Vestía un pantalón ajustado que resaltaba mis formas, y un polo ceñido que demostraba lo bien que estaban mis tetas. Sabia que así los hombres me miraban con deseo

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Mi marido se encontraba fuera de Barcelona esa semana, por su trabajo. Me llamo Nuria y tenía entonces 24 años. Estaba de practicas para obtener el carnet de conducir.

Vestía un pantalón ajustado que resaltaba mis formas, y un polo ceñido que demostraba lo bien que estaban mis tetas. Sabia que así los hombres me miraban con deseo, pero me gustaba. Era, y aún soy, bastante guapa de cara, muy alta, y realmente apetecible como hembra para cualquier macho que lo fuera. Como lo era el profesor que iba a mi lado y me decía que fuéramos hacia las afueras para la practica de ese día. Durante el viaje se portó bien. Se limitó a indicarme lo que hacía bien o mal conduciendo, y a echar alguna que otra mirada lasciva a mis senos. Pero como yo quería tenerlo a buenas, le dejé mirar.

Cuando llegamos cerca del mar nos paramos en un sitio destinado a contemplar un bello paisaje. No había nadie allí, salvo nosotros. Bajamos del coche y ambos disfrutamos de la buena temperatura y del paisaje. Antonio, el profesor, era un hombre cincuentón, más bajito que yo, y no demasiado agraciado. En un momento de contemplación del lago, me puso la mano por la cintura. Se la quité y le dije que se estuviera quieto. El se puso colorado y dejó de hablar. Me dio pena verle. Anda, Antonio, no te enfades. Pero no esta bien que quieras cogerme de buenas a primeras, le dije. Él me miró, y propuso que nos marcháramos, subiendo al coche. Como suele pasarme muchas veces, sentí compasión por él, y cuando me senté en el coche a su lado, le cogí la mano y me la acerqué al pecho, apoyándola en una teta. Vale, bandido, toca un poquito. Pero no se lo digas a nadie, le animé. Antonio me apretó la teta izquierda por encima del polo, y me prometió no contar a nadie lo sucedido. Su manera de sobarme era ruda, sin delicadeza, me estiraba las tetas, pues ya tenia las dos manos en ellas, me buscaba los pezones por encima del polo y me los pellizcaba. Yo miraba hacia arriba, pues no quería que notara que me estaba calentando. El muy bandido sabia sobar bien mis pechos. Por eso, al cabo de un par de minutos, perdí el buen sentido, lo tomé y acerqué mis labios para morrear con él. Nos dimos un largo morreo mientras él seguía manoseando mis tetas, juntamos las lenguas y cuando terminamos de besarnos, nos miramos los dos con vergüenza. Eres malo, me has calentado. No sé lo que me hago, le dije, con el pelo suelto, y los pechos estrujados por las manos de Antonio. Me ordenó callar, me dijo que cambiáramos de asiento, y como eran casi la hora de comer, me indicó que conocía un amigo que hacía unas suculentas mariscadas. Que llamara a quien tuviera que llamar, pero que comiera con él. Caliente como una zorra, al llegar a la casa del amigo, llamé a mi suegra y le dije que no iría a comer, que me iba con unas amigas. Antonio también llamó, pero no sé a quien.

La casa era una típica de pescadores, con un amplio salón rústico de entrada. El dueño era un señor viudo sesentón, Lorenzo, que vivía con su hijo Gerardo. Eran dos tipos grandes, altos, fornidos, que me miraron también como si fuera la única mujer que hubieran visto en su vida. Lanzada como estaba, hasta me gustó sentir que me desnudaban con la mirada.

-¿Dónde puedo hacer pipi?- les pregunté. Lorenzo me indicó al fondo a la derecha.

Me dirigí hacia allí, y escuché murmullos entre los hombres. Antonio hablaba con Lorenzo y su hijo y les contaba algo. No sería el sobo que nos habíamos dado en el coche, pensé. Entré en el aseo. Era nuevo, muy limpio. Me bajé los pantalones, las bragas, que estaban muy húmedas por el flujo de la calentura y algunas gotas de pipi, y me puse a mear. Pensé en la situación. Y cuando, al acabar me estaba prometiendo que no iba a acostarme con Antonio, me di cuenta de que el ojo de la cerradura del aseo era muy grande, de llaves de las de antes, y de que alguien miraba por él. Yo estaba abierta de piernas, pasándome un trozo de papel higiénico por la raja, y la ración de hembra que se daba el mirón era de lujo. Como si no me hubiera dado cuenta de que me miraban, me subí las bragas, tiré de la cadena, me puse los pantalones y salí del aseo. El miró y  se apartó, haciendo como que pasaba por allí. Era Gerardo, el hijo de la casa. Lo miré con una mirada desafiante y él se enrojeció. Me gustó notar la vergüenza del joven, después de verme bien la figa al terminar de mear.

