La nueva jefa, lleva con muy ganas de trabajar
Aquel era el primer día en su nueva oficina y el primer día de su flamante nuevo empleo. Había trabajado duro durante años y, por fin, tenía su recompensa. Era la nueva Directora Gerente de la oficina en España de su empresa. Cierto que el hecho de haber obtenido el puesto a costa del fallecimiento del anterior no era la forma más grata de obtenerlo, pero ella nada había tenido que ver en el ataque de corazón fulminante que sufrió y, por otro lado, apenas se conocían, algunas frases en los descansos de alguna reunión a nivel Europa y muy poco más.
Se presentó a la que sería su secretaria a partir de ese momento y le pidió convocase una reunión tan pronto fuese posible para conocer a los Directores de los distintos departamentos. Sería esa misma mañana a las 10.
En total eran seis personas que dirigían la sucursal española. Cuatro hombres y dos mujeres, incluida la nueva Gerente. Laura escuchó atentamente la presentación de cada uno de ellos, tomaba notas, asentía, hizo alguna pregunta aclaratoria y fijaron fechas para tratar de forma individual los asuntos pendientes en cada uno de los departamentos.
De aquellos cinco nuevos colaboradores le habían llamado especialmente la atención la Directora de Recursos Humanos y el Director del Departamento Técnico. Este último sería el primero con el que se reuniría de forma individual el siguiente día a las 8:00 am. Y, también fue el único que le preguntó si quería tomar un café al terminar aquella reunión de presentación.
¿Dónde está la máquina de café? Pregunto Laura, dando así una respuesta afirmativa a la invitación de Julián.
– No, jefa. Nada de máquinas, tómate un respiro y vamos a la cafetería de enfrente, te vendrá bien
Le hizo gracia la forma y el tono de la frase, así que con un mohín divertido tomó su bolso y se dejó guiar hacia la cafetería. Una vez allí Julián le preguntó si ya estaba instalada. La empresa les pagaba el alquiler de la vivienda como parte de sus ingresos. Laura había elegido un ático en el centro, quería retomar el pulso de esa ciudad que había abandonado durante más de diez años. Julián le comentó que él prefería sitios menos ruidosos y que se había instalado en un chalet a unos 50 km. de la ciudad. De vuelta a la oficina Laura notó esa mirada penetrante recorriendo su figura, aunque no podía decir que le molestase. También ella se había fijado con sutileza en Julián, incluso había jugado a imaginarlo desnudo. Ella decía que era el antiestrés de la ejecutiva. Algo que se había acostumbrado a hacer años atrás y que le parecía morboso y divertido.
Pasó el primer día analizando los informes pendientes que tenía en su mesa. Comprobó que su secretaria sería una magnífica y eficiente colaboradora y fue señalando y clasificando por prioridad el trabajo de los siguientes días. La tarde la dedicó a los informes pendientes de los departamentos técnico y de recursos humanos que serían los que debía despachar al día siguiente. Volvió a casa tarde y cansada, pero sintiendo esa euforia tan especial que le acompañaba desde que supo de su nuevo empleo.
A las ocho en punto Julián abrió la puerta de su despacho, traía dos carpetas bajo el brazo y, aunque llevaba corbata, debía de haber dejado la americana en su despacho y traía las mangas de la camisa remangadas. Laura sonrió y le invitó a sentar. Solventaron asuntos menores durante la primera media hora y dejaron para el final el proyecto de mejora de instalaciones que Julián ya había presentado la anterior gerente y que había quedado pendiente tras su repentino fallecimiento.
Julián defendía el ahorro que supondría a medio plazo, haciendo énfasis en las mejoras productivas que conllevaría. Laura le pedía explicación sobre diferentes puntos que él le aclaraba. Era una inversión importante y aunque no dudaba de la profesionalidad del proyecto, no estaba dispuesta a tomar una decisión tan importante a la ligera.
-Preséntame información complementaria de los puntos 2 y 4 y lo vemos de nuevo. Me gusta tomarme mi tiempo y reflexionar el asunto ¿Cuándo puedes tenerlo listo?
