi culo y empapando mis bragas. En cuanto terminó hice intención de volverme y pedirle, bueno quizás esta vez exigirle, que se marchará a su cama, pero cuando quise hacerlo me di cuenta que se había dormido y estaba durmiendo a pierna suelta, el muy infeliz, había tenido una niñez un tanto retraída y supongo que esto no sería más que un episodio que no se volvería a repetir, porque desde luego, en cuanto nos levantásemos le diría que a partir de esta noche tendría que dormir en su habitación.
Bueno esa era mi intención, pero al levantarme al día siguiente e ir a la cocina ya me tenía el desayuno puesto en la mesa y en un vaso me había puesto una flor que había recogido del jardín, así que le di un beso por las atenciones que tenía conmigo, y las cosas que tenía que decirle, se las diría por la noche.
Esa noche quise decirle que se acostara en su habitación, Todo el día me había estado convenciendo de que no podía permitir que eso continuara porque había peligro de que se volviese a producir otro incidente. Entré en su habitación con esa intención, pero no me atreví y le dije que no tardase en acostarse. Me marché a mi habitación, pero para evitar problemas tomé medidas, busqué una braga faja que tenía en el armario y me la puse.
Era de textura dura y me apretaba el cuerpo de modo que, aunque lo intentara, no había la más mínima posibilidad de que consiguiera bajármelas, así que con mi culo a prueba de tocones me acosté tranquila. Claro, que tardé más en acostarme que en dar un salto y levantarme. Me fui corriendo a la cómoda, me quité aquella braga y apresuradamente cogí el tanga más pequeñito y suave que tenía, me lo puse y me metí nuevamente en la cama corriendo. En ese momento entraba Jorge.
Al cabo de un rato ya estaba hurgando entre mis bragas. Yo creo que se llevó un alegrón cuando comprobó lo breve y suave de las bragas que llevaba puestas esa noche. Esta vez y quizás gracias a las facilidades, las bajó cuanto pudo, incluso quedaba al descubierto el chocho, de modo que esa noche medio me la metió, pero se corrió como lo que era: un principiante.
Los siguientes días más de lo mismo: yo diciéndome todo el día que le tenía que mandar a dormir a su habitación, pero por la noche buscando las braguitas más livianas para ponérmelas. Él cada noche y gracias a que me hacía la dormida, se atrevía a un poco más y ahora, ya descaradamente, me la metía y se corría en mi chocho, eso sí, todo por detrás y con las bragas entre las piernas.
Yo cada día esto lo llevaba peor, porque como hembra, me estaba calentando hasta límites insoportables, pero no conseguía aliviarme. De la manera que me follaba mi hijo nunca lo conseguiría, de modo que decidí cambiar la postura y hacerme la dormida boca arriba.
Esperaba que él me quitase las bragas y se subiese encima para follarme como se manda, pero mi chasco fue enorme, porque ese día, al comprobar que no estaba de espaldas quizás es que interpretó otra cosa y no hizo nada. Yo me desesperé toda la noche, estuve a punto de tomar la iniciativa, pero me contuve y pasé, eso sí, una muy mala noche.
La noche siguiente nada de experimentos. Ya había pasado una noche en blanco y no quería arriesgarme, de modo que otra vez al mismo estilo, por detrás y con las bragas entre las piernas, eso sí, mi calentura era tal que ya empezaba a disfrutar tímidamente, aunque debido a su inexperiencia tenía que terminar de aliviarme sola y ya cuando se había dormido.
La cosa reconozco que no era para tirar cohetes, pero se diría que empezaba a tener una vida sexual cómoda, confortable y reconfortante. Lo nuestro era una conspiración de silencio, porque por supuesto nunca me di por enterada, aunque
era difícil de creer que estaba dormida, porque según ganaba experiencia y confianza, sus envites eran para despertar a un oso en periodo de hibernación. Casi se podría decir que esto se estaba convirtiendo en rutina de pareja.
Comenta el hijo:
Ya saben que en Galicia hace un sol de carallo, eso sí, lo hace muy pocas veces, pero las veces que lo hace y hace cierto calor, a mi madre la encanta que la lleve a cierta calita en la Costa de la Muerte, muy apartada, muy inaccesible y por tanto muy poco frecuentada. Llegamos y no había absolutamente nadie. Sacamos unas toallas y nos tumbamos tranquilamente a tomar el sol y a escuchar música, pero al cabo del rato escuchamos que alguien llegaba a la cala. Era una pareja como de treinta y tantos años, muy bulliciosos, muy puestos y con muchas ganas de reír, porque metían una bulla que desde luego no pasaban desapercibidos.
La playita era más bien larga y estrecha, pero había sitio suficiente para que se pudiesen acomodar tranquilamente, pero no crean que buscaron algún lugar apartado de nosotros, muy al contrario, se instalaron prácticamente a unos metros de donde estábamos mi madre y yo. Eso de entrada no pasaba de ser un simple incomodo porque rompía en parte nuestra intimidad, lo que ya no fue tan simple es que en lugar de quedarse en traje de baño se quedaron en pelotas.
-Bueno, serán nudistas- pensamos mi madre y yo, pero no quedó ahí la cosa porque apenas diez minutos después se pusieron a follar sin el menor recato y sin cortarse un pelo por nuestra presencia.
Carmina y yo, sentados, nos quedamos pasmados mirando a la pareja follar prácticamente encima de nosotros, riéndose y mirándonos de reojo.
-¿Crees que se van a escandalizar?- le preguntó la mujer al vernos tan sorprendidos.
-No creo- le respondió él -Ellos no saben que se la estoy metiendo a la mujer de mi jefe.
Era evidente que la pareja que formábamos Carmina y yo era cuando menos desigual. Yo era un joven muchacho y eso se veía. Mi madre era una mujer madura y eso también se veía, de modo que cualquiera podía adivinar que no éramos precisamente una pareja de novios. Carmina y yo nos miramos a los ojos y ambos asumimos lo que últimamente estábamos haciendo por las noches, y sobre todo, ambos sabíamos lo que queríamos hacer, de modo que se tumbó en la toalla y se quitó el bikini, bragas incluidas. Yo me desprendí del traje de baño, me subí encima de Carmina, se la metí y comencé a follarla.
La pareja de entrometidos al ver la escena se sentaron y se quedaron atónitos mirándonos. Ambos nos dimos cuenta y mi madre, con mucha sorna, me preguntó:
-¿Crees que se van a escandalizar?-.
-No creo- le respondí -Ellos no saben que se la estoy metiendo a mi madre.
Y allí tenía a Carmina, abierta de piernas, felizmente desbragada y gimiendo como una burra. Estos entrometidos se van a enterar del chocho que calza mi madre.