Una profesora aprendiendo, una profesora en medio de una orgia aprendiendo lo que es el sexo grupal, lo que es dejarse llevar
El tiempo estival deja buenos recuerdos: los mejores polvos siempre me evocan esta época. Sin embargo, se olvidan rápido. Son las primeras experiencias las que suelen marcar más: esos amores de instituto, los nervios del primer instante.
Este relato va de eso, de las primeras experiencias: sí, todo un clásico. Solo que en esta ocasión el recuerdo de esa primera experiencia estará más acentuado.
En este relato, como en otros que he escrito hay una polla bien gorda. Va a petición de una lectora, de “putita viciosa”, que me ha “convencido” para incluirlo. El poseedor de la polla también va en honor a uno de mis lectores.
A todos vosotros, gracias por vuestros ánimos, vuestras indicaciones y vuestras fotos 😉
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Estos días de marzo la tarde da un poco más de sí. Los alumnos están aburridos con ganas que llegue la Semana Santa para poder empezar a ver menos ropa. Sus hormonas: alteradas, como siempre. Más aún cuando el porcentaje de chicos es tan elevado en la clase: en las clases no hay más que dos chicas, a lo sumo.
Diana percibe el olor de sus hormonas cuando entra a clase: siempre realiza el mismo ritual. Se queda en la puerta observando a sus alumnos y los mira durante unos interminables segundos. Respira hondo e inunda sus pulmones con ese aroma masculino, esa mezcla de sudor y escaso desodorante. Ella disfruta enseñando en grado superior de ciclos formativos. Como buena profesora de informática, pone mucha pasión en sus clases, pero la echa de menos fuera de ella.
Cada día asalta a su mente la misma idea. Le martillea la idea de esa carne joven, prieta en pantalones ajustados. Le encanta reconstruir en su mente como se follaría a cada alumno: que le haría a cada uno.
Diana sabe que tiene un cuerpo excelente. Un par de tetas de medida ideal, con unas areolas grandes y marrones. Es esbelta, de medidas de modelo, con piernas inacabables y un culo maravilloso. Es respingón y trabajado, pero con cierta grasa que le da un toque voluminoso y trémulo al caminar con pantalones ajustados. Diana también sabe que su cara no es agraciada: nariz aguileña, cara alargada y ojos marrones. Sus labios finos engañan: denotan una severidad en el carácter que ella no tiene: Diana es dulce aunque bastante insincera. No está a gusto con su rostro y por ello cambia su pelo constantemente.
Sus experiencias en el amor han sido frustradas: ha tenido múltiples citas con resultados mediocres. Muchos hombres la quieren por su cuerpo, pero nunca ha cuajado con nadie: de ahí que haya abandonado este camino y ahora se dedique a fantasear con hombres más jóvenes e inexpertos. Ella quiere ser profesora en todo.
Una lluviosa tarde de miércoles Diana anuncia a sus alumnos sus intenciones.
– Chicos, este viernes haremos un intensivo sobre bases de datos. Hoy vamos a hablar de la tercera forma normal y de la forma normal de Boyce-Codd. Y el viernes haremos un caso real así que os quiero preparados. ¿De acuerdo?
Un silencio incómodo acompaña el final de su frase. Tras ello, Diana suspira. No va a venir nadie esa tarde. De los veinticinco alumnos probablemente vengan 3, que son los que suelen sacar buenas notas.
Mientras Diana comienza la lección, los alumnos cuchichean entre sí.
– Oye, David, ¿vas a venir?
– ¿Estás flipando? Me quiero tirar a una del grado medio de administrativo que la tengo a tiro. Además, me la pela la asignatura, ya tengo claro que repito.
– ¿Y tu, Diego?
– Me lo pensaré, he quedado con Daniel para jugar a la PSP a dúo en la cantina del instituto. Si me aburro de jugar igual vengo.
Damián se veía sólo en la clase. En cierta manera le daba igual, puesto que lo que él ansiaba era ver a Diana. En su imaginación él la veía con unas mallas largas blancas que le marcaban su pubis hasta el punto de marcar los labios de su vagina.
