Estas son las fantasías que tantas veces me has contado en la cama Pablo, son tus fantasías
¡Cojonuda tía, estas de muerte!
Arrojé la toalla a la cesta de la ropa sucia y salí del baño. En el salón Alex miraba desde el sillón a Silvia que caminaba ante él girando como si estuviera en una pasarela. Se había puesto un vestido de tirantes cortito que no tenía intención de estrenar porque, según dijo cuando se lo probó en casa, era como ir desnuda. La tela era tan ligera que sus duros pezones se marcaban claramente y dibujaban su oscuro contorno sobre el blanco crudo del vestido. El escote profundo se adentraba entre sus pechos formando una V y dejando ver la curva de sus tetas disipando cualquier duda que pudiera quedar sobre la ausencia de sujetador. Sus caderas, libres de ropa interior mostraban una curva limpia y sin marcas. La brevedad del vestido dejaba sus muslos desnudos en sus tres cuartas partes. Las sandalias de tacón imposible, como le gusta llevar a Silvia, realzaban su culo que al caminar producía una sinuosa onda difícil de ignorar.
Su expresión había cambiado, atrás quedó el remordimiento que habíamos compartido y de nuevo estaba pendiente de la impresión que le causaba a Alex. Me miró cuando entré y me dedicó una sonrisa casi infantil. Alex notó mi presencia y se dirigió a mí.
– ¿Qué te parece Pablo, hemos elegido bien el modelito?
Se quedó esperando mi respuesta y yo supe inmediatamente que si no le contestaba pronto me lo iba a exigir.
– Si, está muy guapa.
Silvia me volvió a sonreír.
– ¡No puedo salir así! – protestó débilmente
– Claro que puedes nena, te voy a lucir por todo el paseo marítimo, voy a ser la envidia de todos los tíos que se van a empalmar mirándote, porque estás buenísima.
Así era, jamás había visto a Silvia tan sugerente. Acostumbrado a verla con ropas anodinas había llegado a ignorar el buen cuerpo que tiene. Vestida como estaba, sus curvas resaltaban y su pecho, del que tanto se quejaba, resultó ideal para lucir ese minivestido sin sostén. La tela apenas se pegaba a su cuerpo y al moverse o al inclinarse su pecho se descubría temerariamente. Sus pezones parecían querer atravesar la fina tela. Alex siguió mi mirada y soltó una risotada.
– Vaya pitones, eh? Si es que no tenías ni idea de la hembra que tienes en casa.
Siguió hablando pero yo dejé de escuchar. ¿Cómo íbamos a parar aquello, cuándo podríamos librarnos de él? A estas alturas no sabía qué pensaba ella, temía decirle a Alex que se fuera, que no queríamos seguir con aquel juego y que Silvia dudase o me contradijera.
– … si, lo mejor será un moño que te deje el cuello a la vista. Y de paso maquíllate, que se luzcan esos ojazos y esa boca.
Alex estaba de pie sujetándole la melena en alto. Silvia, obediente, entró en el baño dispuesta a seguir sus deseos.
– Yo me voy, tengo que arreglarme un poco, quedamos a las… ocho en la cafetería del náutico – casi estaba en la puerta cuando se giró – Y no me hagáis esperar eh? No me gusta nada.
Asentí con la cabeza. Cuando cerró la puerta fui en busca de Silvia. Se esmeraba por desenredar su cabello. Me miró a través del espejo.
– ¿No pensarás salir así?
– No va a pasar nada Pablo, lo de antes no va a volver a suceder, ya lo hemos hablado.
La serenidad de su voz contrastaba con la conversación que habíamos tenido apenas quince minutos antes. ¿Qué había sucedido mientras yo me estuve duchando?
– ¿Qué es lo que habéis hablado, eh? ¿Qué no vas a follar más con otros tíos?
Al notar mi cabreo Silvia se revolvió contra mí
– ¿Qué coño te pasa ahora? ¿No es un poco tarde para ofenderte? Bien que te masturbabas mientras me follaban, bien que me presionaste para que hiciera lo que Alex quería, ¡no me vengas ahora haciéndote el marido ultrajado!
Se volvió hacia el espejo y continuó arreglándose el pelo dando por terminada la discusión, pero yo no estaba dispuesto a dejarlo así.
– Tienes razón Silvia, perdóname, es que todo esto me supera.
