Marta se dedica a chantajear a su hermano Luis de una forma muy especial

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— Te he dicho miles de veces que no quiero que entres en mi cuarto…

Pero Marta, lejos de hacer caso a su hermano mayor, se reía sentada en la cama. En su rostro se dibujaba aquella expresión maliciosa que Luis conocía muy bien. Era la misma expresión que había visto toda su vida, cuando destrozaba sus juguetes sólo por placer o cuando hacía trizas un trabajo escolar la noche antes de entregarlo.

— ¡Qué idiota eres! — escupió Marta —cierra la puerta, idiota…

— ¿Y si no quiero?

— Pues peor para ti ¿Cómo se te ha ocurrido “Arwen” como contraseña? ¿Te haces pajas viendo el señor de los anillos?

Luis se quedó blanco. El mayor de sus temores en la vida era que su hermana accediese a su ordenador.

— “¡Arwen, mi amada elfa, soy tu querido Aragón, que siempre va con la empuñadura en la mano!”

— Se llama Aragorn… — contestó Luis muy molesto —

— Se llama “Masturbor” — se reía Marta —

Dado el cariz que iba tomando la conversación, Luis decidió cerrar la puerta como le habían dicho, no fuese que su madre escuchase nada de lo que venía a continuación.

— Eres un pajillero, y tengo las pruebas… tienes el disco duro lleno de porno igual de duro…

— Eso no es asunto tuyo…

— Nunca hubiese pensado que te gustase tanto… ¿Cómo era eso? ¿lesbianas jóvenes con viejas? ¡Menudo asco!

— Te repito que no es asunto tuyo…

— Quiero saber una cosa ¿te tocas tu cosita por las noches mirando como le meten la lengua a esos chochos viejos? A lo mejor, cuando mamá se entere te lleva al psicólogo…

— No… — entró en pánico Luis — Mamá no lo puede saber…

— ¿No? ¿Y porque no?

A Luis le temblaba todo el cuerpo ¿Qué podía hacer? Estaba muerto.

— Haré lo que quieras, pero no se lo digas, por favor…

— ¿Lo que quiera? — sonrió Marta con malicia — muy bien, pues de rodillas…

Luis no entendió nada y se quedó de píe. Marta lo miró desafiante hasta que el pobre se arrodilló frente a su hermana pequeña ¿Qué quería ahora? ¿No tenía suficiente castigo ya?

— Me vas a quitar las deportivas, pero sin utilizar las manos.

Ante si tenía Luis las zapatillas deportivas de su hermana. La suela estaba sucia, por haber caminado por tierra y hierba, y la puntera blanca estaba desgastada y teñida de verde. Luis sujetó la punta de uno de los cordones con los incisivos y tiró del nudo hasta deshacerlo. Marta cambió de píe, dándole el otro cordón para que hiciera lo mismo.

— ¿Cómo te voy a quitar ahora los zapatos sin usar las manos?

— No lo se… a lo mejor si mamá ve tu ordenador se te ocurra algo…

Desesperado, Luis mordió la lengüeta y comenzó a tirar. Como no funcionó, se esforzó en morder el collarín junto al talón y estirar fuerte. La deportiva salió, así que ya sólo le quedaba un píe. Hizo lo mismo y, aunque acabó con la encía dolorida, consiguió descalzar a su hermana por completo.

— ¿Qué hago ahora?

— Ahora me quitas los calcetines — dijo Marta dando golpecitos con la punta del píe en la nariz de su hermano — y sin usar las manos otra vez.

Los calcetines de Marta eran de algodón, de color rosa y olían a sudor. Luis se resignó y mordió la punta, con cuidado de no dar con ningún dedo. El calcetín salió poco a poco y Luis se llevó parte de su sabor, a fibra sintética y a algo más, pero consiguió dejar desnudo el píe.

Marta tenía unos pies pequeños y bien proporcionados. Tenía unos dedos menudos y las uñas pintadas de rosa, con una pedicura perfecta. Desde donde estaba Luis podía notar el olor a sudor de horas encerrados pero, por algún motivo, lejos de resultarle desagradable, comenzó a notar que le llegaba una erección.

— Te queda el otro píe — le indicó su hermana —

Y Luis repitió la operación, tirando de la punta del calcetín y desnudando el otro píe de su hermana, tan bien cuidado como el primero.

— ¿Qué quieres que haga ahora?

— Ahora — comenzó Marta con una voz susurrante — me los vas a chupar.

— ¿Qué dices?

