Mi vecina gordita encendió mi gusto por las mujeres que tienen unos kilitos de más, realmente tenía un par de tetas enormes y un culo de campeonato

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Cómo una experiencia muy fogosa despertó en mí, el gusto por las mujeres con unos cuantos kilitos de más.

Era mi segundo año de universidad en Salamanca; acababa de dejarlo con mi novia de toda la vida, y me disponía a follarme a todas las tías que se cruzasen en mi camino, no sé si por calentura, o por despecho, pues mi ex novia nunca fue muy fogosa.

Vivía en un piso con otros estudiantes, en un edificio en el que casi todas las vecinas eran señoras ancianas, salvo mi vecina de enfrente, que sería más o menos de mi edad, solo que era una chica rellenita, por lo que nunca me había fijado en ella. Una noche de fiesta, estaba yo medio borracho y me habían rechazado todas las tías a las que me había acercado, cuando vi a mi vecinita gordita en la barra, y por esto de la simpatía acrecentada por el alcohol, me acerqué a saludarla. Hablando con ella, no pude evitar fijarme en su escote, y en las dos enormes tetazas que ligeramente mostraba, y poco a poco una idea fue apareciendo en mi ebria mente; Nunca me había follado a una gordita, ni me había fijado mucho en ninguna, pero aquellas tetas me estaban llamando con fuerza.

Viendo que mi polla estaba de acuerdo con el plan, la invité a una copa, y empecé a acercarme más a ella, a hablarle con voz suave, a acariciarla inocentemente, y cuando me quise dar cuenta, mi lengua ya se habría paso por su boca, y mi mano se posaba en aquel culo redondito.

Fuimos a nuestro edificio magreándonos por todo el camino, y entramos en su piso. Nada más cerrar la puerta se arrodilló delante de mí, me abrió la cremallera, y sin ningún preámbulo engulló todo mi pene, y empezó a mamármelo salvajemente, tanto que temí por su integridad.

Suave, le dije, y empezó a mover la cabeza lentamente, de arriba abajo, haciendo que me follara su boca lentamente, mientras que con una mano me masajeaba los huevos, y otra me apretaba el culo. Era delicioso ver aquella carita de golosa tragándose mi mástil hasta el fondo, y devolviéndomelo brillante, y con algún hilillo que iba de mi glande a su boca. Cuando llevábamos un rato y empecé a sentir la urgencia pensé en correrme en su boca, pero me apetecía más reservar mis balas para lo que la noche deparase, pues aquel culazo me encantaba, y quería hacerlo mío.

Fuimos a su habitación y nos desnudamos como pudimos, y la vi desnuda por primera vez. Sus tetas eran realmente magistrales, enormes, la delicia de cualquier hombre, pero aunque le colgaban un poco me parecían las más eróticas que había visto nunca. Tenia algo de barriguilla, pero muy sensual, y un culo y unas caderas, grandes redonditas, para meterle la polla por atrás y golpearla con todas las fuerzas; Me relamía con lo que la noche iba a deparar.

Acerqué mi boca a sus pechos e intenté comerme uno de sus pezones oscuros con una aureola enorme, pero no me cabía en la boca, así que me contenté con lamerlo y masajearle y estrujarle las tetas, esas gigantescas tetas que nunca olvidaré. Lentamente bajé por su vientre hasta llegar a su pubis, y percibir aquel aroma a hembra en celo que me ponía la polla más dura, si era posible. Llegué hasta su coño, un coño maravilloso, con unos labios regordetes y oscuros, muy dilatados, que mostraban sin pudor su hendidura y la cabecita rosada de su clítoris; mmmmm.