-Pronto, jefa. Vamos a tomar un café
Se sintió un tanto desconcertada, no tanto por la respuesta si no por la mirada que la acompañó. Diría que había sido una mirada ¿burlona? ¿canalla? ¿seductora? ¿Por qué le estaba siguiendo a la cafetería de nuevo? ¿y por qué coño estaba sentada esperando que trajera el café que ella no había pedido?
Los siguientes días transcurrieron más o menos de forma normal. Si se puede considerar normal que cada día salieran a tomar ese café o que Laura mirase el reloj con ansiedad cuando la llegada de Julián se retrasaba. Había en él una seguridad desconcertante, como probaba el hecho de que sólo el primer día le había preguntado qué quería tomar. Laura le había dicho que un cortado con medio sobre de azúcar y en los días sucesivos, así lo tomó sin que pareciese que Julián se plantease que igual quería cambiar o que un día no le apetecía café o igual quería una tostada. No hubo opción. Y luego estaban esas miradas. No eran de esas de baboso, no. Tampoco de admiración. Eran como exploratorias, fijaba la mirada como escudriñando cada pestañeo de Laura. Hablaban de mil y un temas diversos, pero nunca de trabajo: era el oasis del café.
Ese viernes era la segunda semana de Laura en su empleo, escuchó la voz de Julián hablando con su secretaria y sintió calidez en su nuca. Entró sin llamar:
-Esta noche te invito a cenar, jefa. Te recojo a las ocho. Hoy no podremos tomar café, voy muy justo de tiempo.
Así, todo casi desde la puerta. Sin esperar siquiera una respuesta. Sin más. Así. Y allí estaba Laura. Derrumbada en su sillón de Directora General, atónita.
Revolvía en su armario sin saber qué ponerse. Hacía tiempo que no tenía esa sensación. Se miraba en el espejo justo antes de descartar el enésimo modelito. Le diré que qué se ha creído, que no puede entrar así en mi despacho ¡soy su jefa! ¿dónde iremos a cenar? Diez minutos antes de las ocho, se cambió de nuevo. Un traje de chaqueta con falda tubo, que vea que considero esto como una cena de trabajo y camaradería
Sonó el timbre justo cuando pensaba en cambiarse de nuevo.
-Estás muy guapa, pequeña
¿pequeña? ¿se creía Humphrey Bogart? ¿y por qué no se lo había dicho? ¿por qué había sentido que se le dibujaba una sonrisa en la cara? ¿qué te pasa Laura?
Cenaron en un restaurante de prestigio, de esos que hay que reservar con antelación y Laura pensó ¿cuantos días hace que sabe que cenaría con él?, decidió disfrutar de aquel lugar magnífico y de la compañía que cada vez le resultaba más agradable. Se sorprendió respondiendo a preguntas sobre su vida íntima que nadie se había atrevido a hacerle jamás.
Al salir del restaurante Julián le dijo
-Voy a enseñarte mi guarida, pequeña
Esta vez ni siquiera de pensamiento se rebeló, lo cierto es que ya durante la cena Laura había elucubrado sobre cómo acabaría aquella noche. Había imaginado una copa, un acercamiento, una propuesta…en todas ellas al final había sexo. Así es que simplemente asintió, aunque no hiciese falta. En el coche camino de la casa de Julián, se sentía un tanto cohibida, pero, sobre todo, caliente. Muy caliente, tanto como no recordaba haberlo estado. Sentía su clítoris hinchado palpitando.
Abrió la puerta y casi en el umbral, Julián le quitó la chaqueta y la colgó en un perchero. Le animó a adentrarse en la casa, dándole un cachete en el culo, mientras que le susurraba:
-Adelante, pequeña. Quítate los zapatos y sígueme
Lo hizo, como un autómata, sorprendida de que realmente le estuviera enseñando estancia por estancia, sin haber intentado ni tocarla, ni un simple beso. Era una casa acogedora y práctica, tenía muebles de calidad y pocos adornos, tal como podía haber adivinado. Al llegar a la puerta del dormitorio principal, Julián le dijo que esa era su habitación, pero no hizo intención de abrirla. En la cara de Laura se dibujó un signo de sorpresa y en la de él se acentuó esa sonrisa burlona/canalla.
