En navidad también se folla, un trío para el recuerdo
En navidad también se coge
No fui criada para respetar preceptos religiosos, ni ligazones profundas con la ética ni nada de eso. Además estaba podrida de bancarme a los caretas de mis tíos, a los piojosos de mis primitos y a mis abuelos con su pesimismo a cuestas. Siempre hablan de lo mismo en noche buena.
¡pobre tío Enrique, si no hubiese ido al río esa noche!
Qué diría mi madre si te viera tan crecidita y mal peinada hijita!
¡qué caro está todo… parece mentira pero, a uno no le alcanza ni siquiera para emborracharse!
Encima, el abuelo no sabía disimular la lujuria en sus ojos cada vez que se encontraban con las gomas de mi prima Daniela. La muy turra va por el cuarto hijo con 23 años, y en lo único que piensa es en comprarse ropa.
Para ser sincera, con mi familia nos vemos solo en navidad, a veces para recibir el año nuevo y en algún que otro cumpleaños. No nos soportamos ni para brindar.
Pero en esos días, parece que tenemos que mostrar fraternidad, buena onda y complacencia.
Yo ya tengo 22 años, por lo que soy dueña de mis actos y mis impulsos.
Esa noche comí algo de pollo relleno, bebí cidra, cerveza y gancia, probé la espantosa ensalada de remolacha que preparó la tía Carmen, le recibí la estúpida bombacha rosa a la abuela que respeta aquella tradición, discutí con mi madre porque me mandoneaba delante de los invitados, y reté a uno de mis primos por meterse la mano adentro del pantalón en plena cena.
Recién ahí noté que la concha me pedía a gritos una buena pija.
Mis propias palabras me excitaron un poco más:
¡no te toques el pito guachito asqueroso, que hay gente!, le dije al tarado de mi primo, y enseguida sentí un escalofrío en mi entrepierna.
Hacía dos meses que había cortado con mi novio, y aunque no cogíamos mucho, por lo menos con algo me contentaba.
Cerca del brindis pensé que mis amigas saldrían a bailar, y yo seguro tenía que quedarme y hacer buena letra con los parientes. Pensé en hacerme la descompuesta y de esa forma me iría a la cama más rápido. Todo era justificable para mí con tal de no tener que lidiar con mi familia toda la puta noche.
Pero mi cuerpo necesitaba festejar.
Pensé en miles de cosas. Me calentó mal la idea de provocar a mi tío y pedirle que me la ponga de parados en el baño. Pero; qué pensaría de mí? Y si nos descubrían?
Todo se solucionó en medio de mi desesperanza cuando salí a la vereda para entrar al perro de mi hermano, el gran ausente de la noche. Vi a mis vecinos bajar de un auto con botellas de cerveza, y aunque nunca los había encontrado atractivos, esa vez sentí que hasta me picaba la cola por tener sus penes en mi interior.
Ricardo es un cincuentón con barriga prominente, grandote, calvo, moreno y de ojos marrones, tiene una ferretería y es medio mal llevado. A veces te deja con el saludo en la boca.
Es el padre de Daniel, que es un pendejo de 20 años hiper vago, morocho, flacucho, desprolijo para vestirse y normalmente despeinado. Siempre lo veo apretándose a una minita en la puerta de su casa, y a diferencia de las viejas que lo miran con desaprobación, yo me re cuelgo guardando en mi retina cada detalle, cada manoseo que se ofrecen, y me mojo como una perra.
La madre del guacho se las tomó hace mucho, y desde que tengo memoria, ellos suelen pasar la navidad solos.
Brindé con todos, volví a reprender a mi primito por tocarse, fui al baño donde pensé en maquillarme, me calcé la bombacha rosa que me dio la abuela para ver si me daba suerte, y ya en mi cuarto me puse un pantalón cortito rojo y elegante, una musculosa llena de dibujitos, unas panchitas altas y unas hebillitas en el pelo. Me eché el primer perfume que agarré, hablé un rato con mi prima Daniela, ayudé a mi madre con la mesa dulce y, cuando todos salieron a iluminar el cielo con explosiones y luces artificiales, cosa que jamás me quitó el sueño, caminé hasta la casa de Ricardo y Daniel.