Cerca de la entrada, Lorenzo y Antonio estaban preparando la mariscada. Ponían un buen arreglo de cigalas y gambas. Olma de maravilla. Me acerqué, y me ofrecieron un vaso de cerveza. Beba, señora, que esta fresquita, me dijo Lorenzo. Me senté en una silla cerca de ellos y comentamos durante un rato lo bien que se estaba allí, sin ruidos, sin prisas. Gerardo, que había vuelto con nosotros, abrió un par de latas de almejas y mejillones. Las puso en dos platos en la mesa y con un palillo pinchó una almeja y me la ofreció. Me la tomé, estaba buenísima, y luego yo misma seguí pinchando. Así, tomando cerveza y tapitas, se hizo la mariscada, y nos sentamos los cuatro a tomarla. Antonio se sentó a mi lado, y enfrente se sentaron los dueños de la casa.

Esta muy buena, le dije a Lorenzo. Como tú, me dijo Antonio. Rieron Lorenzo y su hijo y yo reñí al profesor. Viendo que me había enfadado, Lorenzo fue a la bodega y trajo botellas de Vega Sicilia. Para que se le pase el enfado, señora, me dijo. El gesto me conmovió y levantándome le estampé un beso en la frente. Lorenzo se alegró, me cogió, y me dio un besazo en la mejilla. Luego me senté y Lorenzo escanció los vasos con el excelente tinto. Nos acabamos tres botellas. Cuando terminamos de comer, me encontraba bastante bebida. Gerardo puso música suave y me invitó a bailar. Sin fuerzas para negarme, acepté. Me apretó como una lapa contra él y comenzamos a bailar al son de Armstrong. No había pasado ni un minuto cuando noté como le crecía la polla en su roce conmigo. Me gustó ver como se calentaba al rozarme. Le lamí un poco la oreja. Y él me mordió en el cuello. Eso no, que deja marcas, le dije. Entonces me tomó y empezó a besarme en la boca. Juntamos las lenguas y sus manos fueron a por mis nalgas, apretándolas con ansia. Me sentí avergonzada, por estar dándome el lote con un tío delante de su padre y mi profesor. Gerardo siguió manoseándome y me llevó hasta la pared. Me apoyó en ella, y me subió el polo, hasta que quedé con el sostén a la vista de los tres tíos. Gerardo me sacó las tetas del sostén y dijo venga padre, que le chuparemos los pezones los dos a la vez. Me dio mucha vergüenza, cerré los ojos, y sentí como se me humedecía mucho el coño cuando dos bocas me lamían y mordisqueaban las tetas y los pezones. Antonio seguía sentado mirando. Pero se había sacado la polla y se estaba masturbando. Por favor, no seáis malos. Dejarme. No quiero follar, no, les pedí sin mucho convencimiento. Lorenzo y su hijo no me hicieron caso. Siguieron disfrutando de mis pechos y empezaron a trabajarme el pantalón. Me desabrocharon los botones, me lo bajaron y me lo sacaron. Quedé en bragas ante los tres hombres. Gerardo metió su mano por ellas y exclamó esta tía esta chorreando, esta mas salida que nosotros. ¡Es una guarra en celo!. Me callé, pues sus palabras, humillantes, me calentaron mas aún. Dejé que me dieran la vuelta, me puse apoyada cara a la pared y no sé si el padre o el hijo, me bajó las bragas y me metió dos dedos en el coño. Luego escuché como se los chupaba el muy cerdo. Gerardo cogió mis bragas del suelo y se las echó a Antonio. Toma, tío, huelen a hembra caliente, le dijo. No sé, pero Antonio debió encenderse oliendo mis bragas, pues se levantó, se acercó y me cogió. Chupamela, me ordenó, poniendo su polla delante de mí. Se había quitado los pantalones y los calzoncillos y lucía su miembro casi erecto. No puse pegas, me agaché y empecé a mamarsela con largas succiones y lamidas de glande. Mientras se la mamaba, Gerardo y su padre me introducían dedos por el ano y el coño. Así estuve unos minutos, hasta que los otros pidieron su turno y les chupé las pollas a los dos. Os huelen a meado, guarros, les dije, pero seguí chupandoselas.

-Ahora vamos al dormitorio- dijo Lorenzo. Sin fuerzas, desnuda del todo, el sostén me lo habían quitado también, me llevaron a una habitación con una gran cama antigua. Me echaron allí. Se echó Gerardo a mi lado y me abrió