– ¿Y crees que a mí no? Pero no voy a pasarme el resto de mi vida arrepintiéndome de un mal momento. Lo hecho, hecho está. Hay que mirar el lado positivo Pablo, – dijo volviéndose hacia mí, antes de continuar me echó los brazos al cuello – Si pienso en el vecino…. ¡Dios, es asqueroso, es repugnante! Pero ha sido un error y así se lo he dicho a Alex.
Silvia acercó su cuerpo hasta tocar el mío, sus ojos destilaban deseo, esa lujuria que tantas veces he visto en su mirada, anticipo de momentos de una gran intensidad sexual.
– Pero… también hemos disfrutado, no? En la playa, mientras me metía mano…
Su voz era un susurro cerca de mi oído, yo quise replicar, decirle que había que acabar con aquello, pero…
– … mientras se la chupaba en la terraza…
Su pubis se frotaba contra el mío provocando la erección que por fin se dejaba notar. Tenía la cabeza a punto de estallar con tantas ideas contradictorias. Debíamos parar, Alex se había ido y era el momento para no…
– …y cuando me folló… te gustó, no me lo puedes negar, te gustó verme follando. Estas son las fantasías que tantas veces me has contado en la cama Pablo, son tus fantasías.
La besé con furia, le mordí la boca, tuve que hacerle daño pero no se quejó. La besé con rabia, con deseo, mi lengua se enredaba con la suya mientras en mi cabeza solo había una palabra que no pude o no quise contener.
– ¡Puta!
– ¡Sí, sí, soy una puta, si!
La arrastré hasta el dormitorio y la tiré sobre la cama. Silvia, poco acostumbrada a verme actuar con decisión me miraba con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
– ¡Puta!
Solo tuve que subirle un poco el vestido para descubrir su desnudez, ella abrió las piernas ofreciéndome su sexo hinchado, algo enrojecido, con la humedad brillando en sus labios.
– ¡Jodida zorra!
Fue un polvo rápido, violento, fue una descarga de tensión durante la que fui consciente de que me estaba acostando con una Silvia muy diferente a la de la noche anterior. La de ayer era solo mía. Esta había follado ya con dos hombres distintos.
Mientras se recomponía el moño salí a la terraza. Quizás mi mujer tenía razón. Aquello era un juego morboso que se nos había ido un poco de las manos. Una fantasía hecha realidad en la que debíamos volver a tomar el control.
Una sombra cruzó la terraza de enfrente y se detuvo ante el ventanal. El gordo me miraba desde su salón. ¿Qué estarías pensando de mí? Hui de su mirada y volví al cuarto de baño. La figura que vi ante el espejo no podía ser mi mujer. El maquillaje la transformaba, el peinado, distinto al habitual, le confería un aire de sensualidad exótica. El vestido apenas bajaba una cuarta desde su culo y, subida en aquellas sandalias de vértigo, su espalda se enderezaba aún más marcando una preciosa curva en los riñones que resaltó la redondez de su culo
– Estás preciosa – Silvia sonrió halagada
– Anda vístete que vamos a llegar tarde
Todo el camino hasta el náutico me dejó claro el efecto que mi mujer causaba en los hombres y esto, lejos de incomodarme, me resultaba tremendamente excitante. Mi esposa calentaba a los hombres, la deseaban y cuando al acercarse notaban sus pezones marcando la tela, las miradas se volvían más sucias. Su cadencia al caminar dibujaba una ola con sus caderas. Jamás la había visto tan dispuesta a lucirse, jamás la había visto exhibirse como ese día. La influencia de Alex me regalaba a la mujer que siempre quise que fuera.
Nos acercamos al náutico y enseguida le localizamos sentado en una mesa en la terraza. Cuando nos vio de lejos nos saludó con la mano. Según llegamos dio unos golpecitos en la silla que tenía a su derecha para que Silvia se sentase con él. Frente a ellos quedaba solo una silla que ocupé yo. Alex la rodeó con su brazo y la besó en la boca durante un largo minuto. Yo intenté ignorar las miradas que provocaban a nuestro alrededor.
La llegada del camarero me sobresaltó.
– ¿Qué desean los señores? – dijo sin apartar los ojos del escote de mi mujer que, al recostarse en Alex, se había ahuecado dejando su pecho casi desnudo.