Pese a sus pecaminosos pensamientos, Damián era un buen estudiante que venía de una escuela del Opus Dei donde el sexo era un desconocido. Su tez blanca y su pelo rubio, corto y ligeramente ondulado le conferían un aspecto ligeramente desaliñado. Damián era muy delgado pero naturalmente fibrado, tenía una estatura ligeramente por encima de la media (1,80 m) y solía vestir con ropa holgada. Desde la adolescencia siempre ha fantaseado con follarse a una chica, pero en el fondo le cuesta hasta masturbarse: tal es su sentimiento de culpa por semejante pecado. Su obsesión era Diana, puesto que no había más mujeres en su vida que las de su familia -y en clase no abundaban-.
Damián admiraba a David, que parecía resbalarle todo cuanto ocurría a su alrededor. David era un fantasma de gimnasio cuyas intenciones eran follar hasta labrarse un nombre en su círculo de amigos. Socialmente activo, alto y atractivo -hasta cierto punto-: tenía muchas de las claves del éxito, pese a que él exageraba una dosis considerable en cada una de sus hazañas. David vestía bien, con ropa ajustada: marcando aquello que él quería mostrar a las chicas. Él era moreno, de estatura media y una cara de formas muy regulares que hacía que la gente confiase en él de entrada: lo que le regalaba unos enteros a la hora de ligar.
Daniel y Diego son buenos amigos de Damián: discretos, no sobresalían en nada, pero siempre ofrecían un comentario cachondo para ruborizar a Damián. Físicamente no eran tan atractivos como David, pero estaban en forma quizá por su eventual partido de fútbol. Ellos eran gregarios y habitualmente tenían una vida social activa, la mayor parte con chicos con los que comparten aficiones. Daniel era de estatura media y complexión mesomorfa -equilibrada pero no musculada- y Diego de complexión endomorfa -ligeramente gordito-. Los dos de pelo castaño y liso y siempre con una sonrisa en la cara y dispuestos al cachondeo.
Quizá la mezcla heterogénea de sus carácteres era lo que les hacía permanecer unidos, pero estos cuatro amigos no tenían planes claros de querer estar juntos la tarde del viernes.
La clase avanzaba sin pena ni gloria y Diana se dejaba la piel explicando una asignatura que a más de uno le costó un suspenso. Su empeño no empujaba a los alumnos a ir más allá de lo que ella explicaba en clase y la mayoría no tomaba ni apuntes por lo que la profesora aprovechaba para poner ejemplos una otra vez.
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…Señor mío como la follaría. ¡Qué cuerpo! ¡Qué tetas! Y cuando se da la vuelta para escribir en la pizarra ¡como se le mueven esas nalgas! Le estaría comiendo ese pubis: amarraría mi cabeza contra su vulva y lamería todo su sexo.
¡…cómo puedo pensar en esto! ¡Que el Señor me perdone!
Creo que… Creo que… Se le transparentan los pezones ¡Oooh!
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– ¡Damián! ¿Me echas una mano? ¿Cómo continúo con la resolución? – Comento Diana risueña, como sabiendo que Damián ya sabía una solución para el problema que ella exponía en la pizarra.
Preso de la confusión, Damián se levantó instintivamente de su silla tal como le obligaban antiguamente en su escuela. Al levantarse tan violentamente su enorme pene, erecto por su imaginación y contenido en los anchos pantalones, golpeó contra el borde su pequeña mesa-pupitre haciendo que ésta se tambaleara ligeramente balanceándose hacia delante y hacia atrás.
La clase entera se giró sorprendida hacia Damián, que se dió cuenta de la realidad unos segundos después. El silencio era sepulcral y las miradas iban dirigidas al enorme bulto que sobresalía con claridad de los pantalones del chico. Diana, con unos ojos como platos se llevó el bolígrafo que llevaba en la mano y lo mordisqueó inadvertidamente: en ese momento era Diana la que tenía otro tipo de imaginaciones y estaba completamente asombrada por lo que acababa de ver. Sólo un comentario rompió el silencio tras unos infinitos segundos.
– ¡Que tranca gasta el pavo! – Gritó David en un tono más propio de una barra de bar.
Diana no se atrevió a descalificar a David por su soez comentario y se lanzó directa a resolver el problema en la pizarra sin mediar palabra. A ella le costó concentrarse en el problema, pues lo que vió saturó sus pensamientos y a buen seguro le encantaría que le saturase el chocho. Mientras, Damián fue descendiendo lentamente hasta dejarse caer sobre su silla, completamente rendido a la evidencia: estaba completamente empalmado en clase, no había excusa posible. Su rígida educación salió a flote al instante, por ello sentía un gran grado de culpabilidad a pesar de ser un sentimiento completamente natural.