Los dos estaban sentados en el banquito que tienen en la entrada de la casa. Bebiendo cerveza y admirando las caritas de trola que yo les hacía a lo lejos.
No se extrañaron al verme llegar con dos botellas para convidarles, una de cidra y otra de cerveza. Me invitaron a pasar a su casa, pero yo no quise. Preferí jugar con ellos un poco, aprovechando el morbo de la exposición pública. Cualquiera podía vernos, a pesar que todos se dedicaban a llenar de pólvora, música, gritos y regalos de Papá Noel a nuestro humilde barrio.
Me les hacía la borracha como para tambalearme y caerme encima de ellos, le fumaba el cigarrillo al pibe sin su consentimiento, exageraba mi risa y los tocaba demás. Incluso llegué a palparle los penes.
El pendejo lo tenía durísimo y parado!
Brindamos, le sacamos el cuero a un par de vecinas, me aguanté que el pibe me toque el orto varias veces con el encendedor, y en cuanto escuché que Ricardo le dijo por lo bajo:
¡comele la boquita que está regaladísima!, un fuego sexual aturdió de inmediato lo poco que conservaba de lucidéz, y me los trancé a los dos, y sin importarme que alguien nos mirara mal.
La lengua del pibe era una delicia, pero la del viejo me llegaba a la garganta. Me encantó que me muerda los labios mientras me cacheteaba la cola y el pibe me mojaba las piernas con las inútiles gotitas de cerveza que quedaban en los vasos.
Pronto, cuando noté que toda mi familia entró a la casa, los juegos de manos y palabras nos ponían más calientes.
Les hice adivinar el color de mi bombacha, les juré que me masturbo todos los días y que por lo general pienso en pijas gordas ensuciándome entera, que mi posición sexual favorita es en cuatro y, que así me la dén por adelante, que me fascina que me chupen las tetas y me las muerdan encima del corpiño, y hasta me sacaron en una suerte de verdad/consecuencia que varias veces me encamé con chicas.
El pibe dijo que embarazó a una villera la navidad anterior y que ni se hizo cargo, y que dos veces integró un trío con dos pendejas.
El viejo era la biblia del sexo. No puedo recordar todos sus logros sexuales. Evidentemente esa pija no tenía paz, y yo quería guerra!
Sé que lo que más me impresionó fue que desvirgó a una vecina solterona de unos 35 años, que cogió con travestis, que tuvo encuentros en telos con todas sus cuñadas y que, le paga horas extras a la piba que les limpia para hacerle el totó en el patio.
Pero, lo que más me emocionó fue que me confiara que, hasta ahora nunca se le dio aquello de compartir a una flaca con su hijo. Eso me puso a mil motores! Por eso ni me resistí cuando el tipo me agarró la mano con la que no bebía cidra, me la hundió bajo su pantalón y me dijo mordisqueándome la oreja:
¡callate la boca y pajeame chiquita!
Esos modos de someterme me hicieron obedecerle como la novia más fiel. Le apreté la cabecita sobre el calzoncillo, se lo corrí un poco para subir y bajar por su tronco fibroso, y en cuanto envolví su glande jugoso en la palma de mi mano para pajearlo, el tipo acabó sin un prejuicio, gimiendo sin alterarse y tocándome las tetas.
Retiró mi mano de sus adentros y quiso que me chupe los dedos con su semen amargo, entretanto Daniel encendía algunos petardos, me manoseaba el orto y destapaba otra birra.
Le pregunté la hora a Ricardo, y en lugar de contestarme optó por invitarme a entrar a su casa. Creo que por las alucinaciones del alcohol y lo mojada que me sentía se me escapó:
¡sí, por favor, que estoy re calentita!