-Tendrás que ganarte abrir esa puerta, nena
Le cogió de la mano mientras bajaban la escalera que les llevaría a lo que le estaba contando que había sido el gimnasio de la casa y que había adaptado según su gusto personal. Era una estancia enorme con grandes ventanales al jardín y sistema de persianas termo acústicas en todos ellos. Había una piscina, no excesiva, poco más de 3×3 metros, con una extraña camilla con grandes patas hidráulicas sujetándola. Por encima de ella unas tuberías que sorprendieron a Laura sin adivinar su utilidad. Espalderas, potro, anillas…podría parecer un gimnasio al uso de no ser por la multitud de puntos de anclaje que aparecían en todos lados y que esas anillas eran correajes de cuero que colgaban en distintos lugares y posiciones.
Julián se situó frente a ella, recorrió con su dedo pulgar los labios de Laura y le dijo:
-Seguro que estás sedienta, subamos.
Y de nuevo sintió una palmada en el culo que acompañó la frase.
Ya en la planta de arriba le señaló un sofá en el que ella tomó asiento, mientras él se dirigía a por la bebida. No había preguntado qué le apetecía, simplemente se marchó y ahora le vio acercarse con una botella de cava y dos copas. Le ofreció una y aproximó su copa hasta chocarlas en un brindis. Se había aposentado en el sofá muy cerca de Laura y su mirada exploraba cada poro. Aún vestida se sentía extrañamente desnuda, vulnerable y salvajemente excitada.
Julián se aproximó todavía más y abrió un botón de su camisa y luego otro, ella quiso responder abriendo los de la suya, pero sus dedos fueron apresados por la mano del hombre que mordisqueó esos dedos para de forma inmediata apresar ambas manos por encima de su cabeza con la presión de su mano. Con la mano libre siguió abriendo la camisa de Laura hasta desabotonarla completa, suavemente la subió por los brazos y al llegar a las manos apresadas sustituyo la presión de su mano por la prenda haciendo un leve lazo.
Ahora de nuevo con las dos manos libres, recorría el borde del sujetador de Laura:
-Bonito sujetador, perra ¿los llevas así a diario o es especial para follar?
Ella ensayó un atisbo de respuesta que en realidad sabía que no le estaban pidiendo, pero de su boca solo salió un gemido al sentir como pellizcaba sus dos pezones a la vez. Ni siquiera se había molestado en quitarle el carísimo sujetador, simplemente había sacado las tetas por encima y ahora pellizcaba y retorcía los pezones, divertido.
Sintió cómo le subía la falda hacia la cintura, sintió sus manos recorrer su vientre, sintió como le quitaba las bragas y aumentaba su deseo. La levantó por las manos falsamente atadas que ella sentía con esposas de acero e incorporada en el sofá, la miró mientras olía las bragas recién arrancadas.
Separó sus piernas mientras recorría su coño, no era una caricia, era una toma de posesión. Estaba parcialmente depilado, dejando una fina capa de vello de menos de un dedo de grosor alrededor de los labios, el largo era de menos de medio centímetro. Se notaba que ella cuidaba su físico hasta en lo más íntimo. Sintió un tirón del corto vello y la cálida respiración de Julián muy cerca de su oído
-El coño de las perras me gusta sin un puto pelo. Verás que gusto vas a sentir cuando sientas tus jugos resbalar por esos labios bien pelados. No te muevas ni un milímetro, vuelvo ahora mismo.
Y allí estaba Laura, espatarrada, con la falda enrollada en la cintura, las tetas por encima del sujetador, la camisa sujetando sus muñecas y su excitación llenando la estancia. Sintió sus pasos de nuevo. Sin decir palabra le abrió más las piernas, la embadurnó con lo que ella adivinó crema de afeitar y una cuchilla se deslizaba una y otra vez arrancando el vello. Quiso hablar, pedirle que la follase, pero solo gemía, más y más, mientras la cuchilla terminaba su trabajo. La lavó, una toalla la secó y unos dedos se introdujeron salvajes en su coño.