Poco a poco recobró los sentidos y el pensamiento de Damián volvió a la clase, pero sin participar activamente como siempre lo había hecho. Al acabar la clase las dudas le invadieron: ¿Debería hablar con Diana y disculparse de su «vergonzoso» comportamiento? ¿O por el contrario debería dejar pasar la situación vivida para no darle más importacia de la que tenía? Optó por responder a la primera pregunta y se apresuró a hablar con Diana una vez ella acabó la clase.
– ¡Diana! Discúlpame, por favor, yo… yo… no sé qué me ha pasado. No volverá a pasar. – Sollozaba Damián muy apurado.
– Tranquilo. – Esbozaba Diana con una sonrisa ligeramente lasciva. – Eso os pasa a todos los chicos: no hay de qué avergonzarse.
– Si mis padres se enteraran… Por favor, te lo suplico, no les digas nada.
– Jamás les diré una sola palabra: será un secreto. – Le animó Diana con un gesto de complicidad.
– Gracias, te prometo que estudiaré más, haré lo que me pidas. – Dijo Damián mirándola fijamente.
– ¡De acuerdo pues! Te propongo que vengas este viernes a clase, y que convenzas a los demás para venir.
– ¡Buf! De acuerdo… Haré lo que pueda.
– Gracias Damián. Hasta mañana. – Concluyó Diana mientras se alejaba del chico.
Damián no pudo evitar ver cómo el culo prieto de Diana se contoneaba a cada paso. Esa era su visión espectacular. La visión de ese culo quedó interrumpida por un sonoro golpe en la espalda propinado por David que vociferó un:
– ¡Machote! ¿No te alegras de verme? ¡Jo jo jo!
– David, tío, no te burles – Comentaba Diego acercándose a ellos.
– Daniel, ¿tu lo has visto? – Insistió David.
– Como para no verlo… – Comentaba Daniel sorprendido.
– No sales de casa sin el arma reglamentaria ¿eh? ¡Jo jo jo! – Insistía David burlonamente.
– Dejame tranquilo David. – Dijo Damián mirando al suelo. – Bastante tengo ya con lo mío.
David calló de golpe justo cuando estaba a punto de realizar otra broma usando el fragmento «Bastante tengo ya con lo mío»: Daniel le dió un codazo frenando sus intenciones y los cuatro se calmaron de golpe. David era un bravucón pero Damián era un buen amigo y lo apreciaba todo en cuanto era.
– Venid mañana, por favor. – Dijo Damián tras un breve silencio.
– Yo me apunto – Dijo Daniel.
– Y yo también. – Asintió Diego.
– Le envío un mensaje a la tetona y le digo que nos vemos más tarde. Como me jodáis el polvo os corto las pelotas. – Se quejó David.
Una sonrisa de Damián bastó para que se despidieran hasta el día siguiente.
Damián llegó a casa y se fué a la ducha: se sentía completamente sucio. En la ducha observó su pene y, sin tocarlo, se lanzó un chorro de agua fría sobre él como castigo. Tal eran las enseñanzas ultracatólicas. No pudo más que volver a pensar en Diana, con mallas blancas y ajustadas, sus piernas largas, el apretado chocho que quedaba marcado entre sus ingles… Cuando volvió a prestar atención a su polla ésta estaba completamente erecta. El jamás se consideró un afortunado por tener semejantes dimensiones: no le prestaba atención al sexo. Pero este era un momento diferente, no había sentido su sexualidad así hasta hoy.
La polla de Damián era enorme: debía tener unos 24 centímetros de largo y unos 6 de ancho, recta completamente, de color rosado y con un prepucio que quedaba unido a su glande una vez descubierto. Con su mano derecha asió la punta no pudiendo cerrarla completamente en su envergadura, y fue bajando su mano resbalando a través del rugoso tronco gracias a las hinchadas venas. Esa tranca necesitaba sangre a manta y, desde luego, la polla respondía a cada latido del corazón con una gran oscilación. Era curioso, pero, Damián jamás se percató de tal efecto.
Empezó a acariciar su polla cada vez más rápido desplazando su mano mecánicamente desde la base hasta la punta, eso le confería un hormigueo delicioso en sus huevos. Fue su primera masturbación. A cada vaivén de sus manos sus huevos se movían ligeramente: estaban completamente enganchados a su tallo, y dadas las dimensiones de semejante pollón y las nulas veces que había descargado, los testículos debían de almacenar una cantidad ingente de leche.