Fue todo tan de repente que, cuando me di cuenta estaba de pie en el living de mis vecinos. Me habían quitado la musculosita y el short, me descalzaron y me obligaron a tomar birra del pico de la botella para que me chorree por la cara. Me chuparon las gomas con una pasión que me arrancaba unos gemidos que jamás salieron de mis cuerdas vocales. Me mordían el culo y me olían la concha sin bajarme la bombacha.
Yo solo me limitaba a toquetearles las pijaa sobre la ropa, hasta que Daniel recordó que yo les confesé que me gusta pajear a los perros.
Ricardo llamó a Corchito, que es un perro como cualquiera, algo anciano y de mal carácter con los desconocidos. Me exigieron que le toque la pija al animal, y aunque solo lo hice por unos segundos, eso los enloqueció con tanto morbo que los dos se quedaron en slip con una velocidad admirable.
Ricardo mandó al perro con un grito tronador al patio, y me arrodilló en el suelo junto a sus piernas y a las de Daniel, para que frote sus bultos en mi rostro, se las huela y les muerda la puntita jadeando como una perra alzada. Tenía prohibido despegar mi cabeza de esos trozos de carne con cada vez más saliva y juguito.
Hasta que se me ocurrió bajarles el calzoncillo con la boca. Primero a Daniel.
Como respuesta ellos me sentaron en una mesita ratona luego de tirar los adornos que había en ella, y entonces sus pijas me rozaron los labios cerrados, las mejillas, el pelo, la nariz y las tetas.
Abrí la boca para empezar con la de Daniel, pero él prefirió pajearse mientras le lamía las bolas.
Pronto Ricardo sintió el rigor fueguino de mi saliva cuando me la dio toda en la boca. Le di un par de chupaditas más, hasta que el viejo dijo imperturbable:
¡basta guanaquita, ahora mamanos la verga en el patio de tu casa, vamos!
No tenía fuerzas para contradecirle. Me alzó en sus brazos, y desde su patio cruzamos al mío escoltados por Daniel, ya que solo los divide una medianera precaria.
Adentro de mi casa se oía música y un parloteo insoportable.
Ricardo me sentó en el suelo para que le chupe la pija, mientras mi mano no podía parar de pajear al pendejo. El sabor de esa verga cubierta de venas, de huevos grandes y velludos era más más deseada cada vez por mi clítoris en celo.
El pibe empujaba mi cabeza contra el pubis de su padre, y mi garganta resonaba cada vez que su pene la rozaba y crecía peligrosamente.
Cuando vi que salieron dos primitos de la casa comiendo turrón, me levanté con urgencia y me metí con ellos a un baño que ya no se usa más que para guardar porquerías. Ahí no tuve piedad de ellos cuando me senté en el piso mugriento y les empecé a mamar, saborear y tragar esas pijas hermosas, más que nada la del pibe.
Pero aquello no podía durar demasiado, porque Daniel me levantó de un brazo y me empujó contra unos tablones rugosos, llenos de astillas y clavos torcidos para correrme la bombacha y ensartarme su pija bien erecta en la concha. Se movía rapidito, con agilidad y buen ritmo, machucándome las lolas con sus manos.
Ricardo buscaba meterme un dedo en la cola mientras me excitaba con lo que me decía.
¡cogé guacha, cogete a mi pibe, que si viene tu mami me la cojo toda, y adelante tuyo zorrita!
Cuando empecé a gemir como una condenada, el tipo me tapaba la boca presionando mi nariz y me encajaba los dedos sucios entre los dientes para que se los muerda.
¡mordeme los dedos mamita, no sabés hace cuánto que los dos te queríamos pegar una buena garchada!, decía el hombre a la vez que el pito de Daniel se colmaba de mis flujos.