-¡Pero qué zorra eres, tienes el coño chorreando! ¿Y decías que no te han follado nunca el culo? ¡qué desperdicio! Hoy es el primer día de tu nueva vida
Sacó los dedos del coño y se los metió a la boca. Ella los lamió con fruición. Sintió un antifaz enlazado a su nuca que le anulaba la visión. Un tirón de las muñecas enlazadas poniéndola de pie. La caricia de un collar alrededor de su cuello. Caer la falda, la blusa, el sujetador. Un suave tirón de algo que aprisionaba ese collar y siguió el camino que le marcaba. Reconoció las escaleras de bajada al gimnasio, sintió el agua templada mientras bajaba los tres escalones de la piscina. El tirón del collar la inclinó sobre lo que tenía que ser la camilla. Sintió el culo expuesto y algo que se introdujo de un solo golpe provocándole dolor, era algo rígido, extraño.
Sin una sola palabra, apenas ruido, simplemente el tirón de lo que sujetaba su cuello, fue volteándose y tumbando sobre lo que sabía era la camilla de la piscina. Sintió unas esposas sobre sus muñecas y en los tobillos, escuchó lo que era un motor y sintió como sus extremidades se abrían en aspa al tiempo que aquello que se había introducido en su culo se inflaba.
Su cuerpo flotaba sobre la superficie del agua, sujeto a la camilla y las esposas. Entonces sintió la utilidad de la tubería, pequeñas gotas a presión laceraban su cuerpo expuesto, ahora calientes, ahora frías, hasta confundir su sentido, hasta confundir dolor y placer y de nuevo llegaron los gemidos y esa sensación y esa necesidad y esa cosa hinchada en su culo y ella convulsionándose para sentirlo con mas intensidad. Y entonces sintió de nuevo el aliento cálido casi dentro de su oreja
-¿has oído hablar de los pececitos para el peeling? ¿y aquel dicho de que te folle un pez? Vas a probar ambos, perra.
Sintió algo situarse justo encima de su coño, producía un pequeño hormigueo y soltaba algo similar a pequeñas escamas que se empezaban a depositar sobre su coño abierto. Al tiempo supo que los pinchacitos que sentía en los pies eran los pececillos. Era placentero, pero ¿qué? ¿su culo lleno? ¿el agua que taladraba estratégicamente su piel? ¿los pececillos mordisqueando sus pies? ¿o aquellos que subían entre sus piernas y cuyos aleteos empezaba a sentir en los labios del coño? Supo que lo que tenía adherido era un comedero para peces y que el alimento les volvía locos. Sintió esos pequeños mordiscos punzantes en sus labios, en su clítoris y sintió que se corría de gusto. Sintió que aquellos pequeños animales la penetraban y ella se sintió salvaje, absolutamente animal, mientras sentía ese orgasmo. En ese momento un líquido caliente cayendo sobre su cara, llenando su boca abierta, lo paladeó y no tuvo duda: Julián la estaba meando. Pero no cerró su boca, ya nada importaba, solo sentir, sentir, sentir y saborear su orina y cada sensación.
Le pareció que, al desaparecer las esposas, levitaba, flotaba. Aunque también es posible que hubiera salido de la piscina a tirones ¿o quizás otro ingenio le había expulsado y por eso yacía ahora en el suelo, exhausta?
-oohhh qué desagradecida, esos pobres animalitos te regalan el orgasmo de tu vida y tu coño de perra les asesina ¿estarás de acuerdo conmigo en que esto merece un castigo, verdad, puta?
Sintió cómo tiraba de ella y supo que la estaba colocando sobre el potro que había visto en su primera bajada al gimnasio, sintió arquearse su cuerpo sobre el instrumento y cómo se abría debajo de ella, estaba sujeta de pies y manos de nuevo y abierta sobre la nada. Ahora había música, el bolero de Ravel y ahora Julián hablaba, le decía que tenía que pagar, que no se podía ser una zorra desagradecida. Aquello que se había inflado en su culo, seguía rígido en su interior, ahora ya del tamaño original.