Por más cinética que Damián se dió no llego a culminar, sino que hacía que su miembro se hinchara más, si fuera posible. Nunca habia visto su pollón tan hinchado. Subió su glande hasta el estómago y una vez unido a su cuerpo éste rebasaba sobre su ombligo. Acarició su polla con la palma de su mano abierta la parte inferior del pene ya enganchado a su cuerpo: subía y bajaba su mano suavemente. Dejó repentinamente de mover su mano y su pene cayó a peso apuntando hacia arriba y manteniendo su rigidez. Con la mano bien agarrada a su miembro la movió rápidamente arriba y abajo, sin parar. Por su mente pasaban pensamientos de lujuria y de culpa a partes iguales: su cuerpo pedía guerra, su mente, paz.
Tras un breve lapso de tiempo, Damián cejó en su empeño masturbatorio. No llegó a eyacular, pero las cosquillas de su músculatura inguinal le confería un placer sutil que recorría todo su cuerpo.
Dejó de lado a su polla y se dispuso a ducharse tranquilamente. Como si ya no hubiese ninguna culpa tras sus acciones.
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Llega el viernes por la tarde: la lluvia, el frío invernal y un cielo gris plomizo alientan a estar bajo cubierto. Los cuatro se vuelven a encontrar en el aula, pero esta vez están completamente solos.
– Vaya fiesta ¿no? – Dijo David con sorna.
– Espero que al menos venga Diana. – Dijo Daniel bromeando.
Instantes después Diana aparecía por la puerta haciendo gala de su habitual entrada, pero esta vez venía escotada, mostrando sus tetas apretadas por un elegante top ceñido y con una falda blanca hasta medio muslo que le dibujaba unas caderas con unas curvas de infarto. Jamás se hubiese vestido así para dar clases: ella tiene muy claro donde están sus límites y qué puede ofrecer a sus alumnos. Pero esa tarde era diferente: el centro estaba medio vacío, y la clase era íntima. Había venido a matar.
David lanzó una mirada de sorpresa hacia Damián con sus labios dibujando una «o» de alabanza. A Damián se le puso la piel de gallina al ver aquel espectáculo de curvas.
– Hoy vamos a jugar en red ¿no?, ¡que somos pocos! – Bromeaba Diego.
Una mueca de desagrado de Diana dió lugar a una posterior sonrisa y comentó:
– Hoy haremos la clase en el despacho del departamento: no molestaremos a nadie porque soy la única que se queda esta tarde.
Miradas de sorpresa y silencio entre los alumnos.
«¿Será mejor la clase en el departamento de informática?» pensó Daniel.
– Ya veo que hoy no os animo con nada ¿eh? – Dijo Diana. – Venga, va, que usaremos el ascensor de la escuela.
– ¡Sí, por favor! – Dijo David en tono burlesco.
Rieron todos y se marcharon al ascensor que era usado únicamente por profesores y discapacitados. Delante de la puerta del ascensor no esperaron más de 15 segundos cuando se abrieron las puertas y se mostró un minúsculo espacio.
– Pasad, por favor – Sugirió Diana con amabilidad.
Entraron todos y se quedaron mirando en dirección hacia la puerta del ascensor. Damián, que entró el primero, se situó en el fondo del ascensor y los otros tres en el lado derecho. Diana entró la última y se dió la vuelta para accionar la llave que les llevaba al piso superior, quedando orientada hacia la puerta y dando la espalda a Damián.
El ascensor era de dimensiones muy reducidas y estaba homologado para 5 personas que cabían muy justas. A pesar que el ascensor estaba limpio, sin los típicos escritos de los alumnos sobre la pared, la luz era muy tenue dando la sensación de estar en un lugar lúgubre. Diana accionó la llave y el ascensor permaneció en la planta durante unos 20 segundos que parecían interminables.
– No hay prisa ¿eh? – Ironizaba David.
– Ninguna. – Dijo Diana en un suave golpe de voz.
Su prieto culo presionaba ligeramente sobre el paquete de Damián, que ya no podía arrimarse más a la pared. Damián cerró los ojos intentando desviar su atención a cualquier otra cosa que se le pasara por la cabeza. Era imposible. Las puertas se cerraron lentamente mientras quedaba un hilo de luz dentro del ascensor.