— ¿Eres sordo además de idiota? Ya me has oído, me vas a chupar los pies, tanto rato como a mi me de la gana ¿lo has entendido ahora, Elfo de los bosques?

Y a Luis se le puso dura otra vez. Bajó la cabeza y se concentró en obedecer a su hermana.

Comenzó con el píe derecho y con un beso en el empeine. Luego le dio otro y después otro en el talón. Se excitó mucho y continuó por donde consideró que le sería más placentero. Comenzando por el talón lentamente pasó su lengua por toda la planta del píe. Al llegar a los dedos se metió el pulgar en la boca y lo estuvo chupando un buen rato. Luego siguió con el resto de dedos, concentrándose en lamer entre éstos, dedicando especial atención en pasar la punta de su lengua por ese espacio.

Pero no pudo continuar. Marta se puso de píe de inmediato. Parecía sofocada. Se puso los calcetines y las deportivas a prisa y abandonó la habitación.

— No intentes borrar tu disco duro, idiota — le dijo a su hermano antes de irse — te he cambiado la contraseña y no podrás entrar… todavía eres mi esclavo.

Una vez abandonada la habitación, Luis se apresuró a cerrar la puerta, se bajó los pantalones y comenzó a masturbarse furiosamente. Todavía tenía el sabor y el olor de los pies de su hermana consigo ¿Cómo podía haberse excitado tanto con algo así? Si cerraba los ojos veía los hermosos dedos con sus uñas rosas y aun se excitaba más.

Luis eyaculó abundantemente y se limpió con un pañuelo de papel. Quedó algo más tranquilo y se estiró en la cama, aturdido, tratando de reflexionar acerca de lo que había ocurrido. Al rato trató de comprobar si la última amenaza de su hermana era cierta. Efectivamente, su vieja contraseña ya no valía, Trató de adivinar por cual la había cambiado su hermana, pero fue del todo inútil.

Regresó a la cama donde los pies de Marta continuaban en su cabeza. A pesar de que acababa de corrérse, se le volvió a poner dura. Reflexionó unos instantes y salió disparado de su cuarto hacia el de Marta.

Entró sin llamar. Su hermana estaba estirada en la cama, hipnotizada con su móvil. Se había cambiado. En lugar de pantalones llevaba unas mallas rosa y, lo mejor de todo, aquello que hizo que a Luis le diera un vuelco en el corazón solamente al entrar, es que iba descalza.

— ¿Qué haces en mi habitación?

— ¿Cómo voy a hacer los deberes si no puedo entrar en mi ordenador?

— Ese es tu problema, elfo pajillero…

— Ya lo se — contestó Luis sin perder de vista los píes de su hermanita — pero tengo que trabajar, así que dime que voy a tener que hacer para que me digas que contraseña has puesto…

Luis comenzaba a tener otra erección. Trataba de mirar a su hermana a los ojos, pero era inútil. Sólo tenía ojos para aquellos deditos que deseaba lamer con locura.

— …te… ¿te los chupo?

Marta tragó saliva y le ordenó a su hermano, en voz baja, que cerrara la puerta. Después, simplemente, levantó la pierna, dando a entender que aquel pie era para él.

Luis regresó al suelo. Se colocó de rodillas frente a la cama y sujetó con delicadeza el pie izquierdo de su hermana. Lo contempló un instante, sin poder creer lo hermoso que era. Luego hizo desaparecer el pulgar en su boca. Lo saboreó durante un rato, luego sujetó el otro pie y lo atrajo también hasta su boca, tragándose los dos pulgares a la vez.

Marta emitió un gemido. Luis echó la vista hacia arriba. Su hermana tenía una mano metida bajo sus mallas. Se masturbaba mientras él le lamía los dedos.

¿Era posible? Por un momento, mientras saboreaba los dedos de los pies de su hermana, mientras acariciaba con su lengua entre los dedos y se le ponía como una roca por momentos, encontró aquel comportamiento muy normal.

Se desabrochó la cremallera mientras no dejaba de dar cuenta de aquellos pies, lamiendo dulcemente, por turno, cada dedo, mientras con una mano se desabrochaba el pantalón y bajaba la cremallera. Enseguida la tuvo afuera y, a la vez que utilizaba una mano para sujetar los hermosos pies de su hermana, con la otra se masajeaba el miembro furiosamente.

Luis recibió entonces un puntapié en la cara.