-¿no dices nada, perra? ¡saca la lengua!
Sintió como tres mordiscos y algo que apretaba la lengua sin permitirle meterla en la boca, sintió desesperación mientras sentía como sus babas empezaban a caer y Julián manipulando su vagina, estaba abriéndola ¿con un espéculo?, parecía que sí. Quería gritar, y babeaba más. Le oyó contar uno, dos, tres, cuatro, cinco pececillos muertos en el sucio trabajo de correr a una perra. Y un tirón brusco que dejó vacío su culo. Se retorció de dolor al sentir algo que mordía sus pezones y el movimiento le descubrió que lo que colgaba de ellos producía un tintineo ¿cascabeles?. Ahora unos dedos apresaban el clítoris, de nuevo sintió excitación y ahora un dolor horrible que la combó: el muy cabrón le había colgado otro cascabel del clítoris.
Intentaba soltarse, babeaba, lloraba y entones sintió el primer azote y otro, otro mas y otro, otro más y los putos cascabeles sonando y tirando y la voz de Julián
-Dime perra ¿quieres que te folle el culo? ¿vas a pedir perdón a los pobres peces?
Si, no, si, no…su cabeza se movía desesperada, su boca babeaba y su cuerpo se agitaba bajo los azotes y entonces empezó a sentir de nuevo sus jugos caer mojándole todo el coño ¿cómo era posible excitarse en esa situación? Y su cabeza empezó a asentir y su culo empezó a buscar algo que se acercaba. Sintió algo que la penetraba de forma acompasada ¿era una polla? ¡no! En todo caso, una polla de plástico que se adueñó de su culo y de su voluntad y se sorprendió disfrutando de los azotes que le quemaban la piel, se sorprendió buscando el sonido de los cascabeles en cada acometida y disfrutando de las babas que caían de su boca y por su coño pelado. En ese momento, sintió a Julián que liberaba su lengua y se sorprendió gritando su orgasmo y su placer
-¡Fóllame por favor, necesito tu polla! ¡métela en mi boca, por favor! Soy tu perra, tu puta, tu zorra ¡todo lo que quieras de mi!
Y aquella polla de plástico seguía clavándose en sus entrañas, mientras los cascabeles se acallaban bajo sus gemidos animales. Después del clímax supremo su cuerpo se desplomó en aquella misma posición, suspendida en la nada. Sintió el mecanismo moverse hasta liberarla depositándola en el suelo. Sintió el agua de una manguera sobre el cuerpo exhausto y el silencio y el tiempo pasar hasta recuperarse.
Un suave tirón le hizo volver del universo lejano en el que debía de estar. Sintió el aliento tan familiar
-Esto acaba de empezar. El derecho a mi polla lo has de ganar ¿estás segura de querer pagar el precio?
-Si, si, por favor. No deseo ninguna otra cosa
-Ya veremos. Ahora te llevaré a un vestidor, encontrarás tu ropa, cuando estés lista, solo tienes que abrir la puerta de la derecha. Encontrarás un taxi esperando. Te llamaré cuando desee usarte.
Ya en el vestidor, se quitó el antifaz que había llevado todo el tiempo. Encontró su ropa perfectamente colocada. Todo menos sus bragas, que no estaban. En su lugar había una especie de collar. Era una cadena de acero con eslabones de tamaño pequeño, se cerraba con un pequeño candado y en la parte central colgaba otra pequeña cadena. Comprendió para lo que servía. Abrió el candado, metió sus piernas a los lados de la cadena colgante y subió la principal hasta su cintura, donde cerro el candado. Sintió el frio de los eslabones en todo el coño y el dolorido culo y de nuevo sus jugos la empaparon hasta resbalar por sus muslos. Salió a la calle, sintiendo lo que era en cada paso que daba y con la certeza de haber encontrado su camino.