Damián estaba atrapado. Una fuerte sacudida indicó el movimiento del ascensor. La polla de Damián estaba dura como una piedra y situada verticalmente entre las nalgas de Diana: la sacudida movió su terso culo arriba y abajo ocasionando una involuntaria fricción entre sus dos cuerpos. Diana dió un silencioso respingo, a Damián se le cortó la respiración.
Diana sintió que aquel pollón era completamente suyo, que lo tenía a su alcance, que ahora era una cuestión de tiempo su conquista. Aprovechando el movimiento oscilante del ascensor dejó ir su cuerpo hacia atrás intentando explorar sus dimensiones con el contacto con sus nalgas. Aquello era pura lujuria.
Calibró perfectamente su tamaño, aquel era un paquete extraordinario. Diana volvió a quedarse de pie, en equilibrio, mientras que Damián permanecía apoyado en la pared, asombrado, con la duda de si lo que acababa de pasar era voluntario o no. Miró esquivamente hacia los compañeros para saber si ellos se percataron de la acción de Diana: los tres estaban mirando al techo, incómodos.
Otra fuerte sacudida, por fin llegaron al piso superior. Las puertas se abren dando lugar a luz natural. Salieron todos, Diana la primera, y Damián se quedó sólo dentro de la caja del ascensor durante cinco segundos, reflexionando por lo ocurrido, para salir de él apresurado tras Diana. Llegaron los cinco a la puerta del departamento y, al abrir, descubrieron una pequeña sala con una ventana con preciosas vistas al exterior.
Diana cerró la puerta tras ella, borró la pizarra blanca y escribió la frase «La forma normal (de hacer las cosas)» en la parte superior, haciendo un chiste malo sobre el título de la lección.
– ¿Alguien se ha mirado un poco el tema? – Preguntó
Silencio de los alumnos, que aún estaban sentándose en la mesa y desplegando sus apuntes.
– Ya veo. – Dijo con suave tono de desesperación. – Os he preparado unas fotocopias que os entregaré ahora para hacer la clase un poco más corta.
– Gracias. – Agradeció Damián.
Diana se acerca a un profundo armario del lado donde estaba sentado David. Abrió la puerta del armario y medio cuerpo se ocultó dentro, dejando visible la mitad inferior de su cuerpo. Al agacharse, de espaldas a los alumnos, dejó su culo en pompa unos breves segundos: los justos para que David sacara el móvil con discreción y se dispusiera a hacer una foto bajo su falda.
– ¡David! – Lanzó un susurro en voz baja Daniel con cara de chiste.
David, al verla incorporarse retiró el móvil de inmediato y miró hacia el infinito golpeando su bloc de notas con el bolígrafo. Ella les miró con cara extrañada y se volvió a meter en el armario. David le hizo un gesto de mantener silencio a Daniel y volvió a intentar una instantánea de las bragas de Diana.
Un gesto rápido, y ¡zas! Cazada.
Diego y Daniel se tapaban la boca para no hacer visible su risa y Damián se lo miraba todo desde un tercer plano. David envió la foto mediante el móvil con un gesto rápido al grupo de amigos. Instantáneamente los otros tres recibieron el mensaje: Daniel y Diego resoplaron en silencio y David puso ojos de vicioso. Damián no se atrevió a abrir el móvil.
La foto era clara: unas tanga blanco quedaba preso en unas nalgas con formas perfectas. Diana parecía depilada por completo, mientras los labios de su chocho se abultaban hacia los lados de la ropa interior.
Diana cerró el armario rápidamente y les entregó un par de folios fotocopiados a cada uno.
– Bien: os doy cinco minutos y os leéis la lección. Luego continuamos.
Ella se puso a escribir en la pizarra y los demás se pusieron a leer las fotocopias. David con desgana, Daniel y Diego con atención y Damián con avidez, pues ya llevaba la lección preparada desde casa. Eso le dió tiempo a desbloquear el móvil: en la pantalla principal sólo había un mensaje de David, en concreto: una foto. La tentación superaba todos los límites: Damián miró hacia la profesora, y teniéndola controlada visualmente abrió la foto.
En ese momento, la foto se apoderó de la mente de Damián. Desaparecieron sus compañeros de alrededor, su espacio de trabajo, sus apuntes. Su imaginación se llenaba de imágenes de Diana: con las piernas abiertas mostrando su sexo, de culo, tocándose las tetas y apretando sus pezones… Todo. Notó como su pene incrementaba en tamaño, su corazón impulsaba más sangre, su respiración incrementaba en ritmo. Una cálida mano se posaba sobre su hombro y sentía una voz de fondo.
