Con 55 años me termina calentando un pendejo, un jovencito con muchas ganas de follar que me vuelve loca
utona por un día
Me llamo Gladis, tengo 55 años, y lo que viví gracias a los valores de un mocoso desfachatado no tiene precio para el vacío sexual que por aquel entonces me acompañaba. Desde que mi marido y yo nos separamos me mudé a un barrio humilde, peligroso y triste, en el que vivo hace 3 años. Dejé de trabajara en el centro de estética de la capital, y como ya estaba jubilada por el estado, me las rebuscaba ofreciendo mis servicios de pedicura y masajes a las señoras del barrio. Tenía una buena clientela, y no me costó hacerme un lugarcito en los afectos de mis vecinas. Además, quedaban encantadas con mis manos, y satisfechas porque no las mataba con el dinero.
Andrea fue una de las primeras fieles a la labor de mis manos. Con 29 años ya tenía 5 hijos, de los cuales 2 de ellos compartían el mismo padre. La pobre me contaba a veces con lujo de detalles todo lo que le hacía su actual marido si gastaba un peso más de lo convenido, si no le hacía un pete ni bien llegaba del laburo, si se enteraba que salía provocativa a la calle, o si no le gustaba lo que hubiese cocinado. Era violento, y más si se tomaba algunas líneas con sus amigos.
En realidad, todas me confiaban sus miserias, sus mejores polvos, sus infidelidades, sus impaciencias o dificultades para criar a sus hijos. Pero Andrea era la más desdichada, aunque estaba terriblemente buena. Cuando la vi en ropa interior, lista para acostarse en su cama y disfrutar de mis masajes, no podía creer que tuviese unas tetas tan comestibles para mis ojos, y una cola tan firme, tersa y suave, como la de una bebé. Nunca me había atraído una mujer, pero en ese momento, creo que le habría sacado la calentura con mi lengua si me lo pedía.
La mayor preocupación de Andrea era su hijo más grande, Enzo, que tenía traía consigo la frescura del secundario, pero la pachorra de un tipo que se carga 50 bolsas de cemento al hombro por día. Solo va al colegio, y se junta a menudo con los guachos populares del barrio a fumar mariguana.
El peor temor de Andrea era que fuese un chorrito como el resto de la bandita. Pero nunca tuvo pruebas de ello. Yo vi crecer a Enzo. Conocía de sus pesadillas, su terquedad para las matemáticas, sus aptitudes deportivas y hasta de las trasnochadas que se pegaba viendo porno. Una vez Andrea dijo que no sabía ya cómo pedirle que no ensucie tanto sus sábanas. Varias veces le vi el bulto renaciendo, y aunque los granos que le decoraban el rostro me daban un poco de impresión, en oportunidades me sentí tentada por bajarle el pantalón y chuparle la pija, delante de su madre y todo.
No me voy a olvidar nunca la vez que le estaba pintando las uñas de los pies a la loca, y su hijo miraba un partido en la tele. Cada vez que lo veía se acomodaba el ganso por adentro del pantalón, se lo apretaba y, hasta bajaba y subía con su mano por su extensión sin disimulo. Andrea ya estaba curada de espanto, por lo que ni lo retaba. Esa tarde la tenía a punto de reventar.
Si por alguna casualidad nos cruzábamos en una despensa, aprovechaba a mirarme las tetas, o a decirme alguna guarangada, siempre por lo bajo. Yo, físicamente me conservo bastante. Voy al gimnasio 3 veces en la semana, salgo a caminar por las mañanas, no fumo, y como no tuve hijos, no se me cayó el culo ni perdí dientes. Mi atractivo especial son mis tetas, por lo que siempre ando bien escotada, perfumada y, últimamente me apasiona no usar bombacha.
La mañana que Enzo balbuceó a mi lado en un kiosko: ¡te la doy toda mami, te doy leche para que repartas!, quise darle una cachetada.
Pero me tranquilicé y le dije: ¡no te hagas el vivito conmigo, o hablo con tu madre!
Ni yo me creí esas palabras.
Hubo otros encontronazos, piropos y silbidos. Hasta que una tarde no pude más. Lo vi solo en la plaza del barrio, fumando un faso con los auriculares puestos y una botella de birra vacía, mientras el cielo amenazaba con desatar un aguacero formidable. Me acerqué, le arranqué el cable del oído y le toqué el paquete sobre su vaquero.
Le puse las tetas en la cara y luego, mientras le pasaba la lengua por la oreja derecha le susurré: ¿cómo es eso que me vas a dar la leche?, con esta cosita de nene no creo que me hagas ni cosquillas chiquito!
Aunque aquello no era cierto porque la tenía parada, y por lo que imaginé era muy ancha, quise ridiculizarlo un poco. Enzo quiso quitarme de encima, pero en ese instante liberé totalmente una de mis tetas y lo obligué a chuparla. Mi pezón fue estirado y babeado por esos labios gruesos, y entonces no pude resistir las ganas de meterle la mano adentro del pantalón. Se lo desprendí y toqué su glande afuera del calzoncillo, que ya le quedaba chico, y el guacho gimió mientras mamaba mi pezón. Tenía la punta tan mojada como la tela de su calzón, los ojos extraviados y la respiración conmocionada.