— ¿Pero se puede saber lo que estás haciendo? — quiso saber Marta muy enojada —

— Pues lo mismo que tu…

— ¡Eres mi hermano, idiota! ¿es que no puedes dejar de hacerte pajas ni delante de tu hermana?

Pero Luis no lo entendía. Ella se masturbaba mientras él le lamía los pies. A él se le ponía dura al hacérselo y seguramente ella se mojaba cuando se lo hacía, así que ¿Por qué no masturbarse?

Marta le volvió a golpear la cara, esta vez con el talón, y luego presionó con ambos pies, como pisándole la cara.

— No tienes permiso para tocártela — le dijo — guárdatela, idiota, pajillero, o mamá se va a enterar de lo que hay en tu ordenador…

A duras penas, entre su hermana pisándole la cara y la gran erección que tenía, Luis consiguió guardar su miembro en los pantalones. Su hermana continuaba con una mano bajo sus mallas y gemía de placer.

— Cómete mis píes, idiota…

Y Luis obedeció sin problemas. Se metió varios dedos en la boca al mismo tiempo y luego los del otro pie. Los mamaba como si fuese un cachorro la teta de su madre y cada vez se excitaba más. El sabor era salado y el olor a sudor se metía en sus fosas nasales haciéndole enloquecer.

Marta emitió un quejido ronco que anunciaba que se había corrido.

Luis seguía chupando hasta que Marta volvió a darle una patada en la cara.

— ¡Largo de aquí, asqueroso! Mira que hay que ser cerdo para disfrutar de chuparle los pies a alguien ¡Y te da igual si soy hermana tuya!

— A ti te ha dado igual que yo sea tu hermano…

— ¡Calla, imbécil! Una cosa es que te chupen los pies, y otra que te guste chupar los pies sudados de tu hermana y se te ponga dura y todo…

Marta se incorporó y cogió una libreta de su escritorio y se la cercó a Luis.

— Ahora ve a tu cuarto y hazme los deberes de física…

— ¿Qué? — preguntó perplejo Luis — pero si ya he hecho lo que querías…

— No lo has entendido, hermanito. Eres mi esclavo, ahora. Vas a chuparme los pies, y a hacerme los deberes y todo lo que yo te diga ¿entendido? No te vas a escapar de esta…

Luis se resignó. Por un lado trataba de imaginar una forma de librarse de su estúpida hermana. Por otro, el anuncio de que todavía quedaban más lamidas de pies hacía que se excitase aun más.

En su cuarto pudo desahogarse. Pensar en los pies de su hermana le hacía sentirse muy raro. Si su hermanita le hubiese dicho que le lamiera el culo o los pechos le habría dado asco, pero el olor de sus pies le daba ganas de arrastrase por el suelo para lamerlos. Se imaginaba su hermosa anatomía y, de alguna forma, no pensaba en otra cosa más excitante. Quería tocarlos, lamerlos y pasar su pene por ellos. Sólo pensar en eyacular en el empeine le hacía volverse loco.

Al día siguiente Luis se saltó un par de clases para llegar antes a casa. Irrumpió entonces en el cuarto de su hermana consciente de que Marta no habría llegado aun. Fue directo a su armario. En la parte de abajo ella guardaba sus zapatos.

Primero sacó unas deportivas que olisqueo, tratando de reconocer el olor de los pies de su hermana. Luego fueron unas sandalias rojas las que pasaron junto a su nariz. Luis se sacó la polla para ir tocándose mientras iba oliendo cada zapato. La mayoría no contenían el agradable aroma a sudor de los pies de Marta, pero quedaba un delicioso resquicio que le excitaba.

Ciertos zapatos negros de tacón cautivaron su imaginación. Se imaginó los adorables pies de su hermana dentro y comenzó a masturbarse furiosamente. Eyaculó en el zapato y luego jugó con el semen, extendiéndolo como un extraño betún por la piel del calzado.

Luego fue a uno de los cajones superiores y fue sacando algunos calcetines. Evidentemente estaban limpios, pero la idea de que habían estado en los pies de su hermana le hacía excitarse también.

Luis perdió la noción del tiempo y no fue capaz de aventurar cuando iba a llegar su hermana. La puerta de la habitación se abrió y Marta irrumpió acompañada de su amiga Miriam. Alrededor de Luis, en el suelo, yacía esparcida una colección de zapatos y calcetines. Uno de estos lo tenía él, enfundando su miembro, en la mano, y lo utilizaba para masturbarse.