– ¡Damián! ¡Damián! ¡Damián!
Regresó al presente de golpe. Diana ya no estaba en la pizarra, sino detrás suyo observando su propia foto. Foto que inmediatamente reconoció. Damián estaba congelado, menos su pene que estaba ardiendo de deseo.
– ¿¡Qué te ocurre!? ¿Te parece bien esto? – Dijo Diana con mala cara.
– Yo… yo…
Los otros tres estaban expectantes, ni pestañeaban.
– Necesito una explicación Damián.
– Me… ¡me han pasado la foto! ¡Yo no la he hecho! – Imploró Damián.
– Vaya, ¿y la tienes que mirar aquí, delante mío?
– ¡No! La… la iba a borrar, te lo aseguro.
– Ahá. Así que, ¿no te gusta la foto? – Recriminaba Diana a Damián.
– ¡No…! Digo… ¡sí claro!
– ¿Ah, sí? – Sonreía Diana mientras se sentaba en la mesa y apoyaba un pie sobre la silla y entre las piernas de Damián dejando al alcance de Damián una vista suculenta.
Un fuerte golpe en la mesa sobresaltó a todos. La silla cayó al suelo y David se irguió quitándose la camiseta y mostrando su cuerpo a Diana a la voz de:
– ¡A la mierda! ¡Yo quiero follar! – Gritó David, bravucón.
Caminó hacia la puerta y giró un cuarto de vuelta la llave del despacho haciendo imposible que nadie entrara. Después caminó hacia Diana acariciándole la pierna con el torso descubierto. Diana, por el contrario, no le alejó, ni le amenazó con la expulsión, o la denuncia. Ella sentía que ese era su momento y confiaba en que se lo guardaría consigo cada uno de los que estaba allí.
Diana necesitaba ese sexo tanto como Damián, aunque por motivos diferentes. Una para probar cosas nuevas, el otro para, simplemente, probar. Siguiendo el juego y en completo silencio tocó el pectoral de David, cosa que provocó que él sacara aún más pecho. Fue bajando por el cuerpo de David con la mano hasta que le llegó al paquete.
Diana se sentó en el regazo de Damián, que permanecía como un maniquí sobre la silla, con los brazos caídos. Diana sentía ese pollón sobre sus nalgas y aun apretaba más su cuerpo contra el de Damián. Mientras tanto, ella desabrochaba la bragueta a David y le bajaba los boxers con delicia, mostrando un pene bien inflado y completamente rasurado. Metió la mano entre las piernas de David para acariciar sus huevos, que colgaban libremente, y fue subiendo su mano hasta cerrarla alrededor de la polla de David.
David apoyó la mano sobre la cabeza de Diana y la guió para que hiciera servir su boca. Diana no mostró signos de resistencia, abrió la boca y se introdujo el pene entero de David, que quedó impresionado por la acción de su profesora. Ella empezó a chuparle el rabo con suavidad y delicadeza apoyando su mano sobre los firmes abdominales de David mientras oscilaba su cabeza hacia delante y hacia atrás.
Damián tenía a su profesora sentada sobre sus piernas, chupándole la polla a otro, con su polla aprisionada por las nalgas su querida profesora. Daniel y Diego se bajaron los pantalones en sus respectivas sillas y se empezaron a masturbar con ojos llenos de lujuria.
Ella estaba chupando la polla de David como si estuviera enseñado una lección de sexo a un crío. David gemía continuadamente mientras movía las caderas haciendo que su polla penetrase más la boca de Diana. Damián no podía contenerse y empezó a acariciar las piernas de Diana, quien con una breve mirada pareció consentir la acción de Damián. Él apretaba las piernas de Diana para notar esa mezcla de músculo trabajado con la textura satinada de su piel. Damián subió sus manos por las piernas de Diana observando fijamente como ella le comía la polla a David.
– ¡Oh! ¡Toma! ¡Toma! – Mascullaba David con cara de vicio mientras movía sus caderas.
Damián levantó la falda de Diana dejando completamente al aire sus piernas. Estiró del tanga con una mano mientras que con la otra la ascendía por la cadera hacia su pecho. Apretó sus tetas tersas y comprobó su tamaño haciendo que cupiese en su mano. Diana se separó un momento de David para mirar a Damián con una sonrisa y bajarse los tirantes de su top dejando su sujetador bien visible y arrugando el top en su cintura. A Damián ya no le cabía la polla en el pantalón: levantó el sujetador dejando sus tetas al aire y mostrando unas preciosas areolas grandes y marronáceas. Tocaba sus senos con ambas manos y pinzaba sus pezones con los dedos índice y pulgar.
