Comencé fantaseando con mi primo menor y cuando menos me lo espere, la fantasía se terminó convirtiendo en una realidad
La historia con mi primo empezó hace apenas unos años. Él siempre me hizo sentir cosas diferentes, cosas que recién en la adolescencia pude comprender. Es el típico adolescente alto, de brazos fornidos y espalda ancha, cabello castaño y ojos café. Sin embargo, lo que siempre me hizo delirar fue pensar en esa boca. Varias veces me imaginé sus labios en mi piel, recorriendo mi cuerpo, besándome con pasión.
Una tarde de tormenta de junio, salí del trabajo y recibí varios mensajes en mi celular. Decían que en mi ciudad las calles estaban inundadas y era imposible acceder, por lo cual, me recomendaron que me quede a dormir en la casa de algún amigo. Llamé a mis dos amigas que vivían en la zona, pero ninguna de ellas estaban disponible esa noche. Caminé hasta debajo de un techo para protegerme de la lluvia y buscar la solución a mi problema. Fue así como pensé en mi primo. El vivía a solo unas diez cuadras y seguramente tenía espacio en su departamento para mí. Aunque claro, hacía tanto que no teníamos contacto que no sabía si era lo apropiado. Sin embargo, no tenía opción.
Fue así como a los diez minutos sentí la bocina de un auto justo donde estaba esperando. Era él. Subí al auto y me sorprendió lo que ví. Hace unos tres años que no nos veíamos. Su cuerpo estaba aún más grande y, ahora que tenía 20 años, se notaban un poco más sus rasgos varoniles.
Lo miré a los ojos y lo saludé cariñosamente con un beso en la mejilla. Él simplemente me sonrió y me dijo un frío “Hola”. Comenzamos a hablar un rato sobre nuestras cosas, pero a él lo notaba distante. Ya no era el primo alegre con el que pasábamos las horas de pequeños. Aunque me intrigaba, preferí no preguntar el porqué de su humor, quizás le resultaba incómodo volver a verme.
Llegamos a su departamento. Era un edificio enorme situado en la calle principal de un barrio de Buenos Aires. Bajamos del auto y juntos entramos al lugar. El ascensor nos avisó que ya estábamos en el piso 7mo y caminamos hasta el departamento 703.
Cuando se abrió la puerta me sorprendí.. Nada estaba desacomodado o fuera de lugar. Sentí de golpe una fragancia masculina que me hizo delirar unos segundos. Miré a mi alrededor y vi sus muebles, sus gustos, y pude ver también algo que me llamó la atención: una foto nuestra de cuando éramos jóvenes. Yo tenía 18 y el 14, y estábamos felices abrazándonos. No pude evitar mirarlo y sonreír.
Me dijo que iba al baño a cambiarse su ropa algo mojada, así que lo esperé en el sillón de su living mientras seguía mirando sus cosas.
A los cinco minutos salió del baño y me llamó para decirme que vaya a cambiarme yo también para no enfermarme, que ahí adentro tenía algo de ropa suya y toallas. Sin dudarlo me di vuelta a agradecerle y cuando lo miré me quedé en shock. Mi primo estaba solo con una toalla atada a su cintura y su cuerpo aún algo mojado por la lluvia. Temblé un poco y solo pude titubear un “gracias”.
Cuando salí del baño ya cambiada con su pantalón deportivo y una camiseta, lo encontré en la cocina, buscando en la heladera el número de algún delivery. Pidió una pizza y aprovechamos el tiempo de espera para ponernos al tanto de nuestras vidas tomando unas cervezas. Ahora se mostró mucho más cómodo y me conto que hace poco se había peleado con la chica que conoció hace unos meses, por lo cual estaba solo, sin compromisos con nadie, justamente igual que yo. En el medio de la charla sonó el portero eléctrico para avisarnos que ya estaba la comida, así que seguimos hablando mientras comíamos la pizza cómodamente en su amplio sillón.
En un momento intenté levantarme y el cuerpo me traicionó. Caí muy cerca de él. Empezamos a reírnos y de golpe la risa se transformó en incomodidad. Me miró a los ojos y aunque intenté no caer en la tentación, me fui acercando a él. No se si sin la cerveza esto no hubiera pasado, solo entiendo que nuestros labios se chocaron y nos dimos un beso corto, pero intenso. Se separó un segundo de mi para mirarme y al sentir que estaba cómoda, se abalanzó encima mío besándome con desesperación, como si hace rato lo deseara. Me sentía en la gloria, hace años esperé este momento y jamás pensé que él, siendo más chico que yo, iba a dar el paso.
Empezamos a caer sobre el sillón y me senté sobre su cadera sin dejar de besarlo y tocarlo por todo el cuerpo, mientras me movía sobre él y sentía como estaba excitándose abajo mío. Cuando quisimos darnos cuenta estábamos sin remera los dos, nuestros cuerpos temblaban, la piel nos quemaba. Me sacó el corpiño y empezó a tocarme los pechos con fuerza, sentía que no podía más, llevé mis manos a su pantalón y empecé a desabrochárselo mientras besaba su abdomen y empezaba a tocarlo por encima del bóxer. Me estaba volviendo loca. Nunca un hombre me había tocado así.
Seguí bajando con mi boca y, sin pensarlo, bajé de una vez el bóxer para verlo por fin desnudo. Me sorprendió su gran tamaño. Sin pensarlo más empecé a lamer la punta de su pene mientras con la mano lo masturbaba. Escuché su primer gemido y eso me hizo calentarme más (si es que eso era posible) y empecé a chupárselo con más fuerza mientras él me apretaba fuerte la espalda con sus manos.
Nos separamos para sacarme su pantalón y la ropa interior, y me senté despacio sobre él para empezar a moverme de a poco mientras me iba acostumbrando a su cuerpo. Empecé a sentir sus manos de nuevo en mis caderas, apretando mi espalda, mis pechos. Se sentó sobre el sillón para así poder tener más control de la situación y empezó a morderme el cuello, por momentos más fuerte que otros, dejando una marca de saliva en mi piel mientras me agarraba de la cadera y hacía más intensos los movimientos. De golpe lo sentí separarse de mí para empezar a masturbarse, comencé a sentir una sensación rara en mi cuerpo y el cosquilleo se hizo constante hasta que lo sentí acabarme sobre los pechos y ahí recién pude largar todo el aire que venía conteniendo en los últimos segundos. Me había dado el mejor orgasmo de mi vida.
Seguimos besándonos por un largo tiempo sobre el sofá. Nos tapamos con una cobija que estaba cerca y me abracé a él para dormirnos (aunque debo confesar que, esa noche, ninguno de los dos tuvo intenciones de dormir).
Hoy, a más de dos años de ese primer encuentro, seguimos viéndonos con frecuencia. Y, aunque a veces sentimos culpa, los momentos de debilidad en nuestros cuerpos son más fuertes.