– Para nosotros Saphire con tónica – se adelantó Alex, Silvia fue a decir algo ya que no soporta la ginebra pero Alex continuó – ¿Tu qué tomas?
– Lo mismo – dije en un murmullo.
Alex volvió a besar a Silvia y la hizo que se venciera todavía más en su costado, su mano derecha acariciaba su hombro y su brazo, recorría el mismo camino una y otra vez hasta que se posó en su cadera y comenzó a acariciarle el culo. Un chaval sentado a su derecha no dejaba de volver la cabeza para mirar. La mano se deslizó hacia su costado por debajo del brazo de Silvia, ella elevó el brazo y puso su mano en la mejilla de Alex mientras prolongaban un beso interminable. Me sentí violento, sin saber que hacer o a donde mirar, Alex recorría con su mano el costado de Silvia hasta la cintura, palpando su pecho y acariciando su axila. Algunas personas de las mesas cercanas miraban la escena de reojo y comentaban entre ellos.
Llegó el camarero con las bebidas y dejó la nota esperando para cobrar, sin pensarlo hice intención de sacar mi cartera pero Alex me detuvo.
– No Pablo, nos va a invitar Silvia con el dinero que se ha ganado hoy.
De su bolsillo sacó un billete de cincuenta euros y se lo puso en la mano a Silvia.
– Toma, tu parte. – ante el asombro que se reflejó en el rostro de Silvia, continuó – vamos al cincuenta por ciento claro, supongo que te parece bien.
El camarero esperaba a nuestro lado escuchando esta conversación que a mí me parecía mucho más reveladora de lo que en realidad podía ser para quien no supiera de qué se trataba. Silvia no acababa de reaccionar.
– ¿Qué, no nos vas a invitar?
Silvia salió del estupor y le tendió el billete al camarero que le dio la vuelta y desapareció.
– ¿Qué tal te sientes al disfrutar de tus ganancias, eh? Ya verás cuando en vez de cien euros cobremos doscientos o más. Tienes cuerpo y maneras para ser una autentica puta de lujo pero aun te queda mucho por aprender.
Tenía la sensación de que toda la terraza se estaba enterando de lo que sucedía en nuestra mesa. Alex hablaba sin contención, en ese tono de voz fuerte que gasta por lo que al menos las mesas más cercanas tenían que haber escuchado algo. Miré de reojo y sus cuchicheos me lo confirmaron.
– ¡Cruza las piernas, joder! pareces una pavisosa. Con todo lo que tienes para enseñar y estás ahí medio encogida.
Silvia cruzó las piernas y su breve vestido dejó al descubierto el muslo casi hasta el inicio de su nalga. El brillo de sus ojos me decía que estaba muy excitada dejándose llevar otra vez por ese hombre que la tenía tan seducida.
Creí llegado el momento de intervenir, lo que acababa de insinuar Alex era más de que debía tolerar.
– Oye Alex, eso que acabas de decir no…
– No, qué? – me interrumpió – ¿me vas a decir ahora que no te ha gustado ver como folla tu mujer? – yo miré a ambos lados totalmente avergonzado. Alex había elevado el tono de voz aún más, le hice una seña con las manos intentando calmarle.
– Mejor lo hablamos luego Alex, no es el momento ni el lugar – dije.
– ¿Qué pasa Pablo, te da vergüenza que se enteren de que eres un cornudo?
– ¡Ya basta! – intervino Silvia en mi ayuda – déjalo ya, por favor.
– Muy bien cielito, ya hablaremos luego de negocios
A partir de ese momento Alex me ignoró, era como si no me viese, como si yo no estuviese presente. Silvia, completamente centrada en su conversación, sin darse cuenta del vacío en el que me tenían, solo tenía ojos para él. La mano izquierda de Alex acariciaba su muslo haciendo incursiones por debajo del borde del vestido mientras con la otra mano había superado la frontera de la clavícula y rozaba con la punta de sus dedos el inicio de sus pechos. Silvia, recostada en su hombro, tenía su rostro muy cerca de él, lo suficiente como para recibir sus besos sin tener que moverse. Su expresión había perdido esa preocupación inicial y ahora se dejaba encandilar por Alex. Se hablaban casi en voz baja, para ellos, como si no hubiese nadie más a su alrededor, no podía entender la conducta de mi mujer.