Diana se moría de gusto, tenía su tanga empapado con el flujo que emanaba gracias a su contínuo roce con el pollón de Damián y sus tetas presionadas por sus finas manos. Tras unos vaivenes más violentos David se acabó follando la boca de Diana que emitió un sonido gutural.
– ¡Mmmmh!
– ¡Ooooh! ¡Me coooorrooo! – Rugió David
Un instante y David convulsionó apretando la cabeza de Diana contra su pubis. Ambos se separaron y no quedó rastro de semen en la polla de David, que se encontraba en pleno proceso de relajación. Diana se tragó todo el semen de David apurando los restos de su barbilla mientras se incorporaba.
– Damián, me encantaría ver lo que tienes ahí. – Mientras se mordía el labio.
Damián obedeció: se bajó los pantalones y los calzoncillos a la vez mostrando una tranca de dimensiones gigantescas que a cualquiera le hubiese encantado llevarse a la boca: y Diana era la primera de la lista. Se colocó en el costado izquierdo de la silla y, con habilidad, bajó el prepucio de Damián para agacharse poniendo su culo en pompa hacia Daniel y Diego, que se masturbaban con rapidez. Giró su cabeza hacia ellos con una sonrisa y abrió la boca para engullir el pollón de Damián con deleite. Sólo le cabía la punta en la boca y aún así tuvo que forzar sus músculos bucales para que aquello le cupiese. Lanzó un escupitajo sobre la polla de Damián para lubricarla y empezó a lamer la parte inferior de la base a la punta, extendiendo la saliva a lo largo y ancho de su polla.
Diana tenía la mirada fijada en ese enorme rabo mientras subía y bajaba la mano que tenía agarrada al falo masturbando efectivamente a Damián.
– ¡Oh! ¡Dios mío! – Gemía Damián mirando al techo del placer que sentía.
– Dame caña. – Le susurró Diana al oído.
Y se subió encima de él haciendo que la punta de rabo apuntase al chocho de Diana. Previamente a metérsela escupió sobre su mano y se lo extendió nuevamente por la punta de la polla de Damián. Aquello requería un extra de lubricante. La punta de la polla de Damián costó que desapareciese en el delgado cuerpo de Diana, que cerraba los ojos del dolor de semejante monstruo. Ella no cejó en el empeño y consiguió meterse la punta y unos centímetros más.
– ¡Ooooh! – Gemía Damián.
– ¡Ay! ¡Aaaaah! – Se lamentaba placenteramente Diana que permanecía de pie y que hizo un rápido movimiento de cadera hacia delante con la polla de Damián metida, como si su cuerpo rechazase más tramo de aquel pollón.
Damián permanecía estático sentado en la silla. Una sensación de placer recorría su cuerpo de punta a punta: no apareció el miedo ni la culpa en ningún momento. Eso le animó a llevar las manos hacia las caderas de Diana para poder controlar mejor la penetración. Aún quedaban 10 centímetros de polla por meter y Diana luchaba por montar a Damián como una gata en celo: apretaba sus dientes mientras agitaba su cuerpo encima del alumno con gemidos que parecían rugidos. David estaba sentado en una silla con la polla encogida y viendo como a aquel chocho le entraba un calibre nunca visto. A cada vaivén de Diana sonaba el ruido de sus flujos en medio del sordo choque de las manos de Daniel y Diego contra su propio pubis, que estaban masturbándose intensamente.
Los labios interiores de Diana se mostraban cada vez que ella se separaba de su follador. Cada vez quedaba menos polla por recorrer, su chocho glotón aguantaba toda la caña que le diesen esos chicos. Así que una vez se encontró cómoda saltando sobre Damián se inclinó hacia delante poniendo las manos sobre el respaldo de la silla donde él estaba sentado y, metiéndose el dedo en el culo, les dijo a Daniel y Diego:
– Mirad lo que tengo para vosotros. – Enseñando un ojete rosado.
Daniel se levantó con decisión y intentó varias veces meter su rabo dentro del Diana. Su torpeza fue rápidamente corregida por la profesora, que le acompañó con agilidad el recorrido hasta el interior de su ano. Daniel, imitándola, escupió sobre su polla y se la empezó a meter con suaves vaivenes.