— ¿Qué estás haciendo, pervertido? — quiso saber Marta —

— Es peor de lo que me habías dicho — añadió Miriam — es como un animal…

— Puedo… explicarlo…

Marta se sentó en la cama de un salto, dejando sus pies colgando, calzados con unas manoletinas de color rosa.

— Nadie te ha dicho que expliques nada, elfo — dijo Marta — tú estás aquí para chupar pies…

Como aceptando una invitación, Miriam se sentó junto a su amiga, dejando también colgar sus pies. Miriam llevaba unas deportivas verdes, de tela.

— ¿Me descalzo? — quiso saber Miriam —

— No… — contestó Marta — ya te lo hace él…

Como hipnotizado, Luis se arrodilló junto a Miriam. Sujetó con delicadeza el zapato y tiró del cordón con los dientes hasta deshacer el nudo. Luego le sacó el zapato, como a Cenicienta pero al revés. Miriam llevaba calcetines blancos. Repitió la operación con el otro pie y luego, se sirvió a desnudarlos con cuidado, tratando de no desvelar el misterio demasiado pronto.

— ¿No deberíamos lavárnoslos antes? — preguntó Miriam —

— Claro que no. A él le gustan sudados ¿verdad que te gustan sudados?

Luis simplemente sintió con la cabeza. No tenía muchas ganas de perder la concentración, estaba viviendo un momento muy excitante. Conocía a Miriam por ser amiga de su hermana desde que era pequeño. Pero desde hacía un par de años la había encontrado muy atractiva. Lo suficiente como para masturbarse pensando en ella, aunque sabía perfectamente que jamás tendría la oportunidad de conocerla mejor, siendo como era amiga de la arpía de su hermanita. Ahora mismo, tenía dos hermosos pies pertenecientes a ella ante si. Unos pies que estaban a punto de desnudar.

Ciertamente se enamoró de sus pies. Si los de Marta eran bonitos aquellos le acababan de robar el corazón. Tenía las uñas muy bien arregladas, aunque no las llevaba pintadas, como su hermana. Olían como el cielo y su lengua comenzó a recorrer la planta, como quien saborea un exquisito helado. Luego se centró en sus deliciosos dedos. Dejó el pulgar para el final. Miriam tenía un dedo índice más largo de lo normal y Luis se dedicó en exclusiva a este pequeño y sexy apéndice, a lamerlo y chuparlo con toda la lujuria de la que era capaz.

Miriam gemía, igual que su hermana el día anterior.

— No te toques, idiota…

Luis dejó de tratar de masturbarse mientras y se concentró en su labor. Hizo un tour por cada dedo y por entre cada dedo y luego cambió de pie. Miriam, como había hecho Marta el día anterior en ese mismo cuarto, se masturbaba. Se había desabrochado el pantalón y metido la mano bajo sus bragas. Marta hacía lo mismo aunque nadie estuviese lamiéndole a ella los pies.

Luis cambió a la orden de su hermana de sujeto de su lujuria. Comenzó besando las manoletinas como si fuese el cuello de una amante. Luego se las quitó y se dispuso a desnudarle los pies a Marta, despojándole de sus calcetines a rayas. Otra vez aquel olor le asaltó las fosas nasales haciendo que se excitase como nunca.

— He dicho que no quiero que te toques…

Pero Luis no lo podía evitar. Se tocaba mientras lamía la planta de los pies, mientras besaba el empeine y el talón, mientras pasaba su lengua por los tobillos y mamaba el pulgar, luego el otro. Las dos amigas se masturbaban y, cogidas de los hombros, se besaban la una a la otra. Ya nadie trataba de impedir que Luis se tocara el miembro y pronto tuvo cuatro pies cubriéndole la cara. Los lamía con ahínco y no podía decidir muy bien a cual se dedicaba primero.

Finalmente se puso de pie y eyaculó. Su semen fue a derramarse en el empeine del pie derecho de Marta y en los dedos del pie izquierdo de Miriam.

Un día después Marta llegó a casa de estudiar, Se fue directamente al cuarto de su hermano, con una libreta consigo. La tiró sobre la cama y le exigió a Luis que le hiciese los deberes de biología.

— Hazlos tu — contestó Luis, mientras tecleaba tranquilamente en su ordenador —

— ¿Qué has dicho? — contestó Marta muy enfadada — ¿has olvidado que eres mi esclavo? Si te digo que me hagas los deberes, me los haces…

Algo no cuadraba, y no era solo la actitud de Luis ¿Qué era lo que no estaba bien?

— ¿Cómo has podido entrar en el ordenador?