Los dedos de Alex jugueteaban con el tirante del vestido unas veces, otras se ocultaban levemente por debajo de la tela hasta que Silvia, con un mohín delicioso, le pedía que se estuviera quieto. Mi mujer había entrado de lleno en el juego, parecía haber olvidado la desagradable experiencia con el vecino y se dedicaba a tontear con Alex.
Había anochecido sin darnos cuenta, ellos seguían hablándose al odio y besándose mientras yo me consumía por los celos, la excitación, la humillación y el morbo. En una de esas, el tirante con el que jugaba Alex cayó por el brazo de Silvia y la ligera tela se dobló un poco arrastrada por el tirante, lo suficiente como para que los dedos ávidos palparan la carne que se mostraba libre. Al notarlo, Silvia le miró a los ojos sin dejar de sonreír y él siguió avanzando por debajo de la tela que se separaba sin ofrecer resistencia y amenazaba con perder la frágil sujeción que le ofrecía el pecho de Silvia
Perdí de vista sus nudillos bajo la tela, Silvia había cerrado los ojos, su frente se apoyaba en el cuello de Alex. Miré alrededor, éramos el foco de atención del resto de mesas. Apuré mi bebida de un trago, el camarero que pasaba cerca en ese momento se acercó.
– ¿Desean algo más los señores? – acertó a decir mientras observaba a Silvia. Ella se colocó el tirante sobre el hombro y lanzó una mirada de reprobación a Alex fingiendo que le regañaba.
– Tráenos otra ronda, – se dirigió a Silvia – esta que la pague tu marido y la próxima invito yo. – El camarero me miró y pude percibir la burla en sus ojos.
Silvia no suele beber y para cuando nos marchamos de la terraza su caminar era bastante inestable. Alex la sujetó de la cintura y ella se agarró también a su cintura para asegurar su paso.
Caminamos por el paseo marítimo, de nuevo yo era invisible, a veces me costaba mantenerme a su lado entre tanta gente y tenía que ceder el paso a otras personas, entonces les miraba desde atrás. Parecían una pareja de enamorados cogidos de la cintura, ella continuaba con su cabeza apoyada en el hombro de Alex quizás por el efecto del alcohol.
Al llegar frente a una de las marisquerías más conocidas del puerto, Alex se detuvo y esperó a que los alcanzase.
– Digo yo, Pablito, que este es un buen lugar para que nos invites a cenar.
El restaurante es uno de los más lujosos de la zona y alguna vez habíamos comentado Silvia y yo lo carísimo que debía ser. Alex adivino el motivo de mi duda y replicó.
– Por el dinero no te preocupes, esta putita nos va a resolver el veraneo a partir de esta noche, verdad cielito?
Silvia tenía la mirada turbia propia de quien se ha pasado con la bebida. Jamás la he visto emborracharse pero si ha habido alguna ocasión en la que el poco alcohol que tolera le ha sentado mal y se le ha subido a la cabeza.
– ¡Qué cosas tienes! – dijo arrastrando las palabras.
– Venga, vamos adentro.
Atravesamos el restaurante hasta llegar a la terraza posterior. Todo el restaurante tuvo que volver sus ojos para observar a aquella hermosa mujer de piernas largas y muslos desnudos que caminaba torpemente agarrada al brazo de Alex.
Cuando llegamos a la mesa, el maître separó la silla al lado de Alex para ofrecérsela a Silvia, había dado por supuesto que eran pareja.
Vino blanco con el marisco, Ribera con la carne, licor con el postre… La cena transcurrió en medio de un interrogatorio al que nos sometió Alex y al que no pusimos ningún reparo en contestar mientras el alcohol iba haciendo su efecto.
– ¿En que trabajas? – Silvia tuvo que hacer un esfuerzo para reunir las palabras.
– Marketing, soy responsable de cuentas.
– ¡Vaya! Siempre creando ideas, slogans y todas esas cosas para hacernos picar y que compremos, eh? – ambos rieron y ella asintió con la cabeza.
– Si, más o menos, si.
– Responsable de cuentas suena a jefa.
– Algo así, tengo un equipo de cinco personas pero no te creas, tengo que pelear por los clientes con los otros gestores de cuenta.
– Una mujer fuerte, ambiciosa. Me gusta. – dijo besándola de nuevo. – Creo que voy a disfrutar domando a esta yegua orgullosa – me lanzó esta frase que me sonó a advertencia.