Hasta que entre los dos me revolearon sobre unas cuantas bolsas desordenadas que acumulan ropa vieja, juguetes, mochilas y botellas. Daniel, no conforme con eso dejó caer sobre mi humanidad otras bolsas que estaban colgadas, repletas de diarios, libros y manuales escolares usados. Ahora enterrada entre la mugre, los dos me ofrecían sus pijas como consuelo. No quería dejar de mamar, aunque no pudiera moverme, me doliera todo el cuerpo y me moría de ganas de mear. Entraba una pija y salía la otra. Yo se las escupía y eructaba como una cerda, especialmente cuando Ricardo me la quitaba después de cogerme la boca un rato largo.
No sé en qué momento me hice pichí, pero, supongo que fue por las cositas que me decía el viejo mientras su hijo me daba la leche en la boquita.
¡qué sucia que sos nena, sos muy fácil, tomate toda esa lechita bebé, babéate, así calentona, dale que ya te doy la mía chiquita!
Cuando Daniel se retiró para darle paso a su padre, éste me pegó en la cara con su chota, me pidió que le chupe los huevos y, de repente me sacó de aquel montículo de basura.
¡si ya son más de las 2, podemos ir a mi pieza!, les dije con lo que me quedaba de voz.
Daniel se reía de lo empapada de mi bombacha, y yo les explicaba que a eso de las 2 toda mi familia iba a lo de doña Chola, que es una viejita solitaria. Generalmente se quedan a jugar al truco.
Allí no hubo tiempo para pensar. Salí del galponcito para oír si había alguien cuando Ricardo dijo que eran las 2 y media. Entonces, los tres cruzamos la casa silenciosa, dispuestos a seguirla en mi cuarto.
En la mitad del camino, en la cocina el viejo me pidió que me saque la bombacha y la deje debajo de la mesa. Mientras obedecía los dos me besuqueaban entera.
Lo próximo que recuerdo es a Daniel sentado en mi cama y a mí sobre él, recibiendo su pija en mi concha y la poronga de Ricardo en la boca. Esa vez sí me dio su leche mientras me sacudía para que cabalgue más fuerte a su hijo, me juraba que me iba a hacer el orto y me pellizcaba los pezones sin contemplaciones. Ninguno de los dos usaba forros, y eso me calentaba mucho más.
El guacho no paraba de gritarme que me iba a hacer un bebito, y que después los dos me cuidarían en su casa.
Luego me arrodillé en la cama, desnuda y toda chivada, le mamé un rato la verga a Daniel mientras el viejo me pajeaba, y hasta me atreví a lamerle el culo. Ahí el pibe no supo contenerse más. Me acabó en las tetas, porque no llegué a tocarla siquiera con mis labios. Fue mucha leche, y eso pareció motivar otra vez al tipo.
Daniel se sentó en el suelo a pajearse después de que mi boca le limpió las últimas burbujitas seminales, y Ricardo me tiró boca abajo en la cama.
¡ahora cagaste guacha, no te salva nadie putita reventada!, dijo al tiempo que su cuerpo se encimaba al mío, sus manos se acoplaban a mis caderas y su pito precioso entraba en seco en mi conchita resbaladiza. No puedo describir la cantidad de orgasmos que ese degenerado tuvo la amabilidad de regalarme. Me cogía sin pausa. Me asfixiaba con una mano, se movía y jadeaba extasiado, arañaba mi espalda con sus uñas, me arrancaba el pelo y me abría la boca para que le babee o le muerda la mano.
Cuando el pibe se levantó decidido a que le mame la pija, en cuanto mi lengua la rozó, Ricardo me cogió con más vehemencia todavía, enloqueciendo a cada latido de mi clítoris con lo que decía:
¡tomale la lechita perra, dale, qué apretadita tenés la concha pendeja, me parece que hay que cogerte más seguido, dale nenita, comete toda esa pija, que yo ahora te voy a culear toda!