Pero aún así se puso de pie de un salto y dijo:
¡seguime putita, acá puede caer algún guacho, o la cana y se arma!
Lo seguí. Caminamos 6 cuadras bajo el viento que traía más nubes negras, él siempre adelante mío. Cuando llegamos a un baldío, me mostró un colectivo abandonado y viejo que reposaba al lado de un basural me hizo entrar, se bajó el pantalón y dijo: ¡no viene nadie a esta hora, pero acá los pibes cogen con las rochitas que se consiguen!
Yo sabía de sobra cómo seguía el juego. Me agaché, froté mi cara en su bulto hinchado, olí con descaro su fragancia a bolas, a pichí y seguro que a un par de acabaditas, le bajé el calzoncillito con los dientes y apenas toqué la bolsita de sus huevos pequeños, Enzo se sacudió y eliminó un chorro de semen, el que me apresuré a juntar en mis manos para lamerlas ante sus ojos desorbitados.
Miré hacia el suelo, y vi forros usados por todos lados, un par de bombachitas, botellas, cajas de vino machucados, paquetes de cigarrillos arrugados, celulares rotos y una mugre infernal.
¡yo todavía no cogí acá, pero sí me chupó la pija la novia de un amigo, y el cornudo no lo sabe!, dijo forzando una sonrisa mientras mi boca se acercaba a su pene erecto nuevamente. Pero primero me quité la remera, tomé su pija en mis manos y me pegué en las lolas con ella. Después le pedí que me las escupa, le escupí la mano y le ordené que se pajee un ratito. Entonces puse su carne en el hueco de mis tetas, subí y bajé apretando sus venas con ellas, le soplaba la cabecita, y cada vez que me la metía en la boca se la succionaba con delicadeza.
Pero el pendejo no pudo soportarlo más. De algún lado sacó fuerzas para empujarme encima de una butaca, donde me bajó la calza y me manoseó la concha sobre mi tanga.
¡ahora no te salvás mamita!, dijo con un hilo de baba en los labios, y me acercó la pija a la cara. Esta vez él me cogió la boca después de fregarmelá hasta por el pelo, entró y salió de ella sin reparar en mis arcadas o en mi falta de aire, me hizo chupar sus huevos transpirados y no paraba de moldear mi sexo con su mano, aunque no se atrevió a correrme la bombacha.
¡abrí bien la boca putaaaa!, dijo, y antes de que su semen conquistara mis papilas gustativas, me levanté y sin más, lo tumbé en la butaca donde antes yacía mi cuerpo sumiso y me subí la calza para salir corriendo. Pero él me detuvo, me apresó entre sus brazos y la pared del micro despintado y repleto de ventanas cubiertas de cartones, volvió mi calza a las rodillas de un tirón y colocó su pija entre mi tanga y mi sexo. Aprovechando la presión del elástico llegó a introducirla en mi vagina, y aunque solo bombeó unas 4 o 5 veces, tuve un placer que me encegueció la razón, a medida qe su leche me empapaba hasta las piernas.
Apenas terminó de eyacular cayó desarticulado en la butaca, y antes de que al fin me vaya me dijo: ¡ya te voy a agarrar, y te voy a coger toda putita, me calentás hace una bocha!
Camino a casa recordé que antes de la cena tenía que pasar por lo de Andrea a pagarle unas cremas para el cutis de la línea de cosméticos que ella vende. Llovía mucho, y no hacía tanto calor como en minutos atrás. Pero el olor de ese pendejo sucio todavía gobernaba mis pensamientos. El solo hecho de pensar que tuve un orgasmo en cuanto su pija rozó mi boca me nublaba la razón, y necesitaba más.
Cuando llegué a mi casa tuve que masturbarme, al menos para calmar el fuego que ardía en cada rincón de mi sangre. Pero cuando toqué mi vulva, y más aún cuando introduje mis dedos, encontré restos de su leche, los que en el camino me mojaron la calza. Estuve hora y media tirada en el suelo de mi cocina meta tocarme, chuparme los dedos y frotando mi clítoris pensando en ese degenerado.
A las 8 de la noche ya estaba impecable, bañadita y en la puerta de la casa de Andrea para llevarme mis cremas. Ella me abrió como siempre, me ofreció un mate y, no tuve otra que sentarme a charlar con ella. Dijo que era importante. Sabía que Enzo no le confiaría a su madre lo que hicimos por la tarde. Pero cuando lo vi aparecer en cueros y bermuda, prenderse un pucho y sentarse frente al televisor, algo me alarmó. Para colmo Andrea dijo algo de repente:
¡¿viste que crecidito está mi hijo? A lo mejor es alto como el padre, aunque, con que tenga la misma pija ya está!, y se echó a reír.