– ¿Soy una yegua? – Silvia coqueteaba, no me lo podía creer.
– Si muñeca, una yegua pura sangre que necesita ser domada para obedecer al instante. Y yo soy tu semental – añadió volviendo a besarla con intensidad.
En el restaurante se estaba produciendo la misma expectación que hubo en la terraza del puerto. Los besos y las caricias demasiado explícitas eran el rumor a nuestro alrededor.
– Y tú, Pablito, a qué te dedicas?
– Soy abogado, trabajo en…
– Un picapleitos, vaya por Dios! – dijo en tono despectivo.
– No, estoy en el gabinete jurídico de un banco.
– ¿Qué aburrido, no?
Me encogí de hombros, iba a decir algo pero ya me ignoraba de nuevo.
– Estas acostumbrada a mandar nena, ahora tienes que aprender a obedecer y yo te voy a enseñar. Ya verás, vas a ser una chica dócil y obediente.
Recorría su cuello con el dedo índice, ascendiendo por su mentón, rozando sus labios y bajando lentamente por el surco entre sus pechos donde se detenía trazando círculos allí donde la piel se eleva y nacen sus pechos. Silvia parecía ignorar que era el centro de las miradas de todo el restaurante y no apartaba sus ojos del rostro de Alex, ojos que transmitían deseo, casi adoración.
– ¿Vas a hacer todo lo que yo te ordene?
– Ya sabes que si
– ¿Todo… todo? – Me puse en tensión ¿qué pretendía de nosotros?
– Todo, todo… no se… ya veremos – replicó con ese gesto de picardía que me vuelve loco… menos entonces.
– Si me desobedeces, voy a tener que castigarte.
– ¿Sí, cómo?
– No te volveré a dar mi tranca.
– ¡Nooo, eso no! – protestó fingiendo desesperación.
No podía asistir a aquello por mas tiempo, Silvia estaba entregada a un juego de seducción impensable hace unos días, jamás la había visto comportarse así, ni siquiera conmigo. Me levanté.
– Ahora vuelvo, voy al servicio.
Me ignoraron, ni siquiera sé si me llegaron a escuchar. Entré en los lavabos y me encerré en una cabina. Apoyado en la pared cerré los ojos e intenté asimilar todo.
Unos minutos después reaccioné. Antes de salir de allí me dispuse a orinar y, al tener mi polla en las manos, la encontré morcillona, empapada, muy sensible al tacto: Estaba excitado, me estaba convirtiendo en cornudo y estaba excitado.
Sin darme cuenta comencé a acariciarme la polla iniciando una lenta masturbación. Cuando me di cuenta me detuve reprochándomelo, me limpié el hinchado glande con unos kleenex y traté de secar el slip empapado por mi flujo.
– Entonces, deduzco que tenéis un buen nivel económico. – Escuché al llegar a la mesa. Hablaba en plural pero era evidente que no esperaba ninguna respuesta de mí.
– Bueno, no está mal, no nos podemos quejar. – dijo Silvia con cierta coquetería en su voz.
– Ya entiendo, dinero no te falta pero tampoco le has hecho ascos a tus ganancias de hoy, putita.
Silvia se removió en la silla al escuchar cómo la llamaba puta. Estaba excitada.
– Casi nos sale gratis la tarde, no está mal, no?
Su respuesta me impactó, no me lo podía creer, ¿dónde estaba su repulsión por el vecino?
– “casi”, es una palabra que parece pedir más nena, ¿Quieres más? ¿Nos quieres agasajar más esta noche?
Noté que el lenguaje de Alex había cambiado, la vulgaridad que empleaba a veces no era sino un medio para sorprendernos y excitarnos. Su voz había adquirido un tono bajo, sugerente.
Silvia no contestó, se encogió levemente de hombros y bajó la mirada. ¿Era posible? ¿No había tenido suficiente?
– A lo mejor tienes suerte y puedo ofrecerte un cliente que pague lo que vales, si?
Silvia clavó los ojos en los de él visiblemente excitada.
– Silvia! – la mirada cargada de violencia que me lanzó Alex enmudeció mi protesta. Ella me miró un segundo. Su rostro arrebolado, el brillo de sus ojos, sus labios húmedos… todo me dio a entender que no era dueña de sus actos.
– ¿Te voy a tener que mandar a casa? – Alex me reprendía como si fuera un niño. Negué con la cabeza – Eso está mejor, estate calladito si quieres seguir con nosotros.