de piernas. Me empezó a lamer el coño, especialmente el clítoris, hasta que me corrí como una loca. ¡Se ha corrido la cerda! Vamos a darle bien, dijo Gerardo. Se puso bajo de mm, me ordenó que lo montara. Me puse encima de él, con las tetas colgando, y de un golpe me metió la polla entera en mi raja. No te corras dentro, que no he tomado hoy pastillas, le pedí. De acuerdo, dijo él mientras me mordía los pezones y me penetraba con saña. Noté entonces lametones en el agujero del culo. Era Antonio que me lo lamía y me iba introduciendo dedos. Cuando me dilató bien el ano, empezó a meterme su polla por allí. Me sentí muy puta, penetrada por el coño y el culo por dos tíos. Mientras Lorenzo me acercó su polla a la boca para que se la mamara. Así, en un momento, estuve dando gusto a tres pollas a la vez. Gerardo empezó luego a notar que se iba a correr. La sacó de mi coño y explotó con un chorro de semen en mi barriga. Lorenzo, sin avisar, se corrió en mi boca y me la llenó de semen caliente. Y la tercera descarga la sentí en mis entrañas, cuando se vació Antonio en mi ano. Al acabar quedamos los cuatro tirados en la cama.

-¡Que buena estas, Nurieta!, me dijo Antonio. Tu marido disfrutara jodiendo contigo, espetó Lorenzo.

Les propuse vestirnos e irnos, pero ellos querían más. Me hicieron volver a chupar sus pollas, hasta que crecieran. Gerardo se entonó enseguida, y poniéndome a cuatro patas en la cama, me la metió por el ano de una embestida. Me dio por el culo con violencia, me hizo gritar de gusto y dolor, me corrí de nuevo y se corrió él echando un gran chorro de semen dentro de mm. Luego no la sacó. Me voy a mear en tu culo, zorra, me dijo. Sí, meate, meate, le rogué como una loca. Se meó y sentí ríos de pipi caliente dentro de mi ano.

Los otros, cuyas pollas se habían levantado viendo el espectáculo de Gerardo dándome por el culo a lo bestia, quisieron hacer lo mismo, pero a la vez. No cabrán juntas por ahí, les avisó. Yo seguía a cuatro patas, con el agujero echando semen y pipi de Gerardo. Debía dar asco verlo. Pero Lorenzo no se arredró. Poco a poco fue metiendo la cabeza de su polla. Al momento, Antonio le acompañó. Las dos cabezas de las dos pollas se juntaron e iniciaron su entrada en mi dolorido agujero del ano. Sin prisas, fueron introduciéndolas. Y lograron, finalmente, meter juntas las dos pollas dentro de mi culo. Yo creí reventar de daño, pero el placer era intenso. Estuvieron unos minutos así, mientras Gerardo me sobaba el coño y me frotaba el clítoris. Yo me sentía una gran hembra, una mujer tremenda, capaz de satisfacer a tres hombres al mismo tiempo.

Se corrieron a la vez los que me sodomizaban. Noté sus copiosas descargas de semen en mi culo. Y luego, sin decir palabra, sentí como también se meaban allí dentro. Cuando las sacaron, mi culo desbordaba, echando una riada de semen y pipi, dejando las sabanas muy mojadas alrededor. Me pidieron como final que les meara. Me puse de pie en la cama, abrí las piernas y les eché encima un gran chorro de pipi que me salió sin gran esfuerzo. Ellos lo recibieron en sus caras y Antonio, el muy guarro, en su boca que tenia abierta. Acabé de mear y quedé exhausta en la cama, apoyando la cabeza en la polla de Gerardo. Quedé en un estado de semiinconsciencia. Lorenzo y Antonio se fueron al lavabo a asearse. No vi nada más. El sueño me dominó.

Cuando desperté Gerardo me estaba abrazando dormido cogiéndome las tetas. Miré el reloj. Habían pasado un par de horas. Como pude me desprendí de su abrazo, me levanté llena de semen y pipi, y me dirigí al aseo. El culo me dolía mucho, el coño me escocía, las tetas también las tenia doloridas. Me duché, y me lavé con cuidado los dos agujeros. El del culo lo limpié bien de semen, pipi y algo de sangre. El del coño también. Luego, desnuda, con una toalla que me tapaba solo medio cuerpo, salí a por mis ropas. Lorenzo y Antonio estaban jugando a las cartas.

Me ofrecieron un café y un brandy. Me senté con ellos y me los bebí. Seguían mirando mis tetas. Me alarmé. No, tía, no te preocupes. Ya nos vamos, dijo Antonio. Me puse el pantalón sin las bragas. Deja tus bragas de recuerdo, me pidió Lorenzo, así mi hijo y yo nos masturbaremos oliéndolas y recordándote. Me puse el sostén, el polo y me fui con Antonio. En el camino a Barcelona no hablamos casi. Solo me prometió que jamás lo sabría nadie. Me aseguró que los de la casa eran muy discretos.

Al llegar a casa, me quité el pantalón, me puse una suave crema en el coño y en el ano, y luego unas bragas de seda. Caminaba abierta de piernas por el dolor. Me quité el polo y el sostén y me puse un camisón. Cuando hacia las nueve me trajeron a mis niños, les di de cenar, y me acosté sin ver la tele. Mi marido aún tardaría tres días en volver. Rogué que estuvieran curados mis agujeros para entonces.

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