Asentí nerviosa, tomé un mate y busqué la plata en mi corpiño, para no andar con carteras y eso. Cuando Andrea me señaló a Enzo mediante gestos, no pude evitar que se me escape un suspiro. El guacho tenía la pija casi toda afuera de la bermuda, más dura que por la tarde y, ahora que podía verla con mayor precisión, con un glande colorado a punto caramelo.
¡guardá eso pajero de mierda, no ves que hay gente!, le recriminó su madre.
¡bueno, igual, por lo que sé, no creo que te moleste mucho Gladis… cómo es eso de que le chupaste la pija a mi hijo?
No supe mentirle. No iba a culpar al mocoso de nada. Pero Andrea, lejos de escandalizarse o dramatizarlo todo agregó: ¡yo te lo agradezco negra… a lo mejor ahora se pajea menos en la noche… eso sí, el mugriento no se baña seguido… ¿no querés chuparle la pija ahora?… yo te pago, no hay problema… es más, si te lo querés coger, decime cuanto me sale!, dijo la mujer.
Yo no podía dar crédito a lo que me pedía con tanta naturalidad.
¡dale mamita, agárrame la pija y comete mis bolas!, murmuró el pibe desde su sillón. Yo le pagué las cremas y me levanté como para irme sin mirarlos. Pero Andrea me paró en seco.
¡dale Gladis, te pago guacha, cogete a mi pibe, no seas mala, yo confío en vos!, y me palmeó el culo en señal de un pacto sagrado. Me dio 200 pesos y me desprendió la blusa para que yo solita camine hacia el sillón, le ponga las tetas sobre la verga al nene y le meta mis dedos en la boca para que me los succione. En cuanto lo hizo con casi todos me quedé en tetas para dárselas a su boca mientras lo pajeaba. Le quité la bermuda justo cuando Andrea gritó: ¡ana y Malena, quédense en la pieza, y ni se les ocurra venir!
Eso me llenó de adrenalina. Tanto que engullí sus huevos en mi boca, le mamé el pito con su fuerte olor a machito en celo, le rocé el culo con un dedo babeado y le di unos tetazos en la cara.
Pronto siento unas manos tironear de mi calza hasta llevarla a mis tobillos, y luego una exclamación que me erizó la piel.
¡huuuu, Enzo, mirá, la Gladis no tiene bombachita, así que te la vas a coger más fácil!
No me había percatado que su madre estaba mirando todo. Seguro no se perdió detalle de cómo me pegaba con la pija de su nene en la cara, de cómo le lamí las tetillas, le mordí los hombros, me atraganté cuando su glande resbaló por mi garganta y de las nalgadas que le di apenas lo puse de pie para mamarsela con más profundidad. Pero ya no me importaba nada.
Cuando se sentó nuevamente esperando que vuelva a petearlo, me subí en sus piernas, coloqué su pene en la entrada de mi concha peluda, gordita y jugosa, y comencé a saltar, ladear el cuerpo, subir y bajar, palmotearle el pubis con el mío, arañarle la espalda y escupirle la cara mientras le decía: ¡dame la lechona pajerito, así, cogete a la viejita, y que tu mami te vea cogiendo guacho sucio, y pajeate todas las noches, ensuciá las sábanas, meate y pajeate pensando en mí cochino!
Yo sentía cómo mis paredes vaginales le apretaban el músculo, cómo sus gemidos le cortaban la voz, cómo se aferraba a mis piernas y cómo se moría por comerme la boca. Mis tetas se bamboleaban y él me las amasaba sin experiencia pero con rudeza. Sus nalgas resbalaban más y más por el tapizado del sillón en el afán de meterse bien adentro de mis entrañas, y un sudor insoportable le inundaba los pómulos y la frente.
¡dejen de gritar pendejas!, les ordenó Andrea a Malena y Ana, las hermanas más chicas de Enzo, y cuando la veo se estaba apretando las tetas con las piernas hiper cruzadas. Aceleré el ritmo de la cogida, mientras le pedía la leche y, entonces, casi me caigo cuando siento un huracán de semen bañarme por dentro. El guacho se quedó sin reacción cuando yo me separaba de su cuerpo abatido para vestirme. Yo acabé 3 veces durante el garche, y una más en el momento de la mamada.
Andrea me dio 200 pesos más y me ayudó a subirme la calza. Estaba tan alucinada que no podía caer en la realidad. Para colmo de males, cuando nos estábamos despidiendo en la puerta Andrea me dice:
¡Estuviste genial loca, me encantó como te lo cogiste… te dejo así le cocino a los guachos, y me cambio la bombacha… me hiciste mojar toda nena, me re calentó verte hecha una puta… y ya sabés, si necesitás guita, me arreglás las patas, me masajeás un poco y te cogés a mi nene!
Hasta hoy no volvió a pasar. Pero les juro que ahora vivo caliente por ese pendejo mal educado, brabucón y roñoso. Me lo imagino pajeándose en su cama, en la misma pieza que comparte con sus hermanas, y me hago un lugarcito para pajearme como una pendeja. fin