— He sacado el disco duro y he puesto otro — contestó Luis — acabo de instalar el sistema operativo y otros muchos programas que necesito…

— ¿Qué estás diciendo?

— Puedes cambiarme la contraseña cuando yo no esté, pero no encontrarás nada con lo que volver a hacerme chantaje…

Marta frunció el ceño y apretó los dientes. Si hubiese sido capaz de matar con la mirada Luis habría caído muerto al instante.

— Supongo que te crees muy listo, pero esto no ha acabado todavía…

— Marta, cállate. Cierra la puerta, siéntate en la cama y ve quitándote los zapatos.

Cinco años más tarde, Luis trabajaba en casa la mayor parte del tiempo, diseñando páginas web. Estaba en una plataforma en la que él y otros cuatro diseñadores daban servicio a empresas y particulares con lucrativos resultados.

Su mujer, Miriam, trabajaba como gerente en un gimnasio. Eso le venía bien, porque su pasión era, precisamente, el deporte.

Luis la conocía desde que era un niño. Había sido la mejor amiga de su hermana (todavía lo era). De hecho su hermana los visitaba muy a menudo.

Luis, sentado a su ordenador, hizo una pausa para hacerse un café, más cuando regresó al ordenador con la taza Miriam llegaba a casa. Había estado corriendo, no entraba a trabajar hasta la tarde y aprovechaba para mantenerse en forma.

— ¡Luis! ¿estás en casa?

— En el ordenador…

— Ven aquí, por favor…

Luis acudió, con su taza de café. Se encontró a Miriam sentada en un sillón. Venía de correr ya acababa de quitarse una zapatilla.

— Cariño, vengo de correr y, tengo los pies sudados y doloridos. Ya sabes a lo que me refiero ¿verdad?

Sin prisas, Luis fue a dejar la taza de café a medio beber en la cocina y regresó, tocándose entre las piernas, muy excitado.

Se puso de rodillas ante su esposa y fue a quitarle el sudado calcetín. Los hermosos pies de su esposa se encontraban ante él. Le encantaba el olor a sudor después de haber estado corriendo por el barrio. Se desembarazó de los calcetines y se puso a masajear el pie de Miriam, pasando pulgar e índice por la dolorida planta. Mientras lo hacía, iba notando una incipiente erección.

— Así, mi amor… quítame el otro zapato…

Luis fue a desatar la otra zapatilla y, ceremoniosamente, le quitó el calcetín también. Ya tenía el miembro como una roca. Miriam tenía los pies más bonitos de la creación. De repente dejó que el dedo gordo se alojara en su boca. Miriam se tocaba entre las piernas, con una mano bajo el pantalón del chándal, y Luis recorría los rincones de cada uno de sus dedos sin pausa. Luego pasaba su lengua por la sudada planta y mordisqueaba el talón.

Miriam le indicó entonces que estaba lista. Luis se incorporó y se bajó los pantalones. Ella se bajó los suyos y dejó a un lado sus bragas. Él se la clavó de un solo golpe. Era el momento, pues Miriam estaba realmente excitada a esas alturas. Bastaron unas pocas arremetidas para que tuviese un escandaloso orgasmo.

Ella quedó desplomada en el sillón. Pero Luis tenía todavía que correrse. Ella sabía lo que le gustaba, así que junto los pies para que su marido pusiera su miembro entre ambos. Miriam le masturbaba retorciendo sus pies a lo largo de su pene y él se estremecía de placer. El mismo tratamiento, con las manos, no le habría producido tanto gozo. Finalmente eyaculó, teniendo cuidado de manchar los pies de su esposa. El semen se derramó por los dedos y el empeine.

— Ha sido genial ¿verdad? — dijo Miriam, exhausta — después de tantos años sigo excitándome como una loca…

— Yo también — contestó Luis — pero el mérito es tuyo, y de tus pies…

— Mañana por la tarde no tengo trabajo — continuó Miriam — podríamos ir de compras…

— Muy buena idea. Podemos llamar a mi hermana…

— Sí, que se venga Marta, nos probamos zapatos las dos, y luego venimos aquí, nos los ponemos y luego nos follas…

— Marta tiene también unos pies preciosos…

— Después de toda la tarde caminando y mirando tiendas tendremos los pies sudados y doloridos…

— Es verdad…

Y Luis, terriblemente excitado otra vez, se olvidó del trabajo y de la taza de café que se estaba quedando fría en la cocina y se arrodilló de nuevo ante su mujer. Sus pies todavía olían a sudor.

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