Lentamente le empecé a chupar la raja, de arriba abajo, primero por sus labios mayores, después un poquito más adentro, recreándome, suavemente llegué a su cueva y se la metí todo lo profunda que pude. Estaba muy húmeda, chorreando jugos por la raja de su culo para abajo. Subí hasta su clítoris, y lentamente empecé a darle vueltas con mi lengua, despacito, despacito, y le metí dos deditos en su vagina, era buscar su punto G; de repente le dio como un calambre en la pelvis, lo había encontrado. Seguía girando la lengua, ahora más rápido por su pepita, y masajeándole el interior de la vagina cuando empezó a mover la cadera arriba y abajo, como buscando más roce, y ante el orgasmo inminente, le metí un dedo por el culo, y aceleré mis movimientos. Se corrió entre gritos, convulsiones y ríos de flujo, y se quedó allí tumbada boca arriba sin decir nada, con gesto dulce.

Yo estaba muy caliente, así que sin más preámbulos me tumbé encima de ella, y le metí la polla hasta dentro y empecé a bombear. Al principio ella ni reaccionó, recuperándose del orgasmo, y era como follarme a una mujer dormida, pero poco a poco volvió en si y empezó a mover sus caderas al ritmo de mis embestidas. Mi polla estaba más dura de lo que yo nunca la había notado, tal era el morbo que me daba aquella exuberante joven, y yo la sentía entrar y salir de su cálido y húmedo chochito, girando mis caderas para aguantar más, pero tan caliente me había puesto que al poco sentí el orgasmo recorrer mi espalda y mi semen llenando a aquella gordita que gemía debajo de mí.

Me salí de ella y me tumbé a su lado, y estuvimos un rato besándonos y acariciándonos suavemente, pero yo tenía todavía algo que hacer. Cuando mi polla otra vez estuvo en condiciones, muy bajito, al oído, le propuse que me dejara penetrarla por el culito, y ella me dijo que no, pero se levantó e inclinó su cuerpo sobre su escritorio dejando ese culazo suyo totalmente expuesto, con una panorámica de su ano y su chochazo, y me dijo que si me valía con su coño. Me levanté, fui hasta ella, y jugueteé con mis dedos por todas sus maravillas, pero me había puesto otra vez muy caliente, así que tardó poco en apretar mi glande contra su raja, y poco a poco metérsela.

Esta vez iba a recrearme, a metérsela muy despacio, hasta que ella me implorase más. Despacito le metí el glande en su abertura, y empecé a moverlo, a follarme el exterior de su raja, pero la calentura pudo más que mi paciencia, y se la metí hasta el fondo de un golpe, arrancándole un gemidito. La agarré de la grupa, y empecé a bombear, como si fuéramos dos animales follando, golpeando con mis huevos en la parte de delante de su raja, llevando mis manos hacia delante, a coger sus pechos, tumbándome sobre ella para besarle el cuello, follándomela con más y más fuerza, más y más deprisa.

Sus gemidos aumentaron, y empezó a mover su cadera arriba y abajo al ritmo de mis movimientos. Comenzó a gritar, incorporó su cuerpo un poco de la mesa y se empezó a mover adelante y atrás salvajemente; nuestros gritos se mezclaban, los movimientos eran cada vez más fuertes, los trastos en la mesa bailaban, el golpeteo de mi vientre contra su culo era brutal, y de repente, pegué mi cuerpo al suyo, me agarré a sus tetazas, y me corrí a la vez que ella, en un espasmo total que nunca antes había sentido.

Los siguientes minutos los pasamos allí quietos, tal y como habíamos acabado, con mi pene flácido todavía dentro de ella, sintiendo nuestro calor, nuestra piel, nuestras respiraciones, y cuando salimos de aquel trance, nos metimos en la cama los dos, y dormimos hasta bien tarde.

Desde entonces, mis gustos han cambiado un poco, me siguen gustando las delgaditas, pero las que me entusiasman ahora son las que están un poco llenitas. A Elena, que así se llama mi gordita, aquella noche me quedé con ganas de dos cosas: hacer mío aquel suculento culito, y correrme entre sus pechos, en una impresionante paja cubana, si lo conseguí o no, quizá lo cuente en otro relato, pero os aseguro que me hizo pasar muy buenos ratos.

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