En eso el muy astuto se sienta conmigo sobre su falda, me abre los cachetes del culo y me pajea con todo, sabiendo que no en mucho tiempo más la pija de su hijo volvería a fecundar mi garganta.
¡te voy a hacer el culo pibita sucia!, me gritó en el oído, y entonces sentí el empellón de su glande en mi ano como una puñalada. Grité, le mordí un dedo cuando intentó callarme y, creo que hasta se me cayeron unas lágrimas.
Pero yo misma le di tranquilidad cuando le dije sin pensar:
¡dale guacho, que ya me hicieron la cola muchas veces!
El viejo se sostuvo de mis dichos y comenzó a hacerme saltar sobre su pubis con su pija bien adentro de mi culo. Tuve ganas de hacer pis de nuevo, y se los expresé. Con la birra siempre me pasa lo mismo!
Daniel se paró en la cama para que mi boca no se olvide de lengüetearla, escupirla y absorber cada milímetro de su tronco, y el viejo me incitaba a más.
¡meate si querés, pero dame todo ese culito putita, hacete pichí pendejita, cogé así, no pares nena, te gusta cómo se te abre la cola?!
En cuanto empecé a sentir que esa poronga se ensanchaba, que sus movimientos eran más rutilantes cada vez, y que el oxígeno parecía no alcanzarle a sus pulmones repletos de nicotina, me hice pipí con la despreocupación de una bebé que sabe que tiene pañales puestos. Ahí Ricardo comenzó a descargar toda su leche en mis intestinos, emocionado y feliz, sintiendo cómo le caían mis gotas de pis por las piernas.
Daniel saltó de la cama al suelo, acercó su cara a mi sexo y llevó mi mano derecha a su pija empaladísima. Me olía como si estuviese descubriendo una nueva fragancia y me susurraba:
¡pajeame Flopy, dale cochinita, tocame bien la pija y los huevos, sacame la leche putona!
Sentía cómo la pija del hombre se achicaba lentamente, abandonando el agujero de mi culo, y cómo el pibe me lamía la vagina tratando de hallar mi clítoris. En cuanto dio con él, un shock eléctrico me convenció de levantarme, tirarlo en el piso y montarme sobre él para subir y bajar con mi concha por ese pedazo de carne monumental. No es que fuera desproporcionada, pero me vuelven loca las pijas anchas y cabezonas.
Empezó a gemir al toque, y repetía como un disco rallado:
¡meate puta, quiero tu pis!, mientras se olía la mano con la que me había colado algunos dedos. Acabó cuando le dije:
¡tenés que pedirles pichí a todas las guachitas que te tranzás en la vereda de tu casa papi, y no a mí que soy tu vecinita chancha, calentona y muuuuy loquita!, a la vez que le mordía las tetillas y mi conchita le atrapaba y soltaba la pija.
No me importó nada y lo dejé que me llene toda de leche. Claro que no me embarazó porque tomo pastillas.
Cuando vi mi celular, el reloj me indicaba que ya eran las 4 y pico. Escuché ruidos en casa, y supuse que en breve tendría noticias.
¡florencia, dale pendeja que ya están viniendo todos!, oí que dijo mi prima Daniela luego de unos golpes a la puerta. Los dos salieron en bolas por la ventana de mi pieza que da al patio, y los vi cruzar la medianera rumbo a su casa. Sé que Ricardo me sacó algunas fotos, pero preferí no darle importancia.
Lo bueno es que la bombacha rosa que me regaló la abuela me había dado tremenda suerte, aunque ahora permaneciera meada debajo de la mesa de la cocina. Igual, nada hubiese sido tan exitoso sin la ayuda de mi primita, que les dijo a todos que salí con una amiga. Por suerte nadie les creyó a mis primitos que me vieron en calzones en el patio con esos dos bombones en pelotas. Tendremos que recompensar a la putita de mi prima con mis vecinitos! fin