– ¡Ah! ¡Oh! ¡Aaaah! ¡Ah! – Sonaban gemidos a trío.
Diana disfrutaba como una loca, cada polla iba a su correspondiente agujero. Todos los chicos se asombraban por la manera que ella movía las caderas, como una verdadera gimnasta, perfecta acompasada y rítmicamente. Diana abrazó la cabeza de Damián y la apretó contra sus tetas. Damián le chupaba los pezones alternadamente. Diego ya quería asaltar el culo de Diana y esperaba una inminente corrida de Daniel, que aceleraba cada vez más su penetración.
– ¡Oooooooh!
El estrecho ano de la profesora provocó una corrida intensa a Daniel, que se retiró con una sonrisa. Le tocó el turno a Diego, que tenía un pene ligeramente menos voluminoso que Daniel, pero que lo tenía bien duro. Le costó muy poco penetrar a Diana, que aún rezumaba semen de Daniel por su ano creando un charco en el suelo.
Diana no parecía cansarse, se doblaba como un junco buscando el máximo de penetración en todos los sentidos. Diego era un poco más vigoroso que Daniel y la penetraba con más fuerza: a ella le encantaba sentir como la azotaban a la vez que la penetraban. Diego la agarró por los hombros y empezó unos vaivenes rápidos y violentos.
– ¡Que guarra eres! ¡Toma más!
David y Daniel se miraron viendo la verdadera actitud interior de Diego, que a pesar de su aspecto bonachón llevaba dentro de sí a un animal sexual. Diana disfrutaba con ese lenguaje sucio y pervertido: lo que jamás hubiese permitido en su clase le sonaba excitante en ese momento.
– ¡Oooh! ¡Sí! – Exclamó Diego con un grito de ahogo y placer.
La corrida de Diego fue abundante y, al retirarse, el charco del suelo aumentó. David, Daniel y Diego observaban como le caía semen del culo mientras se destrozaba el chocho montando a Damián ya en éxtasis.
– ¡Sí! ¡Sí! ¡Ooooh! – Gritó Diana convulsionando con un visible orgasmo. – ¿Cómo es posible que no te hayas corrido aún?
– Estoy disfrutando como loco Diana. ¡De verdad! – Decía profundamente emocionado Damián.
– No pienso parar hasta que te corras: ¡ponte de pie! – Ordenó Diana.
Se levantó de la silla Damián y Diana se agachó poniendo su mano entre las nalgas del chico y acercando su boca a los testículos, con el pollón cubriendo su cabeza: empezó a lamerle los huevos con fruición mientras que con la otra mano pajeaba al chico para darle máximo placer. El pollón pareció hincharse aún mas y fue en ese momento cuando Diana metió el dedo en el culo de Damián apretándole la próstata.
– ¡Oh! ¡Señor! ¡Sí! – sollozaba de placer Damián.
Diana, con la boca abierta para recibir la descarga de semen de Damián se alejó de sus testículos para llevarse la punta a la boca. En el trayecto Damián lanzó un chorro de semen que llegó a la pizarra blanca, a partir del segundo chorro Diana engullía con suma delicia toda la leche de su alumno, que se desparramaba por la cara y por la boca, llegando al suelo. El orgasmo de Damián fue profundo: jamás había sentido tal cosa.
Las piernas de Damián flaqueaban y su polla se fue desinflando hasta quedar en reposo. Él se dejo caer sobre la silla mientras miraba a Diana, que sonreía con la cara llena de semen. Diego y Daniel chocaban los cinco y David se levantó de sus silla aplaudiendo entusiasmado.
– ¡Bra-vo! Que cabronazo eres y que callado te lo tenías. – Bromeaba David.
– Esta lección nunca ha ocurrido, ¿de acuerdo chicos? – Dijo Diana con resuello.
– No… no… – coreaban los cuatro mientras agitaban sus cabezas a ambos lados.
Diana evitó hacer comentarios sobre el tamaño de Damián, pero ella tenía una cosa clara: le iban las pollas grandes. Y quizá ahora no, pero en unos meses, cuando Damián ya esté fuera de la escuela, ella ya sabía a quién acudir.
David se dió cuenta que se acercaba su cita con la chica de grado medio de administrativo:
– Bueno… yo he quedado para follar, y estoy seco. ¿Qué coño hago ahora?
– ¿Qué te parece si recoges lo del suelo? ¡Ja ja ja! – Dijo Daniel con sorna.