Miró con insistencia hacia mi izquierda, varias veces le había visto durante la cena mirar a un punto por detrás de mí pero hasta entonces no le había dado importancia.
– ¿Ves a aquel tío de allí – Silvia miró hacia su derecha sin localizar la persona a la que se refería Alex – el del Lacoste rojo, al lado del macizo de flores.
– Ah, si. – Silvia identificó al hombre que mencionaba Alex y se quedó mirándole sin disimulo, como jamás habría hecho antes. No creo que fuera consciente de cómo le miraba, no podía haberse vuelto tan descarada en tan poco tiempo.
– No ha dejado de mirarte desde que llegamos, está solo y por lo que creo está de cacería. ¿Fumas?
– No, lo dejé hace tres años.
– Pues hoy vas a volver a fumar – Sacó un paquete de Winston del bolsillo de la americana y le dio un cigarrillo.
– No Alex, no quiero volver a…
– ¡Pues lo enciendes y lo tiras coño! pero ahora te vas a levantar, te vas a acercar a él sin dejar de mirarle. Lúcete, que vea bien toda la mercancía, ya sabes. Le pides fuego y te asomas a la balaustrada que hay detrás. Pero antes vamos a dejarle claro lo que eres.
La besó en la boca separando sus labios y manteniendo las lenguas juntas.
– No dejes de mirarle.
Silvia obedeció y mantuvo su mirada fija en el hombre al que yo no podía ver. Continuaron besándose de una forma provocativa, la mano de Alex apretó su muslo desnudo y subió por él arrastrando aún más el vestido que comenzaba a descubrir el nacimiento de la nalga. Recordé que no llevaba bragas y un destello de placer incendió mi sexo. Sin obstáculo alguno entre las dos mesas aquel hombre debía estar viendo algo más que su muslo.
– Te seguirá como un corderito, ya lo verás. Doscientos cincuenta euros, no aceptes menos – Silvia se revolvió preocupada.
– Yo… no se hacer eso…
– No me jodas, déjate de ñoñerías. Si no te atreves, le dices que te espere y vienes aquí. Que le quede claro que vas a volver, que te espere. Me lo dejas a mí que yo cierro el negocio.
Silvia se debatía en una mezcla de pudor, miedo y excitación. Ya no se trataba de una fantasía ni de un juego, su propósito de no volver a repetir lo que había sucedido con el gordo se desvanecía por momentos y de nuevo claudicaba y se sometía a los deseos de Alex.
– ¡Vamos! ¿A qué esperas? – se impacientó Alex.
Silvia se levantó, ni siquiera me miró cuando me rebasó, volví la cabeza para verla.
– Ven, siéntate aquí, vamos a ver cómo trabaja mi chica
¿Su chica?, ¡no, de eso nada, es mi mujer! – hubiera querido decir. En lugar de eso me levanté de la silla y ocupé su lugar.
La vi alejarse de nosotros. Caminaba sin prisa, moviendo sus caderas de una forma muy sensual, cruzando un poco los pies como si se tratase de una modelo. Sus hombros echados hacia atrás marcaban sus omoplatos en la piel y supe que eso hacía que sus pechos se ofrecieran arrogantes. Su víctima enseguida supo que venía hacia él y se quedó mirándola.
Al llegar a la mesa, se inclinó apoyando un puño sobre el mantel, ¡qué vista de sus pechos debió ofrecerle! Él sacó un mechero del bolsillo y le encendió el cigarrillo. Silvia se incorporó y caminó hacia la balaustrada detrás del hombre, del “cliente”.
– ¡Ya está! – dijo con alborozo Alex dándome un codazo al ver cómo la seguía.
Yo estaba enmudecido por la excitación, desbordado por las emociones que me producía ver a mi esposa actuando como una prostituta.
Estuvieron hablando un rato, él apoyó los codos en la piedra y Silvia le imitó. De nuevo le dejaba a la vista sus pechos desnudos bajo el fino vestido. Al inclinarse sobre la balaustrada su vestido apenas tapaba su culo. Tras unos minutos ella se incorporó y le dijo algo tocándole el brazo, luego comenzó a caminar hacia nosotros seguida por la mirada del hombre que no se apartaba de su culo.
Silvia avanzaba hacia nosotros muy seria, parecía preocupada.